Enredos del corazón

Bởi Ash-Quintana

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Thea viaja a la otra punta del país como estudiante de intercambio y la familia que se ofrece a acogerla es u... Xem Thêm

1. Quien tenga miedo a morir, que no nazca
2. Me morí
3. Plan B
4. Erik huye
5. Erik celoso
6. Los que se pelean se aman
8. Félix al rescate
9. El Imperio romano de Erik
10. Las cartas de Drake
11. Planes para San Valentin
12. Reunión del consejo (y Thea)
13. Me convierto en un rompehogares
14. Me di cuenta (no se burlen)
Extra: San Valentín de Drake y Sophie
15. Me confesé (voy a vomitar)
16. Agarren a Thea que se va ✈️
17. Amor en tiempos de disputas familiares
18. Erik suelta el chisme
19. Qué queee

7. Le vendo mi alma a Sophie

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Bởi Ash-Quintana


THEA

Cuando Félix llegó en su vuelo no pude ir a recogerlo.

La semana estuvo cargada con días de tormentas peligrosas, lloviznas más benévolas e intervalos de descansos con cielos nublados y una humedad que impedía que se secaran los pisos.

Tuve que quedarme encerrada en la casa, con la compañía de un Erik que prefería estar solo y un Oliver que se negaba a estar a menos de dos metros cerca de mí.

Por eso, cuando finalmente Félix llegó, sentí que mi cuerpo iba a explotar. Quería correr a verlo y abrazarlo. Quería sentirme en casa después de tanto tiempo. Pero me prohibieron salir por culpa de la tormenta y mi amigo insistió en que obedeciera. Después de todo, la familia que lo hospedaba se ofreció a recogerlo en el aeropuerto, por lo que no había necesidad de someterme al implacable clima.

—Pero vendrás a buscar tu uniforme. ¿Verdad? —le pregunté por teléfono. No había pasado ni una hora desde que bajó del avión—. Las clases son el lunes.

—Sí, sólo dame un momento. Quiero desempacar y comer algo.

Eso le tomaría varias horas más.

—No te tardes mucho —le pedí.

Me pareció oirlo sonreír. No es como si el gesto tuviera algún sonido en particular, pero sí lo hacía cuando se trataba de Félix, cuando conoces a alguien lo suficiente como para entender lo que significa cada gesto suyo. En este caso, una sonrisa suya era una exhalación rápida por nariz, seguida de un silencio cálido.

—Yo también te extraño, Thea. Estoy ansioso por volver a verte. Sólo espérame un poco más.

Podía concederle un poco de tiempo, considerando el viaje que acababa de hacer y el cansancio que debía de tener encima.

Félix se despidió y yo pasé todo el día dando vueltas por la casa, en el sentido literal de la palabra. Caminé en círculos dentro de mi habitación, luego abrí la puerta y lo hice en el pasillo. Cuando eso no me bastó, bajé a los pisos de abajo, recorrí cada sillón y cada mesa mientras suspiraba o me mordía la uña del pulgar. Llegada mi tercera vuelta, Erik no lo soportó más y abrió la puerta de su habitación con la suficiente fuerza como para hacerme llegar una brisa.

Me entrecerró los ojos, irritado. Iba vestido con un suéter azul y unos pantalones oscuros. Su cabello estaba sin peinar y sobre su cabeza descansaban sus lentes rectangulares de lectura.

—¿Puedes tener tu crisis en otra parte? Estoy intentando leer. —Comencé a pisar más fuerte, sólo para molestarlo. Erik acabó suspirando y apoyándose contra el marco de la puerta—. ¿Esto es por tu novio?

Dejé de caminar en círculos y levanté la cabeza. Tardé unos segundos en recordar que se suponía que Félix era mi novio y cuando lo hice me sentí avergonzada. A mi cabeza vino esa escena en el desayuno, cuando le revelé a Erik la "naturaleza" de mi relación con Félix y lo vergonzoso que fue. Había intentado convencerlo, y funcionó, pero con la mente fría comenzaba a considerar que se me había ido un poco de las manos.

—Dijo que lo esperara. Probablemente tarde un par de horas en venir a recoger sus cosas.

—Estás ansiosa —adivinó. Cuadré los hombros y asentí, pero si había algo por lo que Erik jamás sería destacado, esa era su empatía—. Entonces ve a entretenerte con algo, no lo sé. —Señaló las escaleras que llevaban al piso de abajo—. Lee un libro, juega a las damas, construye una casa de cartas. Pero hazlo en silencio.

Ahora fue mi turno de entrecerrarle los ojos. Erik no quería ayudarme, sino quitarme de encima para que no lo estorbara.

No podía leer, porque no podría concentrarme, tampoco me gustaban las damas y no tenía la paciencia para construír casas con las cartas.

—¿Quieres jugar ajedrez?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Cosa que no debería de ser así. No por nada tenía dos tableros en el estudio de la casa. No es como si le estuviera pidiendo que armáramos una bomba juntos.

—No juego ajedrez.

—Vamos, Erik. Eres mejor mentiroso que esto. —Flexioné los brazos como si estuviera a punto de echarme una carrera—. O puedo seguir caminando.

Di un pisotón en el suelo de madera y retomé mi recorrido de la ansiedad. La paciencia de Erik no duró más de diez segundos antes de que gritara un "¡Está bien, está bien!" y me ordenara bajar con él al estudio.

Lo hice de buenas, contenta. Desde que había llegado a la casa y me había hecho una idea de la nueva personalidad de él, pasar tiempo a su lado no me entusiasmaba como lo habría hecho el primer día. Pero era diferente con el ajedrez.

Él me había derrotado en cada partida que jugamos de pequeños, sin excepción. Sus padres le habían enseñado a jugar y luego él me enseñó a mí. Lo que quería decir, que me superaba por práctica y conocimiento.

Pero ya no más.

Todos estos años que estuvimos alejados no fueron de puro lamento. También me estuve preparando.

Preparando para derrotarlo.

Me consideraba muy buena en el juego. No al nivel de los expertos, pero sabía defenderme bien e incluso había participado en varios torneos. Se había convertido en una de mis obsesiones junto con las novelas románticas.

Erik se iba a caer de culo cuando lo viera.

El estudio estaba vacío y frío. Aparté una de las cortinas pesadas para dejar que la débil luz de la tarde iluminara la habitación mientras él encendía la vieja calefacción.

Habían algunos bloques de juguete esparcidos sobre la alfombra. Erik me ayudó a recogerlos antes de cerrar la puerta y sentarse en el suelo, frente a la mesa baja del centro. Me arrodillé frente a él, del otro lado de la mesa, y los dos acomodamos las piezas de madera.

—Usaré las negras —le avisé.

Quería ver cómo comenzaba él el juego.

Erik no se opuso y movió primero. Un peón al centro. Yo también lo hice y luego llevé mi alfil al centro, donde amenazó a uno de sus peones. Erik no se asustó y movió su caballo, también al centro. Moví mi reina para que amenazara al mismo peón y, de vuelta, Erik me ignoró. Movió su otro caballo.

Levanté la cabeza, consternada. Tenía que haber una trampa. No podía estar ignorando mis amenazas de manera tan descarada. ¿Acaso me estaba haciendo jaque? ¿Era un truco para que me confiara?

Examiné mi tablero e hice mi último movimiento. La reina devoró al peón y quedó lista para comerse al rey. Erik levantó una mano, listo para recoger una pieza y llevarse a mi reina, pero entonces reparó en lo que yo acababa de hacer.

No podía llevarse a mi reina con su rey porque entonces mi alfil, el que moví al inicio y amenazaba ese peón, se llevaría al rey. Y no podía usar ninguna otra pieza para eliminar la amenaza porque simplemente no había pieza que estuviera bien ubicada para hacerlo.

Le había ganado a Erik.

Con un simple jaque mate al pastor. En menos de cinco movimientos.

—No me subestimes. —Acomodé mis piezas de regreso a su lugar. Era obvio que había perdido porque ni siquiera me consideró una amenaza en primer lugar—. Sé jugar. Así que tómame en serio.

—Muy bien. Sí eso es lo que quieres...

Comenzamos una partida nueva. Esta vez Erik estudió cada uno de mis movimientos y se tomó un tiempo considerable antes de decidir cada uno de los suyos. Aún así perdió.

Pero eso no lo desanimó. Me exigió una revancha, y luego otra, y otra más. Intentaba estudiarse mis movimientos, por lo que simplemente comenzaba con distintas tácticas cada vez. Los movimientos de Erik eran los llamados "del libro", los primeros que aprendes y a los que te aferras cuando eres un principiante.

Pero él no era un principiante. No podía serlo. Jugaba ajedrez desde antes de que yo lo hiciera.

A medida que pasaban los minutos y las horas, las partidas se hacían más intensas. Poco a poco fue dejando ver sus emociones. Soltaba resoplidos exasperados, maldecía cuando yo hacía un movimiento que no había previsto y me dedicaba miradas engreídas si conseguía llevarse una de mis piezas. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no reírme de él en su propia cara.

La tarde duró poco antes de que anocheciera. Encendimos las luces del estudio y Patrick nos subió la cena porque Erik se negaba a dejar de jugar hasta que me ganara.

Cualquier persona se habría dado por vencida hace tiempo para proteger su orgullo. No es que él no pudiera reconocer la derrota, es que se negaba a parar hasta que consiguiera su meta. Con cada partida sus ansias iban en aumento y se metía más y más en el juego. Pedía revanchas sin pena, seguro de que había encontrado la manera.

La derrota no lo desanimaba, sólo alimentaba su determinación.

Finalmente, luego de la cena, cuando la comida se asentó en mi cuerpo y ya no pude mantenerme espabilada, luego de una persecución intensa y de llevarse todas mis piezas con la saña y el morbo de alguien que estaba cobrando venganza, Erik me derrotó.

Se llevó, por primera vez en diez años, a mi rey.

—¡Ahí tienes! —Se levantó de golpe y las piezas cayeron al suelo—. ¡Gané!

Me enseñó el dedo del medio, sonriendo de oreja a oreja.

Abrí la boca y volví a cerrarla. No sabía por qué había esperado que llevara su victoria con gracia y dignidad, cuando el Erik que yo recordaba jamás hubiera hecho eso.

—Una de trece. Felicidades.

Erik se dejó caer de regreso en su sitio, de rodillas, apoyó las palmas sobre la mesa y me enseñó una sonrisa que jamás le había visto.

—Llora lo que quieras. No te daré la revancha.

Me cubrí el rostro con las manos, avergonzada. No me quería reír de él en su cara, pero era difícil aguantarme. Presioné los labios con fuerza y mi cuerpo se sacudió con la risa contenida.

Él se asustó.

—Ah, no llores. No quería ser tan duro contigo.

No pude contenerme más. Dejé escapar una carcajada y no tardó en darse cuenta de que, en realidad, me estaba burlando de él.

—¿Te estás riendo de mí?

—...¿No?

Levanté la cabeza. Aún seguía inclinado sobre la mesa, por lo que estaba tan cerca de mi rostro que me puso nerviosa mientras comenzábamos una guerra de miradas. Sus lentes habían caído sobre su nariz en la emoción del momento y estaban ligeramente torcidos. Quería reír, pero eso iba a delatarme.

—Fue un buen juego —dijo, sin moverse—. Repitámoslo en otra ocasión.

Sonreí de lado.

—Claro. Te hace falta practica.

Erik disimuló su irritación con una sonrisa tensa.

—Cuando quieras.

"¿Mañana?", quise preguntarle. Si iba a ser tan divertido como hoy, quería repetirlo todas las tardes, todas las noches. Pero un temor me atravesó.

No quería parecer desesperada y hacerlo retroceder. ¿Qué pasaba si recordaba lo mal que le caía y se arrepentía de su ofrecimiento? Tal vez debía pretender como si su oferta no fuera la gran cosa. O tal vez, si hacía eso, creería que lo estaba menospreciando y también lo haría arrepentirse.

Sentí una tensión en el pecho.

¿Por qué tenía que ser tan difícil de descifrar?

Pero tenía que responderle algo, aprovechar la oportunidad. Lo tenía delante de mí, con las manos sobre la mesa y su mirada clavada en la mía a la espera de una respuesta, expectante.

Erik estaba esperando algo de mí.

—¿Qué te parece ma...? —Un sonido estridente resonó en toda la casa, el timbre de la entrada. Me callé un momento, a la espera de que acabara antes de continuar, cuando me di cuenta de lo que ese timbre significaba—. ¡Félix!

Me levanté de golpe y corrí fuera del estudio, escaleras abajo. Patiné en el suelo encerado y bajé dando pisotones hasta la sala de estar. Pasé por encima de uno de los sofás y casi me estrellé contra la puerta de entrada. La abrí de golpe y él estaba ahí.

—¡Thea!

Félix me atrajo hacia él en el abrazo más fuerte que me dio jamás. O tal vez yo lo atraje hacia mí. Reí de felicidad y me colgué de él. Mi peso lo hizo perder el equilibrio y se tuvo que sostener del marco de entrada para no dejarnos caer.

Afuera seguía lloviendo, pero el pequeño techo de la entrada nos protegía. Su impermeable, sin embargo, estaba mojado. Cuando me separé para examinarlo, lo vi exactamente igual a como lo dejé. Por supuesto, sólo habían pasado unos días. Pero la distancia había hecho la separación más dramática. En especial porque él era la primera persona que conocía perfectamente a la que veía en este lugar.

—¿Tan mal te ha ido? —preguntó riendo mientras le daba palmadas a mi cabeza.

—No. —Cerré los ojos con fuerza, sin soltarlo—. Pero te extrañé.

Luego de los saludos y abrazos, Félix me explicó que no podía quedarse por mucho tiempo, porque la señora Harrison, la madre de la familia con la que se estaba quedando, lo estaba esperando afuera en el auto con el cual lo trajo. Eso me desanimó, pero al menos ya estaba aquí y sabía que el lunes nos volveríamos a ver.

Subí a mi habitación y busqué los libros y el uniforme. Creí que me encontraría a Erik en el camino, dentro del estudio o bajando a la sala de estar para saludar a Félix, pero las luces del estudio ahora estaban apagadas y no lo encontré en ningún lado. La puerta de su habitación estaba cerrada y, cuando bajé con todas las cosas, asomé la cabeza dentro del estudio y vi las piezas acomodadas de regreso en el tablero sobre la mesa.

Suspiré.

Había perdido la oportunidad de pedirle otra partida.

***

Descubrí por las malas que Erik es del tipo de persona que prefiere llegar media hora temprano a cualquier lugar antes que hacerlo cinco minutos tarde, cuando me despertó a las seis de la mañana en mi primer día de clases.

—Dorothea.

Todo me empujaba a seguir durmiendo dentro de la comodidad de mi cama, bajo las mantas de lana y dentro del calor de mi cuarto. Pero había una voz y una pequeña corriente de frío que me inquietaba.

—¿Hmm?

Espié con un ojo hacia la puerta, donde apenas pude distinguir la silueta y algunos rasgos de Erik. De haber estado más espabilada, tal vez me habría burlado de sus pantalones de pijama con patrón escocés. Pero lo único que podía pensar en ese momento era en por qué había un chico tan lindo llamándome a estas horas, cuando ni siquiera había salido el sol.

—Levántate. Tenemos clases.

Emití un sonido que tuvo toda la intención de sonar como una confirmación y debió de funcionar, porque hizo que se marchara. Pero dejó la puerta abierta, por lo que tuve que levantarme para cerrarla y eso hizo que me espabilara lo necesario para quedarme despierta.

Además de despertarse horas antes de entrar a un instituto que teníamos a menos de diez calles, también parecía ser del tipo de psicópata que se duchaba por la mañana. Tuve que usar el baño de abajo y me di cuenta de que todas las luces estaban apagadas. Por supuesto que ni los padres de Erik, ni su hermano se habían despertado aún. Seguro ellos lo hacían a una hora decente.

Al menos me dio tiempo para armar mi mochila y colocarme el uniforme con calma. Para cuando finalmente estuve lista, sólo quedaba una hora antes del comienzo de las clases y encontré a Erik, también listo, terminando de preparar su desayuno.

El olor del pan tostándose y el café caliente me abrió el apetito mientras veía a Erik cocinar. Baltasar se sentaba sobre la encimera, atento a cada uno de sus movimientos, como si esperara cualquier momento de distracción para robar una tostada.

Él dejó una taza de café y un plato con tostadas en la mesa, en el mismo lugar donde me estuve sentando estos últimos días para desayunar.

—¿Eso es para mí?

Apagó el fuego y se sirvió su desayuno frente al mío.

—Me sentiré responsable si te desmayas en el colegio. Come, por favor.

No me gustó que implicara que yo era el tipo de persona que podía desmayarse por cualquier cosa. Sólo lo había hecho una vez y bajo una razón muy válida. Cualquiera se habría llevado el susto de su vida si hubiera visto a un desconocido cubierto en lo que parecía ser sangre dentro de su casa.

Por supuesto, no le dije eso, porque quería el desayuno gratis. Así que acepté su ofrends, me senté, le di dos golpecitos a mi regazo para invitar a Baltasar y lo acaricié hasta que comenzó a ronronear.

Terminado el desayuno, cuando salimos rumbo al instituto, aún era de noche y las farolas iluminaban las calles que seguían mojadas por la lluvia de la madrugada y la humedad que impedía. Aguardé en la acera mientras hacía siluetas de vaho con las manos dentro de los bolsillos y Erik me abrió la puerta de su auto.

Dentro sólo estaba un poco menos frío que afuera, pero cualquier aumento en la temperatura era bienvenido. El auto, pese a estar bien mantenido, era viejo, por lo que no tenía calefacción. Parecía haber sido lavado recientemente y el interior era ocre con los asientos de un rojo intenso.

Encendió la radio y descubrí que le gustaba The Who cuando comenzó a sonar «Who are you» y sus dedos dieron golpecitos en el volante del auto marcando el tiempo de la canción. Luego hizo lo mismo con «Beat it» de Michael Jackson y llegué a la conclusión de que parecía disfrutar cualquier canción que fuera de una época en la que aún no hubiera nacido.

—Tenemos que ir a la secretaría por tu número de casillero, así que no te separes de mí —dijo cuando estacionó el auto a una calle del instituto.

Asentí con energía y caminé a su lado.

El instituto, por fuera, era imponente y antiguo. Era de arquitectura gótica, con ventanales altos que recordaban a los de una catedral y entradas en forma de arco. El edificio no estaba en ruinas, pero en la piedra del exterior se podían ver zonas donde faltaban pedazos y eso le daba una imagen más perdida en el tiempo.

Había muy pocos estudiantes agrupados afuera, charlando entre ellos o apoyados contra la reja que protegía la fachada. Bajo sus abrigos podían verse los uniformes.

La piedra en los escalones de entrada se curvaba, ligeramente hundida en el centro por el paso de las personas a lo largo de las décadas (o tal vez siglos). Cuando entramos, noté que ya habían varios estudiantes caminando por los pasillos o sentados en los bancos junto a los salones. Muchos se juntaban en grupo y charlaban animadamente, pero otros se veían como si aún no se hubieran despertado del todo. Las paredes estaban cubiertas con afiches de trabajos de distintos cursos, decoraciones de navidad y anuncios del baile de invierno que se hizo antes de las vacaciones.

Intenté apartarme un par de veces para leer mejor los carteles, pero Erik no me dejaba hacerlo más de un metro y medio antes de traerme de regreso a su lado para apremiarme, regañarme o evitar que chocara con alguien.

Nadie nos prestó atención. Al menos, hasta que pasamos junto a un salón del lado izquierdo con la puerta abierta y una chica de cabello azul asomó la cabeza.

—Ptss. Erik. ¡Erik!

La chica de cabello azul agitó la mano para llamar nuestra atención y los dos dejamos de caminar. Ella se enderezó, con las manos detrás de la espalda, y tuve una mejor vista de su uniforme. Estaba arrugado y mal acomodado, como si se hubiera vestido a las prisas, con la corbata floja. Los zapatos del uniforme debían ser negros o blancos, pero los de ella eran unas converse azules. Su cabello era largo incluso recogido en una cola de caballo bastante desordenada y dejaba al descubierto sus aretes con forma de calavera.

Su mirada se desvió hacia mí, junto a él.

—Tú eres la estudiante de intercambio. ¿Verdad?

Asentí, sonriente y la saludé con la mano.

—Sí, soy The...

—Me alegro mucho. Ya tendremos tiempo para hablar. Lo siento —me interrumpió. Sacó de detrás de su espalda varios papeles de tamaño A4 y se los entregó a Erik, quien tuvo que atraparlos para evitar que cayeran al suelo—. Hay algo que olvidé contarte. Firma esto antes del mediodía, por favor. Es para la excursión de mañana.

—Hola, Sophie, buenos días. Sí, estoy bien. Gracias por tener modales y preguntar antes de lanzarme los papeles a la cara. —Suspiró e intentó leer el contenido— ¿De qué excursión estás hablando?

Erik no llevaba sus lentes de lectura encima, por lo que tuvo que entrecerrar los ojos para leer la letra pequeña en el papel. Me habría ofendido la manera en la que fui interrumpida si no fuera por la curiosidad. Me incliné e intenté espiar el contenido del papel.

—Eso es lo que olvidé contarte. —dijo Sophie— ¿Recuerdas esa visita guiada que queríamos hacer al cementerio con el club de historia?

—Aw. ¿Están en un club de historia? —Miré a ambos, enternecida. Sabía que Erik era un nerd, pero no del tipo que se unía a clubs y organizaba excursiones. Me parecía que ya venía siendo hora de hacer una lista con cosas que fuera descubriendo de él—. ¿y por qué van a un cementerio?

Sophie abrió y cerró la boca. Sus dedos jugaron con la correa de du mochila como si le pusiera nerviosa tener que hablar con una desconocida. Me pregunté si acaso era tímida antes de verla tomar aire y comenzar a explicarme.

—Bueno, hay muchas figuras históricas enterradas. Fui una vez, pero descubrí que están haciendo visitas guiadas. Macy no quería ir...

—Porque tiene sentido común, como yo —acotó Erik sin dejar de leer los papeles.

—Macy es la presidenta del club, por cierto —me explicó Sophie con rapidez—. Ella no estaba interesada, pero dijo que podía organizarlo yo. La visita guiada es mañana a las nueve. Con este permiso podemos entrar a clases después del mediodía. ¿Thea, te gusta la historia?

—No, no mucho.

La respuesta la desanimó, pero volvió a prestarle atención a Erik. Le dio dos golpecitos al papel con sus uñas de craquel negro.

—Firma eso, por favor.

Él bajó los papeles.

—¿Qué pasa si no quiero ir?

—No veo por qué no querrías escuchar los chismes de gente muerta. Estoy segura de que van a hablar sobre los amoríos de Brian Robinson. Como cuando el esposo de una de sus amantes lo persiguió a otro país y...

Por la cara de Erik, parecía que ese tipo de historias no le gustaban. Pero a mí, en cambio, sí. Y ese nombre me resultaba familiar.

—¿Brian Robinson? ¿Cómo en el musical «Robinson»?

Sophie asintió.

—Sí, el musical es sobre él. Ayudó a escribir la constitución...

Aparté a Erik para quedar frente a ella y le enseñé la palma de mi mano antes de interrumpirla.

—Y tuvo un romance con su mejor amigo al que le escribía cartas. ¿No es así?

—Ah, sí. Seguro también hablan de esas cartas en la visita guiada.

—¿Me estás diciendo que visitarán la tumba de Brian Robinson, el del musical, y un guía les soltará los chismes sobre sus romances? —Le quité los papeles a Erik—. Quiero ir. ¿Dónde firmo?

—Tú no puedes ir —protestó él—. Ni siquiera eres parte del club, ni te gusta la historia.

—Me gusta cualquier cosa mientras haya romance de por medio.

—Y yo puedo solucionar lo del club.

Sophie entró al salón, sacó algo del escritorio y regresó con una planilla que tenía una lista corta de nombres que me hizo firmar. Luego, hice lo mismo con los permisos de Erik, bajo las protestas de él. Podría estar vendiéndole mi alma al diablo y no podría importarme menos. Iría a la visita guíada y, además, fastidiaría a Erik en el proceso.

—Bien. —Sophie guardó su bolígrafo, igual de contenta que yo, y me estrechó la mano—. Bienvenida al club de historia, Thea.

-.-.-.-.-.-.-.

Holii ¿Cómo están?

Hace mucho que no hablamos. Con la preventa de Ella sabe que la odio y otras cosas estuve ocupadita, pero ya volví (espero). Intentaré actualizar todos los viernes. El capítulo de hoy, jueves, vendría a ser el de esta semana. Así que el próximo lo subiré la próxima semana.

¿Qué les pareció el cap?

FINALMENTE APARECIÓ SOPHIE!!! AAAAA

Y en el próximo capítulo también vamos a tener a Erik y Félix.

¿Ustedes creen que Thea y Sophie serán amigas o enemigas? 

¿Será que se unen por el enemigo que tienen en común (Erik)?

¿Y cómo creen que se lleve con Macy y Galia?

La próxima semana tendremos contenido Sophie x Drake porque esos dos no pueden estar separados demasiado tiempo.

PREGUNTA

Si pudieran regalarle algo a cada personaje ¿Qué le regalarian?

Yo creo que le daría algo a Erik para que pueda dormir o para calmar su estres jaja porque con Thea en la casa, debe de estar a punto de tirarse por la ventana.

Erik

Thea

Félix

Sophie

Drake

¿Oliver? (el hermanito de Erik)

CUENTENME COMO LES FUE HOY ¡Feliz comienzo de la primavera! ¿Les regalaron flores amarillas?

A mi sí djksjka ah, presumía.

¡Y feliz día de publicación de "Ella sabe que la odio"!

Bueno, sin más que decir, me despido.

¡Bai bai!

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