|Una memoria perdida|

By AlexisN11

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«En un mundo donde la magia se entrelaza con las emociones, dos almas rotas luchan por desentrañar el enigma... More

|Nota de autor|
|Apéndice|
|Sinopsis|
|Epígrafe|
|Arte ilustrativo I|
|Introducción: Eco de dolor|
|Capítulo 1: ¿Sueños?|
|Capítulo 2: «Organización»|
|Capítulo 3: Retorno a Kihoi|
|Capítulo 5: Anhelos del alma|
|Capítulo 6: Reminiscencia|
|Capítulo 7: Despedida|
|Capítulo 8: Torneo Anual de Kaha|
|Capítulo 9: Charla de Bienvenida|
|Capítulo 10: Confianza|
|Capítulo 11: Conformación de grupos|
|Capítulo 12: Aprendizaje|
|Capítulo 13: Entre determinaciones|
|Capítulo 14: Revelaciones, parte I|
|Capítulo 15: El Leier de Kaha|
|Capítulo 16: Conexión inefable|
|Capítulo 17: Campeón de Kaha|
|Capítulo 18: Examen de Admisión, parte I|
|Capítulo 19: Examen de Admisión, parte II|
|Capítulo 20: Soluciones desesperadas|
|Capítulo 21: Vínculos|
|Capítulo 22: Afinidades|
|Capítulo 23: Investigación|
|Capítulo 24: Ataque a Kaha|
|Capítulo 25: Leier de Wai|
|Capítulo 26: Ceremonias: Propuesta y Unión|
|Capítulo 27: Destitución, parte I|
|Capítulo 28: Destitución, parte II|
|Capítulo 29: Revelaciones, parte II|
|Capítulo 30: Propuesta|
|Capítulo 31: Leier|
|Capítulo 32: El príncipe heredero de Naldae|
|Capítulo 33: Sospechas|
|Capítulo 34: A través del tiempo|
|Capítulo 35: Caos y desesperación, parte I|
|Capítulo 36: Caos y desesperación, parte II|
|Capítulo 37: Mutuo acuerdo|
|Capítulo 38: Nuevo mundo, parte I|
|Capítulo 39: Nuevo mundo, parte II|
|Capítulo 40: Kihen|
|Capítulo 41: Resistencia de Sarxas|
|Capítulo 42: ¿Esperanza?|
|Capítulo 43: Nuevos soldados, parte I|
|Capítulo 44: Nuevos soldados, parte II|
|Epílogo: Anhelos|
|Datos curiosos|
|Nota final|

|Capítulo 4: Tragedias|

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By AlexisN11

El Ha es el fundamento sobre el cual se construyeron los mundos y se esculpieron los universos que, hoy en día, componen al Na'Sama.

Gran Nación Savva, tierras de Zjarr.

Voraces llamas devoraban una extensión del Gran Bosque Azir, pintando el empíreo con una luminosidad granate que se ensanchaba sin piedad hacia el territorio de Zjarr.

El crepitar del fuego y el crujir de la madera consumida colmaban el ambiente, formando una cacofonía que se mezclaba con los desgarradores gritos de los lugareños y el feroz aullido del viento. El calor sofocante se abatía contra la tierra, provocando que cada respiración fuera un desafío. Las llamas se alzaban con avidez. Estas consumían la belleza del arbóreo, dejando tras de sí una estela de ruina y desolación.

Asimismo, había partículas de cenizas suspendidas en el entorno.

En medio de tal espectáculo, los sobrevivientes, aterrados y desesperados, buscaban refugio y suplicaban ayuda a los soldados que se aproximaban presurosos a su rescate. Allí, una mujer —con el rostro empapado en lágrimas y suciedad— apuntaba a un joven aprendiz que merodeaba la zona.

—¡Estoy segura de que fue él! —exclamó ella con voz entrecortada—. ¡Sus ojos eran rojos como la sangre! ¡Es el culpable!

Los murmullos de la multitud se convirtieron en gritos de condena y las miradas acusadoras se fijaron en el imputado. Los susurros de desconfianza y las acusaciones avivaron la hostilidad y el anhelo de justicia. Consciente de ello, el oficial hizo un gesto decisivo con la mano. Sus hombres se abalanzaron tras el novicio, corriendo entre los escombros.

Con el corazón golpeando en sus pechos, dos jóvenes aprendices intentaban comunicarse, corriendo tan veloz como sus piernas se lo permitían. Mas sus palabras se perdían en el caos ensordecedor del entorno.

La adrenalina se extendía desenfrenada por sus venas.

En lo que avanzaban a través de un paisaje desolado, se mantenían en alerta máxima. Sin embargo, se vieron obligados a detenerse en medio del camino. Fueron acorralados por los guardias.

Aun así, no permitieron que el miedo se apoderara de ellos.

Con el ceño fruncido y los ojos ardientes de osadía, Alraksh apretó la mano de su mellizo, Vine'et. Escudriñó el entorno, evaluando con rapidez las posibilidades y buscando cualquier oportunidad de escape. Su mente calculaba distintas estrategias para huir.

En medio de la tensión, el silencio pesado era roto únicamente por el sonido de su respiración agitada y el paso firme de los soldados que los rodeaban. El general Selvyn, un hombre formidable con un distintivo uniforme marcial, se erguía con altivez. Iba acompañado de un grupo marcial pequeño que permanecían como estatuas de phazite forjado.

Ysira, miren a quiénes tenemos aquí —pronunció el general con una mueca maliciosa y un tono de superioridad—. Los hijos del juez Narak metidos en serios problemas. Parece que a ustedes les encanta causar revuelo de una u otra forma, ¿verdad? Es una verdadera lástima ver cómo desperdician su talento.

Por instinto, Alraksh protegió el cuerpo de su mellizo con el propio. No iba a permitir que los insultos y las acusaciones infundadas los debilitaran, no importaba lo intimidante que fuera la figura de Selvyn frente a ellos.

—Esto es una desafortunada coincidencia, señor —dijo Alraksh, firme—. Además, no tienen ninguna evidencia para detenerlo. No tienen una causa válida.

El general soltó una risa burlona, como si disfrutara de la situación. Respondió con sarcasmo:

—¿No querías decir «causalidad»? —sugirió con una mueca ladina—. Los llaman testigos presenciales, muchacho. Pero no te culpo, ¿qué sabría un simple aprendiz? —Escudriñó a los jóvenes de pies a cabeza—. Dime, ¿acaso no sientes en tus huesos que esto es prueba suficiente?

—¡Pero no fui yo! ¡No lo hice! —La voz del acusado resonó en el aire—. ¡Ella miente!

—¿Y por qué huyen si es mentira? —preguntó Selvyn con voz de advertencia—. ¡¿No ven la gravedad de sus actos?! Ni siquiera su padre podrá protegerlos de las consecuencias.

Alraksh apretó los puños, las uñas se le clavaron en la palma.

—¡No tienen una orden del Jefe de Investigaciones! —exclamó, tratando de que su voz se oyera por encima del bullicio.

—Con orden o sin ella, serán procesados —declaró el general, amenazante.

Sin pensarlo dos veces, Alraksh se lanzó a correr y Vine'et le siguió los pasos, aferrándose a él.

Savva era una Gran Nación laberíntica, repleta de callejones retorcidos en donde los lugareños se perdían si bajaban la guardia. No obstante, los mellizos Narak eran una excepción, fuera de muchos soldados veteranos: conocían cada atajo y rincón de la zona como si fueran extensiones de su propio ser. Se movían con destreza.

—¡No te distraigas! —regañó Alraksh sin detenerse—. ¡O terminarás tropezando!

—¡Lo sé! ¡No necesito que me lo recuerdes! —respondió Vine'et con la respiración entrecortada.

Minutos posteriores, se detuvieron para descansar en medio de un pasadizo oscuro y húmedo. Apoyaron las espaldas contra la pared, tratando de recuperar el aliento. El callejón estaba iluminado por la luz tenue de luminarias mágicas que se filtraba entre los edificios cercanos.

Intercambiaron ojeadas cautelosas, sabían que no podían detenerse por mucho tiempo.

Tras ese soplo, cada segundo de descanso era un lujo efímero: debían decidir su próximo movimiento. Empero, el sudor escurría por sus frentes, mezclándose con el agotamiento y el temor que los envolvía. El miedo nublaba su juicio, entorpeciendo el análisis apropiado de opciones.

—¿Todavía nos siguen? —susurró Vine'et con la voz temblorosa.

Alraksh encogió los hombros en respuesta y, tras unos minutos de descanso, escaló con destreza una pared agrietada hasta llegar a la cima. Desde allí, su vista se encontró con la extensa columna de humo que se elevaba desde la zona afectada. Inhaló hondo, asegurándose de que no hubiera soldados en los alrededores, nada más nativos alterados por la situación.

De un ágil salto, descendió de la pared y se aproximó a Vine'et.

—¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? —examinó.

—Estoy bien, Al —expresó Vine'et, manteniendo la calma—. ¿Y tú?

—Lo importante es que los hemos perdido de vista por ahora —dijo Alraksh, inhalando una bocanada de aire fresco y sacudiendo su ropa—. Será mejor encontrar a zerath y que interceda por nosotros ante el Leier Dare. Él podrá aclarar este malentendido antes de que esos incompetentes nos encuentren de nuevo. Pero debemos ser cuidadosos.

—Lo sé... —Vine'et no terminó esa frase porque su voz quedó atrapada en su garganta.

Alraksh se fijó en la pared agrietada frente a ellos.

—Vin, ¿qué diablos pasó allí? —preguntó, inquieto—. ¿Cómo supiste que tenían control sobre ese sujeto?

Vine'et se tomó un momento para reflexionar, tratando de desentrañar los misterios de su propia intuición. Dejó escapar un vaho de aliento que le proporcionó cierta calma, antes de hablar:

—No estoy seguro. Tal vez saberlo es parte de mi poder. Pero eso no importa, debemos encontrar a zerath —declaró, apoyando las manos en sus piernas e inclinándose hacia delante, como si el peso del conocimiento fuera demasiado para soportar—. ¿Vamos?

Se apresuraron a salir del callejón, con pasos sigilosos y sus ojeadas furtivas.

—No te quedes rezagado —pidió el mayor.

Vine'et asintió y se adentraron en un sendero poco transitado. A pesar de su cautela, en un momento de distracción, chocó con un nativo que corría en dirección opuesta.

El impacto fue suficiente para desequilibrarlo y hacerlo caer al suelo. Antes de que pudiera reaccionar para continuar huyendo, unas cadenas hábilmente arrojadas por un soldado de Zjarr, cubiertas con Ha, se enroscaron alrededor de su cuerpo, aprisionándolo. En cambio, ajeno a lo sucedido, Alraksh continuaba avanzando con prisa, empujado por la multitud de nativos que lo rodeaban.

Hasta que un ligero presentimiento lo hizo detenerse en seco. Una inquietud creció en su interior, una sensación de que algo andaba mal.

Giró la cabeza en busca de su hermano y lo que vio lo dejó paralizado. Su corazón comenzó a latir desbocado en su pecho, una mezcla de miedo y angustia afloró en sus luceros, transformando sutiles gotas en pequeños ríos que surcaban sus mejillas. Su instinto le suplicaba ir en auxilio de Vine'et, pero sus piernas no reaccionaban.

—¡Suéltenme! —exclamó Vine'et, con voz entrecortada y desesperación evidente—. ¡Les dije que no fui yo! ¡Esto es ilegal!

El general Selvyn se colocó al lado de joven aprehendido, mostrando una expresión fría y autoritaria. Sus subordinados lo rodearon, listos para llevarlo ante el Consejo y que enfrentara las acusaciones. A pocos metros de distancia, Alraksh se sentía impotente, su corazón se rompía en mil pedazos en lo que observaba la escena con indignación contenida.

—¡Vine'et Narak, comparecerás ante el Consejo! Tenemos suficientes pruebas para detenerte y procesarte —declaró el general, con tono triunfante—. Y también iremos por Alraksh, podría ser cómplice.

Los soldados asintieron.

—¡No! ¡Al! —Vine'et luchaba por mantener la compostura, aunque sus perlas carmesíes reflejaban la tristeza y el temor—. Aléjate...

Paralizado por las palabras finales, Alraksh debatió entre obedecer o no mientras el tiempo parecía detenerse. Sin poder exteriorizar su Ha, era complicado idear un plan para ayudar a su hermano. Con las manos tensas, masculló una maldición. Sus opciones eran escasas: huir para ayudar a su mellizo desde fuera o quedarse y ser capturado con él.

Debía actuar rápido.

A pesar de las dudas, la huida se presentaba como la única vía para un futuro posible. Sin embargo, la idea de abandonar a Vine'et y vivir con la culpa lo atormentaba. Resopló y mantuvo sus ojos fijos en este durante largas fracciones de segundo.

—¡¿Qué diablos esperas?! ¡Vete! —gritó Vine'et con el ceño fruncido.

—Volveré por ti, lo prometo —susurró Alraksh para sí mismo.

Sin dudar, reanudó su camino con urgencia, sin atreverse a volver la mirada por encima de su hombro.

—¡No permitan que escape! —escuchó el general a cargo, el eco de su voz resonaba en el aire enrarecido.

El corazón de Alraksh latió con una furia incontrolable mientras se impulsaba a moverse sin parar. Cada paso lo alejaba más de Zjarr y lo adentraba en las abandonadas tierras de Ljiurt, donde la naturaleza parecía retener el aliento y los susurros del viento llevaban consigo el eco de antiguas tragedias.

Cuando estuvo convencido de que los soldados dejaron de perseguirlo, se permitió un breve respiro. El aire que atestó sus pulmones era diferente, menos saturado. Solo, entre árboles inertes, golpeó un tronco, haciendo crujir sus ramas en el entorno Su grito rompió el silencio. Exhausto, se dejó caer de rodillas con sus manos temblorosas apoyadas en la árida tierra.

Las lágrimas se acumularon en sus párpados inferiores, a la vez que su pecho se alzaba y caía con cada respiración intermitente.

Afligido por dudas, sabía que el lamento era inútil.

¿Cómo aliviar la carga que lo sofocaba, cómo luchar contra la injusticia, cómo buscar redención cuando su hermano había sido condenado sin motivo?

Etapas previas, todo marchaba bien.

Dejaron el Gran Bosque Azir tras un entrenamiento con su padre, pues Vine'et deseaba unirse a los futuros soldados de Zjarr. Pero después de hacer una parada en medio del camino, las acusaciones cayeron sobre su mellizo. ¿Por qué se detuvieron? ¿Por qué no ignoraron la situación y siguieron con sus propios asuntos? Eran preguntas que rondaban su mente. Luego, recordó las palabras exactas de su hermano: "Algo anda mal. Lo están controlando".

Fue después de tropezar con un sujeto que mostraba un semblante perdido y ensombrecido.

El joven Narak se cubrió el rostro.

Una punzada indescriptible se apoderó de su pecho. Inhaló hondo, convenciéndose de que podría conversar con su padre para que interviniera. Aunque una parte de él sabía que regresar a Savva no era una opción: sería arrestado. Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no se percató de que un viajero se acercaba a él con pasos cautelosos.

—Niño, ¿qué haces aquí? —curioseó el individuo con voz apacible, deteniéndose por un momento.

Alraksh se sobresaltó al escuchar aquella profunda voz. Se giró, buscando al dueño, sus ojos se toparon con la figura regia de un encapuchado que vestía con ropajes raros y desconocidos. Si bien su aspecto era desconcertante, algo en su mirada transmitía serenidad y confianza. Contrayendo el ceño y retrocediendo, se respiración se agitó más.

—No es asunto suyo —gruñó con tono trémulo, limpiando el rastro salado de su rostro con el dorso de la mano—. Por favor, déjeme en paz.

El encapuchado no se dejó disuadir. Con paso tranquilo, se aproximó y luego se agachó a su lado.

—Alraksh —llamó, gentil—, no debes preocuparte. Tu hermano estará bien.

—¿Y qué sabe usted? —La confusión y el miedo se reflejaban en los oscuros luceros del antedicho, luchando por comprender cómo ese extraño podía dar tal afirmación—. ¿Fue testigo del incidente? ¡No! —exclamó, señalando con vehemencia hacia el suroeste—. ¡No hable con tanta ligereza cuando no sabe lo que ocurrió allí!

El individuo mantuvo la calma, sin inmutarse ante la ira y la desesperación ajena.

—Sé que tu hermano es inocente; estará bien —afirmó—. Confía en mí.

Alraksh se levantó del suelo, sacudiendo el polvo de su ropa y observando al desconocido con los ojos entrecerrados.

Con un gesto lento y deliberado, el viajero se despojó de su capucha, revelando su rostro. La tensión de Alraksh se esfumó ante la mirada heterocromática, que transmitía una comprensión y compasión indescriptibles. Detalló la cicatriz que atravesaba el ojo izquierdo del otro y, por fugaces latidos, su dolor se desvaneció. Se maravilló de cómo una sola mirada podía transmitir tanta serenidad.

Con el atardecer pintando el cielo, el joven Narak se armó de valor para enfocarse en el viajero con el bañado por el último destello de luz. Centró la atención en el ojo izquierdo del extraño, admirando el patrón que lo atravesaba.

—¿Es un sello? —inquirió Alraksh, dejando caer sus defensas y volviendo a sentarse en el suelo—. ¿Por qué lo tiene?

El foráneo curvó una comisura hacia arriba.

—Uno distintivo y único, ¿no te parece? —respondió con voz suave y pausada.

Alraksh asintió sin demora, tomando nota de la respuesta mientras seguía atendiéndolo con moderación.

—Supongo... No parece ser de estas tierras —apuntó, entrecerrando los ojos—. ¿Es de otro continente? ¿Minaret, tal vez?

—Eres muy perspicaz. Duránce, de las tierras de Naldae —confesó, elevando las comisuras de sus labios.

—¿Y qué le sucedió? —preguntó Alraksh, dejando escapar su curiosidad—. Una monarquía tan pequeña como Naldae no tiene precedentes de nativos que vivan en las Grandes Naciones o de alianzas con el Consejo Supremo. Está demasiado lejos, diría yo. Además, no lleva ropas distintivas, ni siquiera de un legionario. Algo malo debió haberle ocurrido para ocultar parte de lo que nos representa como Aisures.

»¿Puedo preguntar qué fue?

—Demasiado astuto para ser tan joven —repitió, interesado—. Al igual que ustedes, me vi obligado a abandonar mi tierra de origen debido a los problemas causados por el actuar egoísta de otros Aisures —comentó, inclinando la cabeza a un costado—. Tu hermano y tú fueron uno de esos desafortunados casos. Sé que ambos son fuertes y podrán superarlo hasta que encuentren una solución. Pero antes, necesitas prepararte adecuadamente. ¿No crees?

—Haré lo que sea por Vin... —alegó. Contrajo la frente con sutileza y desvió la mirada hacia el suelo—, mas sé que tiene razón. No conseguiré nada de esta manera, pero ¿qué se supone que debo hacer? Volver a Zjarr no es una opción a considerar.

El viajero se puso de pie.

—Lo primero es dejar de lamentarte por un evento que ninguno de ustedes pudo controlar ni evitar —aconsejó el individuo, volviendo a cubrirse el rostro con la capucha—. La vida es un constante ciclo de enseñanza y aprendizaje, joven. Aprovecha esta experiencia y hazte más fuerte, no únicamente para ayudar a tu hermano, sino también a quienes lo necesiten en el futuro. Ve hacia el norte y sabrás cuándo estés en Ljure, luego continúa hacia el este. Llegarás a Kihoi en unos días.

»En segundo lugar, instrúyete tanto como puedas. Concéntrate en los sellos.

Alraksh elevó la mirada, curioso por la última petición.

—¿Por qué? —consultó.

Sin pronunciar nada más, el desconocido dio la vuelta, marchándose.

La suave brisa acariciaba el rostro de Alraksh. Pronto, el silencio se instaló en el entorno, interrumpido por el suave crujido de las hojas secas bajo sus pies. Sintiendo un impulso incontrolable, se puso de pie con urgencia.

Con los puños apretados, se lanzó hacia delante y respiró profundo antes de llamar al foráneo.

—¡Espere! ¡¿Cuál es su nombre?!

El viajero se detuvo, le dirigió una ojeada por encima del hombro. Aunque persistía en su mudez, una amable sonrisa fue suficiente para transmitir una sensación reconfortante.

Alraksh sintió cómo el corazón se llenaba de emoción al contemplar la expresión que le recordaba a la calidez y ternura de su madre Kirie. Sin embargo, pronto se percató de que el sujeto no tenía la intención de revelar nada que lo identificara.

El viajero retomó su camino y se alejó, desapareciendo en la distancia.

Región Vikeesh, tierras de Kihoi.

Después de largas y agotadoras jornadas, Alraksh se detuvo en la cima de una pequeña colina que ofrecía una vista panorámica del extenso Gran Bosque Azir y del río Han, que fluía hacia los dominios de Kihoi. Sus luceros se cristalizaron mientras contemplaba el vasto horizonte.

Una brisa fresca y reconfortante acompañó el cálido sentimiento que se instaló en su pecho, indicándole que había tomado la decisión correcta al alejarse de Savva. Después de todo, no era como si los soldados de Zjarr se acercaran hasta Kihoi para arrestarlo sin pruebas o sin una orden del Jefe de Investigaciones. Sería arriesgado a exponerse, al menos, después de aprehender a Vine'et ilegalmente.

Alraksh mantuvo la cabeza en alto mientras se dirigía hacia la entrada principal del sur de Vikeesh,

Se detuvo detrás de algunos Aisures, presentó su identificación correspondiente y entró sin ningún problema. Incluso cuando le preguntaron el motivo de su visita, mencionó que era para asistir a la Charla de Bienvenida y presentar una solicitud, lo cual no suscitó ninguna objeción. Avanzó decidido por las calles de pedralma, adentrándose cada vez más en el corazón de tales dominios.

Al llegar a las oficinas gubernamentales, se detuvo frente a los soldados que resguardaban la entrada, con sus uniformes relucientes bajo la luz solar.

—Por favor, necesito hablar con el jerarca de Kihoi. Es de vital importancia.

El guardia de mayor rango lo miró con indiferencia, sin mostrar el más mínimo rastro de compasión.

—No. Requieres cita previa o un comunicado oficial. Se mantienen reglas y protocolos. Además, el jerarca está ocupado con asuntos cruciales en estos momentos. No puede distraerse con cuestiones menores —respondió con voz autoritaria, su tono dejaba claro que no había cabida para negociaciones.

Alraksh se sintió desalentado ante la negativa. Incluso consideraba aprovechar la posición social de su padre para presionar al soldado. Empero, decidió que era mejor alejarse y evitar confrontaciones innecesarias.

No tenía energía ni ánimos para intentarlo. En su lugar, buscó una manera de contactar a su progenitor y solicitarle una carta de recomendación para la prestigiosa Gran Academia de Kihoi. Con esperanza en su corazón, aguardó por una respuesta, que llegó después de varias etapas.

Por fortuna, el sobre contenía no sólo la carta solicitada, sino también un par de hionfars, la moneda de mayor valor comercial. Meditó durante un buen tiempo antes de enviar una contestación. Fue cauteloso al redactar su mensaje, evitando revelar detalles que lo delataran.

Antes de partir en busca de un lugar adecuado en el cual hospedarse, fue interceptado por el Jefe Drishti.

—Alraksh Narak, ¿me concederías un momento para hablar? —preguntó Drishti, extendiendo una mano hacia él. Cuando el referido, asintió dubitativo, hizo un ademán—. Por favor, sígueme.

El distinguible hombre lo guio regreso a la edificación gubernamental. Tras registrarse con el guardia de turno, que lo miró con cierta molestia, ascendieron hasta llegar a su despacio.

Al ingresar, Alraksh contempló al Leier Khann Sedus, sentado en un amplio y antiguo sillón aterciopelado. Así que tomó asiento a un costado de este, mientras el Jefe de Investigaciones se ubicaba frente a ambos.

—Sabemos que tu padre ocupa un alto cargo en el Consejo, por lo que nos sorprende que hayas llegado a Kihoi por tus propios medios y no acompañado por él —resaltó el mandatario Sedus, cruzando una pierna sobre la otra y apoyando las manos en el regazo—. Dado que debemos cumplir con los protocolos establecidos por las leyes, nos gustaría hacerte algunas preguntas concretas.

—¿Sobre qué? —cuestionó el más joven, apretando las manos con el corazón acelerado.

—Estamos al tanto de lo sucedido en Zjarr con Vine'et —intervino Drishti—. Te conozco lo suficiente como para saber que no lo abandonarías a su suerte —aseveró—. Y como mencionó el Leier Sedus, llegaste a Kihoi por tus propios medios. ¿Por qué? ¿Dónde estabas cuando el ataque a Zjarr comenzó?

Alraksh intuyó que un evento así ocurriría; no obstante, no esperaba que sucediera tan pronto.

Su conocimiento sobre el poder de los miembros de la casta Kieran era limitado, pero no escaso. Vine'et le había enseñado una manera de pasar desapercibido ante aquellos ojos carmesíes, que estaban llenos de desconfianza. Sabía que no podía mentir con deliberación, de lo contrario, sería descubierto Se armó de valor y habló:

—Salía del Gran Bosque Azir.

—¿Qué hacías allí? —prosiguió el Jefe Drishti, suspicaz.

Zerath suele ayudarnos a entrenar en los alrededores —reveló, paciente—, y era su descanso.

—Si estabas con tu padre, ¿dónde está él?

Alraksh lanzó una ojeada fugaz al mandatario y, enseguida, la regresó a su pariente.

—Los rumores, como sabrá, se propagan a gran velocidad —indicó Alraksh con una ligera mueca en los labios, cruzando los brazos—. Tuvo que atender dicho asunto cuando supo que estaban acusando a Vin. Así que continué sin él. Puede corroborarlo si lo desea.

—Entiendo... —pronunció Drishti en un murmullo—. ¿Y cómo conseguiste el camino a través del Gran Bosque Azir? Muchos se pierden con facilidad.

—Un hombre me dijo cómo llegar.

—¿Alguien que conoces? —curioseó Sedus, interesado.

Alraksh negó con vehemencia.

—Descríbelo —ordenó Drishti, receloso.

—No recuerdo su apariencia con exactitud —respondió en total sinceridad—. Pero su presencia irradiaba una paz indescriptible. Sus ojos eran inusuales, heterocromáticos, y tenía cabello blanco. Largo, muy largo.

—Ojos inusuales y cabello blanco —repitió el Jefe Kieran en voz alta, tomando notas.

—Eso es todo, estimado Alraksh. Gracias por tu cooperación —dijo el Leier Sedus, gesticulando una mano hacia la puerta—. Puedes regresar a tus quehaceres. Haremai.

El mencionado se colocó de pie y se retiró tras realizar una respectiva reverencia hacia los Aisures de alto estatus social.

—¿Por qué tan taciturno? ¿Hay algo incorrecto con su declaración? —indagó el jerarca cuando la puerta sonó al trancarse.

—No lo sé. ¿Cómo acusaron a Vine'et si estaban en las intermediaciones del Gran Bosque Azir? —inquirió el Jefe de Investigaciones, masajeándose las sienes—. Además, por si fuera poco, el Leier Rahidar Dare ni siquiera se ha contactado conmigo para proporcionarme los detalles del caso. No emití una orden para que Vine'et fuera detenido. Ni siquiera me han informaron de nada.

—Supongo que actuó por miedo; ¿alguna hipótesis en mente.

Drishti movió la cabeza de un lado a otro.

—En cuanto a Vine'et, no. Respecto a la confesión de Alraksh... Verá, hace mucho que no escucho sobre alguien con cabello blanco —musitó, observando al superior de reojo—. Después de la declaración de Khrizira Cedyr, investigué sobre ello: centenares de ciclos lunares antes de la Segunda Guerra de Exterminio, en una tierra monárquica, se exponía que la familia noble ostentaba, en su genética, cabellos tan blancos como la nieve pura. Empero, ya no queda nadie de ese linaje con vida.

»Se rumoreaba que fueron asesinados en un golpe de poder durante el mandato de un rey —continuó—. Aunque tampoco existen retratos que den fe de sus apariencias. Los antiguos investigadores no registraron nada al respecto, así que esa no es una opción muy viable.

—Bueno, supongo que los orbes y el Ha aún ocultan secretos que nos son desconocidos en este Lado de la Existencia —dijo Sedus con un tono alegre.

Drishti afirmó.

¡Muchas gracias por apoyar y leer!

Ha: Aliento de vida (sistema mágico).

Ysira: Una expresión de confusión o desconcierto.

Zerath: Es una forma cariñosa de decir «papá».

Hionfar: Moneda de más altovalor, creado con scintorin (un mineral costoso).

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