Desaparecida

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Débora terminó de quitar las arrugas inexistentes de su falda y salió de su habitación, desganada.

—¿Qué lees ahora, padre? —le preguntó a Miguel David mientras revisaba la alacena en busca de pan integral para desayunar.

—Cautiva en la cripta.

—Mhmm. No me suena ese clásico.

—No es un clásico, hija —aclaró él sin despegar la mirada de la tinta y el papel—. Es un relato corto paranormal y paradójico. No es popular, pero sí muy bueno.

Débora se sintió atraída por aquel título tan peculiar e intentó ver la portada del tomo que su padre tenía entre las manos, pero se le hizo imposible.

—¿Y quién lo escribe?

Miguel David cerró su ejemplar un momento para ojear la portada y luego contestar:

—Geryadith Areale.

—Aaah, ni puta idea de quién sea.

Al final, Deb se alzó de hombros y se reservó las preguntas sobre la ausencia de su hermanastro antes de salir de la pasa. Y mientras prensaba en él, como un jodido dejà reve o una inusual casualidad, lo vió dando traspiés mientras intentaba subir las escaleras en el segundo piso.

—... Mi hija no va a salir contigo, te la pasas juntándote con puros malandros, sapegato —la señora del consejo comunal le reclamaba a una chama desde el piso de abajo. Al parecer, estaba invitando a su hija a una fiesta el fin de semana.

«Apenas es lunes por la mañana y ya están planeando la próxima fiesta. Los venezolanos son una cosa pero Bárbara» pensó Débora mientras escuchaba el dilema desde la baranda de su piso.

—Ay, señora Yubiricandeleisy, por Dios —farfulló Yeferson con sorna, metiéndose donde no lo habían llamado—. Deje salir a la carajita, no vaya a ser que se mate intentando escaparse por la ventana del cuarto.

—¡Tú no te metas, borrachito! —exclamó la señora del cuerpo en desgracia.

—Ah pues —Yeferson chasqueó la lengua—. Deje de creer que su hija es una santa, que hasta la más calladita se mama su huevito caleta.

Débora corrió al interior del apartamento a avisar que el moreno había llegado, al instante volvió a salir al pasillo en compañía de Jhoana.

—¡No seas abusador! —le gritó la jefa socialista del edificio y luego se dirigió a su hija—. ¡Anda para tu cuarto, Yibiritzaida, ya dije que no vas a salir!

—Naweboná, yo siendo ella preferiría que me abortaran antes de matarme en vida con ese nombre.

A Débora le picaban las ganas de correr a abrazarlo, insultarlo por haberla preocupado y agradecerle por el regalo, pero no hizo nada de eso, por el contrario, llegó hasta donde estaba y le dijo:

—Cállate Yeferson, que tu nombre también es horrible

—¿Y la moral, Covadonga? —él la miró de reojo y sonrió como un bobo—. Por lo menos nadie se ríe cuando escucha mi nombre porque es común.

—Comúnmalandro.

A Yeferson le empezaba a caer mal que la víbora usara el lenguaje coloquial para burlarse de él.

—Verdad Yeferson, no te defiendas mucho que tu nombre se escribe bien tierruo —dijo Jhoana—. Se escribía con jota y doble efe, pero los de la maternidad estaban acostumbrados a la marginalidad de las madres quinceañeras y te lo escribieron todo machucado.

Cuando llegó hasta su hijo, retrocedió un paso cuando una ráfaga de esencia de alcohol se coló por sus fosas nasales.

—Carajo Yeferson, brindas hasta con la sombra. ¿Tan arrecho estaba el guayabo? Pasa pa' adentro.

Bajo la misma arepaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن