Esa noche fue una de las más difíciles de mi vida. Si me dejaba llevar por lo que sentía, hubiera empezado a armar el bolso para correr tras él al destino que fuera. Si no me hubiera dado ese tiempo para pensarlo, hubiera dicho que sí. Porque en esa fracción de latido, lo único que quería era estar con él. Sin importar las consecuencias.
Pero mi lado racional salió a la luz en ese espacio de tiempo. Y esa parte racional me mostró todo lo que implicaba tomar la decisión de seguirlo Era alejarme de absolutamente todo lo que era mi vida: mi familia, mis amistades, mi vocación, mi huerta.
Había cosas que podía encontrarlas en otros sitios, pero lo que él me proponía era no tener destino ni permanencia asegurada en ningún lugar. Él buscaba viajar sin rumbo, conocer lugares, coleccionar experiencias. Y si bien esa idea sonaba tentadora, el hecho de no poder dedicarme a lo que amaba, me parecía un precio bastante alto.
Y cuando llegaba a esa conclusión, las lágrimas volvían a brotar desde lo mas hondo de mi pecho, porque sentía que hiciera lo que hiciera una parte de mi interior se iba a quebrar. Mi corazón sufriría sin importar la decisión que tomara Pero había una decisión que también implicaba renunciar a mi misma. Y suponía que ese dolor sería mucho mas fuerte y prolongado que el dolor de la despedida.
Me hubiera gustado pedirle que se quedara, pero tampoco quería entrometerme en el camino de sus sueños. Yo lo había conocido gracias a su sueño. Desde un primer momento supe que él seguiría camino.
Y volví a llorar porque sabía que la decisión estaba tomada.