Contrato de Matrimonio

Galing kay avalonger

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Dónde Harry y Draco se ven obligados a fingir un matrimonio. Colección: Pármeno (#2) - 35 capítulos. - relaci... Higit pa

Contrato de Matrimonio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32

Capítulo 28

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Galing kay avalonger

Una vez en el pasillo, Sirius nos cortó el paso. Me miró con el ceño fruncido.

—Os he oído desde la puerta, Draco.

—Muy bien.

—Me he enterado de casi todo.

Bajé la mirada, ya que la suya era demasiado intensa como para sostenérsela.

—Me has mentido. Le has mentido a mi familia.

—Sí.

—Y Harry también.

Levanté la cabeza enseguida.

—Porque lo obligué, Sirius. Detestaba hacerlo. Detestaba tener que mentir desde el principio, pero en cuanto os conoció, lo detestó con todas sus fuerzas. —Di un paso hacia delante—. Lo hizo para asegurarse de que Penny recibía los cuidados necesarios y que tuviera un hogar seguro. Se… se encariñó de ti, de todos vosotros, y esta farsa lo estaba carcomiendo. —Me aferré la nuca y masajeé los músculos en tensión—. Creo que es el principal motivo de que se haya marchado. Ya no soportaba más mentiras.

Sirius se inclinó y me dio un tironcito en el brazo. Me solté la nuca y le permití que me tomara la mano.

—¿Todavía era todo una mentira cuando se fue?

—No —respondí—. Lo quiero. Estoy perdido sin Harry. —Miré a Remus y luego a él—. Por eso tenía que contároslo. Necesito hacer borrón y cuenta nueva, independientemente de lo que suceda. Necesito que comprendáis que la culpa es solo mía. No de él. Si me voy de la ciudad y él vuelve, espero que lo perdonéis. No tendrá a nadie.

Sirius sonrió.

—Has madurado, Draco. Antepones el bienestar de Harry a todo lo demás.

—Debería haberlo hecho desde el primer momento.

Me dio un apretón en la mano.

—Busca a tu esposo. Cuéntale la verdad. Creo que te darás cuenta de que no eres el único que anda perdido.

Sentí una opresión en el pecho. Quería creer… quería creer que él también estaba enamorado de mí. Que había huido porque necesitaba averiguar cuál sería el siguiente paso. Tenía que encontrarlo para hacerle ver que no tenía que darlo él solo.

—Es lo que quiero.

Remus habló en ese momento.

—Pues trabaja para conseguirlo. Gánatelo. Pon en orden tu vida personal. Cuando lo hagas, ya hablaremos de tu vida profesional. A partir de este momento, estás de vacaciones hasta que volvamos a hablar. No estás despedido, pero tu futuro queda en el aire.

—Lo entiendo.

Esperaba que me despidiera en el acto. Que me echara a patadas de su casa. Daba igual el resultado o lo duro que fuese, una discusión en el futuro era más de lo que merecía.

—Gracias —dije con sinceridad.

—Te llevo a casa.

Lo seguí al coche mientras pensaba que, sin Harry, ya no era mi casa. Era el lugar donde dormía. Allí donde él estuviera en ese momento era mi casa. Junto a él.

Tenía que encontrarlo y llevarlo de vuelta. Solo entonces volvería a ser un hogar.

●●●

Después de que Remus me dejara en casa, deambulé por el apartamento sin saber por dónde empezar. En la mesita auxiliar estaba la carpeta con las muestras de color de Harry y las ideas para remodelar el piso. Había añadido la lista para mi dormitorio, y en sus bocetos se incluían la redistribución de los muebles y el cambio de color de las paredes.

Tenía mucho talento. Me había dado cuenta, pero nunca se lo había dicho aunque debería haberlo hecho. Tendría que haber compartido con él muchos pensamientos.

Dejé la carpeta en la mesita auxiliar. Cuando lo recuperase, hablaríamos de todos los cambios que quisiera hacer en nuestro dormitorio. Podría hacer lo que quisiera con todo el apartamento; mientras él estuviera allí, bienvenidos fueran los cambios.

Pero lo primero era encontrar a mi marido.

Fui a su dormitorio y saqué una caja del estante que había en el armario. Sabía que contenía documentación legal de Penny y de él. Me senté en el diván y abrí la carpeta, desterrando el sentimiento de culpa. Eran sus objetos personales y tenía la sensación de que no debería revisarlos sin su permiso.

Sin embargo, no me quedaba alternativa.

Una hora más tarde, lo devolví todo a la caja mientras la cabeza me daba vueltas. Harry era realmente bueno con la contabilidad. Acababa de comprobar lo cerca del umbral de la pobreza en que había vivido. Que cada centavo que había ganado lo destinaba a Penny y a su cuidado.

Había comprobado cómo los gastos aumentaban muchísimo mientras que sus ingresos apenas lo hacían. Había reducido sus gastos personales al mínimo, se había mudado a un sitio más barato y había gastado lo imprescindible en el día a día.

Al recordar cómo lo había tratado en la oficina, lo que había tenido que aguantar a diario, cómo me había burlado de sus escasos almuerzos… me sentí fatal.

La vergüenza, punzante y abismal, me abrumó al pensar en todo lo que había hecho, en cómo le había hablado. El hecho de que lo superase, de que me perdonase, era un milagro.

Cerré la caja. Aunque ya sabía más cosas de su vida y del amor incondicional que había sentido por Penny, la caja no contenía pistas acerca de su paradero.

Saqué las dos cajas sin abrir de la parte inferior del armario y las revisé en busca de pistas. Sin embargo, horas más tarde, me aparté, derrotado. Contenían varios objetos personales: proyectos escolares, boletines de notas, algunos objetos coleccionables, unas cuantas fotos familiares y recuerdos de su época de adolescente.

Eran recuerdos que significarían mucho para él, pero que para mí no significaban nada y que no contenían nada que pudiera llevarme hasta él.

Lo devolví todo a las cajas y me levanté, cansado pero decidido. Eché un vistazo por la habitación antes de empezar a revisar los cajones, las estanterías y el cuarto de baño. Repasé las fotografías que había en los estantes, examiné los objetos decorativos y acaricié los lomos de los libros. Dudaba mucho de que su lectura preferida me diera pistas.

Apagué la luz y bajé las escaleras. Me serví un whisky y me sorprendí al darme cuenta de lo tarde que era.

Me fui a la cocina, pero no tenía hambre. Tomé una manzana y la mordisqueé mientras me sentaba frente a la barra. Mi mente lo recordó en la cocina, preparando una comida impresionante. Recordé su risa y cómo se burlaba de mí cuando protestaba porque la cena estaba tardando mucho.

«Paciencia, Draco. Los que esperan con paciencia reciben su recompensa», dijo él mientras se reía entre dientes.

Cerré los ojos. No podía ser paciente a la hora de buscar a Harry.

Solté la manzana a medio comer. Me fui al despacho, encendí el ordenador y busqué una dirección de correo electrónico a su nombre; claro que no me sorprendió no encontrarlo. Empecé a beber el whisky con la vista perdida.

Me encantaba que fuera al despacho y se sentara delante de mí. Yo le enseñaba el proyecto en el que estaba trabajando, y sus comentarios siempre eran positivos y útiles.

¿Cómo no me había dado cuenta de lo mucho que se había integrado en mi vida?

Cuando hicimos el acuerdo, las líneas estaban bien definidas. Poco a poco, se habían difuminado hasta que dejaron de existir. Se convirtió en algo tan natural como el respirar: yo lo veía cocinar, él me hablaba por encima del escritorio, yo me sentaba junto a él mientras veía la televisión… incluso el besito que me daba en la cabeza cuando subía a acostarse. Se había convertido en parte de la rutina diaria, de la misma manera que yo comprobaba sin pensar que mi puerta estuviera abierta para que me oyese roncar.

Me había enamorado de él creando, poco a poco, rutinas insignificantes, pero positivas. Poco a poco, Harry había reemplazado las negativas hasta que ya no quedó ninguna, y solo bastaba con ser él mismo.

Gemí y eché la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo.

Necesitaba que volviera.

●●●

A primera hora del día siguiente, tras otra noche sin pegar ojo, me llevé las cajas de la residencia al dormitorio de Harry. Las había guardado en la habitación que usaba de almacén, a sabiendas de que él no estaba preparado para lidiar con el contenido tras la reciente muerte de Penny.

Todos sus cuadros y sus dibujos, así como otras obras de arte, estaban guardados en las cajas, y allí seguirían hasta que Harry decidiera qué hacer con ellos.

La primera caja contenía un montón de figuritas y de recuerdos que habían estado en la habitación de Penny. Los volví a guardar con sumo cuidado y aparté la caja. La siguiente estaba llena de fotos y de álbumes. Pasé un tiempo repasando los álbumes.

En ellos, vi la vida de Penny en imágenes en blanco y negro que, poco a poco, dieron paso al color. El último álbum que abrí fue el de la época en la que Harry llegó a su vida: un adolescente delgado y asustado, con unos ojos cuya expresión era demasiado madura para esa cara.

A medida que pasé las páginas, Harry fue cambiando: creció, ganó peso y redescubrió la vida. Me sorprendí por la cantidad de fotografías que vi de ellos en restaurantes, rodeados de una multitud de personas sentadas a la misma mesa, todas sonrientes.

Sonreí al ver las fotografías hechas en la playa, donde Harry aparecía con la vista perdida en el horizonte mientras las olas rompían en la orilla o escarbando en la arena en busca de almejas, con un cubo medio lleno a su lado.

El álbum terminaba dos años atrás, y supuse que ese fue el momento en el que Penny enfermó. Recordé que había varios álbumes de fotos en la estantería y decidí repasarlos también.

Por fin abrí la tercera caja, que contenía algunos libros muy leídos y varios objetos. En el fondo de la caja había un montón de libros negros, con las páginas desvaídas y los lomos muy marcados. En la portada de los libros había una etiqueta con la fecha, escrita con la letra inclinada de Penny. Abrí uno y hojeé las primeras páginas hasta darme cuenta de lo que tenía entre manos.

Los diarios de Penny.

Había diez diarios, en los que se documentaban diferentes épocas de su vida. Di con el diario que correspondía al año en el que encontró a Harry y empecé a leer.

Muchas cosas cobraron sentido por fin. Sabía que su marido era chef y por fin entendía las fotografías que había visto. Harry y ella trabajaban con uno de los amigos de Burt, también chefs, y una vez completado el trabajo, se reunían para comer.

Mi Harry ha aprendido hoy una nueva receta de Mario. Verlo trabajar con él me ha llenado el corazón de felicidad, lo mismo que oír su risa y ver cómo la tristeza desaparecía mientras manejaba el cuchillo y removía la sopa. ¡Han servido su salsa marinara en el banquete de bodas! ¡Mario no dejaba de decir que era mejor que la suya! Y, después, cuando la probé durante la cena, tuve que darle la razón.

Esta noche, mi Harry nos ha dejado de piedra con su solomillo Wellington. Estuvo trabajando durante horas con Sam y todo lo que comimos después de la cena fue obra suya. Burt lo habría adorado y se habría sentido muy orgulloso. Yo lo estaba.

Me di cuenta de que estaba sonriendo. Con razón era un cocinero tan bueno. Durante años había estado trabajando con profesionales, que le habían ofrecido clases particulares a cambio de su ayuda.

Pasé la página y me encontré con otra entrada corta.

¡La semana que viene me llevo a Harry a la casita! Podemos quedarnos sin pagar si trabajamos unas horas limpiando el resto de las casitas de alquiler. ¡Se puso loco de contento cuando se lo dije!

Harry me había dicho que no tenían mucho dinero y que Penny siempre había hecho que el trabajo pareciera divertido. Esa increíble mujer había empleado todos los trucos imaginables para darle a Harry cosas que no podía permitirse. Le había enseñado a Harry que si trabajaba duro, obtendría su recompensa.

Cenar en un restaurante a cambio de trabajar de camarero o disfrutar de una casita de alquiler a cambio de hacer camas era un respiro de la vida en la ciudad y así tenían recuerdos que compartir.

Miré los diarios que había esparcido por el suelo. Sabía que contenían más historias de Penny y de su vida. Quería leerlas todas, pero tendría que dejarlo para otro momento. Tenía que concentrarme en su vida con Harry y rezar para que me ofrecieran una pista.

A mi Harry le encanta la playa. Se sienta durante horas en la arena, dibujando o contemplando el paisaje, en absoluta paz. Me preocupa que pase tanto tiempo solo, pero insiste que así es como se siente más feliz. Sin los ruidos de la ciudad, sin estar rodeado de gente. Tengo que encontrar la manera de traerlo de nuevo.

He hablado con Scott y podemos volver a mediados de septiembre. Tendré que sacar a Harry del colegio, pero sé que recuperará el tiempo perdido porque es muy listo. El complejo turístico no está tan lleno en esa época, pero sigue haciendo buen tiempo y la casita estará libre. Lo sorprenderé con esa noticia en su cumpleaños, justo antes de que nos vayamos.

Las entradas continuaron. Una sucesión de recuerdos acerca de la casita, de la playa, de las dotes de Harry como cocinero, de cómo iba creciendo… Mucha información, pero no la que yo necesitaba.

Estuve tentado de llamar a Remus, de decirle que creía que estaba en una casita de alquiler y de suplicarle que me diera el nombre, pero estaba convencido de que me diría que siguiera buscando.

Cerré el diario y me froté los ojos. Llevaba leyendo más de ocho horas y solo me había movido para encender la luz cuando las nubes comenzaron a tapar el sol y para prepararme un café. La única pista que tenía era la casita que Penny había mencionado y a la que iban todos los años y el nombre de pila del propietario: Scott.

Por desgracia, no encontré el apellido ni, lo que habría sido mejor todavía, el nombre del pueblo o del complejo turístico donde se situaba la casita.

Extendí el brazo y tomé los álbumes de fotos que contenían las fotografías de Harry y de su vida en común. Repasé las fotos de la playa, para lo cual las saqué del álbum, convencido de que eran de la misma playa, si bien se habían hecho en épocas distintas. No encontré pista alguna en las fotos ni tampoco nada escrito al dorso que pudiera ayudarme.

Tras soltar un largo suspiro, me dejé caer en el diván y eché un vistazo por la habitación. Por primera vez, deseé ver un espantoso recuerdo turístico con el nombre del pueblo pintado bien grande entre sus libros.

Ladeé la cabeza y me di cuenta de que había algo raro en el último estante. Los dos últimos libros no tenían nada escrito en el lomo. Eran altos y delgados. Miré la pila de diarios que había en el suelo y luego examiné una vez más los de la estantería. Eran exactamente iguales.

Me levanté del diván y tomé los libros. Harry llevaba un diario o, al menos, lo había llevado. Miré las fechas y lo hojeé de la primera a la última página. Lo había empezado a escribir un año después de irse a vivir con Penny, y los libros le habían durado cinco años. Sus diarios no eran tan meticulosos como los de Penny. Había pensamientos abstractos, algunos pasajes más largos e incluso alguna que otra postal entre sus páginas. También había bocetos, dibujos pequeñitos de cosas que le habían gustado.

Recé una breve oración antes de abrir el primero. Necesitaba una pista, un nombre, algo que me ayudase a encontrarlo.

El tiempo se detuvo mientras leía sus palabras. Descubrí que era incapaz de dejar de leer. Sus breves entradas estaban impregnadas de su esencia; era como si lo tuviera delante y me estuviera contando una de sus historias.

La profundidad de su amor por Penny, la gratitud que sentía por el amor incondicional y por el hogar que Penny le había brindado era patente. Describió sus aventuras, incluso conseguía que buscar botellas y latas sonara interesante. Describió las cenas con los amigos de Penny, lo mucho que le gustaban las distintas comidas, e incluso anotó alguna que otra receta.

Me quedé sin aliento al leer una entrada.

La semana que viene nos vamos a la playa. Penny tiene un amigo que es el dueño de un pequeño complejo turístico y ha hecho un trato con él. Limpiaremos las casitas todos los días y, a cambio, ¡podremos quedarnos en una toda una semana sin pagar! Como somos dos para limpiar, ¡terminaremos en un abrir y cerrar de ojos y tendremos todo el día para jugar! ¡Me muero de la emoción! No he estado en la playa desde que mis padres murieron. ¡No puedo creer que lo haya hecho por mí!

Se me aceleró el corazón. Tenía que ser el mismo sitio. Penny había mencionado las casitas y había fotos de los dos en la playa. Seguí leyendo.

¡Nuestra casita es preciosa! Es de un azul muy brillante con las contraventanas en blanco y está justo al final de una hilera de casas. ¡Puedo oír las olas todo el día y toda la noche! Solo hay seis casitas y como estamos en mayo, solo están medio llenas, así que Penny y yo terminamos a mediodía todos los días y nos pasamos el resto del tiempo explorando. ¡Me encanta este sitio!

La siguiente entrada estaba fechada varios días después.

No quiero volver a casa, pero Penny me ha dicho que podremos regresar en septiembre. Scott hasta le ha prometido que será la misma casita. ¡Vamos a disfrutar de otra semana! Tengo mucha suerte… ¡es el mejor regalo de cumpleaños del mundo!

Se me llenaron los ojos de lágrimas al leer esas palabras. Unas vacaciones trabajando. Eso era todo lo que se podían permitir. De la misma manera que solo se podían permitir comer en restaurantes gracias a la generosidad de sus amigos y, sin embargo, creía que tenía mucha suerte.

Pensé en mi desenfrenada vida. Podía tener lo que se me antojara… Incluso de niño, no me negaron nada que fuera material. Sin embargo, nunca me había sentido satisfecho, porque lo que más ansiaba era justo lo que me negaban.

El amor…

Penny se lo dio a Harry a manos llenas. Eso hacía que un viaje juntos, aunque tuvieran que limpiar durante una semana, fuera especial.

Empecé a leer las entradas más deprisa, en busca de algo que me diera la localización de las casitas. Cerca del final del último libro, me tocó la lotería. En uno de sus bocetos se veía un arco con el nombre «Scott’s Seaside Hideaway». Tomé el teléfono e hice una búsqueda en Internet.

Lo encontré.

La imagen de su página web era el mismo arco de su boceto y el mapa indicaba que estaba a dos horas en coche. Otra imagen mostraba una hilera de casitas y aunque la última apenas era visible, se distinguía su color azul.

Miré el diario de nuevo. Bajo el boceto se podía leer:

«Mi trocito de paraíso preferido en la tierra».

Cerré los ojos mientras el alivio me abrumaba.

Había encontrado a mi esposo.

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