Su ángel caído

By almarianna

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Libro 3 Trilogía Oscuridad. Historia corta. ♡ Considerado el hechicero más versátil y poderoso, Jeremías, el... More

Sinopsis
Booktrailer
Nota de autora
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Personajes

Capítulo 8

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By almarianna

El calor de sus labios la desarmó por completo. Él ya no actuaba con la delicadeza que había empleado hasta hacía unos momentos; por el contrario, arrasaba su boca con sorprendente pasión. Su lengua acarició la de ella con ferviente anhelo al tiempo que sus manos abandonaron su rostro para recorrerle la espalda. Gimió al sentir que la apretaba más contra él tras un gruñido de hambre que le permitió ver lo mucho que la deseaba. ¡Dios querido, este hombre era puro fuego!

Incapaz de resistirse, lo dejó hacer. Nunca había experimentado nada parecido en su vida. Jamás un beso le había generado tanto y estaba ansiosa por descubrir qué más tenía para darle. Solo pensar en cómo se sentiría cuando finalmente la hiciera suya le provocaba un violento hormigueo en todo su cuerpo, en especial entre sus piernas donde su centro ardía por la anticipación de lo que sucedería a continuación. Lo único de lo que estaba segura era que estando con él anhelaba más, mucho más. ¡Lo deseaba todo!

Jeremías intentaba contener la cruda pasión que ella despertaba en su interior. Sabía que las cosas podían ponerse demasiado intensas en cuestión de segundos si se dejaba llevar por sus emociones y no quería lastimarla cuando su lujuria se saliera de control. Notaba lo rápido que estaba alcanzando el límite y eso lo asustó un poco. No recordaba haberse sentido así alguna vez. Gaia lo atraía como nadie más lo había hecho antes y avivaba un deseo que ni siquiera imaginaba que fuese posible.

Sin poder detenerse, dejó que sus manos la exploraran libremente, vagando por su cuerpo hasta alcanzar su cadera. Entonces, la apretó con firmeza, enterrando los dedos en su carne con crudo anhelo. Ella gimió contra sus labios y el sonido reverberó en su columna, electrificando cada nervio a su paso. Sus músculos se tensaron ante la deliciosa descarga que experimentó en la ingle y, extasiado, profundizó aún más el beso. ¡Mierda, apenas empezaba y ya estaba al borde del precipicio!

Con gran esfuerzo, se apartó lo suficiente para poder mirarla. Su respiración, al igual que la propia, se encontraba acelerada, su boca levemente abierta y sus ojos, vidriosos por la excitación. Sin apartar la mirada de estos, llevó una mano de regreso a su mejilla y le acarició el labio inferior con el pulgar. Contuvo un gemido cuando la sintió temblar bajo su toque. Era preciosa y la deseaba más de lo que necesitaba respirar. Sin embargo, tenía que asegurarse de que ella quisiera lo mismo.

Gaia abrió los ojos, perdida por completo en las sensaciones que él le provocaba tan solo con estar cerca. Notó cautela en los suyos y por un momento temió que se detuviera. Ardía de necesidad por él, por sus caricias y besos. Había soñado con este momento desde que podía recordar y no iba a permitir que se echara atrás justo ahora. Sin saber muy bien qué hacer, le sostuvo la mirada, determinada a mostrarle el fuego que la consumía por dentro.

—Dios, sos tan hermosa... —susurró con voz ronca—. Si seguimos con esto, no creo que pueda detenerme después, cielo. Yo...

Ella colocó un dedo sobre sus labios para hacerlo callar.

—Quiero esto, Jeremías —aseveró en un tembloroso susurro—. Por favor no pares o voy a volverme loca. Necesito sentirte dentro de...

Pero antes de que pudiera terminar la frase, él ya estaba de nuevo sobre sus labios, empujando con su lengua para adentrarse en su boca y devorarla con ansia.

Oírla decir lo mucho que también lo deseaba había derribado todas sus defensas, llevándolo en un instante al límite de la cordura. Se moría por hacerla suya, por descubrir cada centímetro de su suave piel y cobijarse en su interior hasta que los cuerpos de ambos se fusionaran por completo, así como ya lo habían hecho sus almas. Ansiaba probar su sabor, llenarse de su olor mientras la sentía deshacerse entre sus brazos y no iba a esperar un segundo más.

Enardecido, la sujetó por la cadera y la levantó sin esfuerzo, haciendo que lo rodease con sus piernas. Pese a que los dos seguían vestidos, podía sentir el ardiente calor de su centro sobre su férrea erección y gimió contra sus labios, abandonándose a la exquisita sensación. Sin dejar de besarla, caminó por el pasillo en dirección a la habitación hasta llegar a su enorme cama. Entonces, apartó las mantas de un tirón y la recostó con delicadeza sobre su espalda.

Gaia gimió quedamente al sentir el peso de su cuerpo sobre ella. Su calor la rodeó al instante a la vez que su boca aterrizó en su cuello. Se estremeció cuando su húmeda y cálida lengua alcanzó el hueco justo debajo de su oreja y con un largo gemido, se retorció ante el increíble placer que él le brindaba. Sus besos eran suaves, aunque ardientes, y sus caricias tan delicadas como posesivas. ¡Dios, quería arrancarse la ropa solo para poder sentir aquellas grandes manos por toda su piel!

Pero entonces, notó que se apartaba de ella y confundida, abrió los ojos de nuevo. Hasta hacía un segundo la besaba como si la vida se le fuera en ello, la dureza de él rozando su palpitante y necesitado centro. Ahora, en cambio, parecía que algo lo refrenaba. Una corriente eléctrica la recorrió entera al encontrarse con sus brillantes ojos celestes fijos en los suyos y por un momento, pensó que quizás se había arrepentido. Sin embargo, nada más lejos de la verdad. Él solo estaba tomándose su tiempo, contemplándola con ardiente anhelo.

De pronto, sintió cómo sus ojos la recorrieron entera, desde sus mejillas encendidas hasta la punta de los pies y experimentó un delicioso cosquilleo en cada área en la que descansaba su mirada. ¡Dios, si era capaz de provocarle todo eso sin siquiera tocarla, ¿qué quedaría para cuando por fin lo hiciera?!

—Jeremías...

Su nombre en medio de aquel sensual ruego terminó por doblegarlo. Su pene latió en respuesta, engrosándose incluso más, al punto de dolerle. ¡Mierda, ardía por ella! Tenía que tomarla en ese instante o sin duda, moriría.

Apoyando el antebrazo a un lado de su cabeza, se inclinó hacia ella y volvió a besarla, bordeando su figura con la otra mano. La sintió retorcerse debajo de él y eso no hizo más que aumentar su ansia por ella. Desesperado por tocarla, enganchó el extremo de su remera con el pulgar y la deslizó hacia arriba lentamente. Quería sentir su piel contra la suya, su suavidad y calor. Tras deshacerse también del pantalón y la ropa interior, bajó ambas prendas poco a poco hasta pasarlas por sus tobillos. Luego, las dejó caer al piso.

Inspiró profundo al encontrarse con tan magnífica visión. No había palabras para describir la belleza de su cuerpo desnudo. La cicatriz, que iba a lo largo de gran parte de su torso, no le quitaba ningún atractivo. Al contrario, demostraba la increíble fortaleza que su ser irradiaba. Su mujer había peleado contra la muerte y salió victoriosa. Había perdido demasiado e incluso así, siguió adelante con el único propósito de hallar respuestas, de encontrarlo a él... Era la persona más hermosa, determinada y valiente que conocía y pronto sería completamente suya.

Gaia se estremeció al sentir la caricia de su mirada. Nunca había sido pudorosa, pero la intensidad que alcanzaba a ver en sus ojos hizo que se sintiera expuesta, en especial cuando estos se detuvieron por un momento en su herida. ¿Acaso le desagradaba ahora que podía verla bien? Nerviosa, intentó cubrirse con los brazos, pero él la detuvo de inmediato y sin decir nada, descendió hasta su vientre, apoyando los labios en la rugosa marca.

Jadeó al experimentar el abrasador calor de su lengua sobre la piel sensible y tembló, afectada por la delicadeza con la que la besaba. Luego de varios segundos, su boca comenzó a subir despacio por su abdomen, dejando un rastro de besos húmedos a su paso, hasta finalmente encontrar uno de sus pechos. Una vez allí, lo rodeó con sus labios, atrapando entre ellos la rígida punta.

—Oh, Dios... —susurró ella, por completo extasiada.

Jeremías gruñó al oír el erótico susurro y succionó con más fuerza. Con su mano libre, cubrió el otro pecho y amasando con suavidad, acarició el pezón con su pulgar. La sintió sacudirse debajo de él y sonrió, complacido. A ella le gustaba el modo en que la estaba tocando y él podía estar toda la noche haciéndolo.

No obstante, Gaia parecía tener otros planes, ya que, en ese momento, empezó a tirar de su remera con desesperación, sin duda, buscando que se desnudara también.

—Ya lo hago yo, cielo —murmuró contra el brillante y mojado pico, disfrutando de ver cómo este se endurecía incluso más por el roce de su aliento.

Sin desviar la mirada de ella, se apresuró a quitarse la ropa. Estaba tan excitado que le pareció un milagro no desgarrarla en el proceso. Cuando por fin se libró del último obstáculo, volvió a acercarse con deliberada lentitud, apoyó una rodilla sobre el colchón justo entre sus piernas y la cubrió con su cuerpo una vez más. La besó de nuevo, hurgando en su boca y acariciando con su lengua la suya. Luego tiró de su carnoso labio inferior despacio, arrancándole un exquisito gemido que él devoró, y regresó a su cuello, justo donde su pulso latía desenfrenado.

Inspiró profundo para llenarse de su olor y empujó con su rodilla para separarle más las piernas. Con una mano, acarició su vientre y continuó descendiendo en búsqueda del codiciado vértice. Gruñó al sentir en sus dedos la ardiente humedad y sin dudarlo, bajó con sus labios poco a poco, recorriendo con su lengua cada centímetro de piel expuesta en el camino hacia el lugar donde se concentraba mayormente su deseo.

Gaia dejó escapar un jadeo al sentir el fuego de su boca sobre su zona más sensible y sin poder evitarlo, cerró los dedos en su cabello para acercarlo más a ella. Extasiada, murmuró su nombre mientras se perdía en las deliciosas sensaciones que él le provocaba. Se arqueó al sentir que succionaba con fuerza, antes de volver a lamerla con suavidad, alternando movimientos circulares y suaves golpeteos con su lengua sobre el nervioso y palpitante nudo. ¡Dios querido, Jeremías sabía perfectamente lo que hacía!

Sublime. Esa fue la palabra que acudió a su mente en cuanto el dulce sabor de ella explotó en su boca. La forma en la que respondía a sus besos con tanta pasión y entrega lo volvía loco. Nunca había vivido algo tan intenso. Apenas podía contener el ansia que despertaba en su interior y que lo llevaba cada vez más cerca del límite. Sin embargo, sus emociones ya no amenazaban con desbordarlo y hacerle perder el control. Por el contrario, fluían entre ellos y la Tierra, equilibrándose uno al otro, los tres conectados en perfecto balance y armonía.

Animado por sus excitantes gemidos, continuó devorándola sin tregua, acariciándola con su lengua una y otra vez hasta hundirla en su apretada cavidad. El sonido de su nombre en medio de un enardecido jadeo le recorrió el cuerpo como si de una descarga eléctrica se tratara. En el exterior, varios truenos estallaron en el cielo antes de que la lluvia comenzara a caer con fuerza. La tormenta fue repentina e intensa, evidenciando la clara agitación que Jeremías experimentaba por dentro; no obstante, carecía de la peligrosidad que siempre la caracterizaba.

Incapaz de seguir refrenando el deseo, se irguió sobre ella de nuevo y se acomodó entre sus piernas. Apoyándose en el antebrazo, llevó la mano libre a la unión de sus cuerpos y la cerró alrededor de su pene. Ahogó un gemido cuando este latió dentro de su palma y se apresuró a ubicarlo en su entrada. Su calor lo rodeó nada más tocarla y debió esforzarse por no penetrarla de un solo movimiento. Todavía podía saborear su dulce néctar en la boca, por lo que sabía que estaba lista para él, pero no iba a apresurarse. Lo que menos deseaba era lastimarla.

Ansiosa por recibirlo, Gaia elevó sus caderas para instarlo a ir más profundo. Se daba cuenta de lo mucho que se estaba conteniendo y no quería que lo hiciera. Al contrario, lo deseaba tal cual era, intenso y salvaje, brusco y apasionado. Ella era más fuerte de lo que siempre todos creían al verla y odiaba que la trataran como si fuese a romperse. No lo había hecho años atrás, incluso pese a la gravedad de sus heridas, y no lo haría ahora que finalmente tenía a su ángel con ella.

Decidida a demostrarle lo mucho que ella también lo necesitaba, le besó el cuello a la vez que le deslizó las uñas por la musculosa espalda. Luego, lo mordió sin ejercer verdadera fuerza, raspándolo con sus dientes antes de pasar la lengua por la zona afectada y besarlo con ternura. Notó al instante cómo todo su cuerpo se tensó en respuesta a la vez que un largo y ronco gemido escapó de su boca. Entonces, la presión de su pelvis aumentó, abriéndose paso lentamente entre sus pliegues hasta alojarse en lo más profundo de ella.

En cuanto la sintió morderlo de ese modo, se evaporó todo su autocontrol. Ella le pertenecía y no iba a esperar un segundo más para hacerla suya. Gimió al sentir cómo sus músculos se cerraban alrededor de su eje, comprimiéndolo con fuerza. Su calor lo envolvió como brasa ardiente provocando que todo su cuerpo vibrara ante la eléctrica sensación, y sus emociones se magnificaron de un modo que jamás lo habían hecho antes, sobrepasando todo límite y derribando cada una de sus defensas.

Alarmado de pronto por el miedo a las posibles consecuencias que esto podría acarrear, se detuvo un instante para evaluar la situación. Era consciente de los destrozos que provocaba cuando perdía el control y, aunque lo matara por dentro, se detendría si había una mínima posibilidad de que alguien más saliera herido. Una vez había jurado no volver a bajar la guardia y no empezaría ahora.

No obstante, de alguna manera que no entendía, la magnitud de lo que estaba experimentando no perturbaba el equilibrio de los elementos a su alrededor. Llovía, sí, y cada ola de placer que atravesaba su cuerpo provocaba un estallido en el cielo, pero nada más que eso. No había vientos huracanados ni violentos rayos. Simplemente una liberación de energía armoniosa y magnífica que aumentaba, incluso, su conexión con la Tierra y con la hermosa mujer que tenía en sus brazos.

Animado por este descubrimiento, retrocedió despacio y se hundió de nuevo en ella.

—Dios, estoy en el puto cielo... —susurró cuando se volvieron uno.

Gaia sonrió al oírlo, pero no respondió. Estaba absolutamente ida por la increíble sensación de tenerlo alojado en su interior. Su miembro palpitaba dentro de ella, colmándola por completo y extasiándola de un modo que ni siquiera había creído que fuera posible. Estaba tan excitada que no podía pensar en nada más que no fuese él y necesitaba que comenzara a moverse más rápido o enloquecería.

Envolviéndolo con ambas piernas, enganchó sus tobillos en la parte baja de su espalda y presionó para acercarlo más a ella. Lo oyó gemir en su oído antes de volver a retirarse para penetrarla una vez más y jadeó ante la deliciosa invasión. Pronunció su nombre en un lastimoso ruego ante la pasión que despertaba en ella con sus lentas y profundas estocadas. Era una maldita tortura el modo en el que la estaba tomando y el deseo se arremolinó con ferviente intensidad en su vientre, elevándola más y más alto con cada embestida.

Sin dejar de moverse, Jeremías buscó sus ojos y una seguidilla de bruscos e intensos relámpagos iluminó la habitación en cuanto estos coincidieron. Podía sentir sus emociones a través de la conexión que compartían con la naturaleza y eso no hacía más que aumentar las suyas. Curiosamente, ya no tenía miedo a permitirles salir. De algún modo, ella lo ayudaba a liberarlas sin riesgo, instándolo a dejarse llevar y ser él mismo sin temor a las consecuencias. Por primera vez en su vida, se sintió seguro. Gaia lo hacía sentirse a salvo, en todos los sentidos de la palabra.

Sujetando su pierna, la alzó hasta colocarla sobre su hombro y continuó penetrándola una y otra vez, cada embestida con más fuerza e intensidad. De inmediato, los gemidos de ambos se mezclaron al tiempo que sus respiraciones se volvieron rápidas y ruidosas. En esa posición podía entrar mucho más profundo, sintiéndola con mayor intensidad, y por la pasión que alcanzó a ver en su rostro, a ella le estaba pasando lo mismo.

Sin detenerse, levantó su otra pierna hasta engancharla también en su hombro y distribuyendo el peso de ambos entre las rodillas y el antebrazo, la sujetó con firmeza. ¡Mierda, le encantaba el modo en que sus músculos se cerraban en torno a su miembro! Enfebrecido, dirigió la mirada a la unión de sus cuerpos y la preciosa visión casi lo dejó sin aliento.

—Miranos, cielo... —ordenó con voz ronca, alzándola por las caderas un poco más para que pudiera contemplarlos—. Es lo más bonito que vi en mi vida.

Gaia tembló al ver su falo desaparecer en su interior con cada embate y se contrajo ante el violento placer que esto le provocó.

—Jeremías... —jadeó al experimentar el primer espasmo y volvió a fijar los ojos en los suyos. ¡Dios, iba a estallar en mil pedazos!

—Solo dejate ir —rogó él con la respiración entrecortada, aumentando aún más el ritmo de sus movimientos—. No tengas miedo, estás a salvo conmigo.

Sus palabras la llevaron de inmediato al borde del abismo y la arrojaron sin más al empinado precipicio.

Una descarga eléctrica le recorrió la columna cuando la sintió deshacerse debajo de él. Sus paredes se comprimieron aún más alrededor de él, ordeñándolo y exprimiéndolo con tortuoso deleite.

Su orgasmo desencadenó el suyo, olas y olas de placer circulando a través de su cuerpo para conducirlo al más intenso y explosivo clímax que experimentó alguna vez. Con un ronco gemido, se hundió en ella por última vez, y se derramó en su interior, marcándola como suya por siempre.

Luego de algunos segundos y todavía con la respiración agitada, Jeremías se dispuso a cambiar de posición. Odiaba tener que hacerlo, estar dentro de ella se había vuelto su lugar favorito de todos los tiempos, pero sabía que estaría incomoda y él pesaba demasiado, así que aflojó la sujeción de sus piernas y manteniendo sus cuerpos pegados, se dejó caer sobre su costado.

Estaba en verdad agotado y le llamó la atención que el más mínimo movimiento requiriera que utilizase todo su esfuerzo. Nunca antes el sexo lo había drenado de ese modo.

Con sus últimas fuerzas, le apartó el cabello del rostro y le levantó el mentón con un dedo. Ella no había dicho nada y quería verla para asegurarse de que estuviese bien. Se quedó congelado cuando tocó la humedad de sus lágrimas. Asustado, acunó su mejilla con una mano y buscó su mirada. No había angustia alguna en sus preciosos ojos azules, pero no iba a confiarse. Necesitaba saber que no le había hecho daño o jamás se perdonaría a sí mismo.

—¿Qué pasa, Gaia? ¿Te lastimé?

Su voz había salido ronca y ahogada. Estaba aterrado y su silencio lo preocupaba aún más. Intentó apartarse, pero ella apoyó una mano en su pecho para impedírselo y luego, se apoyó en sus codos para poder alzarse sobre él. Esta vez fue ella quien le acarició el rostro mientras lo miraba fijamente.

—Por supuesto que no. Estoy bien, solo un poco abrumada.

Jeremías frunció el ceño. Lo cierto era que no sabía nada acerca de las emociones. Siempre había procurado ignorarlas porque era el único modo que conocía para proteger a los que lo rodeaban, en especial a sus hermanos. Por eso, todo esto era nuevo para él. Solo ella había provocado que la represa que él mismo había construido para contenerlas se rompiera por completo y no sabía cómo interpretar lo que acababa de decir.

—Abrumada —repitió, sin terminar de comprender.

Por un momento deseó que sus hermanos estuviesen allí. De esa manera, Ezequiel podría percibir sus emociones y explicarle qué estaba sintiendo Gaia. Sin embargo, era mejor que no estuviesen. Rafael no pararía de reírse solo de ver la confusión que, sin duda, estaría reflejándose en su cara y ni siquiera Luna sería capaz de detenerlo. Alma, en cambio, sabría exactamente qué hacer y le daría un consejo útil. ¡Dios, era un imbécil! ¿Acaso no podía arreglárselas solo?

—En el buen sentido, Jeremías —replicó con una sonrisa al ver su repentina turbación—. Todo fue muy intenso y no solo la parte física —aclaró—. Nunca estuve enamorada antes, pero mi mamá siempre me hablaba de lo mucho que ella y mi padre se querían. Esta noche... cuando nosotros... Sentí... Olvidate, no me hagas caso.

—Amor —completó por ella—. Sentiste amor.

Gaia abrió grande los ojos al oírlo. Era exactamente lo que había sentido. No podía explicarlo. Era consciente de que todo había sucedido demasiado rápido y que no se podía querer de ese modo a una persona nada más conocerla. No obstante, era lo que había experimentado.

—Es una locura, ¿no? Es imposible que nosotros...

—No lo es —la interrumpió—. Yo también lo sentí, cielo.

—¿De verdad? —preguntó, sorprendida.

Él asintió y a continuación, le habló de sus hermanos, de cómo conocieron a sus cuñadas y de la profecía recientemente descubierta. Tenía claro que era demasiado para procesar, pero también sabía que no había persona más fuerte y valiente que ella.

—Entonces es cierto —balbuceó de repente—. No era solo un cuento. Ella decía la verdad. ¡Todo el tiempo dijo la verdad!

Jeremías vio que sus ojos se encendían al tiempo que una hermosa sonrisa iluminaba su rostro.

—¿Quién? —preguntó, confundido.

—Mi mamá —respondió mientras se sentaba en la cama sin prestar atención al hecho de que se encontraba completamente desnuda.

Haciendo un esfuerzo por apartar la mirada de sus hermosos y redondos pechos que rogaban ser tocados y besados de nuevo por él, se sentó también, apoyando la espalda en la cabecera de la cama.

—Cuando era chica, siempre me contaba historias que ella misma inventaba y con las que le gustaba sorprenderme —prosiguió, entusiasmada—. Pero había una en especial que hacía que sus ojos brillaran cada vez que la relataba. Hasta recién pensaba que se trataba simplemente de eso, una bonita y elaborada fantasía, pero ahora me doy cuenta de que en realidad era un recuerdo.

—No te entiendo.

Ella se acomodó para quedar frente a él, volviendo a distraerlo con el sensual movimiento. Su cuerpo despertó de nuevo sin piedad y contuvo un gemido ante la necesidad que lo invadió de repente de volver a tomarla en ese instante.

—Solía hablar de un ángel que la visitó cuando estuvo embarazada de mí. Decía que él se materializó frente a sus ojos y que se arrodilló junto a su cama para apoyar las manos sobre su vientre. Que luego, sus palmas comenzaron a brillar y una energía cálida y dorada la atravesó para alcanzarme. Estaba convencida de que yo era una elegida y que por eso él me otorgó dones. ¿No lo ves? Era el arcángel Miguel.

—La profecía... —susurró, maravillado.

—Estábamos destinados, mi amor. Por eso puedo atravesar tus escudos, aun sin proponérmelo. Y por la misma razón, tengo esta conexión con la naturaleza, para poder sentirte como lo hice esa noche y como volví a hacerlo hoy. Siempre estuviste dentro de mí —dijo llevándose una mano a su pecho, a la altura del corazón—. Espero que yo también esté justo acá —finalizó apoyándola en esta ocasión sobre el suyo.

La cubrió con su mano en el acto. Ahora que por fin la había hecho suya, era incapaz de dejar de tocarla. Le parecía increíble que hubiese encontrado a alguien con quien quisiera compartir su vida al igual que sus hermanos lo hicieron antes que él. Por supuesto que estaba alojada allí y ya lo sabía en ese entonces, solo que no había querido verlo. Había huido como un cobarde porque lo aterraba enfrentarse a sus emociones. Pero no escaparía más, no volvería a dejarla ir. Ella era su destino, su corazón, su alma.

—No tengas dudas de eso, cielo. Estás bien enterrada dentro.

Ella sonrió al oírlo, pero un instante después, una sombra opacó su mirada.

—¿Qué pasa? ¿Por qué estás triste?

—Solo pensaba en qué futuro nos espera a nosotros. No soy como las mujeres de tus hermanos, Jeremías. Yo nunca podré darte lo que ellas hicieron. No vas a cambiar jamás y...

Pero no la dejó seguir.

—Eso no me importa, Gaia. Lo único que quiero es estar a tu lado.

Sin esperar respuesta, tiró de su brazo para que se sentara a ahorcajadas sobre él y deslizando la otra mano por su nuca, la acercó a sus labios. Tenía que besarla de nuevo. Necesitaba hacerla suya una vez más.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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