Augsvert III: la venganza de...

By sakurasumereiro

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Continuación de El retorno de la hechicera. Último libro de la saga. More

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Capítulo I: Bajo la protección de Gerald (I/III)
Capítulo I: Bajo la protección de Gerald (II/III)
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Capítulo II: Tengo que encontrarte (I/III)
Capítulo II: Tengo que encontrarte (II/IV)
Capitulo II: Tengo que encontrarte (III/IV)
Capítulo II: Tengo que encontrarte (IV/IV)
Capítulo III: Confortar (I/II)
Capítulo III: Confortar (II/III)
Capítulo III: Confortar (III/III)
Capítulo IV: Skógarari (I/III)
Capítulo IV: Skógarari (II/III)
Capitulo IV: Skógarari (III/III)
Capítulo V: Bräel (I/III)
Capitulo V: Bräel (II/III)
Capítulo V: Bräel (III/III)
Capítulo VI: Confesión (I/II)
Capítulo IV: Confesión (II/II)
Capítulo V: Enemigo (I/III)
Capítulo V: Enemigo (II/III)
Capítulo V: Enemigo (III/IV)
Capítulo V: Enemigo (IV/IV)
Capitulo VII: Caminos separados
Capítulo VIII: Caminos separados (II/III)
Caminos separados (III/III)
Capítulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (I/V)
Capítulo IX: "Se a cerca el tiempo de la verdad" (II/V)
Capítulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (III/V)
Capitulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (IV/V)
Capítulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (V/V)
Capítulo X: El príncipe Alberic y el Cuervo (I/III)
Capítulo X: El príncipe Alberic y el Cuervo (II/III)
Capitulo X : El príncipe Alberic y el Cuervo (III/III)
Capítulo XI: Augsvert (I/III)
Capítulo XI: Augsvert (II/III)
Capítulo XI: Augsvert (III/III)
Represalia (II/III)
Capítulo XII: Represalia III/III
Capítulo XIII: En los linderos del reino (I/III)
Capitulo XIII: En los linderos del reino (II/III)
Capítulo XIII: En los linderos del reino (III/III)
Capítulo XIV: Frente a Frente
Capitulo XIV: Frente a frente (II/III)
Capítulo XIV: Frente a frente (III/III)
Capítulo XIV: Frente a frente (IV/IV)
Capítulo XV: Eran uno (I/III/
Capítulo XV: Eran uno (II/III)
Capítulo XV: Eran uno (III/III)
Capítulo XVI: Otro tiempo se acerca (I/III)

Capítulo XII: Represalia (I/III)

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By sakurasumereiro

I

Soriana

Me desperté a mitad de la noche, con el brazo de Aren cruzando mi cintura desnuda debajo de las suaves frazadas. El calor ascendió a mis mejillas al recordar lo que había sucedido entre ambos hacía poco tiempo. Parpadeé un par de veces y suspiré en silencio antes de levantarme de la cama. Con el mayor sigilo del que fui capaz tomé mis ropas desperdigadas por el suelo y comencé a vestirme.

—¿A dónde vas?

La voz ronca y adormilada de Aren a mis espaldas me sobresaltó. Al girarme, lo vi bajo la tenue luz que arrojaban las luminarias, apoyado sobre uno de sus codos, mirándome. ¿Cuánto tiempo llevaba despierto? Suspiré antes de hablar.

—Hay algo que debo hacer.

Aren giró un poco y miró en dirección al ventanal que tenía las cortinas corridas, la densa oscuridad de la noche se colaba en el balcón y contrastaba con la poca luz en el interior de la recámara.

—¿En mitad de la madrugada? —preguntó con un dejo de sarcasmo. Cuando no respondí, él se incorporó del todo y agregó—: ¿No me lo dirás? Me gustaría que confiaras en mí, Soriana, que no me guardaras secretos.

Llevaba tanto tiempo cargando en soledad mis culpas y mis errores que era difícil compartirlos con alguien. Aren esperaba una respuesta, sus ojos dulces me miraban. Debía aceptar que ya no estaba sola, así que le tendí un puente para darle acceso a mi isla solitaria.

—Hay dos cosas que deseo hacer esta noche —le dije, me senté en el borde de la cama y le acaricié las puntas de los cabellos castaños que le caían en los hombros—, cuando me fui de Augsvert dejé en mi antigua habitación un libro qué deseo recuperar. También quiero ir a la biblioteca.

Aren frunció el ceño.

—¿No puede esperar hasta el amanecer?

Yo negué en medio de una pequeña sonrisa. Él tomó la mano con la que lo acariciaba, la acercó a sus labios y la besó.

—¡Siempre tan misteriosa! Lo has sido desde que eras una niña, ¿sabías? Es una de las cosas que más me atraen de ti.

—Entonces, ¿cuándo te revele todos mis secretos, dejaré de gustarte?

—Sospecho que siempre guardarás algún secreto, mi reina.

Volví a sonreír, empezaba a adorar que me llamara de esa forma.

—Me cuidaré de no revelarlos todos.

—¿Puedo acompañarte?

Yo asentí.

Mientras terminaba de vestirme, Aren me hizo una pregunta que debí haber esperado y, sin embargo, me tomó por sorpresa.

—Soriana, eso en tu muñeca, ¿a quién le has jurado gefa grio?

Había olvidado el maldito hechizo. Suspiré, luego le contesté en voz baja:

—De alguna forma este juramento está relacionado con lo que deseo hacer esta noche. —Ante mis palabras, Aren frunció el ceño y yo exhalé dispuesta a revelarle más de mis misterios—: ¿Recuerdas cuando conocimos a Gerald? Bien, en esos días encontré un extraño libro en una sala secreta de la biblioteca.

A medida que nos vestíamos le fui contando las circunstancias en las cuales me hice con el libro. Le hablé de la estatua y del dios escindido del cual no entendía cómo, ni por qué había desaparecido de las leyendas cosmogónicas de Olhoinnalia. Finalmente, le conté lo que pasó en Ausvenia con Odorseth y sus visiones, también le hablé de Caleb y el juramento que le hice. Cuando terminé mi relato, Aren estaba asombrado.

—Hay varias cosas que no comprendo de toda esta extraña historia, Soriana —dijo mientras se colocaba las botas de caña alta—. En primer lugar, ¿por qué Gerald tenía ese pergamino que hablaba de una sala secreta en la biblioteca de Augsvert, del libro y de ese dios al que te refieres?

—También me intrigaba saberlo, así que cuando viví en Doromir y tuve la oportunidad, le pregunté por el pergamino, me contó que ya no lo tenía y me explicó que de niño, él solía pasar algunas temporadas en el palacio del Amanecer. No hay muchos sorceres en Doromir, de hecho, Gerald es el único hechicero con sangre real. El rey Kalev estaba obsesionado con la magia y tenía la creencia de que su savje y el de Kalevi podían fortalecerse hasta ser similares al de Gerald, al de los sorceres.

»El rey acumulaba libros, pergaminos, tablillas, reliquias, todo lo que tuviera un nexo con la magia. Gerald me relató que encontró ese pergamino suelto entre unos libros en la biblioteca personal del rey Kalev. Cuando su madre lo envió aquí, Gerald vio la ocasión de investigar sobre eso. Sin embargo, una vez en el palacio Adamantino se concentró en perfeccionar su técnica de espada, perdió el interés y nunca más pensó en el pergamino.

Aren quedó en silencio lo que tarda en consumirse al fuego una brizna de paja, reflexionaba sobre lo que le había contado.

—Parece que fueron los hilos de Surt los que te llevaron a ese libro a través de varias coincidencias.

El hilo ineludible del destino.

Recordé la visión que me mostró Odorseth en Ausvenia y luego las palabras de Caleb, su creencia de que yo era una especie de versión reencarnada del príncipe Alberic. Necesitaba saber si todas esas cosas eran ciertas. A la luz de mis nuevos conocimientos y teorías, tal vez podía interpretar de mejor manera el libro misterioso o hallar alguna cosa en la sala secreta que arrojara luz sobre quién era la estatua y qué relación tenía con Alberic.

—Tal vez sí eres la reencarnación del príncipe Alberic, Soriana. Por algo Surt te puso en el camino de ese libro, de la estatua y su espada.

Miré a Aren asombrada de que él le diera crédito a esa profecía cuando yo todavía no estaba muy segura de qué pensar sobre ella.

—¿Le regresarás Augsvert a los alferis? —preguntó él inesperadamente serio.

En Ausvenia, luego de ver el pasado de los alferis, sentí que lo correcto era devolverles su reino, pero era muy consciente de las implicaciones que eso traería para mí y para los sorceres que vivían en Augsvert y la habían hecho su tierra.

—No soy la reina de Augsvert, ¿cómo podría convencer al Heimr de aceptar abrir las puertas del reino a nuestros enemigos?

—Y entonces, ¿qué piensas hacer?

—No lo sé. Por ahora solo quiero liberar a mi madre, ya después buscaré la manera de deshacer este gefa grio.

Aren y yo salimos de la habitación. Con paso silencioso recorrimos el corredor hasta llegar a mis antiguos aposentos. Frente a las puertas de madera, la nostalgia me estremeció y por un momento me quedé impávida sin saber qué hacer.

—¿Estás bien? —me preguntó Aren.

Miles de recuerdos me invadieron. Retrocedí trece años, deseaba y a la vez temía que al abrir las puertas me encontrara con una Soriana de quince años discutiendo con su madre. Sacudí la añoranza con un movimiento de cabeza y asentí. Giré el pomo de la puerta y esta cedió. Al parecer, mi habitación tenía tan poca importancia que ni siquiera estaba asegurada, no me lamenté, al contrario.

Empujé la puerta y Aren entró detrás de mí. Tal como temía, bastó entrar para hundirme en un pozo de recuerdos, ante mí no se hallaba una estancia llena de polvo y muebles descoloridos, sino una donde había una amplia cama con dosel y cortinas de gasa blanca, colchas azules espléndidas con la flor de Lys bordada, armarios llenos de vestidos de telas finas, raras y suaves.

Aren encendió una pequeña luminaria que brilló arrojando una tenue luz plateada. Entonces, como si un delgado velo se descorriera, salí de mi ensoñación: volví a encontrarme en el centro de una habitación antigua, polvorienta y decadente. Tardé un instante en enfocarme y recordar el motivo de mi incursión nocturna. Miré la cama, caminé hasta ella y me deslicé debajo de esta, donde estaba la tabla floja en el suelo, un poco de fuerza y logré sacarla de su lugar. El corazón se me aceleró cuando contemplé el cofre de plata. Lo tomé y salí de debajo de la cama.

—¿Qué es? —preguntó Aren mientras me sentaba en el colchón polvoriento.

—La causa de todos mis problemas.

Pasé la mano por encima del cofre con mi savje encendido para anular el hechizo de restricción, un instante después, la tapa se abrió. El manuscrito amarillento que me fascinó antaño, él mismo que me hizo sentir poderosa y abrigar la esperanza de ser una buena reina, para después destruir mis estúpidos sueños de la peor manera, apareció ante mí. Allí estaban los viejos hechizos que hablaban de como canalizar el savje para aumentarlo.

Me pregunté si tal vez los alferis de antaño conocían esas formas. Siempre quise saber quién había escrito el libro. Cuando me dediqué a estudiarlo años atrás nunca estuve segura de que se tratara de magia negra y por eso seguí adelante con él, no hablaba de Morkes, ni de ningún otro dios, solo de savje. No juzgaba prácticas, no había condenas ni advertencias en sus páginas, solo embriagante poder.

De acuerdo a lo que me había dicho Caleb, yo había llegado a la conclusión de que la estatua en la biblioteca era la del dios Erin. Por lo tanto, este debía ser su libro, uno que hablaba de una magia absoluta y no fragmentada en blanca y negra, Lys y Morkes, sino anterior cuando ambos dioses eran uno y el mismo, y lo bueno y lo malo no existía.

¿Por qué solo la magia negra era la que se había quedado en mí? Algo no había entendido en el libro. Volví a guardarlo en el cofre y a sellar este con mi savje.

—Vamos —le dije a Aren.

En la sala secreta tenía que estar la respuesta.

Tuve que reconocer que vagar de madrugada por el palacio con Aren a mi lado había sido una buena idea, también volver a cambiar el color de mi pelo con magia. Así que no llamábamos la atención, los guardias, al ver a lars Grissemberg, uno de los miembros del Heimr, no cuestionaban ni mi presencia a su lado, ni nuestro destino por las galerías desiertas tan de madrugada.

Bastó con un movimiento de su mano para que los guardias no cuestionaran nuestra presencia en la biblioteca y nos dejaran entrar.

Las grandes luminarias que flotaban en la sala blanca reflejaban nuestras figuras en el piso de Heirdsand. Los libros olvidados sobre las mesas de madera pulida trajeron apacibles recuerdos de una época más feliz, aunque en aquel entonces no me lo parecía. De que forma tan drástica nos cambia la vida gracias a una sola decisión. Una vez existió una Soriana que soñó con ser una gran reina y llenar los estándares que crearon para ella, una Soriana que se equivocó y dio paso a esta otra, que trataba de enmendar los errores.

—Es por aquí.

Tomé la mano de Aren y lo guie a través de las laberínticas galerías repletas de estantes, hasta el pasillo donde la sala blanca daba paso a la violeta. El corazón se me saltó un latido cuando vi frente a mí la estatua que representaba al Björkan, el árbol de la vida.

—Aquí está —dije acariciando con mis dedos la piedra fría y blanca.

—¿Esta es la entrada?

Yo asentí y dibujé en el aire el símbolo que había realizado en aquel entonces y que ahora sabía, significaba Erin, el nombre del dios. La estatua del árbol desapareció y frente a nosotros se abrió la entrada igual a la gran boca negra de un lobo.

—Vamos.

Antes de que pudiera saltar, Aren sujetó mi muñeca.

—¿Estás segura de esto, Soriana?

—No —le contesté con sinceridad—, pero debo hacerlo.

Tomé aire y me zambullí en la negrura.

Igual que aquella vez, me recibió una resbaladilla al final de la cual se encontraba la pequeña sala a oscuras. Aren, detrás de mí encendió una luminaria azul.

—¿Qué es esto? —preguntó mirando a su alrededor.

—Aquí encontré el libro, en esta mesa —dije señalando la superficie donde se apoyaba la estatua—. Este es el dios de quien te he hablado: Erin.

Aren se acercó y lo rodeó mientras lo examinaba. La estatua se conservaba exactamente igual: Inclinada sobre la mesa con su rostro que mostraba una expresión pacífica y los rasgos andróginos. Antes no me di cuenta, pero ahora veía el detalle de su pelo: la mitad era blanca y la otra negra.

De pronto, Assa aldregui en mi cinto, empezó a resonar y a vibrar. Se movía como si quisiera desprenderse de la correa a la que se hallaba atada y mientras lo hacía la acompañaba un sonido igual al eco de una campana después de ser tañida.

—¿Qué le pasa? —preguntó Aren.

No tenía una explicación que darle, nunca antes la espada había reaccionado a nada ni nadie que no fuera yo.

—Mira —dijo Aren y señaló a la estatua.

Cuando la vi por primera vez trece años atrás, me di cuenta del medallón que colgaba de su cuello, pero no reparé mucho en él. Como la espada y el libro, el medallón no era una representación en piedra, sino un objeto real. El metal del que estaba hecho se hallaba oxidado y el medallón se movía en respuesta a la espada, ambos parecían atraerse y querer unirse.

También algo extraño me sucedió, de pronto me embargó una profunda nostalgia por la joya enmohecida, tanto que los ojos se me llenaron de lágrimas sin saber por qué, excepto que verla era como estar delante de algo largamente anhelado, deseaba tocarla.

—¡Soriana! —exclamó Aren—, ¡ten cuidado!

Extendí la mano hacia el medallón que flotaba en dirección a mí, alejándose del pecho de piedra de la estatua.

De pronto dejé de ser plenamente consciente de lo que hacía o más bien de tener voluntad de decidir, me dejé llevar por mi instinto al igual que hice en Ausvenia cuando juré gefa grio. Lo sujeté y la sensación de que había hallado algo invaluable se apoderó de mí, era como regresar al hogar luego de un largo viaje, al sitio donde pertenecemos y nos sentimos seguros.

Lo último que escuché fue la voz de Aren llamándome.


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