Contrato de Matrimonio

By avalonger

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Dónde Harry y Draco se ven obligados a fingir un matrimonio. Colección: Pármeno (#2) - 35 capítulos. - relaci... More

Contrato de Matrimonio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32

Capítulo 25

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By avalonger

Contenido explícito.

El piso estaba tranquilo.

Harry se había acostado, después de otra noche de silencio. Ni siquiera había cenado, se había limitado a beber varios sorbos de vino y a responder a mis preguntas con murmullos o movimientos de cabeza.

Lo oí moverse en la planta alta, estaba abriendo y cerrando cajones, y supe que seguramente estuviera ordenando o reorganizando cosas. Solía hacerlo cuando estaba inquieto.

La preocupación me tenía de los nervios. Era una situación con la que nunca había tenido que lidiar. No estaba acostumbrado a cuidar de otra persona. Me pregunté qué podría hacer para que se sintiera mejor, cómo podría ayudarlo a hablar. Porque necesitaba hablar.

El funeral había sido íntimo y especial. Puesto que Sirius y Remus habían sido los encargados de organizarlo, no era de extrañar. Sirius se sentó con Harry y lo ayudó a elegir algunas fotos, que repartieron por la estancia donde se celebró.

Su foto preferida de Penny se colocó al lado de la urna, que estaba decorada con flores silvestres. La gente había mandado ramos de flores, pero el más grande era el nuestro. Las flores preferidas de Penny descansaban en el jarrón colocado junto a su foto. Casi todas eran margaritas.

Casi todo el personal de Black Group asistió para dar el pésame. Me mantuve al lado de Harry, abrazándolo por la cintura y manteniendo su tenso cuerpo junto al mío como muestra de apoyo silencioso. Estreché manos y acepté las condolencias, consciente de cómo su cuerpo se estremecía en ocasiones.

También asistieron algunos de los trabajadores de Golden Oaks, y Harry aceptó sus abrazos y sus palabras de recuerdo, aunque después siempre regresaba a mi lado, como si buscara el refugio de mi abrazo.

Quedaban pocos amigos de Penny que pudieran asistir al funeral. Aquellos que lo hicieron recibieron un trato preferente por parte de Harry.

Se agachó frente a ellos y habló en voz baja con quienes iban en sillas de ruedas, se aseguró de que los que necesitaban andadores para moverse encontraran a alguien que los acompañara rápidamente a una silla, y después de la breve ceremonia, compartió unos instantes con todos ellos. No dejé de mirarlo en ningún momento, preocupado por la ausencia de lágrimas y por el constante temblor de sus manos.

Nunca había experimentado el dolor hasta ese día.

Cuando mis padres murieron, no sentí nada salvo alivio por todo lo que me habían hecho sufrir. Me entristecí cuando Nana se marchó, pero fue la tristeza de la infancia. El dolor que experimentaba por Penny era una sensación abrasadora en el pecho. Algo que crecía y se extendía de una forma muy extraña. Descubría que tenía los ojos llenos de lágrimas cuando menos lo esperaba.

Cuando llegaron las cajas con sus pertenencias, tuve que quedarme un rato en el almacén, abrumado por una emoción que no era capaz de explicar. Me descubrí recordando nuestras charlas, el brillo que aparecía en sus ojos cuando mencionaba el nombre de Harry. Las graciosas y tiernas anécdotas que contaba de su vida en común.

En mi calendario, los martes seguían apareciendo ocupados con el nombre de Penny. De alguna manera, no podía quitarlo todavía. Y, por encima de todas las extrañas emociones que experimentaba, estaba la preocupación por mi marido.

Creí que lo estaba manejando todo bien. Sabía que estaba sufriendo por la pérdida de una mujer a la que había querido como a una madre, pero no había perdido la compostura. La serenidad. Había llorado una vez, pero no lo había visto llorar desde el día que Penny murió.

Esa mañana, durante el funeral, se había encerrado en sí mismo. Después había salido a pasear y había negado en silencio con la cabeza cuando me ofrecí a acompañarlo. Al regresar, subió directo a su dormitorio hasta que fui a buscarlo para decirle que bajara a cenar.

Me sentía perdido, dada mi escasa experiencia a la hora de consolar a los demás.

No podía llamar a Hermione ni a Remus para preguntarles qué debía hacer a fin de ayudar a mi marido. Pensaban que estábamos unidos y supondrían que yo sabía exactamente qué debía hacer.

Cuando se marcharon del tanatorio esa mañana, Hermione me abrazó y me dijo:

—Cuídalo.

Quería hacerlo, pero no sabía cómo. No tenía experiencia con esas emociones tan intensas.

Paseé de un lado para otro por el salón y la cocina, moviéndome inquieto mientras bebía vino. Sabía que podía subir al gimnasio y hacer un poco de ejercicio para liberar tensión, pero no estaba de humor. De alguna manera, el gimnasio parecía estar muy lejos de Harry y quería estar cerca, por si me necesitaba.

Me senté en el sofá y el mullido cojín que vi a mi lado me arrancó una sonrisa. Otro de los toques de Harry. Mantas de seda, cojines de plumas, colores cálidos en las paredes y los cuadros que había añadido. Todo hacía que el piso pareciera un hogar.

Me detuve con la copa a medio camino de los labios.

¿Había llegado a decirle que me gustaba lo que había hecho?

Gemí y apuré el vino, tras lo cual dejé la copa en la mesa. Me incliné hacia delante y enterré las manos en el pelo, del que tiré hasta hacerme daño. Había mejorado durante las últimas semanas, de eso estaba seguro, pero ¿había cambiado lo suficiente? Sabía que mi lengua ya no era tan afilada. Sabía que había sido mejor persona. De todas formas, no estaba seguro de que bastara. Si Harry estaba pasándolo mal, ¿confiaría en mí lo suficiente como para que lo consolara?

Me sorprendió darme cuenta de lo mucho que deseaba que eso sucediera. Quería ser su ancla. Ser la persona de la que él dependiera. Sabía que yo había llegado a depender de él… para muchas cosas.

Me di por vencido, apagué las luces y subí a mi dormitorio. Me puse el pantalón del pijama y me acerqué a la cama con paso titubeante, si bien acabé saliendo al pasillo.

Eché a andar hasta la puerta de Harry, y no me sorprendió verla entreabierta. No entendía cómo era posible que mis «ruidos nocturnos», tal como él los llamaba, lo reconfortaran, pero desde el día que confesó que necesitaba oírlos, nunca cerraba mi puerta por la noche.

Por un instante, me sentí raro allí plantado delante de su puerta, sin saber qué hacía allí. Hasta que lo oí.

Sollozos entrecortados.

Sin pensarlo dos veces, entré en su dormitorio. Tenía el estor levantado, de manera que entraba la luz de la luna. Estaba acurrucado, llorando. Su cuerpo se estremecía con tanta fuerza que incluso movía el colchón.

Tras apartar la manta, lo rodeé con los brazos, lo estreché contra mi cuerpo y lo llevé a mi dormitorio. Sin soltarlo, me metí en la cama y tiré de las mantas para arroparnos. Él se tensó, pero lo abracé con más fuerza.

—Desahógate. Te sentirás mejor, cariño.

Se derrumbó entre mis brazos y se pegó por completo a mí. Sus manos me aferraron los hombros desnudos y sus lágrimas me quemaron la piel mientras lloraba de forma inconsolable. Le acaricié la espalda, le pasé los dedos por el pelo e hice lo que esperaba que fuesen sonidos reconfortantes.

Pese al motivo, me gustaba tenerlo cerca. Echaba de menos su solidez contra mi dureza. Su cuerpo encajaba a la perfección contra el mío.

A la postre, sus sollozos remitieron y los terribles estremecimientos cesaron. Me incliné hacia la mesilla de noche y tomé unos cuantos pañuelos de papel para ponérselos en una mano.

—Lo… lo… sie… siento —tartamudeó en voz baja.

—No tienes por qué sentirlo, cariño.

—Te he molestado.

—No, no lo has hecho. Quería ayudarte. Te lo vuelvo a repetir: si necesitas algo, solo tienes que pedírmelo—Titubeé—. Soy tu esposo. Mi trabajo consiste en ayudarte.

—Has sido muy bueno. Incluso amable.

El asombro que transmitía su voz me escoció un poco. Sabía que me lo merecía, pero de todas formas no me hizo gracia.

—Estoy tratando de ser mejor persona.

Él se movió un poco y ladeó la cabeza para mirarme a la cara.

—¿Por qué?

—Porque te lo mereces y porque acabas de perder a un ser querido. Estás pasándolo mal. Quiero ayudarte. Pero no sé cómo hacerlo. Todo esto es una novedad para mí, Harry. —Usé el pulgar para limpiarle con delicadeza las lágrimas que brotaban de nuevo de sus ojos.

—Me has llamado Harry.

—Supongo que se me ha pegado. Penny te llamaba siempre así. Igual que lo hacen todos.

—Le caías bien.

Sentí un extraño nudo en la garganta mientras contemplaba su rostro a la luz de la luna que se filtraba por la ventana.

—Y a mí me caía bien ella —repliqué en voz baja con sinceridad—. Era una mujer maravillosa.

—Lo sé.

—Sé que la echarás de menos, cariño, pero… —No quería decir las mismas frases hechas que había oído pronunciar durante los últimos días—. Penny habría detestado ser una carga para ti.

—¡No lo era!

—Ella te lo habría discutido. Te esforzaste para que se sintiera segura. Hiciste muchos sacrificios.

—Ella hizo lo mismo por mí. Yo era su prioridad. —Se estremeció—. No… no sé dónde estaría hoy si ella no me hubiera encontrado y no me hubiera acogido en su casa.

Yo tampoco quería pensarlo. Los actos de Penny nos habían afectado a ambos… para mejor.

—Lo hizo porque te quería.

—Yo también la quería.

—Lo sé —Tomé su cara entre las manos y miré esos ojos rebosantes de dolor—. La querías tanto que te casaste con un gilipollas que te trataba fatal con tal de asegurarte de que la cuidaban como se merecía.

—Dejaste de ser un gilipollas hace unas semanas.

Negué con la cabeza.

—Nunca debí comportarme como un gilipollas contigo. —Para mi asombro, sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas—. Lo siento, cariño.

—Tú también la echas de menos.

Incapaz de hablar, asentí con la cabeza en silencio.

Él me rodeó el cuello con los brazos y me colocó la cabeza bajo su barbilla. Era incapaz de recordar la última vez que había llorado, seguramente siendo un niño, pero me eché a llorar en ese momento.

Lloré por la muerte de una mujer que había conocido durante un breve período de tiempo, pero que había llegado a ser muy importante para mí. Una mujer que con sus anécdotas y sus quebrados recuerdos le había dado vida al hombre con el que yo me había casado. Sus palabras me mostraron la bondad y la generosidad de Harry.

Harry y ella me habían enseñado que era bueno sentir, confiar y… amar. Porque, en ese preciso momento, descubrí que estaba enamorado de mi marido.

Estreché a Harry con fuerza entre mis brazos.

Cuando dejé de llorar, levanté la cabeza y miré esos ojos bondadosos. El aire que nos rodeaba crepitó y cobró vida, una vez abandonadas la relajación y el consuelo.

El deseo y el anhelo que había estado reprimiendo estallaron.

Mi cuerpo ardía por el hombre al que abrazaba y Harry puso los ojos como platos, con los iris verdes iluminados por el mismo deseo que me consumía a mí. Para darle la oportunidad de negarse, incliné despacio la cabeza y me detuve antes de rozarle los temblorosos labios.

—¿Por favor? —susurré, sin saber muy bien qué le estaba preguntando.

Su ronco gemido fue la única respuesta que necesité y mi boca devoró la suya con un ansia que jamás había experimentado.

No solo eran lujuria y deseo. Había anhelo y necesidad. Redención y perdón. Todo ello envuelto en un sin fin de sensaciones.

Fue como renacer en mitad de una violenta hoguera cuyas llamas me lamían la espina dorsal. Todos los nervios de mi cuerpo cobraron vida. Sentía cada centímetro del cuerpo de Harry pegado al mío. Cada curva se amoldaba a mi cuerpo como si hubiera sido creada única y exclusivamente para mí. Su lengua era como terciopelo contra la mía; su aliento, soplos de vida que llenaban mis pulmones. Necesitaba sentirlo más cerca. Necesitaba besarlo con más ansia.

Su ridículo pijama desapareció bajo mis puños, que desgarraron la tela con facilidad. Tenía que tocar su piel. Necesitaba sentirlo por entero.

Se apresuró en bajarme los pantalones, liberando así mi erección. Gemimos al unísono cuando quedamos piel contra piel. Dureza contra dureza.

Harry era como el helado: exquisito y dulce mientras me rodeaba con sus miembros. Usé las manos y la lengua para explorarlo.

Sus curvas y sus recovecos que siempre habían estado ocultos al mundo eran míos para acariciar. Me di un festín de sabores. Cada descubrimiento era nuevo y exótico. Tenía un pecho firme y turgente, con los pezones duros y sensibles. Gimió cuando se los lamí para endurecerlos aún más, mordisqueándolos con suavidad.

Se retorció y gimió cuando descendí por su cuerpo y le lamí el abdomen, el ombligo y más abajo, acaricié sus tonificadas piernas y besé sus fuertes muslos, donde descubrí que estaba totalmente erecto y listo para mí.

—Draco —dijo entre jadeos, con una nota asombrada y frenética en la voz mientras lo tomaba con la lengua y con los labios, degustando su sabor.

Arqueó la espalda y se estremeció mientras yo lo acariciaba, utilizando su inexperiencia para torturarlo. Sus gemidos y jadeos eran música para mis oídos. Lo penetré con un dedo y después con dos para acariciarlo en profundidad. Me enterró las manos en el pelo y me obligó a acercarme más, una vez que encontré el ritmo adecuado.

—Joder, cariño, eres tan estrecho… —susurré con dificultad.

—Yo… nunca he estado con un hombre.

Me detuve, levanté la cabeza y asimilé sus palabras.

Era virgen.

Debía recodarlo, ser tierno con él y tratarlo con respeto. Que me hiciera ese regalo, a mí entre todos los hombres, me provocó una miríada de emociones que fui incapaz de identificar. Sin embargo, no debería haberme sorprendido, porque como era habitual en él, me confundió aún más.

—No pares —me suplicó.

—Harry…

—Draco, quiero hacerlo. Contigo.

Ascendí por su cuerpo y le tomé la cabeza entre las manos. Lo besé en la boca con una reverencia que jamás había sentido ni le había demostrado a otra persona.

—¿Estás seguro?

Él tiró de mí para que siguiera besándolo.

—Sí.

Me moví sobre él con cuidado. Quería que su primera vez fuera memorable. Quería demostrarle con el cuerpo lo que estaba experimentando con el alma. Quería hacerlo mío en todos los sentidos.

Lo adoré con mis caricias, suaves y delicadas, deleitándome con el tacto glorioso de su cuerpo. Lo amé con mi boca, recorrí su cuerpo de la forma más íntima, memorizando su sabor y su textura. Avivé su pasión con la mía hasta que se derritió entre mis brazos.

Gemí y siseé cuando comenzó a moverse con más osadía, cuando empezó a acariciarme y a explorarme con los labios y con las manos. Pronuncié su nombre como si fuera una plegaria mientras me acariciaba el pecho, los hombros y la espalda.

Al final, me coloqué sobre él, lo cubrí con mi cuerpo y lo penetré, hundiéndome en su estrecha calidez. Me mantuve inmóvil hasta que él me pidió que me moviera y entonces y solo entonces, dejé que la pasión tomara las riendas.

Me hundí en él con todas mis fuerzas, y empecé a moverme con frenesí. Lo besé sin mucha delicadeza mientras lo hacía mío, porque necesitaba su sabor en la boca con el mismo fervor que necesitaba su cuerpo en torno al mío. Harry me abrazó con fuerza cuando busqué su miembro entre nosotros para acariciarlo con hambre y gimió mi nombre al tiempo que me clavaba los dedos en la espalda.

—Oh, mierda, Draco, por favor. Necesito…

—Dímelo —repliqué—. Dime lo que necesitas.

—A ti… más… ¡por favor!

—Ya me tienes, nene —dije entre gemidos al tiempo que le levantaba una pierna para hundirme en él hasta el fondo—. Solo a mí. Solo yo.

Gritó y echó la cabeza hacia atrás al tiempo que tensaba el cuerpo. Estaba precioso en pleno orgasmo, con el cuello estirado y la piel cubierta por una capa de sudor. Yo también estaba al borde del orgasmo, de manera que enterré la cara en su cuello y me dejé arrastrar por la intensa oleada de placer. Volví la cabeza, le tomé la barbilla y acerqué sus labios a los míos para besarlo mientras los espasmos sacudían mi cuerpo y se desvanecían poco a poco.

Después, giré sobre el colchón con él pegado al pecho y la nariz enterrada en su pelo. Lo oí suspirar mientras se acurrucaba sobre mí.

—Gracias —murmuró.

—Cariño, el placer ha sido mío.

—Bueno, todo no.

Me eché a reír contra su cabeza y besé esa piel cálida.

—Duérmete, Harry.

—Debería irme…

Lo estreché con fuerza, renuente a dejarlo marchar.

—No. Quédate aquí conmigo.

Suspiró y su cuerpo se estremeció por entero.

—¿Espalda o pecho? —susurré. Le gustaba dormir con la espalda pegada a mí. Me gustaba despertarme con la cara enterrada en su cálido cuello y su cuerpo unido al mío.

—Espalda.

—De acuerdo. —Aflojé los brazos para que pudiera darse la vuelta. Una vez que estuvo de espaldas a mí, lo abracé y lo besé con suavidad—. Duérmete. Mañana tenemos mucho de lo que hablar.

—Yo…

—Mañana. Mañana veremos cuál es el siguiente paso.

—Está bien.

Cerré los ojos y aspiré su olor. Mañana se lo contaría todo. Le pediría que me dijera qué le parecía. Quería expresar mis sentimientos, decirle que estaba enamorado de él. Aclarar las cosas. Y, después, quería ayudarlo a trasladar sus pertenencias a mi dormitorio y convertirlo en nuestro dormitorio.

No quería vivir sin que él estuviera a mi lado.

Me quedé dormido tras exhalar un suspiro de satisfacción que jamás había experimentado antes.

●●●

Me desperté solo, con la mano sobre las sábanas frías y vacías.

No me sorprendió. Harry llevaba unas noches más inquietas de lo habitual, y la noche anterior parecía incluso peor. En más de una ocasión había tenido que acercarlo a mí y había sentido los sollozos que trataba de disimular. Lo había abrazado durante toda la noche, permitiéndole que expulsara todas las emociones.

Me pasé una mano por la cara y me senté. Me ducharía y después bajaría a buscarlo a la cocina. Tenía que hablar con él. Debíamos aclarar muchas cosas. Y también debía pedirle perdón por muchas cosas, para poder avanzar… juntos.

Bajé los pies al suelo, tomé la bata y me puse en pie. Eché a andar hacia el cuarto de baño, pero me detuve. La puerta del dormitorio estaba cerrada. ¿Por qué estaba cerrada? ¿Harry creía que iba a molestarme? Meneé la cabeza. Era una de las personas más silenciosas que conocía, sobre todo por las mañanas.

Atravesé la estancia y abrí la puerta. Al otro lado reinaba el silencio. Ni había música ni se oían ruidos procedentes de la cocina. Eché un vistazo hacia el dormitorio de Harry. La puerta estaba entreabierta, pero tampoco se oían ruidos dentro. De repente, sentí un nudo en el estómago y fui incapaz de desterrar la sensación.

Atravesé el pasillo y me asomé al dormitorio. La cama estaba hecha y todo estaba ordenado, impecable. Parecía una habitación vacía.

Eché a andar hacia las escaleras, cuyos peldaños bajé de dos en dos y fui directo a la cocina al tiempo que lo llamaba. No respondió y la cocina estaba vacía.

Me quedé allí de pie, abrumado por el pánico. Debía de haber salido. Tal vez había ido a la tienda. Había varios motivos que justificaban que hubiera salido del apartamento. Corrí hacia la puerta de entrada. Las llaves de su coche estaban en el gancho.

«Seguro que ha salido a dar un paseo», me dije.

Regresé a la cocina y me acerqué a la cafetera. Me había enseñado a usarla, así que al menos podía preparar café. Hacía un día desapacible. El cielo estaba encapotado y gris. Necesitaría una taza de café caliente cuando volviera.

Sin embargo, descubrí su teléfono móvil en la encimera. A su lado estaban las llaves del apartamento. Me temblaba la mano cuando las tomé. ¿Por qué había dejado las llaves? ¿Cómo iba a entrar sin ellas?

Miré de nuevo la encimera. Todo estaba allí. Las tarjetas de crédito y el talonario de cheques que yo le había dado. Su copia del acuerdo.

Lo había dejado todo porque me había abandonado.

Algo reluciente me llamó la atención y me incliné para tomar sus anillos. La imagen de Harry pasó por mi cabeza en distintos recuerdos. Cuando le entregué la cajita y le dije que no iba a hincar la rodilla en el suelo. Su expresión cuando le puse la alianza en el dedo el día que nos casamos por las circunstancias, no por amor. Estaba precioso, pero no se lo dije. Había muchas cosas que no le había dicho.

Muchas cosas que no tendría la oportunidad de decirle… porque se había ido.

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