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A la mañana siguiente, Amanda se despertó con el ruido de golpes contundentes en la puerta que comunicaba su habi- tación con la de Callum. La noche anterior había cerrado su propia alcoba con llave para evitar que el muchacho vol- viera a sorprenderla. A pesar de que no habían podido de- batir lo ocurrido en la iglesia por la presencia constante de Cassandra y sus demás familiares y por el adormilamiento de Callum, no podría evitar aquella discusión por mucho tiempo.

Respiró hondo justo antes de abrir la puerta que los separa- ba, preparándose para lo que le venía. Callum estaba miraba el pomo de la puerta hasta que se encontró las piernas de ella en su lugar.

—Ya era hora —exclamó con impaciencia—. Estoy ham- briento.

Fue todo un alivio que no quisiera explicaciones de forma inmediata.

—¿Por qué has cerrado la puerta con llave? —le preguntó ante su silencio, entrando en su habitación.

Pensaba que era obvio que lo había hecho porque le tenía miedo, pero Callum parecía no comprender las cosas más evi- dentes.

—Para que no me despertaras. Necesitaba dormir bien esta noche —le mintió—. Vístete y espérame en el pasillo.

Callum obedeció y cinco minutos más tarde bajaron hasta el primer piso en silencio.

La casa estaba inusualmente iluminada debido al resplan- dor generoso del sol. Las paredes relucían su blancura con más energía de la que se les permitía en los días encapotados que habían soportado durante aquel invierno.

—He tenido un sueño extraño —le susurró Callum, acer- cando el mentón a su coronilla.

Amanda se colocó el dedo índice sobre los labios en señal de silencio.

Un murmullo de voces provenientes del comedor alertó a la joven que sus parientes ya se habían levantado y se dis- ponían a tomar el desayuno. No era costumbre que sus primas estuvieran en casa tan tarde en los días de escuela, pero allí estaban.

Miró el gran reloj chalet de madera que adornaba el recibi- dor de su casa y se dio cuenta de que en realidad eran las sie- te. El brillante sol de la mañana había engañado a su cuerpo, confundiendo su reloj interno.

Los días soleados y cálidos como aquel no eran abundantes en Inglaterra y no pensaba esperar a que se fueran para poder aprovechar el clima al máximo.

Se detuvo antes de entrar en el comedor. Miró a su alre- dedor para asegurarse de que no había nadie circulando por el pasillo. A continuación, entró en el armario de las capas y paraguas del recibidor y esperó a que él la siguiera. Cuando el muchacho lo hizo cerró la puerta tras él.

La habitación armario era minúscula y oscura. Estaba lle- na de abrigos, gorros, guantes y prendas para salir al exterior colgados por las paredes. Estos acosaban su cabeza y la obli- gaban a reclinarse hacia delante, mientras que Callum a su espalda, tenía el mismo problema.

—No hables, a no ser que estemos a solas en una habita- ción —le advirtió.

—He comprobado que estábamos solos antes de hablar

—refutó él.

Amanda no dijo nada. En ese instante se dio cuenta de lo cerca que estaban el uno del otro.

Callum se quedó allí parado, mirándola expectante. Su ros- tro estaba a solo dos dedos de ella.

La luz de la mañana se colaba por las rendijas de las puer- tas, iluminándolos con tonos marrones, lo suficiente como para que pudiera ver el rostro del muchacho y el contorno de su cuerpo, pero rodeándolos de un halo de intimidad que no había planeado.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora