dark paradise. aemond targ...

By targparadise

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dark paradise ;; ❝ ¿Quién puede presumir de conocer el corazón de un dragón? ❞ aemond targaryen x femoc hech... More

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FIRST ACT
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SECOND ACT
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CHAPTER TWENTY













Antes de que el sol apareciera, Eireene había despertado tras sentir una molestia en su estómago, lo que la obligó a encorvarse y expulsar lo que sea que estuviera causándole algún malestar. Con una mueca de disgusto, limpió sus labios mientras agradecía mentalmente que el balde de agua se encontrara al lado de su cama.

Aemond despertó de inmediato al oírla, poniéndose de pie de un salto en la cama y acercándose a ella para despejar su rostro al sujetar su cabello.

─¿Quieres que vaya en busca del Maestre? ¿Quieres que busque algún té o un poco de agua?

Eireene negó mientras se acomodaba mejor para poder observarlo.

─Estoy bien.

─Despertar así no es estar bien ─le dijo, viéndola con preocupación.

─Quizá solo es emoción porque por fin dejaremos la Fortaleza Roja ─musitó ella, sonriéndole levemente.

Aemond suspiró, dudaba demasiado que esa fuera la verdad. Lo que lo hacía sentirse aún más sospechoso de los verdaderos motivos sobre por qué Eireene se encontraba nauseabunda. Ella le mostró una sonrisa, con intención de calmar la cabeza de su Señor, que debía ir a mil pensamientos negativos por segundo.

─De todas maneras, iré a buscar algo para que tomes. Te hará sentir mejor.

Al saber que no habría modo alguno de convencerlo de quedarse quieto y junto a ella, acabó por asentir con su cabeza mientras él se acercaba para depositar un largo beso sobre su frente. Se alejó, para poder vestirse rápidamente con las primeras prendas que alcanzó, y de este modo, abandonó los aposentos que compartía con su Señora para finalmente buscar una taza de té.

Un suspiro dejó los labios de Eireene, poniéndose de pie para encaminarse hacia la ventana e inhalar el aire fresco de una mañana que apenas iba comenzando. El cielo aún estaba oscuro, más, ninguna estrella era visible. Colocó una mano sobre su estómago, comenzando a cuestionarse si podría estar esperando un niño; no le sorprendería, habían estado demasiado activos en los últimos meses, y a Aemond sí le interesaba la idea de otro hijo.

El aire que acarició su rostro logró tranquilizarla, alzó la mirada hacia las calles de la Fortaleza y se percató del silencio abismal, podría jurar que no había nadie despierto aún, y eso le parecía sorprendente. Usualmente, las actividades de la Capital iniciaban antes de que el sol saliera.

─¿'Reene?

Eireene volteó su cabeza y se encontró con Aemond, él llevaba la taza de té en sus manos, mientras la joven abandonaba su posición en la ventana, se encaminó hacia él para poder mostrarle una apenas visible sonrisa.

─¿Todo se encuentra en orden? ─le preguntó, al ver que el rostro de su esposo se encontraba un poco más serio de lo normal─. ¿Sucedió algo?

─No hay nada de qué preocuparse ─dijo él─, te he traído el té, y pronto vendrá el Maestre para revisarte.

─Te dije que no era necesario ─le dijo ella, tomando la taza entre sus manos─. Gracias.

─Te he oído claramente cuando lo has dicho ─musitó Aemond─, he decidido ignorar la orden porque me preocupa, y si vamos a irnos en unas horas, quiero asegurarme de que estés en condiciones para montar a Kaltain.

Su esposa suspiró derrotada y asintió, sentándose en una silla de madera mientras bebía el té de miel que tanto le gustaba tomar cuando se encontraba nauseabunda.

─¿Qué crees que sea lo que te causó malestar? ─le preguntó Aemond, levemente esperanzado de oír las buenas.

.

Aemond rió sin poder evitarlo.

─Espero que eso sea verdad.

─No estarías tan contento si fueras la persona que acaba de vomitar hasta de lo que no ha ingerido.

Aemond besó la cabeza de Eireene. Antes de que fuera capaz de decirle algo, la puerta de los aposentos de ambos fue golpeada, y eso los hizo fruncir su ceño con confusión. Ella observó a su esposo.

─Ha de ser el Maestre ─musitó Aemond, acercándose a la puerta. Eireene observó en su dirección y lo vio abrir la misma. Efectivamente, el Maestre se encontraba allí, pero no estaba solo, se encontraba junto a Sir Criston.

─Mi príncipe, princesa ─musitó él, viéndolos a ambos─. La Reina solicita la presencia del príncipe en sus aposentos.

─¿Por cuáles motivos? ─preguntó ella, viéndolo con su ceño fruncido.

─Desconozco los motivos, princesa ─respondió, Eireene lo observó con seriedad al percatarse de la obvia mentira─. Con vuestro permiso, princesa. ¿Mi príncipe?

Aemond simplemente asintió y cerró la puerta antes de que Sir Criston pudiera decir u hacer algo. Eireene lo observó.

─¿Ya estabas informado? ─le preguntó ella, mirándolo. El Maestre simplemente se mantuvo quieto sin decir nada.

─No ─le dijo. Eireene suspiró, ahí iba otra mentira─. Volveré enseguida.

─Mhm ─musitó ella, dejando la taza de té sobre su mesa─. ¿Maestre?

─¿Sí, princesa? ─musitó, viéndola.

─Puede comenzar con vuestro procedimiento, no tengo todo el tiempo del mundo. Deseo salir de King 's Landing cuanto antes.

Ella se recostó en la cama, con un muy confundido Maestre, quién la examinó de inmediato.

─¿Partirá de King 's Landing, princesa? ─preguntó─. ¿Con la situación a la que afrontaremos?

Eireene frunció su ceño nuevamente, viéndolo con ojos que expresaban la más honesta confusión. El hombre carraspeó, temeroso, percatándose de que había revelado información que no se suponía que debía decir.

─¿A cuál situación se refiere, Maestre?

─Oh ─musitó el hombre─, su partida afectará a los reinos, princesa. Usted ha sido la Mano del Rey más formidable en los últimos tiempos.

Ella no dijo nada, simplemente lo observó. El Maestre sentía esos ojos violetas perseguirlo como si estuvieran esperando el mínimo movimiento para hacerlo hablar cual loro, o quizá solamente buscando una excusa perfecta para ponerlo bajo las narices de su bestia negra. No sabía cuál de las dos cosas lo hacía temblar un poco más.

─He puesto los reinos por encima de mi familia por muchos años, no puedo seguir haciéndolo. ¿No cree, Maestre?

El hombre se sintió incómodo, temeroso de volver a meter la pata; carraspeó levemente y procedió a hablar.

─No podría entender vuestros motivos, princesa, no tengo una familia a la que priorizar. Mis deberes siempre han sido con la corona.

Eireene continuó viéndolo fijamente, jamás se había detenido a pensar en cómo es la vida de quiénes escogen entregar sus votos para volverse Maestre, se preguntó si valdría realmente la pena renunciar a cada mínimo placer humano, a cada pequeño sentimiento que los volvía seres emocionales. Un suspiro dejó sus labios, incapaz de pensar en ella misma renunciando a alguien, o algo, que ama. Suponía que ellos amaban el conocimiento tanto como ella alguna vez lo hizo en el pasado.

Justo antes de que se hiciera demasiado para ella.

─Eso es triste.

─El tiempo te ayuda a acostumbrarte a ello, princesa ─musitó el hombre, retirando sus manos del estómago de Eireene─, y después de trabajar con muchas personas, uno comienza a valorar la soledad. No hay nada mejor tras un largo día laboral, que llegar a mi morada y disfrutar del silencio.

Eireene le mostró una sonrisa simpática, haciéndolo sonreír de inmediato, incapaz de ignorar los pequeños hoyuelos en las mejillas pálidas de su joven princesa; él sentía demasiada pena por ella, la habían tomado desde pequeña para adiestrarla con el basto conocimiento del mundo, las acciones humanas fueron apagando la luz de sus ojos, y su ceño fruncido siempre se hallaba allí. Ya no era esa vivaz imagen de juventud, alegría e inocencia. Eireene no tenía ni veinticinco días de nombre, pero ya lucía completamente exhausta de la vida que se le puso en frente. Irse de King 's Landing quizá fuera su única solución para sobrevivir.

Pero él dudaba que fuera capaz de irse.

─¿Cómo me encuentro? ─le preguntó, llevando una mano hacia su frente.

─Estás perfecta ─musitó él─, solo con un nuevo niño en camino.

Eireene asintió, a sabiendas de que se lo veía venir desde hacía algunas lunas. Llevó una mano a su estómago, preguntándose a ella misma si estaba preparada para volver a ser madre; con Daenyra apenas logró cuidarla durante sus primeros meses de vida, su responsabilidad con el reino siempre la alejaban de su cuna, algo que detestaba con todo su corazón.

No deseaba cometer los mismos errores.

─Gracias, Maestre.

─No es nada, princesa. Avíseme si algún síntoma la hace preocupar, pero este embarazo debe ser más sencillo que el primero.

─Eso espero ─musitó ella.

Él realizó una reverencia, viéndola con una pequeña sonrisa antes de dejarla en la soledad de su hogar, haciendo que la Joya vuelva a quedarse completamente en silencio, sin más que con sus propios pensamientos.

Lentamente, el sol comenzó a aparecer, haciéndola levantar de su cama, reemplazando su camisón blanco por prendas apropiadas para montar a Kaltain. Unas motas de cuero y arriba un vestido que se abría en una v y revelaba sus largas piernas. El vestido posee mangas largas de cuero y por encima de sus hombros, caía una capa rojiza que era suficientemente abrigada como para permitirle estar en los cielos sin congelarse.

Trenzó su cabello y luego realizó un moño, dejando sólo unos cuantos mechones a los costados de su rostro. Se alzó del asiento en su silla y comenzó a caminar en dirección hacia la puerta, al abrirla se encontró con tres Capa Blancas. Frunció su ceño confundida.

─¿Qué hacen aquí?

─Su Majestad ordenó que nos quedemos aquí.

─¿Su Majestad? ¿El Rey? ─preguntó, con su ceño fruncido. El hombre negó.

─No, princesa. Su Majestad, la Reina.

─Deseo ver a mi hija, iré a buscarla. Pueden seguirme hasta allá si eso desean.

─Lo lamentamos mucho, princesa, pero tenemos órdenes de no dejarla salir de aquí.

Eireene volvió a verlos confundida.

─¿Por cuáles motivos?

─No se nos ha informado al respecto.

─Deberán romperme las piernas si quieren retenerme aquí dentro.

Eireene los observó desafiantes, pero ninguno de ellos parecía contento tampoco. Uno de ellos dio un paso al frente, bajando su cabeza.

─Lo lamentamos, princesa; órdenes de la Reina.

La tomaron de los brazos y la obligaron a volver a adentrarse en sus aposentos. Eireene bufó y evitó hacer algún escándalo cuando la dejaron gentilmente en medio de esta, para salir de allí, cerrando la misma con traba e impidiendo que vuelva a salir. Pateó lo primero que encontró con enojo antes de rodar sus ojos.

¿Qué demonios estaba pasando?

Horas sin que absolutamente nadie aparezca para darles explicaciones, horas en los que pensó en cómo escapar de esas malditas cuatro paredes que parecían acercarse más a ella, haciéndola sentir atrapada como si fuera una princesa. La confusión comenzó a desaparecer, y ya empezaba a sentir ira en su estado más puro. No comprendía lo que pasaba, llegó a creer que se trataba de un ataque, y quizá por esa misma razón no había nadie. Ni siquiera Aemond. La idea de que él no haya sido capaz de avisarle algo, hizo que su sangre hierva.

Entonces, la puerta se abrió, haciéndola girar hacia la persona, con dos pares de ojos que danzan en la locura. Aemond, allí de pie ante ella, bajó la cabeza un segundo antes de volverla a subir, permitiéndose ver a su Señora.

─'Reene.

─¿Dónde estabas? ─le preguntó─. ¿Por qué, en los Siete Infiernos, he sido confinada aquí?

El silencio los rodeó, Aemond no estaba seguro de por dónde comenzar.

─'Emond, estoy perdiendo la paciencia, respóndeme.

Eireene ya no era la misma; las situaciones como Mano fueron quitándole todo lo que antes la caracterizaba, su paciencia, su amabilidad, su comprensión. Todo eso que antes la hacía ser la mejor de ellos, todo había desaparecido. Aemond lo sabía, era culpa suya, de sus hermanos, de su madre; de su estúpido padre que no hizo más que ponerle una carga que no necesitaba. De los hombres del consejo, de Rhaenyra, incluso del pueblo mediocre que se encontraba en la Capital.

─Padre ha muerto.

La expresión de furia de Eireene cambió, y sus ojos recuperaron esa luz que sólo veía cuando ella estaba con su hija en brazos. El corazón de la princesa se partió, negó con su cabeza y rió.

─Eso es mentira.

─No lo es, 'Reene. Padre falleció anoche, mientras dormía.

El silencio nuevamente los abrazó, ella reacia a creer que era verdad. No podía ser cierto. No tan rápido, no de ese modo. Cerró sus ojos y cuando él intentó acercarse, ella dió un paso hacia atrás, rechazando su tacto.

─¿Qué está sucediendo? ¿Por qué me han encerrado aquí? ─le preguntó, viéndolo fijamente─. ¿Qué es lo que planea nuestra madre?

Antes de que él pueda responder, la puerta de sus aposentos se abrió y reveló a su madre allí. Alicent observó a su hija con tristeza, sin embargo, ella no devolvió la mirada del mismo modo, estaba enojada. Tanto era su enojo, que ni siquiera fue capaz de detenerse a sentir el dolor de perder a su padre. La mujer que los trajo a la vida se acercó a ellos, acarició el brazo de Aemond y se posicionó frente a Eireene.

─Eireene-

─¿Qué planeas?

La pregunta de su hija no la sorprendió. Siempre fue una niña inteligente, sabía mejor que nadie que leería rápidamente la situación.

─Tu padre, con su último aliento, ha dicho que Aegon debía ser Rey ─dijo, Eireene la observó de modo divertido─. Él lo ha pedido, Eireene. No puedo negarme a una petición así, ha sido su último deseo.

La risa de la joven los hizo quedar en silencio, Eireene nunca creyó que su madre fuera tonta, la creía inteligente, observadora y muy, pero muy, codiciosa. Todos sabían que Otto quería que Aegon se siente en el Trono, a ella no le parecía algo descabellado, su madre también deseaba lo mismo. Todos ellos siempre creyeron que su hermano mayor tenía mejor reclamo que quién fue realmente nombrada como Heredera.

─¿Realmente crees que padre habló de Aegon? ─le preguntó ella, calmándose─. ¿De todas las personas en el mundo, crees que él se refería al hijo violador, borracho y bueno para nada de Aegon?

Alicent no respondió.

─¿Crees que Aegon le importó en algún momento? Quizá en sus primeros cinco años de vida le tomó importancia, después, cuando empezó a hablar, se percató de lo imbécil que era y desistió de él.

Alicent volvió a permanecer en silencio. Eireene detestaba que no respondiera.

─Has sepultado a nuestra familia, madre. Espero que cuando uno por uno caigamos como moscas muertas, no te arrepientas de lo que nos has provocado.

Ahora sí respondió, sin palabras, no logró contener su impulso; golpeó el rostro de Eireene de modo que la obligó a retroceder algunos pasos ante su fuerza utilizada. La menor sonrió levemente.

─No esperaba menos de ti, madre. A Aegon lo has criado tú.

Alicent parecía querer volver a golpearla, pero Aemond se atravesó en su camino; sus ojos eran una clara advertencia de que no vuelva a tocarla. No sabía que logró hervir más su sangre, las palabras tan certeras de Eireene, o el hecho de que su madre la había tocado. Jamás le habían alzado la mano, jamás la habían insultado, ni golpeado de ningún modo. Era la primera vez que algo así sucedía, pero también era la primera vez que su Señora expresaba con honestidad cosas que guardó por años.

─Eireene ─habló Alicent─, si eres inteligente como siempre se ha presumido, sabrás qué escoger.

─No me amenaces ─le respondió ella.

Un aleteo los alertó, pronto, un rugido que los hizo recordar que Kaltain siempre se encontraba suelta y alrededor de Eireene; Alicent y ella se observaron fijamente.

─Somos tu familia.

─Rhaenyra lo es también.

Alicent rió bajando su cabeza.

─¿Hasta cuándo vas a defenderla?

─¿Cuál ha sido el pecado de Rhaenyra, madre? ¿Nacer siendo mujer? ─le preguntó─. Jamás te habrías revelado contra una fuerza masculina. No tienes idea de lo que has hecho, jamás has comprendido nuestra sangre, nuestros ancestros y mucho menos nuestras tradiciones. Portarás la corona, pero no eres más que una Hightower que destruirá todo lo que Aegon y sus hermanas construyeron.

Alicent sentía cada palabra como una cortada sobre su cuerpo, observó a su hija menor y ella rodó sus ojos, dándole la espalda. Aemond aún estaba en medio de ambas. Eireene se dirigió hacia la ventana y encontró a Kaltain dando giros alrededor del castillo.

─Debería ver a Kaltain ─musitó─, o va a tirar abajo la Fortaleza.

─No puedes salir de aquí ─le dijo Alicent, Eireene la volteó a ver con una expresión fría─, a menos no hasta la coronación. Una vez lo coronen, presentarás tus votos hacia él, y anunciarás al mundo que serás su Mano.

─Antes prefiero saltar de la jodida ventana.

─Todos sabemos que no vas a hacerlo, por tu hija.

Eireene se dió vuelta y se acercó a ella, quitando de enmedio a Aemond y poniéndose ante su propia madre. Cara a cara. No había vuelta atrás. Su relación quedó destrozada; su propia hija la detestaba y mucho menos confiaba en ella.

─Si ponen una mano en Daenyra, tú, Aegon o quién sea ─musitó ella, viéndola─, voy a arrastrarte hacia Kaltain y voy a permitir que arranque cada una de tus extremidades mientras te escucho gritar.

Alicent sabía que Eireene no mentía. Sus ojos lo dejaron claro, decía la verdad y sabía que no podía dudar de esas palabras. Bajó su cabeza con un suspiro.

─¿Por quién me tomas? ¿Por un monstruo? Soy tu madre, Eireene.

─No me hagas responder a esa pregunta, madre.

Alicent volvió a dejar salir un suspiro, asintió con su cabeza y retrocedió.

─Solo te aconsejo... toma la decisión correcta.

Y sin decir nada más, se fue. Los puños de la joven estaban cerrados, tenía tantos deseos de gritar y golpear algo, lo que fuera. Necesitaba dejar salir toda la ira que sentía, era desgarrador; porque ni siquiera comprendía por qué la enfureció tanto todo lo que sucedía. Quizá fuera porque habían impedido que ellos vuelvan a irse, quizá, porque algo dentro de ella sabía mejor que nadie cómo acabaría aquella historia.

De lo que más segura se sentía, es que ninguno de los bandos ganaría, y los reinos perderían aún más.

─¿Cómo pudiste no decírmelo? ─musitó ella, sin mirar a Aemond─. Ya me he cansado de ser a quién le escondes estas cosas, Aemond.

Él quiso poner sus manos en ella, pero estaba seguro de que acabaría siendo golpeado de inmediato por Eireene.

─Lo lamento.

─Deja de decir que lo lamentas ─bufó, volteandose─. Haz que traigan a Daenyra conmigo, o permitiré que Kaltain abra fuego sobre toda la Capital.

Aemond asintió.

─Iré a buscarla ─dijo él─, por favor, 'Reene. Prepárate para la ceremonia.

─No iré.

─'Reene, por favor.

─No iré ─repitió─. No he mentido antes, Aemond. Prefiero saltar de la ventana antes que arrodillarme ante Aegon.

El chico la tomó de las mejillas.

─No hagas ninguna locura, traeré a Daenyra e impediré que te molesten; pero por favor, no me... no me dejes.

Eireene solamente lo observó.

─Espero que sepas ─musitó ella─, que te amo, pero hay límites, y si Daenyra sufre por culpa tuya; nunca ─musitó, viéndolo─, nunca te voy a perdonar.

Aemond negó con su cabeza.

─Nunca haría nada que las ponga en peligro ─le dijo─, y siempre las protegeré, de quién sea, incluso de nuestro imbécil hermano.

Eireene simplemente asintió, Aemond besó su frente, pero ella no se movió.

─¿Qué te ha dicho el maestre? ─le preguntó, rememorando lo sucedido en la madrugada. Ella bajó su cabeza.

─Estoy esperando un niño.

La sonrisa de Aemond fue genuina, antes quizá haya hecho que el corazón de ella se sienta eufórico. Ahora solo pensaba en que estaban condenados.

─Iré por Dae, enseguida regreso.

Eireene asintió y lo observó salir de sus aposentos. Cerró sus ojos, llevando una mano hacia su frente, no podía llorar, no podía permitirse ser débil.

La puerta se volvió a abrir.

─Princesa Eireene ─la voz la hizo girar y se encontró con Ser Erryk viéndola. Él cerró la puerta tras él, lucía su Capa Blanca y su armadura.

─¿Ser Erryk?

─Princesa, planeo sacar a la princesa Rhaenys de aquí ─dijo él─, venga conmigo.

Eireene observó su mano extendida, él siempre había sido leal a su hermana mayor, quizá esa fuera una de las razones por las que Eireene y él siempre congeniaron muy bien. Lo observó con cierto dolor.

─No puedo irme ─murmuró bajo, viéndolo.

─La protegeré de quién sea, princesa ─dijo, acercándose a ella─, de su familia, de vuestro esposo.

─Si me voy, desprotegeré a mi hija. No puedo hacerlo; ella es lo más importante que tengo. Pero tienes que decírselo a Rhaenyra, si coronan a Aegon, lo harán en Pozo Dragón, donde todo el pueblo pueda verlo. Hazle saber que, el pueblo no es fiable; irán con cualquiera que se les ponga al frente. Si tiene que atacar con todas sus fuerzas, dile que lo haga, que utilice su propio fuego y que no le importe a quién consume ─murmuró─. Dile que lo lamento tanto, y que espero que un día nos volvamos a ver.

Los ojos de Eireene contenían lágrimas retenidas, Ser Erryk sintió tristeza, bastante reacio a dejarla. Estiró su mano.

─Para usted.

Ser Erryk le entregó el anillo de oro que su padre jamás se quitó. Eireene lo tomó en su mano y lo observó, sintiendo las lágrimas caer sin que pudiera detenerlas.

─Gracias, Ser Erryk; cuide de mi hermana.

─Cuide de usted misma, princesa.

La soledad la volvió a rodear cuando el hombre dejó sus aposentos, ella suspiró con aún más tristeza, apoyando su espalda en la pared más cercana y observó el anillo de su padre, colocándolo sobre su dedo índice.

Nyke qringaomatan ao, kepa. Te he fallado, padre. Iksan vaoreznuni. Lo lamento tanto.





























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