Expediente: L.A.P.A R.K.Y.G.H...

By Lady_AnMa_GaCo

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Ciudad Capital, un lugar donde antes prosperaba la paz, está siendo azotada por varios crímenes que despierta... More

Advertencia
Prefacio
EXP-Intro P-Adel
EXP- I P- Hugo
EXP- II P- Padma
EXP- III P- Hugo
EXP- IV P- Padma
EXP- VI P- Layla_Rudy
EXP- VII P- Hugo_Padma
EXP- VIII P- Padma
EXP- IX P- Russel
EXP- X P- Russel
EXP - XI - Hugo
EXP - XII - Padma
EXP - XIII - Padma
EXP - XIV - Padma_Hugo
EXP - XV - Hugo
EXP - XVI - Hugo_ Layla
EXP - XVII - Padma
EXP - XVIII - Padma_Hugo
EXP - XIX - Padma_Hugo
EXP - XX - Russel_Yurel
EXP - XXI - Tabare_Hugo
EXP - XXII - Blackwell_Frostine
EXP - XXIII - Tabare
EXP - XXIV - Tabare_Blackwell
EXP - XXV - Tabare_Padma
EXP - XXVI - Tabare_Padma
EXP - XXVII - Leonora_Hugo
EXP - XXVIII - Leonora_Hugo
EXP - XXIX - Jay_Rudy
EXP - XXX - Padma_Shamira
EXP - XXXI - Padma_Yurel
EXP - XXXII - Padma_Tabare
EXP - XXXIII - Padma_Hugo
EXP - XXXIV - Padma_Hugo
EXP - XXXV - Tabare_Castelli
EXP - XXXVI - Padma_Cassandra
EXP - XXXVII - Padma_Hugo
EXP - XXXVIII - Hugo_Sharbel
EXP - XXXIX - Padma_Appleton
EXP - XL - Padma_Appleton
EXP - XLI - Padma_Hugo
EXP - XLII - Padma_Hugo
EXP - XLIII - Sharbel_Gina
EXP - XLIV - Hugo_Padma
EXP - XLV - Layla_Satur
Cap.XLVI 72Hr Pt.I
Cap.XLVI 72Hr Pt.I

EXP- V P- Padma

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By Lady_AnMa_GaCo



Son casi las seis de la tarde, Clarissa barría la entrada levantando un poco de la tierra que había y se detuvo por un momento, agitando su mano para dispersar la polvareda, miró su trabajo realizado.


«Ni un gramo de tierra ¡Buen trabajo, Clarissa!», pensó para sí misma con orgullo.


Fue en ese instante en el que vio un taxi pararse frente a la casa, y allí bajó, nada menos que la dueña de la casa.


— ¡Señorita Padma! — saludó con asombro y efusividad.


— Hola Clarissa —, sonrió ésta con cansancio.


— ¿Por qué llegó tan temprano? ¡Pensé que estaría con el doctor! — Y ve que estaba sucia...

» ¡Oh, Dios! ¡¿Qué le pasó a su traje?!


En ese instante, un teléfono sonó, Padma buscó en su bolsillo y sacó el suyo, el cual, para su sorpresa, aún le caía unos cuántos mensajes más antes de enmudecer por completo.




— ¿Todo en orden señorita? — le preguntó Clarissa.


— Es Claudio, está molesto porque olvidé decirle que no iba a verlo. — contestó Padma.


— ¿Qué sucedió?


— Salí con mis amigas, pensé que nos tomaría sólo un rato, pero se prolongó más de lo esperado.


— Bueno, no creo que le hubiese gustado recibirla así. — le señala su falta.


— ... — se ve a sí misma, y la vuelve a ver — No quiero ni imaginar su reacción.


— Yo... le prepararé un baño.


La castaña se limita sólo a asentir, mientras su joven sirvienta se apresura a cumplir con la tarea.

Una hora más o menos después, en la cocina, Clarissa ordenaba un poco el contenido de los muebles, Padma estaba sentada en la mesa y Felipe junto a ellas.


— ¡Lo sabía! — Golpeaba con fuerza la mesa Felipe — ¡¿Ven por qué digo que ya no se puede tomar las cosas a la ligera?!


— ¿En serio señorita las estaban siguiendo? —, preguntó con asombro Clarissa, en lo que acomodaba los platos.


— No puedo asegurarlo, pero Ana estaba demasiado preocupada por esa camioneta... Y no voy a mentir, yo también —, confesó Padma.

»Así que salimos por la parte de atrás... Pero terminé resbalando con algo viscoso y me ensucié toda. No quiero ni pensar qué era... ‹¡Brr!› y tiembla asqueada.


— ¡En mis tiempos la policía era mucho más eficiente! — Afirmaba con fuerza Felipe — ¡Y era porque todos ellos eran hombres de verdad! ¡HOMBRES! ¡Ahora o todos son maricones o todos son corruptos!


— Los policías siempre cometieron abusos don Felipe —, dijo Clarissa, sentándose con ellos —, y tampoco es bueno generalizar porque no todos son así como usted dice, aún hay esos "hombres" de los que tanto habla.

» Por ejemplo, la chica de la radio habla mucho sobre el detective Montenegro —, pone cara pícara —, y por lo que oí, es muy guapo.


— ¡Tsk! ¡A ustedes las mujeres con sólo ver una cara bonita ya pierden todo el sentido de la razón! 


— ¿Y a usted no le pasa lo mismo cuando ve a Alba? — preguntó de repente Padma.


Felipe en ese momento se calló, y mostrando un ligero rubor en sus mejillas, tartamudea:


— P-Pero ¡eso es otra co-cosa!


— ¿Cómo? — cuestionó divertida Padma.


— ¡N-No tiene na-nada que ver!


— ¡Oh, señorita Padma! — se unió Clarissa con una mirada pícara —, por cierto le recuerdo que dentro de poco vendrán mis días libres.


— Es verdad... ¿Pudiste hablar con Laura?


— Sí, pero no quiso ocupar los turnos... Aunque mi abuela sí.


— ¡Oh! ¡¿Entonces doña Alba va a venir?! — Mira a Felipe.


— ¡Sí, sí, sí! ¡Y no sabe las ganas que tiene de vernos! —, mira a Felipe


— En especial a USTED... don Felipe.


Enojado y todo colorado, don Felipe se levanta del lugar, no sin antes farfullar un "¡Váyanse al diablo!", algo que no hizo más que despertar las risotadas de las chicas. Ya calmadas, Clarissa habla:


— Entonces... ¿Cree que los perdieron?


— Me supongo que sí —, masculló Padma.


— ... — Aprieta un poco su delantal —, no quiero alarmarla pero, por el vecindario me pareció ver una camioneta blanca.


— ¿...? ¿Cuándo?


— En su horario de trabajo... No creo que sea la misma, pero quise hacérselo saber.


— Descuida, en momentos así, no se sabe —, suspira ‹¡Ahh!› — Pero hasta entonces, tal vez deberíamos escuchar a don Felipe, hay que estar más alertas a partir de ahora...


Pronto la noche cayó, abrazando con su oscuridad toda la ciudad.

Las calles a partir de ese momento quedaban completamente vacías, nadie caminaba solo a esas horas, y pese a que de tanto en tanto se veía a grupo de amigos caminar, no tardaban en resguardarse dentro de algún un lugar y no andar tan tarde.

En el café donde estuvieron Padma y sus amigas, los empleados preparaban todo para cerrar.

Unos trapeaban el piso, otros cumplían las tareas de limpiar las mesas y colocar las sillas sobre éstas, algunos desempeñaban la tarea de la cocina... y uno, contaba los billetes.

En el segundo piso, cruzando al final de un largo pasillo, había una puerta gris custodiada por dos jóvenes hombres vestidos de trajes de negro.

Su aspecto era cuanto menos para nada amistoso, ambos altos, de tez blanca y musculatura imponente. Aunque rapados, a uno se le notaba que tenía el pelo negro, de ojos de un intenso café oscuro, el otro era rubio, de ojos color avellana.

Detrás de la puerta, se encontraba una habitación pequeña, de paredes color mostaza y con muebles con un diseño antiguo. Sin embargo, el que más llamaba la atención a primera vista era un escritorio que estaba en medio de todo, donde encima había algunos papeles de varias facturas o cálculos recién hechos.

Unas manos envejecidas contaban y organizaban los billetes, y dejándolos por unos segundos, la mano derecha sostuvo por un instante un habano, cuyas cenizas tomaron un rojo vivo al ser inhalado.

El hombre aparentaba tener unos sesenta años, su cabello variaba entre las tonalidades negras, plateadas y blancas, producto de la misma vejez. Tenía puesto una camisa blanca, abrochada hasta el cuello, decorada con una corbata negra que combinaba con sus pantalones y zapatos.

Se echó un momento hacia atrás, y mirando al techo, exhaló aquél humo tan ligero, para luego con su mirada azul verlo desvanecerse en el aire.


— Gran giorno (Gran día) —, murmuró con satisfacción.


Volviendo al primer piso, la puerta de entrada al café fue abierta con suavidad, llamando la atención de unos de los que trabajaba allí.


— Disculpen jóvenes, pero estamos cerrando —, dijo una de las que trapeaba.


— Estoy buscando a Orlando Castelli —, contestó la fémina, quien portaba unas botas de cuero.


Bastó con la mención de aquél nombre para que todos dejaran de hacer lo que estaban haciendo.


— ¿Q-Qué quiere? — indagó.


— Eso no te incumbe... ¿Dónde está? —, preguntó, haciendo que sus ojos dorados se asomaran por esa capucha negra de forma sombría.


No pasó mucho antes de que el mencionado, sintiera que tocaron su puerta, cuando dio su permiso, el guardaespaldas de hebras oscuras entró y se acercó al escritorio.


— Capo, ci sono dei giovani che vogliono vederlo e dicono di conoscerlo (Jefe, hay algunos jóvenes que quieren verlo y dicen conocerlo) —, le susurró el hombre.


— Sai cosa vogliono? (¿Sabes lo que quieren?) —, inquirió Castelli sosteniendo su habano.


— Insistono a parlare solo con te. E non sombrano amichevoli. (Insistieron en hablar sólo con usted. Y no se ven amigables.)


‹ bfff ›, exhala el humo, y sonríe.

— Lasciarli passare. (Déjenlos pasar).


Castelli observó cómo su guardaespaldas salía y cruzaba palabras con el otro. A decir verdad, hacía ya bastante que no sentía esa adrenalina de estar en frente de gente que intentaba imponer su poderío para luego hacerlos quedar en ridículo, tal y como hacía en sus años mozos. Pronto, no tardó en invadirlo la sorpresa de ver pasar a dos jóvenes: una pelirroja que tenía rapada la parte izquierda del pelo, pero mantenía el largo en el derecho, peinándose para ese lado; pequeñas pecas en el rostro, y una cicatriz en forma de cruz debajo del pómulo y cerca del nacimiento de la mandíbula. Su cuerpo bien formado y bastante atractivo, vestida de negro, usaba unos jeans ajustados, la blusa gruesa, de mangas y cuello largo, portando unos guantes donde dejaba a la vista sus dedos. Lucía ruda. Su acompañante, del mismo color, pero él venía vestido con una túnica hasta los pies, la capucha cubriendo la mitad del rostro, no era corpulento, si no más bien delgado, y parecía ser un poco más alto, pero al estar encorvado daba la sensación de ser más bajo, se podía ver sus manos, las cuales enseñaban una piel pálida. Lucía como un emo atormentado por sus traumas de adolescencia.

Desde el barandal viéndolos, el sexagenario capo sonrió de lado, luego comentó para sí mismo

« Ésto va a ser fácil».



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