Bajo la misma arepa

Oleh Areale_deCastillo2

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Tras la muerte de su tía, Débora debe viajar a Venezuela para reencontrarse con su padre después de varios añ... Lebih Banyak

Nota de Autora
La flaca mamarre
No se desprecia una arepa
Colgate, su majestad
Manzana tercermundista
Correcciones clasistas
Mogul
Vestida como sartén de pobre
Ella perrea sola
Yubiricandeleisy
Se formó el despeluque
Atributos con Photoshop
Chivato
Azúl vinagre
Evasivas
Ódiame
Novios de mentis
Oh no, fallo en la utopía
Recíproca chocancia
Sorpresas
Confesiones
Fuertes declaraciones
El último cigarrillo
Ingrata
Desaparecida
El mejor amigo
Una indirecta despedida
Planchabragas
La mardición de los Takis
Todas mienten
El boleta enamorao' (+18)
Fiesta balurda
Salve, Virgen de los Malandros
Mordisco
Esposa odiosita
El Chigüire Chigüireao'
Heteromarico
Bajo la misma arepa
Querer querernos (+18)
Cómo hago pa' no quererte
Besos sabor a caroreña
Maldita mala (+18)
Qué se siente
El procedente de Socopó
Dominantes (+18)
Epílogo
Agradecimientos
Apoyen a la autora de BLMA

Extra navideño

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Oleh Areale_deCastillo2

—Nojoda, que se mame un webo el diablo, viva mi tocayo Yisucrist.

—¡Joder, Yeferson! —Débora le dió un manotazo en el hombro mientras él y su hija se carcajeaban. Ella aún estaba muy pequeña para entender aquellas palabras y lo que significaba pronunciarlas saliendo de la iglesia, pero le causó gracia ver cómo una señora se espantó y persignó al oírlas.

—Ah pues, ¿Por qué te escandalizas? Se supone que me estoy yendo por el bando correcto —el moreno chasqueó la lengua y le acarició la espalda mientras salían de la misa navideña de la ciudad.

—Ese sacerdote se veía como lindo con esa sotana —comentó Jhoana cuando los alcanzó.

—A que estaba majo —secundó Deb—. Tía, que hasta me provocó ir a recibir la ostia sin haber comulgado en la vida.

Ambas se echaron a reír.

—Sí eres descarada, Covadonga. Me metes un coñazo por mandar a mamar webo al diablo y tú te andabas buseando al sacerdote con mi pure.

—Lo siento, son las hormonas del embarazo —se llevó las manos a su tripa hinchada y le besó el antebrazo.

—Jhoana no está embarazada, y mirad que ella fue menos discreta —dijo Miguel David, agarrando en brazos a su nieta.

—No sé de qué hablas —Jhoana fingió demencia.

—Mejor que no —Miguel David suspiró—. Tenías la vista fija en las venas de sus brazos mientras sostenía el misal, pecadora.

—Sí, y Débora también —agregó Yeferson.

—Me mola su tatuaje, nada más —la aludida se alzó de hombros.

—Hija, él no tenía ningún tatuaje.

—¿Y cómo sabes tú? —inquirió Jhoana—. También te le quedaste mirando, aaaaah.

—Aaaah —Yeferson se unió al coro para chalequearlo.

Débora fingió rascar su nariz para ocultar la sonrisa de burla al oír a su padre resongando que el tipo no tenía ningún tatuaje y dejando muy claro su preferencia de género.

~•~

Yeferson permanecía desenvolviendo su sexta hallaca de la noche cuando Débora se sentó a su lado en la mesa para acompañarlo con un vaso de jugo de arándanos.

—¿Ya se durmió la niña? —preguntó él, sacando una aceituna del interior de la hallaca.

—Sí, y sigo sin comprender por qué le echas aceitunas a eso si al final terminas sacándolas.

—Es que masticarla sabe como a culo sudado, pero le da sazón al guiso si la juntas con los aliños.

—No entiendo.

—No, ¿Qué vas a estar entendiendo? Si todavía echas el agua primero que la harina.

Débora exhaló a profundidad por las malas respuestas que daba su marido todo el tiempo, pero que eran naturales de él, como venganza de todas las que ella le dirigió de adolescentes. La castaña se apoyó del respaldo de la silla que él utilizaba para levantarse y fue a abrir cuando escuchó que alguien aporreaba la puerta.

—Ya casi es medianoche, ¿Quién podrá ser?

—¡Es el niño Jesús! —exclamó Yeferson con una emoción infantil que a Débora se le antojó tierna.

—Bueeeenaaaaas —canturreó Jhoana cuando su yerna e hijastra abrió la puerta.

—Eran buenas —respondió Yeferson, echándole mano a una séptima hallaca sin haberse acabaron la sexta.

—Ahora son mejores, coño e' tu pepa porque traje curda.

Yeferson rió cuando su mamá le dió un leve empujón y se dirigió a su mujer para decirle:

—¿Viste que sí era el niño Jesús? Por lo menos el mío.

—Miguel David está afuera peleando con la camioneta, se le atascó algo ahí que no entendí —avisó Jhoana, buscando un sacacorchos en la alacena.

—Nojoda, ese tipo esta más empavao' con los carros. Que se compre una motico, yo tengo a la mami desde hace como doce años y antes de eso llevaba rato rodando y llevando roncha.

—Pero hombre, tú le has metido tanto repuesto a esa moto que prácticamente ya es otra —argumentó su padrastro y suegro cruzando la puerta.

—Hay que consentirla —excusó Yeferson.

—Pa' esa vaina te compras una nueva y ya, tienes una renta con la gastadera de plata que le metes a cada rato en reparaciones —dijo Jhoana.

—Mamá —Yeferson se levantó y la señaló con seriedad—. Que sea la primera y la última vez que sugieres que deseche a la mami. Con esa moto yo me quedo hasta que me muera y se la deje a Petare pa' que aprenda a pistear.

—Y que sea la última vez que hables como si le fuéramos a poner «Petare» a nuestro hijo —se quejó Débora, rodando los ojos—. Suficiente tenemos con Catia.

Yeferson ignoró a Débora y se metió a la habitación que ambos compartían para buscar el regalo de niño Jesús de su hija ya que faltaban pocos minutos para que el reloj marcara las doce.

—Mira Maricarmen, ¿Y qué le compraste por fin? —preguntó al llegar a la sala con la cara mediana envuelta entre las manos.

Había pasado un par de días desde que le dejó su tarjeta de débito a su mamá para que fuera a la juguetería en busca de un niño Jesús para la niña, ya que él no tendría bonitos gustos para la selección, seguramente compraría una muñeca Barbie al azar y quería evitar eso, y Débora tampoco podía por tener cita ginecológica.

—Más tarde ves —fue lo que contestó su mamá—. Mira, necesito que vayas al centro a comprar un sacacorchos porque no consigo el de aquí.

—Deja la ladilla, dile al marido tuyo.

Se ganó una mirada de reproche de Débora por sacar a relucir sus términos criollos.

—Al final se averió la camioneta, al amanecer llamaré una grúa —dijo Miguel David.

—Entonces pide un taxi y anda a comprarlo.

—Yeferson, no vamos a tener un taxi teniendo la disponibilidad de una moto —Jhoana se cruzó de brazos, tal y como lo hacía cuando le mostraba la boleta del liceo cada lapso.

—Coño mamá, ¿Ir en moto a esta hora, con este frío y nevando? Estás equivocada Maricarmen, más fácil es cargar a un gordo enjabonao'.

Jhoana apretó los labios, entonces él intentó buscar apoyo en Débora, pero ella también estaba de brazos cruzados.

—Está haciendo burda de frío oyó —dijo y en seguida fue a buscar las llaves de la  mami.

A los pocos minutos llegó, con el cabello y los hombros cubiertos de copos de nieve y rodando la moto para meterla a la casa.

—¿Y el sacacorchos? —preguntó Jhoana, sacándole las aceitunas a una hallaca.

—¿Cuál sacacorchos? Yo fui a buscar a la mami pa' guardarla, allá afuera le va a dar un soponcio con ese clima —esquivó la aceituna que Jhoana le lanzó por inepto—. ¿Dónde está la mujer mía? —preguntó al no encontrarla en la mesa tomándose el jugo de arándanos que le hacía comprar casi todos los días porque "al bebé le gusta".

—Poniéndose los estrenos, déjala respirar —bromeó Miguel David.

—Verdad mijo, pareces el propio pegoste.

—Está embarazada, tengo que andar pendiente.

Y se apresuró hacia la habitación porque incluso él mismo sabía que ese sólo era un pretexto para estar encima de ella todo el tiempo, aún cuando no esperaban bebés estaba adherido a sus talones.

—... Lo compré la semana pasada y hasta me quedaba grande, jodida blusa —la escuchó discutir frente a un espejo, tirando del dobladillo de una camisa hacia abajo.

—Todavía te queda bien —así Yeferson anunció su presencia.

—Estás de coña, el cierre de los jeans ni me sube —ella se inclinó hacia adelante, apoyando la cabeza en el pecho de él, con los brazos colgando—. Estar embarazada es horrible.

—Claro que no...

—Yeferson, tú no has estado embarazado —murmuró Débora mientras él se reía y le acariciaba el pelo.

—No, pero...

—No sientes cómo todo deja de quedarte, cómo se te hinchas horriblemente y te cuesta ponerte de pie, tú no tienes que dejar de comer cosas que te gustan porque podrían afectar al bebé, y tampoco...

—Ya, bueno, ya —él acunó el rostro de ella entre sus manos y depositó un beso en la punta de su nariz—. No estás gorda, esa ropa se encogió.

—No —Débora fingió llorar.

—Claro que sí, el otro día la puse a lavar con agua tibia, como que la tela no era de lavar con agua tibia y se puso más chiquita.

Débora sabía que eso era mentira porque la blusa aún tenía la etiqueta, pero apreció mucho la seriedad que él empleó para decirlo. Procedió a sacarse los jeans y los tiró a una cesta junto al resto de la ropa que por ese entonces no le quedaría.

—Estás bonita —le apartó un mechón de cabello del rostro y se agachó para subir su blusa y repartir besos por toda su barriga—. Linda, bella, hermosísima, divina, preciosa, criminal criminalística malandrística —le decía entre beso y beso, sonrió cuando sintió patadas enérgicas contra sus labios—. Y aparte, mi futura esposa y mamá de mis carajitos, ¿Qué más le voy a pedir a papá Dio'?

—Estoy tan agotada —ella se sentó en la orilla de la cama para luego acostarse en medio de gruñidos y muecas de incomodidad.

—¿Muy muy agotada?

—Depende —Débora esbozó una sonrisita malvada.

—Yo decía para esperar la navidad y que Catia abra sus regalos —él la miró con los ojos entrecerrados mientras iba hasta su cómoda a buscar una crema para masajear sus talones visiblemente hinchados.

—¿Ya es medianoche?

—Casi.

Él empezó a masajear sus piés y fue ascendiendo por su pierna hasta llegar a sus muslos, donde dejaba caricias suaves y relajantes para ella. Terminó acostándose a su lado, repartiendo besos húmedos en el hueco de su cuello mientras le acariciaba el vientre.

Cuando ella se dispuso a besarlo un rato mientras sus padres estaban ocupados en la sala intentado destapar una botella de vino con el filo de un cuchillo, el sonido de un celular interrumpió su romántico momento.

—Es el mío, ¿Me lo pasas? —inquirió ella, limpiando las comisuras de sus labios.

—Si es Gabriel, me ahorco con las luces de navidad —se quejó mientras buscaba el dispositivo, guiándose por la musiquita porque ella no se acordaba dónde lo dejó.

Cuando llamaron por segunda vez fue que lo encontró y se lo pasó a Deb, ella emitió una risa nasal al ver la pantalla.

—Pues prepárate para desarmar la decoración.

—No porque nos fuimos de Guarenas, de Venezuela, ese mamagüevo deja de interrumpir mis momenticos de felicidad con la víbora, malvado marico indeciso y triste...

Yeferson se siguió quejando de camino a la sala mientras Débora atendía la videollamada con Gabriel y Bárbara desde una licorería.

Miguel David le ofreció un trago de Whisky y justo en ese momento comenzaron las campanadas, anunciando que el veinticinco de diciembre había llegado. En un santiamén apareció la niña en la sala, surcando su ojo, somnolienta pero con muchas ganas de abrir su regalo de navidad.

Débora llegó a pasos apesadumbrados, dejando el celular en una esquinera para que Gabriel y Bárbara vieran a Catia emocionada bajo el pino adornado.

Yefelson ayudó a la pequeña a rasgar la envoltura, mostrándose incluso mañana ansioso que su hija. Al mirar la caja, pegó un grito digno de un niño chiquito.

—¡HELADERÍA CREISEL SUPRA!

Agarró a Catia y la sacudió por los hombros, la niña era incapaz de comprender la situación, sólo se preguntaba por qué ahora su papá no le dejaba poner un dedo encima en su regalo.

—Aww, que lindaaa —se escuchó decir de Bárbara desde el celular—. Siempre la pedí, pero me traían tablets o bicicletas, nunca superé que no me la regalaran.

Yeferson dejó de abrir la caja un instante y miró a Jhoana con el ceño fruncido. ¡Él siempre la pidió, y le dieron fue un mardito mp3 que se escoñetó al mes! ¡Por lo menos a azúl vinagre le dieron vainas más caras que una heladería!

—El coño e' tu madre, Maricarmen.

—Yeferson Jesús, respeta —Débora le dió un lepe. Ya no lo regañaba directamente Jhoana, sino su futura esposa para que respetara a su mamá.

—A mí ni regalo me traían, cuando tenía cinco años mi papá me dijo que el niño Jesús no existía pa' la gente pobre y se gastaba esos riales en aguardiente —se oyó la voz de Natalia, que llegó a donde estaban Gabo y Bárbara empinándose una polarcita negra.

—Es que Santacló no le regala a puta, rescata —farfulló Yefelson y fingió que no le dolió el coñazo de Débora mientras se dedicaba a armar el juguete de su hija, cantando «Heladería Creisel supra; haace helados de verdad en poocos minutooos»

Al final Catia se aburrió y se sentó en un diván junto a su abuelo para que le leyera el cuento del Grinch. Esa pequeña nunca lo admitiría en voz alta, pero Miguel David era su adulto favorito por ser el menos complicado de todos y porque cuando la iba a buscar al preescolar se la llevaba después a pasear al parque a leer cuentos infantiles y comer galletas o helado.
A su abuela también la quería mucho, pero a veces era muy regañona.

—Verga te la comiste, pure —dijo Yeferson leyendo el manual de instrucciones de la heladería—. También quise una pista de carreras de HotWeels y nunca me la compraste. El año que viene te doy los riales pa' que se la traigas a Petare.

—¡Que no le pondremos Petare a nuestro hijo, coño!

—Ya veremos —concluyó Yeferson, alcanzando el teléfono de la víbora para colgar la llamada porque no quería que siguiera hablando con la bicha de zorralia.

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