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—Has cambiado, Satoru.

Has cambiado. La gente se ponía esas palabras en la boca de una forma retorcida, despectiva. Como si algo estuviera mal con él y no con la gente que lo había hecho así.

Suguru desvió la mirada a un lado. El panel electrónico de la estación marcaba que faltaban cinco minutos para que el metro llegara. A su lado, sentado en el banco de metal, Satoru jugueteaba con las manos ansiosamente, evitando mirarle.

—¿Entonces? —preguntó, con voz queda.

—Me estás preguntando si te echaría de menos —Suguru alzó una ceja, con la mirada perdida en el andén opuesto —. Y yo te digo que has cambiado. Las cosas han cambiado. 

Satoru musitó un oh. No necesitaba que dijera nada más. Con eso era suficiente. Hacía tiempo que se había alejado de todos ellos, de sus amigos, de Suguru, de Shoko, de Nanami y Haibara. Con los años, los habían separado de clase y vuelto a juntar, se habían encontrado y perdido en los mismos pasillos y paradas de metro donde una vez rieron y corrieron como niños.

Pero, cambiar no era el término adecuado. Satoru, que siempre había sido un chico vulnerable y tímido, no había cambiado. Simplemente se le había hecho imposible seguir fingiendo que todo estaba bien.

Apretó los puños, escuchando el metro. Quería gritarle que él también lo hubiera hecho. Cualquiera de ellos se habría alejado y encerrado en su habitación durante semanas si hubieran vivido aunque sólo fuera una pequeña parte de lo que él había arrastrado durante años. Quería chillarle que había sido miserable toda su vida, desde la primera herida hasta la última.

Pero, como siempre, Satoru no hizo nada de eso. Nunca le alzaría la voz a otra persona. Contuvo las lágrimas y se dijo que estaba demasiado sensible ese día, y que no debería de volver a hablar con Suguru.

Se levantaron del banco. El tren entró a la estación y la gente se arremolinaba a su alrededor. Satoru seguía a su antiguo amigo por el andén hasta la puerta del vagón, sintiendo el sudor frío en la nuca, un insoportable calor en el pecho, presión que no le dejaba respirar.

El viaje siempre era en silencio. Suguru se ponía música y él miraba la oscuridad del túnel, ahogándose. No hablaban, no reían.

Corazones en licuadoras y otras historias aparte

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Corazones en licuadoras y otras historias aparte.

Acarició el cabello negro con nervios chispeando en las yemas de los dedos. Enredando los mechones, echándolos torpemente hacia atrás. Labios rojizos atrapaban los suyos, suspiraban en su boca con un beso desordenado, empujando la lengua más allá de sus dientes.

La mano de Toji subió por su muslo, elevando su pierna para ponerla alrededor de su cintura; apretando la carne, la tela costosa de los vaqueros. Satoru se estremeció, notando la pared tras la espalda, sosteniéndole del cabello al sentir que bajaba por su cuello en surcos de saliva desordenados, colmillos resbalando por su piel, dejando una fina marca rojiza.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now