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Jane la esperaba en el rellano de su casa acompañada de su siervo. Cuando la vio bajar por las escaleras, la contempló con aprobación.

―¿Vestida para matar de envidia?, joven amiga.

―Supongo ―se limitó a contestar. Por alguna razón, las críticas le perforaban el pecho como cuchillos, pero las adu- laciones apenas rozaban su superficie como plumas. Debía de ser un rasgo de la falta de confianza en sí misma. Pensó en el collar que Callum había colgado en la pared de su habi- tación para recordarle que no buscara la aprobación de otras mujeres.

―¿Dónde está Callum?

―Está enfermo, así que se quedará en...

―¿Ese Callum está enfermo o algún otro? ―inquirió Jane con sorna, señalando algo a su espalda.

Se dio la vuelta para descubrir de qué se trataba. Cuál fue su sorpresa al encontrarse con su siervo perfectamente vestido con un traje negro elegante y una camisa blanca asomando por debajo. Su pelo estaba peinado hacia atrás con efecto mo- jado. No había estado así un minuto antes. ¿Cómo se había arreglado en tan poco tiempo?

Recordó entonces que había mantenido las mantas a la al- tura de su cuello todo el tiempo, y ahora entendía lo que había escondido debajo.

Su amiga se inclinó sobre ella.

―Porque a mí este Callum me parece que goza de plena salud ―declaró, su vista también deleitándose en la imagen frente a ella.

Amanda no podía culparla. Estaba tan guapo con aquel traje que quitaba la respiración. La camisa blanca formaba un nudo elegante en su cuello y destacaba contra la preciosa chaqueta negra. El pelo mojado, peinado hacia atrás le daba el aspecto de una pantera sensual y peligrosa. Su frente des- pejada no hacía más que destacar el color de sus impactantes ojos.

Amanda tuvo que rogarle a su corazón que se tranquilizara. También sus manos se contrajeron con el deseo de atrapar el cuello del joven entre sus dedos y estrangularlo.

Tenía que pensar en algo para deshacerse de él, pero no podía hacerlo porque su maldito aspecto de Adonis la tenía aturdida.

―Vámonos o llegaremos tarde ―anunció Jane, cogiendo a su siervo por el brazo y saliendo al porche.

Callum se puso a la altura de Amanda y esta le clavó una mirada asesina. Él se limitó a sonreír con malicia.

Antes de que cruzaran el umbral, Callum tiró del bolso que llevaba entre sus temblorosas manos, ocasionando que todo su contenido se vaciara sobre el suelo.

Jane se dio la vuelta y, al verla en cuclillas, recogiendo sus pertenencias, arrugó la nariz.

―Tu comportamiento ha sido de lo más peculiar última- mente, Amanda.

Su única respuesta fue una sonrisa forzada.

Jane había reservado uno de los palcos laterales para los cuatro. El pequeño balcón contaba con cortinas de terciope- lo rojo a ambos lados para incrementar la sensación de in- timidad. También las imperiosas sillas estaban revestidas en terciopelo. El escenario se encontraba a sus pies a unas dos yardas de distancia de ellos.

Amanda notó que sus manos no habían dejado de temblar ni siquiera al entrar en el teatro Gaiety, y comenzó a pregun- tarse si tendría menos que ver con la fría brisa de la noche y más con la situación que tenía ante sí.

Jane no había dejado de parlotear sobre todas las co- sas que Amanda se había perdido durante sus dos días de confinamiento con Callum. Al parecer, los ánimos se esta- ban caldeando antes de la gran votación. Por supuesto, en Crawley y las demás ciudades rurales la opinión general no apoyaría la abolición de la esclavitud. Pero las zonas indus- triales continuaban creciendo y con un ritmo de vida frené- tico. Amanda desconocía el resultado final de la votación en Reino Unido, pero tampoco importaba porque el número de votantes en el resto del mundo sobrepasaba con creces el de su país.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora