Resplandor entre Tinieblas

Oleh WingzemonX

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La Dra. Matilda Honey ha dedicado toda su vida a ayudar a los niños, especialmente a aquellos con el "Resplan... Lebih Banyak

Capítulo 01. El Sujeto
Capítulo 02. Vengo aquí para ayudarte
Capítulo 03. De una naturaleza diferente
Capítulo 04. Demasiado peligrosa
Capítulo 05. Evelyn
Capítulo 06. La Huérfana
Capítulo 07. Mi mejor intento
Capítulo 08. Un horrible presentimiento
Capítulo 09. Mátala
Capítulo 10. ¿Fue la niña?
Capítulo 11. Adiós, Emily
Capítulo 12. Avancemos con Cautela
Capítulo 13. Un Poco de Sentido
Capítulo 14. Imagen de Niña Buena
Capítulo 15. ¿Nos vamos?
Capítulo 16. ¿Qué está ocurriendo?
Capítulo 17. Su nuevo mejor amigo
Capítulo 18. El Detective de los Muertos
Capítulo 19. Ojos Muertos
Capítulo 20. ¿Trabajamos juntos?
Capítulo 21. Respira... sólo respira
Capítulo 22. Un Milagro
Capítulo 23. Entre Amigos
Capítulo 24. Carrie White
Capítulo 25. Todo será diferente
Capítulo 26. Plan de Acción
Capítulo 27. Sin Pesadillas
Capítulo 28. Abra
Capítulo 29. Cosas Malas
Capítulo 30. Yo mismo
Capítulo 31. El Monstruo
Capítulo 32. Mi Niño Valiente
Capítulo 33. Has despertado mi curiosidad
Capítulo 34. Tenerte miedo a ti mismo
Capítulo 35. Él aún la busca
Capítulo 36. Un poco de aire
Capítulo 37. Algo está pasando
Capítulo 38. Ya no puedes detenerme
Capítulo 39. El Baile Negro
Capítulo 40. Usted me lo prometió
Capítulo 41. No me detendré
Capítulo 42. Mira lo que hice
Capítulo 43. Tuviste suerte esta vez
Capítulo 44. No estoy bien
Capítulo 45. ¿Qué haremos ahora?
Capítulo 46. Ningún lugar a dónde ir
Capítulo 47. Buenas amigas
Capítulo 48. Tío Dan
Capítulo 49. Lo mejor es dejarlos ir
Capítulo 50. Bobbi
Capítulo 51. Tu última misión
Capítulo 52. Una leal sierva
Capítulo 53. Hacia el sur
Capítulo 54. Pagar por los pecados de otros
Capítulo 55. Un Iluminado de Dios
Capítulo 56. Se viene una batalla
Capítulo 57. Ya estás en casa
Capítulo 58. Calcinarlo vivo
Capítulo 59. Ayudar a alguien que me necesita
Capítulo 60. No enloquezcas
Capítulo 61. Ven conmigo
Capítulo 62. Vamos por él
Capítulo 63. Una pequeña bendición
Capítulo 64. Santa Engracia
Capítulo 65. Ann Thorn
Capítulo 66. Amor y fe
Capítulo 67. La quinta tragedia
Capítulo 68. Yo siempre le he pertenecido
Capítulo 69. La Caja
Capítulo 70. Lote Diez
Capítulo 71. Andy
Capítulo 72. Hola otra vez
Capítulo 73. Oscuro y maligno
Capítulo 74. Nosotros perduramos
Capítulo 75. El castigo que merecemos
Capítulo 76. Maldigo el momento
Capítulo 77. Juntos y Vivos
Capítulo 78. Mami
Capítulo 79. ¿Qué demonios eres?
Capítulo 80. Últimas lágrimas
Capítulo 81. Inspector de Milagros
Capítulo 82. Orden Papal 13118
Capítulo 83. Protector de la Paz
Capítulo 84. Quizás era demasiado
Capítulo 85. Su queja está anotada
Capítulo 86. Gorrión Blanco
Capítulo 87. El plan ha cambiado
Capítulo 88. Tenemos confirmación
Capítulo 89. No la abandonaré
Capítulo 90. Noche de Fiesta
Capítulo 91. No hay que preocuparse por nada
Capítulo 92. Así como lo hace Dios
Capítulo 93. Se te pasará
Capítulo 94. Rosemary Reilly
Capítulo 95. Yo soy su madre
Capítulo 96. No debes titubear
Capítulo 97. Reunidos como una familia unida
Capítulo 98. Un trato
Capítulo 99. Un tonto que se cree héroe
Capítulo 100. Soy Samara Morgan
Capítulo 101. Gran Huida
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 1)
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 2)
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 3)
Capítulo 102. Un regalo para su más leal servidor
Capítulo 103. Inconcluso
Capítulo 104. Un lugar seguro
Capítulo 105. Volver a casa
Capítulo 106. Nuestra única oportunidad
Capítulo 107. Al fin nos conocemos de frente
Capítulo 108. Terminar la misión
Capítulo 109. Fuego de Venganza
Capítulo 110. Objetivo Asegurado
Capítulo 111. Mi poder es mío
Capítulo 112. Si lo deseas con la suficiente fuerza
Capítulo 113. Terminar con este sueño
Capítulo 114. Código 266
Capítulo 115. El Príncipe de Chicago
Capítulo 116. Una buena persona
Capítulo 117. Somos Familia
Capítulo 118. Un mero fantasma
Capítulo 119. Bienvenida al Nido
Capítulo 120. Confirmar o enterrar sospechas
Capítulo 121. Mucho de qué hablar
Capítulo 122. Encargarnos de otras cosas
Capítulo 123. Era mi hermana
Capítulo 124. No Ha Terminado
Capítulo 125. Lo que tengo es fe
Capítulo 126. Haré que valga la pena
Capítulo 127. Primera Cita
Capítulo 128. Levántate y Anda
Capítulo 129. Una chica tan bonita como yo
Capítulo 130. Eres extraordinario
Capítulo 131. Resentimientos
Capítulo 132. Una verdad más simple
Capítulo 133. Yo no necesito nada
Capítulo 135. Me necesitas
Capítulo 136. Miedo Irracional
Capítulo 137. Eli
Capítulo 138. Duelo a Muerte
Capítulo 139. Adiós, estúpida mocosa
Capítulo 140. Algo viejo y destructivo
Capítulo 141. Nuevo Truco
Capítulo 142. VPX-01
Capítulo 143. Propiedad Privada
Capítulo 144. Base Secreta
Capítulo 145. Lo que se esconde en su interior
Capítulo 146. Sólo queda esperar
Capítulo 147. El Lucero de la Mañana ha Salido
Capítulo 148. Ataque a Traición
Capítulo 149. La Destrucción del DIC
Capítulo 150. Combate en dos frentes
Capítulo 151. Una pesadilla hecha de realidad
Capítulo 152. Destrucción Fascinante
Capítulo 153. Las Ruinas del Nido

Capítulo 134. En lo que tú quieras

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Oleh WingzemonX

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 134.
En lo que tú quieras

Mabel no podía pasar más tiempo sin saber con exactitud a qué situación se estaba enfrentando. Así que en contra de sus instintos y entrenamiento, se internó en una parte más concurrida de la ciudad, en busca de algún sitio donde pudiera conectarse a internet y averiguar qué había ocurrido con exactitud aquella noche. El sitio que le pareció más adecuado fue una biblioteca pública; eran lugares silenciosos y discretos, donde podías hacer uso de las computadoras y nadie te cuestionaba demasiado al respecto.

El sitio estaba en efecto bastante solitario en cuanto llegó, excepto por algunos empleados y sólo un par de personas caminando entre los estantes. Mabel se dirigió hacia una de las computadoras, de modelo claramente viejo pero suficiente para lo que necesitaba. Una vez que estuvo segura de que nadie la miraba, comenzó a buscar noticias sobre la fecha en cuestión.

Fue hasta ese momento que se dio cuenta que había estado en coma sólo dos días; se sentía como si hubieran sido más. En los portales de noticias lo más llamativo que encontró fue una noticia con respecto a una explosión ocurrida en el edificio en el que Thorn se quedaba, resultando varias personas heridas. Había un hombre fallecido en el sitio que algunos testigos señalaban como el responsable, y se buscaba a una mujer que podría ser su cómplice y que había ingresado a la fuerza al edificio minutos antes de la explosión. Por la descripción, Mabel pensó de inmediato en la vaporera que estaba en la bodega; la que le había volado la cabeza en cenizas al guardia de Thorn. Se preguntó si acaso la explosión que mencionaban había sido también causada por ella.

Con respecto al incidente de la bodega, sólo encontró un par de noticias que hablaban de un supuesto tiroteo, pero sin ningún aprehendido, y sólo el cadáver sin vida de una mujer desconocida que Mabel supo de inmediato debía hacer aquella mujer del vapor viejo y rancio que casi le provocó arcadas. Pero fuera de ella, no mencionaba a nadie más.

Así que Abra y sus acompañantes habían salido bien librados, pero aquella vaporera que creaba fuego de seguro había ido a enfrentar a Thorn, resultando en esa explosión. ¿Y el hombre que mencionaban las noticias? ¿Sería acaso ese policía que había invocado a los fantasmas en el pent-house? Lo dudaba, pues estaba demasiado herido la última vez que lo vio.

No encontró ninguna mención directa ni a Thorn, ni a alguna de las tres niñas. Le gustaría pensar que alguno había muerto en ese maldito departamento, en especial la puta que le había disparado y tirado al río, pero lo dudaba completamente. Lo más seguro es que los cuatro siguieran rondando por ahí...

Escuchó los susurros de algunas personas pasar cerca de ella, por lo que rápidamente alzó su mirada inquisitiva. Un chico y una chica jóvenes pasaban caminando cargando cada uno al menos tres libros. Ambos miraron en su dirección, y se murmuraron el uno al otro. A Mabel no le agradó en lo más mínimo esas miradas; ¿acaso la habían reconocido?

Hizo entonces una última búsqueda, esta vez relacionada con el incidente de la noche anterior, en donde se mencionara a una policía muerta y a alguien con su descripción. No tardó mucho en encontrarlo, en letras grandes de primera plana:

Oficial de Policía y al menos dos personas más brutalmente asesinadas en tiroteo en hospital.

No había demasiados detalles, pues muy seguramente estos no habían sido por completo liberados a la prensa. Pero lo más preocupante fue ver un retrato de sí misma hecho de forma digital acompañando la nota; un retrato muy, muy bueno en realidad, y extremadamente parecido.

—Hijos de... —masculló entre dientes, intentando contener el coraje.

Pero eso no era todo. Justo al final de la nota, en la sección de comentarios, se encontró directamente con un usuario que había escrito:

El retrato de la fugitiva es idéntico al que mostraron en la conferencia de esta mañana de una de las responsables del secuestro de la niña de Washington. ¿Lo notaron? ¿Es acaso la misma persona?

«¿Conferencia? ¿Qué conferencia?» pensó Mabel alarmada. ¿Y de qué secuestro estaban hablando?

Rápidamente hizo una búsqueda, utilizando las palabras clave que el comentario le había proporcionado: conferencia, secuestro, niña, Washington... Tras unos minutos, dio con un video subido hace sólo un par de horas, de lo que evidentemente era una conferencia de prensa. Y en cuanto la cámara enfocó a los hombres que estaban sentados en la mesa sobre el escenario, de inmediato reconoció a uno de ellos, de cabellos rubios, rostro blanco y ojos grandes azules.

«El vaporero de los fantasmas» pensó asombrada. Estaba vivo, y de pie. ¿Cómo pudo haberse recuperado tan pronto del disparo de su pierna? ¿Había sido Samara? ¿Había curado su pierna como había hecho con su mano?

Se colocó rápidamente los audífonos para escuchar el video. Para su sorpresa, la conferencia era justamente sobre la tal Samara, o más específicamente de su rescate. Sin embargo, se dio cuenta de inmediato de que los hechos que describían eran totalmente inventados. Y, encima de todo, la señalaban a ella, con un retrato de su rostro y todo, como cómplice de su secuestro y de mantenerla cautiva.

—¡¿Qué demonios...?! —exclamó en alto con furia sin poder contenerse. Ella ni siquiera había tenido contacto con la niña o con la tal Leena hasta que se las cruzó ese día en el pent-house. ¿Ahora resultaba que ella era participe directa de todo lo ocurrido?

Cerró el video antes de que terminara, y se quitó los audífonos con brusquedad, arrojándolos a un lado. Así que no sólo la buscaban por el asesinato de aquella policía, sino también por ese otro crimen que le querían achacar. Su cara ya rondaba por todos lados; no tardaría en volverse bastante reconocible no sólo para la policía, sino para cualquiera que se cruzara en la calle

Estaba acabada; ese era el fin.

Siglos enteros que el Nudo Verdadero trabajó para mantener a sus miembros en el anonimato, mezclarse entre los paletos, ser sólo uno más entre la multitud, perderse entre ellos. Y ahora ahí estaba, cazada y buscada por todo el mundo. Le habían puesto una jodida liana en la espalda, justo lo que nunca debió haber permitido que ocurriera.

Alzó su mirada de nuevo, y notó a los mismos dos jóvenes, hablando en esos momentos con la encargada. Y un segundo después... los tres se giraron a mirar justo en su dirección.

Mabel ni siquiera lo dudó. De inmediato se paró de su silla, derribándola por el acto, y corrió despavorida hacia la salida. No tenía que mirar atrás para saber que aquella estúpida bibliotecaria estaría en esos momentos con el auricular del teléfono en su oído, llamando a la policía. Tenía que alejarse de ahí lo más pronto posible, antes de que alguno atendiera a su llamado.

Salió como estampida por la puerta, casi derribando a una mujer que iba entrando. Bajó apresurada las escaleras, y se movió rápidamente por la acera, comenzando poco a poco a mezclarse entre la multitud, con su gorra agachada y sus manos ocultas en los bolsillos de su chaqueta. Por más que lo intentara, sin embargo, eran bastante evidentes sus nervios y la forma casi paranoica en que miraba sobre su hombro. Cualquiera se daría cuenta de inmediato de lo sospechosa que se veía, incluida la patrulla que abruptamente se detuvo en la calle a su lado, haciendo sonar su sirena.

—Oye tú —pronunció con severidad uno de los oficiales al bajarse del vehículo—. Detente dónde estás...

Por supuesto, Mabel no hizo caso en lo absoluto, y salió corriendo al instante, empujando a cuanta persona se atravesara en su camino, sin importarle nada más. Los policías no tardaron en perseguirla, y logró escuchar además como llamaban por sus radios para solicitar refuerzos.

Las pocas fuerzas del vapor que había consumido últimamente le permitían ir rápido, pero no tan rápido. Esos imbéciles no tardarían en alcanzarla, así que decidió cambiar un poco de estrategia. Se dirigió directo hacia una entrada cercana del metro, y comenzó a bajar deprisa las escaleras hacia la estación. Los policías le pisaban los talones.

Mabel saltó con agilidad los torniquetes, pasándose con rapidez al andén. Aquel obstáculo detuvo unos momentos a sus perseguidores, pero no tardaron en sobreponerse. Un tren estaba arribando, y se estacionó en el andén acompañado de su distintivo rechinido. Los oficiales perdieron a su fugitiva unos instantes, pero uno de ellos no tardó en verla de pie frente al tren, un segundo antes de que las puertas de éste se abrieran y una oleada de pasajeros saliera por ellas.

—¡Detengan a esa mujer! —exclamó uno de los policías mientras se lanzaba al frente, pero el mar de gente no le permitió avanzar demasiado. Vio como la fugitiva ingresaba por las puertas vagón, y se perdía de su vista en el interior. Un instante antes de que pudiera acercarse lo suficiente, las puertas del tren se cerraron de golpe, prácticamente en las narices del oficial.

El tren emprendió su marcha, alejándose a toda velocidad por el túnel.

—¡¿Subió?! —le cuestionó alarmado su compañero al oficial en cuanto lo alcanzó, respirando con agitación.

—Así es, ¡maldita sea! —exclamó molesto el primer oficial—. Atención, atención —pronunció en su radio mientras ambos se dirigían de regreso a la salida—. La sospechosa se dirige en el metro a Wilshire/Normandie. Detengan ese tren de inmediato y cierren la estación. Que nadie entre ni salga; repito, que nadie entre ni salga.

Los oficiales se apresuraron a la salida con la intención de volver a su patrulla y seguir con la cacería de la asesina de policías antes de que se les adelantara demasiado.

Sin embargo, ambos ignoraban que de hecho no se había alejado tanto como creían. En realidad, Mabel no había subido a aquel tren; aquello había sido una simple ilusión que había proyectado directo a la mente de uno de ellos, desde un escueto escondite detrás de una de las columnas de la estación.

Una vez que los dos oficiales se fueron, Mabel pudo dejar de usar sus poderes para ocultarse, y entonces el peso de la persecución y el truco que acababa de hacer le cayeron como roca en los hombros. Eso era malo; comenzaba a sentirse débil, y sabía que no era sólo por la falta de vapor o por sus heridas.

Avanzó con paso disimulado hacia los baños de la estación, intentando mezclarse entre la gente que aún seguía ahí. Sin que nadie reparara demasiado en ella, ingresó al baño de damas y cerró la puerta con seguro. Se acercó apremiante al espejo, y se levantó la blusa para ver su torso. Justo como se lo temía: manchas rojas comenzaban a formarse en puntos dispersos sobre su piel lechosa. El maldito sarampión estaba avanzando; los demás síntomas no tardarían en presentarse...

Soltó una aguda maldición al aire. Se inclinó al frente, apoyándose en el lavabo, y respiró lentamente intentando calmar la ansiedad que la invadía. Abrió la llave y se echó rápidamente un poco de agua a la cara, esperando que aquello la despejara aunque fuera un poco. No lo hizo.

—Tu cuerpo se debilita rápidamente —escuchó que una voz, más que familiar para ella, pronunciaba a sus espaldas. Al alzar la mirada de nuevo al espejo, poco le sorprendió ver el reflejo de Rose, de pie justo detrás de ella—. No durarás mucho en ese estado.

—Perfecto, tú de nuevo —masculló con molestia—. ¿Puedes volver en otro momento? Aún no tengo fiebre para empezar a delirar.

Se apoyó de nuevo sobre el mueble del baño, inclinó su cabeza hacia adelante y cerró los ojos. Sus párpados se sentían tan pesados que sentía que le sería imposible volverlos a abrir.

—Estoy cansada, muy cansada —susurró despacio, no para el espectro de Rose detrás de ella sino para sí misma—. ¿Para qué seguir con esto? No tengo a dónde ir, ni a quién proteger. Es sólo cuestión de tiempo para que los paletos me atrapen, o esta enfermedad acabé conmigo. Debería sólo... terminar con esto de una buena vez, mientras aún tengo fuerzas para hacerlo por mi cuenta. Quizás sólo... saltar frente al siguiente tren que llegue, y dejar que todo acabe...

—No digas estupideces —escupió Rose con furia, apareciendo en un parpadeo justo a su lado—. No puedes dejarte vencer de esta forma. ¿Olvidas lo que te dije? Tú eres el futuro del Nudo Verdadero, la única que puede traer a nuestro grupo de vuelta de la casi extinción.

—¿Y cómo voy a hacer eso exactamente? —dijo Mabel, acompañada de una risa irónica.

—El termo, debes ir por el termo —recalcó Rose con severidad—. Es lo único que puede salvarte, y a todos.

—¡¿Por qué mierdas sigues insistiendo con el estúpido termo?! —espetó Mabel con furia, girándose a encarar a la ilusión de Rose. Sus ojos resplandecieron con un fulgor plateado, encendiéndose por la ira. Rose la Chistera la miró de regreso con expresión inalterable.

Y entonces, justo en ese momento, Mabel se dio cuenta de algo. Algo que simplemente había pasado por alto hasta ese momento, pero que en retrospectiva resultaba casi absurdo que no lo hubiera pensado antes.

—El termo —repitió con voz calmada, y el brillo de sus ojos también se apaciguó—. Es el termo, ¿no es cierto? Lo sentí la primera vez que inhalé de él. El vapor en su interior... era diferente. Me hizo sentir más fuerte, como no me había sentido en mucho tiempo. Y mis síntomas desaparecieron. Y además, fue justo después de eso que comencé a verte. ¿Es esa la causa de esto?

Rose siguió observándola, en absoluto silencio.

—¿Qué es? ¿De quién es ese vapor? ¡Dímelo, maldita sea!

Antes de que la imagen de Rose pudiera decir cualquier cosa, Mabel escuchó el traqueteo de la puerta cuando alguien intentó abrirla sin éxito, seguido justo después por un zarandeo y varios golpes con la palma abierta.

—¡¿Quién está ahí?! —pronunció una voz molesta al otro lado—. ¡Abre en este instante!

Mabel se giró por mero reflejo hacia la puerta por encima de su hombro, y para cuando se volvió de nuevo a su dirección original, Rose de nuevo había desaparecido.

—Maldita sea —masculló en voz baja, conteniéndose las ganas de gritarlo y golpear uno de los espejos presa de la frustración.

Aunque no le hubiera respondido nada, ahora sabía que ese termo era más importante de lo que parecía. No tenía idea del porqué, o si acaso no era todo producto de su propia imaginación. Pero algo era cierto: no duraría mucho en su estado sin una dosis correcta de vapor, mejor que la de los insulsos paletos de esa ciudad podrían darle.

Volvieron a golpear a la puerta, por lo que Mabel supo que era momento de salir. Del otro lado apareció el rostro malhumorado de una encargada de la limpieza vistiendo un uniforme azul y arrastrando consigo un carrito con un trapeador. Intentó decirle algo, pero antes de que lo hiciera Mabel caminó a su lado, presionó su frente ligeramente con sus dedos y susurró:

—Tú no viste nada.

La mente de la mujer se nubló de golpe, y de forma mecánica e inexpresiva repitió:

—Yo no vi nada...

Mabel se alejó caminando de regreso a la salida de la estación, mientras detrás la mujer de intendencia entraba al baño para realizar su limpieza, como si nada hubiera pasado. Y, desde su perspectiva, así había sido.

La Doncella pensó que encontraría mayor resistencia para salir, pero todo indicaba que los policías se habían ido corriendo a la otra estación, convencidos de que se había subido al tren, y no se habían molestado en asegurar ésta. Pero no tardarían mucho en darse cuenta de la verdad, así que tenía que moverse rápido. Subió rápidamente por las escaleras y caminó por la acera en la dirección contraria a la que los policías habían ido. Al principio su andar fue presuroso, pero conforme logró mezclarse con la multitud pudo pasar más desapercibida, perdiéndose entre el mar de rostros.

Mientras caminaba, sacó del interior de su chaqueta el teléfono que se había guardado, así como la batería y el chip que le había quitado, volviendo a poner todo en su sitio. A la primera oportunidad dejó la multitud y se adentró a un estrecho callejero, ocultándose entre las sombras para poder hablar mejor con el contacto guardo como V.S. La persona al otro lado se tomó su tiempo para responder, como si supiera de antemano que cualquier segundo que la hiciera esperar la molestaría.

—Tardaste menos de lo que pensé —masculló con ironía la voz de Verónica Selvaggio al otro lado de la línea—. El dibujo de tu cara ya ronda por todo internet, ¿viste? Dentro de poco hasta tendrás club de fans. Por algún motivo a la gente le encantan las asesinas, en especial si son bonitas. Oh, lo siento. Se supone que a los del Nudo Verdadero les gusta no llamar para nada la atención, ¿no? Entonces esto debe ser muy incómodo para ti.

En otro momento y lugar, no ignoraría tan obvia provocación. Pero ahora tenía cosas mucho más importantes de cuáles ocuparse.

—Dijiste que podías ayudarme, ¿era en serio? —exclamó Mabel con severidad, mientras observaba aprensiva hacia la calle.

—Sí —respondió Verónica con voz impasible—. Pero fuiste tan grosera que ya no sé si quiero hacerlo.

—Por el amor de... —susurró la verdadera entre dientes con notoria frustración.

Verónica soltó sin menor cuidado una sonora y estridente risotada.

—Sólo estoy jugando. Si aún ocupas una vía de escape, tengo una forma de sacarte de la ciudad. Era como planeaba anteriormente sacar a las tres amiguitas de Damien. Te daré una dirección...

—Necesito volver a mi casa móvil primero —declaró Mabel con firmeza, adentrándose más al callejón.

El silencio que inundó la línea los siguientes segundos dejó en evidencia la incertidumbre de Verónica. A pesar de estarse haciendo la lista hasta ese momento, fue claro que esa petición no la esperaba en lo más mínimo.

—Ah, ¿sí? ¿Y en dónde está?

—Al este, por la entrada a Los Ángeles desde Anaheim.

—Eso no está precisamente cerca o de paso de a dónde ocupo que vayas. ¿Qué hay tan importante ahí para que ocupes ir hasta allá bajo estas circunstancias? ¿Quieres ponerte ropa interior limpia?

—Eso no te interesa —sentenció Mabel con mordacidad, pero intentó al instante siguiente controlar un poco más sus ánimos antes de volver a hablar—. Escucha, ayúdame a llegar hasta allá y luego iré a donde me digas. Si no, veré cómo moverme por mi cuenta y ahora sí me desharé de este teléfono y jamás volverás a encontrarme.

—Eso lo dudo —indicó Verónica con voz risueña—. Pero está bien. Te diré a dónde ir en unos minutos. Alguien te recogerá en ese sitio; sólo dile a esa persona a dónde ocupas ir, y luego te llevará a un lugar seguro por el que te podremos sacar de la ciudad. Mientras tanto, intenta que no te vean, que eres un rostro muy famoso en estos momentos. Luego me das tu autógrafo, ¿de acuerdo?

Y antes de que Mabel replicara cualquier cosa, Verónica colgó sin más.

Era obvio que sabía de antemano como esa notoriedad la molestaría de manera tan particular. Directamente había señalado hace un momento al Nudo Verdadero, y el conocimiento que poseía de sus prácticas para mezclarse y no llamar la atención. ¿Cómo sabía tanto de ellos? Se atrevía a decir que parecía tener conocimiento de cosas que ni siquiera Thorn sabía.

¿Quién era en verdad esa chica? ¿Cómo había pasado tan desapercibida para ella hasta ese momento?

No importaba; ya se preocuparía por eso en cuánto estuviera a salvo. De momento tenía que mantenerse en movimiento, pues la policía no tardaría en comenzar a rondar en los alrededores en su búsqueda.

Como prometió, unos diez minutos después de haber colgado, Verónica volvería a llamarle para darle las siguientes indicaciones.

— — — —

Era un poco antes de las cinco cuando Mabel arribó al sitio que Verónica le había indicado: un pequeño, discreto y bastante escondido bar en el sótano de un edificio. Verónica le había indicado que se sentara en una mesa en el rincón más alejado y oscuro, y no llamara la atención. Aquello resultaría más sencillo de lo esperado, considerando que para esa hora el sitio se encontraba relativamente vacío salvo por el bartender y un par de clientes sentados en la barra. Todos estaban más concentrados en sus respectivas bebidas y en ver un juego de baseball en la televisión para reparar demasiado en la muchacha de gorra que había entrado. Mientras el juego no cambiara a algún noticiero que diera seguimiento a su caso y mostrara su rostro en grande en la pantalla, estaría bien.

Pidió una cerveza regular con los últimos dólares de Sadie y Lacey que le quedaban. Igual que con la comida, el alcohol no solía tener un efecto bastante notorio en el cuerpo de los verdaderos, pero su sólo sabor o la sensación de beberlo resultaba relajante. Abuelo Flick le había dicho en alguna ocasión que ese efecto era más debido al recuerdo de sus vidas como paletos, de las bebidas y comidas que en aquel entonces llegaron a probar, y estos recuerdos tenían más fuerza en sus mentes que las cosas reales que consumían. Aunque no lo comprendía del todo, para Mabel tenía cierto sentido. Fuera lo que fuera, ella se sintió mejor al tomar pequeños sorbos de la botella.

Y en efecto, vinieron recuerdos a su cabeza, pero no de su lejana vida como paleta, sino de los tiempos más recientes, y de todos a los que había perdido en estos. Décadas enteras, cerca de dos siglos viviendo y alimentándose a lado de una extensa y poderosa familia... y en cuestión de unos cuántos años, lo había perdido todo.

Tras poco más de media hora de espera, en la que al menos tres clientes entraron y salieron del bar, alguien más se hizo presente y se quedó de pie frente a la puerta, recorriendo su vista por todo el oscuro establecimiento en busca de alguien; en busca de ella. Mabel lo observó desde su asiento, sin hacer algún ademán que llamara su atención. Era un paleto joven en sus veintes, alto y bien parecido, con cabello oscuro perfectamente peinado, y un traje gris impecable. Se veía demasiado arreglado y limpio para el tipo de establecimiento al que había entrada, lo que lo hacía resaltar y sentirse bastante fuera del lugar.

Tras un rato, reparó al fin en ella al fondo, y se apresuró rápidamente en su dirección. Mabel siguió impasible en su asiento, bebiendo de su botella.

—¿Srta. Maiden? ¿Mabel Maiden? —le saludó el hombre joven una vez estuvo de pie delante de su mesa. Mabel se limitó a asentir, sin mirarlo—. Hola, soy Jacob de Thorn Industries. La ayudante de la Sra. Thorn me indicó que viniera por usted. Mucho gusto.

El joven extendió una mano hacia él a modo de saludo, y sólo hasta entonces Mabel alzó su mirada y lo observó con más detenimiento. No había nada en él que le llamara la atención en lo absoluto; sólo un paleto común, hasta dónde lograba darse cuenta. ¿Quién era este sujeto? ¿Sólo un empleado más del mocoso de Thorn? ¿Sabía acaso quién era ella o cuál era realmente su encargo?

Esperaba en verdad que la tal Verónica supiera lo que estaba haciendo. Se estaba jugando el pellejo, pero no le quedaban demasiadas opciones.

Intentando disimular un poco, esbozó la sonrisa más cordial que pudo, la misma que usaba siempre para distraer la mente de los hombres.

—Igualmente —murmuró Mabel, ladeando un poco la cabeza de forma coqueta y extendiendo una mano hacia la de él para estrechársela. Al tocarlo, pudo cerciorarse de que en efecto no había nada ni remotamente interesante en ese individuo. Así que si se veía forzada a matarlo, ni siquiera podría extraerle un poco de vapor.

—Mi auto está afuera —indicó Jacob, señalando con su mano hacia la puerta—. ¿Gusta que nos vayamos de una vez?

—Por supuesto —respondió Mabel secamente, empinándose el último trago de su cerveza y poniéndose de pie.

Jacob la guio hacia afuera del bar, en concreto hacia un bonito cadilac color negro estacionado en la acera. Se podía notar por algunos detalles que no era precisamente nuevo, pero estaba bien cuidado. El empleado de Thorn Industries tuvo incluso la cortesía de abrirle la puerta del pasajero para que se subiera, y logró disimular (casi) por completo su desdén al notar como tomaba se sentaba en el asiento de piel con sus ropas sucias y apestosas. Quien quiera que la tal Verónica le hubiera dicho que ella era, al parecer Jacob pensaba que era lo suficientemente importante para no perturbarla o llamarle la atención al respecto.

—Me dijeron que tenía que llevarla a las bodegas de carga de Thorn en el puerto, ¿es correcto? —comentó Jacob una vez que estuvo en el asiento del conductor, con todo y su cinturón puesto.

—Si es lo que te dijeron —le respondió Verónica encogiéndose de hombros. Verónica le había dicho algo sobre que la sacaría oculta en uno de los camiones de Thorn, sin darle mayores detalles.

—Sí, pero que primero tenía que llevarla a otro sitio, y que usted me indicaría por dónde —señaló Jacob justo después.

—Ve avanzando en dirección a Anaheim, y luego te diré dónde virar.

—Entendido —asintió Jacob, y de inmediato encendió el vehículo y comenzó a moverse—. Ya comienza a sentirse en verdad frío, ¿verdad? —comentó al tiempo que encendía la calefacción. Mabel se limitó a sólo sonreírle sin más.

— — — —

Tardaron poco más de cuarenta minutos en llegar al parque de remolques siguiendo las indicaciones de Mabel. Ya estaba oscureciendo para esos momentos. En un par de ocasiones una patrulla de policía pasó peligrosamente cerca de su vehículo, y en todas ellas Mabel apretujó el cuerpo contra el asiento de piel, agachándose un poco. Los vidrios del cadilac de Jacob estaban polarizados, pero aun así no podía fiarse. Por supuesto, Jacob notó su reacción en cada ocasión, así como su causa, pero no dijo nada. Quizás en el fondo se cuestionaba en qué se había metido, pero estaba lo suficiente comprometido en cumplir el encargo. Mabel no sabía si acaso era uno de los discípulos de Thorn, o solamente uno idiota demasiado dispuesto a adular y congraciarse con sus jefes.

Jacob estacionó el vehículo en la acera a un lado de la entrada principal del complejo. Mabel le indicó que aguardara ahí, se bajó presurosa y se encaminó entre las diferentes filas de casas móviles estacionadas a lo largo del parque, y de las personas sentadas afueras de éstas, alumbradas ya por las luces mercuriales. Se percibía incluso el aroma de alguna barbacoa que alguien cocinaba no muy lejos de ahí, y el sonido de los niños jugando y corriendo. Todo eso y demás sonidos y olores característicos de los paletos que a la Doncella tanto repugnaban, pero que en esos momentos poco le importaban.

Siguió caminando con la atención fija al frente, hasta que divisó en la distancia su camper; su hermosa Motorhome blanca, que había sido por tanto tiempo su hogar; suyo y de James. Mabel se paró unos instantes delante del camper, observándolo pensativa, pero se forzó a avanzar en cuanto le fue posible. Buscó a tientas bajo el vehículo el escondite donde tenían su llave extra para poder ingresar. Las sombras del interior del camper la recibieron, pero también lo hizo su reconocible, familiar y reconfortante olor.

Conforme su vista se fue acostumbrando a las sombras, y ayudada por la escasa luz que lograba entrar del exterior por las ventanillas, Mabel fue recorriendo con su mirada aquel estrecho espacio. Avanzó lentamente, hasta sentarse en uno de los sillones frente a la mesa para comer, mientras su mirada se perdía en la nada.

De nuevo los recuerdos la invadieron, en esa ocasión protagonizados en exclusividad por James y ella. Todos los momentos buenos y malos que pasaron en ese sitio, todos los dibujos que hizo sentada en esa mesa, todas las comidas que James le preparó en la parrilla... tantas veces que hicieron el amor en la cama de la habitación al fondo, y en las que siempre al final su amado la rodeaba con sus fuertes brazos, intentando hacerla sentir a salvo; y, casi siempre, lo logró.

No podía creer que en serio estuviera muerto. Si alguien debía de haberse ido primero era ella, que se había pasado los últimos cinco años entrando y saliendo de la enfermedad; cayendo y levantándose de la cama, siempre con James cuidándola de cerca.

Todo aquello la hizo sentir rota, deseosa de simplemente tirarse al suelo y soltarse a llorar. Y si aquella horrible sensación no era suficiente, el cansancio de todo ese día la aplastó de golpe.

¿Por qué había sobrevivido tanto? ¿Por qué ella seguía ahí mientras que James y los demás no...?

—No hay tiempo para lamentarse —escuchó pronunciar la profunda voz de Rose. Mabel alzó su rostro y pudo notar entre las sombras su distintiva silueta, coronada con aquel sombrero, y el brillo plateado de sus ojos—. El termo, rápido.

Mabel no replicó en esa ocasión. Por eso había ido ahí, después de todo. Respiró hondo, pasó sus manos por sus ojos, tallandolos, y se paró de su asiento para dirigirse hacia el compartimiento secreto en el suelo cerca de los asientos delanteros. Retiró la cubierta superior, abrió la puertecilla de debajo, y ahí lo encontró: el cilindro plateado y brillante, el mismo que Thorn le había entregado a James, y éste a ella. El sólo verlo y tenerlo posteriormente entre sus dedos fue suficiente para que Mabel pudiera captar el poder que guardaba, como un calor que irradiaba de su interior y casi le quemaba los dedos.

—Toma sólo un poco y deja que tu cuerpo lo asimile por completo —le indicó Rose a sus espaldas—. Necesitas recuperar tus fuerzas antes de comenzar.

«¿Comenzar qué exactamente?» pensó Mabel, pero no se molestó en expresar aquella duda en voz alta. Lo cierto era que necesitaba una dosis de vapor, y la necesitaba de inmediato.

Abrió el termo sólo un poco, lo suficiente para que un pequeño rastro de vapor blancuzco saliera de él y flotara en el aire frente a su rostro. Mabel aspiró profundo por su nariz, y el vapor entero ingresó a su cuerpo. Nada que ver con las migajas insípidas que había estado obteniendo de los paletos desde la noche anterior. Esa dosis, aunque pequeña, fue suficiente para que una intensa oleada de energía golpeara su cuerpo. Pero también hubo algo más.

Al principio no fue claro, pero conforme el vapor fue recorriendo su cuerpo, fortaleciéndola y curándola, a su mente vinieron de golpe algunos recuerdos que ella no había invocado. Era casi como si alguien hubiera metido una cinta en el interior de un reproductor y le hubiera dado reproducir directo en su cabeza, sin que ella tuviera opinión alguna al respecto. Fue un golpe violento que la sacudió. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, y apoyó su mano contra el suelo para evitar caer.

En su mente veía imágenes difusas de momentos y personas que no alcanzaba a reconocer, al menos no la mayoría. Entre un flashazo de información y otro, logró distinguir varios rostros conocidos, como el de Annie, Hugo, Marty, Papá Cuervo, Abuelo Flick... y el suyo propio.

Sí, por un instante se vio a sí misma, antes de ser Mabel la Doncella, cuando era sólo una paleta aristócrata, estirada y aburrida de Nueva Inglaterra. Se vio a sí misma recostada en el suelo con ese anticuado vestido azul de holanes y la persona desde la que su perspectiva veía tenía el rostro suspendido sobre el suyo, exhalando una profunda bocanada de vapor hacia su rostro. Decenas de voces pronunciaban en coro las palabras sagradas a su alrededor, bombardeando sus oídos.

Mabel reconoció aquel momento. Fue su nacimiento, su conversión a una verdadera. Pero ese recuerdo no era el suyo; ella no veía su propio rostro en aquel entonces, sino el de...

Aquello dio un brinco completo a muchos, muchos años adelante. Ante ella se encontraban los campers de los miembros del Nudo Verdadero, y más rostros conocidos la miraban mientras ella estaba de rodillas en el suelo y gritaba con desesperación.

—¡Esa puta!, ¡esa maldita puta! —lanzaba al aire con voz tan llena de ira que casi se quebraba—. Esa hija de puta mató a mi Cuervo! ¡La mataré!, ¡¡La mataré y me comeré su corazón!! ¡¡Quebraré su cráneo con mis propias manos!!

Esas palabras... no, ella no había pronunciado esas palabras. Y cuando la mirada se alzó al frente, tuvo claro que no era ella a la que todos esos rostros asustados y preocupados de sus hermanos observaban. Pues en efecto, uno de esos rostros era el suyo... Mabel se vio a sí misma ahí entre la multitud, de pie a lado de James, con el mismo desconcierto que los demás.

Todo aquello fue demasiado. El cuerpo de Mabel volvió a sacudirse, esta vez hacia atrás, cayendo de sentón al suelo. Respiraba con agitación, y su vista observaba perdida a las sombras del camper, sin estar segura si había vuelto en verdad al presente y a su propio cuerpo.

Esos recuerdos, esas imágenes... No provenían de ella. Eran del vapor, éste se las había mostrado. Esas memorias eran las de...

—No puede ser... —masculló atónita en cuanto la conclusión más lógica se hizo al fin tangible en su mente—. Este vapor no es de ningún paleto —declaró en voz baja, y alzó entonces su mirada lentamente, clavándola directo en la imagen de Rose de pie ante ella—. Es tuyo... Es tu vapor... ¿Qué significa esto?

Rose permaneció en silencio largo rato, y Mabel creyó que de nuevo se quedaría sin darle ninguna respuesta. Sin embargo, su voz se hizo presente al final, y en esa ocasión muchísimo más clara que antes.

—Por siglos, cada líder del Nudo Verdadero ha depositado cada cierto tiempo un poco de su propio vapor en un cilindro especial, almacenando en él todos sus conocimientos, experiencias, y poder. Esto se hace para dejarlo como legado al que sería su sucesor. Cuando me convertí en la cabecilla de nuestra tribu, mi maestro me entregó su cilindro, y por medio de un ritual sagrado me permitió consumirlo por completo. Todo su ser se impregnó en mí; aprendí lo que él había aprendido, sentí lo que él había sentido. Ese es el secreto de nuestro poder, el mismo que usamos para dirigir y proteger a nuestros hermanos.

Señaló en ese momento con su cabeza hacia el cilindro que Mabel tenía fuertemente aferrado contra sí. No se había percatado de ello hasta ese instante.

—Tuve ese cilindro siempre conmigo, hasta el último momento. Coloqué en él un último aliento de mi ser justo antes de la confrontación final con esa chiquilla y su tío, y lo escondí entre las reservas de emergencia por si cualquier cosa ocurría. Ahí fue donde los hombres del mocoso paleto lo encontraron, y la voluntad de nuestros ancestros logró que llegara hasta ti.

—No eres un fantasma —masculló Mabel con aprensión—. Ni tampoco una alucinación...

—No —respondió Rose—. Soy la esencia de lo que alguna vez fue la gran Rose la Chistera, creada a partir de las memorias del vapor que ya has consumido, y de las tuyas propias. Pero me presento ante ti de esta forma, ya que tú cuerpo no ha logrado asimilar por completo mi poder y mis conocimientos.

—¿Tu poder?, ¿tu conocimiento? —masculló Mabel, confundida. Bajó entonces su mirada de nuevo al termo en sus brazos—. ¿Quieres decir que si consumo todo este vapor... seré tan poderosa como tú?

—Lo será aún más —declaró Rose con fiereza—. Cada líder del Nudo gana el poder y el conocimiento de todos los que lo precedieron consumiendo su vapor. Ahora tú eres lo único que nos queda; ahora eres el Nudo Verdadero. Y es tu responsabilidad reconstruirlo, y traerlo de nuevo a la ansiada gloria que estos paletos nos arrebataron. Así que termina el ritual. Termina de consumir el vapor del cilindro, hasta la última fibra... y obtendrás el poder suficiente no sólo para afrontar la enfermedad, sino para hacerles frente a tus enemigos.

La mente de Mabel daba vueltas sin control. ¿Era eso real? ¿En verdad ese cilindro había contenido todo este tiempo el vapor de la propia Rose? ¿Todas sus últimas memorias y su poder? ¿Y si ella lo consumía en verdad podía obtener todo eso? ¿Podía ser...?

—¿Qué pasará cuando lo haga? —cuestionó Mabel con vacilación—. ¿En qué me convertiré?

La imagen de Rose ante ella sonrió ampliamente, casi como si aquella pregunta le resultara divertida.

—En lo que tú quieras...

Mabel seguía teniendo dudas; de que aquello fuera verdad, y si lo era, si acaso lo que Rose, o lo que fuera, le proponía fuera lo correcto. Pero... la verdad era que no tenía más alternativas. Si acaso eso podía salvarla de la enfermedad, y podía darle la fuerza para vengarse de todos los que les habían hecho tanto daño, lo haría. Sin importar lo que pasara después, lo haría.

Sin vacilar más, abrió por completo el termo, dejando que todo el vapor comenzara a escaparse de él. Comenzó a inhalar profundamente una y otra vez, aspirando cada rastro de vapor, dejando que penetrara en su cuerpo y lo recorriera de punta a punta como su misma sangre. Cada bocado nuevo traía consigo una nueva oleada de imágenes a su mente, pero ya sabiendo lo que eran pudo controlarlo mejor.

Lodsman hanti... —escuchó la voz de Rose pronunciar en alto hasta el cielo—. Somos los elegidos. Cahanna risone hanti... somos los afortunados. Sabbatha hanti, Sabbatha hanti Sabbatha hanti... Somos el Nudo Verdadero... nosotros perduramos... Lo que está atado nunca puede romperse...

Rose repitió la misma frase al menos tres veces mientras Mabel seguía inhalando. Cuando el último rastro del vapor entró a su cuerpo, soltó al fin el cilindro, que rodó por el suelo lejos de ella. Se inclinó al frente, apoyando ambas manos en el suelo y apoyándose además contra sus rodillas. Su ojos se encontraban desorbitados, su respiración acelerada y dolorosa, y su rostro se había cubierto de sudor. El cuerpo le temblaba en diferentes partes con violentos espasmos, casi como si algo en su interior intentara salir por cualquier medio que le fuera posible.

Aquello era doloroso, tanto como lo había sido su transformación. Sentía como en efecto algo cambiaba dentro de ella, pero para hacerlo necesitaba prácticamente desgarrarle todas las entrañas. Pero entre todo ese dolor, entre toda esa confusión y miedo, Mabel pudo sentir algo que hacía mucho no sentía, o que quizás nunca había sentido en plenitud realmente: fuerza, verdadera y casi infinita fuerza.

Jaló su cuerpo hacia atrás, arqueando su espalda tanto que su cabeza casi tocó el suelo. Sus ojos brillaron intensamente, y de su boca surgió un fuerte y estridente alarido que retumbó en casi todo el parque de remolques, y que casi hizo que la tierra debajo de ellos temblara. Un grito equiparable al que acompañaba cualquier nacimiento. La llegada de un nuevo y único ser...

— — — —

Jacob aprovechó la ausencia de su pasajera para poner un poco de música, intentar relajarse, y en general no pensar demasiado en las implicaciones de tan extraño encargo. Y mientras Hard Times de Paramore sonaba a todo volumen en los altavoces del vehículo, él golpeteaba el volante con sus dedos al ritmo de la melodía, y cantaba a la par la pegajosa letra.

Jacob no era como tal un miembro de la Hermandad, o al menos no todavía. Pero sabía que había más detrás de Thorn Industries de lo que parecía, aunque en su mente imaginaba algo más por el rubro de los negocios no del todo legales como contrabandos, lavado de dinero, crimen organizado... Lo que fuera, era una persona con la suficiente falta de escrúpulos para que aquello no sólo no lo asustara, sino además que estuviera más que dispuesto a complacer a Ann Thorn con tal de poder ser parte de ello. Es por ello que en cuanto Verónica Selvaggio, que sabía muy bien era la ayudante y persona de confianza de la CEO, le llamó para pedirle ese pequeño favor, no dudó ni un instante en acudir.

No tenía idea de quién era en verdad la mujer que transportaba. ¿Una contrabandista? ¿Una inmigrante ilegal? ¿La amante despechada de algún ejecutivo? ¿La hija de algún cliente importante que ocupaba ser sacada de algún problema? No lo sabía, y tampoco quería saberlo. Lo que sí tenía claro era que mientras menos preguntas hiciera y mejor hiciera su trabajo, mejor resultarían las cosas para él.

Su canción a dúo con Hayley Williams fue abruptamente interrumpida cuando una estridente explosión sacudió los vidrios de su auto, acompañado además por un intenso destello anaranjado que entró por la ventanilla. Jacob se sobresaltó, y rápidamente bajó la ventana de su lado, y asomó la cabeza para ver mejor. De detrás del muro que rodeaba el parque de remolques, una densa columna de humo se alzaba, y era visible el fulgor anaranjado del fuego. Los gritos de terror y exclamación de confusión no tardaron en también hacerse presentes no muy lejos de él.

—¿Qué demonios? —exclamó confundido.

Jacob lo ignoraba, pero lo que percibía era el fuego y el humo proveniente de una Motorhome blanca que había, literalmente, explotado y prendido en llamas, y cuyo fuego en esos momentos estaba comenzando a afectar a los campers estacionados a su lado. Y si no hacían algo pronto, el incendio amenazaba con salirse de control rápidamente.

Antes de que Jacob pudiera bajarse del vehículo para ver qué ocurría, inspirado más por la curiosidad, escuchó como la puerta del pasajero se abría de golpe. Al girarse, alcanzó a ver la silueta de Mabel Maiden, la chica que había recogido, montándose al auto, sentándose de nuevo en el asiento de piel, y cerrando la puerta detrás de ella con brusquedad.

Jacob la observó, y notó algo diferente en ella. Y no sólo porque se había quitado esas ropas sucias y se había puesto en su lugar un bonito vestido largo azul con flores amarillas, algo primaveral considerando el clima frío, y una chaqueta de mezclilla sobre los hombros. Ni tampoco porque su cabello, antes desarreglado y desaseado, ahora brillaba y se encontraba perfectamente peinado. No, era otra cosa. Algo en su rostro de mejillas más sonrosadas, o en sus ojos que observaban atentos al frente, como si no miraran nada en particular, o en su mera presencia...

Era como si fuera una persona diferente a la que se había bajado unos minutos antes.

—Conduce —pronunció Mabel de golpe con tono de mando.

—¿No deberíamos llamar a los bomberos o...? —comenzó a pronunciar Jacob un tanto desconcertado, señalando con un dedo hacia el humor y el fuego. Mabel lo cortó de golpe sin decir nada, solamente volteándolo a ver con su intensa y agresiva mirada, y Jacob pudo notar directamente ese fulgor frío y plateado que irradiaba de ellos de una forma antinatural.

Jacob se hizo hacia atrás, pegándose por completo contra su asiento inspirado meramente por un miedo que le fue imposible apaciguar.

—Sí, lo que usted diga —pronunció con dejo de nerviosismo, apresurándose a encender el vehículo. Y, sin mirar atrás, pisó el acelerador y salió disparado de aquel sitio, perdiéndose en la noche.

FIN DEL CAPÍTULO 134

Notas del Autor:

Y aquí termina el pequeño escape de Mabel la Doncella de Los Ángeles, más lista y fuerte que antes. Y cómo pueden adivinar no será la última vez que la veremos. ¿Qué les pareció? Igualmente el asunto de Samara parece estar "casi" resuelto. Así que por un lado las cosas parecen estar más tranquilas, pero por otro algo se cocina... ¿Qué pasará ahora? Esperen al siguiente capítulo que ya no tardará.

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