—Asi me gusta. Esa es la actitud que busco para mis empleados.
El dueño del bar de la playa se acercó luego de observarme atender a algunos clientes esa tarde de sábado.
—¿Acaso hay alguna otra actitud posible? —le pregunté riendo.
Lo cierto era que estaba de un humor un poco más especial que el que me caracterizaba. La charla con la joven me había renovado, y eso sumado al hecho del viaje causaban en mí un optimismo y entusiasmo muy particular.
—¿Sabes? Este bar no tendrá la misma recurrencia cuando el otoño se intensifique —me dijo sentándose en la barra mientras fumaba un cigarrillo—. Estoy pensando en llevarte al bar del centro. ¿Cuánto tiempo te quedarás en la ciudad?
No lo sabía. Y en esos momentos, menos aún.
—No tengo fecha de partida aún. Pero no creo que sea muy pronto.
—Perfecto, déjame evaluarlo y te estaré avisando.
Llegaron nuevos clientes que interrumpieron nuestra charla. Mientras los atendía, vi de reojo a una joven y mí corazón se aceleró. Continué atendiendo y me permití observar mejor. No era.
Reí para mis adentros.
¿Qué tanto había causado en mí una sola cita?