Su ángel caído

almarianna द्वारा

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Libro 3 Trilogía Oscuridad. Historia corta. ♡ Considerado el hechicero más versátil y poderoso, Jeremías, el... अधिक

Sinopsis
Booktrailer
Nota de autora
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Epílogo
Personajes

Capítulo 11

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almarianna द्वारा

Mientras el sol se alzaba a lo alto, iluminando los campos en derredor, una fría e insidiosa oscuridad invadía cada rincón de la casa. Mezcla de angustia, rabia e impotencia colmaba por completo el ambiente con una intensidad tal que ni siquiera Ezequiel era capaz de aligerar. Tal vez se debía a que gran parte de esas emociones le pertenecían también. Su hermano querido, ese que se había autoproclamado a sí mismo su guardián y protector a pesar de ser el menor de ellos, acababa de dejarlos, y el dolor era demasiado desgarrador para contenerlo.

Rafael no lograba entenderlo. Había utilizado todo su poder para salvarlo y aun así había fallado. ¿De qué carajo le servía haber cambiado y obtenido la divinidad si esta no bastaba para ayudar a quienes en verdad lo merecían? Jeremías era digno. ¡Siempre lo había sido! Se había enfrentado a su propio padre y luchado contra los de su clase con el único propósito de salvaguardar a los humanos de la influencia maligna, teniendo que lidiar, incluso, con su propia oscuridad para conseguirlo. ¿Esta era su recompensa? ¡No! Se trataba más bien de un castigo injusto y sin sentido.

Exhaló de golpe al sentir los brazos de Luna envolviéndolo desde atrás. Pese a la profunda tristeza que embargaba su alma, el calor de su mujer lo reconfortó como nada más podía hacerlo. Desde que sus caminos se cruzaron, tiempo atrás, y el destino decidió unirlos por fin, ella se había vuelto su motor, su ancla, su fuerza, y en ese momento, la necesitaba más que nunca. La culpa lo hundía en un mar de pesar y lágrimas sin esperanza. Su presencia era una balsa en medio del naufragio.

—Estoy acá —le susurró al oído a través del nudo que se había formado en su garganta.

Verlo así la destruía. Su ángel, ese maravilloso ser que la había rescatado de un lugar horrible y le había devuelto la vida, estaba sufriendo y podía sentir su dolor como propio. Por otro lado, si bien la relación con su cuñado no era tan cercana como la que este compartía con Alma, lo quería mucho. Había alcanzado a ver debajo de su fachada fría y feroz al increíble, protector y leal demonio que amaba incondicionalmente a su familia y los ponía siempre en primer lugar. Su pérdida la lastimaba también y no estaba segura de que pudieran superarla alguna vez.

Intentando consolarlo y transmitirle una calma que en verdad no sentía, deslizó las manos con suavidad a lo largo de sus brazos. Pese al sudor, estaba helado y lo sintió estremecerse ante su contacto. Con el corazón roto por la angustia que podía percibir en él, continuó acariciándolo hasta alcanzar las suyas y entrelazó los dedos de ambos. Intentó hacer que se levantara. Tal vez, si se acercaba un poco más al fuego podría entrar en calor más rápido. Sin embargo, él no se movió. Era evidente que no quería separarse de su hermano todavía.

Pero entonces, las palmas del sanador comenzaron a chispear y al instante, una brillante luz dorada brotó de ellas con ardiente intensidad. Sorprendido por la repentina manifestación del poder de sanación, potenciado sin duda por el contacto de Luna, llevó las manos unidas hasta el cuerpo de Jeremías y las apoyó sobre su pecho. El resplandor aumentó aún más, si acaso eso era posible, volviéndose casi enceguecedor, y el calor de pronto le quemó la piel. No obstante, no podría importarle menos.

—¡Dios mío! —exclamó Ezequiel, conmocionado, cuando una imponente y familiar energía lo golpeó con fuerza.

El silencio con el que se había topado antes se llenó de repente con música, dispersando de inmediato la oscuridad reinante. Un latido, enérgico y vital, resonó con determinación a la vez que sus emociones se alzaron en un impetuoso torbellino de actividad. Temor, impotencia, furia, todo revuelto en un manojo confuso de sensaciones que, por un momento, le arrebató el aliento. Otro latido... Entereza, fuerza, tenacidad. Las lágrimas brotaron de sus ojos de nuevo, pero esta vez de felicidad. ¡Era un maldito milagro!

Todos debieron cerrar los ojos cuando el reflejo se volvió demasiado brillante, incluso para ellos. La energía manaba sin cesar de las manos de Rafael, unidas a su vez con las de Luna, para dirigir todo el poder sanador hacia el cuerpo del hechicero e impactar en cada una de sus células, curando, transformando. La luz y el amor divinos se expandieron con fuerza, fortaleciendo aún más el lazo entre los tres hermanos, y con una violenta descarga, llenaron por completo el vacío y la desolación.

Mientras tomaba su primera bocanada de aire, Jeremías se sentó de golpe en el sofá a la vez que las densas nubes que cubrían el cielo se dispersaron para dar lugar al brillante sol que ahora ardía con intensidad, irradiando luz y calor en todas direcciones. Esta vez no había tormenta o desequilibrio alguno. Solo una absoluta calma. El viento, reaccionando también a la nueva vibración, acarició con suavidad las copas de los árboles y las hizo danzar con alegría. La naturaleza volvía a estar en completa armonía.

Nada más abrir los ojos, sintió de inmediato el inmenso poder que recorría su cuerpo y supo que, de alguna manera, había superado la transición. Pero, ¿cómo? Él no podía ser un ángel. Sabía perfectamente lo que causaba el cambio y nada de eso había ocurrido en su caso. Gaia era incapaz de concebir. Se estremeció cuando su nombre activó de pronto los recuerdos de esa noche y las desagradables imágenes de lo sucedido en la cabaña se agolparon en su mente.

En un acto puramente instintivo, se puso de pie. Había muerto, lo recordaba con absoluta claridad. Jamás podría olvidar la angustia que había visto reflejada en los ojos de la mujer que amaba antes de que todo se volviera negro. Lo habían matado, y ella había quedado a merced de un enemigo despiadado y lleno de odio. Incapaz de contenerlas, sus alas emergieron con brusquedad hacia ambos lados de su cuerpo. Eran blancas, magníficas, inmaculadas.

De inmediato, el poder brotó de él en una brutal y furiosa onda expansiva de energía. Ella seguía con vida, podía sentirla en su interior. Su esencia estaba grabada a fuego en su corazón, su olor aún impregnado en su piel y su dulce sabor en sus labios. La encontraría, de eso no tenía dudas, y cuando lo hiciera, rogarían a Dios para que se apiadara de sus almas porque no dejaría a nadie en pie. Ninguno se salvaría, no después de haberse atrevido a tocarla. Se habían metido con el ángel equivocado y estaban a punto de descubrirlo.

—Jeremías...

Sintió el suave toque de su hermano en la mente, así como una pesada bruma de calma que descendió sobre él con notable intensidad. Sin embargo, esta no logró penetrar sus escudos. Ya nada podría hacerlo. Si como demonio era el más poderoso, o por lo menos así había sido hasta esa noche, no existía nada en el mundo que pudiera vencerlo como ángel. Incluso aunque la oscuridad hubiera desaparecido y la luz más pura colmase su corazón, seguía siendo un peligroso y temible depredador.

En el acto, dirigió la mirada hacia donde se encontraba este, de pie junto a Rafael. Ambos lo observaban con expresión de cautela en sus rostros. Era evidente que para ellos su transición también era una sorpresa. Sus cuñadas, igual de asombradas, se mantenían a resguardo detrás de sus compañeros. Frunció el ceño ante la actitud de todos. ¿Acaso creían que los atacaría? Siempre los había protegido, tanto a ellos como a sus mujeres, y eso jamás cambiaría. Ángel o demonio, amaba a su familia incondicionalmente.

—¿Cómo te sentís? —preguntó el sanador cuando sus ojos por fin coincidieron.

—Invencible.

Conciso, severo. Una palabra que representaba la magnitud del poder que vibraba en su interior. También estaba furioso, por supuesto. Lo que menos deseaba en ese momento era ponerse a charlar. Su mujer lo necesitaba y no podía seguir perdiendo el tiempo. Tenía que ir a buscarla.

Pero entonces, Alma salió de entre las sombras y se abalanzó hacia él, derribando todas y cada una de sus defensas. Conmovido por la cálida y sincera muestra de afecto, negó hacia el líder, quien ya se disponía a interponerse y la envolvió en un fuerte abrazo. A continuación, le tendió la mano a Luna para que se uniera a ellos. La joven no lo dudó y de inmediato, aceptó el ofrecimiento, tomándola entre las suyas.

—Todo está bien. No deben preocuparse.

—Moriste... —murmuró la primera, separándose solo un poco para poder mirarlo.

Frunció el ceño al oírla. Si bien así lo había supuesto, lo cierto era que no tenía ningún sentido. Aunque el don de su hermano era impresionante, nunca tuvo el poder de devolver la vida, una vez que esta era arrebatada.

—No sin ayuda —dijo él, adivinando lo que estaba pensando—. Cuando llegamos a la cabaña ya estabas muerto. —Hizo una pausa ante la impresión que el solo recuerdo le causaba—. Te trajimos lo más rápido que pudimos. Necesitaba que estuviésemos en un lugar seguro para poder concentrarme. Utilicé toda mi fuerza, pero no fue suficiente. Nada de lo que hacía servía. Mi don no alcanzaba para hacerte volver. Entonces ella me tocó y todo el poder divino fluyó a través de nosotros directamente hacia vos.

Sus ojos se posaron en los de Luna, quien lo contemplaba, emocionada. Acunó un lado de su cara con la mano y limpió la lágrima que bajaba por su mejilla.

—Aprecio en verdad lo que hicieron por mí. Les debo la vida y jamás me olvidaré de eso —afirmó con sinceridad—. Pero debo marcharme —indicó, mirando ahora a su hermano—. Ellos tienen a Gaia y tengo que ir a buscarla.

—Es tu compañera, ¿verdad? —indagó Ezequiel, esperando que confirmara su teoría. Los dos habían sido capaces de percibir el fuerte vínculo que los unía y se sentían sumamente culpables por no haber podido evitar que se la llevaran. Exhaló de golpe al verlo asentir—. Lo siento. No pudimos protegerla. Se fueron mientras nos enfrentábamos a los hechiceros y entonces, te vimos...

Se detuvo, incapaz de decirlo siquiera.

Jeremías cerró los puños con fuerza. Si bien se hacía una idea de lo que había pasado, era bastante duro escucharlo.

—Fue lo mejor —lo interrumpió, sorprendiéndolos—. De otro modo, ella los habría matado y todo estaría perdido.

—¿La chica? —preguntó el sanador, un tanto confundido.

Él negó con la cabeza.

—Nuestra hermana.

—¡¿Qué?! —inquirieron ambos, al unísono. La inesperada noticia los había descolocado.

Sin perder tiempo, les contó sobre Nayla y su conexión con Ezra, el ex jefe de zona que los había traicionado. Además, de cómo esta, inspirada por el profundo resentimiento que sentía hacia su padre luego de que él la hubiese despreciado, se proponía matarlos para obtener venganza.

De alguna manera, en su mente enferma y retorcida, eso haría que Samael sufriera del mismo modo que lo había hecho ella con la muerte de su madre. A su parecer, el sádico demonio los amaba y deseaba tenerlos de nuevo a su lado. Por consiguiente, su plan era impedírselo y una vez que consiguiera arrebatarle lo más preciado, lo asesinaría de la forma más cruel y se quedaría con el trono.

—Supongo que se llevó una sorpresa al vernos —replicó Ezequiel, molesto consigo mismo por no haberse dado cuenta antes de las verdaderas intenciones de uno de sus principales soldados.

—Sin duda, pero no va a dejar que eso la detenga. Es perseverante, paciente y extremadamente inteligente y aunque no tenga la certeza de a qué se enfrenta, le quedó claro que no está lidiando con demonios. Por eso se la llevó. Sabe que sin importar lo que pase conmigo, ustedes irán a buscarla porque sí, hermano, es mi compañera, la mujer que amo con todo mi ser y por quien estoy dispuesto a dar la vida.

El jadeo de sus cuñadas consiguió lo imposible, que, pese a todo, una sonrisa se dibujara en su rostro.

—Entonces, tiene que estar... —adivinó Rafael con el ceño fruncido, su mente analítica estudiando todas las posibles variables—. Quiero decir, si estuvieron juntos y luego ocurrió la transición, eso significa que ella...

Pero el hechicero negó con la cabeza, interrumpiéndolo.

—Gaia no puede tener hijos.

Un profundo silencio se formó en el ambiente.

—¿De qué estás hablando?

—Ella es la niña que sobrevivió aquella noche en la que perdí por completo el control.

—Sí, la reconocí al verla. Pero, ¿qué tiene eso que ver?

Ante su expresión confundida, le contó lo que Gaia le había dicho horas atrás. Cómo, a pesar de que había utilizado el don de sanación en ella, no fue suficiente para arreglar el inmenso daño que su cuerpo había sufrido y los médicos debieron quitar la totalidad de su sistema reproductivo para poder salvarle la vida.

El aire salió con brusquedad de sus pulmones.

—No puede ser —murmuró, apenas audible—. Acudí a su lado de inmediato, en cuanto me lo pediste. Se encontraba muy grave. Había sufrido un severo traumatismo torácico que le dañó el músculo cardíaco, y una rama le atravesaba el torso, dañando parte de sus pulmones. La pérdida de sangre era abismal, tenía taquicardia y apenas respiraba. Estaba agonizando, y por eso me centré exclusivamente en sus órganos vitales, pero jamás habría pasado por alto una lesión de esa índole. Eso es imposible.

—Estabas agotado, Rafael. Todos lo estábamos. No podés culparte —intervino Ezequiel con empatía—. Habían herido a muchos de los nuestros y excediste tu propio límite para tratar de salvarlos a todos. Eso casi drenó por completo tu energía. Tal vez no lo recuerdes, pero apenas podías mantenerme en pie. En todo caso, yo sería el culpable porque fui quien te detuvo para evitar que te desplomaras antes de que llegara la ambulancia.

—No, no lo entendés. Como sanador, debo...

—¡Basta! Ninguno tiene la culpa —los cortó Jeremías, perdiendo finalmente la paciencia—. Solo yo soy el responsable de lo que pasó y el culpable de que Gaia no pueda concebir.

No importaba que ella lo hubiese perdonado. Era una espina que siempre tendría clavada en su corazón.

—No seas ridículo. Esa noche fue un caos. Nadie podría haber advertido que estaban allí.

—Te digo que es imposible —insistió Rafael—. Al igual que nosotros, vos también cambiaste. La transición inicia solo tras la fecundación. Ergo, tiene que haber un útero sano para que pueda gestarse la vida.

Jeremías se pasó una mano por el cabello en un gesto nervioso.

—¡Por el amor de Dios! ¡Yo mismo vi la cicatriz! —exclamó con exasperación.

Dio un paso en dirección a la puerta. No iba a perder un segundo más en aquella absurda conversación.

—Puede que no sea la única manera. —El comentario de Luna lo detuvo en seco. Si había una mera posibilidad de que Gaia pudiera estar embarazada tenía que saberlo—. Jeremías murió, todos lo vimos —agregó su cuñada—, y el poder de Rafael solo tuvo efecto cuando ambos juntamos nuestras manos, en el instante en que, a través de nuestra conexión y movilizados por un profundo amor, el don que corre por sus venas traspasó el límite.

—Como cuando Ezequiel y yo nos hablamos telepáticamente —agregó Alma—. Con nadie más puede hacerlo.

Los dos hermanos intercambiaron miradas antes de fijar los ojos en el hechicero, quien parecía abstraído en algún recuerdo. Se disponían a llamarlo cuando por fin habló.

—Esos imbéciles me tenían apresado en mi propia mente, no había forma de que pudiera zafarme de ellos, pero entonces, encontré una luz dentro de mí, el vínculo que me une a ella, y a través de él fui capaz de alcanzar a los elementos. No sirvió de mucho porque estaban preparados y no tardaron en reducirme, pero bastó para poder enviarles un mensaje de auxilio. No lo habría logrado sin la conexión que Gaia y yo compartimos.

—Nadie pone en duda que nuestras mujeres nos hacen más poderosos —intervino Rafael—, pero si seguimos ese criterio, yo debería haber cambiado la noche en la que rescaté a Luna y no fue así. La profecía es clara, y el papiro la reafirma. La transición se da únicamente por medio de la concepción.

Era evidente que el sanador no toleraba muy bien la incertidumbre y Jeremías sabía que la incógnita no dejaría de atormentarlo hasta que diera con una respuesta. Sin embargo, no tenía tiempo para eso. Poco le importaba la razón de su transformación. Lo único que quería era recuperar a Gaia.

—No vas a ir solo —declaró el líder, percibiendo claramente sus intenciones.

—No puedo pedirles que dejen sin protección a sus mujeres para salvar a la mía. Mucho menos a sus hijos.

—Qué bueno que no lo estés pidiendo, entonces —replicó con fiera determinación—. Y ellos no estarán desprotegidos, lo sabés. Tus símbolos los resguardarán como siempre lo hicieron. Es tu compañera, y los tres iremos por ella. Estamos juntos en esto, hermano. No volveremos a separarnos. ¿Soy lo suficientemente claro?

El hechicero resopló con fastidio. Aceptar su orden iba en contra de todos sus instintos. Siempre había sido el guardián, el encargado de mantener a todos a salvo. No obstante, se trataba de Gaia y no había nada a lo que no estuviese dispuesto a renunciar por ella. Tenía que salvarla de las garras de esa psicópata desquiciada y los demonios fieles a ella y para ello, necesitaba la ayuda de sus hermanos.

—Ya tenés su rastro —afirmó, más que preguntó, el sanador—. Solo indicanos el camino. Te seguiremos.

Tras un segundo de dubitación, Jeremías asintió, aliviado. Con los dos a su lado, la victoria estaba asegurada. 

La noche había caído y todo estaba en silencio. Ocultos tras los árboles que lindaban con la vieja casona donde el rastro de Gaia los había conducido, los tres hermanos estudiaban los alrededores con atención. Era la vivienda donde su hermana había crecido junto a su madre, antes de que esta muriera a manos de su padre, y sitio en el que fue víctima de las peores atrocidades. El olor de su mujer estaba impregnado por todo el lugar, claro indicio de que se encontraban frente a una trampa.

Los guerreros de la rebelión los acompañaban. En un principio, Jeremías se había negado a pedirles ayuda, pero el líder le hizo ver que tarde o temprano descubrirían el secreto bien guardado durante años y que, aunque fueron traicionados por un espía en el que confiaban, el resto siempre había demostrado su total lealtad. Por eso, debían ir con la verdad y darles la oportunidad de elegir si seguirían a su lado. Por supuesto, se quedaron. Al fin y al cabo, perseguían un mismo ideal, erradicar la oscuridad de la Tierra y salvar a la humanidad.

Los demonios, muchos más de lo que habían supuesto, se distribuían en diferentes puntos estratégicos del terreno, algunos estaban camuflados, aunque Jeremías podía sentirlos de cualquier forma incluso bajo la capa de ocultamiento que los rodeaba; otros, en campo abierto con despreocupación, ofreciéndose como carnada para que sus compañeros pudieran lanzarse sobre ellos en cuanto se acercaran. A quien no podía localizar era a Nayla, su poder para encubrir su propio rastro era muy similar al suyo. Sin embargo, la encontraría, no tenía la menor duda.

Se tensó de repente cuando el viento atrajo consigo la discordante vibración. Gaia. Débil y herida, estaba siendo retenida por la mano derecha del General en el interior de la casa. Una combinación de sangre, lágrimas, dolor y miedo lo golpeó con fuerza en cuanto el aroma de ella inundó sus fosas nasales. El maldito la había golpeado, probablemente para sacarle información sobre ellos. O tal vez por mera diversión. Como fuese, lo mataría con sus propias manos. Le desgarraría las entrañas y le arrancaría el corazón solo por haberse atrevido a tocarla. Y luego, iría tras su hermana. Con esta tampoco tendría piedad.

—Calma, solo debemos esperar un poco más —indicó en voz baja Ezequiel al oír el bajo gruñido que vibró en su pecho—. Los jefes de zona ya casi están en posición.

—Debo sacarla de allí —siseó, su temperamento pendiendo de un hilo.

—Y lo harás pronto.

—Te advierto que esta vez no voy a quedarme en la retaguardia —aseveró Rafael con los ojos fijos en los del líder.

Estaba cansado de que siempre lo sobreprotegieran. Ya había quedado demostrado que no era necesario.

—No esperaba que lo hicieras —replicó su hermano, confiando totalmente en el nuevo alcance de su poder.

Jeremías alzó las manos de pronto, apuntando hacia el cielo. Resguardado a lo lejos gracias a la inigualable capacidad del hechicero y extendida por otros rebeldes de menor rango, Noah había hecho la señal para que comenzaran con el ataque en simultáneo. Lo harían de forma rápida y coordinada. Los tres hermanos encabezarían la avanzada mientras la poderosa magia, magnificada ahora por los poderes propios de un ángel, alteraba el clima a la vez que anulaba cualquier intervención por parte del enemigo.

Un repentino rayo rasgó con violencia el oscuro manto del firmamento, estrellándose de lleno en el grupo de demonios que se encontraban reunidos delante de la vivienda. La explosión fue contundente y dejó en su lugar una densa nube de humo negro que, cargada de olor a carne chamuscada, se extendió rápidamente por el terreno, oscureciendo el campo de batalla. La respuesta fue inmediata y muchos de los que estaban ocultos emergieron para dar batalla.

Decenas y decenas de demonios salieron a la intemperie cuando los primeros comenzaron a caer a manos de los jefes de zona. Ningún escondite era seguro. Solo había dos opciones, enfrentarlos o morir. La pelea fue brutal y descarnada. Estaban bien entrenados y aunque la sorpresa los debilitó en un primer momento, pronto consiguieron recuperarse. No obstante, la falta de lealtad entre sí y la poca camaradería terminó por jugarles en contra. A diferencia de los soldados de la rebelión que funcionaban como equipo, ellos se preocupaban solo por salvarse a sí mismos.

Jeremías acababa de decapitar a los dos guardias que estaban apostados junto a la puerta de la casa y se disponía a entrar cuando de repente tres figuras emergieron desde el interior. Reconoció a su mujer de inmediato y la rabia electrificó cada célula de su cuerpo, provocando que varios truenos estallaran en el cielo. Pegada al cuerpo del maldito que la había arrastrado fuera de la cama cuando se metieron en su cabaña esa misma mañana, ella lo miraba con ojos aterrados, sus lágrimas haciendo surcos en la sangre seca en sus mejillas.

—¡Voy a matarte! —gruñó mientras sus dedos se cerraron con fuerza en torno al mango de sus cuchillos.

—Un solo movimiento y será ella quien muera —respondió el gigante con una arrogante sonrisa en el rostro.

Dio un paso hacia ellos, pero se detuvo en cuanto advirtió la punta de la afilada hoja presionando sin cuidado contra la garganta de Gaia. La impotencia volvió a invadirlo al oírla sollozar y sus ojos se clavaron en el fino y oscuro hilo de sangre que se deslizaba lentamente por su piel.

El sonido de la batalla a su alrededor mermó cuando, ante un gesto de Nayla, el enemigo dio un paso atrás. Ezequiel, atento al intercambio, ordenó a la rebelión detenerse y sin dudarlo, se aproximó al hechicero. Rafael hizo lo mismo, ubicándose al otro lado. Pese a la evidente amenaza que la sola presencia de los tres ángeles suponía, la fémina no se acobardó y con expresión imperturbable, los miró uno a uno a los ojos.

—Entiendo que estén molestos conmigo, pero sé que podemos llegar a un acuerdo beneficioso para los cuatro.

—¡¿Molestos?! —inquirió el sanador con un bufido, conteniéndose de dejar caer todo el paso de su poder contra ella.

—Atacaste a nuestro hermano y te llevaste a su mujer —intervino el líder—. No hay ningún acuerdo posible entre nosotros.

Ante eso, ella posó la mirada en Jeremías.

—Y, aun así, está vivo, ¿verdad? —declaró con un encogimiento de hombros—. Como sea, me alegra que las cosas se hayan dado de esta manera. La verdad es que no tengo nada en contra de ustedes.

—Curiosa forma de demostrarlo, hermana —siseó el primero, remarcando con sarcasmo la última palabra.

—Cometí un error, lo reconozco, pero aprendo de ellos y por eso creo que una alianza sería lo más indicado en este caso. Después de todo, queremos lo mismo, la destrucción de nuestro padre.

Rafael se carcajeó, asombrado por la insólita propuesta, al tiempo que Ezequiel negó con la cabeza. Jeremías, en cambio, se mantuvo en silencio sin apartar los ojos del demonio que seguía sujetando a Gaia.

—Te seguís equivocando, Nayla —señaló el mayor de los hermanos—. No nos parecemos en nada ni tenemos los mismos objetivos. Samael va a caer, eso es inevitable, pero no por venganza, sino por justicia. Sus crímenes lo condenan, incluidos los que cometió contra vos y tu madre.

La expresión en su rostro se endureció por completo ante la sola mención de su progenitora.

—Yo seré quien lo mate y ninguno de ustedes podrá impedírmelo —exclamó, demostrando una vez más el desequilibrio mental que padecía.

En el acto, dirigió la mirada a su guardaespaldas, la malicia brillando en sus oscuros ojos sin fondo. La orden era clara. Debía matar a la humana.

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¡Espero que les haya gustado!
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Solo queda un capítulo y el epílogo para que esta historia y la trilogía se terminen.

¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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