Mi Señor de los Dragones

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Los Señores de los Dragones, como Bakugou, son seres longevos que amaestran dragones y dedican sus días a luc... Viac

Canción
Presentación
I: 500 años
II: Hacia Mangaio
III: Es una palabra antigua
IV: Sanguia en las mejilias
V: La Misión del Caballero
VI: Posada llena
VII: Loco do merda
VIII: Mapas
IX: Vida familiar
X: ¿Qué significa eso?
XI: Historias del pasado
XII: Diferencias
XIII: ¿Qué hay en el cielo, Deku?
XIV: No lo digas
XV: Los dragones no son malos
XVI: Chizochan
XVII: Bakuro
XVIII: ¿Por qué eres un guerrero?
XIX: Perdóname
XX: Volcán
XXI: Qué terrible es la destrucción
XXII: Morir
XXIII: Rasaquan
XXIV: Festival de los Diez Días
(Extra 1) A menos que quieras seguir
(Extra 2) Deadvlei, Leitrim y Anathema
XXV: Esposa
XXVI: Momochan
XXVII: El Señor de los Dragones del Centro
(Extra 3) Mashinna
XXVIII: Hermanos
XXIX: La bonita, o la otra
XXX: Viento negro
XXXI: Llámame, y yo vendré
XXXII: Serendipia
XXXIII: Sangre Vieja
XXXIV: Señores poderosos
XXXV: Mensajes
XXXVI: Maestra
XXXVII: Guardián de los Secretos
XXXVIII: Tatuaje
XXXIX: Criaturas similares
XL: Los secretos de las Sombras
XLI: Tiempos menos simples
XLII: Destinados a luchar
XLIII: Le están derrotando
XLIV: Ocaso
XLV: El Señor de los Dragones de Farinha
XLVI: Seichan
XLVII: La Vida del Bosque
XLVIII: El Monte de los Dragones
XLIX: Lágrimas
L: Los que quedan
LI: El guerrero y el protector
LII: Salvadores del Reino
LIII: Decisiones y decepciones
LIV: Serenidad y furia
LV: Una oportunidad
LVI: Búsqueda
LVII: Una trampa
LVIII: Malas Nuevas
LIX: No viene a luchar
LX: Por todas mis sombras
LXI: Caballero y guerrero
LXII: Enemigo del Reino

LXIV: Adamat

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Extracto del "Libro de las Razas" de Darwae.
Página 45, párrafos 3 y 4
"Todos los estudios de las Sombras de las Montañas se encausan de forma inevitable a un punto en común, mismo que procederé a registrar como cierre de esta sección, aun bajo el riesgo de perder un poco de seriedad.
Mi conclusión última con relación a las Sombras es que, bajo todas las circunstancias y en todas las instancias, lo que las Sombras de las Montañas ultimadamente quieren y siempre preferirán, es simple y sencillamente que las dejemos en paz".


———


Halcón abre los ojos despacio. Despacio. Emite un quejido cuando un ramalazo furioso de dolor rojo se le reparte por todo el cuerpo. Siente el impulso de retorcerse, pero no solo eso implicaría añadir más escozor a su tormento, sino que no tiene la energía para ello. Así que se queda quieto, su respiración rápida y superficial. El sabor de la sangre seca le invade las papilas gustativas y sus ojos apenas pueden distinguir formas en su entorno, empañados quizá por lágrimas o, al contrario, por resequedad. No recuerda que fue lo que pasó.

Escucha sonidos varios a su alrededor, todos rítmicos y repetitivos, acompañados de una calma extraña y de la repentina certeza de que, de hecho, se está moviendo.

El dragón, piensa, pero no, esta vez no se encuentra dentro de la boca del dragón esmeralda. No siente el calor, la humedad ni la suavidad que correspondían a aquella cueva de carne y pellejo. En cambio, está recostado sobre una superficie dura y lisa, y eso por encima de él es... ¿un techo, quizá? Pero entonces, ¿cómo es que se mueven?

Es un carro, una parte de su cerebro que parece haber despertado antes que la otra le suministra. Por supuesto, está en la parte trasera de algún carromato amplio. Lo que escucha por fuera son los cascos de los caballos y el ruido que producen las ruedas al girar sobre la tierra.

¿Qué ocurrió?

El cuestionamiento hace eco dentro de su mente, sin que ninguna de todas las partes pueda facilitarle una respuesta. Trata de girar un poco la cabeza. Es entonces que se percata de que tiene algo envuelto alrededor del cuello, sosteniéndoselo en su lugar con firmeza. Ese es un dato inesperado.

—No te muevas demasiado.

La voz que le ordena aquello es densa como una bruma que se introduce a los recovecos de la mente de uno, deslizándose hasta aquellos rincones en los que dormitan las ideas. Halcón siente a sus pensamientos entumecerse.

—¿Qu-qui... en? —la voz que emite no es voz, sino un rasguño lastimero al aire, probablemente ininteligible. Trata de mover los ojos hacia el desconocido, de dilucidar sus facciones, pero estos siguen proveyéndole imágenes sin claridad ni nitidez.

—No me conoces, así que es igual si escuchas mi nombre o no. Hizashi había decidido utilizarte como una suerte de muñeco de entrenamiento viviente. Parecía muy empecinado en hacerte daño. No sé si fue pura mala suerte tuya, o si verdaderamente hiciste algo para ganarte su antipatía.

Halcón esboza una sonrisa rota. Suponiendo que con "Hizashi" el desconocido se refiere al Señor de los Dragones contra el cual luchó, se le ocurre que el asunto entero es más culpa suya de lo que es razonable que lo fuera. Después de todo, él mismo se lo dijo al tipo, ¿no es así?

Supongo que querrás matarme despacio y no con demasiada prisa.

Sus propias estúpidas palabras deben haberle dado ideas al tal Hizashi. Pero bueno, ¿qué más daba? Lo que ahora realmente le intriga y le preocupa, es quién es este desconocido que le está ayudando, por qué ha decidido hacerlo y cómo demonios es que logró arrancarlo de las manos del Señor de los Dragones. Lamentablemente, no tiene la capacidad de hacer ninguna de esas preguntas. Su garganta se ha convertido en una cueva inhóspita en la que las palabras se resisten a nacer. Siente algo de pronto en la comisura del labio y no tarda en entender que están dándole de beber. El desconocido, además de haberle salvado la vida, es extremadamente atento.

El deseo por saber de quién se trata incrementa.

—Por ahora, lo único que puedes hacer es quedarte ahí, quieto, tranquilo y recuperándote —indica la voz—. Hizashi estaba utilizando la saliva de su dragón para asegurarse de que te recuperaras con mayor velocidad, y mis métodos, a diferencia de los suyos, no son tan rápidos ni tan eficaces. Incluso las alas te han vuelto a crecer un poco gracias al tiempo que pasaste dentro de las fauces de Mic Mic.

Halcón eleva las cejas con sorpresa. Esas sí que son buenas noticias. Pensó que había perdido sus dos extremidades adicionales para siempre.

—Sé quién eres —prosigue el desconocido—, era muy sencillo adivinarlo tras ver las alas en tu espalda, o lo que quedaba de ellas, al menos. Eres Halcón, uno de los Maestros de Guerra de la Escuela de Guerra de Marcelle —pausa un instante antes de seguir—. Supongo que es injusto que yo sepa quién eres, y tú no sepas quién soy yo, pero la cuestión es esta: Si te dijera el nombre por el que me llaman los Todoroki, eso no significaría nada para ti. Ese no es un nombre real, sino tan solo la sombra de uno. Mi identidad verdadera, por otro lado, es irrevelable, no porque yo así lo quisiera, sino porque mi madre decidió que era lo más seguro. La ha envuelto en tantas sombras, tan antiguas todas ellas, que no hay forma para mí de desenredarlas. No al menos sin hacerle daño a mis propios secretos. Tendría que dedicarle a la tarea unos cuantos lustros de trabajo paciente si quisiera deshacerme de las sombras sin provocar daños colaterales. Pero bueno, supongo que a ti todo esto no podría importarte menos —Halcón siente su mirada encima suyo. Escucha un suspiro. El muchacho continúa—. Lo que tú querrás saber es en dónde estás, y por qué, y querrás descubrir también por qué es que te he ayudado —Halcón siente a una ráfaga de nerviosismo expandiéndose por debajo de su piel. Ese tipo no lee mentes, ¿o sí?—. No me resulta demasiado contraproducente resolverte algunas de esas dudas. Te encuentras en el interior de uno de los carromatos médicos, siguiendo de cerca a las filas de la Orden del Dragón que se dirigen hacia el norte. Estamos atravesando bosques arrasados por terremotos, tornados, tormentas y fuego. ¿Cuántos han muerto? Imposible saberlo. Lo que es seguro, es que morirán más. Lo digo con esta tranquilidad porque no creo que la muerte sea algo que haya que tomarse con tanto abatimiento. Cada uno de nosotros está vivo ahora gracias a que millares murieron antes. Librando guerras, o fundando ciudades, o construyendo edificaciones. El simple hecho de andar por un Camino de los Pueblos implica que andemos sobre el trabajo de hombres y mujeres muertos. Ellos tuvieron su turno. Nosotros tenemos el nuestro. El día de mañana, quizá gracias a nosotros, otros tendrán sus propias oportunidades. No hay nada que lamentar.

El muchacho vuelve a guardar silencio. "Muchacho" lo llama la mente de Halcón, porque ha logrado identificar, por debajo de las capas de neblina y terciopelo que cubren a su voz, que tiene ésta un deje juvenil. Es por lo menos unos cuantos años más joven que él.

—Me he explayado bastante, ¿no es así? Nuevamente te he dicho cosas que no te interesan —suelta una risita polvosa—. Regresando a lo que sí te interesa, te he ayudado por una serie de motivos, desde los más ordinarios e irrelevantes, hasta los más o menos sustanciosos. Para empezar, no es correcto que un hombre sea torturado de esa forma, se deba al resquemor que se deba. No sé qué hiciste para acabar en las manos de Hizashi, pero si su deseo era matarte, debió hacerlo rápido y de manera efectiva, así como asesinamos a las bestias heridas que ya no tienen salvación o a las criaturas que servirán para alimentarnos. El que genera dolor con semejante crueldad, crea ampollas purulentas en el tejido mismo de la existencia, ¿lo sabías? El dolor sin sentido nos envenena a todos. Y sí, sí existe tal cosa como un dolor con sentido.

De pronto, Halcón quiere que se calle. No sólo no está diciéndole nada de utilidad, sino que ahora incluso está tratando de venderle su filosofía barata. Trata de emitir un gruñido y, aunque el sonido parece más el lamento de un desahuciado que una queja, el muchacho parece entender el mensaje, porque se calla.

Por la duración de unos latidos. Después, vuelve a retomar el habla.

—Sí, de nuevo me he desviado del tema, ¿verdad? Habrás de perdonarme, llevo tanto tiempo amordazando a mis propias ideas que a la primera oportunidad de contárselas a un oído que no me juzgará, así sea solo porque no puede hacerlo, me he dejado llevar. Pero puedes estar tranquilo, ahora te dejaré en paz. De hecho...

A pesar de que Halcón apenas puede ver algo, sí es capaz de notar cuando, de improviso, la poca luz que había dentro del carromato desaparece. Las sombras se agazapan sobre él y hacen más que pintarrajearle la piel y los cabellos.

También le relajan los músculos y la mente de tal forma que termina por desvanecerse.


———


Cuando Halcón vuelve a despertar, se encuentra todavía rodeado por una capa de sombras profundas y silentes, como si la noche entera hubiese optado por yacer en aquel momento a su lado.

Hay, no obstante, diferencias sustanciales entre su situación actual y aquella en la que recuerda que se encontraba justo antes de desmayarse. Para empezar, el carromato ha dejado de moverse. Cree oír una que otra voz por fuera, pasos lentos que se arrastran de un lugar a otro y a alguien a lo lejos que parece tener una tos persistente. Halcón arruga el entrecejo y apoya los codos sobre el piso de madera. La segunda cosa que es diferente ahora es el hecho de que todas esas heridas catastróficas que había tenido la última vez que se había despertado, parecieran haberse ido. No sabe decir si se ha curado o si tan solo le han aplicado algún hechizo o ungüento para mitigar el dolor, pero duda que se trate de eso último. Se lleva una mano al cuello y ya no encuentra aquella cosa que tuviera antes para mantenérselo en su lugar.

Esto es una locura, piensa, no hay forma de que haya sanado tan rápido.

Traga saliva. ¿Qué tanto tiempo es tan rápido? En realidad, él no sabe cuánto tiempo estuvo dormido. Ese pensamiento le lanza escalofríos por todo el cuerpo. Se sienta de golpe y, palpándose por todas partes, no muy seguro de qué busca exactamente, decide que tiene que salir de ahí.

—Has mejorado bastante.

El alma casi se le escapa por la boca al escuchar a aquella conocida voz deslizándose por la oscuridad. Halcón mira a su alrededor, pero no logra hallar a la fuente del sonido. Está todo negro como una noche de cielos nublados y no hay ni una pizca de luz que le permita ver nada. Aun así, al parecer está acompañado y su acompañante sí que puede verle a él.

—Estoy aquí, en un rincón, sentado. Estaba leyendo un libro cuando te has despertado.

Halcón parpadea. Es una Sombra de las Montañas, logra concluir tras recibir esa última pista. Ninguna otra raza sería capaz de leer en semejante oscuridad.

—Es una lectura interesante —añade el otro—, logré rescatarla del Castillo de los Todoroki después de que Bakugou destruyera una de sus alas.

—¿Qué? —Halcón encuentra su voz—. ¿Bakugou atacó a los Todoroki?

—Esa es una forma de interpretar la información que acabo de darte, ¿cierto? —se detiene un momento. Luego, prosigue—. También logré conseguir algo de saliva de dragón después de que te desmayaras. Fue una experiencia bastante penosa, debo decirlo, pero los resultados han valido mucho la pena.

Halcón se queda muy quieto, tratando de vislumbrar el significado de esas palabras.

¿Esa Sombra había conseguido la valiosísima (y posiblemente muy difícil de recolectar) saliva de dragón para poder ayudarle? ¿Era gracias a eso que se sentía tan recuperado?

—¿Cuánto tiempo pasó? —pregunta—. Desde que me desmayé —añade, para dejar claro a qué se refiere. Escucha un ruido curioso, como el de una página pasándose. Se pregunta si el otro de verdad continuará leyendo, a pesar de su conversación.

—Unos cuantos días, nada excesivo. Tus alas están casi enteras, ¿lo has notado?

Halcón parpadea entre la penumbra y luego voltea hacia atrás. Por supuesto que no ve nada, así que envía aquella familiar orden a su espalda que en el pasado le permitía mover las dos alas que había logrado adquirir gracias a una serie de hechizos y tratamientos mágicos a los que se empezó a someter desde su adolescencia. Y lo siente. El peso cómodo de las plumas, las membranas anchas que palmean al aire, lanzando un par de corrientes que se revuelven dentro del carromato. Halcón no responde nada, limitándose a clavar la vista ahí donde sabe que la Sombra reposa, haciendo lo posible por ver algo, aunque fuera una silueta o el más mínimo movimiento. Pero es inútil. Termina por oír un suspiro y luego el sonido de un golpecito, como el que hace un libro al cerrarse.

—Iré a buscar la cena, Halcón. Probablemente no tengas mucha hambre, porque la saliva te habrá dado todos los nutrientes que necesitas, pero supongo que te será agradable probar algo caliente —pausa. Después—. No te recomiendo tratar de irte de aquí. El norte está en llamas. Si alzas el vuelo, podrías quemarte.

Con esa advertencia, parece ponerse de pie. Halcón tan sólo alcanza a escuchar los pasos sobre la madera y luego a la tela tosca de la cortina que forra al carro siendo retirada. Con la escasa luz de luna que logra entrar en ese instante, Halcón aprecia la silueta de su "salvador", si es que puede llamarle de esa forma. Es relativamente alto y de piel color nácar, misma que desprende un centelleo fantasmal bajo los rayos lunares. Su cabello, abundante, tiene el color del ocaso. Lleva puestos pantalones y camisa de manga larga negros, así como unas botas altas y un cinturón de cuero lleno de fundas y bolsitas. El mango plateado de un cuchillo brilla en su costado. Él emerge sin tomarse la molestia de dedicar una mirada a Halcón. Deja a la cortina cerrarse tras él y sus pasos alejándose resuenan dentro del macabro silencio. Halcón no sabe si siguen en medio del bosque, pero lo que sí sabe es que jamás escuchó a un bosque estar tan callado.

El Maestro de Guerra decide que ese es el momento perfecto para largarse de ahí.

Observa las cortinas, prestando atención, hasta que cree que ha oído a los pasos alejarse lo suficiente. Entonces, se pone de pie. Lo hace despacio, como si temiera que alguien fuese a escuchar el leve rozar de su ropa o la forma en que sus tendones se estiran. Se queda de pie un momento antes de empezar a avanzar hacia la entrada del carromato.

La madera cruje debajo de él. El mutismo es tal que Halcón siente como si el sonido fuese a ser escuchado kilómetros a la redonda. No obstante, cuando retira ligeramente la tela para acechar hacia afuera, aquello con lo que se encuentra es con varios otros carromatos estacionados cerca del suyo, todos quietos y callados, como si estuviesen vacíos, y ni un alma a la vista. Halcón sabe que no está solo, porque puede escuchar los suaves murmullos que vienen de por aquí y por allá, pero, por lo menos, no parece que haya nadie lo bastante cerca como para verle descender del carro, de modo que lo hace. Aterriza en una tierra polvosa y recién se percata del olor extraño que gobierna a los alrededores.

Es un olor a cenizas. Baja la vista y patea un poco de la capa de polvo que cubre a la tierra, descubriendo que, en efecto, se trata de un amontonamiento de ceniza. Aprieta la quijada, recordando la advertencia de la Sombra. Sin duda no mentía.

Eso no significa que Halcón vaya a hacerle caso.

No está seguro de lo que ocurre. Lo que sabe es que tres Señores de los Dragones asesinaron al Comandante de las Fuerzas Reales y destrozaron a Marcelle. A continuación, esos mismos Señores (menos aquel a quien él y las dos estudiantes habían logrado ultimar), regresaron al sur, al parecer con la finalidad de reunir a todos sus dragones y avanzar así, como un enjambre maldito, hacia el norte, en tanto acababan con todo cuanto había a su paso.

Y, por algún motivo desconocido, la Orden del Dragón viene siguiéndolos, casi como si los dragones y sus Señores fuesen sus estandartes, abriéndoles el camino hacia... ¿hacia qué? Esa es la duda primordial.

Qué demonios pretenden los Todoroki y el resto de los Caballeros del Dragón.

De lo que Halcón sí tiene certeza, es de que si siguen avanzando en aquella dirección, el ejército inevitablemente terminará por llegar a Farinha. Y eso no tiene nada de bueno, se lo vea por donde se lo vea.

Necesito llegar primero, se dice, aunque, ¿es siquiera posible que él con sus pequeñas alas rojas supere la velocidad de los dragones?

Da igual. Por lo menos lo tiene que intentar.

Así que, moviéndose con todo el sigilo del que es capaz, usando carros, árboles, barriles y tiendas levantadas como escondites, se va moviendo por las periferias de aquel campamento improvisado, hasta que logra llegar a sus límites y escabullirse en el interior de lo que ya no es un bosque, sino una colección de troncos carbonizados que elevan sus ramas desnudas hacia el cielo nocturno, tal cual si solicitaran piedad.

Halcón siente a un puño formándose dentro de su pecho. Drom tardará generaciones en recuperarse de esto...


———


Halcón extiende sus alas. Encuentra que el aire de la noche está tibio y no tan fresco como se lo esperaba, además de sucio. Tiene que entrecerrar los ojos al moverse, porque partículas de ceniza que flotan en el aire amenazan a cada aleteo con metérsele entre los párpados.

Es hasta que surge de entre las ramas esqueléticas de los árboles más altos del antiguo bosque que ve frente a sí aquello de lo que la Sombra le advirtió: En la lejanía, el horizonte está matizado de un color rojizo malsano, como si la noche misma estuviese en llamas. Halcón aprieta los dientes y vuela hacia ahí. No puede darse el lujo de desviarse. Si tiene que pasar por encima de ese pandemonio para llegar más pronto a Farinha, lo hará. O morirá intentándolo. No le sirve de nada a su Reino, después de todo, si llega demasiado tarde. Así que golpea al viento con ambas alas recién nacidas e incrementa su altura, esperando poder pasar por encima del desastre sin que nadie se interponga en su camino. Planea por encima del bosque destruido por varios minutos, aproximándose cada vez más a aquella mancha de sangre en el horizonte. Los ruidos que comienzan a llegar hasta sus oídos son cada vez más calamitosos: Explosiones, árboles siendo trozados, caminos partiéndose a la mitad y viento que silba. Las siluetas de los numerosos dragones van dibujándose frente a él, sombras que vuelan de aquí a allá, grandes alas lanzando borrascas en todas direcciones y gargantas cavernosas emitiendo gruñidos guturales.

Halcón se detiene de repente, dando un aletazo de golpe hacia el frente, cuando una figura colosal aparece de improviso en medio del desastre, ascendiendo a toda velocidad. Es tan grande, tan titánica, que a pesar de la rapidez con la que se mueve, tarda varios segundos en pasar. Halcón eleva la vista, siguiéndola, y la ve dibujar un arco en el aire, sus escamas de puro diamante brillando con tanta fuerza que parecieran ser capaces de iluminar a la noche con la potencia de una cuarta luna.

Una segunda silueta asciende para alcanzarla. No llega ésta a las dimensiones de la primera, pero eso no cambia el hecho de que es gigantesca. A esta última, Halcón sí la reconoce. Es el mismo dragón ciclópeo color rojo con negro que vio cuando el dragón esmeralda recién se reunió con el enjambre de bestias. Es aquel que deja nubes de tormenta a su paso, mismas que van soltando rayos violetas aleatorios, una Gran Potestad inflándose en el aire como si fuese cualquier cosa. Halcón hace una maniobra para moverse hacia un costado, queriendo evitar en la medida de lo posible el área por el que esas dos bestias están moviéndose. Siente a la temperatura ir elevándose conforme avanza, el escozor de las llamas que se nutren de los bosques expandiéndose en dirección a la bóveda celeste. Aquí las cenizas son también más abundantes y el ruido de rugidos y gruñidos no deja de repetirse. Halcón eleva la vista cuando está pasando casi directamente debajo de donde se encuentran las dos criaturas descomunales. Abre los ojos con sorpresa cuando ve a una de ellas, a la que parece estar hecha de diamantes, lanzando una mordida hacia el cuello de la otra. Su "contrincante" le esquiva por poco, y en ese momento un rayo de luz vívido y plateado se dispara desde algún sitio cercano a la cresta del dragón, casi chocando contra la cabeza del otro.

Es apenas entonces que Halcón se da cuenta de qué es lo que está viendo realmente.

Se trata de un enfrentamiento. Pero no es un enfrentamiento meramente entre dos dragones. El Maestro de Guerra parpadea con incredulidad al ver una silueta que se sostiene de la cresta del dragón de diamante y se mantiene en pie a pesar de los movimientos bruscos de éste. Cuando el segundo dragón da un giro en el aire para aproximarse de nueva cuenta a su adversario, Halcón se percata de que éste lleva también a alguien sobre la cabeza. Logra percibir un cabello del color del trigo y una capa roja que se agita con violencia como reacción al viento alborotado de su alrededor. Halcón desvía el rostro y busca nuevamente tratar de distanciarse. El calor ya está quemándole la piel y sus pulmones tiritan entre la contaminación de las cenizas y el humo. Necesita salir de ahí. No tiene tiempo para averiguar qué es lo que está pasando. No obstante, tiene la impresión de haber reconocido el rostro de aquel que monta al dragón más grande. Da un giro brusco cuando, de repente, otro de los animales se atraviesa frente a él. Halcón siente a sus entrañas retorcerse al ver a una cola de color esmeralda desapareciendo de su rango de visión. Voltea el rostro para seguir a la criatura y, en efecto, no tarda en corroborar que también hay una persona encima suyo.

El famoso Hizashi.

Tensa la quijada y se zambulle hacia abajo. El bosque arde y sabe que es peligroso, pero necesita perderlo de alguna forma. Un aleteo fuerte y el sonido del aire siendo atravesado por algo de gran tamaño, le confirma que el dragón le ha seguido.

Maldita sea. No se esperaba que justo ese tipo le fuese a ver. De hecho, ni siquiera lo pensó cuando se lanzó al interior del campo de juego de los dragones. Había olvidado la existencia de su fanático número uno.

Ingresa al infierno de abajo, tratando de aguantar la respiración para no absorber tanto humo. Su vista se enturbia a causa de toda la porquería que flota en torno a él. Escucha un rugido y luego el ruido tronador de un rayo que se dispara desde los cielos hasta la tierra. Cosas a su alrededor chisporrotean. Un trozo de madera es proyectado en su dirección y le golpea con fuerza sobre la mejilla, abriéndole un pequeño corte, pero Halcón no se inmuta y sigue moviendo las alas para alejarse de ahí.

Las maniobras entre los árboles en llamas son complicadas y peligrosas. Más de una vez siente a los bordes de sus alas calentándose al pasar demasiado cerca de las lengüetas de fuego. No pasa demasiado tiempo antes de que Halcón empiece a toser y, entonces, adivina que no puede permanecer dentro del bosque por mucho rato más. Necesita aspirar una bocanada de aire limpio y fresco antes de poder continuar con su huida. De otro modo, sus pulmones quizá terminarán achicharrándose.

Da un aletazo fuerte y cambia de inmediato de dirección, dirigiéndose hacia arriba. No sabe en dónde esté su perseguidor, pero espera que los momentos que pasó oculto en medio del incendio hayan sido suficiente para despistarlo aunque sea un poco. Emerge de entre unas copas verdosas que todavía no habían sido alcanzadas por las llamas e inhala con fuerza. Dos lunas completas y la mitad de una tercera le echan fulgores plata sobre la cara. Halcón agita las alas unas cuantas veces más, llenándose los pulmones, hasta que lo escucha.

El grito.

Ese aullido desgarrador al que Halcón había visto destruir edificios en Marcelle. Se voltea al tiempo para ver lo que parece una onda expansiva dirigiéndose hacia él. Se echa en picada, escuchando al viento silbar junto a él, mas no es lo bastante rápido.

Halcón apenas logra a controlar a su cuerpo momentos después de aquello. Sin saber por dónde o cómo el grito le había alcanzado, se siente dando vueltas incontrolables en el aire hasta que colisiona con algunas ramas que se rompen con la fuerza de su impacto y termina por caer. Rueda un poco sobre la tierra antes de por fin detenerse, y se queda quieto unos momentos, tanto presa del dolor como de la confusión y el vértigo. No obstante, dejando salir algunos quejidos, no tarda en elevarse a duras penas sobre manos y rodillas. Sabe que no puede darse el lujo de quedarse ahí. No si el Señor ha visto donde ha caído y viene tras él.

Se incorpora. Echa un vistazo hacia arriba, la cabeza dándole vueltas todavía, antes de mover los pies y empezar a correr.

Sí, tal vez correr no es tan veloz como volar, pero aquí el fuego y el caos no han llegado todavía y los follajes de los árboles esconden con recelo a todo aquello que ocurre por debajo de ellos. Incluso Halcón tiene dificultad para ver qué es lo que tiene enfrente, pero eso juega a su favor. Si él no alcanza a ver nada, seguro que el Señor de los Dragones tampoco lo hará.

Al menos puede albergar la esperanza.

El suelo retumba cuando un nuevo alarido estalla en el aire, y Halcón cree saber qué es lo que ha ocurrido. Hizashi debe haber atacado aquella zona en la que le vio caer, y seguro que continuará con sus ataques hasta que esté convencido de que le ha aniquilado. Halcón presiona a sus piernas para que corran más rápido y se apoya de sus alas para aventar aire hacia atrás e impulsarse con mayor velocidad.

Debe correr, avanzar sin detenerse, continuar sin tregua, a menos que desee que la extraña suerte que le ha mantenido vivo hasta ahora no haya servido para nada.

Debo ir y avisarles, se repite en la cabeza, una y otra vez, en tanto sus pies se despegan del suelo y sus rodillas resienten los saltos y los aterrizajes. En algún lugar detrás de él, el suelo sigue temblando y los chillidos de Hizashi siguen flagelando al bosque.

El bosque no se tiene la culpa de nada, gran idiota, piensa Halcón, antes de que sus pies aterricen justo al costado de un arroyo. El Maestro de Guerra se detiene un instante, contemplando al agua que fluye y siguiéndola con la mirada. Los cuerpos de agua siempre pueden servir como indicadores geográficos. Si lograra reconocer a este arroyo, quizá podría calcular a cuánta distancia de Farinha se encuentra. No obstante, agranda los ojos cuando se percata de algo a cierta distancia suya.

El riachuelo parece estar confluyendo hacia lo que luce como la entrada a una cueva. Halcón parpadea, su mente trabajando a mil por hora.

Si entrara a la cueva, quizá podría lograr ocultarse de Hizashi por el tiempo suficiente como para que éste se olvidara de él. Sin embargo, hay también un problema grave con esa idea. ¿Qué ocurriría si Hizashi pasaba cerca con sus gritos y terminaba despedazando la entrada a la cueva? Halcón quizá no podría volver a salir jamás.

Pero ese era solo un supuesto. La otra realidad era que, si Hizashi le localizaba, tal vez esta vez sí terminaría matándolo de una vez por todas. Halcón aprieta los dientes, tratando de decidir cuál es la mejor vía de acción.

Entonces, algo le arranca de improviso de sus cavilaciones.

Halcón casi salta fuera de su pellejo cuando escucha a una voz proviniendo de la cueva. Una que no pronuncia nada más que un sencillo "hey". Halcón se queda quieto, tratando de distinguir algo entre la oscuridad.

Cree (solo cree) que localiza ahí una forma. El Maestro de Guerra frunce el entrecejo.

—¿Hay alguien ahí?

—Ven, rápido —le urge la voz—. El armada llegará pronto.

Halcón no se mueve. Sabe que lo que ha dicho es cierto, pero ¿quién rayos le está hablando?

—¿Quién eres?

—Adamat —responde el extraño de inmediato—. Soy una Umbra de las Montañas de la Tribu de las Pietre Gri. Mi Tribu vive en esta red de cuevas. Ven, aici estarás a salvo.

Halcón no entiende nada, pero no solo debido al inusual acento de aquel individuo. Lo que no comprende es por qué una Sombra de las Montañas le invitaría a él, un completo desconocido, a entrar a su territorio. ¿Desde cuándo las Sombras eran tan benevolentes?

No obstante, el ruido de la destrucción que se halla cada vez más cerca le genera una sensación de urgencia.

—¿Qué pasa si la entrada a la cueva colapsa? —cuestiona. Adamat tiene una respuesta al instante.

Nostra red de cuevas tiene mulches entradas y salidas. Si una se cierra, no es ningún problema. Ven, rápido, se están acercando.

Halcón mira hacia atrás. No ve mucho bajo la protección de las frondosas arboledas, pero sabe que lo que Adamat dice es cierto. Ni Hizashi ni el ejército tardarán en acercarse a esa zona. Y es definitivo que Halcón no va a sacarles ventaja para siempre si tan solo se dedica a correr (de hecho, ni siquiera volando es competencia para sus dragones). Así que se gira, chasqueando la lengua, y corre en dirección a la cueva.

La entrada a la caverna es húmeda y resbalosa. Una mano le sostiene del antebrazo para ayudarle. Halcón no aprecia ser tratado como un inútil, pero decide que, en realidad, sí que necesita del apoyo, así que usa la guía de Adamat para saber hacia dónde dirigirse en medio de la oscuridad y presta atención a sus instrucciones cuando éste le dice que hay tal o tal cosa frente a ellos.

Al final, llegan a lo que parece un corredor largo en cuya desembocadura se percibe una luz naranja y titilante. Halcón arruga el entrecejo, ¿desde cuándo las Sombras encendían fuegos dentro de sus cuevas? Siempre pensó que habitaban en la más absoluta oscuridad.

No dice nada, empero. Continúa siguiendo a Adamat, hasta que llegan a la salida del túnel, arribando a lo que, en el instante en que Halcón pone pie fuera del pasaje, se percata de que se trata de una cámara tremenda. Hay una serie de escalones que llevan desde la boca del túnel hasta la parte más baja del gigantesco recinto. El techo se eleva varios metros por encima de sus cabezas y las paredes de los costados están alejadas, ostentando todas ellas otras aperturas que indican caminos hacia túneles alternativos a aquel por el que ellos dos han llegado. Halcón se queda de pie en la cima de los escalones, notando que ahí hay un montón de gente reunida.

Por un momento, por supuesto, asume que se trata de puras Sombras de las Montañas, todas pertenecientes a la Tribu de Adamat.

Pero se queda estupefacto cuando nota en uno de los rincones de la cámara una suerte de piscina subterránea sobre cuya superficie reposan algunas cabezas mojadas. Algunos tienen las narices hundidas bajo el agua y esto no parece molestarles en lo más mínimo.

Como si se tratara de Criaturas del Agua.

Adamat comienza a descender y Halcón le sigue. Sus ojos exploran con avidez el entorno. Se conglomeran en todos los rincones de la cámara distintos grupos de personas. Hay en un flanco un grupo de gente menuda con los pies desnudos y los cabellos oscuros que parecen estar cociendo una variedad de frutas. En otro costado, hombres y mujeres de apariencia más tosca, con botas de trabajo y pieles curtidas por el sol, afilan armas en tanto se comunican en susurros entre ellos.

Halcón podría desmayarse. ¿De verdad está viendo lo que cree que está viendo?

—Eres Caminante, ¿no es así? —pregunta Adamat, observándole. Halcón le devuelve la mirada—. Aquellos dos son grupos de Caminanti, quizá te simtas más cómodo entre ellos.

—Espera.

Adamat ladea la cabeza.

—¿Da?

—¿Esos son Caminantes? —Adamat asiente—. ¿Y esos de ahí?

Genti del Bosque.

—¿Y los del lago?

Creaturi del Agua.

Halcón calla. Observa a la Sombra de las Montañas con atención, tratando de encontrar no sabe ni qué en ella.

Tal vez sólo alguna indicación de que es éste un ser divino y no una simple Sombra.

—¿Tú trajiste a todas estas personas aquí?

Adamat niega con la cabeza.

—Lo hemos hecho entre todos los miembros de mi Tribu. Mantenemos supervisiona de nuestras entradas para poder traerlos aici. También tenemos otras cámaras en las que descansan otros refugiatos. Nuestro Domnul nos ordenó este proceder.

—Pero...

Halcón se calla. Pero las Sombras son recelosas y territoriales, su mente afirma con convencimiento, más él calcula que no tiene ningún sentido decir aquello cuando tiene en las narices la prueba de que las Sombras de las Montañas pueden pasar por alto sus desconfianzas cuando se trata de una situación de vida o muerte. Halcón frunce los labios y regresa la vista a los varios montoncitos de personas que pululan ahí, todas sumergidas en una calma tensa, pues han de saber bien qué es lo que ocurre afuera. Han de saber bien que sus mundos están siendo incinerados en tanto ellos nadan, cuecen frutas y afilan armas. Halcón baja la mirada. Siente la atención de Adamat encima.

—Adamat, escucha —le llama. Le mira entonces—. Necesito llegar a Farinha. Necesito advertir al Rey y a las Fuerzas Reales de lo que está ocurriendo, ¿hay alguna salida de las cavernas que pueda usar como punto de partida para volar hasta la capital?

La Sombra le contempla, como si también quisiera determinar la calidad de hombre que Halcón es. Finalmente, voltea el rostro y, echando un vistazo a todos los refugiados, hace una leve mueca con los labios.

—El Domnul ha dicho que debiéramos refugiar a todos, no hacerles salir. Afuera hace peligro.

—Esto es importante, Adamat. No tengo idea de cuál sea la situación en Farinha en este momento, pero no dudo que recibir información exacta de cómo está conformado el ejército y quién viene con él pueda ser valiosa para ayudar a defenderla. Escucha —le toma del brazo, como si así pudieran conectar mejor sus ideas—, si el Reino cae, si el Rey es destronado o asesinado, ¿sabes lo que eso significaría para Drom? ¿Para todos? —hace un gesto con la mano para abarcar a los refugiados—. Tan solo esconderse no es la solución. Es decir —se muerde el labio—. No para todos. Ustedes deben hacerlo, porque son civiles y no deben luchar. Pero yo soy un Maestro de Guerra. Mi función es actuar en situaciones como ésta.

Adamat muestra el más ligero atisbo de sorpresa.

—¿Eres Maestro de Guerra?

Halcón asiente.

—Soy maestro en la Escuela de Guerra de Marcelle. Llegué hasta aquí porque cometí la insensatez de ponerme en el lado malo de uno de los Señores de los Dragones que atacaron a nuestra ciudad. Marcelle ha caído, Adamat, no podemos permitir que lo mismo le ocurra a Farinha.

Adamat le observa por la duración de algunos latidos. Luego, vuelve a desviar el rostro. Termina por asentir y se da la vuelta, encaminándose en alguna dirección.

—Toma una de las antorchas y sígueme, Maestro de Guerra —le indica la Sombra. Halcón obedece.


———


Las alas rojas de Halcón rozan por momentos a las frías paredes cavernosas que le rodean. El túnel dentro del cual se están moviendo, está consumido por una perenne oscuridad. La llama de su antorcha tan solo llega a iluminar un par de metros por delante y por detrás de él. El sonido de Adamat moviéndose a toda velocidad por el conducto, habiendo tomado la forma de sombra, es lo único que le asegura que sigue yendo en la dirección correcta. Adamat gira en una encrucijada en la que se abren otras cinco entradas y Halcón le sigue.

El trayecto, monótono y solitario, se ve interrumpido cada tanto cuando el camino les hace salir de los túneles y atravesar una nueva cámara. Algunas de ellas están tan a oscuras como los corredores, pero hay otras iluminadas y, ahí, Halcón se topa por algunos instantes con la imagen fugaz de más grupos de refugiados.

Esto es, su mente murmura cuando nuevamente un pasaje se los traga, nuestro Reino.

El Reino de Drom está en todos esos rostros, en esas espadas, esas cabezas mojadas y esos pies desnudos.

En estas Sombras. Estas que han permitido a extraños introducirse a su hogar, sin importar el fuego, la luz y el ruido que han traído consigo.

Este es el Reino de Drom, se repite, el corazón haciéndosele un puño. Esto es lo que debemos proteger.

La travesía entre la red de cavernas los ocupa por un par de horas más, hasta que, por fin, Adamat empieza a reducir la velocidad. Halcón tiene las alas entumecidas de tantas veces que ha tenido que torcerse en ángulos raros para evitar golpear la piedra y poder seguir volando. Ve a una luz a lo lejos desde antes de que Adamat se detenga y termina por aterrizar junto a la Sombra.

—Es ahí —dice Halcón, una afirmación más que un cuestionamiento. Adamat, que ha regresado a su apariencia "normal", o, al menos, aquella que es normal para quienes no son moradores de las oscuridades, asiente.

—Esta es la salida Pamant Alb. Es la más cercana a Farinha. Saldrás, gira hacia la dreapcha, y sigue moviéndote hacia el norde.

—¿Dreapcha?

Adamat parpadea. Mueve las pupilas hacia arriba, como si tratara de recordar algo.

—Deracha —corrige, pareciendo muy convencido de que esta vez lo ha dicho bien. Halcón sonríe de lado. Le ha conocido por meras horas, pero ya siente aprecio por él.

—Adamat.

—¿Da?

—Gracias. Por haberme traído hasta aquí y... —se voltea hacia el interior de la caverna. Adamat sigue su mirada—. También por todo lo que tú y tu Tribu están haciendo para proteger a los civiles del Reino. Créeme que yo le contaré esto a quien sea que esté dispuesto a escucharme: Que la Tribu de las Pietre Gri es una Tribu de héroes.

Adamat se le queda viendo en silencio. Su expresión plana no cambia en absoluto.

—Eso no es necesar —indica—. No necesitamos ser reconocidos como héroes.

Halcón sonríe. Le ve de vuelta.

—Lo sé, o, más bien, lo supuse. Pero no importa. La gente del Reino necesita escuchar esto, Adamat. Sobre todo ahora en que cosas terribles están ocurriendo. La gente necesita recordar que podemos ayudarnos unos a otros, sin importar la raza a la que pertenezcamos.

Adamat calla un momento, pero termina por asentir. Halcón da un paso hacia él y le pone una mano sobre el hombro.

—Adamat, prieten —dice, utilizando una de las pocas palabras de la Lengua de las Sombras que conoce—. Te prometo, por nuestra amistad, que llegaré a Farinha y que conseguiré las fuerzas necesarias para que acabemos con esta masacre. Todos los guerreros, maestros, caballeros y Magias de Drom vamos a levantar nuestras armas y nuestras voces para proteger a nuestro pueblo.

Adamat, observándole en silencio, vuelve a asentir con extrema simpleza, como si en nada le hubiese afectado su valeroso discurso. Pero Halcón no se lo toma a mal. Sabe que las Sombras son así y que los Pietre Gri, en particular, ya han hecho más de lo que les correspondía para demostrar que son personas dignas de habitar en ese Reino.

Noroc, prieten —responde la Sombra y Halcón sonríe. Baja entonces la mano y se vuelve hacia la luz.


~~~


Noroc = Suerte.
Prieten
= Amigo.


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