Devuelve mi Cabeza

By loria31

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Asdras, harto de la corrupción de la Iglesia, se venga y decapita a la nueva santa. Pero ella resucita y grit... More

Entra y se testigo creyente
La nueva Santa Capítulo I
El Halo Capítulo II
Acusación Capítulo III
El Falso Profeta Capítulo IV
Falsas esperanzas Capítulo V
Iconoclastia Capítulo VI
Los Flagelados Capítulo VII
Madera y Sal Capítulo VIII
El Coro Capítulo IX
Cenizas Capítulo X
Autoridad Capítulo XI
Campanas Capítulo XII
El día de favor Capítulo XIV
Tañendo campanas Capítulo XV
Aquella que no se salvó Capítulo XVI
Cerca de la Capital Capítulo XVII
Dilemas de una cabeza Capítulo XVIII
El distrito púrpura Capítulo XIX
Loria la Capital Capítulo XX
El único plan Capítulo XXI
La santa en la plaza Capítulo XXII
Buscando un milagro Capítulo XXIII
Encarcelado Capítulo XXIV
El día de la Ascensión Capítulo XXV
El nuevo santo Capítulo XXVI
Epílogo

Rodeados Capítulo XIII

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By loria31


Asdras estaba recuperado, y podían continuar su viaje. Por el camino Salina hizo un extraño pedido:

—Quiero aprender a usar la espada —dijo ella con decisión.

—Ja, ya lo sabes hacer —se burló Crisanta desde dentro de la caja.

—Cállate —le dijo Asdras sacudiendo el cofre.

Boulus miró a Salina y le pasó su espada. El arma era demasiado para ella y apenas la podía sostener con sus manos.

—¿Pesa, verdad? —preguntó Boulus.

—Necesita algo más adecuado —dijo Asdras y a lo lejos se escuchó como cortaba unas ramas.

El caballero le lanzó un trozo de madera. Salina la atrapó en el aire. Asdras se acercó con un palo también.

—Te puedo enseñar algunas cosas —dijo Asdras.

Salina trató de imitar la pose que hacía Asdras.

—Siempre es importante la postura —decía Asdras mientras arrojaba golpes con su palo—. Pero nunca descuides tus pies.

En eso, Asdras dio un ataque no muy fuerte a una de las piernas de Salina, y cuando ella quiso esquivarlo, el caballero cambió la dirección de su ataque y le dio un golpecito en la frente.

—Y nunca mires tus pies —dijo y volvió a su posición inicial.

Toda aquella mañana Salina estuvo aprendiendo posturas y a cómo defenderse de ataques, acabó adolorida y con algunos moretones en los brazos y piernas. La chica se sentó en el suelo, limpiándose el sudor de la frente.

—¿Por qué este repentino interés en combatir? —preguntó Boulus que los miraba desde la distancia.

—Porque quiero destruir los Coros —contestó ella levantándose—. Y si en algún momento nos separamos, tendré que enfrentarme yo sola a todo. Si es así, al menos quiero saber cómo manejar un arma.

—Un fin noble —dijo Boulus con una sonrisa.

—Otra más —dijo Salina con el palo en su mano.

—Dejará de ser un juego —respondió Asdras tomando su respectiva herramienta con más seriedad.

Desde entonces, en cada descanso que hacían en su viaje, Salina se entrenaba con Asdras, y con Boulus. Aunque los dos tenían estilos totalmente distintos, no solo en combatir, sino que también, en enseñar. Asdras luchaba de manera ofensiva, lanzándose al ataque, dando apenas oportunidad a que Salina se defendiese y no permitía los fallos, aunque contenía mucho su fuerza, decía que el dolor era la mejor manera de aprender a esquivar los golpes. Boulus, en cambio, poseía un extraño abanico de movimientos, en los que incorporaba volteretas y piruetas para esquivar. El falso profeta tenía preferencias por las defensas y los contraataques, obligando a Salina a improvisar ataques y manera de contrarrestar los golpes lanzados por Boulus.

En un momento de descanso, de entrenamiento y viaje, Boulus se acercó a Asdras.

—Parece que está desarrollando buenas habilidades para el combate —le dijo Boulus a Asdras.

—Eso espero, lo que quiere hacer no es fácil —reconoció Asdras—. Tal vez ella pueda destruir esos Coros.

—Ay, pero qué padres tan buenos tiene la chica —dijo Crisanta—. Hasta me siento celosa. Asdras, ¿por qué no devuelves mi cabeza y fingimos a jugar con palos también?

—¿Y si mejor te amordazo? —respondió él con tono molesto.

—Su Santidad, ¿no quiere que le ponga una ramita en la boca y se suma a nuestras prácticas? —le dijo Boulus con una carcajada.

En eso, dos palos cayeron a los pies de Asdras y Boulus.

—Hoy voy a enfrentar a los dos —dijo Salina cargando con su rama—. Al mismo tiempo.

—¿Segura? —preguntó Boulus incrédulo.

Asdras solo sonrió y levantó el palo aceptando el reto.

En aquellos días de entrenamiento y viaje, Asdras fue feliz, un descanso entre tanta lucha y sangre que permeaba su camino. Donde la única inquietud era buscar algún lugar al que descansar y la próxima lección que tenía que enseñar. Respiró tranquilo viendo como las hojas de los árboles caían, y miraba a sus acompañantes sabiendo que eran sus amigos.

...

Pasaron seis días en total desde el incidente en Madero. El grupo liderado por Asdras llegaba a Gerteum. La ciudad estaba en una planicie rocosa, la vegetación era escasa. La mayoría de la gente trabajaba quitando rocas del suelo, una labor difícil pero honrado, pues la tierra de aquella zona era muy fértil una vez era despejada de tantas piedras. Otro sector se dedicaba a la minería, en el pasado las vetas ricas en plata hicieron próspera a la ciudad, abasteciendo con este metal a todo el país. Pero eso fue hace mucho, luego de varios derrumbes y que los grandes yacimientos acabaron, llegaron las calamidades, sin embargo, la incansable gente de Gerteum supo reponerse. Por eso, seguía siendo una de las urbes más importantes para la Iglesia.

El culto a las benditas de la campana generaba muchos beneficios a la Sagrada Institución. Muchos fieles llegaban a los días de favores, y los precios de los milagros eran altísimos, aun así, las personas lo pagaban, todo para poder estar con las benditas, a lo máximo que se podía llegar era acostarse con alguna de ellas, de esa manera podían lograr lo que deseaban. Este modelo de hecho funcionaba tan bien a la Orden que estaban ya en marcha más benditas para el resto de conventos.

El camino a Gerteum era polvoriento, pronto Asdras y los demás estaban empolvados de los pies a la cabeza.

—Esperen un momento —dijo Salina deteniéndose.

Los otros dos se detuvieron y le miraron extrañados.

—¿Somos personas buscadas, no? —preguntó ella.

Boulus soltó una risita.

—Un poquito —respondió él.

—Creo que tenemos que ocultarnos un poco —dijo ella.

—¿A qué te refieres? —preguntó Asdras.

—Boulus está vistiendo algo peor que un harapo —señaló la chica.

Boulus había perdido sus túnicas y sombrero tras el incidente del Coro, y se fabricó una especie de camisa con algunas bolsas que encontró en el último establo donde estuvieron.

—Yo opino que es un buen disfraz —dijo Asdras.

—¿Tú quieres estar así Boulus? —preguntó Salina a Boulus con una ceja levantada.

—Una túnica con fina seda... —miró a Asdras—. Lo necesito Asdras, lo necesito.

—Todas las ropas que tengo son las que usaba... cuando estaba con Laico —dijo Salina—. Yo quiero ocultarme más, Gerteum es una ciudad muy grande, muy vigilada.

—¿Y tienen dinero? —preguntó Asdras cruzándose de brazos.

Salina se quitó unos pendientes.

—Voy a venderlos —dijo ella—. Después de todo eran regalos de... Laico.

Boulus sonrió y sacó su espada, el arma estaba bañada en oro y resplandecía con la luz del sol.

—Yo haré lo mismo —dijo Boulus—. ¿Y tú Asdras?

—Yo no me oculto —respondió negando con su cabeza.

—Báñenlo —Crisanta hizo un sonido de arcadas—. Sus axilas huelen a hongos.

Salina y Boulus se rieron muy fuerte de aquel comentario.

—Me suelo bañar en todos los arroyos que encontramos —dijo Asdras.

—¿Conoces el jabón? —dijo Boulus con una sonora carcajada.

Asdras ignoró el comentario y avanzó hacia la ciudad.

Gerteum daba la bienvenida a todos los viajeros, pero lo primero que pudieron notar Asdras y los demás fue que había muchas personas en camillas, y varias hermanas y otras sacerdotisas se encargaban de los afectados.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó Boulus.

—Me imaginaba a la ciudad distinta —dijo Salina.

Las calles se encontraban sucias, a medida que avanzaban las veredas estaban abarrotadas por camillas y personas en ellas. Algunas sacerdotisas se acercaban, murmurando palabras a los alicaídos, mientras tañían pequeñas campanas.

Los sacerdotes y caballeros se encargaban de llevar cuerpos. Algo le pareció curioso a Asdras, algunos de los cadáveres eran llevados a una carroza abarrotada. Otros eran llevados delicadamente hasta ataúdes finamente ornamentados.

—A los pobres los juntan como si fueran mierda —masculló Asdras entre dientes.

—¿Una enfermedad? —preguntó Boulus—. Qué curioso, no escuché a nadie decir que hay una plaga que estaba azotando a Gerteum.

—No les conviene que se sepa —dijo Salina.

Asdras guardó silencio, su ira creció dentro de su pecho.

Un hombre que gimoteaba fue cubierto por una sábana, la tela se agitaba, pero unos obligadores levantaron al sujeto y lo llevaron hacia la carroza llena de cuerpos.

Asdras no podía detener al fuego que ardía en su interior. Llevó su mano al pomo de la espada.

—Espera —dijo Boulus colocando su mano sobre la suya—. No te precipites, no sabemos que sucede aquí, si es una plaga, lo mejor sería no involucrarnos.

Salina pareció agitarse detrás de ellos.

—¿Qué hacemos? —preguntó ella—. Vámonos.

Asdras miró todo el panorama. ¿Qué le enojaba realmente? ¿La acción de la Iglesia? ¿Qué aquellos que los pobres eran apilados como si fueran nada? Personas pudientes también parecían sufrir aquel mal. ¿Se enojaba por enojarse? Las llamas se apagaron lentamente.

—Tienes razón —dijo Asdras.

—¿Asdras pensando con la cabeza fría? —dijo Crisanta.

—Vamos a buscar ropa y luego información —dijo Boulus estirando del brazo de Asdras y Salina.

Pronto entendieron que, Gerteum, la ciudad de las campanas, la reluciente urbe, estaba siendo azotada por una plaga misteriosa. Una enfermedad la cual no parecía tener cura.

Boulus y Salina fueron a una casa de empeño. A Salina le pagaron una buena cantidad de monedas por sus joyas. El tendero miró de pies a cabeza a Boulus, y todavía más, luego de que le diera su espada, pero era normal, Boulus iba vestido como un indigente y traía consigo un arma de la Sagrada Orden, bañada en oro.

—Mil halos —dijo el hombre mientras examinaba el arma.

—Dos mil... No sabes lo que tuve que pasar para conseguirla —respondió Boulus haciendo un tono de ofendido.

La verdad es que a Boulus le dieron aquella arma para matar a Asdras, la obtuvo prácticamente gratis.

—Y yo tendré dificultades vendiendo el producto —respondió el tendero—. Sin mencionar que puede provocar preguntas por parte de los caballeros... Mil doscientos halos, y me estoy arriesgando.

—Mil doscientas cincuenta —dijo Boulus extendiendo su mano.

El tendero miró la espada y estrechó la mano.

—Eh disculpa —intervino Salina—. Pero, ¿qué pasa en la ciudad?

—Ah, supongo que lo vieron —contestó el sujeto colgando la espada en una pared—. Una extraña plaga está azotando un sector de la ciudad, no les recomiendo que vayan por ahí, a menos que quieran contagiarse.

—¿Y no hay cura? —preguntó Boulus.

—Al parecer no... —dijo el hombre volviendo a su puesto—. Aunque la Iglesia ya sacó un permiso para que intervengan las benditas de las campanas. ¿Quién no lo querría? —dijo con una sonrisa.

Boulus escuchó ese nombre alguna vez, o eso le pareció.

—¿Ellas pueden curar a los enfermos? —dijo Salina.

—Eso se dice —dijo el tendero encogiéndose de hombros—. Pagas mucho y puedes tener una sesión privada con ellas —dijo aquello último de una manera muy lasciva—. Supuestamente curan enfermedades y pueden hacer milagros, pero a nadie les importa mucho eso, solo quieren acostarse con ellas.

A Boulus le asqueó la idea, volteó a ver a Salina y la vio palidecer, supo que era hora de irse.

—Muchas gracias —dijo con una sonrisa y tomó a Salina de la mano para salir de la tienda.

El siguiente punto era el distrito comercial.

Asdras se moría de aburrimiento, se metió a un pequeño bar. Los locales no le prestaban mucha atención, sin embargo, voltean y lo señalaban, todavía tenía su armadura puesta. Asdras escuchaba como Crisanta murmuraba desde dentro de la caja.

—¿Qué estás diciendo? —le preguntó por lo bajo.

—Nada que te importe imbécil —le contestó la santa.

Él sabía que no lograría sacarle información, pero estaba tan aburrido que se planteó entablar una conversación con la cabeza.

—Ahí estás —dijo alguien a espaldas de Asdras.

El caballero volteó y vio a Boulus y Salina, ambos se veían limpios con otro aire. Boulus vestía unas túnicas con encajes de colores naranjas y crema, además tenía un sombrero a juego. Salina lucía unas elegantes túnicas en colores blancos y lilas.

—También tenemos ropa para ti —dijo Boulus.

Salina soltó una risita.

—Pero tienes que bañarte —dijo ella.

—Un milagro, estoy orando por aquello —dijo Crisanta muy fuerte.

—Cállate —le dijo Asdras —. Salgamos de acá.

Asdras dejó unas monedas y se marcharon del bar.

Llegaron hasta los baños públicos, Asdras se plantó ante las puertas, algunos hombres salían y entraban.

—No creo que haga falta —dijo él.

—Tomás una esponja, y te metes al agua y ya —dijo Boulus empujándolo.

—¿Y mi armadura y mi espada? —dijo él.

—Te las cuidaré, vamos —decía Boulus.

Asdras accedió a regañadientes, Salina también entró, pero se quedó en la puerta. El caballero fue lo más rápido posible.

—¿Seguro que te bañaste? —le preguntó el falso profeta.

—Cállate, ahora dame mis cosas —dijo Asdras con un gruñido.

—Si sobre eso, toma tu ropa —dijo Boulus extendiendo unas telas dobladas.

Asdras las desplegó, era túnica de colores amarillos con la imagen de una santa, pero no cualquiera, era Crisanta y decía "la nueva santa dorada".

—¡¿Qué?! —chilló Asdras al ver las telas—. ¡No usaré esto!

—Vamos es parte del disfraz, te lo pones encima de tu armadura —dijo Boulus con una sonrisa.

—Yo misma lo elegí —dijo Salina—. Ayudará a pasar desapercibido.

Asdras estaba tan estupefacto que no conseguía articular palabras.

—¡Pero es propaganda para Crisanta! —espetó Asdras.

—Ja, quiero verlo —dijo Crisanta con una carcajada.

—No me niego, ¡no lo haré! —dijo Asdras negando con su cabeza.

Boulus y Salina le insistieron tanto, que al final Asdras luego de mucho debatirse, se puso la túnica.

—No puedo creer que me hagan hacer esto... —dijo Asdras.

—Te faltó tu cinto —dijo entregándole el objeto.

La hebilla tenía forma de unas manos haciendo una oración. Otra cosa más para completar la humillación de Asdras.

—Bien, ya estamos, ahora podemos salir de aquí —dijo Boulus.

—Qué irónico —dijo Crisanta—. Aquel que secuestró mi cabeza, es mi mayor seguidor, hasta se viste como uno.

—Me las quito —dijo Asdras estirando las telas.

—¡No! —chilló Salina.

En eso cruzaron unos hombres al lado de ellos.

—¿Cuánto nos cobras por unas citas a solas? —preguntó uno de los hombres, el hombre apestaba a alcohol.

Salina se quedó petrificada y sus ojos se empezaron a hinchar con lágrimas.

—¿Qué te pasa? —dijo Boulus acercándose a los hombres.

El falso profeta sacó una espada corta desde unos pliegues de su túnica.

—¿Qué crees que es ella? —preguntó Boulus.

—Nada, nada, es por los colores de su ropa, el lila es el color de las putas.

—¡Quítate, salte de aquí! —gritó Boulus.

Los hombres corrieron despavoridos, intimidados por Boulus.

—Ja, una puta, siempre será una puta —dijo Crisanta riendo muy fuerte.

Salina sollozaba en silencio, las lágrimas caían sobre sus mejillas.

—Yo no soy eso... —decía con un hilillo de voz.

Asdras sacudía la caja donde estaba la cabeza de la santa para tratar de hacerla callar. Boulus vino corriendo y abrazó a Salina.

. . .

Faraliz odiaba estar donde estaba, veía a Tizno ponerse su armadura, de vez en cuando el caballero volteaba y le sonreía. Ella esquivaba la mirada, se dirigió hacia una de las puertas y aguardó el momento para salir. Cuando ingresó un grupo de hombres cargando con una enorme y pesada caja.

Cuatro de ellos se adelantaron y abrieron el baúl, desde dentro se escuchó una campana, que resonó con una más pequeña que tenía Faraliz.

Tizno se paró frente al cofre e hizo una reverencia.

—Mataré a ese blasfemo por ti —dijo Tizno.

Faraliz no lo aguantó más y salió de la habitación.


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