Un Siervo para Amanda (El Áng...

By BecaAberdeen

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AMANDA FAIRFAX VIVE EN UNA SOCIEDAD DOMINADA POR LAS MUJERES Durante el deslumbrante baile que marca su debut... More

Explicación del título
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Universo EL ÁNGEL
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By BecaAberdeen

Llevaban alrededor de dos horas a constante galope entre ár- boles. La oscuridad de la noche se había vuelto más densa y las estrellas brillaban entre los huecos de las hojas con más intensidad que en la aldea iluminada de Crawley.

La nuca rubia que trotaba delante de su barbilla estaba sos- pechosamente callada y solo rompía el silencio en las escasas ocasiones que había detenido el caballo para comprobar el mapa y la brújula.

Al fin, Amanda decidió detenerse para pasar la noche, cer- ca de un riachuelo. El lugar parecía estar totalmente aislado de ningún asentamiento humano. Y, al parecer, eso era lo que ella perseguía. Los únicos sonidos que se escuchaban eran aquellos naturales al bosque, insectos, pájaros nocturnos y el repiqueteo del agua del riachuelo contra las piedras del cauce.

―Callum, quítate esa camisa. Voy a lavarte la herida en el río.

La obedeció sin rechistar. Siempre le agradaba ver como esos bellos ojos admiraban su torso, y en esos momentos, a solas con ella en el bosque, tenía más ganas que nunca de despertar su interés.

Cuál fue su decepción al ver que la cabizbaja muchacha no levantó la mirada para admirarlo como había ocurrido en el pasado. En lugar de eso, se concentró en lavarle la herida concienzudamente y volcó sobre esta un pequeño recipiente. Estaba a punto de preguntarle de que se trataba cuando sitió un horrible escozor y tiró del brazo. Pero la joven había anti- cipado esa reacción y lo sostuvo con firmeza.

―¡Detente, Callum!, solo es un poco de sal, para limpiar la herida. No tengo nada mejor.

―Duele ―refunfuñó relajando el brazo.

―Las infecciones duelen aún más.

―No exageres. No es tan profunda.

―Por si acaso.

Era fascinante cómo la joven logró llevar toda la pelea sin tan siquiera mirarle una sola vez. Se concentró en hacer tiras con su camisa. Y usó dos de ellas para vendarle el brazo con fuerza.

―¿Quieres cortarme el brazo con esa venda? ―le espetó malhumorado. Era consciente de que se estaba portando como un mocoso malcriado, pero la repentina frialdad de Amanda lo estaba irritando―. ¿Qué voy a ponerme ahora? Si duermo a la intemperie con el torso descubierto amaneceré con un resfriado o algo peor.

―Al menos amanecerás ―musitó ella con tono sombrío.

―¿Se puede saber que te ocurre? ―le gruñó, perdiendo la paciencia―. ¡Basta ya, Amanda! ¡¿Qué está ocurriendo?!

¡¿Por qué nos escapamos al bosque en lugar de quedarnos a esperar que pase la tormenta?!

Lo miró a los ojos por primera vez, mientras apretaba los labios hasta dejarlos blancos. En sus ojos pudo ver que lo con- sideraba un cadáver andante y que estaba a punto de comen- zar a llorarle.

―No eres inmune, Callum ―murmuró al fin, ahogándose en su propia garganta―. Te han estado suministrando el an- tídoto a cada tres días. Te quedan dos días de protección; y luego volverás a ser vulnerable ante la bacteria.

Se quedó mirándola durante un instante, rogando que fuera una retorcida broma; pero al mismo tiempo sabía que no lo era.

―¿Cuál es el antídoto? ―preguntó desesperado. Su voz tan estrangulada como le había sonado la de ella.

―Solo la comisión internacional conoce ese secreto. Es un secreto celosamente guardado, porque si llegara a hacerse público, cualquier mujer podría intentar hacerse con él y des- pertar a su siervo.

Callum se dejó caer hacia atrás y apenas sintió el agua que mojó su trasero. Ni siquiera le importó que sus pantalones se permearan con las frías aguas del río.

―Le quedan dos días de vida a mi cerebro ―musitó, sin- tiéndose nauseabundo y mareado.

―Si entras en contacto con la bacteria una vez que tu cuer- po haya eliminado el antídoto, sí ―explicó―. Por eso te he traído al medio de la nada. Donde no haya hombres no habrá bacteria. Debemos mantenerte alejado de la civilización.

―¿Y luego qué? ―preguntó con la mirada perdida en el horizonte.

―No he ideado ningún otro plan más allá de eso ―se la- mentó ella con culpabilidad.

Callum giró el rostro para contemplarla. La chica restrega- ba sus manos contra su frente y parecía estar castigándose a sí misma por no ser capaz de ofrecerle nada más.

―Aún no he tenido tiempo para madurar una idea, pero te prometo que...

Se inclinó hacia ella. Verla sufrir había adormilado el dolor de su propio afligimiento. Le sujetó las muñecas y tiró de ellas con suavidad para destapar su rostro.

―Amanda ―la interrumpió con suavidad―. Creo que hay un límite de veces en las que se puede salvar a una persona, y tú lo has sobrepasado con creces. Me temo que ahora lo único que me queda por hacer es ofrecerte mi vida, pues te la has ganado de tantas formas que ya no me pertenece en absoluto.

―No digas tonterías, lo único que quiero es que recuperes tu libertad.

Callum sonrió.

―Tiene gracia que digas eso —cambió su posición en el agua para ponerse de rodillas—, cuando soy el más esclavo de todos los siervos.

―¿Qué quieres decir? ―la oyó musitar sin aliento. La luna iluminaba sus hermosos ojos húmedos. La muy tonta no había entendido que se refería a ella y a lo perdido que se sentía sin ella.

―Dímelo tú, ama.

Amanda no dijo nada, pero al instante comenzó a llorar desconsoladamente.

Callum la observó con el ceño fruncido. Quizá no debería haberse sincerado tanto con ella.

Continuó llorando y farfullando para sí misma durante un instante, pero al fin lo miró entre lágrimas y dijo:

—Vas a enfermar.

―No tengo camisa y mis pantalones están empapados

―declaró―. Y aún así la tuberculosis o la gripe son la menor de mis preocupaciones.

Amanda le sonrió y a él le pareció que lo hacía con ternura, lo que logró entibiarlo más que fantasear con una habitación cálida.

―Te he traído ropa.

―Lo tenías todo planeado, ¿verdad? ―le dijo, mientras le guiñaba un ojo. Se levantó y saltó a la orilla embarrada.

―Nos esconderemos de la civilización mientras ideamos un plan mejor ―continuó la joven mientras abría una de las bolsas que colgaban de los flancos del caballo.

La creyó. Sabía que aquella cabecilla rubia era capaz de idear el más inteligente de los planes. Incluso esconderlos en el bosque para ganar tiempo había sido una gran idea.

Amanda le entregó una muda de ropa lo suficientemente cálida como para pasar la noche en el bosque. Con el fino pija- ma del Andrónicus había hecho varios paños, y los pantalones empapados colgaban del árbol más cercano.

Después improvisó una mesa con dos tortillas, rebanadas de pan y piezas de fruta.

Tampoco habló mucho mientras comían. Él sabía que el silencio era solo exterior y que dentro de su cabeza estaba analizando todas las posibilidades inimaginables para solu- cionar el problema de Callum.

Alargó la mano y comenzó a abanicar el aire por encima de la coronilla rubia. Ella miró a su alrededor y al no ver nada le dedicó una mirada confusa.

―Te está saliendo humo de la cabeza ―le explicó fingien- do seriedad―. Ocurre a menudo, cuando alguien que no tiene los medios intenta pensar demasiado.

Amanda reprimió una sonrisa y le tiró un trozo de pan. El fusil le rebotó en la frente y cayó sobre el mantelito.

―¡Aú! ―se quejó Callum, acariciándose la frente―. Si vas a tirarme pan, asegúrate de que no sea de hace dos días, porque en ese caso prefiero que me tires una piedra del río.

―No seas impertinente, el pan es de esta mañana. No he tenido tiempo de preparar un banquete.

―Lo sé rubita ―dijo, alegrándose de haberla distraído. Prefería verla indignada con él que preocupada con salvar el mundo―. Solo digo que no te hubiera matado traer un poco de queso.

Amanda intentó controlar su rostro pero no fue lo suficien- temente rápida, pues él la conocía y supo leer la expresión de este.

―Has traído queso ―celebró aupándose para dirigirse a las provisiones. La muchacha las había colocado en una pie- dra cercana al río, un lugar bastante fresco para la estación del año en la que estaban.

Amanda no lo dejó avanzar sino que tiró de su brazo mientras le reprendía sobre el racionamiento inteligente de las provisiones. Se dejó caer con un sonoro topetazo y se resbaló hacia el lado del que ella había tirado, aterrizando muy cerca de su rostro. Sin poder evitarlo, su mirada se perdió en la de ella, hipnotizada. También podía sentir su familiar fragancia emanando de sus ropas y su cabello. Toda su piel le picó de forma casi dolorosa por las ganas de besarla, pero se contuvo al ver las profundas ojeras de cansancio en el pequeño rostro.

―Hazme un favor, ¿quieres? ―le susurró cerca de sus la- bios―. No busques más soluciones por esta noche. Es muy tarde y necesitas descansar.

Mientras él recogía la cena, Amanda cepilló al caballo para eliminar los restos de sudor del animal. Callum insistió en preparar su lecho y para impresionarla rebuscó por el bosque y por el río, materiales para poder acomodarlos lo mejor po- sible e improvisó con una sábana y palos, una tienda que los cobijara un poco del aire. Cuando terminó, examinó su obra con orgullo. Había situado el lecho contra una gran roca y por el otro lado la tela lo cubría. Las mantas más pesadas las había reservado para la improvisada cama; e incluso había logrado suavizar el suelo con un amontonamiento de hojas.

Tendidos uno junto al otro, Callum los cubrió con el man- to. La noche se había enfriado bastante y dio un respingo al notar las manos heladas de Amanda sobre su cadera.

—Disculpa —dijo ella riendo perezosamente—. Estoy helada. Aunque has hecho un buen trabajo con el lecho, es cómodo y entraré en calor enseguida.

—Lo dudo. No hay recuperación posible para tu grado de congelación —se burló él—. Dame tus manos.

Amanda titubeó y Callum las buscó bajo las mantas, rozando sin querer el trasero de ella. Un camino de cosqui- llas recorrió sus manos hasta su vientre y más allá. Intentó ignorarlas mientras le echaba una mirada de soslayo a la mu- chacha cuyos ojos ya se habían cerrado.

Supo que no estaba dormida porque sonrió al sentir las cá- lidas palmas de él cubriendo las suyas. La tenía tan cerca que podía notar el olor embriagador de su piel y sus cabellos. Su corazón se aceleró mientras varias ideas cruzaban su mente. Intentó desertarlas, pero el calor en sus nervios se apoderó de sus sentidos.

—¿Amanda? —la llamó con suavidad, apoyándose sobre un codo y dejando que sus ojos se deslizaran por el perfil de su rostro, su cuello y por la clavícula que el manto no estaba cubriendo. Su lengua se puso nerviosa dentro de su boca.

—Llevo dos días sin dormir —respondió ella en una frase retorcida como si la privación de sueño hubiera actuado como el alcohol sobre sus capacidades. Ni siquiera abrió los ojos para decirlo, y su respiración acompasada le indicó que se encontraba más con Morfeo que con él.

Callum suspiró y se dejó caer sobre su espalda. Si no lo- graba convencer a ciertas partes de su cuerpo de que no era el momento, sería él que no pegaría ojo.

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