Enredos del corazón

By Ash-Quintana

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Thea viaja a la otra punta del país como estudiante de intercambio y la familia que se ofrece a acogerla es u... More

1. Quien tenga miedo a morir, que no nazca
2. Me morí
3. Plan B
4. Erik huye
5. Erik celoso
7. Le vendo mi alma a Sophie
8. Félix al rescate
9. El Imperio romano de Erik
10. Las cartas de Drake
11. Planes para San Valentin
12. Reunión del consejo (y Thea)
13. Me convierto en un rompehogares
14. Me di cuenta (no se burlen)
Extra: San Valentín de Drake y Sophie
15. Me confesé (voy a vomitar)
16. Agarren a Thea que se va ✈️
17. Amor en tiempos de disputas familiares
18. Erik suelta el chisme
19. Qué queee

6. Los que se pelean se aman

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By Ash-Quintana

ERIK

El día no fue mejor que mi noche de mal sueño. Como si el universo se hubiera puesto de acuerdo para hacerme pasar una tarde horrible, pronto comenzó a llover.

No fue una lluvia calmada, de esas que disfrutaba, sino una tormenta. Y el auto aún no podía usarse porque la pintura de los asientos debía de secarse por más tiempo, por lo que Dorothea y yo tuvimos que salir con paraguas y viajar en autobús.

La tienda de uniformes se encontraba a sólo dos calles del instituto y viaje fue casi el mismo. La lluvia caía con tanta fuerza que incluso con los paraguas abiertos nos las apañamos para mojarnos las piernas. Especialmente yo, que gracias a mi altura el paraguas casi no me ofreció cobertura.

Ya me encontraba de mal humor por la terrible noche de sueño que tuve y las estúpidas palabras de Dorothea sobre su novio, pero ella parecía estar pasándolo genial. Saltaba los charcos de agua en lugar de rodearlos y aceleraba el paso de vez en cuando para examinar los edificios y las tiendas antes de regresar a mi lado. En más de una ocasión me salpicó agua estancada de la acera sin darse cuenta mientras iba de un lado a otro.

—Ten cuidado —le ordené por tercera vez luego de ver cómo chocaba con un hombre que iba mirando su teléfono—. Te vas a resbalar y romper el cuello.

Dorothea se llevó una mano protectora a la nuca y la acarició, como si necesitara comprobar que aún seguía ahí.

—No soy tan estúpida.

Levantó la cabeza y me miró a los ojos, como si quisiera dejármelo claro con esa mirada, antes de volver a pasearse con el mismo descuido. Quise acotar algo más, pero me resistí.

Esta mañana me desperté con la intención de ser más indulgente con ella. Si yo la estaba pasando mal con el estrés, sabía que ella estaría peor. Pero de alguna manera u otra se las ingeniaba para fastidiarme el humor. No podía ser amable. Simplemente no era parte de mi naturaleza.

La tienda estaba vacía, como era de esperarse. Con este clima nadie querría salir a ningún lado, incluso aunque estuviéramos de vacaciones.

Dorothea abrió puerta y un chirrido acompañado del tintineo de una campana anunció nuestra llegada. El local era pequeño y con mala iluminación. Las paredes estaban cubiertas con distintos uniformes de institutos cercanos desplegados. Había estanterías que iban desde el suelo hasta el techo y, en el fondo, tres cambiadores.

Una señora anciana y baja nos recibió y mi acompañante se apresuró a pedir los uniformes que ella y su novio habían reservado. Yo me quedé un momento en la entrada mientras secaba mis zapatos en el tapete y cerraba mi paraguas. No les presté atención hasta que el tono de voz de la mujer cambió.

—...si este uniforme es para él, no creo que le vaya a entrar. —Me volteé justo para encontrarme con los dos pares de ojos. La anciana alzaba un chaleco de punto color azul, con su cabeza ligeramente inclinada en mi dirección—. Tal vez un talle más. O dos. Es muy alto. ¿Cuánto mides, muchacho?

—Uno noventa —respondí sin pensar.

En realidad, medía uno ochenta y nueve, pero esa mentira no lastimaba a nadie.

La señora asintió, como si yo le hubiera dado la razón, y nos dio la espalda para buscar otro chaleco. Dorothea atrapó la prenda y evitó que se retirara.

—No, no es para él.

—Ah. —La mujer se detuvo y le sonrió—. ¿Es para tu hermano pequeño?

Ella se quedó muda, con la boca abierta. Su rostro comenzó a tomar color mientras intentaba responder.

—Es para mi novio.

Le eché una mirada furtiva al chaleco de punto y, en efecto, se veía demasiado pequeño como para mí, o incluso para alguien más bajo que yo.

—No sabía que tu novio era el Hobbit.

A la señora se le escapó una risa que quiso esconder soltando el chaleco y volviéndose para buscar más ropa en las estanterías. Dorothea se puso aún más roja, pero infló el pecho con dignidad y comenzó a doblar la prenda con más violencia de la que requería aquella tarea.

—No porque tú midas dos metros significa que a todas nos guste eso. Cuando "El señor de los anillos" se estrenó, todas se morían por Frodo.

—Habla por ti. Yo prefiero a Légolas.

Ella quería sonreír. Podía verlo. Se moría de ganas por responder algo a esa declaración, pero no iba a dejar que yo me diera cuenta.

—Quédate con él. A lo mejor si tuvieras pareja no serías tan insoportable.

¿Yo? ¿Insoportable?

Mira quién hablaba. La persona más insoportable que conocí jamás en mi vida. La que me pidió que la acompañara a comprarle ropa a su novio en un día de diluvio y la que se comió mis panqueques y se robó la lealtad de mi gato.

—Bueno, si tan insoportable soy, me voy. —Abrí la puerta—. No me gustaría perturbar tu tarde de compras con mi compañía indeseada. Ya sabes qué autobús tomar para regresar.

Conociéndola, esperaba que comenzara a disculparse o justificarse, pero no hizo nada de eso, sino que se cruzó de brazos.

—No seas llorón. Tú empezaste.

¡¿Llorón?!

¿Por qué? ¿Por ofenderme cuando dijo que debería conseguir una pareja? Esa era una reacción absolutamente normal. Cualquiera se ofendería en mi lugar. Pero si ella no lo veía así, entonces no se merecía mi compañía.

—Me iré a llorar lejos de aquí para no empapar tus zapatos con mis lágrimas, entonces.

Ella rodó los ojos.

—Ponte salvavidas.

Me fui cerrando de un portazo. No podía creerlo. Yo no era un llorón.

Abrí mi paraguas, lo acomodé sobre mi hombro y maniobrié para encenderme un cigarro sin que se apagara el fuego del encendedor. Luego, caminé refunfuñando, cuidando de no pisar el agua acumulándose entre las baldosas torcidas.

No pensaba quedarme ahí parado como un idiota mientras me insultaban.

¿Quién se creía que era para decirme que si tuviera pareja sería menos insoportable? Yo no necesitaba una pareja. Ese era un pensamiento anticuado. Estaba bien solo y por mi cuenta.

Caminé hasta casa, porque no eran tantas calles y no quería quedarme esperando el autobús por si ella salía unos minutos después de la tienda y me encontraba ahí. Por supuesto, como tenía que ser, si algo podía salir mal, iba a hacerlo. Pronto el agua se filtró por mis zapatos y debajo de la tela de mis pantalones. Para cuando llegué al destino, mis pies estaban nadando en un caldo de agua.

Mamá se encontraba en la sala de estar, ayudando a Olliver con un dibujo. En cuanto me vio entrar su cabeza se levantó con el crayón entre sus dedos.

—Buenos días. ¿Dónde está Thea?

Pasé a su lado sin detenerme, demasiado enfadado como para querer dar explicaciones y también para evitar que olfateara el olor del cigarro en mi ropa.

—Comprando cosas para su novio, supongo.

Mamá debió de notar mi mal humor, porque no intentó llamarme de regreso. Subí hasta mi habitación y me arranqué la chaqueta antes de encender la calefacción y quitarme los zapatos con los pies.

Comencé a lanzar la ropa sobre la cama y busqué una toalla. Cinco minutos después, me estaba desvistiendo en el baño con el agua de la ducha encendida cuando recibí un mensaje de texto.

Dorothea: Te mataré.

Me quité la camiseta antes de responder.

Erik: Ya era hora.

***

THEA

La señora Nolan tenía razón: Erik seguía igual que de pequeños. Aún era un llorón insoportable, comemocos y abandónico.

Creí que se había quedado en la puerta de la tienda esperando por mí, pero no fue así. De verdad se había marchado y me había dejado sola en una ciudad desconocida, bajo una tormenta y con todas las bolsas de las compras.

—Con razón no tiene novia —me quejé mientras rebuscaba mi teléfono en el bolsillo de mi chaqueta. La lluvia golpeaba el paraguas con fuerza a medida que me iba acercando a la parada de transportes—. Es un desconsiderado, egocéntrico, cobarde...

Un autobús pasó cerca de la acera e hizo que el agua estancada de la rígola se levantara. En menos de un segundo quedé empapada de pies a cabeza y no tuve tiempo ni de reaccionar.

Retrocedí, demasiado tarde, y el paraguas se me resbaló de la mano y rodó por la acera. Mis pantalones, mi suéter, la chaqueta y las bolsas...todo mojado.

Limpié la pantalla del teléfono con la cadera de mi pantalón y amenacé a Erik por mensaje de texto con asesinarlo. Luego, busqué en internet el recorrido que debía hacer para regresar.

Cinco minutos más tarde, el autobús que debía tomar llegó y pude dejarme caer en un asiento vacío con todas las bolsas de la compra. No sólo llevaba los uniformes encima, sino también los libros y varias cosas que no pude poner en la maleta, como cuadernos y útiles escolares.

Me tomé unos minutos en revisar superficialmente las bolsas para asegurarme de que el agua no se hubiera filtrado dentro mientras el autobús entraba a una calle más angosta y menos transitada.

El suelo del vehículo tenía marcas de pisadas y pies arrastrándose a lo largo del pasillo. Casi todos los asientos estaban vacíos, a excepción del mío en el medio y cuatro atrás.

Saqué mi teléfono de nuevo. Quería hablar con Félix y contarle lo que acababa de suceder. Ya no sabía si quería recuperar mi amistad con Erik o ahogarlo en un charco de agua estancada.

Pero primero tenía que actualizarlo con algunas cosas.

Thea: Le dije a Erik que eres mi novio.

Él respondió de inmediato.

Félix: POR QUÉ?

Félix: POR QUÉ HARÍAS ALGO ASÍ?

Alejé el teléfono, como si poniendo distancia entre la pantalla y yo pudiera reducir el impacto de su reacción.

Félix: ¿ESTÁS LOCA? QUERÍA CONOCER AL AMOR DE MI VIDA EN ESTE VIAJE. AHORA NO PODRÉ, PORQUE TENGO UNA NOVIA INVENTADA.

Hice una mueca, sintiéndome culpable. No quería quitarle a mi mejor amigo la oportunidad de conocer el amor de su vida en este viaje, pero tenía que entender que estaba en un aprieto.

Thea: Lo siento, Fifi. Tenía que convencerlo de que no me gustaba. Quería que confiara en mí.

Thea: (Ahora lo odio).

Félix: ¿Qué hizo ese cabeza de nabo?

Procedí a contarle todo. Sobre su manera rara de comportarse conmigo, como parecía cambiar de humor sin explicación y la pequeña discusión en la tienda. Cuando llegué a la parte en la que Erik lo llamaba enano, él no se sorprendió.

Félix: Siempre se meten con mi altura.

Félix: Claro, no pueden llamarme feo.

Sonreí.

Medir un metro sesenta y siete jamás fue un obstáculo para él a la hora de conquistar con su sonrisa.

Félix: ¿No será que tú le gustas a él y por eso es tan infantil?

Normalmente, cuando le gustas a alguien, esa persona hace lo posible para tenerte cerca, no para alejarte. La idea no sólo no tenía sentido, sino que hacía que me enfadara.

Yo no estaba molesta por sus pésimos modales y la manera en la que me hablaba. Cuando lo conocí ayer supe que iba a tropezar con dificultades para recuperar su amistad.

La razón por la que estaba tan molesta y esperaba con todo mi corazón que la teoría de Félix no fuera cierta, era que hoy, de nuevo, me había abandonado ante el mínimo problema. Parecía ser que su respuesta a cualquier inconveniente era dejarme sin importar cómo me encontraba yo y, lo quisiera o no, eso parecía haberme tocado un lado sensible.

Quizá hubiera despertado en mí una emoción que no sentía desde los ocho años.

Apoyé el codo en la goma que recubría el borde de la ventana.

Comenzaba a cuestionarme mis propios objetivos. No quería encariñarme con alguien que podría volver a dejarme ante el mínimo problema.

Thea: Creo que simplemente no le caigo bien.

El viaje en autobús fue corto y pronto el vehículo comenzó a dar tumbos en cuanto entramos a la zona de calles adoquinadas. Bajé cuidando que nada se me cayera y abrí el paraguas en cuanto mis pies tocaron el suelo.

Era en vano cubrirme de la lluvia cuando me encontraba empapada, pero ya no estaba protegiendo mi cuerpo, sino mi dignidad.

Sacudí el paraguas bajo el pequeño techo de la entrada antes de abrir la puerta principal e ingresar a la casa. La chimenea estaba encendida y la señora Nolan se encontraba sentada en el suelo, frente a la mesa baja, mientras dibujaba algo con Olliver. El niño hizo un amague de correr a recibirme, probablemente creyendo que quien acababa de llegar era su padre, pero en cuanto me vio, se volvió a sentar.

En un día normal, eso no me habría afectado, pero hoy me lastimó.

También voy a ganarme tu corazón, pensé, espera y verás.

—Thea, ¿Pudiste llegar sin...? —La señora Nolan se estaba levantando— ¡¿Qué te ha pasado?!

Se detuvo a una distancia prudente y comenzó a examinarme con la mirada, sorprendida y preocupada. No pude más que quedarme quieta en su lugar para que comprobara que, en efecto, me veía como una galleta remojada en té.

Le conté sobre mi pequeña aventura regresando a casa por mi cuenta. Laura se veía más y más enojada mientras me ayudaba a quitarme la chaqueta, el suéter y los zapatos para dejarlos frente a la chimenea.

—Tendré una seria charla con Erik —me aseguró—. Ve a ducharte, antes de que atrapes un resfrío, y pídele el secador de pelo.

Me marché escaleras arriba, descalza y con la mitad de mi ropa, pero más animada por la certeza de que Erik sería regañado.

Subí a mi habitación dando grandes pisadas para asegurarme de que me oyera llegar y dejé todas mis cosas en el suelo antes de recoger ropa limpia.

El baño estaba vacío, pero había calor atrapado dentro, al igual que vapor recubriendo el espejo, por lo que asumí que él se habría adelantado a mí para bañarse. Me tomé una ducha larga para quitarme el mal humor de encima, pero no funcionó. Cuando acabé y me vestí con ropa limpia, fui hasta la habitación de Erik y no me molesté en golpear. Abrí la puerta con fuerza.

Dentro, encontré a Erik sentado sobre su cama, con una pierna extendida, la otra flexionada y la espalda apoyada contra la pared. Sostenía entre sus manos el libro que había comprado el día anterior y parecía estar marcando algo en los márgenes con un bolígrafo.

De su nariz colgaban unos lentes rectangulares de marco negro y delgado.

En cuanto me escuchó entrar, enderezó su espalda de golpe, cerró el libro y se levantó los lentes. Me miró como si estuviera recordando mi última amenaza y por un momento quise decirle de todo: que era un cobarde, un busca pleito, que si acaso pensaba salir corriendo ante cualquier inconveniente, porque entonces compraría el primer boleto de regreso a mi ciudad para no verlo nunca más. Porque no valía la pena quedarse por alguien como él.

Pero sabía que eso sería rendirse fácil y yo no era alguien que hacía eso. Yo no me echaba hacia atrás nunca.

Me aclaré la garganta.

—Dice tu madre que me des el secador de pelo.

Erik volvió a abrir su libro y dejó de prestarme atención.

—Está sobre el escritorio.

Desvié la mirada hacia el mueble que se encontraba cruzando la habitación y vi el secador. Era gris y el cable se enredaba alrededor del mango.

—Dámelo.

Él se volvió a recargar contra la pared.

—Tienes piernas. Ve por él.

No fui por el secador, porque si lo hacía, se lo iba a tirar a la cara.

En su lugar, inflé el pecho.

—Bien. Le diré a tu madre que no quieres dármelo.

—Adelante.

—Llorón.

Bajó su libro.

—¿Disculpa?

—¡Llorón!

La cama rechinó cuando dejó el libro a un lado y se levantó. Di un salto hacia atrás y cerré la puerta de golpe, pero escuché sus pasos desde el otro lado del cuarto, así que corrí. Erik abrió la puerta y yo entré a mi habitación. Lo hice tan rápido que pisé una de las bolsas de la compra y caí de cara al suelo. La biblioteca se tambaleó y comenzaron a llover libros. Uno me golpeó en el hombro, pero aún así me las ingenié para cerrar la puerta con mi pie.

Una bola de cristal cayó sobre mi espalda y solté un alarido.

—¡Ay, ay!

No sabía qué agarrarme: si el hombro, por el golpe del libro, la espalda por la bola de cristal, las rodillas, porque caí sobre ellas o el pie que me torcí al pisar la bolsa.

—¿Dorothea?

La voz de Erik se oyó desde el pasillo. Intentó abrir la puerta, pero mi pie sosteniéndola impedía que lo hiciera.

Me aparté el cabello de la cara como pude y apoyé las manos en el suelo. Las rodillas me ardían, pero temía mirar abajo y ver mi pantalón rasgado.

—¡Vete!

Él no me hizo caso.

—Dime qué fue todo ese ruido. Te has caído. ¿No es así?

Me volteé para quedar boca arriba, sin dejar de empujar la puerta con mi pie para mantenerla cerrada.

—¿Qué te importa?

Para ser sincera, me sentía ligeramente humillada. Ya era bastante mala mi predisposición a los accidentes por mis descuidos, pero tener uno justo después de pelearme con alguien tenía que ser el peor tipo de karma instantáneo.

—Déjame ver.

—Olvídalo. Sólo eres un morboso. ¿Para qué quieres...?

La puerta comenzó a abrirse. Yo no había movido el pie de su sitio y mi pierna no había cedido tampoco, pero mi cuerpo no era lo suficientemente pesado y Erik pudo barrerme sin problema tan solo aplicando un poco de fuerza.

Me senté en el suelo, rodeada de bolsas, libros y algunos cuadernos. Erik asomó la cabeza con cautela, como si no estuviera seguro sobre entrometerse en mi habitación, pero acabó deslizando su cuerpo dentro. Un hilo de su suéter marrón y verde oscuro se enganchó en el frontal de la cerradura y tuvo que bajarse los lentes y dedicar unos segundos a desengancharlo. Aproveché esa distracción para acomodarme la ropa.

Sus dedos se movieron con calma y cuidado hasta que consiguió desengancharse y bajó la cabeza en mi dirección.

Sus ojos se entornaron cuando se detuvieron en mis rodillas y tuve que bajar la mirada.

Ambas me dolían como el infierno, pero en la derecha se comenzaba a formar una mancha oscura a través de la delgada tela de mi pantalón de pijama.

Erik suspiró.

—Veo que tienes una habilidad especial para lastimarte sola.

De repente sentí pena y aparté la mirada.

—No lo hago adrede.

No me escuchó.

—Dime dónde más te has lastimado.

—Sólo ahí —mentí. Las manos me escocían. Levanté la tela de mi pantalón hasta llegar por encima de mi rodilla y así dejar al descubierto la herida—. Todo esto es tu culpa. Si me hubieras dado el secador. No, si no te hubieras ido de esa tienda...

Si no me hubieras ignorado por diez años.

—Sólo es un raspón.

Su voz sonaba aliviada.

Bajé la mirada a mi pierna. El calcetín me cubría hasta la mitad de la pantorrilla, pero justo debajo de la rodilla, donde más me dolía, tenía una zona donde la piel se había pelado y una línea de sangre bajaba lentamente.

Soplé para aliviar el dolor, pero no funcionó muy bien.

—Gracias por decírmelo, Erik. Jamás lo habría adivinado por mi cuenta.

—Límpiate la herida con agua y jabón. Iré por gasas.

Qué vergüenza.

No esperó mi respuesta antes de marcharse y cerrar la puerta. Me dejó sola, en el medio del piso, desangrada y rodeada de bolsas y libros. Resoplé, pero me levanté con dolor.

Hice como él dijo, muy a mi pesar, y regresé al baño. Cerré la puerta, me senté en el borde de la tina y con la pierna del pantalón levantada, dejé correr el agua de la ducha para lavar la herida. El agua tibia hizo que la piel expuesta me escociera.

Escuché los pasos de Erik regresar al piso cuando estaba terminando y lo oí llamar a la puerta del baño. Cuando le abrí, lo vi con una caja de gasas y un par de botellas debajo de su brazo. Él bajo la mirada automaticamente a mi rodilla, ceñudo, y entró sin pedir permiso.

—Puedes sentarte en el borde de la tina —me aconsejó—. Cubriré tu herida de guerra para que dejes de manchar con sangre toda tu ropa.

—Qué manera extraña que tienes de disculparte por ser tan grosero.

Volví a sentarme.

—Será porque no me estoy disculpando.

Erik se agachó frente a mí y de repente su cabeza quedó unos centímetros por debajo de la mía. Sentí algo frío en la piel y me di cuenta de que estaba soplando para secar la zona que rodeaba la herida. En ningún momento me tocó, pero aún así sentía cómo se me ponía toda la piel de gallina.

Nos quedamos en silencio ambos mientras yo veía cómo él volcaba el antiséptico en la gasa y luego en mi herida. Tensé la pierna cuando sentí el ardor. Debí haber hecho algún sonido, porque se detuvo y levantó la cabeza. Me miró a los ojos, como si esperara a que yo dijera algo, y eso me puso nerviosa. Así que bajé las cejas y me incliné hacia atrás.

—¿Qué me ves?

Él rodó los ojos y continuó limpiando la herida. Presioné los labios todo lo que duró, porque lo último que quería era que me tratara de llorona después de que yo lo hiciera con él. Pero cuando finalmente acabó, bajé los hombros y suspiré aliviada.

—No estuvo tan mal. ¿No? —se burló.

—Claro, ríete.

Lo pateé con mi pie sano y él me chasqueó la lengua antes de apartarlo con molestia. Abrió otro paquete de gasas y luego se inclinó sobre mi pierna herida para examinarla. Por la manera en la que entrecerraba los ojos, no parecía ver bien.

—Lo siento —dijo y no supe por qué se estaba disculpando hasta que tomó mi pierna por la pantorrilla y la alzó con cuidado para ver la herida con mejor luz—. Creo que ya se está secando, así que voy a cubrirla.

No pude responder nada coherente en ese momento, distraída con su mano bajo mi pierna. Era extraño e incómodo, porque sentía que no lo conocía y al mismo tiempo sí. Y estaba segura de que él también lo sentía de esa manera.

Luego de cubrir la herida, me soltó. Me entregó una crema y me ordenó que me la colocara en las manos, algo que me sorprendió, porque yo no le había mostrado lo irritadas que tenía las palmas luego de caer al suelo.

Salió del baño sin despedirse mientras yo untaba la crema en mis palmas y creí que eso sería lo último que sabría de él, hasta que regresó un par de minutos después con el secador en la mano.

Debí haberme visto muy sorprendida, porque se cruzó de brazos.

—No me mires así. Estás manca. Esto es un trabajo de caridad.

Intenté ocultar una sonrisa.

—Di lo que quieras. Sé que me cuidas porque en el fondo me quieres.

—Sigue repitiéndote eso hasta que te lo creas.

Lo molesté un poco más, pero no lo hice enfadar. Él pidió permiso antes de comenzar a desenredar mi cabello con los dedos y volvimos a caer en el silencio. Sabía que si quería decir algo tenía que ser ahora, antes de que encendiera el secador, así que hablé.

—¿Por qué me dejaste? —pregunté y sus manos se detuvieron—. En la tienda de uniformes. Me dejaste sola.

Sus manos volvieron a moverse, aunque con más cuidado. Era difícil desenredar mi cabello, porque era grueso, largo y ondulado, por lo que se le formaban nudos todo el tiempo.

—¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que me quedara?

—Sí.

—Sólo íbamos a pelear.

—¿Y? —Me alcé de hombros—. Si salimos juntos, tenemos que volver juntos. Aunque lo hagamos de mal humor.

No sabía cómo explicarlo, pero prefería mil veces caminar a su lado con los dos en silencio después de pelear, que hacerlo sola. No porque no me gustara estar por mi cuenta, sino porque creía que no debíamos dividirnos si habíamos comenzado eso juntos. Lo aplicaba en todo, pero aquí con Erik lo sentía con más fuerza, tal vez porque temía que me volviera a dar la espalda como lo hizo antes.

—A ti no te gustaba cuando yo abandonaba las partidas —insistí—. Incluso aunque fuera obvio que iba a perder.

Él no respondió de inmediato y por un momento temí que volviera con eso de que no recordaba nada de mí. Pero tenía que recordar el ajedrez. Era una de las cosas más importantes para él.

—Odio cuando alguien se rinde a mitad del juego.

Sentí que volvía a respirar.

Ahí estaba: una señal del pasado.

.-.-.-.-.-.-.

Hola mi genteee ¿Como están? ¿Qué tal les fue en la semana?

La mía estuvo ocupada. Los que me siguen en redes o leyeron mi tablero de anuncios ya lo deben de saber, pero para los que no. ¡Ya comenzó la preventa de mi libro, "Ella sabe que la odio"! yaay.

Y eso me tuvo ocupada estas dos semanas.

Pero en compensación por no haber actualizado antes, les dejo este capítulo larguísimo de puro Thea x Erik. 

¿Será que en el próximo capítulo veremos finalmente a Félix en persona? ¿Quizá también a otros personajes?

Todo apunta a que esta historia va a ser larga, porque hay muchas cosas que tratar. No solo la trama principal de Thea y Erik, que ya de por sí está interesante porque hay un misterio de por medio. Sino también las secundarias. Las tramas de Drake con Sophie, Galia y Macy, e incluso de Félix.

En fin, así que tengan paciencia y prepárense porque esta historia tiene para largo.

Sin nada más que decir, me despido.

Bai bai

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