Cold, cold, cold || TojiSato

By Iskari_Meyer

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Ese era el juego del amor. Vivirías lo suficiente como para convertir la química en adicción. © Los personaj... More

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Epílogo

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By Iskari_Meyer

Doce años atrás,
ese día

Estrenaba zapatos nuevos. Eran unos mocasines marrones que hacían un sonido elegante al andar y que le hacían sentir más mayor de lo que era.

Satoru tuvo cuidado de no pisar charcos en el camino a la escuela. Con quince años y su pesada mochila a la espalda, entró en el recinto acompañado de brisa revolviéndole el cabello.

Bajó levemente la cabeza al cruzarse con los de último año, que le echaban un descarado vistazo de arriba a abajo. Quitó la música de su teléfono, con las manos temblando al sentir la forma en que miraban su rostro, el acné que salpicaba de manchas rojas su mandíbula y uno de sus pómulos. Se le formó un nudo en la garganta asustado.

Los chicos pasaron por su lado, en silencio. Seguro que iban a saltarse las clases, o iban a esconderse para fumar.

Faltaban varios minutos para que la campana sonara y tenía un mensaje sin leer. Lo abrió mientras subía las escaleras en dirección a su clase.

╴ ╴ ╴ ╴

Toji Z., 02:26h

—[ Nos vemos mañana :)

Satoru G. 02:26h

Claro ]—
Buenas noches ]—

Nuevo mensaje sin leer:
Toji Z., 07:59h

—[ Tengo algo para ti

╴ ╴ ╴ ╴

Satoru se sonrojó, nervioso. Tenía mariposas revoloteando en su estómago y patitos mareados sobre su cabeza, al igual que cada vez que recibía un mensaje o lo veía en el pasillo. Aunque, por mucho que llevaran días y días hablando por chat, parecía que ninguno tomaba la iniciativa de acercarse y hablar en la vida real.

Le daría muchísima vergüenza mantener una conversación que no fuera a través de WhatsApp. Uf. Satoru estaba tan enamorado que tenía ganas de esconderse y hacerse una bolita de sentimientos confusos y cálidos. ¿Cómo había llegado a aquel punto? Toji era un chico tan carismático, inteligente y atractivo.

No podía dejar de pensar en él y en esos ojos verdes, la forma de sus hombros bajo esa gastada cazadora de cuero vieja que le quedaba grande; esa cicatriz curvándose en una sonrisa descarada, su caligrafía desastrosa. Parecía sacado de un sueño.

Se puso una mano en el pecho, notando su corazón acelerándose con cada paso. Se preguntaba qué tenía para él. Oh, Satoru no tenía nada que darle. Tal vez podría comprarle un bocadillo en la cantina, más tarde, y fingir que no había estado perdido en la ensoñación de cómo sería besarlo.

Sus dedos se movieron por el teclado, sin saber qué contestar. Fue entonces cuando dobló la esquina del pasillo, que se percató de la agitación del ambiente. Se quedó quieto, observando el corro de personas frente a la puerta de su clase, que se arremolinaban alrededor de quién sabía qué.

Shoko Ieiri, su amiga, pasó corriendo por su lado, dándole un empujón en el hombro.

—¡Muévete, Satoru! ¿¡Por qué no haces nada!? —recriminó ella, dejándolo atrás para desaparecer a codazos entre la gente.

Sus sentimientos se tornaron ansiosos, su corazón se crispó de un golpe emocional. Se acercó, dubitativo. El corro se abrió un poco y, por fin, pudo ver qué ocurría.

Dos chicos se habían enzarzado en una pelea. Reconoció al instante esos iris salvajes, la expresión sarcástica y los rasgos afilados; el cabello largo y oscuro, los ojos rasgados y llorosos. Toji Zen'in aprisionaba a Suguru Getō contra el suelo, apretando su cuello con las manos salpicadas de sangre.

—Atrévete a hablarme así otra vez —gruñó Toji, antes de recibir un puñetazo en el rostro que le giró la cara. Cuando se volvió para mirar a su víctima, un hilo bajaba por su nariz —. ¡Te voy a matar, hijo de puta!

Suguru siseó, dolorido. Tenía una ceja rota y el labio hinchado, morado. Esquivó a duras penas un golpe, completamente mareado y perdido. Su mirada se tornaba vidriosa por momentos, en los que Shoko intentaba intervenir y separar a ambos.

—¡Déjalo! —exclamó, sin atreverse a meterse del todo en la pelea. No quería salir herida. Al menos, logró llamar la atención de Toji, que la miró limpiándose con la manga de su sudadera —. ¡Joder, déjalo! ¿Qué te ha hecho?

—¿Y tú qué, zorra?

Los ojos de Toji encontraron los de Satoru, más allá del hombro de la chica. Sonrió. Sonrió, con las mejillas sonrosadas y una chispa de ilusión en la mirada.

De repente, Suguru logró sacárselo de encima. Toji rodó por el suelo, pero se puso en pie rápidamente y embistió a Suguru por la cintura para evitar que se levantara. Ambos cayeron con fuerza, entre maldiciones y quejidos.

Satoru simplemente observó, paralizado. No podía dejar de mirar a Toji, la forma en que sus músculos se movían con violencia, igual que los de una pantera.

Los profesores no tardaron mucho más en aparecer. Toji se apartó cuando lo consideró necesario, no cuando se lo ordenaron y tiraron de él. Escupió sangre al suelo con desprecio, donde Suguru se cubría el rostro y se retorcía de dolor.

—Al despacho del director, ahora —ordenó el profesor de historia, iracundo —. ¡Vamos, Zen'in! ¡Y que alguien lleve a ese chico a la enfermería!

Era la segunda vez en ese año. Toji suspiró, metiendo las manos en los bolsillos y fingiendo con inmaculada indiferencia que sus heridas no ardían.

Saludó a Satoru con la mano, mientras se lo llevaban. Era gracioso cómo los profesores asumían directamente que había sido él quien había empezado. Era el chico-problema de la escuela, a fin de cuentas.

El corro de alumnos se dispersó. Satoru se encontraba clavado al suelo.

—Satoru, ayúdame —pidió Shoko, intentando levantar a Suguru por sí misma.

Suguru gimió de dolor, incapaz de dar un paso solo. Su rostro estaba hinchado y ensangrentado, alzaba la mirada hacia Satoru con un tinte de rencor.

Rencor. ¿Por qué? Satoru se sintió horriblemente pequeño. ¿Rencor? Dio un paso hacia atrás, asustado. ¿Y qué culpa tenía él de que aquello hubiera pasado?

¡Haz algo, Satoru, joder! —Shoko se dejó caer de rodillas al suelo con Suguru, desesperada —. ¿¡Qué demonios te pasa!? ¡Ven y ayúdame!

Al fondo del pasillo, Toji y el profesor habían desaparecido, dejando un desastre allí. Por algún motivo, todavía esperaba a que Toji apareciera de vuelta y le diera eso de lo que le había hablado.

Jugueteó con sus manos inconscientemente. Seguro que las heridas de Toji se curarían bien. Era un chico fuerte, claro. Y seguro que no le necesitaría para cuidarle, a pesar de que le encantaría acercarse y...

—Satoru —llamó Suguru, con la voz ronca de cansancio.

Satoru despertó de ese extraño estado, reconociendo la voz de su mejor amigo. Siempre tomaba en serio la palabra de Suguru. Seguía todo lo que dijera y confiaba en él, a pesar de que esas últimas semanas su relación se había deteriorado muchísimo.

—¿Si? —ese hilillo escapó de su boca, obediente.

—Ayuda —pidió su amigo, extendiendo una mano.

Se arrodilló y, junto a Shoko, ayudaron a Suguru a levantarse. Lo llevaron a la enfermería, donde la mujer que allí trabajaba intentó hacer todo lo que pudo por mejorar el lamentable estado del estudiante.

Estaba repleto de hematomas e hinchazón. Necesitaría ir al hospital.

Mientras Suguru llamaba a sus padres, Shoko empujaba a Satoru con odio.

—Eres un imbécil —espetó ella, visiblemente enfadada. Tenía lágrimas en los ojos —. ¡Podrías haberlo detenido! Todo esto es culpa tuya.

Había una mancha de sangre en sus mocasines. No sabía de quién era.

Esos eran sus amigos. Los mismos que nunca habían hecho nada por él cuando habían descubierto lo del bullying. Suguru había dicho que era un exagerado y que siempre podía pulsar el botón de bloquear. Shoko le había dicho que estaba ocupada como para lidiar con personas sin rostro.

Ambos lo habían dejado solo, cosa que había aceptado con tristeza, ¿y ahora tenían la osadía de enfadarse con algo que ni siquiera era su culpa? No lo entendía. Satoru no entendía nada.

Se abrazó a sí mismo, intentando buscar algo de comprensión en alguien, pero no recibió nada a cambio de lo que siempre había dado. Confuso, se echó a llorar.

—¿Qué... qué pasa? —preguntó, pegando la espalda a la pared de azulejos.

—¿Es que ni siquiera le vas a preguntar cómo está? —indignada, Shoko pateó una silla —. ¿Cómo puedes comportarte así con nosotros? ¡Somos tus amigos!

Esos eran sus amigos. Los mismos que...

—¡Bueno! —Satoru sorbió por la nariz, queriendo esconderse —. ¿Y...? ¿Y qué?

Estaba seguro al cien por cien de que había una razón detrás de aquello. Joder, no podía juzgar a Toji, cuando hacía apenas un par de noches que el chico le había dicho que su padre se comportaba como la mierda con él, que, a veces, lo agarraba del brazo y lo estampaba contra la pared para retenerle; levantar su camiseta, quitarse el cinturón y golpearlo.

Que creía que lo odiaba y que le decía que ojalá no hubiera nacido.

Toji no merecía nada de eso.

Satoru quería abrazarlo mucho y decirle que todo mejoraría algún día para él, para ambos. Así que, estaba con Toji, era obvio.

—Déjalo, Shoko —Suguru miraba al suelo con lástima.

No necesitaba que sus amigos lo entendieran, porque sabía que había alguien ahí fuera que podía mimarle de vuelta y darle todo lo que dio a Shoko y Suguru y que nunca recibió. Calidez, seguridad, conversación, abrazos.

Satoru salió de la enfermería y fue al baño a tranquilizarse. La ansiedad le nublaba tanto el raciocinio que apenas podía atender a más de dos cosas a la vez. Cuando se sintió preparado, salió.

Se encontró a Toji en el pasillo. Sonrió al verlo.

Encontró la pulsera.

Estaba en un pequeño joyero al fondo de su armario, donde guardaba las camisetas de verano. Era una cajita de madera con un grabado en forma de corazón. Ahí dentro, junto a un colgante con punta de jade, había una pulsera confeccionada a mano.

Los abalorios rosa pastel se habían desgastado un poco con el pasar del tiempo en un claro y perfecto recordatorio de que había solido ducharse con ella, llevarla al mar, a la piscina. La había usado cada día sin excepciones durante tres o cuatro años, hasta que había decidido que era hora de intentar dejarlo ir.

Todavía tenía esa noche en mente, la forma en que se la había quitado. Le había lastimado sentir los abalorios rozando su piel, agarrándose desesperadamente a él para no condenarlos al olvido en cualquier lugar oscuro.

Qué bonita era. La deslizó en su muñeca izquierda, admirando cómo quedaba.

Toma, te hice una pulsera. Tu color favorito es el rosa, ¿no?

Hacía doce años que Toji se la había puesto ahí mismo con delicadeza, el rostro repleto de hematomas y golpes por haberse peleado con Suguru. Siempre había sido así, ellos dos y el caos alrededor.

Satoru sonrió, acariciando los abalorios. Se quedó un rato arrodillado en el suelo, jugueteando con sus pensamientos, y dándole vueltas a la punta de jade. Decidió sacarla también del joyero y ponerla sobre la estantería de su despacho, sobre varios libros, de forma que la joya colgaba hacia abajo contra la espina de un tomo.

Así, tan sencillo, volvía a caer profundamente enamorado.

Se tumbó en la cama, encogiéndose como un adolescente primerizo y atontado, pensando en Toji. Había crecido tanto, se veía como un hombre adulto de verdad, condenadamente fuerte y atractivo, y de alguna forma seguía teniendo esa mirada astuta y cariñosa.

Sus abrazos seguían siendo cómodos y hogareños, un tanto desesperados, justo como los recordaba. Qué bonito. Joder. Se dio la vuelta y alargó el brazo para coger su móvil de encima de la mesita de noche.

Eran las tres de la madrugada y hacía una hora que había terminado su trabajo del fin de semana, dejándose el domingo libre para descansar, como de costumbre.

Revisó el último mensaje que Toji le había mandado antes de, probablemente, quedarse dormido.

╴ ╴ ╴ ╴

Toji, 23:54h

—[ Mañana volveré antes del trabajo

— [ Podemos vernos, si quieres

Satoru G., 23:54h

Me encantaría ]—

Toji, 23:55h

—[ Entonces, te avisaré cuando llegue

—[ ¿Vale?

Satoru G., 23:55h

Perfecto ]—

Toji, 23:55h

—[ Buenas noches, entonces

Satoru G., 23:55h

Me quedaré trabajando un rato ]—

Buenas noches para ti ]—

Toji, 23:55h

—[ No te esfuerces demasiado :)

╴ ╴ ╴ ╴

Era gracioso. Cuando se habían conocido lo había agregado en su agenda de contactos como "Toji Z.", luego como "Toji " y ahora lo había dejado con un modesto "Toji". Sonrió, releyendo la conversación.

Al principio le había dado un poco de vergüenza contarle que se iba a quedar trabajando, porque no sabía cuánta confianza seguían teniendo para hablar. Le había aliviado ver que Toji se lo había tomado como siempre lo había hecho, diciéndole que no se esforzara mucho.

Esa clase de cosas habían ido acompañadas de un te quiero, años atrás, o directamente de una llamada. Su corazón se estremeció al pensar que aquello podría regresar.

Podía regresar, ¿cierto? Podrían salir juntos y hacerlo definitivo, ¿no? El corazón de Satoru se aceleró un montón de tan sólo pensarlo.

Tener lo que nunca tuvieron de una forma más madura, con estabilidad y sus propios hogares, trabajos; sin adultos de mierda intentando joderles la vida cada dos por tres, sin tareas del instituto, sólo responsabilidades adecuadas de su edad.

Era todo un sueño.

Satoru nunca pudo estar con nadie más de la forma en que estuvo con Toji, porque no dejaba de compararlo con todo el que se le había acercado con intenciones de crear más que una amistad. Había apartado cada mano que se había apoyado en su muslo, y evitado cada beso y copa que pudieron haberle obsequiado porque ninguno de ellos era su tipo ideal.

Si algo le había hecho descubrir la universidad era que su miedo a la intimidad sólo tenía una llave con el que desbloquearse: Toji.

Por eso habían sido suficientes dos fiestas a las que lo invitaron para no volver a ir. En la primera aprendió que el alcohol era horrible y peligroso. A la segunda había ido porque se había convencido de que lo de la primera sólo había sido una mala experiencia, y que no por ello debía juzgar de más; sin embargo, la experiencia había resultado ser la misma, así que no volvió a poner un pie en una discoteca, y tampoco a involucrarse en la tan aclamada vida universitaria que muchos adoraban.

Sus años allí habían acabado siendo más bien solitarios y había aprendido a estar consigo mismo y con sus pensamientos.

—Oh —se incorporó de golpe en la oscuridad, recordando algo.

¿Se suponía que era una cita? ¡No tenía nada que ponerse!

Volvió a tumbarse, diciéndose que era muy tarde como para entrar en pánico por eso. Quería causar buena impresión, pero tampoco quería ir con ojeras y cara de no haber dormido en absoluto.

Se acurrucó bajo las mantas, dando diez vueltas hasta encontrar una postura cómoda.

Luego, pensó en Megumi. En lo feliz que se veía con su bolsa de gominolas, agarrando su mano, pero también en esos ojitos tristes mirándole con rencor desde el cuello de Toji. Rencor. ¿Por qué? Él no había hecho nada, solo estaba intentado ayudarle. ¿Rencor?

No, rencor no. Decepción.

Una lágrima bajó por su mejilla. Sintió que había fallado como figura adulta. Lloró hasta conciliar el sueño.

Toji se estaba arreglando frente al espejo cuando una pequeña figura apareció a su lado.

—Te has duchado —señaló Megumi, viendo cómo el hombre se secaba el pelo con una toalla.

No respondió. Terminó de secarse el pelo y se peinó. Se echó el pelo hacia atrás de forma experimental, pero no le gustó cómo se veía, así que lo dejó como de costumbre. Le bastaba con verse bien, cómodo y despreocupado, tal y como era su estilo.

Hacía un rato que había vuelto del trabajo. Había hecho la comida —al niño también—, y se había metido a la ducha con prisa, queriendo tener un tiempo de margen antes de que Satoru llegara. Se había cambiado de ropa, había escogido esos pantalones negros del invierno pasado y un suéter grisáceo. Conservaba esa cazadora de cuero que le había robado a su hermano hacía muchísimos años, y que a Satoru tanto le había gustado, así que todo era perfecto.

La cazadora estaba en el perchero del recibidor. Llevaba los pantalones puestos y el suéter estaba cuidadosamente doblado sobre la tapa del inodoro.

Todavía no sabía a dónde irían o qué harían, pero tenía claro que quería que Satoru lo viera y pensara que seguían igual.

—¿Me peinas a mí también? —preguntó Megumi, que no se había movido de la puerta.

Toji suspiró, mirándolo a través del reflejo del espejo.

La verdad es que el crío estaba hecho un desastre, ¿acaso se había arreglado? Sabía que había estado jugando en el salón, porque cuando volvió de trabajar había encontrado los cojines descolocados, pero nada más. ¿Es que no se cuidaba?

—Ven —hizo un vago gesto.

El niño se puso delante de él con ilusión. Apoyó sus pequeñas manos sobre el mármol del lavamanos, observándose a él y a su padre. Una férula apretaba su muñeca con fuerza.

Toji no era muy bueno peinándole. El peine siempre se atascaba en los nudos y tiraba, dolía un poco, pero Megumi intentaba no hacer muecas.

—¿Satoru va a venir? —se forzó a mantener la cabeza recta, mientras su padre se peleaba con un nudo particularmente problemático en uno de los lados de su cabeza.

—Sí —musitó el mayor, ocupado. Tiró y tiró, sin poder deshacerlo —. ¿Se puede saber qué demonios has hecho aquí?

—Cuando me levanté ya estaba ahí —Megumi se encogió de hombros.

Toji lo había despertado accidentalmente cuando iba a trabajar. Al final se había pasado toda la noche en la cama del crío, quitándole espacio y haciendo que estuviera a punto de caer, y Megumi había acabado pegado a su espalda, subido a ella cuando Toji se había puesto boca abajo, para no desplomarse en el suelo.

Cuando el despertador del teléfono había sonado, Toji se había levantado de golpe. Megumi había estado a punto de salir volando.

—A la mierda con esto —Toji abrió el cajón del mueble, agarró unas tijeras y cortó el nudo.

Toji pasó el peine varias veces, cerciorándose de que no quedara ninguno por ahí. Luego, revolvió el pelo del niño y le dio un empujoncito amistoso en el hombro para que se fuera.

—Ya está —anunció, guardando el peine en una cesta.

Megumi se tocó el pelo, apartándose del camino del hombre. Se quedó bajo el umbral de la puerta, mirándole ponerse el suéter. Toji le había dado la espalda y podía apreciar las marcas blanquecinas en su piel.

Una vez las había tocado. Se sentían raras bajo las yemas de sus dedos, como si fueran montículos alargados de piel extraña.

—Satoru tiene muchas de esas —comentó.

—¿A qué te refieres? —Toji se volvió hacia él, alzando una ceja.

—Marcas.

—Lo sé —Toji se quedó quieto. Su mirada se endureció un momento, perdiéndose en quién sabía qué —. ¿Y?

—No sé —Megumi se sintió un poco intimidado por el cambio en la presión del aire. Tragó saliva —. Sólo decía.

—No hables de eso.

Apretó los labios, bajando la cabeza. ¿De alguna forma eso estaba mal? Satoru también había cambiado cuando las había visto —mientras que a su padre le daba igual—, pero no había reaccionado con ese tono de voz.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —se hizo a un lado, dejando a su padre salir del baño. Quería una respuesta, al menos.

Él no tenía marcas. No sabía qué pensar. Algunas personas las tenían y ya, ¿no? Justo como en las películas. Los malos tenían cicatrices en la cara y se cubrían con máscaras o pasamontañas; las mujeres no tenían.

Toji se detuvo en seco en el pasillo y Megumi chocó contra él.

—Porque no y punto —espetó Toji, chasqueando la lengua. Entonces, el timbre sonó —. Ve a hacerte el muerto un rato y no molestes, ¿eh?

Megumi hizo un puchero, mientras era abandonado allí. No le gustaba jugar a hacerse el muerto. Era muy aburrido.

Toji fue a abrir la puerta, emocionado. Tuvo que sacudir las manos antes de abrir, porque estaba temblando. Se olió las muñecas también, para ver si su perfume era notorio. Lo era. Luz verde.

Satoru sonrió al otro lado, radiante. Toji sintió que se derretía un poco al verlo con esa elegante camisa azul y gafas dejando entrever una mirada hermosa. Era tan jodidamente perfecto.

—Hey —saludó, nervioso.

—Hola —Satoru se puso rojo al instante, entusiasmado de verlo.

Megumi se hizo un espacio al lado de Toji, empujando un poco para caber. Se había cambiado de ropa.

—¡Hola!

Toji estuvo a punto de patearlo.

—¡Hola, chiquitín! —Satoru se agachó al instante, abriendo los brazos. Megumi lo abrazó con fuerza —. ¿Cómo te encuentras? ¿Te duele mucho la muñeca?

Unos ojos azules se clavaron en Toji desde allí abajo. Toji arrugó la nariz, con una absurda impotencia de celos picando bajo la piel. Lo que le faltaba.

—Sigo teniendo esto —el niño mostró la férula, subiéndose la manga de su sudadera roja —. Papá me puso hielo.

—Sí, cielo, es que hay que poner hielo de vez en cuando para ayudar a que se cure.

Satoru adoraba a Megumi. Se había prometido que no volvería a dejarle de lado, y que intentaría hablar con Toji otra vez para explicarle bien las cosas. Entendía que estuviera ocupado por el trabajo, pero esa no era excusa para que el resto de cosas, como su falta de chaquetas, ocurrieran.

Megumi volvió a abrazarse al cuello de Satoru, y luego lo dejó ir.

—He... pensado en que podríamos ir a una cafetería que conozco —propuso, incorporándose. Se subió las gafas en un gesto que Toji amaba —. Es de esas que tienen cosas dulces, pasteles y todo eso...

—Vamos a donde quieras —Toji metió las manos en los bolsillos, sonriendo. Sabía que el albino codiciaba el azúcar.

—¿Yo también voy? —interrumpió Megumi, alternando la mirada de uno a otro.

Toji deseó mandarlo a hacer sus estúpidos deberes de la escuela. Y lo hizo.

—Pues claro que no. ¿Es que no tienes cosas de clase para hacer? Mañana es lunes, ¿sabes?

—... terminé mis deberes esta mañana.

—Es cosa de adultos —rebatió.

—¿Es una cita?

—Es...

Toji apretó los puños. Dios mío, ese maldito mocoso.

—Vamos, Toji —la voz de Satoru sonó tranquilizadoramente comprensiva —. Déjalo venir. No nos va a molestar.

—No voy a molestar —repitió Megumi, jugueteando con las manos, inquieto. No quería quedarse solo durante horas.

Ugh, ¿quién era él para negarle un favor a Satoru cuando se lo pedía con esos ojitos? Era tan tierno y amable con todo el mundo, incluido con el pedante de su mocoso.

—Está bien —accedió, al fin.

Megumi hizo un sonido de alegría, saltando alrededor de las largas piernas de Satoru. Y Satoru reía, en familia.

Toji se ablandó un poco al ver la escena, incluso se sintió un poco mal por haber querido apartar a Megumi. El niño parecía más feliz cuando estaba con Satoru.

—Tienen muchos dulces y pasteles, ya lo verás —le contaba Satoru, acariciándole la cabeza —. Te encantará.

Igual que esas en las que ambos habían escapado de clase en alguna ocasión. La nostalgia era tan melancólica, pero les daba alivio reconocerse en todos los gestos, palabras y miradas.

—Tú también mereces uno —Satoru se acercó a Toji y le dio un suave abrazo.

Toji lo rodeó con los brazos, disfrutando del calor de su cercanía. Las líneas de su cuerpo seguían en los mismos lugares, aunque había madurado físicamente. Quería acurrucarse en su pecho y dormir mientras le hacía mimos en el pelo.

Cuando se separaron, no pudo evitar fijarse en esos labios rosados, el brillante camino del bálsamo sobre ellos. El recuerdo de cómo se sentían sobre los suyos le invadió el corazón.

Satoru apoyó una mano en el pecho de Toji.

—Vamos —Megumi los sacó de su fantasía, tirando del brazo del albino —. Vamos, vamos.

—Cuidado con las escaleras —gruñó Toji, siguiendo a la pareja.

Megumi le dio la mano a Satoru para bajar, feliz de ser incluido.

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