Un Siervo para Amanda (El Áng...

By BecaAberdeen

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AMANDA FAIRFAX VIVE EN UNA SOCIEDAD DOMINADA POR LAS MUJERES Durante el deslumbrante baile que marca su debut... More

Explicación del título
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Universo EL ÁNGEL
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By BecaAberdeen

Jane la esperaba en el rellano de su casa acompañada de su siervo. Cuando la vio bajar por las escaleras, la contempló con aprobación.

―¿Vestida para matar de envidia?, joven amiga.

―Supongo ―se limitó a contestar. Por alguna razón, las críticas le perforaban el pecho como cuchillos, pero las adu- laciones apenas rozaban su superficie como plumas. Debía de ser un rasgo de la falta de confianza en sí misma. Pensó en el collar que Callum había colgado en la pared de su habi- tación para recordarle que no buscara la aprobación de otras mujeres.

―¿Dónde está Callum?

―Está enfermo, así que se quedará en...

―¿Ese Callum está enfermo o algún otro? ―inquirió Jane con sorna, señalando algo a su espalda.

Se dio la vuelta para descubrir de qué se trataba. Cuál fue su sorpresa al encontrarse con su siervo perfectamente vestido con un traje negro elegante y una camisa blanca asomando por debajo. Su pelo estaba peinado hacia atrás con efecto mo- jado. No había estado así un minuto antes. ¿Cómo se había arreglado en tan poco tiempo?

Recordó entonces que había mantenido las mantas a la al- tura de su cuello todo el tiempo, y ahora entendía lo que había escondido debajo.

Su amiga se inclinó sobre ella.

―Porque a mí este Callum me parece que goza de plena salud ―declaró, su vista también deleitándose en la imagen frente a ella.

Amanda no podía culparla. Estaba tan guapo con aquel traje que quitaba la respiración. La camisa blanca formaba un nudo elegante en su cuello y destacaba contra la preciosa chaqueta negra. El pelo mojado, peinado hacia atrás le daba el aspecto de una pantera sensual y peligrosa. Su frente des- pejada no hacía más que destacar el color de sus impactantes ojos.

Amanda tuvo que rogarle a su corazón que se tranquilizara. También sus manos se contrajeron con el deseo de atrapar el cuello del joven entre sus dedos y estrangularlo.

Tenía que pensar en algo para deshacerse de él, pero no podía hacerlo porque su maldito aspecto de Adonis la tenía aturdida.

―Vámonos o llegaremos tarde ―anunció Jane, cogiendo a su siervo por el brazo y saliendo al porche.

Callum se puso a la altura de Amanda y esta le clavó una mirada asesina. Él se limitó a sonreír con malicia.

Antes de que cruzaran el umbral, Callum tiró del bolso que llevaba entre sus temblorosas manos, ocasionando que todo su contenido se vaciara sobre el suelo.

Jane se dio la vuelta y, al verla en cuclillas, recogiendo sus pertenencias, arrugó la nariz.

―Tu comportamiento ha sido de lo más peculiar última- mente, Amanda.

Su única respuesta fue una sonrisa forzada.

Jane había reservado uno de los palcos laterales para los cuatro. El pequeño balcón contaba con cortinas de terciope- lo rojo a ambos lados para incrementar la sensación de in- timidad. También las imperiosas sillas estaban revestidas en terciopelo. El escenario se encontraba a sus pies a unas dos yardas de distancia de ellos.

Amanda notó que sus manos no habían dejado de temblar ni siquiera al entrar en el teatro Gaiety, y comenzó a pregun- tarse si tendría menos que ver con la fría brisa de la noche y más con la situación que tenía ante sí.

Jane no había dejado de parlotear sobre todas las co- sas que Amanda se había perdido durante sus dos días de confinamiento con Callum. Al parecer, los ánimos se esta- ban caldeando antes de la gran votación. Por supuesto, en Crawley y las demás ciudades rurales la opinión general no apoyaría la abolición de la esclavitud. Pero las zonas indus- triales continuaban creciendo y con un ritmo de vida frené- tico. Amanda desconocía el resultado final de la votación en Reino Unido, pero tampoco importaba porque el número de votantes en el resto del mundo sobrepasaba con creces el de su país.

Las actrices salieron al escenario y la música y los efectos especiales comenzaron a desplegarse.

Amanda vio por el rabillo del ojo que Jane se sentaba so- bre el regazo de su siervo, pero hizo caso omiso de ello y fijó su vista en el escenario. Callum estaba sentado a su lado tan silencioso como un verdadero siervo.

El primer acto ocurría en la casa de Volpone, donde la ac- triz que lo interpretaba y su parásito, Mosca, observaban las riquezas amasadas durante años de artimañas. Volpone no contaba con descendientes, por lo que la ciudad de Venecia murmuraba sobre quién se quedaría con su fortuna. Para apro- vecharse de ello, Volpone fingía estar muy enfermo, a punto de fallecer, y así atraer a los buitres que deseaban ganarse su favor, agasajándolo con favores y más riquezas, para que Volpone los convirtiera en sus herederos. El segundo acto in- trodujo a uno de los buitres y el actor interpretando a Volpone se metió en la cama para fingir estar enfermo.

A Amanda le recordó la jugarreta que Callum acababa de hacerle. Con discreción, en la semioscuridad del palco, inter- cambiaron una sonrisa al tener la misma idea.

Jane rio con la fingida doble actuación del actor. Aún es- taba sentada en el regazo de su siervo. Instantes previos de que la escena llamara su atención, lo había estado besando ajena a la obra. Por suerte, la cariñosa pareja se ubicaba en los asientos que estaban detrás de Amanda y Callum por lo que este no fue testigo de su comportamiento, sino que mantenía la atención en la obra.

Cada vez que el público reía o murmuraba sus impresio- nes en alto, Callum se emocionaba con este, y Jane regre- saba su atención a la obra. Hubo un descanso tras el tercer acto. Las jóvenes enviaron a sus siervos a la planta baja para comprarles bebidas. Amanda solía evitar el alcohol, pero aquella noche le apeteció un vaso de brandy. Los teatros de Londres no tenían permitido vender alcohol, pero Crawley era lo suficientemente pequeño como para saltarse esta nor- ma.

―¿Ocurre algo? ―le preguntó Jane, mientras esperaban a sus siervos—. Tú y Callum están tan fríos. Ni siquiera te has acercado a él.

―No, es solo que me gusta mucho esta obra ―se excu- só Amanda, volviendo la atención al público de la platea. La gente se movía por los pasillos o charlaban con sus conocidas creando cierto alboroto. Una muchacha vendiendo naranjas se abría paso entre el público.

―¿En serio? ―le preguntó escéptica―. ¿Cómo se llama la obra?

Amanda se mordió el labio esforzándose por sacar algo de la escenografía desplegada frente a ella que le diera un indicio de cuál podría ser el nombre.

―¡Vaya! Me he quedado en blanco, con lo que me gusta esta pieza ―dijo al fin forzando una risa patética.

Jane la observó fijamente. Casi podía escuchar como los monos que vivían en el cerebro de su amiga se desgañitaban para advertirle de que le estaba ocultando algo.

―Pero sin duda recordarás el nombre del autor ―continuó con una sonrisa gélida.

―Ah... ―titubeó Amanda―. ¿Ben Jonson?

―¿Ben Jonson? ―repitió su amiga con cierta burla. La contempló con manifiesto escepticismo―. Tú no lees a Ben Jonson, Amanda. ¿Ocurre algo con Callum? ¿Es que no te sientes atraída por él? No me digas que eres una de esas da- mas que prefieren la «compañía» de otras damas. Porque te conozco desde que éramos pequeñas y nunca me habías co- mentado nada.

Amanda suspiró pestañeando con incomodidad.

―Por supuesto que no, es solo que me ha gustado el co- mienzo de la obra tanto que me he quedado pasmada ―se disculpó con una sonrisa forzada.

Su amiga arrugó el entrecejo pero mantuvo la media son- risa.

―Llevas meses quejándote de no tener la compañía de un siervo en el teatro como Sally y yo, y ahora que posees a esa maravilla de la naturaleza te limitas a ignorarlo ―declaró, mientras sacudía la cabeza.

Amanda sabía que por muy buena que fuera la obra, si no se acercaba a Callum en toda la noche, levantaría sospechas.

Los muchachos regresaron poco antes de que las luces del teatro se apagaran. El escenario volvió a iluminarse y el murmullo del gentío a sus pies se extinguió de inmediato. Amanda miró a Callum sentado junto a ella pero a una distan- cia prudente. Estaba tan guapo esa noche con sombras y luces provenientes del escenario bailando en su rostro.

Los dedos temblorosos que sostenían el vaso de brandy que Callum le había entregado, lo alzaron hacia sus labios. De un solo trago vació la mitad de su contenido, suspiró profundamente y se movió para sentarse sobre el regazo del indefenso muchacho.

Callum pestañeó varias veces atónito por su repentino comportamiento. Pero Amanda ya estaba perdida, condenada y lista para marcharse al infierno. El sólido cuerpo del joven ardía bajo el suyo. Con su hermoso rostro tan cercano, se ol- vidó de todos sus escrúpulos.

Tras lanzarle una rápida y sorprendida mirada a la muchacha, volvió a centrar su atención en el escenario, aún intentando representar con corrección su papel de descerebra- do. Pero notaba lo tenso que se había puesto por el inesperado acercamiento de ella.

Amanda volvió a suspirar y se dejó llevar por sus la- bios, que habían empezado a picarle con anticipación. Lle- vaba tanto tiempo deseando hacerlo que no se refrenó en absoluto. Comenzó depositando suaves besos en la mejilla del muchacho. Este volvió la cabeza de golpe e incluso se apartó un poco para observarla con ojos desmesuradamente abiertos.

Finalmente pareció reunir fuerzas para volver a mirar al frente, pero ella lo usó como una segunda oportunidad para volver a acercar sus labios a su rostro. Esta vez él no apartó la cabeza, no se movió y apenas respiraba. Sus brazos se volvie- ron de acero y Amanda dedujo que estaba apretando la silla con sus manos. Tal era su inocencia que aún no se le había ocurrido que podía rodearla con sus brazos.

Ya no había vuelta atrás y si iba a ser condenada en el fue- go eterno quería quemarse a lo grande.

Dibujó una línea de besos por la preciosa y ahora tensa mandíbula del su siervo, hasta su sien, con lentitud, dejándole tiempo para que se acostumbrara a la sensación de ser besado. Sus pestañas rozaron la piel de su frente, y hundió los dedos en su pelo como anhelaba hacer desde aquella primera noche en que se lo había cortado.

Su pulgar acarició la línea de su pelo, pasando por el lóbulo de su oreja y bajando por su nuca. Entonces acercó sus labios al cuello del joven. La piel ardía pero era tan suave que se sintió un poco culpable al aumentar la presión sobre esta con sus dientes. Callum dio un respingo y su cabeza cayó hacia el otro lado para ofrecerle un mejor acceso. Amanda la sujetó, hundiendo sus dedos en su hombro. Eso pareció darle la idea de que también podía tocarla, pues depositó una mano en la parte baja de la espalda con suavidad, pero enseguida la apre- tó con fuerza, como si quisiera mantenerla donde estaba. Su otra mano fue a parar a la nuca de Amanda.

Cuando se detuvo y abrió los ojos se lo encontró a él con los párpados cerrados y una expresión de éxtasis, como si es- tuviera a mitad del sueño más hermoso. Cuando al fin los abrió para comprobar porque ella se había detenido, tenía la mirada rota y sus ojos parecían un mosaico de vidrio y colores.

No estaba segura de si era el efecto del brandy, pero su conciencia flotaba entumecida y apartada de la realidad. ¿Era todo aquello un sueño?

Sin detenerse a pensarlo, bajó la cabeza, embriagada por el deseo que veía en su mirada, y unió sus labios a los de él. Intentó hacerlo con suavidad y tomándose su tiempo, pero él no tardó en imitarla en sus movimientos, atrapándola con sus cálidos y suaves labios.

Cuando su lengua se aventuró a rozar la boca del joven, él se detuvo y apartó sus rostros apenas unas pulgadas para mirarla a los ojos sorprendido. Con dedos exigentes la atrajo hacia él de nuevo por la nuca, y esta vez también se aventuró con su propia lengua.

Amanda notó el impacto del beso en su cuerpo, en su interior y no pudo evitar maldecir a su amiga, pues ella no en- tendía lo que suponía que tu siervo te besara de vuelta, que se inmiscuyera en el beso con tanto interés y ardor. Suponía que todas sus entrañas se derritieran dejándola con la sensación de no ser más que un charco de líquido candente.

Cuando el beso se tornó más profundo, la mano del joven comenzó a masajear la zona de sus riñones con torpeza pero con energía. La tela de seda de su camisa se movía con sus dedos y rozaba su piel, produciéndole un glorioso cosquilleo que incrementó la sensibilidad de sus sentidos. La fina tela no suponía un obstáculo para las cálidas yemas de Callum, cuya temperatura no podía ser normal. La piel del joven ardía como si hubiese caído preso de una potente fiebre. Su otra mano se quedó en su nuca, impidiéndole a ella detener el beso. Si Callum le había demostrado en el pasado ser un rápido apren- diz, no la decepcionó en ese momento. Amanda se encontraba fascinada por la carne de sus labios, por el calor de su boca. Se olvidó de sí misma y todo lo que los rodeaba y se unió a él en esa realidad alternativa donde los pensamientos no tenían lugar, donde los sentidos y las sensaciones los habían ador- mecido.

La mano de Callum que acariciaba frenéticamente toda su espalda se desplazó por su estómago y sus costillas, y la que estaba en la nuca se deslizó por su pelo, hacia su hombro y de ahí por su esternón, hasta que ambas subieron por sus pechos. Eso era algo que tampoco le ocurriría a ninguna de sus amigas al besar a sus siervos a no ser que se lo ordenaran. Pero su siervo no necesitaba órdenes, solo necesitaba que su instinto le diera ideas, y por esa razón tenía que detenerse en ese mis- mo instante antes de que se pusieran en evidencia.

Como si se le fuera la vida en ello, desenroscó sus dedos del suave pelo de él y se levanto de su regazo. Callum hizo el amago de seguirla para evitar que se rompiera el contacto en- tre ellos, pero le puso una mano en el hombro para detenerlo junto con una silenciosa mirada de advertencia. Con la torpe- za de una anciana regresó a su silla y miró hacia el escenario. Mantuvo la vista allí hasta que los aplausos le indicaron que había terminado. Si alguien le hubiera preguntado sobre los dos últimos actos hubiera sido totalmente incapaz de dar el más mínimo detalle.

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