Devuelve mi Cabeza

By loria31

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Asdras, harto de la corrupción de la Iglesia, se venga y decapita a la nueva santa. Pero ella resucita y grit... More

Entra y se testigo creyente
La nueva Santa Capítulo I
El Halo Capítulo II
Acusación Capítulo III
El Falso Profeta Capítulo IV
Falsas esperanzas Capítulo V
Iconoclastia Capítulo VI
Los Flagelados Capítulo VII
Madera y Sal Capítulo VIII
El Coro Capítulo IX
Cenizas Capítulo X
Autoridad Capítulo XI
Campanas Capítulo XII
Rodeados Capítulo XIII
El día de favor Capítulo XIV
Tañendo campanas Capítulo XV
Aquella que no se salvó Capítulo XVI
Dilemas de una cabeza Capítulo XVIII
El distrito púrpura Capítulo XIX
Loria la Capital Capítulo XX
El único plan Capítulo XXI
La santa en la plaza Capítulo XXII
Buscando un milagro Capítulo XXIII
Encarcelado Capítulo XXIV
El día de la Ascensión Capítulo XXV
El nuevo santo Capítulo XXVI
Epílogo

Cerca de la Capital Capítulo XVII

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By loria31


Acónito tenía abundantes cosas que hacer, mucho en que pensar y dirigir, cuando el líder de los acusadores de negro entró en su oficina asegurando que la información que tenía era urgente.

—Señor, Faraliz, una de las benditas de la campana, murió —dijo Zebrino, se mostraba adusto pese a lo grave de la información que decía—. Al parecer se arrancó ella misma la lengua luego de ser capturada por unas personas.

—¿Por Asdras? —quiso saber Acónito.

—No, al parecer dos individuos extraños —espetó Zebrino—. Asdras en ese momento luchaba con el caballero acampanado, Tizno. Pelea que Tizno perdió y fue asesinado.

Acónito resopló, bebió un trago de té y sonrió.

—Es un bastardo bastante duro —dijo dejando la tacita de té en la mesa—. ¿Cómo pudo ganar, si Tizno, era un bendecido?

Zebrino se paseó por la oficina con gesto dubitativo. Se notaba que aquello no era lo único que quería comunicar.

—Zebrino, di lo que me tengas que decir —dijo Acónito con una ceja arqueada, el acusador parecía un perro esperando por un hueso.

—¿Está seguro de llevar a cabo lo que quiere hacer? —preguntó el hombre.

—Sabes mi respuesta —dijo Acónito de manera hosca.

—Por eso, el sumo sacerdote, Benictus, y otros encargados, no están contentos con su dedición —continuó Zebrino.

—Ja, ¿qué pueden hacer esos vejestorios? —se burló Acónito.

Él era el Lord Obligador, designado como la cabeza de toda la Iglesia, él tenía la última palabra para decidir cualquier cosa, desde algo insignificante como en el uniforme de todos, hasta quién sería el siguiente santo. Él era la Iglesia.

—Echarlo —dijo Zebrino mirándole a los ojos—. Recuerde algo, Lord Obligador, la Iglesia quita lo que Iglesia da.

Esa última frase hizo que Acónito se acomode mejor en su asiento. Él asumió el puesto de líder luego de que todos los conventos se juntasen con la Obligación para formar, el Consejo del Sagrado Halo, que sometieron a votación su ascenso.

—¿Crees que el Consejo se reúna de nuevo? —preguntó Acónito con una sonrisa maliciosa.

—Benictus, empezó a mandar cartas a otros líderes —respondió Zebrino.

Con los suficientes votos, podrían hacerlo caer sin dudas. "La Iglesia quita lo que Iglesia da" repitió para sus adentros Acónito. Conocía esa frase, pero era un dicho entre Obligadores y sacerdotes que servían en los días de favores.

—¿Y tú de qué lado estás, Zebrino? —preguntó Acónito.

—Del que me llevó a donde estoy —respondió el acusador.

Acónito había visto el potencial de fortalecer su amistad con el acusador de negro hace mucho tiempo. Sabía que en algún momento sería retribuido. Parece que ese momento había llegado.

—Bien, pero estoy tranquilo por dos motivos —dijo Acónito levantando su tacita de té—. En primera tengo el apoyo de la Obligación. Y en segunda, en todos estos años, jamás la Iglesia había sido tan próspera. Eh metido más oro en las arcas que cualquier conquista que el viejo Castacius ha hecho.

—Las personas olvidan, y no están contentas con su decisión —dijo Zebrino—. Y lo pueden echar de donde está.

Aquello no sonaba a advertencia, sino como algo que sucedería en el futuro.

—Que lo intenten —dijo Acónito encogiéndose de hombros—. Pero se olvidan que yo tengo la última palabra, ¡porque yo soy la Iglesia!

Zebrino asintió con su cabeza, y luego de una reverencia salió del cuarto. Acónito estuvo solo nuevamente, él previó aquellas reacciones, el sumo sacerdote y otros, se daban más importancia de la que merecían. El Lord Obligador rio, sabiendo que él tenía el poder para silenciarlos a todos.

...

Asdras y su grupo descansaban, como no, al costado de un camino, en una tienda que compró Boulus. Era de noche, la luna pendía en el cielo, haciéndose más grande y amarilla a medida que chocaba contra el horizonte. Boulus estaba fuera, alimentando una hoguera. Aún no se recuperaba por no haber salvado a Faraliz.

El falso profeta decidió hacer algo intrépido. Fue despacio y trajo consigo la bolsa dónde estaba Crisanta, sacó el cofre y lo abrió. Crisanta le miró con el cejo fruncido, pero, no le dirigió la palabra.

Boulus dejó a la cabeza en el suelo, para que observara el cielo y el fuego.

—Crisanta, ¿hubieras podido salvar a Faraliz? —preguntó el hombre.

—Y dale con eso —resopló la santa—. No, listo, ya tienes mi respuesta, enciérrame y déjame descansar.

—Sigo creyendo que podría haberla salvado —dijo Boulus moviendo una leña.

—Qué pesado eres —dijo Crisanta bamboleándose—. ¿Por qué importa esa chica? Ni siquiera la conocías.

—Tienes razón —admitió el falso profeta—. Pero sentí que era igual a mí, alguien condenada a vivir una vida que no quería, que no tuvo más opciones, por eso hizo lo que hizo.

—Si tuviese una mano, ahora me la estamparía contra la cara —dijo Crisanta con hartazgo—. O mejor, te ahorcaría.

—Sé que no eres la indicada para hablar de esto —dijo Boulus bajando su mirada—. Pero en cierta forma somos similares, ambos fuimos transformados por la Iglesia.

—No, te equivocas —dijo Crisanta riendo—. Tú eres un pequeño experimento fallido, yo soy lo más grande que ha engendrado alguna vez la Institución.

Boulus notó como las palabras de la santa lo molestaban, su fanfarronería lo irritaba.

—¿En serio piensas que la Iglesia tiene la razón? —le preguntó Boulus no pudiendo ocultar lo molesto que estaba—. ¿Qué están haciendo lo correcto?

—¿Y qué otra opción ofreces? —le contestó Crisanta, sonando incluso más molesta que él—. Las personas no van a cambiar por ver mi cabeza cortada y diciendo que lo que creen es mentira, por eso no lucho contra ustedes, o pido ayuda a gritos. Y mira que tuve oportunidades, es cuestión de tiempo hasta que los asesinen. Eso será muy divertido de presenciar.

Boulus hizo una mueca con sus labios, ¿qué estaban logrando al final? Asdras solo extendía más sangre a medida que viajaban. Pero, precisamente aquello es algo que no se esperaba nadie.

—Sin embargo, Asdras está ganando todas sus batallas —contestó Boulus con una sonrisa—. Y estamos a las puertas de Loria, ¿quién hubiera dicho que él llegaría tan lejos? Yo lo llamaría un milagro.

Aquello molestó a Crisanta, Boulus pudo percibir como el rostro de la santa se enrojecía por la furia.

—Tú también lo notaste, ¿verdad? —preguntó Boulus con un gesto burlón.

—Se enfrentó a puros inútiles —contradijo Crisanta—. No se luchó contra varios bendecidos.

Aquella era una verdad, ¿por qué la Iglesia no mandaba toda una caballería para aplastarlos?

—Tienes razón, pero, tal vez, la Iglesia es más inepta de lo que quieres aceptar —dijo Boulus con una risilla—. Crisanta, subestimas demasiado a las personas, en Carcosa, Asdras ganó gracias a la intervención de los "creyentes".

—El único golpe de suerte —contestó rápido la cabeza—. ¿Luego qué? Esta victoria no es su mérito, ¿verdad?

En Madero, las personas seguían a Laico, y en Gerteum estaban al parecer compradas por la idea de las benditas. Además, Boulus no logró descifrar del todo como Faraliz transmitía su poder hasta Tizno, más allá de que usaban campanas para ello. Pero sin duda, él fue clave en esa batalla.

—A todo esto, ¿por qué sigues a Asdras? —preguntó Crisanta—. Él es un asesino, y tú no pareces alguien que se aliara con uno.

Boulus no puedo evitar soltar una risita, pero aquello se tornó en una mueca de pena y dolor.

—La Iglesia me utilizó durante mucho tiempo, como una más de sus dagas —dijo Boulus mirando sus manos, que en ese momento estaban limpias, pero para él, siempre estarían manchadas—. Si nada de esto hubiera pasado, ¿crees que tu ascenso a nueva santa sería agradable?

—¡No te atrevas a decir que esto es mejor que servir a la Iglesia! —chilló Crisanta.

—No sabes de lo que son capaces los sacerdotes —dijo Boulus, se tocó el turbante que le servía para ocultar los fragmentos de aureola.

Los dos se quedaron en silencio, contemplando las volutas de las llamas. Ninguno se toleraba.

—¿Asdras cambió desde que lo conociste? —preguntó Boulus.

Crisanta movió sus cejas y resopló.

—Supongo que algo —contestó ella de manera seca.

—Me preguntaste por qué lo sigo —dijo Boulus levantándose—. Creo que sus métodos son equivocados, pero, es mi amigo.

Crisanta se hecho a reír.

Boulus tomó a la santa y lo guardó de nuevo en la caja. La luna se fundía con el horizonte, en un color amarillo oscuro, semejante al de hojas secas.

A la mañana siguiente el grupo partió, estaban cada vez más cerca de Loria, y de llegar al fin de su viaje.

.             .             .

Si pudiesen decirle algo a Crisanta, ¿qué sería?

Yo le ofrecería una limonada, tal vez le guste. Pero conociéndole lo escupiría.

Estamos cerca de Loria, y de que el viaje de Asdras, Boulus y Salina llegué a su final. ¿Les gusta la historia?, Cuéntenme todo. Los estaré leyendo. ¡Muchas gracias por leer!

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