Devuelve mi Cabeza

By loria31

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Asdras, harto de la corrupción de la Iglesia, se venga y decapita a la nueva santa. Pero ella resucita y grit... More

Entra y se testigo creyente
La nueva Santa Capítulo I
El Halo Capítulo II
Acusación Capítulo III
El Falso Profeta Capítulo IV
Falsas esperanzas Capítulo V
Iconoclastia Capítulo VI
Los Flagelados Capítulo VII
Madera y Sal Capítulo VIII
El Coro Capítulo IX
Cenizas Capítulo X
Autoridad Capítulo XI
Campanas Capítulo XII
Rodeados Capítulo XIII
El día de favor Capítulo XIV
Tañendo campanas Capítulo XV
Aquella que no se salvó Capítulo XVI
Cerca de la Capital Capítulo XVII
Dilemas de una cabeza Capítulo XVIII
El distrito púrpura Capítulo XIX
Loria la Capital Capítulo XX
La santa en la plaza Capítulo XXII
Buscando un milagro Capítulo XXIII
Encarcelado Capítulo XXIV
El día de la Ascensión Capítulo XXV
El nuevo santo Capítulo XXVI
Epílogo

El único plan Capítulo XXI

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By loria31

Los gritos de Crisanta despertaron a Asdras, se puso en pie de un salto con la espada en mano. Era de mañana, la luz se colaba a través de los tablones, sus compañeros dormían.

Hincó su arma en el suelo y se sentó, era extraño, llevaba un día sin comer y no tenía hambre, ni sed. "Qué raro" pensó para él, estaba tan tensionado, que podía atribuirle a eso su falta de apetito.

Dejó que sus compañeros durmieran más, en ningún momento Crisanta se calló, probablemente no se detuvo en toda la noche.

El primero en levantarse fue Boulus, lo primero que hizo fue mirar por la ventana, luego se dirigió a Asdras:

—Sobrevivimos —fue todo lo que dijo.

Asdras asintió con la cabeza.

Salina rodó en el suelo y se envaró al instante, parecía asustada, luego de ver a los otros se tranquilizó. Boulus le pasó una hogaza de pan y agua de un saco.

—¿No comerás nada? —le preguntó Boulus.

—Por ahora no —respondió él—. ¿Qué haremos?

—Tenemos que saber la situación de la ciudad —dijo Boulus bebiendo agua.

—Necesitamos salir —dijo Salina con un respingo.

—Es peligroso —dijo Asdras con una mueca—. Pero no tenemos opción.

—Mejor si tú te quedas —dijo Boulus a Asdras—. Eres el más buscado de nosotros, Salina y yo indagaremos todo lo que podamos, y conseguiremos recursos.

Asdras objetaría, pero guardó silencio. Crisanta los delataría con cada paso que daban.

—Está bien, me quedaré —dijo Asdras bajando la cabeza.

—Si nos encontramos con... problemas, corremos —decía Boulus mientras alistaba su arma.

Salina asintió, ella sacó su daga, su hoja estaba manchada de rojo.

—Esta es tu última lección —dijo Asdras levantándose—. Debes estar preparada para tomar vidas.

Asdras agarró el cuchillo y limpió la hoja con sus dedos, y la devolvió. Salina miró su reflejo primero, luego a Asdras. Era obvio que la chiquilla estaba afectada, pero decidió seguir la senda que caminaban, y aunque el falso profeta se había esforzado en no matar, se notaba en su mirada que lo hizo. Era la carga que decidieron llevar.

—¿Es la única forma? —preguntó Salina.

—Esa gente tiene que pagar —le respondió Asdras.

La chica guardó la daga y asintió.

Luego de unas indicaciones, Boulus y Salina salieron de la casona. Asdras se quedó solo velando por la cabeza, que no paraba de chillar.

. . .

Las calles de Loria eran anchas y adoquinadas. Estaban abarrotadas, en cada esquina habían puestos que vendían mercancías referentes a santos, pero la mayoría tenían la cara de Crisanta, algo que Boulus encontró irónico.

—Nuestro objetivo es averiguar todo sobre el día de la Ascensión —dijo Boulus a su compañera.

—¿Solo eso? —preguntó la chica.

—No, también debemos averiguar la situación de la ciudad —respondió Boulus hablando por lo bajo—. ¡Espera!

Salina se sobresaltó. Boulus salió disparado en una dirección. Ella lo siguió.

—Salina... —dijo Boulus con un tono dramático—. ¡Mira estas telas!

—¿Y nuestra misión? —replicó Salina.

—Esto nos llevará un momento —dijo Boulus encogiéndose de hombros—. ¿Cuándo volveremos a los bazares de Loria?

—Esas telas son del Este —dijo un vendedor salido detrás de unos mostradores—. Muy exquisitas.

—No deberíamos —dijo Salina mordiéndose el labio, pero Boulus y el vendedor fueron más persuasivos.

Boulus ahora vestía una túnica larga de colores azul oscuro con detalles en crema, y un turbante con tonos verdosos a juego con los azules. Salina unas piezas más holgadas en colores rojos y naranjas, que al andar se movían como si fueran flamas y argollas rojizas en los brazos.

—Fue justo y necesario —dijo Salina.

—Muy necesario —asintió Boulus.

Prosiguieron su investigación luego de esa pausa, pero ahora más animados y sin sentirse abrumados. "Parecemos forasteros" pensó Boulus mirando a los lados.

La ciudad estaba abarrotada de gente, las monedas iban de mano en mano, y el comercio estaba vivo. Y esto era peor cuando llegaban a las calles principales donde era imposible avanzar, había pequeños desfiles, la multitud alzaban figuras y estatuas de santos, pregonando cánticos. Boulus trató de buscar a los caballeros, había varios estaban en lugares estratégicos, no vio acusadores, "escondidos" pensó Boulus. Divisó a un caballero dorado, la guardia máxima del Lord Obligador, de seguro algún miembro importante de la Obligación estaba por ahí.

—No podemos seguir —dijo Boulus chasqueando su lengua.

—Vamos hacia la plaza —dijo Salina—. De seguro está preparándose para el día de la Ascensión.

La gran plaza blanca, estaba rodeada por grandes pilares con la se coronaban tallas doradas, con algunos árboles de hojas grises, tenían un aspecto reluciente. Personas tenían tiendas improvisadas en el suelo, sobre una manta.

En ese momento, un hombre estaba siendo arrestado, un Obligador supervisaba la operación. Los guardias lo jalaban de los brazos.

—¿Por qué? Tengo todos los permisos —protestó el sujeto—. Usted mismo me los dio, señor Racio.

—Tu identificación es falsa —dijo el hombre de la obligación—. Llévenlo.

—¿No intervenimos? —preguntó Salina.

Boulus suspiró. Si lo hacían debían detenerse a salvar a cada persona.

—No podemos —respondió el falso profeta—. Ahora no.

Siguieron investigando los rincones de Loria. Había un auténtico humor de fiesta, preparaciones por doquier, todo gozaba de un aspecto de gala. Los colores dorados adornaban las calles, la gente ya vestía sus mejores ropas, y los mendigos y personas sin dinero eran echados. "Tal vez algunos fuesen encerrados o asesinados" pensó Boulus con tristeza.

De repente alguien llamó a Boulus.

—¡Hey, hermano! —dijo un hombre.

El sujeto llegó hasta donde estaban Boulus y Salina. A él le resultaba familiar aquel tipo.

—¿No te acuerdas de mí? —le dijo a Boulus—. Nos conocimos en Carcosa, soy Berro.

—Ah, ya recuerdo —dijo Boulus con una sonrisa.

—Me alegro que hayan llegado bien —contestó Berro entusiasmado—. Logré convencer a mucha gente... Bueno a la mayoría de mis amigos y conocidos.

—¿A cuántos? —inquirió Boulus.

—A unos treinta —respondió Berro—. Mejor hablamos de esto en otro lado.

Berro les indicó un lugar. El hombre no paraba de mirar a sus costados. Llegaron a una callejuela apartada de todo.

—No me presenté, señorita, me llamo Berro —dijo el señor pasándole la mano a Salina.

—Salina —contestó ella.

—¿Vino con ustedes el caballero? —preguntó Berro.

—Se quedó a atender unos asuntos —respondió Boulus.

—Todos quieren verlo, se lo imaginan como a un santo —dijo con carcajada, luego se puso más serio—. Aquí, tratamos de hablar con las personas, pero a la mínima sospecha de que alguien tiene ideas, herejes o planea una revuelta, es llevado. Hay ojos y oídos en todas partes.

—Temía eso —dijo Boulus con una mueca.

—Pero ahora están ustedes aquí, será diferente —dijo Berro con una gran sonrisa—. Aunque hay muchos caballeros...

—¿Cuántos? —quiso saber Boulus.

Berro miró al piso, y pronunció la cifra. El corazón de Boulus se aceleró tanto que se sintió mareado. En su interior siempre albergó la esperanza de poder lograr algo. Súbitamente su voluntad se quebró, como si fueran un castillo de cartas.

. . .

El ocaso llegó, cuando Crisanta calló, hasta ella debía descansar. Asdras dormitaba, pero escuchó unos sonidos de tablas moviéndose, se puso en guardia. Primero ingresó Salina, luego Boulus. Tenían ropas nuevas.

—¿Se fueron de compras? —espetó Asdras.

—Disfraces, ya sabes —dijo Boulus, su expresión cambió, tenía un aspecto lúgubre.

—¿Qué pasó? —preguntó Asdras.

Salina suspiró y se sentó en suelo. Boulus hizo lo mismo que ella, apretó sus manos y las colocó frente a su cara.

—No podremos intervenir en el día de la Ascensión —dijo el falso profeta.

—¿Por qué? —gruñó Asdras, su voz sonó como el ladrido de un perro.

—Nos encontramos con Berro —empezó a contarle Boulus—. El sujeto que nos ayudó en Carcosa, ¿recuerdas? Llegó aquí, y logró traer consigo a treinta personas.

Asdras escuchaba, pero se estaba impacientando.

—Hay demasiadas espadas, demasiadas —replicó Boulus.

—¡¿Cuántas?! —inquirió Asdras.

—Seiscientas mil... —la voz de Boulus fue una exhalación débil—. El momento en que pongamos un pie en la plaza santa, seremos asesinados.

—¿Si son tantos, por qué ya no nos atrapan? —preguntó Salina.

—O son ineficientes, o no quieren —dijo Boulus resoplando.

—No son muchos —dijo Asdras cruzándose de brazos.

—Asdras, no te atrevas a decir eso —dijo Boulus controlando su voz para no gritar—. La noche anterior veinte caballeros nos obligaron a huir.

—¡Podíamos matarlos a todos! —repuso Asdras señalándolo.

—¡Huimos, porque llamarían a más y más! —le gritó Boulus—. Ni siquiera tú podrías enfrentarlos.

Asdras desvió la mirada. "Tiene razón" pensó Asdras con rabia. Lo que más le generaba furia, era saber que no tenían oportunidad de ganar, que ya habían sido derrotados antes de siquiera pelear.

—No viajamos por nada —dijo Asdras—. No me voy a rendir, no importa si son un millón. Estamos aquí, y si muero será peleando.

Boulus apretó sus manos contra su rostro.

—Podemos intervenir en los días de favores —sugirió—. Intentar convencer a las personas, a todas las que podamos. Pero sería peligroso.

Asdras se sentó en suelo, cerca de sus compañeros, formando una ronda.

—Haremos lo que sea necesario —dijo él con decisión—. Nos creerán.

—Tenemos que decirles todo —dijo Salina—. Crisanta, los Coros y... de ti también, Boulus.

Boulus los miró, y movió su cabeza a los lados, al final sonrió.

—Siempre supimos que era un viaje de ida —dijo Boulus.

—Y que no sería fácil —añadió Salina.

—Déjenme todo a mí —repuso Asdras.

—Como sea —dijo Boulus, y sacó una botella oscura desde dentro de su túnica—. Traje un vino de seda para brindar, por haber llegado tan lejos.

Salina sacó tres pequeñas copas plateadas y las colocó en el suelo. Cada uno bebió unos tragos, luego empezaron a reír.

—Estoy agradecido, porque me hayan acompañado —dijo Asdras con la cara roja.

—Fuiste insufrible, muchas veces —dijo Boulus señalándolo—. Pero, también te aprecio.

—Yo no tengo forma en darles las gracias por haberme sacado de Madero, y de destruir el Coro —dijo Salina con los ojos llorosos, pero no dejando de sonreír.

Aquella fue la última noche en la que estuvieron juntos.

.                        .                       .

Esperen... ¿Cómo que la última noche?

¿Qué va a pasar en el siguiente capítulo?

Muchas cositas, además entramos en la recta final.

Así que este viaje llegará pronto a su conclusión. Y desde acá quiero agradecerle a todos.

¡MUCHAS GRACIAS!

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