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Diez años después,

diciembre

—Feliz cumpleaños, maestro Gojō.

Era siete de diciembre, Satoru cumplía veintisiete años. Vestido de uniforme que combinaba colores verdes y grises, tan alto como lo había sido siempre, ojos azules de cielo y mejillas de azúcar. Veintisiete.

Miró al niño y aquello que había dejado sobre su mesa. Sonrió, viendo el bonito dibujo que el chiquillo había hecho para él, donde aparecían ambos en la escuela, rodeados del resto de alumnos.

—Es muy bonito, gracias —apoyó la mano sobre la cabeza del niño, dando una suave palmadita de agradecimiento.

Su alumno regresó a su sitio correteando, todo sonrojado. El resto de los alumnos fueron llegando progresivamente, a medida que la aguja del reloj se acercaba a las ocho y media de la mañana, hora a la que comenzaban las clases.

No superaban los ocho años. Cada chiquillo que entraba se detenía frente a su mesa, donde estaba sentado, y se inclinaba respetuosamente.

—Feliz cumpleaños, maestro —decían todos. Los que llegaban a la vez se peleaban para ver quién lo felicitaba primero.

—Gracias —y Satoru respondía con una sonrisa aún adormilada por haber despertado temprano —. Muchas gracias, chicos.

Esperó a que todos se hubieran colocado en sus respectivos sitios. Los niños de primaria eran ruidosos y, a veces, incontrolables, pero increíblemente respetuosos y atentos. Todos vestían con el uniforme del colegio, una institución privada popular entre las clases altas de la sociedad.

La misma escuela a la que su padre había ido. Y la misma marca de educación que él había adquirido. Había logrado su puesto allí gracias a contactos, asegurándose un buen sueldo siendo tan sólo un recién graduado, años atrás.

Miró el dibujo, sintiéndose tan agradecido. Los niños eran las únicas personas que lo felicitaban en su cumpleaños, convirtiendo ese día en uno menos melancólico.

El detalle de su pelo era gracioso. El chiquillo había pegado un poco de algodón con pegamento, como si fuera una nube. Lo tocó con el dedo, curioso. Era bonito. Cazó al niño mirándole y le guiñó el ojo con gracia.

Finalmente, se levantó de su silla y aplaudió dos veces, captando la atención de todos.

—¿Estamos todos? Voy a pasar lista.

No sólo era el tutor de aquellos cuarenta chiquillos asilvestrados, sino también su profesor de varias asignaturas y miembro de la Junta Directiva del colegio. Era alguien importante para el centro, aunque siempre había sido alguien que prefería pasar desapercibido.

Las clases duraban desde las ocho y media de la mañana hasta las tres menos cuarto de la tarde. Si tenía suerte y no debía asistir a ninguna reunión, podía llegar a casa alrededor de las cuatro. Tenía una hora libre, cuando su clase estaba en educación física, que aprovechaba para corregir deberes y exámenes; a veces iba a la cafetería a tomar algo, solo en la mesa del fondo.

Esa era su vida a los veintisiete años. Entretenida, pues la rígida rutina que necesitaba para sentirse seguro no impedía que cosas nuevas sucedieran; próspera a final de cada mes en su tarjeta.

Vivía solo en un apartamento demasiado grande, obsequio de sus padres por su cumpleaños número veinte, y que ya podía pagar por su cuenta. Estaba completamente independizado y lejos de su familia, intentando disfrutar de los domingos por la tarde y los viernes por la noche de la forma en que alguien como él lo haría:

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now