Un día en un lugar. Otros tres en otro. Una semana en una ciudad.
El tiempo fue pasando, pero sentía que había experimentado tanto, que cuando se cumplió el mes, parecía que llevaba encima mucho más tiempo.
Antes de pisar la gran ciudad que era Valedai, decidí quedarme unos días en el pueblo vecino. Llegué hasta la playa, donde un hombre y su mujer tenían un pequeño hotel. Me ofrecí a trabajar allí a cambio de una habitación y comida. No dudaron en aceptar, en aquella época los turistas que se acercaban eran muchos.
Esos días allí se convirtieron en dos semanas.
Dos semanas que me permitieron frenar, ver lo que había recorrido, lo que había aprendido y las experiencias que había coleccionado... y llenarme de orgullo. No estaba muy lejos de casa, podía regresar cuando quisiera, pero mi alma quería seguir viaje.
Escribí una carta para mis padres contándole lo que había vivido y mi próximo destino. Dejé la carta a un camionero que pasaría por allí, sabiendo que sería poco probable recibir respuesta. Aun así, intentaría comunicarme desde un teléfono público en Valedai. Esperaba encontrar alguno.
No pensaba quedarme mas de un mes en la ciudad. Creía que con ese tiempo sería suficiente para recorrer sus rincones.
Pero no sabía que una vez que llegara, los planes se distorsionarían tanto.