La pasión de Ania (Edición Me...

By MauroMartinPrimero

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Novela inspirada en la reencarnación y los viajes en el tiempo. Alfonso era un joven con muchas ganas de sali... More

Capítulo 0 / Antecedentes (Actualizado)
Capítulo 1 / Conociendo a Elena (Actualizado)
Capítulo 2 / Muerte inesperada (Actualizado)
Capítulo 3 / Negociando desde el Más Allá (Actualizado)
Capítulo 4 / Entonces procedamos (Actualizado)
Capítulo 5 / Chequeo de rutina (Actualizado)
Capítulo 6 / Ania de la Rosa (Actualizado)
Capítulo 7 / Secuestro (Actualizado)
Capítulo 8 / Un sobre misterioso (Actualizado)
Capítulo 9 / Desencuentro
Capítulo 10 / Un poco de ayuda no vendría mal
Capítulo 11 / Rastreando al Enemigo
Capítulo 12 / Una trampa para el Enemigo
Capítulo 13 / Con la soga al cuello
Capítulo 14 / Un día en el jardín trasero
Capítulo 15 / Sucedió en un sueño
Capítulo 16 / Accidente no esperado
Capítulo 17 / Entre sospechas
Capítulo 18 / ¿Qué rayos pasó con Clarissa?, Parte 1
Capítulo 19 / ¿Qué rayos pasó con Clarissa?, Parte 2
Capítulo 20 / Inmóvil
Capítulo 21 / En buena estima
Capítulo 23 / Epílogo

Capítulo 22 / Un asunto de vida y de muerte

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By MauroMartinPrimero

Dentro del bosque ubicado en las afueras de la ciudad

Un buen rato después...


ALFONSO

Tras obtener el frasco con aquel jugo al que solo podía tomarme de un trago como si no hubiera un mañana, se me ocurrió volver de vuelta al lugar donde estaba Clarissa. Y nada más llegando allí me llevé una gran frustración y desilusión al ver que, una vez más, ya no pude hacer nada por prevenir que le ocurra algo peor. Había visto el estado en el que se encontraba, en el cómo a la pobre la habían hecho algo más que solo amarrarla y dejarla allí cuan rehén. ¡Malditos hijos de su puta madre! ¿Pero quién fue capaz de...? Y supe de inmediato lo que había pasado porque cuando ya estaba en los interiores de aquella cabaña, fue que noté que a ella le hacían falta parte de sus ropas, estaba en posición de ovillo sobre la silla y llorando amargamente. Y fue allí donde, en mi mero coraje, saqué el frasco con la pura intención de tomarme de un golpe aquel trago. Sin embargo, recordé las palabras de Mildred: "Un solo trago de aquella bebida y sólo tendrás unos minutos para poder mover cualquier objeto". Por lo que solo me limité a apretar muy fuerte el frasquito y me lo volví a guardar en el bolsillo. "Esto lo tengo que reservar para lo último, para cuando Ania se enfrente a esa maldita vieja", me dije para mí mismo. "¡Esto jamás se los voy a perdonar! Por hacerle esto a Clarissa la pagarán caro y con intereses. Pero ¿por qué a ti, Clarissa? ¿Por qué? Mi amor... Pero juro que te vengaré, no sé cómo ni de qué forma, pero te prometo que esto no se va a quedar así".

Y allí estaba Clarissa, sola en esa horrible silla, llorando amargamente y yo sin poder hacer nada. Al menos no de momento. Estando de ovillo y encima de aquel mueble, en forma repentina, pobre empezó a rascarse fuertemente hasta provocarse heridas, como si la experiencia de haber sido abusada sexualmente le hubiese provocado una irritación insoportable por todo el cuerpo y no pudiese aliviarlo por más que lo intentara. Me dolió mucho verla en esa situación. Sentía unos enormes deseos de abrazarla, consolarla, decirle que pronto saldría de esta situación y hacerle ver que pronto saldría de esta pesadilla. No obstante, dado que no podía tocarla físicamente, tuve que poner mi brazo encima de ella y hacer como que la estaba abrazando. No era en sí una buena forma de consolarla, puesto que en realidad solo estaba colgando mi brazo por encima de ella, como si fuera a abrazarla. Ni aún así podía sentirla, pero al menos crearía la impresión de que la estaría abrazando y así ella se sintiera mucho mejor aunque no sea cierto. Verla en ese estado no solo me rompía el corazón sino también el alma.

No solo deseaba tocarla y sentirla, también quería que me sintiera, siquiera para que supiera que no estaba sola y que, aunque no pudiera verme y que solo fuera un simple fantasma delante de ella, estuviera allí para ella. Nuevamente volví a sentir la tentación de sacar el frasquito de jugo naranja de mi bolsillo y tomármelo de una buena vez. Sin embargo, volví a recordarme que tenía que guardarme ese dichoso frasquito con el brebaje raro, para que cuando llegara el momento apropiado lo pudiera usar. En concreto, esperaba el momento en el que se supone que Ania de la Rosa se enfrentaría a su propia madre, para que así también yo pueda apoyarla, ayudar a detener a su madre de asesinar a Clarissa y así conseguir liberarla y escapar de allí.

Por mi mente ya se cocinaba un plan a fuego lento, pero esperaría ejecutarlo solo cuando llegue el momento apropiado. Si todo salía bien, podría asegurarme conseguir dos cosas: La primera, la liberación de Clarissa de este horrendo sitio y de las garras de su propia madre; y la segunda, que Ania de la Rosa no termine muerta a manos de doña Isabel, en su intento de rescatar a su propia hermana. Solo así las cosas podrán resolverse y finalmente su madre acabará pisando los separos, junto con el pendejo de su achichincle, su novio o quien sea que esté con ella y que estoy muy seguro de que él fue quien abusó de Clarissa.


Un rato después...

12:30 am


ALFONSO

No hace mucho—como una hora después—, que fui testigo de cómo Clarissa se había movido de aquella horrible silla en la que había estado a una cama todavía más fea y vieja que Matusalén, que yacía por allí en el suelo no muy lejos de donde estaba. Ignoro por qué había decidido acostarse allí en vez de salir por la puerta que daba directo a la salida y que estaba no muy lejos de allí. Tal vez sería la costumbre que tenía de pasarse a su cama siempre que iba a dormir y hubiese actuado por inercia. O porque es posible que estuviese bajo los efectos de alguna droga o algo así por el estilo—cosa menos probable, pues no se veía como si la hubieran drogado ni nada parecido. Pero una vez que se acostó en aquella cama, volvió a llorar, para luego cerrar sus ojos y terminar profundamente dormida.

Y tras haber estado con Clarissa durante todo este rato, noté que ella abrió los ojos, y comenzó a moverse de una forma muy brusca, como queriendo saber si todo aquello que había experimentado había sido parte de una pesadilla. Ojalá y hubiera sido solo eso, una pesadilla, que nada de todo esto hubiese sido real y que ahora mismo estuvieran ellas dos juntas libres y en la mansión. Pero al notar la chica que seguía en aquel lugar horrible y encima desnuda de la cintura para abajo, rápidamente se cubrió con la primera cosa que encontró en la cama. Y de nuevo, en posición de ovillo, tal y como había hecho cuando yacía en aquella silla, comenzó a llorar de nuevo.

"Tranquila, Clarissa", le decía, aún sabiendo que no me escucharía, pero valía la pena intentar decirle algo y hacer como que me escuchaba. "Lo que te hicieron no tiene nombre. Pero pronto verás cómo voy a vengarte, como esas dos personas que te hicieron daño se van a arrepentir de lo que te hicieron. Sólo necesito algo de tiempo para llevar a cabo mi plan. Resiste mi amor, todo acabará pronto. No llores, hermosa. No llores". Decía estas palabras como una manera de ejercer algún tipo de consuelo, a la vez la veía y tristemente era testigo de cómo ella seguía allí, llorando amargamente. Fui acercando mi mano sobre su hombro, y aunque aún no pueda sentírselo, la fui rodeando de tal manera que pareciera que la estaba abrazando, aun sabiendo que ella no sentiría mi tacto.

Y justamente cuando estaba con ella consolándola, fue que alguien hizo acto de presencia al abrir la puerta. Y, al advertir quién entraba, su reacción cambió, se levantó bruscamente de la cama, y comenzó a quedar en una posición defensiva, Clarissa pasó de ser una persona desamparada y vulnerable porque le hicieron un terrible mal a una mujer con actitud de valentía y deseos de venganza, dispuesta incluso a matar a quien se atreviere a hacerle todavía más daño del que ya le habían hecho.

—Tranquila... hija—dijo esa persona, quien resultó ser la maldita perra de su madre, doña Isabel González. Ni falta hacia saber qué carajos hacía aquí. Yo sabía por qué estaba ella aquí—. No temas, que aquí estoy.

—¿Ma... mamá? —decía ella con la voz toda rota al reconocer la voz de la desgraciada autora de sus días—. ¿Eres tú?

—Sí, hija, soy yo—le responde esa vieja, que por cierto, no tardé mucho en darme cuenta de lo que estaba pretendiendo hacer: La muy condenada hacía como que la situación también la conmovía y angustiaba e iba a consolar a su propia hija y hacer que ya la había encontrado, cuando había sido ella quien la había secuestrado y provocado su desgracia. Menuda hipócrita. Y todavía hacía como que le dolía mucho ver a su hija en ese estado, era una buena táctica que estaba llevando a cabo para no levantar sospechas, para hacer que Clarissa se confíe de ella—. ¿Qué te han hecho, preciosa? ¿Q-q-quién fue el maldito desgraciado que te hizo esto?

—¡Mamá! ¡Mamá! —corría la pobre de mi Clarissa hacia la puta de su madre, con todo respeto. ¡Aaaagghhh! ¡Cómo me daba coraje que todo esto pasara y por culpa de esa maldita mujer! Y, peor aún, que ni siquiera la pobre de Clarissa se esté dando cuenta de las intenciones que tenía su propia madre justo detrás de esa carita de vieja angustiada tan fingida como yo con mi voz afeminada. Pero pronto me caería el veinte al notar que todo esto no era nada comparado por lo que estaba a punto de suceder—. ¡Qué alegría verte mamá!

—¿Qué es lo que te hicieron, criatura? —dijo aquella señora, si aún se le puede llamar así—. ¡Esto es imperdonable! ¡Quien te haya esto es un maldito hijo de perra!

—Mamá, ¡sácame de aquí! —le suplicaba su pobre hija, ignorante de lo que estaba a punto de pasarle—. ¡Ya no quiero seguir aquí, por favor, mamita! ¡Por favor! ¡Sácame de aquí! ¡Por favor!

—No te preocupes, mi querida Clarissa. Tu sufrimiento termina a partir de ahora. Pronto serás una mujer completamente libre, sin culpas, sin temores, ya no sufrirás más, cariño mío.—. Y justo cuando noté que la vieja sacó de su blusa la dichosa pistola con la que previamente me había disparado antes de volver aquí como fantasma, fue cuando consideré que el momento para hacer lo propio había llegado. Ania no tardaría en hacer acto de presencia, así que saqué el frasquito con aquel jugo naranja, la abrí y, de inmediato, tomé el sorbo de aquel contenido de golpe y sin pensarlo, tal como me lo había indicado Mildred el Ángel.

Apenas pasó el líquido por donde antes había una garganta bien carnosa, comencé a sentir algo que comenzó a rodearme de los pies a la cabeza. No podía explicarme qué era pero lo sentía y de una manera bastante incómoda. Se sentía como punzadas, que empezaban a recorrerme por todos los nervios y, en serio, sí que incomodaban. Empezaron leves y luego las sensaciones de descarga fueron volviéndose más y más fuertes. Era como si una marejada de electricidad me invadiera todo el cuerpo espectral de una manera bastante violenta, como una fuerte descarga eléctrica que amenazaba con hacerme trizas todo lo que quedaba de mi ya jodido sistema nervioso. Y pese a sentirse insoportable, tal como llegó de golpe y dejándome casi inmóvil por unos instantes, pronto notaría que lo "electrizante" se había ido, pero sería allí mismo que notaría los efectos de aquel brebaje.

Y, a continuación, dio comienzo la "magia". Me sentí con la capacidad de agarrar cosas, cosas propias de ese plano terrenal, cosas que quizás alguna vez llegué a ver y hasta agarré en algún otro sitio. Durante ese momento de shot electrizante, quedé ligeramente inconsciente, pero sólo fue por cuestión de unos cuantos segundos. Porque cuando volví a estar en sí, pude ver que la madre de Clarissa, aun abrazando a su hija, pudo sacar su pistola, y pude notar su mirada tan fría y que marcaba esa intención de matar a su propia hija.

Rápidamente, y sintiendo esa sensación de movimiento que no había sentido desde que fallecí, aproveché el momento para intentar quitar el arma a esa señora, pero por alguna razón extraña no la pude agarrar del todo, al momento de tocarlo tantito, el arma rebotó y cayó al suelo. No me podía explicar el por qué de esa extraña reacción, de hecho lo atribuí a algún efecto secundario de ese mentado jugo. Fue algo bastante extraño.

Por su parte, doña Isabel solo fue testigo de cómo la pistola salía volando de sus manos para terminar cayéndose en el suelo, justo por la entrada de la otra puerta por donde había entrado. Y justo en ese momento, mi versión femenina, o sea Ania de la Rosa, hacía acto de presencia abriendo esa puerta. Solo para que, en el momento en que estaba entrando, advirtiese algo extraño, que no parecía encajar del todo. Notó la presencia de doña Isabel sí, pero que advirtió la expresión de atónita por lo que estaba pasando. Y es la muy tonta no se podía explicar el cómo aquella arma que sostenía hace unos instantes se le había zafado de su mano para terminar cayendo al suelo de una forma tan repentina. Fue tanta su perplejidad que no llegó a notar por un momento la presencia de su otra "hija".

—¡No tan rápido, maldita bruja! —articulaba Ania cuando alcanzó a ver el arma de aquella bruja tirada en el suelo. Y una vez que se percató de ello, pudo comprobar una vez más las intenciones de aquella vieja. Sin embargo, cuando me di cuenta de que doña Isabel tenía puesta su mirada fija en el arma, rápidamente y sin pensarlo, pude darle una patada a dicho objeto, haciendo una que rebotara y terminase todavía un poco más alejado de doña Isabel y casualmente más cerca de Ania. Pero al ver el cómo el arma una vez más empezó a "moverse sola" ahora todas ellas—incluida Clarissa—se queden totalmente. Ahora ya ninguna de ellas podía explicarse qué rayos estaba pasando.

—¿Qué rayos está pasando? —empezó diciendo Isabel, con esa cara de pendeja que bien le quedaba justito ahora.

—No lo sé—decía Ania de la Rosa, con la misma expresión más bien perpleja. Si pudiera yo explicarle—, ¿esa pistola se movió sola?

—Al parecer sí. ¿Y tú qué haces aquí, Ania de la Rosa? —cuestionaba a la chica.

—Yo también podría hacerte la misma pregunta, madre—respondía ella con un tono de voz que evocaba un sentido de ironía, además de denotar una clara intención de referenciar a aquella mujer de "madre", así, entre comillas, por así decirlo—. Y ahorita que estamos aquí, ¿me puedes explicar qué estabas a punto de hacer con esa arma?

—Para tu información, no se me cayó en el suelo, se me cayó de las manos, así sin más y no sé por qué ocurrió todo esto. Y respondiendo a esa pregunta, déjame decirte que estaba a punto de hacerle un gran favor a tu hermana y acabar con su sufrimiento.

—Así es que cierto entonces—decía Clarissa al darse cuenta de lo que estaba pasando ahora con su madre—. Tú... ¿tú me ibas a matar, mamá? ¿Y con esa pistola? ¡Jamás me quisiste entonces! ¡Ania tenía razón al decirme que corría un serio peligro! Perdóname por dudar de ti, hermanita. Lo siento mucho. Ahora me doy cuenta de que la malvada aquí eres tú, mamá.

—Clarissa, por favor, hija, déjame explicarte...

—¡No quiero que me expliques nada, mamá! —replicó su hija menor, ahora sabiendo la verdad sobre su madre, lo que era un alivio en buena parte. Ahora ya sumaban dos en contra, doña Isabel González. ¿Y ahora qué harás, maldita bruja? —. Pero ¿por qué? ¿Por qué quieres acabar conmigo? ¿Acaso ya no me quieres? ¡Soy tu hija consentida, madre!

—Tranquila, Clarissa—intentaba tranquilizar al ver que estaba a punto de entrar de nuevo en crisis—. No te sientas culpable de lo qué está pasando aquí. Nuestra madre está bastante mala de la cabeza. Mira ahora con qué clase de favores nos viene ahora a dar—decía Ania a modo de ironía, pues ya sabía para dónde iba su "madre" al hablarle de favores. Hasta ganas me daban de vomitar... si aún conservara mis reflejos para hacerlo, vaya la casualidad—. Dime una cosa, madre, ¿de pura casualidad ese favor que mencionas no es acaso ese mismo favor que le hiciste a mi padre con su avión? Porque sí, madre, sé que tú fuiste quien mandó a matar a mi padre. Ese accidente de avión en el que el pobre hombre pereció no fue una casualidad. ¡Tú lo mandaste matar! Sino es así, dinos ¿cómo fue madre? ¿Ordenaste a alguien para que hiciera la chamba sucia por ti? ¿O vamos, que lo mataste directamente dándole algún veneno en la comida o, aún peor, que hayas mandado sabotear su avión privado? Y ahora que está muerto, ¿qué es lo que pretendes ahora? ¿Por qué te quieres deshacer de nosotras? ¿Acaso crees que quitándonos de en medio obtendrás algún beneficio, privilegio especial o algo así parecido? ¡Dime, madre, contesta! ¿Por qué nos quieres asesinar? —. Y en ese momento, Ania aprovecha para tomar el arma que yacía en el suelo y que seguía enfrente de ella—. En cuanto a esto, voy a tomarlo. Tú no quieres hacerlo. Lo que sea que te obligue a matarnos juntas lo afrontaremos. Tú no quieres hacerle esto a tu propia hija ni a mí de paso.

Hubo un silencio que rápidamente se tornó muy pesado por espacio de unos minutos. Hasta que finalmente la señora habló.

—Tú no tienes pruebas de lo que dices, Ania de la Rosa—respondía esa maldita bruja—. Y con respecto a esa arma, tómala si quieres, no la necesito. Como acabo de decirte, tú no tienes pruebas de nada. No me puedes acusarme de nada.

—Tienes razón, tal vez no tenga las suficientes pruebas como para demostrar tu crimen perfecto. Ahora, por otra parte, y si te dijera que previo al accidente de papá yo alcancé a escuchar una conversación tuya con un tipo desde el despacho, planeando algo muy turbio y que involucraba a mi padre como una posible víctima. Así como también, al mismo tiempo, te vi desde una parte de la mansión, besándote con alguien, seguramente con ese mismo tipo que por cierto resultó ser más joven que tú. ¡Acepta que tú mataste a nuestro padre, así como también que andabas de loca con ese pendejo! ¡No te atrevas a negar lo que hiciste! Por lo menos, admite que ya no te sentías a gusto con mi papá y que acabaste poniéndole el cuerno con alguien más. Por favor, madre. Así como también confiesa que piensas quitarnos a nosotras de en medio porque para ti ahora somos un estorbo para tu propia comodidad y por eso mismo secuestraste a mi hermana y la trajiste hasta aquí, a este horrible lugar, para deshacerte de ella, ¿o no es así, madre? Y dime, una vez muerta ella, ¿qué sigue después? ¿Vas a matarme a mí también? Conmigo puedes hacer lo que quieras, pero de una vez te advierto que a mi hermana no le tocarás ni un solo pelo. Porque si lo haces juro que no respondo, aunque eso me cueste la vida. Defenderé a mi hermana de cualquiera que quiera hacerle daño, incluso de seres despreciables como tú.

Oía hablar a esa versión mía con ese tono de voz tan firme, tan convencida, con tanta seguridad que por primera vez en mi vida me sentía ya sin miedo y sin nada que perder. En todo este tiempo que he estado aquí no me había puesto a observar ese comportamiento y esa actitud tan decidida, tan uniforme y valientemente dispuesta que había depositado en Ania de la Rosa, así como también de hasta dónde resultaba ser capaz de defender a su propia hermana. Debo confesar que ni en mi otra vida hubiera sido capaz de comportarme de la misma forma que como lo venía haciendo, siendo Ania de la Rosa. Fue justo en ese momento en que comencé a sentirme como si me hubiera dividido en dos y de allí hubieran salido dos personas con personalidades distintas pero compartiendo al mismo tiempo el mismo objetivo. Y pese a sentirme todavía más raro, consideré que sería algo bueno tener esa perspectiva de ser dos personas defendiendo a una sola persona, aunque solo sea por un momento. No me sentía como un héroe o algo así por el estilo, solo actuaba en consecuencia, en buena parte por amor y cariño hacia alguien a quien había estimado casi desde que la conocí y que, por desgracia, ahora mismo, estaba siendo presa y víctima de las circunstancias, al igual que yo.

Y Clarissa, la hermana menor, la que estaba indefensa y dañada hasta de su integridad se encontraba allí, siendo defendida ahora por mi versión femenina. Ania de la Rosa se había colocado frente a Clarissa, con el arma en mano apuntando a doña Isabel, en clara señal de defenderla hasta la muerte. Yo, siendo un fantasma, también me posicioné e hice mismo, solo que me coloqué en la parte de atrás de Clarissa, formando una especie de barrera que ahora mismo rodeaba a aquella desventurada chica.

—Me sorprendes cada vez más, Ania de la Rosa—decía ella—. En serio, esa actitud tuya no te la había visto nunca. De veras. Llevo tanto tiempo conociéndote, te he visto crecer y te conozco tanto, hija que te veo y pareces ser la misma. De hecho, te he observado en todo este tiempo, desde que saliste de aquel hospital y te he notado tan cambiada que hasta pareces otra persona. Y mírate ahora, con esa actitud que tienes de chica valiente dispuesta a defender a su hermana pequeña. Muy bien hecho, hija, lo estás haciendo muy bien. Ahora, sobre lo que cuentas de que si maté a tu padre o tan siquiera si tuve algo que ver con su aparatoso e inesperado accidente, déjame decírtelo en pocas palabras: Sí, yo mandé matar a su padre. El muy maldito hijo de perra se lo merecía después de tanto tiempo sin estar junto a mí y todo por culpa de su maldito trabajo. Ese cabrón parecía estar más casado de su trabajo que de mí. Yo me sentía sola, no lo tenía a él y cuando él estaba en la mansión, solo era para que volviese al trabajo al poco rato después. Así que, buscando un alivio para mi notable soledad, terminé por hacer lo que hice. En principio era solo esa intención, pero de pronto, la ambición y el hecho de hacerle caso a ese idiota que tengo por novio fue lo que hizo que termine por buscar la forma de acabar con su vida. Y en cuanto a quedarme con todo, Ania, déjame decirte qué hay algo de cierto allí. Hubiera sido muy fácil para mí escapar y quedarme con todo, pero resulta que tu maldito padre no dejó este mundo sin antes dejar un testamento y todas sus cuentas bancarias bloqueadas. Leí su testamento, el maldito hizo cambios poco antes de morir. Esos cambios indican ahora que ustedes heredarán prácticamente todo, incluida su fortuna, propiedades como la mansión en la que vivimos e incluso su rancho ubicado en San Ramón de los Montes. Ustedes heredarán todo lo que era de él. ¡Ustedes! ¿Y mientras qué hay para mí? A mí me dejó con solo un maldito e insignificante cheque con una cantidad de dinero mediocre y una frase restregándome en la cara que decía claramente que me vaya bien en la vida y que todo esto de cuidarlas a ustedes fue bonito mientras duró ¡BAH! ¡Maldito viejo estúpido!

—Todo eso que nos cuentas, no lo sabíamos—le decía, pues no era algo que supiéramos, es decir, tenía en mente que, entre estas familias adineradas, el padre casi siempre tenía resuelto todo para cuando ya no estuviese con su familia y eso incluía la realización de un testamento. No obstante, surgía una duda. ¿Por qué don Raúl Samperio les dejaría toda su fortuna a sus hijas y excluiría de la ecuación a su esposa. ¿Tendrá que ver acaso con lo que ésta había hecho y se habrá enterado de alguna forma? Sería bueno saberlo de una buena vez, así que se me ocurrió preguntarle a esa bruja—. Pero si no te dejó nada más que un cheque, ¿no te puesto a pensar por qué simplemente hizo eso mi padre? ¿Acaso no tendrá que ver con el hecho de que le andabas poniendo el cuerno con otro hombre y se habrá enterado?

—Podría ser y si se enteró créeme que no me importa. Ahora, Ania de la Rosa, ¿podrías regresarme la pistola ahora mismo? Vamos que no tengo toda la noche, niña—andaba esa vieja ordenándole a Ania de la Rosa. ¿Pues qué se creía ahora? ¿Pensaría acaso que con darle esa clase de orden Ania accedería así sin más?

—No, madre. No te voy a dar esto —respondió ella, sin más.

—Entonces no me dejarás otra opción que arrebatártelas de las manos —decía ahora doña Isabel amenazante.

Y justo en este entonces, y antes de que se me acabara el tiempo y la vieja esa le haga daño a la misma Ania, aproveché para hacer algo arriesgado. Apagué la luz, quedando todo a oscuras, lo que provocó que se armara una riña entre doña Isabel y Ania de la Rosa. La chica luchaba contra su propia madre, en un intento por impedir que la otra se haga con el arma y se salga con la suya. Sin embargo, acabé dándome cuenta de que apagar la luz no fue una mejor idea, pues, además de que no se podía ver nada de nada porque de veras estaba todo oscuro, resultaba imposible ver quién iba ganando. Así que revisé entre la pared para encontrar el interruptor. Y una vez que lo encontré lo accioné y la luz se hizo de nuevo. Para cuando ya había luz dentro del lugar, resultó que doña Isabel consiguió hacerse con el arma de fuego, y aprovechó para apuntar a Ania y comenzar a apretar el gatillo. Pero fue aquí donde aproveché para encestarle un fuerte golpe a la maldita señora en su mera cabeza. Si bien nunca había golpeado a una mujer en toda mi vida, ahora tenía razones de sobra para hacerlo, pues fue gracias a doña Isabel González que volví a morir en primer lugar, ello además de que estaba causando daño a sus propias hijas. Y todo por una maldita fortuna. Y sin contar el hecho de haber provocado indirectamente la muerte de don Raúl, que al final no fue más que la punta del iceberg. Y ahora era el momento perfecto para cobrarme la revancha.

Después de ese golpe le di una patada fuerte en su estómago, para luego agarrarla e impedir que escapase. Y una vez que hice todo esto, noté ya tarde que mis propias acciones se estaban convirtiendo en una especie de acto que ya rayaba en lo paranormal, pues tanto Ania como doña Isabel y hasta Clarissa ahora no se podían explicarse qué estaba pasando. Y por primera—y quizás única vez— ambas estuvieron de acuerdo en que algo raro estaba pasando, pues no era nada normal ver a doña Isabel sufrir de dolor y encima que no pueda moverse. Tanto Ania como Clarissa y su madre atribuyeron el incidente con algún espíritu chocarrero que venía a fastidiarlas o algo así. Si supieran todas ellas que ese espíritu chocarrero que había golpeado y ahora estaba agarrando de los brazos a doña Isabel para impedir que escapara era nada menos que yo, en un intento desesperado por defenderlas de su propia madre, al mismo tiempo que iba dándole a su propia madre una cucharada de su propia medicina.

Y ya una vez que la tenía bien agarrada, doña Isabel González yacía contra la pared forcejeando en un intento desesperado por volver a sentirse libre para poder moverse, pero no tuvo mucho éxito que digamos. Me sentía más fuerte que nunca y tener bien agarrada a esa vieja era una razón más que suficiente para sentir una plena satisfacción, aun si ello no fuese suficiente, pues en el fondo deseaba que ella pagase por todos sus crímenes, empezando por haber secuestrado a su propia y encima haber permitido que su novio se haya aprovechado vilmente de ella.

Yo la veía y podría mirar una expresión de terror que nunca antes le había visto, lo que me hizo sentir gracia, pues tenía miedo. No sabía qué era lo que la mantenía inmóvil y era obvio que el miedo comenzase a calar hasta dentro de sus entrañas.

—¿Qué rayos me está pasando? ¿Por qué no me puedo mover? ¡Siento que me tienen agarrada! ¡Auxilio! ¡No me puedo mover! ¡Ruperto! ¡Ruperto! ¿Dónde demonios está ese maldito holgazán? ¡Auxilio! ¡Ayúdenme niñas, por favor! ¡Por favor!

Y mientras la tenía bien sujeta, Ania y Clarissa solo se limitaban a ver lo que estaba pasando, llegando a la conclusión de que el lugar estaba embrujado y que el espíritu que habitaba en aquel lugar tan lúgubre—y de la que sorprende que todavía tenga servicio de electricidad—se había "molestado" con doña Isabel y ahora decidiera darle una lección a esa ruca por portarse mal con sus propias hijas.

Y hablando de Ania y Clarissa. No he de negar que se les veía igualmente asustadas, lo que no era para menos. Para ellas, al ver a su madre luchando contra algo que no podía verse ni explicarse lo que es exactamente ya pintaba de lo paranormal, algo que nunca se hubieran esperado de un lugar tan abandonado y metido dentro del bosque en las afueras de la ciudad.

Ania advirtió el arma que nuevamente yacía tirada en el suelo, pues se le había caído a la ruca en el momento en que la había golpeado de la cabeza. Y, armándose de valor, la tomó para apuntarla directamente a una doña Isabel que pasó de sentirse como la que traía los calzones bien puestos a alguien que tenía un miedo de lo más irracional y que no podía explicarse el por qué solo a ella le estaba pasando todo esto y no también a sus hijas.

—Por lo visto, hasta el espíritu que habita en este lugar sabe lo mal que te has portado y ahora te tiene bien castigada. Vas a tener que aceptar acabas de perder este jueguito—puntualizó Ania acercándose a su madre y apuntándola con aquella arma de fuego.

Y justamente yo cuando ya tenía a la maldita loca bien agarrada, noté que aquella sensación de tocar, así como las ligeras punzadas de electricidad que se andaban paseando por todo mi ser, comenzaban a atenuarse rápidamente hasta el grado de ya no sentir nada. Y fue que recordé lo que recién había olvidado pero no lo había notado: Los efectos de aquel juego que había tomado estaban ya cediendo. Lastimosamente, fue cosa unos pocos minutos—segundos diría, pues pasaba muy rápido— que comencé a perder esa sensación de tocar y agarrar cosas, por lo que fue cuestión de tiempo para que perdiera el control y ya no pueda seguir manteniendo sujetada de los brazos a aquella tipa. Y ocurrió lo peor: La señora, al notar que aquella sensación de sentirse sujeta a algo estaba ya pasándose, comenzó a echar una risa de lo más ridículamente malévola (para mi gusto), y, tan pronto como que no, ese miedo irracional que tenía se le pasó.

—¿Qué es tan divertido? —se decía Ania de la Rosa, sin explicarse la no esperada risotada que soltaba esa ruca del demonio.

—Ania, Ania, Ania—señalaba ella—. Por primera vez en mi vida, veo hasta dónde eres capaz no solo de defenderte y de paso defender a tu hermana, a esa pequeña zorra que llevaste una buena parte de tu vida odiándola solo porque te robó nuestra atención y afecto cuando eras tan solo una niña. Ahora veo que ya no la odias, sino que la quieres y ahora defiendes hasta con tu vida. Y eso es bueno. Has cambiado tanto, hija...

—Y si le confieso que yo no soy lo que parece, señora—dijo ella, que continuaba apuntando a esa vieja con esa mentada arma de fuego—. Y si le dijera que soy otra persona y no precisamente su hija.

—¿A qué te refieres con eso, Ania? —preguntaba su madre, algo intrigada por lo que estaba oyendo.

—Bueno, usted me ve como ve, como su hija, así, tal cual. Pero en esencia, le de he confesar que en realidad no soy su hija como tal. Soy otra persona que se quedó adentro de este cuerpo de señorita dieciochonera que es la de su hija, por puras fatalidades de la vida. Que alguna vez fui un alma, con un cuerpo y una vida propia y que alguna vez, y delante de la gente, fui conocido como Alfonso Pereira y que ahora mismo estoy reencarnado en el cuerpo de su hija.

—Ay no te entiendo nada, hija—interrumpió la ruca esa, aunque yo de mi lado me empecé a preocupar un poco ante lo que estaba ocurriendo. Nunca creí que llegaría el día en que mi versión femenina se atreviera a confesar la verdad sobre cómo diablos había vuelto a este plano. Realmente no es algo como para sentirse orgulloso, después de todo, fui víctima de las circunstancias. Pero, aún así, no creí que aquel momento fuese a ser idóneo para confesar una verdad como esa. Además, ¿qué ganaría Ania con confesar que alguna vez fue lo que fue?

—A... Ania—decía Clarissa, dándose cuenta de lo que estaba pasando ahora. No era el único quien parecía sentir ahora una cierta preocupación por lo que ahora estaba haciendo mi versión femenina—. ¿Qué haces?

—Tranquila, Clarissa, solo estoy diciendo la verdad sobre mí, ya que siento que no tiene caso seguirlo ocultando—puntualizó Ania y ahora dirigía su mirada a su madre—. Señora, lo que tiene que saber es que la verdadera Ania de la Rosa, su hija, está prácticamente muerta. Murió desde el momento en que tuvo ese infarto, y en el momento en que volvió a renacer ante los demás doctores, y ante usted, yo ya estaba presente, reencarnado dentro de su cuerpo. Soy alguien que por fatalidades crueles de la vida terminé muerto en mi vida anterior y ahora he regresado a este plano, ocupando ahora el lugar que tenía su verdadera hija. Vine aquí como parte de un experimento de reencarnación o algo parecido, ya no sé. Pero el caso es que estoy aquí, reencarnado en su propia hija, a la que por cierto no sabía siquiera de su existencia. En todo este tiempo que he estado como Ania de la Rosa, déjeme decirle que usted no se merece tener ni a la misma Ania ni mucho menos a Clarissa, porque usted no ha sido digna de ellas. Usted acaba de fallar delante a ellas y no solo como madre sino como mujer, en todos los sentidos posibles de la palabra. Y ahora mismo que está en ese estado de locura irracional, he de decirle que voy a salvar a Clarissa de usted y de todos los que quieran hacerle daño. ¿Entendió?

Hubo un pesado silencio por uno o dos minutos, no fue un periodo muy largo que digamos. Y al poco rato después, de nuevo, la vieja ruca volvió a echarse una risotada de esas que ya parecía pintar de que ya se estaba volviendo loca o algo peor.

—Y allí vamos de nuevo—dijo Ania, sacándose ya de onda porque ahora tenía que soportarse esas risotadas que estaban peores que las del Joker, el de Batman. Y una vez que terminó de reírse...—. ¿Ya acabó, señora?

—Sí, perdona—expresó ella, ya conteniéndose su propia risotada, en serio, tanto a Ania como a mí, nos sacaba de onda verla carcajearse como loca de manicomio—. Es que, en serio, hija. Ese cuento tuyo que me contaste estuvo tan bueno como divertido y difícil de creer, lo que podría explicar tu carácter tan cambiado. Mi hija sintiéndose no una mujer sino todo un hombre. Pero bueno.

Tanto Ania como yo—y posiblemente Clarissa—, dimos constancia de que doña Isabel no se creería esa verdad que había revelado mi versión femenina. No obstante, he de confesar que me quedé tremendamente desconcertado con todo eso. Para empezar, no esperaba que la propia Ania de la Rosa (o sea yo mismo), acabase revelando la verdad sobre mi propio origen: Mi existencia previa como Alfonso Pereira, mi muerte prematura, el cómo carajos había vuelto aquí convertida en mujer. Y, segunda, que haya tenido que pasar todo esto en el peor de los momentos, decirle la verdad a alguien como doña Isabel, la madre de Clarissa... Yo sentía que no era ni el momento ni la persona menos indicada con la cual se tenía que decir la verdad. Pero, viéndole el lado bueno, esa verdad sobre mí y de cómo carajos volví a este plano tenía que saberse algún día, ¿no?

—Solo una cosa quiero saber—pidió a Ania.

—¿Qué cosa? —le preguntó ella, creyendo tal vez que la señora querría saber algo más.

—¿Por qué de repente empezaste a hablarme de usted? —comenzó a llamarle la atención a Ania. Menuda vieja, de plano terminó por no creerle a Ania, o más bien a esa parte de mí y encima ya parecía estar más loca que cuerda, eso que acabó de mencionar parecía estar fuera de contexto. Maldita loca. Si por mí fuera la estaría enviando directo al Limbo. Allí hasta los Jueces se lo ofrecerían como ofrenda al mismísimo diablo, si que es éste existe—. ¡Por Dios! ¡Tenme más respeto, que soy tu madre! ¡No vuelvas a decirme estupideces ni mucho menos hablándome de usted!

—¡No se atreva a gritarme, señora! —la reté a la vez que alzaba un poco más la pistola pero sin dejar de apuntarle—. No se atreva a ponerme siquiera una mano encima, porque de lo contrario...

—¿Qué? ¿De lo contrario qué? —decía esa vieja usando el mismo tono retador que el mío—. ¿Vas a accionar ese gatillo y matarme de una vez? Hazlo, ¡hazlo!... si te atreves. Además, te tengo una buena noticia.

—Déjame adivinar, se te pasó ya la chiripiorca, ¿no? —dijo Ania, al ver que la anciana esa ya estaba hasta levantándose, así sin más. Una lástima que los efectos del maldito brebaje que me tomé hayan pasado tan pronto, porque por mí, la seguiría reteniendo hasta que acabe muerta de miedo y de cansancio—. Porque veo que ya te estás levantando.

—No sé qué diablo haya sido eso—dijo ella—, pero qué bueno que ya pasó. Malditos espíritus chocarreros, estoy casi segura de que alguno de ellos quiso jugar un rato conmigo y lo consiguió.

—Si, claro, tanto que hasta te cagaste de miedo y estabas con esa de "¡Ayúdame, socorro, niñas ayúdenme!" ¡Bah! —le replicó la chica a la vez que hacía mofa de la propia doña Isabel. Me gustó como hizo todas esas señas con los brazos, burlándose directamente de ella.

—Como sea—dijo Isabel—. En fin, ¿en qué estábamos? Veo que aún sigues apuntándome con esa pistola, Ania de la Rosa. Y ¿sabes qué? Puedes dispararme, si lo deseas. Después de todo, mi vida ya no vale nada más que para comérsela con patatas. Pero déjame y te confieso algo. Siempre he sido una mujer muy ambiciosa, con un lado superficial y un gran aprecio por todo lo que tiene valor. Sí, valor pero en dinero. Por si no te habías dado cuenta, la vida está hecha a base de puro capitalismo, para todo se requiere dinero. Dinero y propiedades. Ya solo faltaría que tenga que pagar por respirar o tirarme un pedo. Como verás, yo siempre he deseado estar entre lujos, fortunas, estar en la creme y nata de la sociedad y tratar a todos los demás plebeyos como lo que son: unos completos esclavos de segunda, una perfecta chusma al que solo hace falta trabajarlos muy bien, empero de recordarles lo inferiores e inútiles que son. Además de recordarles a todos ellos que son unos pinches gatos. Sin embargo, estando tu papá vivo, claro que me sentí la persona más feliz del mundo cuando me casé con él. Y lo quise mucho, más allá de lo que tuviera en ese momento, aunque de momento eso último no me lo quieras creer. Cuando ese chango mentecato se murió, convine en que algo mejor estaba llegando para mí. Así que, muerto mi esposo, yo me convertiría en la propietaria absoluta de toda su fortuna y de todos sus bienes. Y si no fuera por todas ustedes, ahora en este momento ya me estaría yendo para Europa junto con mi novio adorado, a quien por cierto... ¿A dónde habrá ido ese imbécil? Le dije que no se tardara. Bueno, en fin. Con o sin él, y teniendo lo que más quiero en esta vida, ya me vería de paseo por las playas de Mallorca o las de Ibiza o, ¿qué te gusta? Una tarde placentera en las playas de Formentera. Como sea, temo que nada de eso se hará realidad.

—A ver déjame entenderte—dijo Ania, tras haber escuchado esa confesión—. Tú creíste que, ya muerto don Raúl te ibas a convertir en la millonaria absoluta y propietaria de todos sus bienes, ¿no?

—¿Por qué no? Después de todo, estoy en mi derecho de reclamar lo que es mío.

—¿Y no te olvidas de una cosa llamada testamento? —le dijo ella.

—¡No existe ningún testamento! Por derecho me correspondería todo lo que él tenía a su nombre porque fui su esposa. En cambio a ustedes no les corresponde nada. ¡Nada!

—Temo que en eso te equivocas, mamacita. Hace un momento dijiste que había un testamento, en donde mencionas que nuestro padre nos dejó prácticamente todo y a ti simplemente te mandó a freír espárragos. ¿No fue eso lo que dijiste hace un momento? ¡Atrévete a negarlo ahora o te pudrirás en el infierno!

—¡Rayos! Eso si es cierto, ¿para qué rayos lo mencioné? En fin como sea, ya me tienes aquí con el arma apuntando hacia mi. ¿Qué esperas para disparar, Ania de la Rosa? Ya no la hagas de emoción y ya mátame de una vez. Bien dice la frase: "muerto el perro se acaba la rabia". Estando yo muerta, ya no tendrás de qué preocuparte. Finalmente ustedes vivirán como reinas y obtendrán lo que su padre consiguió con tanto esfuerzo. Quién lo diría, el pobre de su padre trabajó como mula para conseguir lo mejor para ustedes y el muy mula se murió. ¡Vamos, qué esperas! ¡¿Qué esperas?! ¡Dispárame ya! Acaba ya con esto de una maldita vez.

Ania seguía sosteniendo el arma, con el dedo puesto en el gatillo. Solo hacía falta un pequeño movimiento con el índice hacia atrás y el mismo liberaría la bala contenida en él. No obstante, más que el nerviosismo, a Ania la asaltaba la duda de si matar o no a su propia "madre", razón por la cual dejaría de apuntarle y de una forma lenta bajaría el arma, dándose cuenta de nada ganaría con todo esto, tan solo que ahora ya sería ella la que acabaría con su madre y no Clarissa, quien, a estas alturas, y en ese otro universo paralelo, ya hubiera acabado con ella.

La señora, al ver la reacción de Ania, se puso una a reír una vez más, pero esta vez de una manera más quedita, sabiendo ya de la incapacidad de su propia hija de dispararle y hacerle un daño tan colateral como el ultraje que había sufrido su hija menor, Clarissa. Y ni tarde ni perezosa, comenzó a pronunciarse.

—Sabía que no podrías, hija. Esa actitud de chica valiente y defensora no te quedó tan bien después de todo.

Para eso entonces, Ania no solo había bajado el arma, sino que también la había arrojado en el suelo, para después mirar a su hermana y acercarse a ella.

—Clarissa, es hora de irnos de aquí—le indicaba. Y antes de que las dos salieran por la puerta de salida, la chica de nuevo se dirigió a doña Isabel—. Es una lástima que nunca nos hayas valorado, es una lástima que nunca hayas sabido valorar el cariño de tus propias hijas, de tu marido, incluso de ti misma. Me voy a llevar a tu hija, porque estando ella a tu lado solo acabará sufriendo y mucho. Y por si no la habías notado, que estoy segura de que ya lo habrás hecho, a tu propia hija la violaron, ¿adivina por quién? Por tu propio novio de mierda con el que andas ahora. Así es, ese maldito idiota con el que te vi besándote esa noche fue el que le causó esto a Clarissa.

—¿Ah sí? ¿Eso es lo que te hicieron, Clarissa? Eso no lo sabía. Ahora ya me explico el por qué...—Hasta entonces, y si bien no estaría tan equivocado, doña Isabel sabía que a su hija le habían hecho algo peor que solo tenerla amarrada y arrinconada en alguna parte de ese tétrico lugar, pero no contaba con que su propio novio, además de haberla maltratado también se había aprovechado de ella. ¡Maldito Ruperto! Le dije a ese imbécil que me la amarrara y me la tuviera en la silla tantito, no que se aprovechara el muy malnacido. ¡Ese malnacido me las pagará muy caro apenas lo vea! —decía ella, lo que me quedé sorprendido por lo que estaba diciendo. Había visto ella a su hija casi desnuda, pero ¿es que acaso no le había caído el veinte? ¿Es que ella no había sido capaz de deducir por sí sola que habían violado a su propia hija? ¿O es que había otra cosa de la que ni siquiera yo mismo estaba enterado? Sin saberlo a ciencia cierta, algo en mi interior me advertía de que lo peor estaba ya por venir, así que comencé a apresurar un poco y salir de allí lo más pronto posible.

—Ahora sí, señora, quién diría que usted estaría como el perro de las dos tortas—sentenció Ania—. A partir de ahora, estarás completamente sola, sin dinero, propiedades, ni joyas que presumir ni mucho menos lucir. Tampoco volverás a ver a tu hija, porque en este momento voy a demandarte ante las autoridades. La cárcel será tu nuevo hogar dentro de poco. Adiós, doña Isabel González.

Y acto seguido, Ania y Clarissa se fueron acercando hacia la puerta de salida. Y cuando una de ellas estuvo a punto de abrir la puerta, fue cuando noté que doña Isabel, en un último intento por deshacerse de sus propias hijas, tomó de nuevo el arma que yacía tirada en el suelo (otra vez), y, tan rápida como pudo, la accionó. La bala atravesó nada menos que en la espalda de Ania de la Rosa. Fue un tiro certero, la maldita tuvo una buena puntería, por desgracia, hubiera deseado que el arma le fallase o bien esa bala acabase en su propio pie, pero bueno. Y habiendo sido testigo de tal cruel acto, fue allí donde hubiera deseado que la maldita bala no la hubiera atravesado. Más bien, que no se me hubiese atravesado, pues al haber visto lo que esa vieja estaba a punto de hacer, me puse delante de aquellas dos chicas, como pretendiendo evitar que la bala fuera a alguna de ellas.

—¡NOOOOOOOOOOOOOOO! ¡Cuidado, chicas! —advertí a aquellas dos mujeres sabiendo lo inútil que resultaba siquiera intentar echarles un grito. ¡Carajos! ¡Como odio ser un pinche fantasma!

No pude evitar lo peor. Una vez más, no pude impedir que Ania sufriera de todas maneras, ni aún "interponiéndome". ¡Maldita haya sido la hora en la que se me tenía que acabar aquel brebaje naranja que me tomé hace un momento! ¡Maldita la hora en la que tenía que haber muerto y no vivir para contarlo! ¿Por qué me pasan a mí estas cosas? ¡¿Por qué?! ¿Por qué Ania tuvo que morir, otra vez? Y ahora...

Fue inevitable ver a esa propia versión femenina de mí tumbada en el suelo, desangrándose y ahora mismo con su vida corriendo un serio peligro. ¡Una vez más siento que volví a fallar! ¿Y ahora qué va a pasar? ¿Acaso hasta aquí habrá llegado la pobre de Clarissa? ¿Es que acaso los buenos nunca ganan? ¿Por qué las buenas personas tienen que morir tan pronto por culpa de gente tan mala?

—¡Nooooooooo! Ania... Ania... ¡No! —gritaba Clarissa al ver a Ania con aquella herida de bala que ahora mismo amenazaba su muerte. Y rápidamente fue hacia ella—No, no, no, ¡no te mueras! ¡Ania, no! ¡No, no! ¡Es usted una maldita bruja, madre! ¿Por qué? ¿Por qué permitió que esto pasara? ¡Es usted tan mala como vil!

—¡Ja! Muchas gracias, hijita. Favor que me haces. Ahora —amenazaba la señora con el arma sosteniendo en mano y apuntando a Clarissa—. Ahora te toca a ti cerrar los ojos, hijita mía.

—Ni lo sueñes, mamá—replicaba su hija, ahora en actitud de valentía y con las lágrimas pasando por su rostro.

Y ocurrió algo inesperado. ¿Recuerdan que mencioné hace un momento que Clarissa había adoptado una actitud de valentía? Bueno, aquella alma de Dios pudo reunir el valor y el coraje suficiente como para agarrar al toro por los cuernos y enfrentar a su madre de una buena vez por todas. Sin siquiera pensárselo, trató de arrebatarle el arma de las manos.

—¡Maldita hija de puta! —maldecía su propia madre, al ver cómo su propia hija menor ahora la confrontaba— ¡Tú no puedes conmigo!

—Exacto, soy la hija de una vil puta—decía Clarissa en un gesto muy sarcástico. ¿Era acaso posible ser sarcástico en un momento como éste? —. De una puta a la que alguien le tiene que poner freno.

—¡Te voy a matar! ¡Jajajajaja! —decía esa cabra loca a toda vez que iba forcejeando con su hija para que no le quitase el arma.

—No si yo no lo permito—decía Clarissa a la vez que también hacía lo mismo que su madre.

Y así comenzó esta contienda entre madre e hija pequeña. Doña Isabel le dio un certero golpe en la cara de Clarissa, a la vez que ésta última se defendía mordiendo la mano de su propia madre. Ninguna de ellas soltaba la pistola que yacía pasando de unos dedos a otros dedos, toda vez que ambas mujeres se agarraban de a madrazos y de las greñas. Llego a un punto en que ambas se encontraban juntas y con la pistola justo en medio de ellas. Y, una vez más, el arma volvió a ser accionada, esta vez hiriendo a una de las dos. Repentinamente, las dos mujeres se quedaron quietas, mirándose los ojos una a la otra por unos segundos.

—Lo que hiciste es... increíble—decía doña Isabel, quien poco a poco se iba cayendo al suelo, desangrándose y perdiendo relativamente las fuerzas a un punto en el cual apenas si podía moverse. Y como si no pareciera notarlo ella misma, Clarissa tenía la pistola en mano, ésta aún con la boquilla caliente. Lo supe en ese instante, pues aún se percibía un cierto olor como a quemado, que de alguna forma me era posible percibirlo.

—Hija, perdóname—decía en su momento corto de delirio, a la vez que iba tosiendo y sacando chorritos de sangre—. Hijas... de... mi vida... perdóneme...—. Y acto seguido, la señora ya no dijo nada más. Había muerto.

Luego de ver a su propia madre morir, Clarissa, lejos de llorarle, solo se limitó con mirarla desde la misma posición en la que estaba tras haberla disparado con la misma arma de fuego con la que su propia madre estuvo a punto de matarla desde el principio. Le parecía increíble no solo el hecho de haber descubierto la otra cara de su propia madre, sino también el hecho de haber descubierto una triste realidad: nunca había sido lo suficientemente querida, ni siquiera por su propia madre. A pesar de todo, ella sí que la quería y mucho. Tal vez demasiado. Y eso lo sé por las numerosas veces en cómo ella me había contado cada situación que tenía que ver con ella y con su progenitora. El haberla matarlo—quizás sin querer—, le provocaría a partir de ahora un cierto sentimiento de culpa. Ella realmente nunca quiso matarla, solo quería quitarle el arma. Y ahora, dicha culpa sería algo que tendría marcada quizás por el resto de su vida. Fue a partir de ese momento en que noté algo un poco extraño en ella. Me resultaba difícil cuantificarlo, tan solo pasó como una corazonada por mi mente. No obstante, cuando volteó para ver a su hermana tirada en el suelo y sin responder, su llanto y su congoja comenzó a desbordarse.

¿Y qué decir de mí? ¿Que también me sentí como un triste fracasado porque no pude cumplir con el objetivo de salvar a Clarissa ni mucho menos de evitar que Ania muriera? Pues sí, otra vez volví a fallar. Fallé al no poder evitar lo que ya parecía inevitable: Ania tenía que morir para que Clarissa pudiera vivir. Era una especie de sacrificio pactado y era tan injusto como cruel. ¡Perdóname, Señor! ¡Perdóname por haber pretendido que con volver a la vida toda mi vida volvería a ser normal! Por primera vez en mi extinta vida ahora veo las cosas con un poco más de claridad y un golpe certero a mi triste realidad: Yo estaba condenado a morir de todos modos, no importa de qué manera y bajo qué situación, si como Alfonso o como Ania o como cualquier otra persona: Mi partida de este plano era algo que se volvería inminente. Ahora ya volvería al otro plano, dispuesto a cumplir con mi destino final. Y así todo volverá a la normalidad, aunque ya nada será igual. Sólo permíteme despedirme de Clarissa, estoy consciente de que ella no me ve ni me escucha, pero necesito hacerlo. ¡Por favor, Señor! ¡No me lleves aún sin antes despedirme de Clarissa, por favor!

Veía a Clarissa allí, tirada en el suelo, llorándole a Ania. En sí no me lloraba a mí sino a todo lo que fui., lo que, en su momento, representé para ella: Una hermana, alguien con la que no solo convivió sino también con la que compartió momentos y verdades nunca antes sabidas. Sinceramente, me hubiera gustado ser su verdadera hermana. Me hubiera gustado haberla conocido desde mucho antes. Creo que, en otras circunstancias, ella y yo hubiéramos sido las mejores hermanas del mundo.

—Adiós Clarissa—decía yo a ella, sintiéndome un poco incapaz de decir mucho más que solo esas dos palabras—. Perdóname por ya no seguir contigo, por ya no darte ese cariño, ese afecto de hermana, y también por haberme fijado en ti de una manera muy errónea. Aunque, de habernos conocido en otras circunstancias, tal vez tú y yo nos hubiéramos convertido en los mejores amigos del mundo. O en las mejores hermanas del mundo si yo hubiera sido tu verdadera hermana. Contigo aprendí a que a veces las cosas pueden ser y otras veces no pueden ser. Adiós, hermanita. Cuídate mucho.

Y justo en el momento en ya estaba listo para partir, algo curioso comenzó a pasarme. ¿Qué era lo que me estaba pasando? Hasta entonces, no sabía con certeza qué era pero es que, de repente, me vi con una especie de iluminación que me rodeaba todo mi cuerpo, a la vez que veía que de mi contraparte femenina estaba saliendo algo blanquecino de su boca y que estaba formando una bola no muy grande pero sí muy brillosa, con la misma intensidad con la que yo me encontraba brillando. Nuevamente estaba siendo testigo de una especie de transición muy pero que muy extraña. Solo para que, en medio de todo eso, vuelva a toparme con nada menos y nada menos que con una vieja conocida: Mildred el Ángel.

—Alfonso Pereira—decía el ángel—. Hasta que nos volveremos a ver, cariño.

—¿Qué está pasando ahora, Mildred? —pregunté todo confundido, pues no sabía qué estaba ocurriendo ahora—. ¿Por qué me estoy iluminando? ¿Y por qué de Ania está saliendo algo igual de brilloso y blanquecino de su boca?

—Es un proceso extrañamente incomprensible para la mayoría de los mortales que recién pasan por el umbral de la muerte. Eso blanquecino brilloso tan llamativo que viste no es otra cosa que tu propia esencia volviéndose a reunir en un único punto de partida en el espacio-tiempo. Y a que no adivinas ¿para dónde va a irse esa bolita que se está formando allá? —dijo ella señalando aquel objeto que acababa de ver —.

—¿Hacia mí? —dije yo, sin entender por qué pasaba todo esto. ¿Qué clase de brujería o magia negra era esa?

—No te asustes por eso ni creas que es algún truco barato de magia negra, brujería o esoterismo—explicaba Mildred. Suponiendo que ella era la indicada para explicar ese extraño fenómeno, claro está—. Solo es un efecto de transición que pasará pronto, posiblemente te sentirás como un ser sumamente completo. Además, ya que estás aquí te tengo buenas noticias—¿Una buena noticia justo en medio de una situación trágica? Me preguntaba de qué se trataba ahora—. Hablé con los Jueces. Les expliqué de tu situación actual. Y ya una vez reunidos, junto con Nuestro Creador presente, y con permiso de éste último, y tras unas 23 horas de arduas pláticas sin demasiado sentido... te tengo que decir que finalmente te dieron otra oportunidad para volver a este plano.

¿Este otro plano? ¿O sea que...?

—Sí, mi vida, tal como lo estás pensando ahora—me volvió a interrumpir el ángel el pensamiento, puesto que estaba deduciendo a qué se refería con que Diosito y los demás Jueces me habían dado permiso para estar en este plano de la vida. La respuesta era muy clara, tan clara como el agua—. ¡Volverás a vivir de nuevo, cariño! ¡Ah! Y no solo eso, esta vez tienes la oportunidad de volver a esta vida como una de las dos personas en las que has reencarnado. Ya sea que vuelvas como Alfonso Pereira, con todo y tu antigua vida de universitario jodidamente matado...

—¡Oye! —exclamé yo, porque, vamos, mi vida como Alfonso no era tan jodida tampoco. Es más me sentía feliz con ello hasta que... pasó lo que pasó. Y continué escuchando a Mildred, quien hizo como que no vio mi reacción.

—O bien como Ania de la Rosa, esa muchacha rica y desventurada con esa enfermedad del corazón y que ahora tiene una hermana menor a la que cuidar porque se ha quedado sin sus padres. Es una de dos decisiones la que elegir tienes. Solo que eso sí, la decisión que tomes ahora será la decisión que se quedará, hasta que te hagas viejito o viejita y te llegue ese pelagatos Mariachi de la Muerte. ¡Aaashhh! ¡Como odio a ese tipo! Y como sé que deseabas tanto volver a la vida, pues conseguí una petición especial solo para ti. En el caso de que decidas volver a ser Ania de la Rosa, se te permitiera volver a este plano, sin ataduras, sin problemas fisiológicos ni psicológicos más que lo usual, lo que cualquier mortal como tú tendría tarde que temprano. Eso sería un plus, yo que tú no me tardaría en decidir. Ahora, si siempre decides volver a ser Alfonso Pereira, volverás justo a la parte donde todavía estabas vivo y no recordarás absolutamente nada de lo sucedido. Tu muerte prematura jamás pasará, porque no tendrá lugar en la fecha en la que serás regresado. A menos claro que seas un tonto y decidas tirarte de algún puente o algo parecido. Será como si nunca hubiera pasado nada. Y bueno cariño, ya te expliqué todo, tú me dices si aceptas o no el trato, cariño. Porque, después de todo, se trata de decidir sobre tu futuro. Y tienes solamente un momento para decidir. Por fortuna no me piden una respuesta a la de ya, así que tómate todo el tiempo que necesites, que, en este momento, el tiempo es lo de menos. Lo que importa ahora es lo que decidas ser de ahora en adelante. Y piénsalo con toda confianza, que no andaré de chismosa leyendo tus pensamientos. Te lo prometo.

Así que tenía una oportunidad para volver a ser una de las dos personalidades con las que había encarnado. Por una parte podría volver a la vida como Alfonso y volver a esa vida tan ordinaria al lado de las personas a las que tanto quería: Estaría de vuelta con mi mamá, con mi novia Elena y hasta con los cuates de la universidad. Aunque con Elena, tal vez regresando cortaría por lo sano con ella. Después de haber sido testigo de aquella realidad en la que tuve la desgracia de verla andar con ese idiota, concluí que ella nunca sería la persona indicada para mí. El que sea una mujer hermosa no implica necesariamente que ella se haya enamorado lo suficientemente de mí. Una lección sumamente sencilla de aprender pero algo difícil de asimilar. Algo bueno de elegir esta opción está en el hecho de que volvería a mi vida de estudiante, me graduaría con honores y viviría una vida normal y sin tantas complicaciones lejos de esta ciudad. Haría mi sueño realidad de irme a viajar por Europa, concretamente por Italia.

Por otro lado, como Ania de la Rosa, tendría la oportunidad única de ser una chica de familia adinerada. Ya no tendría padres porque ahora están muertos pero al menos tendría la oportunidad de vivir con Clarissa y viajar con ella a Europa. Bueno, ese sueño mío se haría realidad de todas maneras. Y cuidaría de Clarissa como la hermana que nunca tuve siendo la otra persona. Clarissa, esa dulce muchachita a la que cometí un error al fijarme en ella más allá de como una simple hermana, como un simple capricho amoroso, pero eso ya no importa ahora.

Una decisión simple y la vez difícil, pues ambas eran buenas opciones y, sin embargo, solo se me permitía escoger una de esas dos oportunidades. La que yo tome, a partir de aquí, será la vida que tenga de ahora en adelante, tal y como me lo acaba de indicar Mildred. Aunque seguía teniendo mis dudas al respecto.

—Una pregunta, mi querida Mildred. Si elijo ser Ania de la Rosa, ¿volvería con ese problema del corazón? Porque la verdad, seguir el tratamiento para eso es bastante incómodo.

—Como te acabo de decir, si eliges ser Ania de la Rosa volverás a ese plano pero ya no tendrás ataduras ni padecimientos fisiológicas o psicológicos y eso incluye la enfermedad que tienes en tu corazón. Vamos, será como si no tuvieras nada de nada. Aunque eso sí, puede que nunca llegues a conocer a ciertas personas.

—¿A ciertas personas? —pregunté un poco intrigado—. ¿Cómo a quién, dime tú?

—Como a ese galanazo a quien tienes de doctor, ¿cómo se llama? Ah sí, Daniel Basurto.

—Basurto... Basurto... —intenté recordar un poco hasta que... —Ah, ese doctor—decía yo, con un gesto de indiferencia—. Las pocas veces que interactué con él deduje que es buen médico y todo, pero como persona es pesado a más no poder. Me recordó al doctor de una serie que era igual de pesado pero eso sí bastante acertado con el diagnóstico de sus pacientes. Además, estoy casi seguro de que no tiene ni siquiera un perro que le ladre.

—Bueno, si no fuera por el hecho de que soy un ángel, yo me iría tras los huesos de ese galeno. A mí me parece un buen partidazo. No me parece una mala persona. Lo "pesado" como tú lo llamas, es tan solo una de las tantas corazas emocionales que se tiene colocado para evitar ser lastimado. Fuera de eso, es todo un partidazo. Y te lo digo porque lo he estado observando.

—¿En serio tú quisieras algo serio con ese cabrón de mierda, Mildred? —dije, contrastando un poco con la opinión que tenía sobre ese dichoso doctorcito—. Menos mal que eres un ángel.

—¿Y eso qué tiene? Por lo menos podría convertirme en su ángel de la guarda. Además, he de decirte que, detrás de esa actitud de hombre serio, estricto y amargado, hay una persona muy buena y de buen corazón, pero, como dije hace un momento, ese hombre trae el corazón herido y usa varias corazas para protegerse a sí mismo de volver a ser lastimado. No lo veas como una mala persona, digamos que es alguien que ha sufrido mucho. Es una lástima que yo ya no esté viva porque en caso de estarlo, tú sabes...

—Qué bárbara eres, Mildred. Tú tienes unos gustos muy extraños. Pero en fin, algo bueno que aprendí de la vida es que de vez en cuando se vale soñar—le dije, al notar que ella, siendo un ángel, parecía no solo apreciar admiración por el mentado Dr. Basurto sino también ese obvio deseo de estar con él y curarle ese corazón herido del cual me habla.

—¿Y ya pensaste cómo quieres volver a la vida? —me preguntó el ángel cambiando radicalmente de tema.

—Sabes, siempre he deseado seguir siendo Alfonso Pereira. Pero, en todo este tiempo que fui Ania de la Rosa, me fui dando cuenta de muchas cosas. Para empezar, en mi otra vida siempre fui hijo único y en mi interior siempre quise tener al menos una hermana o un hermano al cual convivir. Pero mi mamá jamás volvió a tener hijos después de mí, según que por condiciones desfavorables relacionadas con su útero que le impidieron seguir teniendo más hijos. Y bueno, en todo este rato en que fui Ania de la Rosa, noté que ese deseo prácticamente ya se me cumplió, al menos mientras vivía como mujer. Y te puedo decir que me encantó tener esa experiencia. A lo que quiero llegar es que, la idea de volver de nuevo como Alfonso se me hace bastante tentador, y no te lo niego, tú sabes que es algo que siempre he deseado. Pero esta vez siento que esa hermana con la que conviví me necesita ahora que nunca y siento que si no vuelto como Ania ella estará completamente sola, aun sabiendo que estará bien con todos esos millones que heredó de su padre, además del sentimiento de culpa que la acompañará por el resto de su vida por haber matado a su propia madre.

—¿Qué te puedo decir, cariño? Yo me atrevería a decirte que he sido testigo de muchas cosas cometidas por la humanidad en los últimos 100 años, y créeme, casos como el de tu hermana los he visto y peores. La humanidad de hoy en día está cada vez peor que nunca y ahora está sucumbiendo a su propia decadencia. Aquí es donde entenderíamos el por qué Nuestro Señor ya no quiso enviarle a la humanidad más diluvios como los que envió en tiempos de Noé. A pesar de lo sucedido con su madre, Clarissa no tendría por qué sentirse culpable por haber cometido dicho crimen si bien lo hizo en defensa legítima. Al menos no ahora. De todas maneras, El Señor dispondrá de ella cuando le toque llegar aquí. Por ahora, Él ha dispuesto que ella tendrá una vida larga y plena y que morirá siendo una bisabuela. Así que no te preocupes por eso. Siendo Ania, tendrás la oportunidad de estar con Clarissa y juntas podrán vivir las mejores experiencias posibles.

Yo me quedé pensativo, pues el ser Alfonso o el ser Ania tenía sus ventajas y sus desventajas desde luego. Sin embargo, tomar una decisión resultó ser un poco difícil. Fue cuando comprendí lo que el Ángel me dijo sobre el "tomarme" todo el tiempo necesario. Ambas opciones eran muy buenas y me calaban tanto en el alma ser una persona y ser la otra persona. Amén de que solo tenía la oportunidad de ser solo una de esas dos personalidades. Alfonso y Ania eran para mí las personas más buenas y desafortunadas del mundo. Quizás por eso, el haber encarnado en ellos, el haber sido ellos, y el haber sentido como ellos, provocaría en mí ser una serie de sentimientos encontrados que me obligaría a tener que valorarlos más y desear ser ambos. Pero todo en este universo está plagado de decisiones y el tomar una u otra decisión marcaría una diferencia o no, en grande o en menor medida.

Después cavilar por un buen rato, tras haberme tomado el suficiente tiempo como para pensarlo no una ni dos sino muchas veces, concluí que debía regresar a la vida encarnada como Ania de la Rosa. Y ya tomada esta decisión, se lo hice saber a Mildred de una vez por todas.

—Mildred, he tomado una decisión.

—¿Y bien, cariño? ¿Ya tomaste una decisión? ¿Cómo piensas volver a la vida?

—He tomado una decisión, y he decidido ser una vez más Ania de la Rosa Samperio González.

—Muy bien, criatura. Así será. Pero antes de que te marches...

Y de su bolsa sacó un frasco, el cual al verlo me devolvió el recuerdo a la mente. Reconocí aquel frasco, lo había olvidado por completo, recordé que lo había guardado en mi habitación y ahora estaba en manos de Mildred. Era el frasco que contenía aquel jugo morado. Recordé que alguna vez me lo dio con el único fin de tomar una decisión sobre si debía o no tomar su contenido cuando me encontraba en esa situación de permanecer como Ania o volver al Limbo.

—Antes de enviarte de vuelta, ¿recuerdas esto mi vida?

—Sí—asentí—, aunque me olvidé de ello hasta que me lo mostraste. Es ese jugo morado para olvidarme de mi vida pasada.

—Correcto. Veo que aún recuerdas de los efectos de este jugo. Bueno, es tu oportunidad de beber de él, junto con todo lo que eso implica. Aunque he de avisarte que le agregué una mejora. Una vez que te lo tomes, olvidarás por completo toda tu vida anterior, así como todo lo que has vivido tras tu primera muerte, tu reencarnación como Ania de la Rosa, esta conversación tan profundamente existencia... Todo, todo, todito. Volverás allá siendo Ania, teniendo una vida como la de cualquier mortal, sin enfermedades de ningún tipo pero sin la posibilidad de recordar más allá de tu nueva vida. No recordarás nada de nada ni siquiera esto que estoy diciendo. Así que te pregunto, ¿estás segura de que es eso lo que quieres, cariño? —decía el ángel—. Digo porque siendo Alfonso no solo volverías a esa vida antigua que tenías sino que también...

—Estoy seguro de que es la decisión que yo quiero, ángel—sentencié, muy segura de mi decisión, a la vez que iba agarrando el frasco con una de mis manos.

—Bueno, si eso es lo que realmente quieres, así será.

—Amén—confirmé

—Ahora sí tómate el jugo, que se calienta y caliente no sabe igual. Está peor que el agua de lluvia. ¡Vamos, que no hay tiempo que perder!

Acto seguido, abrí el frasco con ese dichoso jugo y me lo tomé igual que como me había tomado el otro jugo color naranja—que vamos, de naranja no tenía ni siquiera la esencia, sabía del asco y no tenía siquiera olor a naranja, era digamos pura agua coloreada—, de un golpe y sin pensarlo.

—Estoy listo, ángel.

—Muy bien. Aquí vamos—dijo el ángel preparándose para la transportación.

Y ya una vez tomado aquel jugo, el ángel procedió a ejecutar lo que parecía ser una serie de oraciones casi bíblicas, que más bien parecían salmos. todas ellas evocando el nombre del Creador. Y, a continuación, me volví a iluminar por aquella luz blanca, esta vez la intensidad de luz era mucha, demasiada, y tanto que apenas si podía ver algo. Casi de inmediato, todo mi alrededor se volvió totalmente en blanco, como si todo se hubiese desvanecido en menos de un segundo.

Acto seguido, me empecé a sentir un poco extraño. Estuve en un punto en el cual ya no supe qué era lo que me estaba pasando con exactitud. De hecho, fue como experimentar algo cercano a la inexistencia, algo que hacía que todo lo existente haya dejado de existir por un par de segundos. Pero luego de todo esto llegó lo bueno. Y es que me di cuenta de que poco a poco todo en mí volvía a tener no solo esencia sino también forma. Y de una manera un poco extraña, noté que finalmente, pude abrir los ojos y toser un poco. Aquellas reacciones me hicieron saber que, en efecto, había vuelto a la vida, y que lo único que tenía que hacer en este momento era tan solo reaccionar, para que aquella muchacha que estaba frente a mí y que oficialmente ya era mi hermana se diese cuenta de que todavía estaba con vida.

—¿Ania? —decía ella, sorprendida al ver que me movía tras haber tosido un poco—. ¿Estás viva, hermanita? ¡Ania! ¡Estás viva! ¡Viva! —. Y de nuevo vi cómo nuevamente me vuelve a abrazar, manifestando con ello su alegría al saberme viva y sin tantas consecuencias.

—C-C-Clarissa... —apenas decía yo, pues si bien había vuelto a la vida, todavía sentía que apenas mi cuerpo estaba reaccionando a mis movimientos. Todavía me sentía entumida de algunas partes de mi cuerpo, aunque fue solo una cuestión de tiempo para que poco a poco todos mis órganos, incluidos los músculos de mi boca, estén nuevamente en completo funcionamiento o algo así por el estilo. Por consiguiente, me costaba incluso pronunciar siquiera una palabra.

—No, no hables por favor—me pidió ella—. Lo que importa es que todavía sigas viva. L-l-llamaré una ambulancia.

—N-n-n-no...—intentaba pronunciar unas palabras, en concreto el no pedir la ambulancia. Y sentía que cada segundo podía decirlas mejor—. Mejor... llama... a...la... poli... policía... y...a... a... a... los fo... fo... forenses.

—No... no hables, Ania, por favor—decía Clarissa, con esa expresión de congoja, como si estuviera presintiendo lo peor cuando en realidad ya lo peor ya había pasado. Sin embargo, tras haber llamado a la policía, fue que me pude levantar sin que ella lo notara. Pero había algo en mí que parecía haber cambiado un poco.

—¿Q-q-qué fue lo que... me pasó? —pregunté yo, como si no supiera nada de lo que había pasado. Y comprendí lo que estaba pasando. Al parecer, los efectos de ese jugo morado ahora sí ya estaban haciendo efecto deseado, aunque ignoraba hasta qué grado podría terminar olvidando todo, pues ahora me había levantado pero sin recordar absolutamente nada de lo que había pasado.

—Ania, no deberías de levantarte—exclamaba Clarissa, pensando que todavía me encontraba herida.

—Tranquila, hermana—intenté calmarla, ya una vez recuperado el habla, pero es que la pobre estaba muy angustiada, creía que todavía yo seguía herida, cuando en realidad ya no tenía nada de nada. El detalle estuvo en que, a partir de aquí, fue que empecé a olvidar lo que había sucedido. En serio, ya no podía recordar nada y solo estaba la incógnita de saber qué fue lo que pasó, ¿cómo dimos a parar hasta allá? Y lo más intrigante aún, ¿por qué estaba tirada en el suelo? Estaba segura de que Clarissa sabía todo lo que sucedió, así que, tan pronto se tranquilizaba le preguntaría qué diablos estaba pasando —. No es nada grave.

—¿Pero cómo quieres que esté tranquila, Ania de la Rosa? ¿Acaso no ves que te estás desangrando y a punto de morir? ¡¿Es que acaso no lo entiendes?! ¡Estás muriendo, Ania! —esto último lo dijo con un expresionismo propio de alguien que parecía perder la razón. Sin embargo, para hacerla reaccionar y hacer que entre en razón le di una cachetada tan fuerte que casi se iba de lado.

—Escúchame, hermana. Yo estoy bien, no estoy desangrándome. Tan sólo mírame, por favor, siénteme y te darás cuenta de que estoy bien—le supliqué, incluso hasta le agarré su mano, para que me sienta y vea que yo no estoy herida, aunque no sabría por qué tendría que haber estado herida de alguna parte de mi cuerpo. Cosa que no parecía tener sentido.

—Hermana—decía ella desconcertada, cuando se dio cuenta de que no tenía heridas en ninguna parte. De hecho, tampoco había indicio alguno de sangre ni siquiera en mi ropa, por lo que ya se veía venir lo evidente—. Tú... no estás...

—No, no estoy herida. Pero quiero saber qué rayos fue lo que me pasó. ¿Por qué estamos aquí? ¿Y por qué...? —. Me detuve de hablar al ver a la madre de Clarissa tirada en el suelo y con sangre cerca de ella. Y fue que interrogué a mi hermana sobre lo que estaba ocurriendo—. ¿Qué le pasó a mamá? ¿Quién la mató? ¿Fuiste tú, hermanita? ¿Tú la mataste? Dime, ¿qué está pasando aquí? ¡Dímelo, Clarissa! —. Y a partir de aquí empecé a sentir que el pánico calaba por todo mi cuerpo, pues, además de que estaba desesperado por saber qué carajos estaba ocurriendo, también había sido testigo de que mamá estaba tirada en el suelo y con la sangre saliendo de ella a montones, como si la hubieran asesinado a sangre fría.

—Tranquila, Ania. Eso ya no importa—decía ella intentando calmarme—. Unos secuestradores nos tomaron por sorpresa, nos trajeron hasta aquí y nos tuvieron de rehenes por varios días. La policía pudo dar con ellos hasta aquí, pero, antes de que los muy malditos cobardes huyeran, le dispararon a mamá.

—¿La mataron? —la verdad me quedé atónita. No recordaba bien que hayan matado a mamá ni mucho menos que nos hayan secuestrado a las tres por unos secuestradores. Pero al tener la mente totalmente en blanco y buscando respuestas a varias preguntas que tenía en ese momento, terminé creyéndome el cuento de mi hermana. Después de todo, daba igual el cómo se hayan dado las cosas. Lo importante es que, cuando menos, estábamos lo suficientemente vivas como para contarlo—. Mamá. ¡Mamá!

Y acto seguido, al ver a mi pobre madre tirada en el suelo, totalmente muerta, caí de rodillas frente a su cuerpo inerte y lloré sobre ella, mientras que Clarissa yacía allí viéndome, sin apenas inmutarse.

—En breve llegará la policía, Ania—decía ella a la vez que se volteó hacia la puerta de aquella cabaña—. Esos malditos que asesinaron a mamá pagarán muy caro lo que han hecho. Ahora mamá ya pasó a mejor vida, junto con todo lo que deseaba tener: joyas, dinero, una mejor casa. Lo que podemos hacer en este momento es esperar a que venga la policía y terminar pronto con todo esto. Lo peor ya pasó, Ania. Lo peor ya pasó. Solo nuestra madre es la que no contó con la misma suerte.


CONTINUARÁ...

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