Augsvert III: la venganza de...

By sakurasumereiro

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Continuación de El retorno de la hechicera. Último libro de la saga. More

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Capítulo I: Bajo la protección de Gerald (I/III)
Capítulo I: Bajo la protección de Gerald (II/III)
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Capítulo II: Tengo que encontrarte (I/III)
Capítulo II: Tengo que encontrarte (II/IV)
Capitulo II: Tengo que encontrarte (III/IV)
Capítulo II: Tengo que encontrarte (IV/IV)
Capítulo III: Confortar (I/II)
Capítulo III: Confortar (II/III)
Capítulo III: Confortar (III/III)
Capítulo IV: Skógarari (I/III)
Capítulo IV: Skógarari (II/III)
Capitulo IV: Skógarari (III/III)
Capítulo V: Bräel (I/III)
Capitulo V: Bräel (II/III)
Capítulo V: Bräel (III/III)
Capítulo VI: Confesión (I/II)
Capítulo IV: Confesión (II/II)
Capítulo V: Enemigo (I/III)
Capítulo V: Enemigo (II/III)
Capítulo V: Enemigo (III/IV)
Capítulo V: Enemigo (IV/IV)
Capitulo VII: Caminos separados
Capítulo VIII: Caminos separados (II/III)
Caminos separados (III/III)
Capítulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (I/V)
Capítulo IX: "Se a cerca el tiempo de la verdad" (II/V)
Capítulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (III/V)
Capitulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (IV/V)
Capítulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (V/V)
Capítulo X: El príncipe Alberic y el Cuervo (I/III)
Capítulo X: El príncipe Alberic y el Cuervo (II/III)
Capitulo X : El príncipe Alberic y el Cuervo (III/III)
Capítulo XI: Augsvert (I/III)
Capítulo XI: Augsvert (II/III)
Capítulo XI: Augsvert (III/III)
Capítulo XII: Represalia (I/III)
Represalia (II/III)
Capítulo XII: Represalia III/III
Capítulo XIII: En los linderos del reino (I/III)
Capítulo XIII: En los linderos del reino (III/III)
Capítulo XIV: Frente a Frente
Capitulo XIV: Frente a frente (II/III)
Capítulo XIV: Frente a frente (III/III)
Capítulo XIV: Frente a frente (IV/IV)
Capítulo XV: Eran uno (I/III/
Capítulo XV: Eran uno (II/III)
Capítulo XV: Eran uno (III/III)
Capítulo XVI: Otro tiempo se acerca (I/III)

Capitulo XIII: En los linderos del reino (II/III)

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By sakurasumereiro

II

Soriana

En el sueño, el timbre suave y delicado de una armónica me envolvía, se confundía con el dulce trino de los pájaros y el arrullo de las aguas del río. El rocío que se desprendía de la cascada se descomponía gracias a los rayos del sol en miles de fragmentos multicolor. El Ulrich, grandioso, surgía de entre la montaña cubierta de niebla y hielo. El savje primigenio fluía en la corriente, impidiendo que las aguas se congelaran.

El precioso y esbelto cuello giró hacia mí.

La seda de su pelo blanco se agitó, cuál si fuera una tormenta de nieve. Agua clara, gotas iridiscentes, hielo fundido: los ojos grises de mi madre, cristalinos como el Ulrich, me miraron.

Mi corazón navegaba en un mar de dicha inefable mientras la contemplaba. Era ella, Seline, la reina Luna, mi mamá.

Sonrió y sus níveos brazos me envolvieron, me estrecharon contra su pecho suave y cálido. Los dedos largos se perdieron en mi cabello, acariciándolo con ternura. Mi madre susurraba en mi oído palabras de consuelo.

Yo quería decirle que lo sentía, pedirle perdón por tantas cosas pasadas y dolorosas. Deseaba que ella supiera que me arrepentía. Pero como en otros sueños, el cielo, antes límpido y brillante, se oscureció. Mi madre se volvió brea en mis brazos, se derritió hasta fundirse con las piedras y su ausencia me dejó una sensación de desolada desesperación.

Quería retenerla, que no se fuera, que no desapareciera. Solo la música continuaba sonando igual: un arrullo suave y dulce en medio de mis gritos.

Me incorporé de golpe y me encontré sudando en la oscuridad. Cuando tomé una gran bocanada de aire, el pecho me dolió.

Estaba en una cama en algún lugar desconocido. Ansiosa, hice aparecer una luminaria rojiza con un movimiento de mis dedos y así pude ver con claridad el sitio donde me encontraba. Era una habitación pequeña, amoblada de manera sencilla: la cama de dos plazas donde estaba, un armario, un sillón y una mesita. Las ventanas se hallaban cerradas y las cortinas blancas, corridas.

Cerré los ojos un instante y exhalé varias veces hasta deshacerme de la angustia que ese sueño recurrente siempre me dejaba. Sin embargo, en este había una cosa nueva: la música. En los anteriores no había ninguna melodía. Al evocar el sueño la identifiqué: era la armónica de Aren, aquella canción que él solía tocar y que me gustaba.

Poco a poco mi respiración fue relentizándose y los latidos de mi corazón se aquietaron. Volví a mirar a mi alrededor, no sabía dónde me encontraba y no podía descartar que fuera la prisionera de mi prima.

Recordé la herida que me había ocasionado con su espada y miré mi torso cubierto por un camisón de lino blanco que no era mío. Al tocarme el pecho sentí dolor.

—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó después de que Englina me apuñaló?

Lo último que recordaba era la espada de mi prima atravesándome el pecho y los ojos de Keysa mirándome horrorizados en medio de una lluvia torrencial.

—Keysa.

¿Dónde estaba Keysa? Me levanté de la cama y el mundo empezó a girar sin control, era una sensación similar a la resaca. Tuve que sujetarme de la mesa para no caer hasta que poco a poco el mareo cedió y mi cuerpo se estabilizó. Cuando por fin la habitación dejó de dar vueltas, fijé los ojos en la mesa, había un vaso con agua y una armónica.

—Aren.

Era su armónica, la misma que le había visto tocar tantas veces. ¿Podía ser que no fuera una prisionera? ¿Que Aren y su armónica hubieran estado acompañándome mientras dormía y que por eso había soñado con esa canción?

Terminé de erguirme y esperé a que el mareo cesara del todo. El pecho me dolía un poco cuando respiraba, pero no era algo que me impidiera caminar. En el respaldar de una de las sillas había un vestido de un color gris muy claro y unas zapatillas elegantes en el suelo. Me lo puse con cuidado, sintiendo dolor en cada movimiento. Cuando terminé, alisé la falda. El tejido era seda de araña, tan fina como aquella que solía usar en mi adolescencia. Las líneas del traje eran simples, con un cuello amplio que se extendía de un hombro a otro, mangas muy anchas y un corte que me entallaba ligeramente el cuerpo. Los orillos de las mangas y el cuello estaban bordados con hilos de plata y un cordón del mismo metal brillante me ceñía la cintura. El vestido me recordó a mi madre.

Me calcé las zapatillas. Paso a paso me acerqué hasta la puerta y la abrí con cuidado. No se escuchaba ningún ruido. Asomé la cabeza, afuera había un largo pasillo que, a diferencia de la habitación donde me encontraba, no estaba a oscuras. No obstante, lo importante era que no había nadie a la vista, el corredor estaba desierto.

Al salir me di cuenta con sorpresa que era de día. Al final del corredor había una sala bordeada de grandes ventanales abiertos de par en par. Era de mañana, el sol estaba bajo y algunas nubes grises presagiaban mal tiempo. A lo lejos podía verse el mar.

—¿La costa? —Tal parecía que había ido a parar a la costa de Augsvert.

En uno de los extremos de la sala había una escalera que bajaba y frente a mí, a cada lado del corredor, varias puertas. Quizás detrás de alguna de ellas se hallaran Keysa o Aren. Deseché por completo la idea de que era una prisionera. Esa casa no tenía el aspecto de una cárcel, tampoco había nadie custodiando. Tenía la impresión de que me encontraba con amigos.

Entonces recordé a Moira, a los soldados de la guardia azul y a los hipogrifos que habían aguardado en el jardín para sacarnos del palacio Flotante. ¿Estaba en la casa de Moira o en la de alguno de sus aliados?

Me acerqué a la primera puerta, antes de girar el pomo encendí mi savje, no parecía ser una prisionera, pero mejor estar prevenida.

La habitación era tan sencilla como aquella donde me había despertado, con la diferencia de que las ventanas se encontraban abiertas de par en par y la brisa salitrosa agitaba las cortinas

—¿Hola?

Nadie respondió. Iba a marcharme, pero mis ojos se desviaron hacia el armario, a través de las puertas entreabiertas se podían ver algunas prendas de seda de araña de colores muy claros. Los tejidos, con esa característica tan particular que los hacía parecer agua fluyendo, brillaban tenuemente. Tragué saliva y con un miedo inexplicable me acerqué al armario.

Extendí una mano temblorosa y abrí la puerta, en el fondo sabía lo que encontraría. Adentro colgaban varios vestidos muy similares al que yo usaba, reconocí algunos que habían sido de mi madre.

—¡Selene! —El susurro quedo a mis espaldas me hizo girar.

De pie, detrás de mí, se encontraba lara Moira mirándome impávida. La capitana se acercó muy lento, de los ojos oscuros brotaron un par de gruesas lágrimas.

—Nunca creí que volvería a ver esos ojos —dijo ella con la voz quebrada por la emoción.

La capitana extendió la mano y tomó entre los dedos uno de los mechones de mi cabello, mientras las lágrimas no dejaban de surcarle las mejillas. La caricia y verla tan conmovida, hizo que la boca se me secara. Los labios de Moira se apretaron en una fina línea, ella agachó la cabeza y colocó la rodilla derecha en el suelo. Así, hincada frente a mí, habló:

—Alteza, perdonad mi ineptitud, no supe protegeros.

Un gemido lastimero escapó de mis labios. ¿Qué estaba haciendo Moira? Yo no merecía una disculpa de ella, mucho menos una reverencia. Era yo quien debía pedir perdón, inclinarme ante ella, llorar y dedicar mi vida hasta redimirme de mis errores y mis crímenes.

—Lara Moira, no. ¿Qué estáis haciendo? Yo no soy digna. Vos deberíais odiarme y despreciarme.

La capitana levantó el rostro y me miró entre incrédula y horrorizada, luego volvió a agachar la cabeza.

—¿Cómo podría, Alteza? Sois lo más precioso que ella tenía. Dedicó su vida a amaros. Yo no puedo más que protegeros como ella lo hizo.

Me tapé la boca, quería llorar a gritos, hacerle entender que estaba equivocada, que no merecía ninguna devoción. Me arrodillé delante de ella, sujeté sus mejillas con mis manos y le levanté el rostro. Los ojos oscuros de Moira expresaban infinita tristeza, a través de ellos podía ver que su alma continuaba fragmentada por el dolor.

—No me debéis nada, soy yo quien no descansará hasta expiar mis culpas. Perdóname, Moira, perdóname por todo el daño que os he ocasionado.

Moira se quebró del todo, me sorprendió su abrazo y el llanto de ambas surgió sin ninguna contención.

Estuvimos mucho tiempo llorando cada una en el hombro de la otra, sentía que con cada lágrima, con cada súplica el corazón se me hacía más liviano. La vergüenza, el dolor y la culpa jamás se irían del todo, pero al menos mis errores se hacían más llevaderos, como si el llanto los limpiara.

Poco a poco fuimos tranquilizándonos, lara Moira pasó los dedos por mi cabello y luego por mi rostro en lo que podía ser una caricia maternal.

—¿Dónde habías estado todo este tiempo, niña?

La vergüenza y el dolor volvieron a acosarme, esquive su mirada oscura.

—Esta cicatriz...—los dedos largos y morenos la delinearon.

—Fue hace mucho tiempo, he olvidado cómo sucedió.

Ella asintió, no siguió preguntando, pero sus pupilas se fijaron en cada una de las pequeñas marcas de mi rostro y luego se detuvieron en mis ojos, que eran iguales a los de mi mamá. Entendí que para ella era una agonía mirarme. Sin embargo, me sonrió y con otro gesto inesperado ella besó mi frente. El corazón me temblaba conmovido. Esa mujer regia y altiva, a la que le había hecho tanto daño, se mostraba ante mi llena de una cálida y dulce ternura que derretía mis culpas. Volví a llorar y otra vez ella me abrazó para consolarme.

—No pasa nada —dijo— y acarició mi cabeza hasta que yo logré calmarme.

Moira se puso de pie y me tendió la mano invitándome a hacer lo mismo. Me levantó y limpié mi rostro.

—¿Cómo os encontráis, Alteza? —Ella señaló mi pecho.

—Me duele un poco, pero estoy bastante bien. Gracias por rescatarme.

Ambas nos quedamos en silencio, observándonos. El llanto se había llevado consigo parte de la vergüenza y la culpa, mis penas pesaban menos y a ella la sentía más cercana. Suspiré y aparté la mirada de ella para fijarla en cualquier parte.

—¿Esta es vuestra casa?

—Sí. Antes de ser miembro de la guardia real, estuve destacada en las canteras de Heirdsand. Compré esta casa en ese entonces. Nadie sabía de su existencia, así que vuestra madre y yo veníamos aquí cuando las exigencias del reino nos lo permitían.

—Por eso los vestidos —dije señalando el armario. Ella asintió—. Es muy bonita.

—Aquí estaréis segura, Alteza, mientras decidís qué haréis.

— Mencionasteis las canteras de Heirdsand, ¿estamos en Fores?

—Así es.

Me giré, quería ir hasta la ventana y mirar por ella el paisaje afuera, pero una puntada de dolor en el sitio de la herida me lo impidió.

—Alteza, ¿qué os ocurre?

—Me duele un poco —le contesté llevándome la mano al pecho—, no es nada.

En ese instante recordé el medallón de Erin, no lo tenía.

—Moira yo, yo tenía una cadena con un medallón.

—¡Oh, sí! Mi madre os lo quitó para poder curaros. Iré a buscarlo.

Seguí a Moira fuera de la habitación, quien se dirigía a las escaleras. Ella se giró hacia mí.

—Creo que lo mejor es que volváis a vuestra habitación y reposéis.

—No. Estoy bien, no quiero descansar. ¿Dónde están Aren y Keysa?

Moira frunció el ceño, supuse que continuaría oponiéndose a que yo deambulara por la casa, no obstante no dijo nada más al respecto.

—Están abajo hablando con Percival.

—Bien, entonces quiero saludarlos.

Así que ambas bajamos por las escaleras de madera.

Abajo la casa era muy espaciosa, con amplias ventanas y muebles de color claro que la hacían lucir luminosa y acogedora. Podía imaginar a mi madre quince años atrás siendo feliz entre esas paredes, evadiéndose por algunos días de los problemas del reino.

En ese momento ella era una esclava de Dormund, pero pronto yo liberaría su alma.


*** Las tres partes que componen este capítulo son un poco lentas, perdon por eso, ya pronto habrá acción.

Nos leemos el próximo domingo, besitos.

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