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Había algo sublime en la violencia. En la forma de unos puños cerrándose, las expresiones, los gruñidos. Había algo en todo eso que le inspiraba poder y confort.

Toji no sabía cuándo parar cuando una pelea comenzaba. Porque, de repente, aquello se había convertido en una.

—¡Toji, para!

Satoru se estremeció cuando Toji cruzó el rostro del reclutador de un puñetazo. El mayor se lanzó contra él, empujándolo contra una mesa que volcó al suelo ruidosamente con ambos, pegándose y rodando entre gruñidos.

La cabeza de Toji se estampó contra la baldosa cuando el reclutador lo aferró de la sudadera y lo golpeó con fuerza. Toji alcanzó a incorporarse y tirarse encima de él, aprisionando su garganta con los dedos crispados por adrenalina.

Todo el restaurante estaba mirando ese altercado que se había convertido en una pelea por dignidad. Alguien ya había llamado a la policía.

Satoru entraba en pánico, sollozando sin poder hacer nada. Se había levantado y pegado contra la pared más cercana, viendo a su novio hacer aquello, lanzando puñetazos hacia la nariz del tipo hasta casi hundir el hueso con una maldición.

El reclutador se quitó a Toji de encima. Una silla se tumbó estrepitosamente. Hilos de sangre bajaban por la nariz del tipo, y Toji escupía rojo, con un labio roto.

Toji se tocó el labio, siseando. Ojos verdes se tiñeron de rabia, salvajes. Una mano lo agarró de la ropa y una rodilla se hundió en su estómago, doblándolo. Satoru sintió que su corazón se encogía.

—Toji, ya es suficiente...

—¡Cállate, Satoru! —rugió Toji, con las rodillas temblando, negando a doblegarse. Hacía muchos años que se había prometido que no volvería a arrodillarse ante nadie sólo por un poco de dolor. 

Sabía que Toji solía meterse en peleas, incluso le había dado una Suguru, pero nunca lo había visto de esa forma, volviendo a esquivar bofetadas y puñetazos como si el jodido lugar fuera un ring.

Satoru se cubrió la cabeza con las manos cuando un vaso salió volando y se quebró en pedazos contra el suelo.

Alguien tiró de su brazo. Uno de los camareros lo agarraba y lo llevaba a un lugar seguro. Satoru clavó los talones en el suelo, mirando a Toji, pero al final se dejó llevar y se refugió tras la barra con el trabajador.

—¿Estás bien? —preguntó el camarero, comprobando que su rostro no tuviera heridas —. La policía estará aquí en unos minutos, no te preocupes.

Satoru balbuceó, con la visión nublada por las lágrimas. Otra vez. Era simplemente un mocoso llorón que se derrumbaba por todo. Se encogió en el suelo, llorando, limpiándose la cara con las mangas hasta humedecerlas.

Quiso decirle, explicarle, pero no lo entendería. Como todos los jodidos adultos. Toji no era una mala persona, no merecía ser arrestado.

Ninguno llevaba el carnet de estudiante encima, estaban saltándose las clases, se meterían en problemas y todo por su culpa. Satoru se golpeó la cabeza contra la barra, sentado en el suelo.

Cerró los ojos, respirando con fuerza. Sentía una mano en su hombro, dando un suave apretón. Estaba mareado, tenía escalofríos, le dolía tanto el pecho.

—... y que alguien traiga asistencia médica para él —escuchó de fondo —... creo que le está dando un ataque, o algo, está muy pálido.

Se acurrucó contra la barra. El suelo estaba frío, un poco húmedo. Se encogió, tocando su frente con sus rodillas, jadeando. Se forzó a respirar por la nariz. Una mano le acariciaba la espalda.

Cold, cold, cold || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora