Punto y aparte

Por Forevertaylorsusy13

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Amelia Ledesma siempre supo que Luisa Gómez era el tipo de mujer con la que era mejor poner puntos finales a... Más

Antes de leer
Maldita costumbre
Cuando nadie ve
No se va
Yo no merezco volver
Cuando el amor se escapa
Otras se pierden

Punto y aparte

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Por Forevertaylorsusy13

Luisa Gómez no era de las personas que sentían miedo con facilidad.

No lo había sentido en su primera misión cuando fue enviada sin misericordia alguna a una guerra que estaba en su peor punto en donde a punta de golpes y balas sin dirección tuvo que armarse de valor y aprender a salir con vida de aquel matadero que se llevó en una sola noche no solo una gran parte del brillo dibujado en sus irises antes de aquella batalla al mostrarle sin censura alguna lo peor del ser humano, sino que además se llevó consigo a dos de sus compañeros más cercanos hasta ese momento.

Tampoco lo había sentido cuando la mitad de su batallón se encontraba mal herido en medio del desierto sin provisiones y a casi diez kilómetros de su base militar,.

Sin embargo, ver a Amelia Ledesma esperando por ella en el estacionamiento del aeropuerto con su vieja camioneta a sus espaldas, la hizo tiritar de tal forma que sintió que con cada paso que daba estaba más cerca de desplomarse en medio de la nieve que cubría toda la ciudad.

No estaba segura de la razón de aquello, pero cada vez que veía a la castaña, todos sus sentidos se apagaban y era como si no pudiese controlar ninguno de sus pasos ni mucho menos sus miradas porque desde que la conocía hace más de ocho años, era cosa de tan solo llegar al cielo forrado de estrellas que eran sus ojos dorados para que estuviese a los pies de aquella Afrodita que ante tanta belleza acumulada no le tomaba peso al efecto colateral que producía en los simples mundanos.

«Joder es que sigue siendo tan guapa como siempre», se dijo a sí misma antes de comenzar a avanzar nerviosa hacia donde se encontraba la chica de rizos volátiles y mirada profunda mientras todo su cuerpo se sentía tan pesado como si de un segundo a otro estuviese caminando en medio de una llamarada solar donde con cada paso que daba, la tierra se fundía en sus pies.

Y es que a la rubia solo le bastó una mirada para sentirse atacada por el atuendo simple y contradictoriamente devastador que llevaba puesto la mujer de la camioneta ya que esa chaqueta jean sumada con ese par de pantalones negros ajustados que dejaba a la luz las piernas contorneadas que la morena tenía, la hicieron delirar con un vuelo directo a esa tierra del ayer donde en algún momento de su vida había tenido la fortuna de que en todas sus mañanas se proclamara dueña de cada punto cardinal de la enfermera, pero que en el ahora con suerte podía dirigirle un par de palabras escogidas con pinzas para ser parte de ese guión quebradizo y opaco en el que se habían convertido sus conversaciones eternas.

Luisita suspiró ante aquel recuerdo fragmentado que era su vida antes de que la desolación las atacara, en donde Amelia y ella habían pasado de dibujar lunas y constelaciones en la espalda desnuda de la otra, a crear límites fronterizos donde la mayor le tenía estrictamente prohibido acercarse al camino minado que rodeaba sus costas.

Orden que la rubia como buena militar que era, había aceptado sin rechistar porque en su interior era más que consciente que aquel distanciamiento era su culpa y aunque había tratado con todas sus fuerzas arreglar aquel enfrentamiento, no había encontrado la forma de cambiar las líneas de aquella historia mal contada que había sido su matrimonio.

La mujer de ojos oscuros se tomó un par de segundos para analizar el campo de batalla al cual voluntariamente se estaba metiendo al seguir caminando hacia la camioneta, por lo que con paso inseguro buscó en silencio francotiradores dispuestos a destruir su corazón como sucedía en cada encuentro que tenían cada seis meses desde que la mayor le había pedido el divorcio.

Pero para su sorpresa al llegar al terreno desolado entre las pupilas almendradas de la castaña no se encontró con el enemigo sino que más bien notó cómo hoy Amelia lucía diferente al recuerdo taciturno que tenía de la última vez que se habían visto.

Debido a que, a pesar de que su semblante serio de no importarle en lo más mínimo la mujer que estaba frente a ella, estaba más que presente, este por primera vez desde que se habían divorciado hace un año atrás lograba transmitir algo más que rabia encarnizada y como si se tratase de cortinas dejando que la luz pululara entre sus escondrijos, el amanecer que se plantó frente a la menor no tardó en impactar como balas perdidas en el uniforme militar de la capitana Gómez agotando sus refuerzos y dejándola sin municiones ante aquel ataque imprevisto.

«Maldita sea Amelia, ¿alguna vez puedes dejar de ser tan tú?», pensó antes de suspirar y que un tímido hola llegase como un faro en medio de la marea con el único fin de re dirigir todos sus pensamientos.

Acortando así la distancia que existía entre ambas y que su corazón se paralizara por completo cuando notó que lo único que las separaba de la mirada de la otra era esa cortina de hierro auto impuesta por la mayor después de la peor declaración de guerra de la historia de la humanidad.

Y es que sin querer aquel hola retumbó en ambas como una ola sísmica sin precedentes, la cual había sido aplazada por meses y le permitió a la rubia acercarse un poco más a esas facciones endurecidas y a ese mundo de colores que no le pertenecía en absoluto.

No obstante, a pesar de todos sus esfuerzos y la experticia de ser la mejor estratega de su grupo, Luisa Gómez no fue capaz de cruzar ese océano que rodeaba las murallas de Amelia Ledesma.

Tal vez fue porque ese hola no le ofreció el impulso suficiente para que pudiese cruzar al otro lado o quizás su mirada rogándole por algo más que ese desprecio eterno que sentía la castaña hacia ella, no logró crear una bandera blanca entre ambas.

Fuese como fuese, la capitana resopló ante el hecho de que había perdido la primera oportunidad en mucho tiempo de escuchar algo más que el ruido destructivo de las bombas terroristas que sobrevolaban sobre sus cimientos en cada encuentro que tenía con la morena.

Es por esto que un bufido le confirmó su estado actual siendo una completa foránea en los territorios dominados por la mujer de mirada impenetrable.

—Gracias por venir por mí —soltó finalmente la rubia mientras la castaña no dejaba de analizar de pies a cabeza al enemigo en potencia que se había convertido su ex mujer.

Análisis que provocó que Luisita sintiera cómo sus piernas se doblegaban ante el huracán Ledesma que estaba revolviéndole el alma a mil kilómetros por segundo mientras éste tan solo buscaba en los alrededores de aquel corazón roto, algo más que una ciudad en ruinas donde habitaba la persona que erróneamente la había llamado con el título de ser el amor de su vida.

Amelia bufó luego de aquella misión improvisada de rescate hacia la zona de guerra en donde se encontraba la rubia, sintiendo en un segundo la repercusión de aquella abofeteada mental que llegó a desestabilizarla al ofrecerle a la militar siquiera un par de segundos de su preciado tiempo.

Golpe que se acrecentó ante el hecho de que para su sorpresa no encontró nada más que los escombros de todos esos recuerdos que odiaba reconocer y la desesperanza bombardeando cada esquina de su corazón.

Mientras que Luisita por su parte, tan solo se dejó llevar por la condena permanente que le otorgaban aquellos irises dorados porque sabía mejor que nadie lo difícil que era ganarse la confianza de aquella chica y más cuando ella misma la había roto.

Es por esto que no se sorprendió de que no hubiesen abrazos ni emoción alguna en su semblante en aquella escena tan distante como lo era de cruenta, ya que al final del día la soldado era quien lo había fastidiado todo y la única razón por la que Amelia le dirigía la palabra y se encontraba ante ella en esta fría mañana de noviembre era porque a pesar de que sus hilos rojos se habían perdido para siempre al ser desterrados a continentes diferentes, estos seguían unidos por un niño que pronto cumpliría cuatro años y que se encontraba dormido en la sillita de la camioneta.

—Eres la mamá de Álex, tenía que venir —respondió sin más encogiéndose de hombros antes de abrirle la puerta del copiloto de su camioneta azul—, ¿tu equipaje? —preguntó enarcando la ceja a lo que la capitana se limitó a suspirar y apretar suavemente la tira del bolso que cargaba en el hombro ya que era lo único que traía consigo.

—Solo esto —aclaró con una suave sonrisa que la morena aceptó de forma retraída con un leve asentimiento de cabeza y el ofrecimiento más amable que tenía a la mano para ayudarla a dejar el bolso en la parte trasera y así se sintiese más cómoda en el vehículo.

No hubieron más palabras de por medio, pero no se necesitó de ninguna para escuchar cómo las placas tectónicas que las separaban crearon entre sus pies más fallas a través del silencio implosivo que rodeó aquella escena en donde ninguna de las dos quiso pasar la frontera del corazón de la otra con sus miradas.

Sin embargo, en el momento menos esperado, la gravedad hizo su trabajo provocando que ambos planetas errantes chocaran entre sí marcando el primer enfrentamiento real desde el divorcio en donde ambas mantenían una especie de batalla contrarreloj para aprender lo más pronto posible sobre cómo actuar frente a las desconocidas que eran.

Fallando rotundamente en todos los aspectos posibles porque aunque se negaran a aceptarlo, las cenizas de sus ciudades en llamas seguían revoloteando en el ambiente.

Así que por un par de segundos Luisita ignoró por completo el ambiente denso y feroz en el que coexistían sus almas porque era algo más que esperable luego de que ella tardase un año y medio en firmar los papeles de divorcio.

Podía haber justificado aquel acontecimiento con razones de peso como que estaba luchando como soldado en medio de una Siria convulsionada o porque estaba abriendo pozos en África para que la gente tuviese agua potable, pero dentro de ella o mejor dicho dentro de ambas sabían que la razón por la que la chica de lagunas impasibles se había negado a firmar aquella declaración de guerra era tan simple que se resumía en no querer dejar ir lo único real que había tenido en su vida incluso aunque esto trajese consigo el odio y molestia que Amelia sentía directamente hacia su presencia.

Y es que había tratado con todas sus fuerzas tomar la única cuerda de la esperanza que existía entre sus continentes y caminar por ella en un intento de volver a aterrizar en aquella playa de verano que era Amelia.

No obstante, ante la presión, las dudas y sobre todo el miedo de perder todo por lo que había luchado, había pasado a ser la intransigente de la relación negándose a dar su consentimiento para agilizar los papeles porque según su lógica solo era cuestión de tiempo, de mover sus ases bajo la manga, que le dieran un descanso del trabajo y todo volvería a la normalidad.

En una jugada que era tan fácil como lo era de errada.

Pero para la rubia de hace un año y medio atrás, el panorama no se encontraba tan nublado como realmente lo estaba, así que no dudó en utilizar todo de sí para extenderlo lo más que pudiese.

Al final del día todos los matrimonios tenían altos y bajos y su caso no podía ser diferente porque se amaban o al menos esa era la idea que su cabeza había tratado de defender a capa y espada, ignorando por completo todos los gritos desesperados de parte de la morena para que al fin dejase libre ese amor que no solo se estaba cayendo a pedazos con el pasar de los días, sino que a su vez ante el intento desesperado de aprisionarlo, Luisita había terminado de exterminarlo al incendiar por accidente con sus discusiones los últimos vestigios que quedaban de él.

Creando dentro de ese lugar en el mundo que había sido la enfermera en su vida, un campo de rosas que se alimentaba de las cenizas que ahora pululaban entre el semblante despiadado de la castaña y el corazón roto de la capitana.

Y es que a veces el amor no es suficiente para mantener en pie una relación si hace mucho tiempo ya no existen palabras capaces de construir nuevos capítulos porque para sorpresa de ambas, a pesar de haber jurado mil y un veces que eran lo mejor que le había pasado a la otra, solo había sido cuestión de tiempo para que esas palabras se disolvieran y de paso entre todos los lenguajes del mundo, Amelia hubiese aprendido a hablar uno que la rubia jamás sería capaz de traducir, ya que estaba creado en base al cansancio y el desgaste de una rutina que no daba para más y que la militar se negaba a ver.

En aquella época ambas se habían encontrado en una batalla a muerte donde existían tantos puntos de inflexión como zonas de amnistía internacional, donde estaban cansadas de mirar siempre al reloj para encontrarse con la otra pero a su vez ninguna de las dos quería hacer las maletas para mudarse porque la cotidianidad y el amor aún las mantenía en pie.

Sin embargo, lo que no sabían era que de a poco ese amor comenzó a crepitar, a pesar de sus excusas diarias de que todo podía arreglarse si le agregaban más horas a sus encuentros.

En donde lastimosamente el tiempo no las ayudó sino que más bien después de tres descansos durante año y medio, ninguno de ellos hizo que la relación mejorara sino todo lo contrario, aquellos descansos solo sirvieron para que se distanciaran de tal forma que la chica de ojos almendrados no tolerara más la presencia de su ex alma gemela trayendo como resultado que la más baja se cansara de luchar contra la corriente que era Amelia, así que a pesar de no estar de acuerdo en ello, finalmente había decidido que lo mejor para ambas era darle punto final a todo.

O al menos no del todo ya que a pesar de estar separadas seguían compartiendo la ilusión de sus ojos que era Álex.

—Álex se ha dormido esperándote —murmuró la enfermera mientras ambas dirigían su mirada hacia el niño que se encontraba abrazando el peluche de elefante que la rubia le había regalado apenas había nacido y que con aquellas pestañas gigantes que había heredado directamente de la chica de jeans negros, no dejaba de lucir como la cosa más bonita y adorable que existía en sus universos.

Una leve punzada en su pecho que no supo darle un significado en específico atacó a la capitana donde sintió la necesidad de comerlo a besos como hacía cada vez que estaba de retiro, pero sabía que de nada serviría levantarlo porque el recorrido hacia la casa de Amelia era de casi una hora, por lo que el pequeño se desesperaría al no tener a ninguna de sus madres cerca.

Así que solo admiró en silencio el sueño más bonito de su vida con un par de lágrimas en sus pupilas, las cuales le recordaron lo frágil que podía ser todo porque definitivamente cuando nació Álex, jamás hubiese llegado a imaginar que su futuro iba a estar lleno de despedidas grises, fracasos que ella misma había creado y cicatrices que supuraban de vez en cuando a pesar del paso de los meses. porque jamás habían llegado a sanar del todo.

—Es lo más lindo de este mundo —chilló sin dejar de observar que a pesar de todos los errores que había cometido en su relación, Álex era lo mejor que había sucedido entre ambas y aquello era indiscutible por lo que Amelia asintió con una sonrisa taciturna.

—Ya sé —mencionó la conductora cambiando su semblante a uno más ligero como siempre pasaba cuando comenzaban a hablar sobre su hijo—, hoy ha estado muy emocionado de venir a verte, ya te extrañaba.

—Claro, soy su mamá favorita —aseveró orgullosa a lo que la castaña ladeó la cabeza divertida por esa respuesta, relajando sus facciones y con ello permitió por unos segundos que las murallas de su alma tuviesen una especie de paz armada donde no habían tiros pero sí francotiradores esperando alertas al próximo ataque.

—Eres como Santa para él, llega si se puede una vez al año y le da regalos —comentó de forma irónica a sabiendas de que ese tipo de comentarios desestabilizaban emocionalmente a la soldado porque si pudiese escoger no dudaría en estar cerca de su hijo para verle crecer.

Pero las cosas no habían funcionado de tal manera en su vida así que tenía que limitarse con las fotos que veía una vez a la semana en su hora libre de internet que tenía en el campamento y las visitas que no duraban más de dos semanas cada seis meses.

—Bueno Santa no está tan mal —afirmó encogiéndose de hombros—, podría ser peor y ser vista como el grinch, ¿no crees?.

Amelia no dijo nada y tan solo prendió el coche dejando a una Luisita nerviosa a tan solo unos centímetros de distancia de ella.

Durante quince minutos solo existió una batalla de miradas intensas hacia la ventana para no tener que ver a la otra y subirle el volumen a alguna que otra canción de la lista de spotify de la morena, pero aun así a pesar de la fuerte tensión que se podía cortar con un cuchillo, la rubia no dudó en resguardar para sí misma un par de miradas improvisadas hacia las piernas que alguna vez había tenido sobre ella para luego pasar a las largas y delgadas manos de la castaña las cuales más de una vez le habían confirmado que el cielo existía al igual que el infierno porque ellas podían crearlo sobre su piel cuando así lo requiriera el momento.

Pero cuando llegó a la última mirada la cual iba directo hacia aquel rostro que había recorrido con sus manos durante tantas madrugadas llenas de sueños e ilusiones se le hizo imposible no desgarrar su garganta en gritos sin voz ante el hecho de que pudo reconocer en un parpadeo la tristeza enmarcada en aquellas pupilas doradas, recordándole que todo esto era su culpa.

Luisita tuvo ganas de llorar ante los recuerdos fugaces de cuando habían sido felices que la atacaron desprevenida formando un nudo en su alma.

Para ella aquel tiempo jamás se había extinguido porque seguía sintiéndose brutalmente atraída hacia la mayor, pero sabía por experiencia propia que presionar una zona conflictiva solo servía para perder batallas y armamento, además de poner en peligro a toda una tropa si se realizaba un paso en falso al creer cómo era la zona de batalla solo porque la había visitado en el pasado.

Por lo que ante aquel análisis destructivo del terreno frente ella, había preferido solo esperar a que el lugar fuese más amable y las condiciones llegasen a ser más óptimas para tomar nuevamente el control.

Aunque esto significase no tener la certeza de si algún día existirían esos puntos mínimos para regresar.

La menor cerró los ojos en un intento desesperado de protegerse del presente en donde su mente no dudó en recrear la emoción de su mujer cuando le había confirmado que al fin iban a tener a su hijo.

Aquel momento era su favorito ya que ambas se habían dejado llevar por la locura frenética de que al fin eran parte de algo más grande y habían convertido una noticia en semanas de festejos en su cama desnudas sintiendo el roce y el calor de la otra como si no hubiese un mañana.

Una lágrima rodó por su mejilla al volver a la realidad, una tan cruel que ya no existían esas noches pintadas de emociones que no parecían humanas sino que solo podían proceder de dioses porque en conjunto eran capaces de crear amaneceres y atardeceres cuando les viniera en gana ya que jamás existía la noche entre ellas, debido a que sus luces internas eran tan potentes que la oscuridad nunca llegaba a sus cuerpos.

Ambas emitían destellos que las estrellas envidiaban y que la luna observaba furiosa porque juntas brillaban más que ella, sin embargo, en los tiempos cruentos del ahora todo eso había desaparecido.

No de un día a otro como le gustaba pensar a Luisita sino que más bien había sucedido a través de una larga cadena de sucesos y decepciones donde sus luces se cansaron de no coincidir nunca y se habían apagado al enfrentarse a solas contra las tinieblas del olvido.

La rubia no era capaz de comprender del todo qué había pasado con todas las promesas que se habían dedicado por años, pero lo que si sabía era que Amelia ya no sentía nada por ella o al menos nada más allá del trato formal que debían tener porque compartían la custodia de Álex.

Sin embargo, eso no quitaba el hecho de que a veces rebuscaba en sus noches solitarias en el campo de batalla a la chica que amaba cantar en la ducha y mirarla como si fuese su sueño hecho realidad.

A esa que había dibujado con sus manos cientos de veces a tal punto que si en algún momento quedaba ciega iba a ser capaz de reconocer cada milímetro marcado por sus besos húmedos y todos los territorios que había conquistado por tanto tiempo.

Pero a pesar de su búsqueda implacable en sus memorias, tenía que aceptar que jamás la encontraba porque se había difuminado como si fuese solo un fantasma que ya nadie más recordaba.

Ahora solo existía la otra mamá de Álex quien no dejaba de lanzarle comentarios dolorosos sobre el hecho de que jamás estaba en casa y que la odiaba por no haberle dado el divorcio.

Luisita bufó ante aquel panorama mientras Amelia utilizaba todas sus fuerzas para no alcanzar la mirada de la mujer de ojos oscuros porque a pesar de que no lo quisiera aceptar, siempre llegaba a enojarse con ella ya que a pesar de que tenía un mágister sobre su alma al desnudo, no era capaz de leer sus pensamientos.

Y es que el paso desolador del tiempo estaba más que presente en su realidad donde había olvidado casi por completo todas las risas que la mujer de ojos oscuros le había robado por años afirmando que era su dueña porque la soledad que había sentido cuando la soldado se fue a su primera misión hizo que se rompieran y se volvieran polvo en el aire.

Ahora solo quedaba rencor en aquellos espacios vacíos. Rencor que la envenenaba de una forma tan profunda que no podía lidiar con sus emociones cada vez que la capitana regresaba a su vida.

A pesar de que el divorcio había sido la excusa perfecta para convencerse de que ya no había nada por lo que luchar y mucho menos rescatar en su relación, la verdad era que cada vez que refugiaba su mirada en esas fotos viejas que decoraban su salón, su estado más racional la traicionaba y se echaba a llorar por todo lo que habían perdido.

Era cosa de ver cómo Álex había adquirido la ternura de su actual ex esposa y cómo no podía quitarse de la cabeza todas las pecas que alguna vez había conquistado a su nombre ya que aunque intentara sacar a flote toda la rabia que sentía por el hecho de que la rubia había destruido su relación, aún existían miles de dudas de por medio de si había sido la mejor decisión solo dejarla ir y no seguir luchando por seguir escribiendo capítulos narrando el amor que se sentían.

Y es que a pesar de todos sus esfuerzos, Amelia no era capaz de sacar de su cabeza esa sonrisa boba que nacía cada vez que Luisita tomaba a su hijo o esos pequeños momentos de cuando estaba de retiro, donde se le quedaba mirando por la noche tratando de contar aquellos lunares que hacían el camino perfecto en su cuello para sus besos pérfidos.

Pero más grande que todos esos sentimientos era su orgullo pisoteado, motivo por el cual cada vez que sentía la más mínima reacción de afecto y comprensión hacia la capitana, se escudaba como medusa con el poder de convertirse en piedra y no dudaba en lanzar como cuchillos, comentarios hirientes que la hacían sentir segura en aquel terreno minado que existía entre ambas.

—Me encanta esa canción —comentó la menor al comenzar a sonar en la lista de reproducción Eternal Flame de The Bangles.

La enfermera no dijo absolutamente nada por aquel acto casi instintivo de subir el volumen a la canción de su boda, ya que al final del día aunque tratara de ignorarlo, todos esos recuerdos calaban fuerte en ambas.

Los pequeños detalles que habían hecho que su relación pasara de un ligue cualquiera a ser casi una química sagrada, estaban enfocados en cómo ambas sentían la música.

Las canciones románticas que compartían había sido el motor de su intimidad desde que eran tan solo amigas, es por esto que sus momentos juntas no se definían en palabras sino que más bien lo hacían en melodías que la otra reconocía a la perfección y que aunque en aquel momento dolían.

No obstante, aquel pensamiento manchado con los tintes de antes hizo que una sonrisa se plantara por primera vez en todo el día de parte de la castaña al escuchar a su ex esposa cantar aquella canción.

—¿Se puede superar esa canción? —lanzó como comentario mientras se enfocaba en los campos que rodeaban el camino a su hogar.

Amelia siempre había odiado la ciudad a diferencia de Luisita que adoraba la sombra de los edificios y los espacios llenos de persona, por lo que a pesar de sus más que claras diferencias, ambas habían encontrado el punto medio de ello en un piso a las afueras de la capital donde suponían que iban a escribir todas sus historias y donde sus hijos y posibles nietos las visitarían.

Sin embargo, después de que su relación acabara, la castaña no había dudado en utilizar el dinero de su herencia al morir su abuela para mudarse a más de cincuenta kilómetros a las afuera de la ciudad en una casa de un piso donde tenía su propio huerto y que el vecino más cercano se encontraba a más de un kilómetro.

Para ella aquel rinconcito de mundo era su paraíso personal, debido a que podía criar a Álex con una conexión única con la naturaleza y una desconexión necesaria del universo gris que las ciudades ofrecían a sus habitantes.

Además de que le quedaba cerca de su trabajo actual en el hospital y del próximo colegio al que enviaría a su hijo cuando tuviese la edad necesaria para ello, así que no se acomplejaba con el hecho de que la ciudad le quedase tan lejos.

—Jamás —manifestó la rubia cerrando los ojos con fuerza al ser capaz de visualizar el primer baile que tuvieron como esposas y cómo ella estaba tan nerviosa que casi vomitaba todo su desayuno en medio de la pista.

A pesar de que siempre había sido la fuerte de las dos, Luisita nunca pudo comprender cómo la enfermera era la única con quien se sentía tan a salvo que más de una vez había llorado entre sus brazos cuando sentía que todo iba mal en su vida como también había dejado que la morena curase heridas profundas de su pasado que toda su vida había preferido tan solo ignorar.

Así de buena era en su trabajo aquella chica que con más de ocho años a su favor lograba no solo sanar heridas en la piel, sino que hasta se preocupaba de hacer magia con los corazones rotos.

—Me recuerda a nuestra boda —soltó apenas terminó la canción a lo que la castaña suspiró porque había tenido el mismo recuerdo fugaz al escuchar aquella balada—. Recuerdas que casi me vomitaba encima —comentó antes de soltar un mar de carcajadas que obligaron a la mayor a reírse porque era inevitable no hacerlo cuando estabas en presencia de la mismísima Luisita Gómez.

—Razones por las que no volvería a casarme contigo, te dan miedo los compromisos a tal punto de querer vomitar —sentenció entre risas a lo que la soldado asintió divertida porque no era nada de otro mundo lo que decía la mayor de los Ledesma.

Toda su vida había huido de mantener vínculos, es por esto que a sus veintiún años había guiado todos sus sentimientos hacia el campo frívolo de la atracción sexual.

Nunca estaba con alguien que conocía por más de un mes así que se había acostumbrado a sentirse cómoda en no tener a nadie esperándola en casa y no tener que recordar datos importantes como fechas de cumpleaños, miedos o a veces hasta nombres.

No obstante, como todo en su vida, Luisita había roto en mil pedazos aquella línea temporal dejando que Amelia la sedujese a través del sentimentalismo que emitía con solo mirarla por un par de segundos,haciéndola desear por primera vez todo lo que proviniese de aquella estudiante de enfermería que le había robado el corazón a primera vista.

Y es que si era sincera consigo misma, la rubia no sabía decir qué le había cautivado más, si la forma casi poética en la que hablaba de las personas o por la naturalidad con la que se tomaba todo lo que sucedía a su alrededor.

Quizá hasta podía ser el torbellino de emociones que siempre dejaba en su camino, pero lo que sí podía afirmar es que ni en mil vidas más sería capaz de tener tanta suerte y encontrarse nuevamente con una mujer tan extraordinaria como lo era Amelia Ledesma.

—Creo que podría vomitar en frente de todos mis conocidos con tal de revivir aquel momento mágico por segunda vez —concretó dejando que el poder de aquellas palabras se expandieran entre ambas con una resonancia que hizo que retumbara en las paredes del dolor que aún sentía la enfermera.

Pero de manera inesperada, la castaña solo resopló ante aquel comentario y lo dejó tendido en el aire como si nunca hubiese existido ya que no estaba con el ánimo ni las fuerzas para discutir sobre sus sentimientos.

***

—¡Mamá! —exclamó reiteradas veces el más pequeño cuando al fin pudo levantarse y notar que su madre estaba de regreso.

Lo que provocó que todo el rostro de Luisita se pintara de una galaxia de felicidad ante aquellas palabras que la hacían creer que era afortunada mientras no dudaba en abrazar tan fuerte a su hijo que éste de vez en cuando trataba de quitarla con sus manitos de las cosquillas constantes que le provocaba aquel encuentro.

Y es que si había algo de lo que nunca se iba a arrepentir era haberse permitido ese destello de esperanza que era Álex en su vida, ya que a pesar de que constantemente sentía que estaba haciendo las cosas mal al no haber tenido los mejores guías en el camino de la maternidad, también tenía que aceptar que desde que sabía de la existencia de su hijo, se había esforzado a diario para ser su mejor versión en donde había aprendido que sanar era mucho más doloroso de lo que la gente afirmaba.

En especial cuando tenías que soltar las justificaciones de tu forma de ser para entender que todos en el mundo están heridos de una forma u otra, por lo que no había excusa alguna para estancarse en ese mar de lamentos que a través de los años había comenzado a reducir sus oleaje y se había pasado a convertirse en tan solo un lago al cual podía visitar tranquila sin sentir que el agua la iba a ahogar en cualquier momento.

—He hecho croquetas de verduras —mencionó Amelia luego de apretar las mejillas sonrosadas de su hijo y caminar hacia la puerta de su casa para abrirla, lo que provocó que se revolvieran todos los papeles en el mundo interno de la rubia quien no sabía cuánto había extrañado estar junto a sus dos personas favoritas en el mundo, hasta ese momento.

Por lo que la capitana se sintió halagada por aquel gesto de cooperación de parte de la enfermera en donde aceptaba su vegetarianismo, ya que en su última visita, su ex esposa la había recibido con paella, a pesar de que sabía que era vegetariana desde antes de conocerla, así que supuso que aquel plato de comida era una bandera blanca de paz que estaba dispuesta a aceptar.

—Gracias, Amelia —dijo sin más porque estaba tan concentrada en los balbuceos provenientes de su hijo que no fue capaz de distraerse con nada más que no fuese aquel torbellino que había crecido muchísimo desde su última visita.

A diferencia de la última vez que habían estado juntos, Álex ya era capaz de hablar con una fluidez sorprendente en donde sus conversaciones comenzaban a sembrarse entre opiniones propias pinceladas por su mundo infantil interior, cosa que llenó de orgullo a la rubia ya que claramente aquel niño ya no era un bebé, aunque en su corazón siempre lo fuese.

La capitana dejó al pequeño en el suelo después de la petición de su parte para mostrarle sus juguetes mientras la castaña no dejaba de observar a su hijo con una sonrisa eterna al ver cuán parecidos eran entre sí.

Porque aunque doliese aceptarlo, Amelia sabía que esos pequeños momentos fugaces en donde Luisita regresaba a frenar la velocidad de su rutina, eran sus favoritos porque era cuando podía volver a ver la vida a través de los colores que su hijo y su madre emitían a cantidades estratosféricas.

Llenando de momentos felices sus recuerdos, no obstante, un suspiro envolvió de cuchillas su felicidad al recordar cómo aquello solo pasaba por un par de días hasta que esa fantasía se disolvía ante el hecho de que la rubia siempre tenía que volver a irse.

Debido a que esa era la única verdad que existía entre ambas, Luisita siempre prometía regresar pero nunca se sabía cuándo era ese regreso en específico y esa era la principal razón por la que su relación había roto todos sus cimientos.

—Anda a ducharte tranquila mientras caliento la comida y vigilo a este torbellino andante, debes estar cansada —concretó tratando de no sonar tan dura como solía ser contra la chica de la mirada desolada.

Luisita soltó un bufido ante aquella sugerencia ya que a pesar de que llevaban tanto tiempo sin ser nada más que madres de un pequeño, Amelia no olvidaba cuán bien le venían las duchas luego de un viaje tan largo así que aceptó con una sonrisa las palabras de la mayor y fue hacia el baño que se encontraba en la habitación de visitas ya que esa era la que siempre ocupaba cuando acababan sus misiones.

Dejó con pereza su bolso sobre la cama mientras notaba cómo había una foto del último cumpleaños de Álex en donde ambas abrazaban al pequeño castaño y él sonreía con esa sonrisa amplia y segura que había heredado directamente de la enfermera porque para su suerte, su hijo había heredado todo lo bueno de Amelia y la morena había potenciado todas esas cualidades alejándolo de ese mundo gris con el que la capitana lidiaba a diario.

La militar sonrió por inercia por la palabra familia que emanaba esa foto, sin embargo, esa felicidad le duró lo suficiente como para que su corazón le recordara que era su culpa que aquello no existiese más y que esos momentos solo fuesen parte del ayer de sus vidas.

«Si tan solo», pensó mientras notaba cómo el único mundo en el que deseaba estar había sufrido un colapso tan grande que el apocalipsis había sido algo inevitable de tal forma que había tenido que construir otro a través de los puntos quebradizos que aún quedaban en pie.

Después de una larga ducha caliente en donde se purificó de todas las heridas de guerra que llevaba en silencio, decidió ponerse un pantalón gris de pijama y una camiseta sin mangas mientras veía el collar de identificación del ejército, el cual colgaba en ella como la prueba fidedigna de que cualquier cosa era posible hasta destruir con sueños baratos, cosas que jamás hubiese imaginado pero habían estado en su camino.

Se peinó un poco el cabello en media melena donde sus ondas rebeldes la atacaban a diario, ya que llevaba tanto tiempo llevándolo corto que su pelo se había acostumbrado a rebelarse cuando este llegaba a estar largo, no obstante, llevaba meses sin cortarlo porque los meses que había pasado en recuperación luego de su última misión no se lo habían permitido.

Un suspiro cansado carcomió su reflejo frente al espejo mientras distinguía cada una de esas cicatrices que había acumulado en su prontuario militar provocando que se sintiera como un papel arrugado que era mejor tirar.

Sin embargo, ante la negatividad de sus pensamientos tan solo terminó de secarse el cabello y se obligó a hacer dos cosas cuando saliera de la habitación, poner su mejor sonrisa para regalársela a su hijo y tratar de no pelear cada cinco segundos con Amelia.

Salió del cuarto con el sonido agudo de la voz de su hijo llenando de vida su corazón hasta que lo tomó en brazos y se fijó en el detalle de que no estaban solos ya que la chica de ojos almendrados se encontraba charlando de forma animada con alguien en la cocina.

La curiosidad mató al gato fue la frase que mejor definió aquel momento porque al entrar a aquel lugar que para la castaña era casi un santuario ya que amaba cocinar, Luisita notó que la voz que ocupaba todo el lugar era la de un hombre con el semblante ligero, una sonrisa fácil, el rostro sin afeitar de cabello corto y negro mientras sus ojos oscuros sonreían y dibujaban constelaciones en todas las palabras que la morena replicaba.

La rubia repasó cada coordenada de aquel enemigo en potencia que se presentó frente a ella porque le bastó solo un par de segundos para entender que aquel hombre no era tan solo un amigo, sino que más bien esas risas compartidas seguían una dualidad asfixiante que no tardó en crear una llamarada inesperada en su semblante mientras que los celos desestabilizaron su centro armado.

—Parece que no hemos sido presentados —fue lo que hizo que la capitana volviese a una realidad más allá de ese torbellino de pensamientos que la arrasó por completo—, soy Ignacio puedes decirme Nacho —saludó extendiendo su mano amablemente, acto que la rubia se negó a aceptar excusándose con el hecho de tener entre sus brazos a Álex sembrando en un segundo un campo de batalla con posiciones más que claras en donde por la emoción que se pintó en el rostro de su hijo al ver al hombre, supuso que ella era la única en el bando contrario.

«Amelia pero ¿éste quién es?, de verdad ahora nos vamos al otro equipo», pensó enojada de imaginar que la castaña siquiera estuviese dándose la oportunidad de salir con otras personas.

—Pensaba que tomarías una siesta —apuntó la enfermera al notar cómo en menos de un minuto la situación se había vuelto no solo incómoda sino que incluso hasta el aire se había exiliado de aquella escena, dejando que las sonrisas nerviosas agudizaran todos sus sentidos porque claramente la llegada de Luisita había desequilibrado por completo el orden que de a poco había retomado en su vida—. Nacho solo ha venido a dejarme un par de verduras del mercado que le he encargado —comentó a lo que la rubia tan solo asintió mordiendo su labio mientras todas sus neuronas se estrujaban con la rabia latente y la agonía de ver cómo todas sus esperanzas se reducían a una escena que no esperaba ver nunca en su vida.

Por lo que suspiró incómoda mientras todo su cuerpo se encontraba en llamas por los celos que le desbarataron el alma.

—No quería molestarlos la verdad puedo ir con Álex a jugar mientras vosotros charláis...

Amelia frunció el ceño ante el tono lleno de rabia que encapsuló aquella respuesta notando con una mirada rápida cómo las pupilas de la menor temblaban ante las miles de emociones que estaban conteniendo, pero antes de tratar de ayudarla con ello, la castaña rodó los ojos por lo intensa que siempre había sido Luisita.

—No, no yo ya me iba —dijo finalmente el pelinegro antes de regalarle una sonrisa cálida a la enfermera, lo que solo provocó que la rubia se diese cuenta de que había durado demasiado la paz entre ellas y su alma escocía tanto que quiso huir de aquel lugar.

Pero no lo hizo y solo fue testigo de la escena más dolorosa que había visto jamás.

—Es cierto —aseveró Amelia antes de besar la mejilla del más alto—, hablamos luego.

—Sí, un gusto —manifestó hacia Luisita quien solo lo fulminó con la mirada pero Ignacio ignoró por completo aquella respuesta y solo se acercó al pequeño castaño quien le mostró sus dientes emocionado—, adiós campeón —dijo acariciando el cabello ondulado del niño quien le pidió a su madre que lo bajara, orden que la rubia siguió porque sabía que iba a discutir con la enfermera, ya que a pesar de que el hombre de cabello negro se fue, la incomodidad seguía estando a la orden del día a tal punto que la chica de rizos tan solo suspiró en un intento desesperado de tomar valor frente a lo que había ocultado por un par de meses.

—Estoy saliendo con Nacho —sentenció finalmente a lo que la capitana tan solo carraspeó agitada a punto de tropezar junto a todas las maldiciones que recorrieron en su mente al escuchar esas cuatro palabras que la derrumbaron por completo.

—Ya veo. No me lo habías contado —afirmó sin saber qué decir ante aquella noticia que le había llegado como un balde de agua fría.

—No necesito comentarte sobre mis relaciones, estamos divorciadas —apuntó sin quitar su ceño fruncido de la mirada de la rubia quien tragó saliva porque hasta ese momento, no había sabido lo que era recorrer esas costas gélidas sin abrigo alguno porque ahora el panorama era completamente diferente que hace un par de minutos, ya que era más que claro que el tal Nacho no era un ligue del momento sino que por la sonrisa y la forma en que los gestos de Amelia se relajaron al conversar con él, entendió que la confianza estaba construida entre ambos lo cual era un pésimo pronóstico para sus deseos.

—Ya, pero al menos me gustaría saber quién está cerca de Álex y quién no, no puedes meter extraños a mi casa.

La enfermera no tardó en abrir los ojos de forma desmesurada ante cómo sonaron las últimas dos palabras y no tardó en reír sarcásticamente por cómo para Luisita todo era tan fácil como dar órdenes como si ella fuese parte de su escuadrón mientras trataba de refugiarse en cosas que ya no existían.

—¿Tu casa?, hasta lo que yo sé tú eres mi invitada y solo porque Álex es tu hijo también. Tu casa fue el departamento que vendimos hace un par de años —respondió furiosa con el deseo de atacar de forma directa el orgullo de la rubia, lo que consiguió al notar cómo ésta bajó la mirada rendida ante una realidad que tenía todos los tintes de ser una pesadilla.

—Lo lamento no quería decir mi casa —sentenció nerviosa tratando de enmendar el error que había nacido a través de la desesperación de sentirse atacada por la presencia de aquel hombre en la vida de su Amelia—, pero sí tengo derecho de saber quién está con mi hijo, joder.

La mujer de rizos suspiró cruzándose de brazos en un intento de mantener la calma porque entendía que aquella noticia era un golpe duro para Luisita y que posiblemente si fuese al revés tampoco reaccionaría de una manera correcta.

Pero a pesar de empatizar con su posición, aquella empatía no era suficiente como para justificar el ego desmedido de la menor en donde cada vez que regresaba a su vida se pensaba que ella siempre iba a estar esperándola con la puerta abierta y todo el amor intacto cuando la realidad era que hace bastante se había dado cuenta de que ya no deseaba más heridas de parte de la rubia porque su relación había pasado de ser su paraíso a solo ser ese país que la capitana había perdido y que no le importaba en lo más mínimo destruir hasta sus cimientos con el único fin de volver a apoderarse de él porque así de egoísta era.

—¿Vienes un par de semanas y ya te crees con el derecho a algo?, ¿acaso olvidas que nos abandonaste a Álex y a mí mientras seguías tu sueño de ser soldado? —prosiguió a sabiendas de que sus heridas estaban más que expuestas con aquellas palabras, pero no sintió pena alguna por defenderse de la persona que más le había herido en el mundo porque le había cedido todo su amor y ella lo había transformado en tan solo un puñado de cenizas.

—Era mi trabajo no podía negarme —determinó con el ceño fruncido mientras todos sus sentidos le gritaban cómo deseaba jurarle a la castaña que esta vez todo iba a ser diferente porque estaba dispuesta a dejar todo por ella.

Deseaba con todo su ser desgarrarse la voz en todos esos poemas que la mayor había creado a través de su mirada, replicando la idea de que aún tenía cartas bajo la manga para recuperar su amor que no había utilizado.

Quería explicarle el cómo su divorcio solo era un punto y aparte en el resto de la historia que aún podían escribir juntas.

Sin embargo, cuando notó cómo aquellos ojos dorados intransigentes solo la odiaban, supo que no había forma de darle voz a ninguno de esos pensamientos porque ambas estaban en caminos completamente diferentes de su vida.

—Le quiero así que tampoco puedo negarme a estar con él —refutó con la daga que hizo que Luisita sintiera por primera vez que algo dolía más que estar divorciada del amor de su vida.

Saber que alguien más estaba escribiendo nuevos capítulos en una historia que solía pertenecerle solo a ella.

***

Bienvenidos a la tierra del masoquismo que son mis historias donde he traído esta mini historia de diez capítulos para sintonizarnos con la llegada de diciembre, el olor a navidad y esas pelis de domingo que echan por la tarde en donde no importa cuántos problemas hayan de por medio todo se soluciona yendo a un pueblo en medio de la nada con mucha nieve y con la maleta cargada de segundas oportunidades.

Estoy muy emocionada de atravesar el fin de este año a través de esta historia cortita que no tiene mayor fin que darme ese gustito de leer cosas bonitas y que pongan un poco de azúcar en el café de mi vida.

También quiero dedicarle toda esta historia como un regalo adelantadísimo de cumpleaños a Tania quien siempre me ha apoyado en todas mis historias y que la verdad en más de una ocasión sus comentarios han sido lo que me han impulsado a no dejar de escribir, sé que no lo esperabas pero tenía que hacerlo para agradecerte todo y aunque tu cumple es el 24, probablemente no esté por aquí para esas fechas así que quise tomar esta oportunidad para hacerlo antes y espero que tengas un maravilloso cumpleaños si es que no llegamos a hablar ese día.

Así que sin nada más que decir nos leemos en el próximo capítulo diario.

Disfruten mientras puedan.

Con amor, Taylor.

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