Su ángel caído

By almarianna

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Libro 3 Trilogía Oscuridad. Historia corta. ♡ Considerado el hechicero más versátil y poderoso, Jeremías, el... More

Sinopsis
Booktrailer
Nota de autora
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Personajes

Capítulo 4

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By almarianna

Supo que se estaba acercando cuando percibió la maldad en el aire.

Siempre había tenido una conexión con el viento, el cual solía advertirle cuando se encontraba frente a una amenaza, y aunque durante muchos años procuró ignorarlo, ya no podía seguir haciéndolo. Hoy más que nunca era consciente de las señales que la Tierra le brindaba. Cada célula de su cuerpo reaccionaba a las fluctuaciones de energía, y en ese momento, podía sentir la densa oscuridad que colmaba el aire, volviéndolo pesado, tóxico.

El peligro la rodeaba, lo sabía con certeza. Lo sentía con cada respiración que tomaba. La tormenta había aumentado de intensidad desde que había partido al recibir la alerta en su computadora y la electricidad del clima recorría su cuerpo cada vez que esta se ramificaba en el cielo. Todo a su alrededor gritaba alto y claro para que se detuviera y diera la vuelta. Le rogaba que se alejara lo más rápido que pudiese y se pusiera a sí misma a salvo. Sin embargo, esta vez no lo haría. No estando tan cerca de descubrir el misterio que la asediaba desde hacía años.

Inspirando profundo, cerró las manos alrededor del volante y hundió aún más el pie en el acelerador. Se estremeció ante el estallido de un repentino y furioso trueno que reverberó en su pecho al tiempo que la lluvia se precipitó con fuerza sobre el vehículo. No pudo evitar recordar la noche del accidente. En esa oportunidad, todo había empezado de la misma manera. Nerviosa, pero por completo decidida, activó el limpiaparabrisas en su máxima velocidad y frotó el vidrio empañado con un trapo. Apenas podía ver el camino delante de ella.

"Es él", susurró la voz de su madre en su mente, justo antes de que un rayo desgarrara con violencia el firmamento. Un grito escapó de sus labios debido a la sorpresa. ¡Mierda, se estaba volviendo loca! No había otra explicación para su exagerada reacción. Sin embargo, era incapaz de serenarse. Por otro lado, cualquiera en su lugar huiría en vez de colocarse en una situación tan similar a la que vivió en el pasado. Pero ella no, por supuesto. Por el contrario, iba directamente allí. Sí, sin duda, estaba como una maldita cabra.

Por el rabillo del ojo, vio cómo los gráficos comenzaban a dispararse hacia todos lados en la pantalla de su teléfono, el cual tenía a la vista en un soporte adherido al tablero. El aparato se conectaba de forma remota con su computadora y por lo que este le estaba indicando, se encontraba casi en el epicentro de la tormenta, en el lugar preciso donde esta se había iniciado.

Su corazón se le disparó dentro del pecho cuando reconoció la zona, comprendiendo por fin dónde se hallaba. Había estado tan compenetrada en sus pensamientos que no prestó demasiada atención a la dirección tomada. Solo había cedido ante el impulso que la embargó en cuanto advirtió los signos de aquella extraña anomalía en el clima. Entonces, había seguido ese tirón que venía llamándola desde hacía años y que se hacía cada vez más fuerte e imperativo conforme el tiempo pasaba.

Clavó los frenos por acto reflejo, las ruedas patinando vertiginosamente en el pavimento. A menos de un kilómetro se encontraba la parte de la carretera donde ocurrió el accidente que marcó un antes y un después en su vida. Sin detenerse del todo, giró a la derecha y se dirigió a la enorme arboleda que había al costado. No supo por qué, pero algo le dijo que debía alejar el vehículo del camino. El sonido de la tormenta se alzó por encima del motor nada más apagarlo y una sensación de frío la invadió de repente. Los recuerdos se encontraban muy cerca de la superficie.

Su cuerpo había comenzado a temblar. ¿O era el suelo? Frunció el ceño y miró hacia la botella casi vacía que había dejado en el asiento contiguo. El agua en su interior estaba vibrando. Sí, definitivamente la Tierra se estaba moviendo.

Confundida, recorrió el lugar con la mirada prestando especial atención al entorno. No obstante, todo lo que podía ver eran las múltiples imágenes que comenzaron a desfilar por su mente. Recuerdos de un suceso traumático, imposible de olvidar. El rostro alarmado de su padre, un violento y grueso embudo de viento yendo hacia ella, vidrios estallando y clavándose en sus brazos, el auto dando trombos en el aire... Tragó con dificultad al tiempo que se quitaba las lágrimas que colmaron sus ojos en segundos.

El estridente sonido de truenos, los bruscos relámpagos, el silbido del viento, todo la transportaba de nuevo a aquella fatídica noche en la que perdió a las dos personas más importantes de su vida. Cuando también ella había estado a punto de morir. Jadeó al volver a sentir el dolor en su cuerpo, los temblores y el miedo. Su respiración se volvió rápida, entrecortada, a la vez que todo a su alrededor comenzó a desvanecerse, poco a poco, al igual que lo había hecho en esa oportunidad.

—Estoy bien, es solo un recuerdo —balbuceó para sí misma en un intento por salir del estado de pánico en el que se encontraba.

Pese a que nunca había vuelto allí, conocía bien la zona, por lo que sabía que, si seguía avanzando, se toparía con el lugar donde había aterrizado luego de salir despedida del auto a causa del imprevisto tornado. Si bien estaba demasiado oscuro para que pudiera divisarlo desde su posición actual, lo recordaba con asombroso detalle.

Tomando una respiración profunda, dejó salir el aire despacio, permitiéndose atravesar las caóticas emociones que la embargaron de repente. No intentó luchar contra ellas. Era inútil hacerlo, lo sabía bien. No tenía control alguno sobre estas y nada de lo que hiciera haría que se fueran. Al contrario, solo conseguiría aumentar el miedo y la desesperación. Sin dejar de respirar de forma lenta y pausada, se repitió una y otra vez que estaba a salvo.

Era increíble cómo un recuerdo o pensamiento podía disparar las alarmas del sistema nervioso en un abrir y cerrar de ojos. Cómo, de inmediato, este comenzaba a segregar sustancias en el torrente sanguíneo para darle al cuerpo la fuerza y energía necesarias para llevar a cabo el enfrentamiento o la huida. Muy útil por cierto si uno se encontraba frente a una amenaza real. Eso podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Sin embargo, una mierda cuando sucedía sin que hubiese ningún peligro presente.

Poco a poco, sintió que su respiración se normalizaba y volvía a ser capaz de tomar el aire que necesitaba. Seguía inquieta y tensa, pero al menos ya no se encontraba en ese estado de completa alerta que no le permitía pensar con claridad. Ignorando el leve temblor de sus manos, desenroscó la tapa de la botella y se terminó el contenido de un trago. Sentía la garganta seca. Inspiró profundo una vez más y exhaló, procurando aflojar los músculos de la espalda y cuello. Necesitaba serenarse para poder ponerse en movimiento.

En cuanto estuvo segura de que recuperaba el equilibrio, abrió la puerta y salió de la casa rodante. Si había llegado hasta allí, no se detendría ahora. Hacía mucho que esperaba una chance de comprobar el origen de las misteriosas tormentas. No dejaría que el trauma vivido la alejara de su objetivo. De inmediato, el viento le susurró una advertencia, un aviso de peligro inminente, al mismo tiempo que la lluvia le acariciaba el rostro, dándole la bienvenida. Un mensaje bastante contradictorio, por cierto. "Por favor andate", le decía por un lado y a la vez le imploraba que se quedara.

Entumecida, comenzó a caminar hacia la ruta. Las copas de los árboles se sacudían en todas direcciones debido al temporal que cada vez era más y más fuerte. Apenas podía ver lo que estaba delante de ella, el camino iluminado de forma intermitente por los continuos y violentos rayos que rasgaban el firmamento. Aun así, continuó avanzando. Necesitaba saber si lo que había visto antes de desvanecerse fue tan solo una alucinación influenciada por las creencias de su madre o en verdad se trataba de un ángel caído. Y más importante todavía, si había sido él quien provocó la tormenta que mató a sus padres.

De pronto, una voz masculina, profunda y serena, la alcanzó desde la distancia. El tono grave y armónico reverberó en su columna como si de una corriente eléctrica se tratase. Todas sus células reaccionaron en respuesta, gritándole que se acercara un poco más, que fuera hacia él. No obstante, sabía que no debía. Algo le decía que tuviera cuidado y buscara refugio. La amenaza a su alrededor se hizo más palpable que nunca y aunque no tenía idea de por qué, había aprendido a no ignorar a su intuición.

El suave golpeteo del viento en su hombro la sacó de sus pensamientos y la instó a moverse. Sin dudarlo, corrió hacia los árboles situados más próximos a ella y siguió desplazándose entre ellos hacia adelante. Si bien necesitaba descubrir lo que fuese que estuviera causando ese tipo de tormentas, también quería encontrar la explicación a su extraña conexión con estas. No entendía cómo podía sentirlas en su alma, del mismo modo que lo hacía su cuerpo.

—¿De verdad creíste que no me daría cuenta de tu presencia? —preguntó aquella voz, paralizándola. ¿Acaso la había visto llegar?

Incapaz de moverse, pegó la espalda al tronco del último árbol, asegurándose de que la cubriese en su totalidad. Ni siquiera se animaba a respirar para que el movimiento no delatase su ubicación. Todas sus alarmas se encendieron. El peligro la rodeaba. ¡Dios, ¿quién era y cómo sabía que estaba allí?!

—Tu magia puede que sea muy buena, pero no es lo suficientemente fuerte para engañarme a mí —continuó de forma lenta y pausada—. Ahora, dejate de juegos y da la cara. ¡No tengo toda la puta noche!

Se estremeció ante el imponente rugido y exhaló de golpe cuando sintió que sus pulmones comenzaban a arder por la falta de oxígeno. Tomó aire para armarse de valor y se dispuso a salir de su escondite. Quien quiera que fuese la había descubierto y no había nada que pudiera hacer al respecto.

Sin embargo, antes de que atinara a moverse, el viento sopló con fuerza, empujándola de nuevo contra el nudoso tronco. Era como si de alguna manera, la naturaleza la estuviese protegiendo. Entonces, oyó un susurro en el aire, pequeñas perturbaciones disonantes que alteraban la melodía natural del ambiente. El suelo vibró debajo de sus pies en el momento en el que, a tan solo unos metros más adelante, una veintena de hombres salió de la arboleda para enfrentarse al hombre que los esperaba en medio de la ruta.

Comprendió entonces que esa voz no le había hablado a ella y, por alguna extraña razón, eso la tranquilizó. No obstante, la calma no duró demasiado. Incapaz de hacer algo más que sujetarse del árbol y fijar la mirada en aquel hermoso e imponente dios vikingo, listo para la batalla, observó cómo este pronto fue cercado por el resto. Hipnotizada, notó cómo sus labios se curvaban en una sonrisa torcida mientras los observaba acercarse a él.

—¿Todos contra mí? Me gusta. Hace que aumente mi ego —anunció, complacido, al tiempo que llevaba ambas manos a los costados de su cuerpo.

Solo entonces, Gaia advirtió los dos enormes cuchillos que colgaban de sus fundas.

Sujetada del árbol, observó cómo tres de ellos hacían el primer movimiento. Abalanzándose sobre él desde extremos diferentes, lanzaron sus ataques de forma coordinada con el claro propósito de impedir que pudiera contenerlos. Sin embargo, el guerrero demostró que lo habían subestimado cuando, tras arrojar una de sus cuchillas y atravesar la tráquea del primero, giró en redondo y degolló al segundo con la otra, antes de clavársela en el pecho al tercero. Todo en menos de cinco segundos.

A partir de ese momento, todo se salió de control.

Cinco más se lanzaron al ataque, esta vez tres volaron hacia arriba a la vez que otros dos se deslizaban por debajo. Sorprendida, se llevó una mano a la boca en un intento por contener su grito. Era humanamente imposible lo que acababa de presenciar. A menos, claro, que no se tratase de humanos. Pero entonces, ¿qué eran? De pronto, de la espalda de solitario hombre ubicado en el centro del improvisado campo de batalla brotaron dos magníficas, enormes y absolutamente hermosas alas negras, y todo por fin tuvo sentido.

"Mi ángel caído", pensó, por completo impactada por aquella revelación. Allí estaba, finalmente frente a ella, el maravilloso ser que había visto en lo alto del cielo cuando luchaba por su vida tras el accidente en el que sus padres murieron por culpa de una tormenta muy parecida a esta. "Es real", sollozó en su mente, sintiendo que la emoción la embargaba. Durante mucho tiempo había intentado convencerse de que se trataba de una alucinación, pero en el fondo lo sabía, y corroborarlo la llenó de una alegría de lo más inoportuna para la situación en la que se encontraba.

El aterrador y sexy guerrero —dato para nada relevante en ese momento, pero que, aun así, había reparado en eso—, se las ingenió para esquivar a los que habían avanzado por abajo y sujetándolos por el cuello desde atrás con ambos brazos, tiró con fuerza hasta que sus huesos se quebraron. Casi sin pausa, antes de que los cuerpos impactaran contra el suelo, se impulsó hacia arriba en un borrón imposible y giró, cual tornado, con la punta de su cuchillo hacia adelante, abriéndolos por la mitad con una sola pasada de su afilada hoja.

Gaia no podía creer lo que estaba viendo y pese a que debería estar aterrada, lo único que podía pensar era en lo hábil y capaz que era su ángel. Él solo contra veinte y ni así podían seguirle el ritmo. De pronto, lo vio aterrizar con destreza y rodar hacia el primer hombre —o quizás demonio, por lo que intuía debido a las características físicas que ahora podía ver en ellos— que lo había atacado al principio para recuperar su cuchillo. Entonces, se puso de pie, ambas armas en sus manos.

Hubo una breve pausa mientras sus enemigos comprendían que acababan de perder a ocho de los suyos en apenas cinco minutos. Nerviosos y asustados, todos se miraron por un momento antes de sacar también sus cuchillos y con un grito de guerra, lanzarse sobre él. Todos menos tres que en lugar de eso, optaron por alejarse de la sangrienta masacre que se estaba llevando a cabo delante de ellos.

Gaia centró su atención en ellos cuando se percató de que pronto la verían si seguían retrocediendo. Uno de ellos, alto, flaco y desgarbado, se detuvo a unos pocos pasos y con los brazos extendidos hacia adelante, movió las manos como si estuviese manipulando algún objeto, aunque claramente no había nada en sus palmas. "Magia", pensó, recordando las palabras del guerrero cuando había creído que hablaba con ella. Por un momento, deseó tener algún tipo de poder también y así poder ayudarlo. Le pelea no era justa y por alguna razón, todo su ser la instaba a protegerlo. Casi se le escapó una risa en cuanto ese pensamiento cruzó por su mente. ¿Qué podía hacer ella contra un grupo de aterradores demonios?

Los otros dos, se alejaron un poco más, pero se detuvieron antes de dar con su escondite. Suspiró, aliviada. Ellos no la habían visto. Aprovechó para observarlos con atención. Uno era muy alto y extremadamente corpulento. Mantenía una postura defensiva, lo que la hizo pensar que estaba protegiendo al otro. Mucho más bajo y menudo, se mantenía a resguardo, listo para marcharse si fuera necesario. Sin duda, ese era el jefe, el que daba las órdenes. "Soldado que huye vive para otra batalla, ¿verdad?", evocó el dicho popular.

Preocupada por su ángel, volvió a posar los ojos en él. ¡Dios, ¿desde cuándo lo consideraba suyo?! Se alarmó cuando no fue capaz de verlo a través de la masa de cuerpos en movimiento que lo rodeaban con el claro objetivo de matarlo. No obstante, justo en ese momento, el cielo gruñó, atronador e iracundo, a la vez que el viento se arremolinaba en diferentes pilares y la lluvia se volvía enérgica y pesada. Entonces, su imponente figura se alzó, majestuosa, por encima de ellos.

Desgarradores gritos se oyeron cuando los que se encontraban más lejos del guerrero fueron arrojados hacia los árboles. Sus cuerpos quedaron suspendidos en varias ramas cuando estas los atravesaron como escarbadientes a una salchicha. Esta vez fue incapaz de contener el sollozo que escapó de sus labios. El recuerdo de ella misma con su cuerpo agujereado la golpeó con fuerza. Se apresuró a taparse la boca y miró a quien ella pensaba que era el líder. Seguía allí, su atención puesta en la pelea. Para su alivio, no la había oído.

De repente, el zumbido del viento se hizo ensordecedor y mientras un manto de gruesas gotas comenzó a caer a su alrededor, dificultando la visión de los combatientes, el cielo parpadeó con violentos rayos que rasgaron el firmamento con mortal electricidad. Varios de sus adversarios cayeron como plomo cuando sus cuerpos fueron fulminados por la abrupta descarga. Y los últimos, murieron por las propias manos del ángel. Esta vez, sus cabezas rodaron separadas de sus cuerpos.

Por completo asombrada y petrificada, Gaia lo vio erguirse en toda su estatura en el centro de lo que acababa de convertirse en un cementerio sobrenatural. La sangre se mezclaba con el agua y se deslizaba por la carretera hacia la tierra y el pasto que había a ambos lados del camino. Un intenso olor a carne quemada comenzó a desplegarse a través del aire, tiñendo de muerte la atmósfera y agitando su estómago ya revuelto.

Sin poder apartar los ojos del extraordinario y mortífero ser, lo observó respirar de forma agitada con los dos cuchillos aún en sus manos. No estuvo segura siquiera de en momento se movió, pero un minuto estaba de pie, por completo inmóvil, y en el otro, se había inclinado hacia adelante, luego de lanzar sus armas contra el mago. Contuvo un jadeo al oírlo gritar de dolor un instante antes de que sus brazos se desprendieran de su torso. ¡Mierda, peor que una película de terror!

El demonio lo miró con ojos desorbitados mientras se acercaba a él con expresión mortífera. El guerrero avanzó despacio, tomándose su tiempo para recoger sus cuchillos y limpiarlos antes de guardarlos en sus respectivas fundas. Su oponente —si podía considerarse de ese modo a juzgar por el estado en el que se encontraba— no apartó la mirada de la suya, consciente de que estaba contemplando a la parca en persona.

Si bien la tormenta continuaba cayendo sobre ellos, había perdido intensidad y aunque la lluvia no había mermado del todo, los tornados se habían ido, así como los truenos. Eso reforzó lo que había pensado años atrás cuando vio al ángel agitar sus brazos en medio del caos como si tuviese el poder de controlar el clima. Un escalofrío recorrió su columna cuando la posibilidad de que él hubiese sido el responsable de la muerte de sus padres se hizo más factible que nunca.

—Te dije que no sería suficiente, que no podrías vencerme. Nada puede hacerlo —aseguró con seguridad. No obstante, su voz sonaba débil, cansada—. ¿Dónde están tus otros compañeros? —preguntó al ver que no respondía.

—Los mataste a todos —susurró este de forma entrecortada.

Él negó con la cabeza.

—Eso no es verdad. ¿Adónde se fueron? —insistió, con menos paciencia.

—No queda nadie más —murmuró con un tembloroso hilo de voz antes de dejarse caer sobre sus rodillas.

El guerrero gruñó, al parecer molesto por la mentira y sin molestarse en acabarlo, le dio la espalda. Rastrilló la zona con la mirada, recorriendo alrededor del área donde ella se encontraba. Estaba buscando a los dos que se habían refugiado en la arboleda. La sorprendió no verlos cuando segundos atrás allí estaban. ¿Cómo era posible?

Los ojos del ángel apuntaron de pronto en su dirección y aunque sabía que era imposible que pudiese verla, sintió que la miraba directamente. A continuación, lo vio alzar una mano hacia arriba y comenzar a mover los dedos como si estuviese dibujando algo en el aire. Notó al instante el cambio en el viento. Este sopló de nuevo, agitando con fuerza las copas de los árboles, así como también su cabello. Entonces, una luz destelló en el cielo, sobresaltándola. Para cuando volvió a mirarlo, él había desaparecido.

Temerosa, dio un paso atrás. ¿Dónde estaba? No entendía nada de lo que pasaba, pero de algo estaba segura, no se quedaría sola sabiendo que dos de los atacantes seguían allí tan cerca de ella. Lo mejor que podía hacer era regresar a su casa rodante y salir a toda velocidad de ese peligroso y tétrico lugar. Ahora que ya sabía que el ángel era real, encontraría la forma de volver a él. No obstante, tenía que marcharse. Obligando a sus piernas a obedecerle, dio media vuelta. Sin embargo, la presión de unos fuertes brazos alrededor de su cuerpo la detuvo.

Gritó ante la sorpresa y el miedo, pero su voz salió amortiguada contra la palma de una mano masculina. Aunque sabía que no serviría de nada, trató de zafarse de su agarre. Se sacudió con frenesí, agitando sus piernas con la intención de patearlo. Fue en vano. Él era demasiado fuerte para ella. Tenía que ser uno de los dos que habían huido antes, probablemente el más corpulento, y ahora la mataría solo por estar en el lugar y el momento equivocados.

—Quieta o nos escucharán —le susurró al oído, su voz una suave caricia.

¡Era él! ¡Dios querido, era su ángel caído!

Sin saber qué hacer, asintió para mostrarle que había entendido. En el acto, lo sintió aflojar su agarre en respuesta, pero no parecía inclinado a soltarla pronto. Por el contrario, siguió abrazándola mientras se aseguraba de mantenerla pegada en todo momento a su caliente y duro cuerpo. Podía notar en su espalda el movimiento que hacía su pecho cuando se expandía y contraía con cada respiración y sin siquiera proponérselo, acompasó la de ella para que estuviese coordinada con la suya.

De pronto, otro susurro los alcanzó. Ajeno, disonante. Una rama se quebró a lo lejos, aunque el sonido llegó amplificado de algún modo por el viento. Hojas que se sacudían levemente al ser apartadas del camino. Una respiración corta y acelerada y el temblor en la tierra de pasos acercándose. Cada vibración repercutía directo en ellos, advirtiéndoles.

Nunca antes había experimentado nada similar. Sus sensaciones estaban ligadas a la intuición, más bien impulsos que la instaban a alejarse del peligro. Esto era otra cosa. Era como si estuviese conectada a él y a su vez a la Tierra. Como si los tres fuesen parte de una misma entidad.

—Debemos irnos, General. El hechicero ya debe haberse marchado —susurró una voz masculina y fría.

Gaia se estremeció al oírla. Estaban más cerca de lo que había pensado.

—¡Silencio! Él sigue acá —siseó la otra, mucho más fina, aunque igual de dura—. Y no está solo —prosiguió, apenas audible—. Hay una mujer con él, ¿captaste su olor?

La presión de los brazos del guerrero se tensó a su alrededor de nuevo, fuera lo fuese que eso significara.

—No, pero claramente vos sí. De todos modos, lo que sea que hayas percibido, ya no está acá.

—Claro que sí, solo que oculta. Él la está protegiendo.

—Más a mi favor. No puedo cuidarte sin saber por dónde vendrá el próximo ataque. No es seguro y sos demasiado importante para el movimiento. El aniquilador no es nada sin su General. Tenemos que irnos ahora mismo.

Un gruñido bajo, casi inaudible, reverberó por el suelo y un instante después, los alcanzó el eco del sonido de alas agitándose. Quien quiera que hubiesen sido esos dos, se habían marchado.

Solo entonces, lo sintió girarla con brusquedad entre sus brazos. Nada más quedar frente a frente, sus piernas se aflojaron y habría caído si no fuese porque él la seguía sosteniendo por los hombros con sus grandes y calientes manos. Sus ojos se clavaron en los de ella, la expresión en su rostro era dura, severa y su mandíbula estaba apretada, tensa. Aun así, le pareció el hombre más hermoso que había visto alguna vez.

—¡¿Qué carajo estás haciendo en medio de la nada con semejante tormenta?! —exigió, sin apartar la penetrante mirada.

¡Dios, eran los mismos ojos que la habían anclado a la vida cuando esta se le escurría, años atrás!

Volvió a estremecerse cuando recordó la confusión y estupor que había visto en ellos y la caricia de la brisa que sintió sobre su rostro con lo que supuso habría sido un intento de consuelo. Entonces, lo supo. No había sido él el culpable de lo sucedido. No podía serlo. Tenía que haber otra explicación. Había leído el miedo en su mirada en aquel momento y volvía a hacerlo ahora. Sus ojos reflejaban temor por ella, por su seguridad. Y aunque no podía aseverarlo, estaba segura de que él había tenido que ver con su milagrosa supervivencia.

—Buscándote.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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