Punto y aparte

By Forevertaylorsusy13

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Amelia Ledesma siempre supo que Luisa Gómez era el tipo de mujer con la que era mejor poner puntos finales a... More

Antes de leer
Punto y aparte
Maldita costumbre
Cuando nadie ve
No se va
Yo no merezco volver
Cuando el amor se escapa

Otras se pierden

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By Forevertaylorsusy13

Amelia era el único nombre que seguía resonando en su cabeza a pesar del paso devastador del tiempo.

Ni siquiera cuando el divorcio llegó a su vida tratando de dar un punto final a su relación había sido capaz de dejar de insistir en que no podía dejar ir a la mujer más fantástica del mundo.

¡Qué va!, del universo entero y mucho más.

Porque ese par de ojos almendrados que parecían tener todas las respuestas a sus noches taciturnas habían sido capaces de darle la seguridad suficiente como para llegar incluso a desear ese sueño de una familia feliz que a ella jamás se le había pasado por la cabeza porque si era sincera consigo misma, no tenía ni la menor idea de qué era eso.

Su pasado le había inculcado ese miedo perpetuo de crear relaciones ya que los únicos lazos que conocía era el que tenía con su hermana y con su padre donde cada uno por sí solo era capaz de enseñarle a través de palabras y la ausencia de cariño que el amor era la peor atadura que había creado el ser humano.

Concepto que había creído que era la única verdad absoluta durante veintidós años hasta que todas sus creencias fueron exiliadas de su semblante cuando llegó a ella la luz proveniente de una chica que tenía los ojos más bonitos del mundo ya que estos no tenían telarañas ni heridas sin sanar.

Y es que para Luisita su vida antes de conocer a la morena se podía simplificar en un puñado de momentos incómodos donde había aprendido desde muy temprana edad que callar era mejor que enfrentar o responder, ya que tenía todas las de perder.

Porque no importaba si estaba en lo correcto o no, lo único que importaba es que tenía que sobrevivir y la única forma de hacerlo en el ambiente hostil en el que había sido criada era aprendiendo a soltar la situación y enterrarla lo más lejos que pudiese para no tener que verla nunca más, como si poner sus problemas debajo de la alfombra evitase que toda su casa se llenase del polvo creado por la crepitación de su propio dolor.

Desde niña había entendido que no importaba cuán mal se sintiera o cuánto dolieran sus heridas nadie más iba a ir a su rescate porque los cuentos de hadas no eran reales y en su caso en particular la única persona en quien podía refugiarse frente a lo que pasaba en su casa tampoco era alguien en la que podía confiar del todo, ya que su hermana María también necesitaba salvarse a sí misma de ese mundo caótico lleno de golpes y de castigos sin sentido donde constantemente su padre las ponía a prueba para ver cuál de las dos terminaba traicionando a la otra.

Por lo que Luisita sabía a la perfección que si su hermana tuviese la oportunidad, no dudaría en traicionarla porque era justamente lo que ella haría si se presentaba el momento, debido a que era lo único que ambas conocían y sobre todo era la única forma en que tenían para que los golpes no llegaran a crear nuevas heridas no solo en sus cuerpos sino también en su alma.

Al final del día no habían más opciones sobre la mesa, ambas estaban condenadas a siempre buscar su bienestar frente a cualquier tipo de cariño o relación.

Idea que junto al hecho de que su padre les había repetido hasta el cansancio que la culpa de su actuar era de ellas porque eran quienes sacaban su furia, fue la causante de construir la percepción alterada del mundo de la rubia donde había aprendido que no habían argumentos válidos que la ayudasen a salir de ninguna situación ya que solo habían dos extremos o ella lo había provocado o era mejor huir para liberarse del castigo y luego olvidarse de la situación.

Su mejor método de sobrevivencia había sido justamente ese, aprender desde pequeña a poner su propia muralla contra el infierno que vivía en su casa para así poder tener un poco de tranquilidad, sin embargo, poco a poco ésta comenzó a extenderse más allá de los límites de aquella vivienda y empezó a abarcar todas las calles de su universo.

En donde le era casi imposible tener una discusión con alguien más ya que solo tenía dos formas de reaccionar o negando que aquella situación estuviese pasando o al contrario solo aceptarla como si fuese su culpa e irse del lugar para evitar cualquier enfrentamiento porque era lo mejor que sabía hacer.

Para su percepción de vida, huir era la mejor solución que podía plantar frente a sus problemas y así pasó durante gran parte de su vida con aquella idea como única bandera en sus relaciones.

Hasta que a su vida llegó Amelia quien cambió todo esto para siempre.

Porque la morena no solo le ofreció por primera vez en veintidós años la oportunidad de que todo lo que dijese era igual de importante y válido que lo que ella pudiese expresar sino que también le ofreció la oportunidad de que por primera vez en su vida había alguien para escucharla o darle cariño si se sentía mal o si así lo requería, recordándole una y otra vez que no era tan necesario huir cuando tenía todo para sentirse protegida a través de los brazos de la castaña.

La enfermera no lo sabía o quizás no lograba entenderlo del todo, pero sin querer le había ofrecido el arma más letal para una persona que estaba acostumbrada a la herida, la oportunidad de ver que estaba dañada y que podía recuperarse si así lo deseaba.

La castaña le había ofrecido esa seguridad de que con ella nunca iba a tener un castigo por no estar de acuerdo, debido a que a diferencia de lo que la militar conocía, vivir junto a Amelia le había enseñado que las peleas o discusiones eran completamente normales porque eran parte de la convivencia entre personas que eran sumamente diferentes.

Por lo que con el pasar de los meses, la rubia de a poco se permitió ir soltando esa muralla que le había permitido estar con vida hasta ese momento.

En donde empezó a decir en voz alta las cosas que le molestaban sin la necesidad imperante de pensar en cómo iba a terminar todo o qué castigo recibiría por atreverse a dar ese paso lleno de insolencia que era dejar en claro que no estaba de acuerdo.

Como también comenzó a dar pasos de cero al verbalizar su dolor y sobre todas las cosas aprendió a que no importaba cuán enojada podía estar Amelia, ella siempre iba a estar ahí para escucharla.

No obstante, a veces es difícil expandir tus alas cuando todo lo que conoces es el miedo a volar ya que has vivido toda tu vida dentro de una jaula que aunque no es la mejor ni la más segura es lo que tú has denominado con la palabra hogar.

Para Luisita, la mujer de rizos había sido esa persona que se había preocupado tanto por ella que había sido capaz de abrirle la puerta a esa jaula donde la habían metido por tantos años después de cortarle las alas y repetirle hasta el cansancio que el mundo allá fuera era igual de cruel que su casa, con la única intención de que al fin fuese libre y se diese la oportunidad de darse cuenta de que todo lo que le habían dicho era mentira porque el mundo sí que podía ser un lugar cruel, pero también tenía cosas buenas como también existían personas gentiles y amorosas que eran capaces de dar todo por ti.

Sin embargo, la rubia no supo qué hacer con tanta libertad porque al estar acostumbrada a ocupar espacios tan pequeños había aprendido a ser imperceptible y reducir su andar hasta tal punto que sus alas pesaban si las desplegaba y aquello no era cómodo en lo más mínimo así que era mejor quedarse dentro donde podía seguir admirando el mismo paisaje del que tanto hablaba Amelia sin necesidad de cambiar lo que ella conocía.

Es por esto que cuando sus formas de ver la vida comenzaron a chocar, Luisita no fue capaz de hacer nada más que lo que tan bien conocía, en donde no entendía el por qué la morena necesitaba de esa atención constante y esa validación insufrible cuando era más que lógico que estaba con ella porque la amaba más que a nadie.

Como tampoco sabía cómo enfrentarse en una discusión real donde tenía todas las de perder al saber que a diferencia de Amelia, ella no tenía las armas suficientes para ganar ninguna batalla, por lo que a su parecer lo mejor que podía hacer era hacerse a un lado y esperar que todo acabase.

Refugiarse para no ser herida nuevamente aunque esto conllevase el detalle de que también era quien provocaba la herida.

Claramente no lo hacía con esa intención porque nunca se atrevería a hacerle daño directo a la castaña, pero tampoco buscaba más soluciones fuera de su zona de confort en donde justificaba sus acciones erráticas con su propia neblina mental y no era capaz de dar el siguiente paso que ya no era salir de la jaula para ver el paisaje, sino que más bien era darse cuenta de que después de años de uso, la jaula era sumamente pequeña para sus alas y necesitaba buscar un lugar donde si pudiese ser tan grande como realmente era.

Y frente a eso, la rubia prefirió seguir reduciendo su tamaño antes que salir de ahí mientras que la enfermera lo único que hacía era tirar de ella para que saliera.

Por lo que aquel jaleo trajo consigo que la militar comenzara a enojarse y defenderse con todas sus fuerzas porque no estaba preparada para salir ya que el miedo era su peor enemigo y a su parecer eso es lo único que existía fuera de la jaula.

El miedo a enfrentar el mundo, el miedo a dar un paso en falso y terminar lastimándose o el peor de todos, el miedo a dañar a Amelia con sus decisiones contraproducentes.

Pero a pesar de todos sus esfuerzos y de su posición cómoda dentro de aquellos barrotes, hoy Luisita era capaz de darse cuenta de que ya no había forma de seguir manteniéndose ahí porque todo lo que amaba y deseaba se encontraba allá afuera.

Es por esto que en aquella mañana invernal se permitió sopesar todos los pros y contra que tenía bajo la manga.

Después de darse una ducha reparadora, la capitana se recostó en su cama para poner sobre la mesa todas las cartas que tenía en su mazo, por lo que se permitió repasar uno a uno los últimos acontecimientos de su vida donde se dio cuenta de que ya no podía seguir huyendo sino que más bien tenía que comenzar a hilar el futuro que deseaba porque ya no tenía forma de seguir en el ejército y no podía pasar toda la vida junto a Amelia aunque ese fuese su mayor deseo, ya que ella tenía su vida por separado.

Luisita suspiró amargamente ante ello dándose cuenta de que seguir presionando sobre su relación pasada no tenía sentido alguno más allá del seguir caminando en los mismos errores que la habían arrastrado hasta esa situación.

Ya que si bien era cierto que la enfermera tampoco era ese monstruo sin corazón que su mente había dibujado tras conocer la noticia de su divorcio, la rubia sabía que también era cierto que necesitaba aprender lo que era comenzar a vivir sin tener a la castaña en su vida o al menos no tenerla en una versión romántica porque no era justo para ninguna de las dos seguir batallando contra algo que había sido inevitable.

El fin de su relación no tenía una sola culpable, ya que ambas habían tomado posiciones opuestas y se habían negado a generar pactos en común para poder solucionar sus encuentros porque en aquellos días había sido más fuerte el tener la razón que el supuesto amor que ambas se habían declarado.

Eso Luisita lo sabía muy bien ya que en más de una ocasión, Amelia le había puesto sobre la mesa la opción de ir a terapia juntas para comenzar a fortalecer esos puntos flancos que nacían al ser personas completamente opuestas y con vivencias que las extralimitaban al no entender a la otra a pesar de todo el amor y la empatía que pudiesen tener entre sí.

No obstante, la chica insegura que había sido en aquel entonces había preferido hacer caso omiso y pensar que las cosas se solucionarían por sí solas.

Cosa que nunca sucedió porque lo que sí sucedió fue que al final del día ambas se hicieron el daño suficiente como para que la reconstrucción de aquel puente en común que unía sus continentes, fuese tan costosa que quedase a la deriva siendo un plan imposible.

Es por esto que la militar decidió que lo primero en lo que tenía que enfocarse para poder poner la primera piedra en aquel puente era entenderse a sí misma y retomar desde cero ese proceso que la morena había comenzado al ser capaz de mostrarle que había más vida fuera de sus paredes, pero que ella mismo se había negado a seguir descubriendo porque el miedo había ganado nuevamente.

Por lo que por primera vez en su vida, la capitana consideró que quizás Amelia tenía razón y lo que necesitaba era comenzar a ir a terapia.

No por querer reconstruir su relación ni mucho menos para no dañar a su ex esposa, sino que la principal razón de peso para dar aquel paso en falso era ella misma con ese deseo que no sabía que tenía hasta esa mañana.

Ese deseo de querer sanar partes, que si era sincera consigo misma tampoco sabía si algún día lograría hacerlo, pero considerar la idea era ese paso al cual nunca había estado dispuesta a ceder hasta hoy.

La militar resopló abrumada ante esa lluvia de cosas para pensar, reflexionar y sobre todo para enmendar porque ya no podía seguir viviendo en ese limbo de no saber lo que realmente quería en su vida y de a su vez no poder sostener ni una sola de sus relaciones por culpa de sus propias inseguridades, ya que era más que consciente que ella era una persona difícil y nadie, ni siquiera Amelia merecía vivir en ese mundo distorsionado que existía en su mente.

Luisita quería cambiar el rumbo de su vida caótica y al fin sentar las primeras bases hacia algo más profundo y duradero pero por primera vez ese cambio no giró en volver a estar con la castaña sino que más bien nació ante ese deseo propio de querer estar mejor consigo misma.

Y aquello le sacó una sonrisa profunda porque jamás se había puesto como prioridad.

Nunca había sido capaz de ver más allá de la necesidad de los otros, por lo que siempre dejaba al final de la lista cómo se sentía al respecto o lo que ella realmente quería, es por esto que se pasó toda la mañana hasta que fue la hora de recoger del cole a su hijo, pensando una y otra vez en todas esos muebles viejos llenos de polvo que existían en su mente y que solo hacían peso innecesario en su cabeza.

La rubia pensó por más tiempo del que le gustaría aceptar, en todas las posibles maneras de quitarlos de aquella habitación.

Al principio creyó que lo mejor era destruirlos a golpes o quemarlos, no obstante, mientras más rebuscaba en su mente alguna solución, mayor era su conciencia frente al hecho de que a veces no se necesitaba destruir todo lo que había a su alrededor sino que más bien también se podía tan solo remodelar y guiar el diseño hacia algo que le gustase e incluso llegó a sopesar la idea de cambiarlos de sitio para ver si así mejoraba un poco el panorama de aquel lugar lúgubre y solitario en el que llevaba condenada desde que tenía memoria.

Sin embargo, después de horas frente a su propias reflexiones se dio cuenta de que los cambios no se daban de un día para otro sino que más bien se trabajaban de a poquito, por lo que se tomó la libertad de iniciar su plan de reforma y como primer paso decidió desempolvar aquellos muebles al permitirse reflexionar sobre su actuar y no solo llegar a posibles soluciones porque aún no tenía la fuerza mental para ello.

Así que toda su mañana se resumió en dar vida a ese primer acto de amor propio, el cual marcó la llegada de diciembre a su vida.

***

—Éstas son las favoritas de mami —fue la frase que la hizo volver a la realidad en donde se encontraba en medio del jardín de la morena junto a Álex bajo el paraguas porque el menor estaba deseoso de mostrarle cómo las gotas de lluvia hacía que las flores bailaran de una forma diferente a la que Luisita conocía.

Cuando su hijo le dio aquella explicación como motivo del por qué quería salir afuera en medio de la lluvia, para la militar fue inevitable que se construyera en su rostro una sonrisa cargada de amor y sin pensárselo dos veces no dudó en ponerle el impermeable verde que tenía de Hulk combinado con las botas azules que hace tan solo dos meses atrás había sido el único calzado que su hijo deseaba llevar a todas partes.

La rubia aún recordaba divertida cómo Amelia le había mandado videos diarios de un pequeño Álex caminando hacia el cole con treinta grados de fondo pero sin querer quitarse las botas de lluvia porque por alguna razón que ninguna de las dos era capaz de entender, a su hijo le encantaban.

Y aquel recuerdo fue el causante del brillo que se apoderó de sus ojos porque definitivamente para la capitana Gómez, el pequeño castaño era la mejor decisión de su vida.

A pesar de que a diferencia de la enfermera, ella nunca había deseado tener una familia en el momento en que Álex llegó a su vida, todo su mundo cambió por completo para pasar a ser un universo lleno de magia e ilusión infantil que aún ahora a casi cuatro años de aquel momento, no era capaz de creerse que estuviese viviendo los mejores momentos de su vida.

Y es que Luisita solo necesitó cargar por primera vez entre sus brazos al pequeño para entender que nada podía ser tan malo si tenía esa dosis gratuita de amor diario en donde sus risas podían calmar hasta el peor de sus recuerdos y dotarla de esa ilusión de que quizás la vida no era tan mala como ella creía y tal vez al fin estaba viviendo el capítulo más amable y agradable de todos.

El cual estaba escrito a través del brillo infantil de parte de Álex y la oportunidad de hacer las cosas de una manera distinta a cómo las habían hecho sus padres.

Y es que a pesar de que la rubia no era capaz de recordar el tiempo en que pasó junto a su madre, a veces cuando cerraba los ojos y se concentraba mucho en ello sentía que podía tenerla a su lado susurrándole esas palabras llenas de cariño que siempre habían estado presente para ella y para su hermana hasta que aquel sueño acabó abruptamente un día de noviembre cuando su madre falleció en un accidente de tráfico.

Para la capitana aquel momento era como una especie de mar turbulento dibujado por momentos borrosos en donde no recordaba exactamente lo que había sucedido ese día pero lo que nunca pudo olvidar fue el rostro lleno de tristeza de su padre cuando atendió la llamada donde le informaron que su esposa había fallecido como también entre sus memorias se encontraba más que presente el cómo su hermana la vistió para el funeral de su madre mientras mordía su labio en un intento de no llorar frente a la menor y ser fuerte.

También se encontraba entre esos tímidos recuerdos el cómo no fue capaz de prestar atención a ningún detalle del funeral porque su mirada no se despegó de sus zapatos sin abrochar porque ella mismo se había negado a utilizar los negros que combinaban mejor con el vestido de flores que llevaba puesto.

Es por esto que su hermana María antes de discutir con ella por esa tontería le permitió que fuese con sus favoritos de luces, pero estos no eran de velcro sino que más bien tenían cordones que ella aún no sabía abrochar, por lo que esa Luisita de cinco años se quedó durante toda la ceremonia esperando impaciente que su madre o algún adulto presente se fijara en su incomodidad y se los amarrara ya que ella aún no sabía hacerlo.

Sin embargo, aquello no sucedió y así fue cómo comprendió que con la muerte de su madre todo iba a comenzar diferente porque ya no tenía a nadie que cuidara de ella ni de su hermana.

La rubia suspiró ante aquel recuerdo fragmentado que llegó a su mente al verse así misma desamparada con cinco años y se le hizo inevitable que su corazón se encogiera ante el detalle de que en aquel entonces había sido tan solo un año más mayor que su hijo.

Pero aún así estaba más que segura que Álex no podría vivir nada de lo que ella había pasado ni tampoco lo deseaba, ya que solo quería que él fuese el niño más feliz del planeta sin tener que dudar nunca de sí mismo ni del amor ni la protección incondicional que su familia podía proporcionarle.

Así que sin más desechó aquel recuerdo de su rutina al tomarlo suavemente entre sus manos y guardarlo en ese baúl de su memoria donde dejaba esas escenas que habían sido tan dolorosas que no merecían ser colgadas en su pared personal de momentos.

Luego de aquello, la militar respiró profundo y devolvió su mirada hacia el pequeño castaño quién le estaba señalando las rosas más rojas del jardín, las cuales aún tenían un par de pétalos entre sus capullos, mientras no dejaba de reírse emocionado por cómo las gotas caían sobre las flores ya que según él aquello sucedía porque el cielo estaba reforzando los colores que ya tenía.

—Sí son las favoritas de mami —afirmó antes de ponerse a la altura de su hijo y disfrutar con él aquel pequeño momento lleno de colores y sensaciones donde lo único existía entre los dos era la lluvia de fondo y la voz cargada de emoción de parte del menor por tener toda la atención de su mamá—, ¿te gustan? —preguntó atenta a lo que el moreno asintió antes de tocar uno de los pétalos de la flor y chillar entre risas al sentir el agua sobre éste.

Luisita no supo cuánto tiempo pasó escuchando la plática de su hijo pero de lo que sí fue consciente fue del cómo le dolía la cara de tanto sonreír cada vez que el pequeño le daba una explicación pincelada con esa imaginación y ese razonamiento que la descolocaba por completo porque a pesar de que ella sabía que la mitad de las cosas que él nombraba no funcionaban de esa manera, tampoco se atrevió a refutar sus teorías ya que le parecían mucho más interesantes que las cosas tan simples como lo eran la lluvia o siquiera el nacimiento de las flores tuviese una explicación sacada de libros de magia y fantasía.

Y es que a la mayor le fascinaba hablar con su hijo por ese mismo detalle porque si era sincera consigo mismo ni siquiera recordaba algún momento de su propia infancia en donde ella haya sido capaz de ver el mundo fuera de la capa natural que tenían los adultos de pintar el universo a través de colores menos intensos y más cotidianos.

No recordaba haber creado historias mientras jugaba con sus muñecas ni mucho menos era capaz de escuchar su voz infantil fuera de la rigurosidad de que desde que su madre había muerto, había sido exiliada del mundo mágico de los niños y había caído de golpe contra el asfalto de ese mundo lleno de austeridad y realidad que era tener como única compañía diaria a su padre y a su hermana, quien a pesar de que se había esmerado para que la infancia de la menor durase un poco más, no lo había conseguido ya que era una misión imposible ante el hecho de que María no tenía el poder de tapar el sol con un dedo, por lo que fue inevitable que con el paso de los días, Luisita pasara de ser esa niña llena de ilusiones a esa adulta solitaria que era hoy en día, ya que no habían más opciones en su casa.

—Mami siempre dice que si le hablas a las flores estas crecen más —aseveró el menor antes de ponerse en cuclillas para susurrarle a las rosas lo bonitas que se veían hoy, acto que provocó que la rubia deseara comérselo a besos porque no entendía cómo había tenido tanta suerte de tener la oportunidad de ser la otra mamá de un niño como Álex.

Y es que para Luisita cada cosa que hacía o decía su hijo provocaba como efecto colateral que su corazón tirase miles de arcoíris cargados con los colores más bonitos del mundo y se encogiese a tal punto de querer explotar al no saber cómo expresar de la manera correcta toda esa ternura y amor que le provocaba.

Por lo que no dudó en abrazarlo y comenzar a comerse sus mofletes mientras el castaño se reía divertido por cómo su madre siempre era cariñoso con él incluso hasta en los momentos en que su otra madre lo regañaba por hacer una trastada.

Para Álex la llegada de militar siempre era una especie de carnaval mezclado con un evento interestelar, navidad y su cumpleaños porque solo bastaba un par de días para que todo en casa se sintiese más mágico de lo normal en donde se levantaba con su desayuno favorito y su madre queriendo comérselo a besos a cada momento como también a sus casi cuatro años, el menor había notado que a Amelia también le cambiaba la cara cada vez que regresaba la militar porque dejaba de estar tan seria y preocupada como solía ser y pasaba a ser una persona más animada y risueña como a su vez compartía más tiempos juntos dejando que se saltara la hora de dormir y que incluso pudiese dormir de vez en cuando en su cama.

Pero él también era consciente de que aquel momento era como las fiestas que sucedían solo una vez al año y cuando éstas pasaban se quitaba las luces de las calles al igual que los adornos para darle paso a la normalidad, la cual en su casa era volver a no tener a la rubia todos los días y acostumbrarse a que su madre volviese a estar menos permisiva e incluso había llegado hasta a descubrirla llorando en más de una ocasión por la partida de Luisita.

Álex aún no era capaz de entender la razón por la que su otra mamá no era capaz de quedarse en casa, a pesar de que la morena siempre le explicaba que el trabajo de la rubia era muy importante porque ayudaba a otras personas de lugares muy muy lejanos como lo hacían los superhéroes de sus cómics.

Sin embargo, para el pequeño castaño aquella explicación no era suficiente porque prefería cien veces que su madre dejase de ponerse la capa para ayudar a los demás y se quedase en casa con ellos, con tal ya existía toda una liga de superhéroes dispuestos a salvar al mundo de los villanos y ninguno de ellos tenían hijos que le esperaran en casa.

—¿Sabes que yo le regalé un ramo así de grande cuando comencé a salir con mami? —sentenció la mayor mientras expandía sus brazos para mostrarle gráficamente lo grande que había sido el ramo mientras su hijo la observaba rebosando de felicidad por aquella historia—, todas las mañanas le dejaba una rosa sobre la mesa cuando estábamos juntas, le encantaban —susurró más para ella que para el menor porque aquellos eran los momentos que más le dolían, el hecho de que si veía desde afuera su historia de amor era increíble porque había amor de ambas partes, tanto que a diario creía que no podía querer más a la morena para luego terminar por la noche con una sonrisa en su cara al descubrir que sí era posible.

No obstante, en los últimos días, Luisita había descubierto que a veces el amor no es suficiente para que una relación se mantenga en pie sino que más bien se necesitaban de otras cosas mucho más importantes como lo era la comprensión, el saber conversar las cosas y sobre todo la más importante de todas, el ser tolerante con la otra persona y su sentir porque que ella lo haya pasado peor en la vida no le daba el derecho de juzgar a nadie ni mucho menos de clasificar las penas del resto como innecesarias.

—¿Y por qué ya no lo haces? —preguntó el menor a lo que la militar tan solo se encogió de hombros antes de suspirar—, ¿a mami ya no le gustan?.

—Bueno no le gusta que yo lo haga —afirmó tratando de no nublar su vista con un par de lágrimas traicioneras—, las cosas son diferentes peque, mami ya no me quiere de esa forma y está bien —confesó a lo que el castaño frunció el ceño sin entender—, las cosas cambian con el tiempo... es como cuando te deja de gustar tu juguete favorito porque llega uno mucho más guay, bueno eso —confirmó a lo que su hijo no dudó en abrazarse a su cuello con todo el amor del mundo mientras ponía un puchero ante aquella respuesta.

—Pero yo te sigo queriendo más que a mi Hulk —refutó a lo que la rubia solo pudo asentir abrazando con todas sus fuerzas al menor quien no tardó en regalarle un par de besos para que no se sintiese mal ante el hecho de que su madre haya cambiado de parecer—, yo nunca voy a dejar de quererte mucho, mucho, mamá.

—Lo sé, mi vida —aclaró en un intento de no llorar por lo que Álex le estaba diciendo—, solo que mami tiene todo el derecho de querer a otras personas además de a nosotros como a Ignacio por ejemplo, él te cae muy bien, ¿no? —soltó a lo que el castaño asintió—, pues ya ves, no tiene nada de malo con que las cosas cambien porque hay cosas que nunca lo harán como el amor que ambas sentimos hacia ti —apuntó antes de atacar al más pequeño con una lluvia de besos y cosquillas en su tripa que hizo que aquella escena pasara a ser un torbellino de risas en donde Luisita no dudó en tomar entre sus brazos a su hijo mientras dejaba el paraguas a un lado y ambos sintieron cómo las últimas gotas que quedaban de la tormenta que de a poco se estaba despejando, caían sobre sus cuerpos llenándolos de esa paz que la rubia había olvidado por completo pero que en las últimas semanas había vuelto a sus territorios.

Pero aquella escena no fue tan mágica como lo fue el momento preciso en que la militar chocó contra aquellos ojos almendrados que estaban mirándola con un brillo que ni siquiera recordaba la última vez que habían guiado su destino.

Por lo que su respiración se cortó en un segundo al ser testigo de cómo incluso después de ocho años después de la primera vez que aterrizó en esas playas soleadas, Amelia seguía siendo su lugar favorito en el mundo.

Uno que tenía las cuatro estaciones instaladas en su mirada pero que siempre estaba en el toque perfecto de otoño donde mirarla se sentía a salir con la lluvia sobre tus hombros con un suéter fino y a la vez te emocionaba tanto como sentir sobre tus pies cómo crujían las hojas sobre el piso.

Luisita mordió su labio anonadada por la forma en que no importaba que la mayor estuviese con un moño sujetando sus rizos ni mucho menos el cansancio de regresar del trabajo, ésta la hechizaba con aquel deseo hecho realidad que era la castaña en su vida porque aquella mujer frente a ella era el evento interestelar más grande que había presenciado jamás.

Habían sido incontables las noches en que se había quedado despierta con una sonrisa bordeando sus labios mientras de encontrar que los toques de realidad presentes en Amelia, ya que no podía creer que la morena no fuese obra de su imaginación.

Es por esto que la militar conocía de memoria cada lunar, cada pestaña suelta, cada sonrisa y cada color detrás de la mirada que Amelia ofrecía al mundo.

Y es que incluso en sus momentos más difíciles donde la morena la torturaba al verla con la indiferencia marcando sus pupilas, a la militar solo le daban ganas de abrazarla y prometerle que todo iba a ser diferente.

Lástima que aquellas promesas eran imposibles de cumplir.

—¡Mami! —exclamó Álex provocando que aquel eclipse milenario que las había abrazado por un par de segundos desapareciera y la morena no dudase en dirigir su mirada hacia su hijo, quien le pidió a su madre que lo bajase para correr hacia la enfermera notando cómo éste no podía dejar de ver a Amelia con ese hipnotismo que la rubia entendía a la perfección porque era justamente como ella se sentía a diario.

Es por esto que la militar solo se quedó observando en silencio la forma tan natural en que la castaña desprendía ese amor incondicional que sentía hacia Álex, provocando que su subconsciente se muriera de amor porque sin duda alguna estos eran sus momentos favoritos en donde no había rivalidad, ni deudas pendientes ni mucho menos ganas de lastimar a la otra sino que todos sus esfuerzos se enfocaban en darle todo el amor posible al bebé que compartían en común, aunque para la rubia aún siguiese siendo extraño tener tanto entre sus manos.

Y es que hasta que habían comenzado a vivir junto a Amelia, la capitana no era capaz de recordar ni una noche en que haya recibido un abrazo por una pesadilla ni mucho menos que a alguien le haya interesado todo lo que decía, por lo siempre había tenido que luchar sola contra sus propios demonios y tampoco es que le molestara aquel escenario porque era el único que conocía.

No obstante, los verdaderos problemas vinieron cuando la castaña se tomó como meta personal darle todo su amor para que Luisita pudiese ayudarse a sanar sus heridas que supuraban de vez en cuando en su mal genio porque aquello había traído bajo sus alas el hecho de que la militar fuese consciente de todas sus carencias emocionales y tener que lidiar con ellas para así no desmoronarse cada vez que después de hacer el amor, Amelia repasara sus dedos sobre su espalda para luego besarla porque nadie la había tratado así de bien jamás.

Como también con el pasar de los meses y los años tuvo que acostumbrarse al detalle que a diferencia de ella, la castaña sí tenía una buena relación con toda su familia, razón por la que la capitana siempre necesitaba de unos minutos a solas antes de visitarlos para entender que no había nada de malo en recibir la atención de ellos ni mucho menos en seguir sus conversaciones, además de llenarse de valentía para no romper en llanto cada vez que veía desde lejos cómo todos en el clan Ledesma se querían lo suficiente como para decirlo en alto y ser cariñosos entre sí porque en la vida de Luisita todo eso sonaba a una ilusión extraña.

Sin embargo, el mayor quiebre de realidad de parte de la militar llegó cuando después de dos años intentando tener a Álex al fin ese positivo que tanto deseaba y le aterraba a partes iguales llegó a su vida, provocando que por primera vez en su vida aceptase que no era tan fuerte como ella creía porque cuando tomó a su hijo en brazos le fue imposible no llorar ante el hecho de que no sabía qué hacer con tanto ya que no sabía cómo ser una mamá y sobre todas las cosas sentía que no iba a ser capaz de ser una buena persona para su bebé porque lo único que había aprendido de la vida eran golpes injustos que ella no estaba dispuesta a replicar en el pequeño castaño.

—Hola mi pequeño Tarzán —sentenció Amelia al tomarlo en brazos y llenarlo de besos mientras este se reía de las caras raras que su otra madre le hacía desde la distancia provocando como efecto colateral una carcajada que rompió al universo por la fuerza con la que ésta llegó a sus vidas.

Pero eso no fue lo único que causó aquella carcajada que tuvo réplicas en ambas sino que también fue la causante de que los planetas erráticos de Luisita y Amelia volviesen a rozar de una manera más prolija y directa como ese rayito de sol de invierno que bordea y acaricia tu cara para recordarte que no estás solo en el mundo.

Ambas se miraron como no lo hacían en años y aunque este eclipse duró apenas unos segundos, su efecto se expandió como una ola de mar en sus cuerpos necesitados de calma.

Una ola tan potente que a pesar de que ninguna de las dos iba a aceptar en alto cuánto les había afectado, ambas necesitaron parpadear en más de una ocasión en un intento de creer lo que estaba sucediendo porque aquello fue tan inesperado como lo fue de sorprendente.

La de rizos agachó la mirada nerviosa al sentir la presión de aquella ola que golpeó contra su lado más racional mientras la rubia solo respiró profundo en un intento de no ahogarse frente a ella.

—Venga amor anda adentro con mamá mientras saco las cosas del coche —resolvió la mayor dejando a su hijo en el piso sintiendo el peso de la mirada de su ex esposa quien no dejaba de sonreírle en un intento bastante desesperado de que le confirmara que ella se había sentido igual de aturdida por el poder de aquella ola.

Sin embargo, al notar que no obtuvo respuesta alguna de parte de la castaña, la rubia solo suspiró amargamente, chasqueó la lengua y caminó junto a su hijo a la entrada para quitarle las botas y el impermeable mientras su mirada no dejaba de recaer una y otra vez en la enfermera.

Es por esto que Luisita intentó por una última vez buscar en la mirada de Amelia alguna respuesta a su pregunta del millón, la cual nunca llegó a través de palabras pero cuando notó cómo las mejillas de la mayor se pintaron de una leve capa rojiza supo en su interior que eso era todo lo que necesitaba para poder volver a sonreír y condecorarse como la ganadora de aquel encuentro.

La castaña por su parte repasó en silencio la forma en que los hoyuelos de la militar siempre le daban pase libre a sus territorios inhóspitos, los cuales llevaba el tiempo suficiente sin explorar que solo le costó estar cinco segundos en aquel lugar para sentirse una extraña al caminar descalza sobre ellos sin saber realmente qué hacer en aquel lugar de arena fría y de cielo encapotado.

Amelia suspiró ante ello porque a pesar de la extraña sensación que recorrió su piel, tampoco se sintió incómoda sino que tan solo sonrió dejándose llevar no por la extrañeza sino que más bien por la cálida sensación que acunó su vientre, mientras sacaba su bolso del hospital y los pastelitos que había comprado para la merienda en donde después de terminar de hablar con María, no había dudado en parar en una pastelería para comprar exclusivamente un par de pedazos de tarta de zanahoria porque era la favorita de Luisita.

Ni siquiera se había dado cuenta de aquel detalle sin importancia hasta que se encontró pagando y se dio cuenta de que inconscientemente su mente anhelaba conseguir un alto al fuego y de paso algún pacto que las ayudase a dejar de mantener aquel bombardeo constante en el que llevaban envueltas desde un poco antes del divorcio.

Por lo que al ver la bolsa con los dulces solo pudo sonreír para luego darse vuelta y desear por una milésima de segundo que la sonrisa de la rubia aún estuviese iluminando la entrada de su casa.

La cual para su sorpresa aún estaba prendida en el rostro de la militar mientras entraba animada con su hijo a casa dándole el tiempo suficiente para respirar profundo, suspirar y convencer a sus piernas de que no flaquearan por lo que sea que había pasado hace menos de un minuto.

No obstante, aquella sonrisa cómplice no fue la mayor sorpresa de la tarde sino que más bien lo fue el hecho de que en medio de su salón estaba puesto el árbol de navidad que toda la mañana había pensado en que tenía que sacar de las cajas de la bodega.

Amelia frunció el ceño sin poder creer lo que estaba pasando, ya que definitivamente ni siquiera esperaba que Luisita fuese tan amable como para sacar los adornos de la bodega, pero ahí estaba frente al árbol de un metro ochenta reluciendo en una esquina del salón mientras que todas las cajas con las decoraciones esperaban pacientemente a que ella volviese de trabajar e inaugurara diciembre.

—Has montado el árbol —sentenció sin ser capaz de creérselo a lo que la rubia asintió sin más porque llevaba el tiempo suficiente conociendo a la morena como para saber a la perfección de que hoy era uno de los días más anhelados por ella de todo el año.

Así que a pesar de que tardó al menos treinta minutos en encontrar las decoraciones de navidad, la militar decidió sorprender a la mayor con aquel gesto que no tenía ninguna razón de ser más allá del simple agradecimiento por haberla acogido a su casa.

—Pues sí —murmuró sin ser capaz de alcanzar la mirada de la morena luego de aquel encontrazo hace tan solo unos segundos—, has trabajado todo el día así que te ahorré un poco el trabajo —susurró tímidamente mientras la sonrisa de la mayor no dejaba de expandirse por todo el salón—, solo que no he puesto las luces ni nada porque sé que es tu parte favorita —determinó antes de rozar por una milésima de segundo sus ojos oscuros sobre los de la castaña encontrando nuevamente el mismo brillo de años atrás desperezándose del largo letargo en el que habían vivido.

—Gracias no tenías por qué.

—Ya —soltó sin más—, me ha parecido lo correcto.

Amelia asintió ante aquella respuesta y aunque en su boca se acumularon miles de palabras para seguir con aquella conversación, finalmente no expulsó ninguna de ellas y solo se quedó observando en silencio al árbol frente a ella.

—Por cierto he traído tarta de zanahoria, tu favorita —apuntó con la misma timidez de su hijo cuando lo atrapaba con los rotuladores en la mano después de manchar el piso con ellos—, espero que te guste —musitó mordiendo su labio al no ser capaz de ni siquiera dirigirle la mirada a la rubia o más bien no ser capaz de permitirse volver a tener aquella conexión.

—Gracias —fue la palabra que dio por finalizada aquella conversación.

Sin embargo, frente a sus propias murallas, ambas se miraron con el mismo fulgor que había existido antes, lo que hizo que la chispa de cada una de sus auras se encontraran y volvieran a causar aquel evento interestelar donde las estrellas las envidiaban y ellas pasaban a ser las únicas habitantes del planeta.

***

—Se ha quedado frito con todo el jaleo del árbol —murmuró Luisita antes de besar la frente de su hijo y notar cómo Amelia la observaba de reojo dividiendo su mirada entre frozen, la cual era por mucho una de las películas favoritas de su hijo, y en su boca como si no fuese capaz de dirigir su mirada hacia otro lugar en su rostro.

—Es un bebé —afirmó la mayor antes de acomodarlo mejor entre las mantas del sillón donde los tres habían decidido merendar y quedarse viendo películas hasta que Álex se quedara dormido—, siempre se queda dormido en la misma parte de la peli —concretó provocando que la rubia riese y por unos segundos guardara en su retina aquel momento donde el pequeño castaño se encontraba entre las dos con su rostro sobre el hueco de su cuello y toda la tranquilidad del mundo decorando su perfil mientras Amelia lo miraba como si fuese su mundo porque realmente lo era.

—Si quieres lo voy a dejar en su cama —comentó a lo que la castaña ladeó la cabeza.

—No, déjalo por unos minutitos más —refutó a lo que la militar asintió feliz de que aquella escena se extendiese un poco más de lo normal—, ama cuando tú regresas —susurró sin dejar de sonreír—, conmigo nunca reluce tanto.

—Qué dices Amelia si Álex se muere por ti.

—Ya...pero es diferente, no es lo mismo ser la mamá que ve a diario que la que llega a dar vuelta la casa y que espera con tanto anhelo —murmuró—, y no es reproche es solo....bonito —soltó sin ser capaz de darle las palabras correctas a lo que su mente quería decir—, me encanta ver lo feliz que es contigo, Luisa —aseveró provocando que la rubia desempolvase esa sonrisa que hace mucho no tocaba sus labios—, eres la mejor mamá que podía haberle dado a Álex.

—Y tú también lo eres, Amelia —aclaró tratando de retener las palabras de la morena en su corazón porque era la primera vez en años en que podían mantener una conversación de más de cinco minutos aunque como siempre éstas rondasen en su hijo—, lo haces espectacular.

La morena suspiró ante ello ya que amaba Álex con toda su alma, pero de una manera distinta a lo que lo hacía la rubia, es por esto que sabía a la perfección que no era su mamá favorita porque no era ese remolino aventurero que Luisita sí era con el menor.

Ella se cansaba de su hijo de vez en cuando aunque lo amase con locura. Le gustaba tener su espacio personal y muchas veces solo lo había dejado al cuidado de alguien más solo para tener un par de horas a solas.

Perdía la paciencia con facilidad y más de una vez había llorado porque no sabía qué hacer con el estrés entre su trabajo y tener a un niño pequeño desordenando su casa, sin embargo, la rubia parecía tener todo siempre en calma cuando se trataba de Álex.

Era como si hubiese nacido con el don para comprenderlo y hasta cuando era tan solo un bebé, él solo deseaba dormir en sus brazos como si hubiese una conexión que iba más allá de lo que era real.

Es por esto que Amelia tampoco competía por ser la mamá favorita porque era parte del orden natural de las cosas, quedar embobado ante la presencia de Luisita Gómez.

—Gracias —susurró más por no querer dejar hasta ahí la charla que por otra cosa.

No obstante, el silencio las invadió por unos minutos mientras ambas trataban de reunir la valentía suficiente como para darle voz a sus pensamientos, siendo la enfermera la primera que se atrevió a dar aquel paso entre arenas movedizas.

—Me gusta que estés aquí —soltó finalmente provocando que la rubia abriese sus ojos impresionada ante el poder con el que aterrizaron aquellas palabras sobre su rostro—, y solo quería decirte gracias por todo, no solo por estar con Álex y darme unos minutos de libertad con él sino por....bueno ser tan considerada de arreglar el fregadero y los estantes y no sé, hace mucho que no sentía que podía tener a alguien más ayudándome con todo —sugirió mientras la capitana solo era capaz de escuchar en silencio lo que la enfermera tenía que decir—, sé que en este último tiempo tampoco te he tratado de la mejor forma pero de verdad anhelo no tener que estar discutiendo contigo cada cinco segundos ni mucho menos enojarme solo por tenerte cerca al pensar una y otra vez en cómo terminó nuestro matrimonio —apuntó antes de dirigir sus ojos color playa sobre el rostro de Luisita el cual estaba iluminado por las luces de navidad dándole ese toque etéreo en medio del salón—, eres una persona increíble, Luisi —se sinceró finalmente sintiéndose una completa imbécil al ceder ante el sentimentalismo pero qué más daba si de todas formas necesitaba al fin darle voz a todo eso que había callado—, sino no me hubiese casado contigo y aunque las cosas no resultaron como hubiese deseado, quiero darle fin a la guerra entre nosotras y no sé....permitirnos conocernos y quizás hasta llegar a ser buenas amigas —refutó con un bufido carcomiendo sus labios—, igual si piensas que todo esto es una tontería ya podrías pararme, ¿eh? —bromeó a lo que la militar tan solo negó.

—No me lo parece —susurró algo avergonzada de tener su mirada expuesta ante la morena por más tiempo del que estaba acostumbrada—, yo también quiero lo mismo, Meli —determinó antes de morder su labio insegura al no saber si podía utilizar aquel diminutivo sin ser atacada por la castaña pero ésta tan solo suspiró antes de asentir.

—¿Qué nos pasó, Luisi? —tiró finalmente—, porque al menos yo no era capaz de ver una vida sin ti.

—Ni yo —manifestó al borde de las lágrimas por tener esa conversación mientras Amelia repasaba una a una sus expresiones en búsqueda de respuestas que ninguna de las dos tenía—, pero quiero encontrar la razón para así aprender de ella y no volver a esto —sugirió sorprendiendo por completo a la mayor quien no esperaba esa respuesta tácita de parte de la militar—, aunque no lo creas, quiero hacer las cosas bien esta vez, no por ti ni por Álex aunque sean parte de las razones más importantes sino por mí.

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