25

219 17 2
                                    

Amanda apretó el paso para cruzar el salón hacia la parte tra- sera de la casa. Antes de irse a dormir, había llamado a la puer- ta de Callum para desearle las buenas noches. Preocupada al no recibir respuesta, abrió la puerta y se encontró con que la estancia estaba vacía. Sin duda, el joven se había escabullido a alguna parte de la casa con Cassandra para preparar algu- na travesura. O al menos intentaba convencerse así misma de que se trataba de algo parecido, para ignorar el peso que se había alojado sobre su pecho.

Tampoco los divisaba ahora en el jardín. Pero eso no tenía porqué significar que algo malo le había ocurrido. Era lógico que su hermana y Callum estuvieran escondidos en algún lu- gar privado, donde pudieran mantener una conversación.

Si era sincera, tenía que reconocer que estaba un tanto celosa ante la idea de que pronto, Callum podría relacionar- se con cualquier otra persona, y ella dejaría de ser especial e importante para él. Sería libre para escoger a otra muchacha con la que pasar su tiempo.

En ese momento solo lo compartía con Cassandra y ya se estaba enfrentando al desagradable sentimiento de no conocer su paradero. ¿Qué pasaría cuando Callum tuviera su propia vida?

La sensación desagradable, contra la que había estado lu- chando, terminó de llenar su estómago mientras caminaba hacia los establos. Ese era el último lugar de la casa que le quedaba por registrar.

A pesar de su desasosiego, en cuanto cruzó la puerta del establo escuchó sus voces, y sonrió para sí misma, aliviada.

―Amanda, mira lo que hemos encontrado ―chilló su her- mana al verla entrar.

Callum y Cassandra estaban inclinados sobre el suelo y observaban una herradura de caballo.

―Le he dicho a Callum que dan suerte y él me la ha rega- lado ―volvió a chillar su hermana incapaz de esperar a que los alcanzara.

Sus ojos se cruzaron con los del muchacho, que le dedicó una tierna sonrisa, y su corazón se encogió de forma deliciosa.

En ese momento, la puerta del otro lado de las cuadras, se abrió. La oscura noche dio paso a dos fornidos siervos, que no había visto antes, y que avanzaron raudos para agarrar a Callum de los brazos e izarlo.

Cassandra chilló y Amanda se quedó paralizada.

Los hombres arrastraron a Callum hacia el exterior y ella corrió hacia ellos mientras les ordenaba que lo soltaran; pero por alguna extraña razón, hicieron caso omiso de su orden.

Cuando emergió al exterior, con Cassandra pisándole los talones, se encontró con su madre y las mujeres que la habían interrogado aquella misma mañana. Estaban acompañadas por varios siervos.

―Mamá, diles que lo suelten ―gritó, intentando forcejear con uno de ellos. Pero fue como intentar mover una viga de acero. Callum continuaba paralizado, fingiendo bien su papel de siervo sin voluntad.

Una mujer a la que no conocía se colocó delante de los jóvenes y comenzó a mover las manos y las facciones de su rostro. Eran sordos, y ella sabía lo que significaba eso. Utili- zaban siervos sordos como ayudantes de policía, así ninguna delincuente podría evitar que la apresaran, dándoles una or- den distinta.

Los siervos, aún sosteniendo a Callum, se detuvieron ante el lenguaje de signos.

—Llevároslo —le dijo Mary a la mujer, que repitió sus as- pavientos logrando que los muchachos se pusieran en marcha, y se llevaran a Callum.

―¡¿Qué?! ―le gritó a su madre enloquecida, y entonces se volvió hacia los tres hombres que se estaban alejando de ellas hacia la casa.

―¡Callum, lucha. Libérate! ―gritó la orden con todas sus fuerzas.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora