LA ÚLTIMA TORRE:house Of The...

By hermogia

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La sinopsis se centra en Elara, la hija bastarda de cabello negro de Alicent Hightower, y su papel en la guer... More

prólogo
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By hermogia

Elara

Nos encontrábamos en las tierras de Driftmark, en un día gris y melancólico que reflejaba nuestra tristeza. El funeral de Lady Laena Velaryon, quien había perdido la vida valientemente durante el parto, se llevaba a cabo en un lugar sagrado de la isla. El sonido del oleaje rompiendo contra la costa cercana parecía susurrar un adiós mientras nos reuníamos para despedir a nuestra amada pariente.

A mi lado estaba mi hermana Helaena, con los ojos enrojecidos y la mirada perdida en el horizonte. Ambas llevábamos vestidos de luto, nuestros cabellos recogidos en sencillas trenzas que se mecían al compás del viento. Sentíamos el peso de la tristeza en nuestros corazones, compartiendo el dolor con los demás miembros de la Casa Velaryon y los allegados que habían acudido para rendir homenaje a Lady Laena una hija, hermana, esposa y madre

El lugar estaba decorado con flores blancas y azules, los colores de la Casa Velaryon, que contrastaban con el paisaje sombrío. Los dragones de la Casa, símbolos de nuestra herencia y poderío, parecían observar silenciosamente desde las alturas, como guardianes en esta despedida.

Las palabras de los velaryon resonaban en el aire, expresando admiración y gratitud por la valentía y el sacrificio de Lady Laena. Mientras todos escuchaban atentamente, recordaba los momentos compartidos con ella, su dulzura y su espíritu intrépido. Era una pérdida inmensa, no solo para nuestra Casa, sino para todo Westeros.

Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras la procesión avanzaba hacia el lugar de descanso final. El cielo encapotado parecía llorar con nosotros, derramando gotas de lluvia sobre la tierra., las últimas palabras fueron pronunciadas, y con una mezcla de pesar y gratitud en nuestros corazones, nos despedimos de Lady Laena. Y su cuerpo fue lanzado al oceano

El funeral fue un recordatorio sombrío de la fragilidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. Pero también nos recordó la importancia de honrar y recordar a aquellos que amamos, y de aferrarnos a los lazos de la familia y la fortaleza de nuestro legado

Desde mi posición, observaba a Rhaenys Targaryen, madre de Lady Laena, llorar desconsoladamente por la pérdida de su amada hija. Sus lágrimas fluían sin cesar, y su rostro reflejaba un dolor indescriptible. A su lado, estaban sus nietas Baela y Rhaena, las hijas gemelas de Lady Laena, quienes también lloraban por la partida de su madre.

La escena era desgarradora. Rhaenys sostenía a sus nietas con ternura, tratando de consolarlas mientras sus propias lágrimas se mezclaban con las suyas. Era una imagen de dolor y desesperación, una madre que había perdido a su hija y unas jóvenes niñas que enfrentaban una pérdida incomprensible a tan corta edad. Sentí un nudo en mi garganta al presenciar su sufrimiento, y deseé poder aliviar su dolor de alguna manera.

Mi mirada luego se posó en Rhaenyra, quien a duras penas contenía las lágrimas. Sus ojos, normalmente llenos de determinación y fuerza, ahora mostraban una vulnerabilidad que rara vez veía. Era evidente que el fallecimiento de Lady Laena había afectado profundamente a Rhaenyra, no solo como una prima cercana, sino también como una mujer que entendía el dolor de perder a un ser querido.

A pesar de su propia tristeza, Rhaenyra se mantenía firme, brindando apoyo a Rhaenys y a sus nietas. Sus palabras eran suaves y reconfortantes, y su presencia era un recordatorio constante de que no estaban solas en su dolor. Me sentí orgullosa de mi hermana en ese momento, admirando su fuerza y su capacidad para estar allí para los demás incluso en medio de su propia aflicción.

En ese instante, me di cuenta de la profundidad de los lazos familiares y cómo la pérdida de uno afecta a todos. Era un recordatorio de que, en tiempos de tristeza y adversidad, es importante estar allí para apoyarse mutuamente y compartir el dolor en comunidad. Me acerqué a Rhaenyra y, con una mirada llena de complicidad y empatía, le tomé suavemente la mano, ofreciéndole mi apoyo silencioso.

Mientras me alejaba en silencio, no pude evitar notar a mi madre, quien al cruzar miradas conmigo, me ignoró por completo. Sentí como si un agudo dolor me atravesara el corazón. Era como si nuestro lazo madre-hija se hubiera debilitado después del incidente de la otra noche. Me sentí excluida, como si ya no perteneciera a ella

Busqué consuelo en la compañía de mis hermanos, pero encontré poco alivio en su presencia. Aegon, sumido en el vino, hacía comentarios desagradables y llenos de morbosidad hacia las criadas que pasaban cerca de él. Me sentí repulsión por su comportamiento y me alejé de él, incapaz de tolerar su actitud irrespetuosa.

Aemond, por otro lado, permanecía en silencio en su lugar, cargando a Daella. Su expresión sombría y distante dejaba en claro que también estaba lidiando con sus propios demonios internos. Me pregunté qué pensamientos turbios lo atormentaban y si alguna vez podría abrirse a mí sobre ellos. Aunque éramos hermanos, parecíamos estar en diferentes mundos emocionales.

Helaena, por su parte, acariciaba insectos con una extraña fascinación mientras susurraba palabras perturbadoras:
—perderás un ojo—.
Su comportamiento inusual me desconcertó, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Me pregunté qué secretos oscuros escondía en su mente y si era capaz de distinguir entre la realidad y la fantasía. A pesar de ser mi hermana, me resultaba difícil entenderla y conectar con ella en todo momento.

En medio de todo esto, me sentí cada vez más aislada y fuera de lugar. Era como si estuviera en medio de un torbellino de emociones y disfunciones familiares, pero no pudiera encontrar mi propio espacio en él. Observé a los amigos de los hijos de Rhaenyra y las hijas de Lady Laena, riendo y jugando juntos, mientras yo quedaba excluida de su círculo. Me sentí invisible, como si no existiera para ellos.

Visenya, mi sobrina, se acercó a mí con su típico atuendo negro y joyas llamativas que resaltaban su vanidad. Se sentó a mi lado con una sonrisa burlona en su rostro y me miró con desprecio. Sentí una mezcla de molestia y frustración al escuchar sus palabras.

—Gran intento de reclamar un dragón, pequeña bastarda—, dijo con sarcasmo en su voz. —Casi mueres en el intento y aún te atreves a afirmar que eres una Targaryen.—

Sus palabras me hirieron profundamente, pero me negué a mostrar debilidad frente a ella. La miré con determinación y respondí con firmeza: —No necesito un dragón para demostrar mi valía, Visenya. A diferencia de ti, no busco joyas y títulos para validar mi existencia.—

Visenya soltó una risita desdeñosa. —Oh, qué noble de tu parte, pequeña Elara. Pero sin un dragón, ¿qué te queda? ¿Acaso piensas ganarte el respeto de nuestra familia con palabras vacías?—

Sus palabras eran afiladas como dagas, pero me negué a dejarme intimidar. Mantuve la calma y respondí: —Mi valía no depende de un título o de la posesión de un dragón. Soy una Targaryen por sangre y por derecho, y mi valor se encuentra en quién soy como persona, en mis acciones y en mi carácter.—

Visenya se inclinó hacia mí, con una mirada desafiante en sus ojos. —Las palabras no te llevarán lejos, Elara. Si quieres ganarte el respeto de nuestra familia, deberías haber pensado en eso antes de meterte en ese estúpido intento de reclamar un dragón.—

La rabia comenzó a arder en mi interior, pero me recordé a mí misma que no debía dejarme arrastrar por su provocación. Respiré profundamente y respondí con calma:

—Prefiero intentarlo y fracasar que quedarme de brazos cruzados sin hacer nada. Al menos tengo el coraje de perseguir lo que deseo, en lugar de conformarme con ser una marioneta de la vanidad usando el estatus de mi madre—

Visenya me miró con incredulidad, pero pude ver una chispa de respeto en sus ojos. Quizás había logrado hacerle pensar, al menos por un instante. Me levanté de mi asiento y me alejé, dejándola con sus propios pensamientos.

No permitiría que las palabras hirientes de Visenya me desanimaran. Seguiría luchando por mi lugar y mi identidad en esta familia, demostrando con acciones concretas que soy más que una simple bastarda. Mi determinación era inquebrantable y no permitiría que nadie, ni siquiera Visenya, me hiciera dudar de mi valía como Targaryen.

Me alejé de Visenya, con la indignación aún presente en mi interior, cuando, de repente, choqué accidentalmente con Jacaerys. Me tambaleé un poco, pero él rápidamente extendió su mano para ayudarme a levantarme. Agradecida por su gesto amable, acepté su ayuda y me enderecé.

Jacaerys me miró con una sonrisa amistosa y dijo: —Parece que te topaste con la tormenta de Visenya. Deberías ignorar sus comentarios, ella solo disfruta molestando a los demás—.

Asentí con la cabeza, sintiendo un alivio al encontrar un aliado en esa situación. —Tienes razón, Jacaerys. No debería permitir que sus palabras me afecten. Sé que solo busca provocar y desestabilizarme—.

Jacaerys asintió comprensivamente y agregó: —Es importante recordar que su comportamiento no refleja quién eres realmente. Eres más fuerte y más valiente de lo que ella puede entender—.

Sonreí ante sus palabras reconfortantes. Jacaerys siempre había sido alguien en quien podía confiar, un apoyo constante en medio de la tormenta. Me sentí agradecida de tenerlo a mi lado en esos momentos.

—Gracias, Jacaerys—, le dije sinceramente. —Siempre sabes cómo levantarme el ánimo y recordarme quién soy en realidad—.

Él sonrió y respondió: —Ese es mi deber como tu sobrino y amigo. Estoy aquí para apoyarte en todo momento—.

Caminamos juntos por los pasillos, compartiendo risas y conversaciones reconfortantes. A medida que avanzábamos, las palabras hirientes de Visenya se desvanecieron lentamente en el fondo de mi mente. Sabía que no podía permitir que su negatividad me afectara. Tenía a personas como Jacaerys a mi lado, recordándome mi verdadero valor y dándome fuerza para seguir adelante.

Aunque Visenya intentara socavar mi confianza, me negaba a dejar que sus palabras me definieran. Continuaría siendo fiel a mí misma, enfrentando los desafíos con determinación y recordando que mi valía no dependía de las opiniones de los demás.

Con Jacaerys a mi lado, sentí un renovado sentido de fortaleza y confianza. Juntos, seguiríamos enfrentando cualquier adversidad que se interpusiera en nuestro camino, recordándonos mutuamente la importancia de ignorar las palabras negativas y abrazar nuestra verdadera esencia.

-•-

Aemond

Observé desde lejos cómo Visenya montaba con gracia a su dragón negro, Caníbal, mientras su padre, Daemond, se erguía orgulloso sobre su montura, Caraxes. Ambos se deslizaban por los cielos en perfecta armonía, una imagen que despertaba en mí un sentimiento agridulce.

Me acerqué a mi madre, Alicent, sintiendo la necesidad de compartir mis inquietudes.

—Madre, a veces siento que no pertenezco a esta familia. No tengo un dragón, no puedo volar con ellos como Visenya y Daemond. ¿Qué clase de Targaryen soy si no puedo montar a una de esas majestuosas bestias aladas?—.

Alicent me miró con una mezcla de comprensión y resignación
. —Aemond, tu hermana puede tener sus propias ideas y sueños, pero no debes dejarte llevar por su influencia. No todos los Targaryen necesitan montar dragones para ser considerados verdaderos miembros de nuestra familia. Tu linaje y tu sangre te hacen un Targaryen, eso es innegable—.

Sentí la frustración y el anhelo aumentar dentro de mí.
—Pero madre, ¿no ves cómo nos miran? La gente nos juzga, nos subestiman por no tener dragones. Parece que solo ellos representan el verdadero poder y la grandeza de nuestra casa—.

Alicent suspiró y colocó una mano en mi hombro. —Comprendo tus preocupaciones, Aemond, pero no debes permitir que las opiniones externas dicten tu valor y tu identidad. Hay muchas formas de mostrar el poder y la grandeza de los Targaryen, no solo a través de los dragones. Tu inteligencia, tu valentía y tu lealtad son atributos que también definen nuestra estirpe—.

Me encontraba cara a cara con mi madre, Alicent. Sus palabras resonaban en mis oídos y despertaban una rabia ardiente en mi interior. Me comparaba con Elara, mi hermana bastarda, insinuando que nuestros sueños debían ser abandonados por igual. Pero yo no era como ella. Yo era un verdadero Targaryen, mientras que ella solo era una intrusa en nuestra familia.

Estsba sumido en una discusión acalorada con mi madre, Alicent. Sus palabras resonaban en mi cabeza, como dagas afiladas que perforaban mi orgullo.

—Abandona esos sueños al igual que tu hermana Elara—, me dijo con tono despectivo. Sentí una rabia ardiente dentro de mí al compararme con mi hermana bastarda. No podía aceptar que ella, que no pertenecía verdaderamente a nuestra familia, fuera equiparada a mí, un auténtico Targaryen.

La ira creció dentro de mí hasta que finalmente estallé en un grito desgarrador. Pero antes de que pudiera expresar plenamente mi descontento, mi madre reaccionó rápidamente. Tapó mi boca con su mano, silenciando mis palabras rebeldes. Luego, con un agarre firme, me sujetó del mentón, obligándome a encontrarme con su mirada llena de pánico.

—Nunca vuelvas a mencionar esas perturbadoras palabras—, me advirtió con voz temblorosa.
—Sabes que tu padre, Viserys, nos puede matar por una traición así—.

En ese momento, sentí un nudo en el estómago y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Mi orgullo y mis deseos de afirmar mi identidad Targaryen chocaron violentamente con la realidad del peligro en el que nos encontrábamos. Comprendí las consecuencias que podrían recaer sobre nuestra familia si revelábamos nuestras ambiciones desafiantes.

Con un suspiro resignado, asentí con la cabeza, aceptando el mensaje de mi madre. Aunque por dentro seguía sintiendo que había algo que me diferenciaba de Elara, algo que me hacía merecedor de mi lugar en la familia Targaryen, sabía que era más sabio mantener esos pensamientos ocultos.

Mi madre soltó mi mentón y se alejó de mí, dejándome con un mar de emociones encontradas. Me sentí resentido, pero también comprendí la importancia de la prudencia y la lealtad familiar. Prometí a mí mismo encontrar otros caminos para demostrar mi valía como Targaryen, incluso si eso significaba renunciar a montar un dragón.

Permanecí allí, solo y reflexivo. Aunque la frustración seguía ardiendo en mi interior, me recordé a mí mismo que era mi sangre Targaryen la que corría por mis venas. Con determinación, me comprometí a encontrar mi propio camino hacia la grandeza y el reconocimiento en nuestra familia, comenzando con la posesión de un dragón.

Lleno de frustración y enojo, me asomé por la ventana una vez más. Pero en lugar de ver majestuosos dragones surcando los cielos, mi mirada se posó en Elara. La vi jugando en la arena de la playa junto a Jacaerys, el hijo de mi media hermana Rhaenyra. Cada vez que ella se comparaba con el gran conquistador Aegon I, sentía un ardor dentro de mí, un rechazo hacia su audacia y arrogancia.

La ira se apoderó de mí y me acerqué a un espejo en mi habitación. Tomé un cepillo de cabello y lo lancé con furia hacia el espejo, rompiéndolo en mil pedazos. Grité con ojos llenos de locura, dejando escapar todo el resentimiento que había acumulado.
—¡Nunca seré como esa maldita bastarda!—, vociferé, dejando que mis palabras se mezclaran con los rugidos de Vhagar, el dragón de la fallecida Lady Laena Velaryon, cuyo eco resonaba en todo el lugar.

La habitación parecía vibrar con mi rabia desbordante. Me sentía atrapado en la sombra bastarda Elara, siempre todod comparándome con ella por no tener un dragón. Pero en ese momento, algo cambió dentro de mí. Un destello de determinación se encendió en mis ojos.

Prometí a mí mismo que demostraría mi valía de una manera diferente, que encontraría mi propio camino para destacar como un verdadero Targaryen. Pero necesitaba montar un dragón para demostrar mi poder y grandeza. Forjaría mi propio destino, superando las expectativas impuestas por otros y dejando una marca imborrable en la historia de nuestra casa.

Con el rugir de Vhagar aún resonando en mis oídos, me enfrenté al espejo roto, observando mi reflejo distorsionado. Sabía que no podía permitir que la rabia me consumiera por completo. Debía canalizarla de manera productiva, transformarla en una fuerza que me impulsara a lograr mis propios logros.

Aunque Elara pudiera tener sus habilidades y compararse con los grandes Targaryen del pasado, yo también tenía mi propia fuerza y determinación. Me negaba a ser eclipsado por su sombra. Me convertiría en un Targaryen único y poderoso, dejando una huella imborrable en la historia de nuestra casa, incluso sin un dragón a mi lado.

Y así, con un fuego ardiente ardiendo en mi interior, juré convertirme en alguien que trascendería las expectativas y demostraría que Aemond Targaryen era digno de llevar el apellido y el legado de nuestra noble estirpe.

—•—

A medida que la noche caía y la oscuridad envolvía la fortaleza, una amarga sensación se apoderaba de mí. Me encontraba solo en la oscuridad de mi habitación, consumido por el odio y la amargura que me había estado carcomiendo. No podía soportar más la sombra que Elara arrojaba sobre mí, siempre destacando, siempre siendo admirada.

La llama del resentimiento crecía dentro de mí mientras mis pensamientos se enfocaban en Vhagar, el majestuoso dragón de Lady Laena Velaryon, que ahora yacía sin jinete. Mis puños se apretaron con fuerza mientras una idea se formaba en mi mente.

LlenO de odio y amargura, me adentré en la oscuridad de la noche hasta llegar a la playa, donde la imponente figura de Vhagar se alzaba contra el cielo estrellado. Sus alas extendidas, sus fauces abiertas, todo en él gritaba poder y majestuosidad. Aunque mi corazón estaba lleno de rabia, una parte de mí anhelaba controlar a ese feroz dragón y volar sobre él, demostrando mi valía al mundo.

Sin pensarlo dos veces, me acerqué a Vhagar con paso decidido. El rugido atronador del dragón resonaba en mis oídos, pero no me detuvo. Enfrenté su mirada, desafiante y despiadada, mientras mis pensamientos se enredaban en una danza mortal con mi ambición.

Extendí mi mano temblorosa hacia Vhagar, sintiendo el calor radiante de su cuerpo escamoso. Cerré los ojos y me sumergí en un profundo trance, dejando que la oscuridad y la ira se fusionaran dentro de mí. Con cada latido de mi corazón, visualicé mi dominio sobre el dragón, imaginando cómo sus poderosas alas me llevarían a lo más alto del cielo.

Cuando abrí los ojos, mi mente estaba llena de determinación. Con un grito desafiante, monté a lomos de Vhagar. Sus escamas se fundieron con mi piel, y el viento azotó mi rostro mientras nos elevábamos en el aire. El poderoso rugido de Vhagar llenó el espacio, anunciando nuestra conquista conjunta.

Durante horas volamos sobre la costa, la luna iluminando nuestro camino. Sentí una sensación indescriptible de liberación y superioridad. Con cada aleteo de Vhagar, el peso de mi amargura y resentimiento parecía desvanecerse.

El tiempo parecía detenerse mientras explorábamos los confines del cielo. Vhagar y yo éramos uno, una fuerza indomable que desafiaba las leyes de la naturaleza. Desde lo alto, observé el mundo con una nueva perspectiva, comprendiendo que mi valor no estaba definido por los dragones, sino por mi propia fuerza y determinación.

Al final de nuestro vuelo, descendimos lentamente hacia la playa. Mi conexión con Vhagar se desvaneció, y me encontré solo una vez más, mirando a la criatura que había dominado por un breve instante. Agradecí al dragón por la experiencia compartida y me alejé, sabiendo que el poder y la grandeza no se encuentran solo en la dominación de seres feroces, sino en el dominio de uno mismo.

Aunque la amargura aún se aferraba a mi corazón, sentí un destello de esperanza. Sabía que mi camino hacia la grandeza no estaba marcado por la posesión de dragones, sino por el desarrollo de mi propio carácter y habilidades. Vhagar, en su imponente majestuosidad, me enseñó una valiosa lección: el verdadero poder reside en el control sobre uno mismo y la superación de nuestras propias limitaciones.

—•—

Tras reclamar a Vhagar, el imponente dragón, Aemond se encontró con las hijas de Lady Laena Velaryon, Lucerys y Elara. La tensión entre ellos era palpable, debido a las rivalidades y resentimientos que existían aun entre las diferentes ramas de la familia Targaryen.

En ese momento, Elara notó que algo faltaba. Al parecer, alguien había robado el dragón de Lady Laena Velaryon. Lucerys acusó a Aemond de ser la responsable, mientras el lo aceptaba con orgullo. La discusión se tornó acalorada, y pronto las palabras se convirtieron en empujones y forcejeos.

Aemond, lleno de rabia y amargura, no dudó en aprovechar la situación para lanzar insultos a Elara. La llamó bastarda una y otra vez, buscando herirla con sus palabras. Pero Elara, aunque afectada por los comentarios, no se dejó amedrentar. Miró a Aemond con determinación en sus ojos, desafiante ante sus insultos.

En medio del caos, Lucerys, presa del miedo y queriendo proteger a su tía Elara, sacó un puñal de su cinturón. El arma brillaba peligrosamente a la luz de la luna, y un escalofrío recorrió el aire. Sin embargo, antes de poder hacer algo, Lucerys tropezó y cayó al suelo, alejándose del puñal que había empuñado.

Elara, sintiendo cómo Aemond la lastimaba física y emocionalmente, se encontró en un momento de desesperación. Sin pensarlo dos veces, sus ojos se posaron en el puñal que había caído cerca de Lucerys. El arma, una vez más, resplandeció ante su mirada.

Con un rápido movimiento, Elara se agachó y agarró el puñal con fuerza. La empuñadura fría y afilada se convirtió en una extensión de su mano. Sin vacilar, y movida por un instinto de protección y supervivencia, se abalanzó sobre Aemond. Con un grito ahogado, clavó el puñal en el ojo del joven Targaryen, que soltó un alarido de dolor.

El silencio se apoderó del lugar mientras todos observaban con horror lo que acababa de suceder. La sangre brotaba de la herida de Aemond, manchando su rostro y empapando su ropa. Elara, aún con el puñal en la mano y temblando por la intensidad del momento, retrocedió lentamente.

—•—
—La herida sanará, mi reina, pero el ojo se perdió—, habló uno de los maestres en la habitación, rompiendo el silencio tenso que se había instalado. La reina Alicent se acercó furiosa a su hijo Aegon, sus ojos reflejando dolor y decepción y lo abofeteó.

—¿Dónde estabas imbecil? Debías proteger a tu hermano—, dijo con voz temblorosa. En el fondo, la princesa Rhaenyra observaba a su madrastra, preocupada por la situación que se estaba desencadenando.

Detrás de Rhaenyra, se encontraban sus dos esposos, Daemond Targaryen y Harwin Strong, quienes protegían a sus hijos de la mirada enloquecida de Alicent. Aemond, lleno de rencor, señaló a Elara como la culpable de todo, exacerbando aún más la ira de su madre. Alicent, nublada por la ira y las lágrimas, tomó bruscamente a su hija bastarda y dijo con crueldad: —Como pudiste... es tu hermano, tu sangre—. Elara, en medio de la desesperación, gritó: —¡Me llamó bastarda!—.

Alicent retrocedió, dominada por la ansiedad y la culpa. La habitación se llenó de susurros sobre la paternidad de la hija de la reina, cuestionando su legitimidad y sembrando dudas sobre su linaje. El juicio de Alicent estaba nublado por el peso de sus propios errores y desilusiones, y en un instante de caos emocional

Viserys, el rey, miró a todos con una mirada de autoridad y desaprobación. Gritó con firmeza:
—¡Suficiente! Cualquiera que cuestione la paternidad de la princesa Elara será castigado severamente. A partir de ahora, se le cortará la lengua a aquel que difunda tales rumores infundados... Esto se acabó—. Su voz resonó en la habitación, imponiendo un silencio momentáneo.

Pero la reina Alicent, entre lágrimas y con el corazón roto, no pudo contener su desafío. Miró directamente a su esposo y dijo con voz temblorosa: —No, no se ha acabado—. Su tono reflejaba una mezcla de dolor, indignación y rebeldía. Ella se negaba a aceptar la injusticia y la pérdida que había sufrido su hijo.

Viserys suspiró cansado, sintiendo el peso de la tragedia en sus hombros. Dirigió una mirada compasiva a Alicent y respondió con voz suave pero firme: —No dejes que tu ira nuble tu juicio, querida esposa. Nada le devolverá el ojo a nuestro hijo—. Sus palabras resonaron en la habitación, recordándoles a todos la dura realidad de la situación.

Alicent permaneció en silencio, mirando a su esposo con furia contenida. Sentía que él no comprendía su dolor y su lucha interna. El resentimiento y la sensación de injusticia la envolvían, creando una brecha cada vez más profunda entre ellos. La tensión en la habitación era palpable

El dolor y la tristeza seguían envolviendo la habitación mientras la tensión aumentaba entre Viserys y Alicent. La reina miró fijamente a su esposo, sus ojos llenos de resentimiento y desesperación.

—Esto no será suficiente, mi rey—, dijo Alicent con voz temblorosa pero determinada. —Aemond ha sufrido un daño permanente. La buena voluntad no hará que recobre su ojo. Nada en este mundo podrá devolverle lo que ha perdido—.

Viserys suspiró nuevamente, consciente de la verdad en las palabras de su esposa. Sabía que no había manera de revertir lo sucedido y que el dolor de su hijo sería una carga que llevaría para siempre. Sin embargo, intentó ofrecer algún consuelo y razón a la desesperada Alicent.

—Nada hará que recobre el ojo, es cierto—, respondió Viserys con voz grave. —Pero debemos aceptar lo que no podemos cambiar y buscar la forma de seguir adelante—.

Sin embargo, las palabras de Alicent resonaron en la habitación, cargadas de resentimiento y acusación: —No, porque se le fue arrancado—. Su mirada se posó directamente en su hija bastarda, Elara, quien se mantenía en silencio, abrumada por la culpa y la tensión del momento.

Elara, sintiéndose vulnerable y desamparada, se alejó de su madre y encontró refugio detrás de su media hermana Rhaenyra. La tensión en la habitación era palpable, mientras Alicent continuaba en su enojo y Viserys luchaba por encontrar una solución.

Viserys, agotado y frustrado, miró a Alicent con una mezcla de ira y cansancio. —¿Qué quieres que haga entonces?—, preguntó con voz enojada. La voz de Alicent se quebró mientras respondía: —Es tu hijo, Viserys... Hay una deuda que debe ser saldada. Quiero que le quites el ojo a quien le arrebató el ojo a Aemond—.

Sus palabras resonaron en el aire cargadas de desesperación y dolor. Rhaenyra, protegiendo a Elara, intervino en ese momento. —No harán tal cosa, Alicent. Ella es tu hija—, afirmó firmemente, tratando de apaciguar la situación.

Viserys, enfadado por la exigencia de su esposa, se acercó a ella. —Esto se acabó—, sentenció con determinación. Pero Alicent permaneció allí, parada entre lágrimas y miradas llenas de locura. —Si el rey no hará justicia, entonces la reina la hará—, pronunció cruelmente, sin importarle que fuera su propia hija la afectada.

Sin embargo, Viserys hizo caso omiso de las palabras de Alicent y comenzó a alejarse de la habitación, dejando atrás la atmósfera cargada de resentimiento y angustia

Mientras el rey Viserys se alejaba, Alicent, llena de ira y desesperación, decidió tomar las riendas de su propia justicia. Robó la daga de Viserys y se abalanzó sobre Elara, con la intención de hacerle daño. Sin embargo, Rhaenyra, siempre valiente y protectora, se enfrentó a su madrastra para defender a su hermana Elara.

La sala se llenó de tensión cuando Rhaenyra bloqueó los ataques de Alicent con habilidad y determinación. Ambas mujeres se miraron ferozmente, sus ojos reflejando una mezcla de resentimiento, dolor y amor distorsionado.

—¡Detente, Alicent! ¡Ya has causado suficiente daño!—exclamó Rhaenyra, su voz resonando con autoridad y angustia.

Alicent, con la daga aún en la mano, miró desafiante a Rhaenyra. —No entiendes, Rhaenyra. Ella es la causa de todo esto. Ha llevado la desgracia a nuestra casa, ha manchado nuestra sangre noble....donde esta el deber? Donse esta el sacrificio? Pisoteado siempre por esa niña—.

—es agotador no crees— contestado,Rhaenyra apretó los puños, conteniendo su ira. —Elara es tu hija, Alicent. No puedes culparla por las decisiones que has tomado y los errores que has cometido. No puedes seguir sembrando más dolor y destrucción—.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Alicent, mezcladas con su rabia y confusión. —¿Y qué hay de Aemond? ¿Acaso no importa lo que le han hecho? ¿No merece venganza? De la crueldad de su hermana —

Rhaenyra la miro con dolor. Alicent bajó la mirada, sintiendo el peso de sus acciones.— He perdido tanto pero mi deber es proteger lo que creó —

Elara observó horrorizada la escena que se desarrollaba frente a ella. La revelación de la falta de amor de su madre hacia ella y la violencia desatada la golpeó con fuerza. Se sintió diminuta y desamparada, incapaz de alcanzar el nivel de sus hermanos y de satisfacer las expectativas de su madre. Un sentimiento de profunda tristeza y soledad la envolvió.

Mientras tanto, Rhaenyra continuaba conteniendo a Alicent, luchando por mantener el control de la situación. El aire se llenó de tensión, y los presentes observaban con inquietud, deseando que la situación se resolviera pacíficamente. Todos repetían las mismas palabras: "Suelta la daga, Alicent".

Rhaenyra, sin apartar la mirada de Alicent, pronunció con voz firme: "No te escondas más bajo una fachada de honorabilidad. Todos podemos ver ahora quién eres realmente".

Los ojos de Alicent se llenaron de lágrimas mientras continuaba siendo retenida por Rhaenyra. Era como si la verdad hubiera salido a la luz y ya no pudiera ocultar su verdadera naturaleza. Atormentada por las voces que resonaban a su alrededor, Alicent miró a Rhaenyra con labios temblorosos. Repentinamente, un movimiento brusco hizo que la daga rozara la pálida piel de Rhaenyra, provocando un breve corte.

Alicent, asustada por lo que había sucedido, soltó la daga, que cayó al suelo con un ruido sordo. Se aferró a sí misma, tocando su vientre con gesto protector, y cayó de rodillas al suelo, sumida en un llanto desgarrador. La culpa, la locura y el dolor la consumían.

Mientras tanto, Rhaenyra se levantó lentamente del suelo, se limpió la sangre que manchaba su braso y miró a su alrededor. La sala estaba llena de silencio y miradas preocupadas. Aunque el peligro inmediato había pasado

Elara quedó paralizada por el manotazo de Alicent cuando ella se quiso acercar, sintiendo cómo la empujaban lejos con fuerza. El odio y el dolor que emanaban de su madre eran abrumadores. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras la miraba, sin comprender cómo podía existir tanto resentimiento hacia ella.

A pesar del rechazo, Elara no pudo evitar sentir compasión hacia su madre. Sabía que Alicent estaba perdida en su propio sufrimiento y que sus acciones eran producto de la amargura y la desesperación. Aunque la rechazara en ese momento, Elara se aferraba a la esperanza de que algún día pudieran encontrar la paz y reconciliarse.

Mientras tanto, Rhaenyra observaba la escena con pesar en su mirada. Comprendía el tormento de Alicent y la complejidad de los sentimientos que la consumían. Se acercó a Elara y la rodeó con su brazo, ofreciéndole un apoyo silencioso. Ambas sabían que el camino hacia la sanación sería largo y doloroso.

El resto de los presentes permaneció en silencio, sin atreverse a intervenir en el tumulto emocional que se desplegaba ante sus ojos. Las tensiones familiares y las heridas profundas quedaban expuestas, y todos eran conscientes de que el camino hacia la reconciliación sería difícil.

Alicent, aún mirando con odio y dolor a su hija, se levantó lentamente del suelo. El brillo de la locura aún perduraba en sus ojos, pero también había un atisbo de tristeza y remordimiento. Aunque parecía resistirse a aceptar el amor y la compasión que le ofrecían.

La habitación quedó envuelta en un silencio tenso, como si el tiempo se hubiera detenido. Las cicatrices emocionales y físicas dejarían una marca indeleble en todos los presentes, pero también plantarían la semilla de un cambio profundo y transformador. Era el comienzo de un nuevo capítulo en la historia de la familia Targaryen, uno en el que el perdón y la sanación lucharían contra los demonios del pasado......

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