Suya por contrato

Od CaroYimes

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Lily jamás podría decirle que no a su jefe. ¿O era al revés? Více

Rossi
Pacto con el diablo
Amenazas
El comienzo de la guerra
Guerra fría
El arrepentimiento
Escenario sorpresa
Un precio
Los sueños
Complicidad
Rendirse
Celos
Monstruo
Megalodón
Los pedos y el hámster
Primeros sentimientos
Suya por contrato
Suya por contrato, parte dos
Cataratas del Niágara
Pequeño demonio
La subasta
Lobo feroz
La fiebre
Cliché y Nobel
Cuidar mi corazón
Pruebas
Familia, peleas y celos
Pollo frito
Bastones y llamada
Gestos
La chica del momento
En otra vida
Lista de pareja
La madre que no fue
Pedir ayuda
Cinco minutos... o menos
Cosecha
Cita romántica
Sentimientos y alteración
Creer
Ojos tristes
Borrador: segundas oportunidades en la moda
Cinta métrica
El filósofo y lo más valioso
Nueva familia y mesa de acero
Niño asustado y lanzamiento
Arresto y talento
Chiste
Cuarenta minutos
Gallo y mesa
Corazón y mente
El mundo entero
Juego de palabras
Fabulosa, inspiradora y fondo de retiro
Intercambio
El hibrido
Muros elegantes
Confianza y rompecabezas
Tronca y juicio
Carne, sospechas y corazón
Elección
Nueva cláusula
Precoz y lujo
Primero y último
La confianza
La venganza y Rolls Royce
Juicio y veneno
Despedida y gracias

666, el número de la bestia

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Od CaroYimes

Como siempre, a Lily le llegó el arrepentimiento tarde, cuando su jefe ya había sido registrado en fotografías escandalosas que, solo empeorarían el estado de su reputación.

Como si pudiera ser peor.

Entendió que todo se le había salido de las manos. El incendio no estaba entre sus planes, tampoco correr cien pisos con un hombre desnudo y erecto.

Reaccionó más rápido que Christopher y lo agarró de la mano para arrastrarlo de regreso al fondo de las escaleras, donde pudieron refugiarse unos minutos.

Los reporteros estaban más frenéticos que nunca y estaban preparados para atacar al heredero de Rossi con todo.

Cuando se vieron a salvo, con las luces rojas de emergencia tintineantes sobre sus cabezas, se miraron a los ojos y jadearon aliviados al saber que estaban vivos e ilesos.

Christopher miró sus manos enlazadas y, pese a que estaba furioso con ella, le gustó su contacto. Era tibio, delicado y espontáneo.

Por otro lado, a Lily le sobresaltó tanto el contacto que se deshizo de su mano con muecas de repulsión.

—Dios mío —jadeó nauseabunda.

Se horrorizó cuando vio a Rossi cogerse las bolas y la polla con sus manos, refugiándolas como si cuidara a un pobre niño desolado.

Lily se miró la mano con asco cuando supo que la tenía con polla de su jefe y la mantuvo lejos del resto de su cuerpo.

—Eh amo a a a... alola... —Rossi intentó hablar.

Lily lo miró con el ceño apretado.

—Mejor no hable, ¿sí? —le pidió ella amable y trató de pensar.

Se revisó los bolsillos y encontró que tenía su teléfono encima. Le marcó un par de veces a su hermana, pero ella no atendió.

Intentó después con su padre, pero él tampoco atendió. Era tarde y de seguro ya estaban dormidos.

—U-be... U-be... —repitió Christopher cómo pudo y se le chorreó la baba.

—¿Uber? —preguntó Lily, intentando adivinar sus palabras.

Él asintió sobreexcitado cuando por fin pudieron entenderse.

Lily buscó la aplicación en su teléfono y trató de solicitar un coche que los llevara hasta un lugar seguro, pero el problema era que la entrada estaba atestada de reporteros hambrientos y su jefe con la polla endurecida y desnudo.

Lily vestía un saco largo y pensó que, tal vez, a Christopher le quedaría bien. Así que se lo quitó y se lo ofreció para que se lo pusiera en la espalda.

—Tápese un poco —le pidió, ofreciéndole su ropa.

Ella se quedó con un top de tirantes que dejó en evidencia la simpleza de su cuerpo.

Para su sorpresa, Christopher duplicaba su tamaño y el saco ni siquiera le entró por los brazos.

Afligida, Lily se agarró la cara con las dos manos y ahogó un sollozo, porque las ganas de echarse a llorar no le faltaron.

Lo había arruinado todo.

Encontró que tenía un extraño aroma en la mano y chilló enloquecida cuando supo que, ahora también tenía polla en la cara.

—¡Le huele la polla! ¡Qué asco! —gritó enojada y, por más que se limpió la cara con la otra mano, el aroma a bolas lo tenía impregnado en todas partes.

Christopher la miró con aborrecimiento desde su lugar, pero no dejó que sus comentarios insultantes le afectaran.

Con el mentón en alto se sobajeó las bolas y se las olió. Puso una mueca divertida cuando descubrió que sí, que tenía un exquisito aroma a sexo masculino en sus genitales.

Y nada le dio más satisfacción que saber que ahora ella lo tenía también.

A su estilo e indirectamente la había marcado como suya, porque, le gustara o no, era suya por contrato.

—¡No puedo creer que se olió las bolas! —gritó ella, sorprendidísima y mientras pidió el Uber, aceptó que todo lo que le estaba pasando, era el karma vivo dándole su peor golpe.

Mientras escribía la información que la aplicación le solicitaba, de reojo le vio la polla endurecida y engrosada. Estaba ahí, con vida propia. Era un ente independiente del cuerpo de Christopher.

Frunció los labios al entrever que, el conductor de Uber no los aceptaría así, y cuando levantó la vista se percató de que Christopher la estaba mirando con una seductora sonrisa.

E uta, ¿eda? —coqueteó él y la cara de Lily fue un poema.

Rodó los ojos y le miró con saña. Detestaba que él creyera, siquiera, que a ella le causaba algo.

Repulsión le causaba. Solo eso.

Aunque también un poquito de risa.

—Dígale a su monstruo que se calme —le ordenó.

—O uedo —respondió él, cada vez pronunciando mejor.

El efecto de la anestesia empezaba a irse.

—No podemos salir de aquí con esa cosa en pie. —Se lo miró otra vez brevemente—. Soluciónelo o el Uber no va a llevarnos.

Auame —le pidió y la miró con las cejas alzadas.

Lily alzó las cejas también cuando entendió su requerimiento y, aunque le miró otra vez la rigidez, regresó rápidamente a su centro.

No iba a permitirle que la hiciera dudar ni un poquito.

—No me pagan lo suficiente para ofrecerle una paja, señor y aunque me pagaran miles de millones, ni en sueños tocaría sus bolas apestosas —le respondió sarcástica. Christopher se quedó boquiabierto. Nunca lo habían insultado tanto en una sola noche—. Soluciónelo usted solo. Ya está grandecito para enmendar sus errores.

Enojada se dio la media vuelta para que él hiciera lo suyo.

E u uta, u uta. —Él quiso culparla, pero apenas podía pronunciar bien.

Suspiró rendido cuando supo que no tenía otra alternativa. Los reporteros no abandonarían sus trincheras y la única salida era la que tenían al frente.

Maldijo con la lengua torcida y se humedeció las manos para empezar.

Ladeó la cabeza para mirarle el culo a Lily y se masturbó mirándola a ella.

Aunque, claro, ella no lo sabía, porque si lo hubiese sabido, de seguro lo mataba.

Lily lo oyó gemir y se cubrió las orejas con las palmas de las manos. No quería tener esos recuerdos presentes. No quería materializarlo en su mente y soñar con ellos.

A él le encantó como el cabello negro le caía en la espalda, como el tirante de la blusa se le había aflojado por el brazo y pensó en cómo se sentiría saborear ese hombro expuesto, ese cuello... esa boca.

Se corrió cuando pensó en su boca.

Eyaculó salpicando el piso y el muro. Estaba tan excitado y duro que, cuando alcanzó el orgasmo, no se detuvo hasta que un segundo subidón de energía y calentura lo invadió.

—Leleeeee —rugió mientras disfrutaba del placer.

Por suerte ella no lo escuchó, o se habría sentido muy ofendida al saber que le había causado un orgasmo a su jefe.

Cuando terminó se vio empapado por su esencia blanquecina y tuvo que limpiarse las manos en el saco que Lily le había prestado para que se cubriera un poco.

Tras limpiarse como pudo, le tocó el hombro con la punta de los dedos.

Ella se quitó las manos de las orejas y le preguntó:

—¿Ya está listo?

—Sí —respondió Christopher jadeante.

Ella volteó cuidadosa. No quería encontrar al "ente" desmayado y baboso. Para su suerte, el hombre se había envuelto su saco sobre su pelvis.

Le complale uno nuevo —dijo Christopher al ver las muecas de Lily.

Ya más recuperado del efecto de la anestesia.

Lily apenas sonrío. Solo se limitó a ver su saco arruinado con el semen del hombre.

—Era un regalo, de mi madre —musitó ella con mueca compleja.

Christopher recordó lo que antes ella le había dicho de su madre y añadió:

—Entonces supongo que está feliz de que lo arruinara.

Movió la boca y la lengua para empezar a recuperar su sensibilidad.

—Que atrevido es —contestó ella inmediatamente—. Amo a mi madre, es solo que estoy...

No pudo terminar.

Recibieron una notificación del Uber.

Los estaba esperando afuera, frente a las puertas dobles del gran rascacielos.

Se prepararon para salir juntos, a sabiendas de que, tal vez, las cosas no resultarían bien.

Christopher se agarró firme del saco de Lily y ella protegió "El libro" en su pecho.

—A las tres —dijo ella, antes de abrir las puertas de la escalera de emergencias en la que se estaban escondiendo.

El hombre asintió y esperó a que terminara de contar para correr detrás de ella.

El escape fue caótico. Los reporteros se alejaron para fotografiarlos mejor.

Lily luchó por esconder las fachas en las que su jefe iba, pero los reporteros se situaron a cada lado y captaron el momento de forma muy inteligente.

Se lanzaron en el interior del Uber y el conductor supo que estaban en problemas y aceleró por las calles despejadas sin preguntarles absolutamente nada.

El Uber los llevó hasta la casa de Lily. El hombre se recuperó del efecto de la anestesia y se calmó al saber que todo regresaba a la normalidad.

La muchacha le agradeció al conductor por su buena disponibilidad y paciencia, y también por llevarlos en esas fachas y esperó a que su jefe se bajara para continuar ella.

Cuando avanzaron por la calle helada, Christopher vio los números de la casa de Lily.

"666".

—Genial... —suspiró Christopher—. Ahora todo tiene sentido —le dijo mirándola con fastidio.

—¿Qué cosa? —preguntó ella, buscando una forma de entrar sin despertar a sus familiares.

Había olvidado su bolso en el pent-house y no tenía las llaves.

—¡Seis, seis, seis! —gritó él—. ¡El número de la bestia! —le reclamó. Lily lo miró embrollada—. ¡Eres el maldito anticristo! —La acusó.

Lily miró el número de su casa y se largó a reír. Hasta le dolió la panza y se la tuvo que agarrar con las manos.

—¿Usted cree que yo soy el anticristo? —se carcajeó—. ¿Y qué hay de usted? ¡Usted es peor que el diablo!

Él la escuchó resentido, pero su risa le resultó tan contagiosa que se unió a ella y juntos se rieron fuerte en la entrada de la casa de la familia López.

Todo estuvo bien, incluso pudieron sentir la conexión que se negaban a aceptar, hasta que el padre de Lilibeth abrió la puerta y con fastidio los miró de pies a cabeza.

—¿Están borrachos? —preguntó enojado y Lily y su jefe se miraron divertidos y explotaron otra vez en una escandalosa carcajada.

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