Un dulce y encantador dilema

By JanePrince394

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Dulce ama a Chayanne. Después de sus intentos fallidos por convertirse en su esposa, su asistente y la cuidad... More

Ya que casarme con Chayanne no funcionó...
Capítulo 1. ¿Un golpe de suerte? + Nota de autor
Capítulo 2. Mi madre no me enseñó a chantajear, llamémoslo talento natural
Capítulo 3. Cuando el doble de Chayanne cruza la puerta
Capítulo 4. Definitivamente él no es San Pedro, ni yo un ángel
Capítulo 5. Comida gratis y corazonadas, el oro del siglo XXI
Capítulo 6. Los trabajadores explotados solo quieren divertirse
Capítulo 7. Vivos, pobres y traumatizados de por vida
Capítulo 8. Ritual de apareamiento (Nuevo capítulo)
Capítulo 9: Fangirleando desde el cielo (Nuevo capítulo)
Capítulo 10: Apuestas vampíricas (Nuevo capítulo)
Capítulo 11: Chismosa, pero honesta
Capítulo 12: Toda cita empieza con un tropiezo
Capítulo 13: Tratos familiares
Capítulo 14: Viejos amigos y nuevos enemigos
Capítulo 15: Un monstruo sin máscara
Capítulo 16: Cuando el sueño se convierte en pesadilla
Capítulo 17: La persona correcta en el momento equivocado
Capítulo 18: La belleza de las estrellas
Capítulo 19: Un viaje al pasado
Capítulo 20: Existe una canción para todo
Capítulo 21: Palabras que matan
Capítulo 22: ¿Regresarías al pasado?
Capítulo 23: Visitas dolorosas
Capítulo 24: Fantasmas del pasado
Capítulo 25: Sueños incumplidos
Capítulo 26: Si Cenicienta hubiera bailado Tiempo de vals
Capítulo 27: Cuando un corazón habla
Capítulo 28: Los fantasmas no son buenos consejeros
Capítulo 29: Dos favores
Capítulo 30: Enseñanzas de mamá
Capítulo 31: Papeles invertidos
Capítulo 32: Esperada confrontación
Capítulo 33: Nada peor que el hubiera
Capítulo 35: Un plan aprueba de cobardes
Capítulo 36: Cuando la pesadilla se vuelve realidad
Capítulo 37: No me iré, tú no lo hagas
Capítulo 38: Una estación del cielo en el infierno
Capítulo 39: Decir adiós también es un acto de amor
Capítulo 40: Todavía falta el mejor capítulo + Aviso importante
Capítulo 41 (Final)
AVISO IMPORTANTE ANTES DE DECIR ADIÓS... ¿Qué pasará con Dulce?

Capítulo 34: Un dulce y encantador dilema

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By JanePrince394

La inicial no solo estaba pintada, sino que la habían grabado para dejar marca a lo largo de todo el vehículo con un utensilio puntiagudo. Mientras la mirada de todos permanecía en los restos que parecían agonizar en el estacionamiento, me pregunté cómo pudieron hacerlo sin que nadie nos percatáramos. Entonces, estudiándolo mejor, detecté la cadena estaba dañada y justo en un punto ciego del escaparate. Nadie se atrevió a moverse, permanecieron congelados digirieron la imagen del caos, pero yo no me resistí, me puse de cuclillas y no fue hasta que mis dedos rozaron los arañazos sobre el aluminio que lo entendí: era real, no había vuelta atrás.

Asustada, con un tornado arrastrando mi calma, busqué la mirada de Nael. Me costó respirar al notar su dolor, habían destruido algo por lo que había trabajado tanto. Esa motocicleta tenía un significado especial para él: era el inicio de su nueva vida que parecía volver al punto de partida.

Quise hablar, decir tantas cosas, pero él se me adelantó.

—Fue Silverio... —murmuró con la mirada perdida.

—Pero se puede reparar, ¿no? —pregunté deprisa, esperanzada. Estaba negada a que tuviera ese final. No, él no podía pagar por mi error. El sonido de mi voz sacó a Nael de su trance, no quiso mentirme, en su mirada triste deslumbré la resignación—. Tal vez si conseguimos otros espejos, unas llantas... Hasta podríamos pintarla, seguro que hay profesionales que pueden dejarla como nueva —insistí sin querer rendirme, tomándolo de los brazos para que me escuchara. Tenía que haber una solución, pensé sintiendo mi corazón oprimirse cuando en sus ojos se coló una pizca de pena por mi inocencia.

—La motocicleta es el menor de los problemas —mencionó Don Julio, que usaba la lógica por sobre los sentimentalismos, obligándonos a escucharlo—. ¿No te das cuenta que si ese tipo vino hasta aquí para vengarse, sin importar puedan atraparlo, les está siguiendo los pasos? Mira como dejaron a este muchacho —lo señaló. Mi corazón se encogió—, sabrá Dios de qué sería capaz —me hizo consciente de la gravedad del lío.

¿Quién me aseguraba que su advertencia quedaría en un par de espejos rotos? El miedo se apoderó de mí al contemplar el daño que le había hecho a Nael. Ni siquiera sabía en qué demonios lo había metido.

—Lo que debes hacer es ir a poner una denuncia —le recomendó, aunque sonó más como una orden por su don de mando. Nael aun atontado por tantas emociones asintió para sí—, por la paliza y los daños a la motocicleta. Te acompañaré, pienso levantar cargos, después de todo, fue en mi negocio —expuso, antes de clavar sus ojos en mí—. Si no quieres que las amenazas escalen debes contarle a la policía lo que intentó hacerte y que te amenazó —me orientó  paciente—, porque lo más probable es que después sigas tú.

Pasé saliva tensa, imaginando esa frase en mi tumba.

—Sí, pienso hacerlo, pero... —Callé, pensándolo mejor—. Me gustaría ir con Jade, después de todo, ella fue la principal testigo de nuestros desencuentros y... También me gustaría que pusiera una orden de restricción contra él —revelé mi verdadera preocupación—, porque Silverio pareció tener intención de volver a buscarla.

Y temía que más que un ataque directo la forma de dañarme fuera herir a las personas a mi alrededor, después de todo, esa era la fórmula perfecta para alargar la agonía.

Don Julio pareció estar de acuerdo.

—Entonces lo mejor será que te vayas directo a casa, pero no es seguro que regreses sola —concluyó—, ¿Celia tú podrías acompañarla?

Mi compañera abrió los ojos, horrorizada.

—¿Bromea? Acaba de decir que están buscando su cabeza. No voy a ser la carnada —sentenció agitando los brazos. Caminó un par de pasos, situándose a su costado—, yo me voy con ustedes.

No sé por qué no me sorprendió, pero tampoco pude culparla. Yo era una bomba a cuenta regresiva, nadie sabían cuándo estallaría. Era un peligro para el resto.

—Si quieres yo puedo acompañarte —propuso Andy a mi espalda, más tímido que de costumbre.

Cuando me giré, balbuceé sin saber qué responder, no fue mi voz la que retumbó en esa calle.

—Es una buena idea —contestó por mí Don Julio al que le agradaban las soluciones rápidas—. Solo tengan cuidado —se despidió de nosotros antes de centrarse en el otro par—. Espérenme aquí mientras cierro el negocio.

Bien, gracias por preguntarme a mí, pensé.

Con una mirada le pedí a Andy un minuto, porque no quería irme sin hacer algo importante. Una pulgada de culpa me atravesó de punta a punta cuando volví a admirar la motocicleta convertida en un recuerdo.

—Perdóname —le pedí a Nael, acercándome avergonzada, porque en el fondo no podía quitarme la idea de que había sido una víctima colateral de mi avalancha. Esa que llevaba mi nombre y nunca dejaba a nadie indiferente. Presenciando el precio de mi error deseé regresar el tiempo, mantenerlo lejos, pero era tarde. El daño estaba hecho.

De todos modos, en su rostro, en el se que imprimía otra prueba de lo que había sucedido esa noche, no hallé ningún reproche. Su expresión se suavizó, no estaba molesto, solo cansando, descubrí su bondad cuando me dio un intento de sonrisa esforzándose por consolarme.

—No pasa nada, Dulce —me tranquilizó.

Pero no importaba cuántas veces lo repitiera, ni que el tono de su voz y mirada apoyaran sus palabras, no terminaría de creerle. Nael había entrado en el juego por accidente, e intentando mantenerme dentro del campo había perdido.

Nael era como un eclipse, se asomaba después de cientos de noches, cuando casi había olvidado cómo se sentía completarlo, y aunque era deslumbrante no pude evitar desear que jamás hubiera aparecido, de ese modo su vida estaría intacta. Tal vez por eso la luna y el sol se encuentran poco, cada uno tiene su momento. El tiempo de Nael no conjugaba con el mío.

—No es tu culpa, Dulce.

Pegué un respingo cuando mi silenciosa tortura murió. Estando en piloto automático, arrastrando los pies, casi había olvidado a dónde me dirigía. Fruncí las cejas, tardando en entenderlo, bastó una mirada de Andy para tener la sensación de que podía leer mi mente.

De todos modos, no le pesó repetirlo, porque quería me lo grabara.

—No es tu culpa, Dulce.

Solté una risa amarga, negué, no importaba cuanto se esforzara, no podía convencerme de ir en contra de la verdad.

—No quiero hablar de eso —mencioné porque sabía que dicha la primera palabra no podría parar. Asintió, no me presionó, llevando sus manos a los bolsillos de su abrigo siguió caminando a mi lado. Me mantuve un par de pasos en silencio antes de sentir la ridícula necesidad de abrir la boca—, pero solo para que lo sepas las pruebas alegan lo contrario —añadí.

Andy disimuló una sonrisa, dejando claro me conocía suficiente para adelantar el final.

—Piénsalo —continué sintiendo su mirada sobre mí—, Nael no pintaba en el radar de Silverio hasta que me defendió —expuse moviendo más brazos con tanta fuerza que en una de esas comenzaba a volar—. En venganza destrozó lo que más amaba, sé que lo hizo para demostrarme a dónde podía llegar. Sabe que la forma de destruirme era herir a otros a costa mía. Es mi culpa.

—Silverio destruyó la motocicleta —puntualizó.

Negué, no estaba entendiendo el punto.

—Pero yo ocasioné el estallido —reconocí sin orgullo—. Todo lo demás es una reacción en cadena. Soy el bloque mal puesto que derriba la torre...

Andy frenó, no reparé en que se había quedado atrás hasta que no lo hallé a mi lado. Confundida giré para encontrarlo, inmutable, en el mismo sitio, entendí que necesitaba que lo escuchara.

—Eso no es verdad.

—Lo es —defendí regresando por él.

—Apuesto que no.

—Que sí —insistí. Abrió la boca—, podemos estar aquí toda la noche —advertí antes de que comenzara un juego sin fin. Aunque no se lo dije, confieso que en medio de un día horrible fue reconfortante oír su cálida risa, hasta acabé dibujando una débil sonrisa sin evitarlo.

—A veces cuando las personas nos lastiman creemos que lo merecemos, buscamos una razón, un por qué —mencionó, aprovechando había bajado la guardia. Lo escuché con atención, como siempre lograba lo hiciera—. Asumimos que abrir la puerta a la persona equivocada nos hace responsables del crimen, pero tú no pusiste esa pistola en la mano de Silverio, ni destrozaste esa moto, ni golpeaste a Nael —remarcó despejando la tempestad—. No cargues una culpa que no te corresponde —me pidió—, eso es lo que él quiere.

Bajé la mirada, sabía que tenía razón, pero en mi mente no dejaba de repetirme que si yo no hubiera aparecido su historia sería distinta.

—Pero es que siempre es lo mismo —me reproché, odiándome. Por más que me resistí, todos tenían el mismo final—, acabo llenando de problemas a la gente que me abre la puerta. Tal vez yo soy la persona equivocada —deduje. Él quiso protestar, no se lo permití—. Nael se aparece en local cada que llovizna, lo cual es preocupante porque estamos en sequía, y las pocas veces que lo hace termina con la cara más magullada que aguacate en cuaresma...

No me di cuenta que estaba llorando hasta que sentí las manos de Andy tomarme suavemente de los hombros para verlo a los ojos.

—Eso no es verdad —me corrigió, se adelantó antes de que pudiera hablar—, podemos estar aquí toda la noche —repitió mí estrategia mezclando mi risa entre un sollozo—. Estoy seguro que Nael no se arrepiente de haberte defendido, sin importar lo que pasó esta noche —afirmó con tal convicción que casi imaginé él se había colado en su corazón. Durante un instante dudó, preguntándose qué tan adecuado sería hablar, gracias al cielo lo hizo—. Yo tampoco me arrepiento de haberte conocido, volvería a vivir los momentos malos y buenos con tal de encontrarte.

—Aunque casi te reventara la cabeza el primer día —hipeé como una bebé.

Su sonrisa se deslizó con ternura.

—Creo que hasta me acomodaste algunas ideas —bromeó queriendo hacerme sentir mejor—. ¿Sabes qué? Siento que vivía debajo de una roca, un día apareciste y sin darte cuenta, en medio de tu andar, la pateaste y me ayudaste a librarme de ella. Eso nunca lo olvidaré, Dulce.

—Tal vez no pateé la piedra, sola la arrastré —concluí con pesar—, eso hace el agua en los huracanes. De todos modos, es el único accidente que agradezco haber provocado —admití, porque si de alguna forma lo ayudé, había valido la pena.

—No eres un huracán Dulce —debatió—, uno no podría iluminar como tú lo haces. Te pareces un poco más al arcoíris. Tal vez que aparezcas después de la lluvia lo vuelve confuso, pero eres la parte por la que uno mantiene la esperanza, ese regalo que algunos dicen llega cuando has demostrado tu fortaleza —ejemplificó. Mi corazón se derritió escuchándolo. Nos miramos durante un instante que pareció una eternidad hasta que el paso de un vehículo nos hizo despertar—. Y esto va sin ninguna connotación romántica al respecto —aclaró deprisa, recordándolo.

Apreté mis labios temblorosos para no reír.

—Comer tantos postres te inspira a decir cosas dulces —planteé una posibilidad. Ladeando la cabeza, se encogió de hombros.

—Ya no llores, Dulce, todo se arreglará —me aseguró. Sonreí admirando su mirada marrón, trasparente y brillante—. Vamos a encontrar la forma de que Silverio te deje en paz.

—Eso puede llevar mucho tiempo...

—Nada es sencillo en esta vida —admitió.

Respiré hondo, aceptando que no podía dejarme vencer ahora que las cosas estaban en la cima. Tenía que demostrar era más fuerte que mis miedos.

—¿Qué tan lejos cree que llegue Silverio? —pregunté mirándolo de reojo, cuando retomamos el camino, se estaba haciendo tarde—. ¿Piensas que puede buscar de nuevo a Jade, atentar contra ti, papá o mi tía? —intenté adivinar su siguiente movimiento.

—Dulce... —murmuró sonriéndome.

Sí, tenía razón, no debía entrar en pánico.

—No lo sé —reconoció, ladeando la cabeza. Frenamos esperando pudiéramos cruzar una calle, acomodé mi cabello que se alborotó como las hojas de los árboles vecinos a nuestros alrededor. Él sonrió mientras me veía luchar en vano después de cruzar—, no tengo mucha experiencia en el tema.

—Hagamos algo. Cerremos los ojos, primero tú —dicté en un chispazo. Era sencillo adelantar que se trataría de una locura, pero aún así lo hizo. Arrugó su nariz al toparse de lleno con la oscuridad—. Imagina que eres Silverio —propuse. Mi risa viajó por la calle solitaria al presenciar su mohín ante mi rara pregunta—, ¿qué sería lo primero que harías?

—Uhmmm... —dudó, esforzándose por ponerse en sus zapatos. Aguardé expectante, sin quitarle los ojos de encima. Una media sonrisa lo delató—. Creo que me cambiaría el nombre —soltó divertido.

—Malvado —le acusé dándole un travieso empujón. Él no lo negó, disimuló la alegría para cederme el turno. Asentí—. Es hora de poner a trabajar mi imaginación —anuncié sacudiendo los hombros, liberando la tensión—. Qué haría si fuera él... —me pregunté en voz alta, pensándolo. Sin la moral, ni los valores, ni nada que me detuviera—. Creo que asaltaría un banco... O una pastelería, o un centro comercial o una... Oh, mi Dios —me alarmé escuchándome—. Sería más peligrosa que él... Es una suerte que pertenezca al bando de los buenos porque...

Las palabras quedaron en el aire al chocar con algo en mi camino. Al abrir los ojos reparé estaba en el borde de la acera, descubrí fue el brazo de Andy lo que me detuvo. Solo Dios sabía cómo seguía viva, le regalé una sonrisa agradeciéndole sus buenos reflejos.

—Apuesto que Silverio miraría la calle antes de cruzar —mencionó de buen humor.

—Él se robaría el semáforo —lo corregí, acomodando un mechón tras mi oreja.

Tras pensarlo, no le pareció una hipótesis descabellada. Vamos, aprovecharía el viaje.

—De todos modos, Don Julio tiene razón —retomó la conversación y su andar—, nadie puede adivinar qué hará, así que cuídate mucho —pidió. No era un consejo efímero, pude sentir su preocupación. Apostaba que de poder hacer algo, lo hubiera hecho sin pensarlo.

—Lo haré —le prometí al divisar mi casa. Las luces estaban encendidas, debían estar esperándome—. Por cierto, muchas gracias por acompañarme, no tenías por qué, sé cuidarme bastante bien, he aprendido algunos pasos de defensa personal en las películas. Aunque tal vez debería entrar a clases de karate —admití. Realicé una fugaz demostración, dando una patada y agitando mis brazos con fuerza. En mi imaginación lucía como una doble de Jackie Chan, a la vista de otros debía parecer una gallina saltando de un árbol. En mi apasionada interpretación no me contuve y por error terminé golpeando su brazo. Cubrí mi boca asustada, callando un grito—. Perdón, perdón... —repetí avergonzada.

—Vas a tener que practicar antes de ir al campeonato... —comentó gracioso, acariciando disimuladamente la zona. Una sonrisa tímida iluminó mi rostro.

—Gracias por todo lo que hiciste esta tarde —le dije abriendo mi corazón para que no se marchara sin oírlo. No quería quedármelo para mí—, lo que haces siempre.

—No fue nada —le restó importancia, escondiendo sus manos en sus bolsillos, modesto como el primer día.

Negué sonriendo, el aire siguió haciendo de las suyas a nuestro alrededor.

—Para mí lo fue todo —remarqué sincera—. No sé cómo lo haces, pero siempre que siento estoy en medio de un vendaval, y pienso que me ahogaré en él, logras calmar mi corazón —le compartí—. Lo cual es casi un milagro porque ni siquiera yo misma le doy un descanso, los problemas me absorben y tú... —Reí, porque sonaba tonto, pero era verdad—, no los borras, pero me haces sentir que seré capaz de hacerles frente.

—Lo harás, Dulce —aseguró.

Su fe enterneció mi corazón. Había olvidado lo que era despertar en otro una seguridad irracional, porque siendo honesta no había una sola prueba que le indicara que creer en mí era una buena apuesta, de hecho mis antecedentes me condenaban, pero sin demasiadas palabras, ni explicaciones, podía sentir que Andy confiaba en mí, como el ciego que sabe que el sol saldrá cada mañana.

—Dijiste que yo era un arcoíris... —murmuré, analizándolo. Sus pupilas se inundaron de una intriga peculiar, similar a la tierra en primavera tras la lluvia—. Entonces tú serías una bocanada de aire cuando casi habías olvidado cómo respirar —confesé.

La que te devuelve la vida estando cerca del fondo.

—No estoy seguro que...

No lo dejé terminar, en un impulso, tan irracional como su fe, acorté la distancia entre los dos, recosté mi frente en su pecho y lo rodeé con mis brazos, añorando uno de sus sanadores abrazos. Andy se congeló por mi inesperada acción, mantuvo sus manos en alto sin saber cómo reaccionar, no fue hasta que percibió el ritmo suave de mi corazón junto al suyo que olvidó las reservas que había impuesto y se dio la libertad de envolverme con cariño. Escondí mi sonrisa en la tela de su camisa cuando reposó su mentón en mi cabeza. El mundo se sumió en un ameno silencio, que me permitió oír el ritmo de sus latidos. Deseé por un segundo que el tiempo se estacionara por siempre en ese instante, en su cuerpo cálido abrigando el mío, su tacto suave y la tranquilidad que me contagiaba. Andy no se parecía en nada a lo que había leído en novelas, una carga de adrenalina, ni pasión desbocada, por eso me costaba darle la palabra amor. No era similar a lanzarte de un paracaídas desconociendo qué hallarás al tocar tierra, más bien se asemejaba como un viaje tranquilo por la orilla de la playa antes de encontrarte con el mejor atardecer de tu vida.

—Y esto es sin connotación romántica —repetí divertida sus palabras, en voz baja. De todos modos logró escucharme, su risa agitó su pecho y yo mordí mi labio para esconder otra sonrisa—. Es que tengo complejo de panda —me justifiqué, liberándolo.

Cuando alcé la cara me encontré con un brillo peculiar en su mirada, intenté descifrarlo porque con Andy, todo lo que creí conocer, parecía necesitar una reescritura. No era fuego, sino destellos, repasando mi rostro, como si necesitara grabarse cada detalle. Un mundo de preguntas se formó entre los dos, pero ninguna halló respuesta porque algo mató la magia. De la nada, Andy pareció recordar y la complicidad murió, evadió mi mirada tímido.

—Se-será mejor que me vaya —soltó de pronto, despertándonos. Asentí deprisa, tantas veces que al día siguiente despertaría con una contractura—. Ya estás en casa, se es-está haciendo tarde y... ¿Nos ve-vemos mañana? —se despidió de forma tan atropellada que apenas logré entenderlo.

—Sí, nos vemos mañana —le confirmé.

Andy se acercó, pensé que me daría otro abrazo, pero de último momento se arrepintió. Probó darme un beso en la mejilla, mucho menos. Me ofreció su mano, sin embargo, pronto notó eso era demasiado formal para los dos. Ninguno pareció hallarse, así que intentando facilitarle el camino agité mi mano, diciéndole adiós con una sonrisa. Cohibido pasó sus dedos por su cabello, antes de imitarme. Sonreímos como un par de chiquillo antes de que se diera la vuelta para irse, casi pude escucharlo reprenderse entre dientes por su torpeza. Caminé de espalda, sin perderlo de vista hasta que choqué con la pared.

Solté un profundo suspiro que me hizo cosquillas en el estómago. Escuché una puerta abrirse, y al girarme me encontré con la sonrisa traviesa de Jade.

—Ya lo he notado.

—¿Qué? —pregunté atontada.

Ladeó la cabeza, afiló su mirada turquesa, llevando sus manos a la cintura.

—Entre Andy y tú pasó algo —me acusó con emoción contenida, como si estuviera ante una primicia.

Recargué mi cabeza en la pared, cerré los ojos.

—Ese es el problema —lamenté.

Que pasó algo cuando no debía suceder.

—¿Entonces qué sucede con Nael?

Otro quejido escapó de mis labios. Quería enterrar la cabeza en la tierra como una avestruz.

—Ese es otro problema.

Que no pasó nada cuando debía suceder.

Jade pareció entenderlo, apoyándose en el marco de la puerta se cruzó de brazos, analizándolo.

—¿Y qué es lo que tú quieres? —me preguntó.

Parpadeé extrañada cuando no hallé la respuesta.

—Tal vez ese el lío principal —reconocí.

No sabía leer a mi corazón o tal vez solo tenía miedo de descifrar lo que estaba escrito en él, porque nada de lo que imaginé en un principio resultó tal como lo planeé. Además, yo me consideraba la condena para las personas que amaba, no quería sumarlo a la lista. A él no.

—¿Sabes que es lo que pienso? —lanzó al aire, pasando su brazo por mis hombros. Apoyé mi cabeza a la par mis ojos se perdía en la calle donde Andy había desaparecido—. Estás en un dulce y encantador dilema —concluyó con una pizca de gracia.

Fruncí las cejas ante su comentario, pero estudiando su sonrisa, me di permiso de repensarlo. Sí, acepté, no estaba tan lejos de la realidad, era la manera perfecta de resumir mi vida en ese momento. Y, para bien o mal, el poder de acabar con el dilema recaía en mí. No tenía sentido alargar la tortura, era momento de saltar. Me consoló pensar que lo más importante en este juego llamado vida, no es la inteligencia para no fallar, de la que carecía, sino la valentía de afrentar las consecuencias, sin importar cuáles serían.


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