Colgate, su majestad

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Débora acababa de instalarse en su nueva habitación, estaba terminando de desempacar cuando su papá llamó a su puerta y entró después de recibir autorización.

—¿Te gustó como pinté la puerta de tu cuarto? —preguntó al sentarse a orillas de su cama individual.

—Sí, papá. Pero ya no tengo nueve años.

Miguel David asintió, apenado.

—Cierto. Lo siento, no sé en qué pensaba. Es que siento que por la distancia y la comunicación intermitente por videollamadas nuestra relación ha perdido ese... —intentó hallar el término correcto —ese vínculo afectivo de padre he hija. Sabes que no quise dejarte, pero tampoco quería desarraigarte estando tan pequeña... Estemmm, ¿Te ayudo a desempacar?

—Todavía crees que el tiempo no ha pasado y que aún estoy pequeña, dudo mucho que quieras ver qué clase de ropa interior uso ahora —bromeó, doblando una falda de cuero blanco—. Digo, ya no uso esos cacheteros de Cenicienta que me comprabas.

—¿Ni los de Hello Kitty? —su padre alzó la comisura de sus labios, algo melancólico al ver cuánto había crecido su hija. Hasta entonces, no había tenido presente que se había perdido muchos momentos importantes de su crecimiento.

—Oh, no. Los de Hello Kitty sí, ella nunca pasa de moda.

—Antes te daba miedo porque decían que era diabólica.

—Pues ahora es Aesthetic —soltó una risilla—. Me encantó la decoración de mi puerta, papá. De hecho, me hace amarte más el hecho de que aún recuerdes cuáles eran mis películas favoritas de Disney.

—Bueno... —Miguel David se acostó sobre el colchón—. ¿Cómo se me va a olvidar? Digamos que eras un poco intensa con ese monstruito verde de un solo ojo y su amigo grandullon.

—No te metas con Mike Wazowski, papá —ordenó con voz infantil.

Ambos rieron mientras miraban la puerta blanca con flores violetas pintadas a mano.

—No será fácil adaptarte a nuevas costumbres —dijo Miguel David a su hija, jugando con un mechón de su largo cabello castaño—. Pero Venezuela tiene cosas muy bonitas. Paraísos maravillosos que te llevaré a ver cuando estemos de vacaciones. Leyendas de terror que dan bastante miedo, culturas interesantes, platos típicos que están de rechupete y personas fantásticas.

»Al principio te van a desagradar muchas cosas, mi niña. Y nunca dejarás de preferir y extrañar España, pero vas a terminar enamorándote de Venezuela, yo sé que sí.

Débora suspiró mientras asentía lentamente. Su padre se levantó.

—Te dejo para que termines de instalarte. Buenas noches, mi niña. Te amo.

—Y yo a ti.

Al quedar sola otra vez, le tomó pocos minutos terminar de acomodar su ropa y desvestirse para meterse en la ducha. Agradeció al cielo que al menos tenía baño privado. No es que estuviese acostumbrada a los lujos, pero en España hasta el más pobre vivía en mejores condiciones.

Se restregó el rostro con las manos cuando el agua fría empapó todo su cuerpo. Estaba helada. Intentó configurar la temperatura, pero no tuvo resultados ya que el agua era corriente y solo salía fría.

—Grandioso —farfulló con ironía al terminar de ducharse y ver que no había dentífrico en los gabetines del baño.

Salió envuelta en un albornoz y se dirigió al último lugar de la casa que deseaba conocer. Incluso había considerado la idea de no lavar sus dientes, pero prefería doblegar un poquito su orgullo antes que irse a dormir sin estar completamente aseada.

Tocó tres veces la puerta de la habitación de Yeferson, quien salió pocos segundos más tarde. Solo una bermuda amarilla lo vestía, las gotas de agua que descendían por su torso confesaban con su sola existencia que él también acababa de darse una ducha.

—¿Qué? ¿Nunca habías visto a un moreno tan suculento? —inquirió Yeferson al ver a su hermanastra tan interesada en su abdomen trabajado.

Al percatarse de que Yeferson se estaba aplicando crema corporal en los brazos, Débora solo puedo pronunciar:

—¿Acaso eres... gay?

Él puso una mueca divertida.

—Metrosexual —corrigió—. Nunca me he besado a un tipo, si me lo preguntas. A lo mejor debería probar, ¿Quién sabe? Si perreo pa' las nenas también puedo perrear pa' los nenes —se alzó de hombros—. Además, el que come de todo no se mueren de hambre...

—Basta, suficiente —la castaña lo detuvo con una mueca de asco—. No hay dentífrico en mi baño, me preguntaba si tú tenías aquí.

—¿Dentífrico? ¿Qué es eso dentífrico?

Débora, obstinada porque ahora tenía que explicar bien los términos de palabras que estaba acostumbrada a pronunciar con tanta naturalidad en su país, contestó de mala gana:

—Ay, pasta de dientes —blanqueó los ojos.

—Ah, sí tengo Colgate.

—¿Colgate? —esta vez fue ella quien se mostró confusa.

—Colgatedeste.

—Serás imbécil...

—Como sea. Ya le traigo su dentífrico, su majestad —Yeferson hizo una ridícula reverencia y le cerró la puerta en la cara.

Cuando habían pasado al menos treinta segundos y Débora estuvo dispuesta a irse porque pensó que su hermanastro le había tomado el pelo, el capullo abrió la puerta. Estiró la mano y dejó un envase redondo de plástico en la mano de ella.

—Espero que pueda disculparme usted, majestad, que le entregue su dentrífico dentro de un marginado pote de chimó. Me parecía menos apropiado darle el tuvo de Colgate arrugado y con menos de la mitad.

—Pues... ¿Gracias? —Débora comprendía que aquello se lo decían con sarcasmo, pero igual le pareció un buen gesto.

—Ja, ni sueñes. Te di majomenos crema dental para que no vengas a ladillarme pidiendo a cada ratico —dicho esto, Yeferson volvió a tirarle la puerta.

Débora volvió a su habitación con una sensación en el pecho de molestia, ¿Por qué su hermanastro tenía que resultar ser un capullo tan desagradable? Su madre, Jhoana, parecía ser absolutamente todo lo contrario.

Bueno, al menos el estúpido tuvo el considerado gesto de no negarle la pasta dental y hacer que Débora se acostara a dormir con la boca sucia.

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Quiero recordarles que yo estoy escribiendo esto es para que se rían, no quiero críticas destructivas ni nada similar.

¿A ustedes también les gusta Monster INC? ¿De qué comiquita son sus sábanas?

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now