Mío.

By MarStark1

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[LIBRO #2 DE LA SAGA SUEÑOS] [+18] ¿Hay fantasmas del pasado que nunca se van? Aquí entendemos que a veces lo... More

¡Advertencia y personajes!
Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Capítulo 37.
Capítulo 38.
Capítulo 39.
Epílogo.
Extra: Final alternativo II.

Capítulo 8.

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By MarStark1


Por ser tan tú.

Aitara.

Lo único que logra traerme de vuelta a la realidad es el segundo disparo que contra todo pronóstico me impulsa a levantarme y abrir la puerta. La sangre carmín gotea en el piso y levanto la vista viendo como ella hace presión sobre su vientre mientras él intenta detener la sangre que sale de su brazo.

La ignoro por completo yendo a su lado.

—¿Qué carajos pasó? —Mis manos se manchan de sangre en un inútil intento por detener su sangrado, mientras que la rubia se queja en el piso.

Dios. Nunca había visto tanta sangre. Me siento perturbada por unos segundos turnando mi mirada entre la sangre que proviene de él y la de ella.

—Esta perra es una traicionera —la señala con el arma y logra traer mi atención de vuelta—. Te largarás de aquí. Ahora. —Le ordena.

—Necesitas que te revisen, por favor —suplico al ver que ignora por completo su herida, mientras yo estoy por colapsar.

—Esto es una idiotez, solo me rozó —se aparta de mí arrodillándose frente a ella—. Agradece que por tus venas corre la sangre de los Beckett, porque si no en estos momentos serías un cadáver.

Con el cañón del arma hace presión en la herida de la rubia que en vez de quejarse sonríe. Como puede se yergue quedando a centímetros de Matteo y susurra las palabras que lo desconciertan leves segundos:

—Tú no eres más que fachada, sottocapo —sonríe escupiendo la sangre que empieza a salir de su boca y empapa el rostro del castaño—. ¿A quién crees que elegirá Domenico? ¿Qué versión supones que apoyara? La trata de blancas es una fuente de ingresos asegurada, obvio estará de mi parte.

—¿Me consideras tan insuficiente para necesitar aprobación de Domenico? —Sonríe enterrando más el arma en la herida, vuelve su cabello un puño pegándola a él—. El apodo de «Sádico» no lo tengo de adorno, Daenna. Me sabe a mierda matarte frente a todos los integrantes de la pirámide y darles de comer tus restos.

Su mirada se ve tan perdida y diferente que incluso yo siento pavor, es como si fuese otra persona.

AsNo eres capaz, yo soy de tu familia y tú no tienes cojones para eso —lo reta.

—No me provoques que yo solo advierto una vez.

La suelta chocando su cabeza contra el piso sacándole un quejido. Se pone de pie tomando mi mano. Al salir pasa frente a mi familia sin pronunciar palabra y solo les hago una seña de que esperen. Entramos a la habitación y cierra la puerta con seguro.

Observo mis manos manchadas de sangre que por leves segundos me desconectan de la realidad. Definitivamente no me aterra y eso es lo que me asusta, el hecho de que mi mente lo procese como si fuera algo normal.

Voy al baño por un botiquín mientras él se apresura a retirarse la chaqueta y soltar los botones de la camisa quedando desnudo de la cintura para arriba. Mis ojos se pierden en los tatuajes que tiene y esos brazos y abdomen marcado.

¡¿Qué te pasa Aitara?! ¡Prioriza! ¡Prioriza!

Me golpeo mentalmente volviendo a la realidad. Él se sienta en la cama y me arrodillo entre sus piernas. Es decir, digo..., si entre sus piernas, pero para poder ver bien lo que hago.

Empapo la gasa de alcohol y la deslizo sobre la sangre caliente, él ni siquiera se inmuta. Apenas lo escucho dar un quejido cuando el alcohol entra en contacto directo con la herida.

Limpio toda la zona y al final lo cubro con un vendaje estéril. Deslizo una gasa limpia por su rostro quitando la sangre que le escupió la rubia.

Me observa en completo silencio sin despegar la vista de mi rostro, sus pupilas aumentan y un silencio no incomodo surge entre ambos. Deslizo la gasa por sus labios obteniendo un recuerdo de aquella noche que no quiero evocar en este momento.

Siento el caliente en mis mejillas y sé que él también lo nota ya que sus ojos se turnan entre ellas y mis labios.

Hago algo que nunca creí, le aparto la mirada y me dedico a recoger lo que utilice echándolo en la basura. Me levanto quedando frente a él que me mira como si nada acabará de suceder.

—¿Quién la ayudará? —Pregunto.

—Si es por mí que se muera.

—Matteo, por Dios, es un ser humano —me acerco más a él y al estar sentado debe levantar la cabeza para verme.

—Es una perra.

—No te refieras así a las mujeres —pongo las manos en mi cintura.

—No la conoces, no la defiendas —intenta tomar mi mano y no se lo permito, sonríe pícaro—. ¿Por qué no mejor recordamos lo qué pasó en Londres?

—¿Qué pasó en Londres? Porque yo no recuerdo nada —miento. Me encojo de hombros restándole importancia.

—Yo lo recuerdo todo —confiesa—. Te puedo ayudar a recordar.

Siento un bajón de adrenalina en todo el cuerpo al ver cómo me mira y podría jurar que tengo mejillas rojas.

—A mí no me interesa recordar, fue un accidente.

—No sabía que los accidentes gimen así —le pego en la frente y sonríe genuinamente. Sé que solo está diciendo esto por joderme y no voy a caer en su jueguito.

—Ya cállate, supéralo, ¿sí? Estábamos ebrios —intenta tomarme otra vez y aparto sus manos—. Dime la razón de que esté aquí.

—Sobre eso...

—¿Qué?

—No me corresponde a mí.

—Dijiste que me lo dirías.

—Sí, pero Madison me lo prohibió —se levanta y abre el closet colocándose una sudadera, la maldita sudadera.

El muy desgraciado me dijo que la había echado a la basura cuando vino a Italia. Mentiroso.

—¿Esa no es...? —La señalo.

—Sí. Supéralo.

—Aww, ves que si tienes sentimientos —echo a reír burlesca—. Y que yo si tengo buen gusto con la ropa.

—¿Me la quito y la quemo?

—Si quieres —le resto importancia.

Se la empieza a quitar y corro a evitarlo, se burla de mí al ver que no lo deje y solo me dan ganas de ahorcarlo con la misma sudadera.

—Yo la compré y yo decido su futuro —lo señalo—. No la quemes, es una reliquia, no puedo creer que todavía te sirva. Y eres un mentiroso, dijiste que la habías botado.

—No es como que haya crecido diez pies en tres años —rueda los ojos—. Y si quería botarla, madre me lo prohibió.

—Qué mentira. Sabina jamás se mete con tu ropa.

Quiero sonreír, pero las mujeres que vi vuelven a mi cabeza. Ahora entiendo un poco por qué dice qué hay cosas que quiere olvidar y ahogar en la heroína.

—¿Qué pasará con esas mujeres? —Investigo.

—Las dejaré ir.

—¿Eso no te mete en problemas?

—Me importa tres hectáreas de mierda, ¿no sabes quién soy? Por sobre mí solo está el Don —sonríe vanidoso—. Mañana estarán libres.

—¿Y el daño psicológico?

—No puedo responder por eso, yo no sé los causé.

—Pero ella sí, debería pagar por eso.

—¿Quieres que la mate? —Pregunta—. Pídemelo y lo haré.

—Es tu familia.

—No me importa —abre la puerta bajando las escaleras de vuelta antes de que pueda detenerlo. Entramos al despacho, pero solo están los rastros de sangre.

Uno de los antonegras le informa que la llevaron con el doctor, por un momento creo que hablan del hospital, pero no. Entramos a una habitación con apariencia de estar esterilizada por completo, él desliza las cortinas y veo cómo están sacando la bala del estómago de Daenna. Al instante desvío la mirada girando por las náuseas que me genera verla.

La sangre no me asquea, lo que lo hace es verle la herida abierta.

En un momento dejo de escuchar los aparatos y escucho como el doctor le pide que se detenga. Al girar lo veo desconectando todo mientras ella empieza a temblar en la camilla.

—¿Qué estás haciendo?

—Haciéndola pagar, ¿no es lo que pediste?

—¡No! Yo me refería a entregarla a la policía, no a que la dejes morir.

Se detiene girando hacia mí, me mira con completa desaprobación, pero la mirada molesta se le suaviza al instante. Debo estar pálida. Me toma del brazo sacándome de la habitación y nos quedamos en el pasillo.

—¿Por qué no eres específica?

—¡Yo no sabía que...!

Se me atascan las palabras en la garganta por la impresión que tengo. He visto demasiado en poco tiempo. Esto me supera. Ya solo me falta ver a un muerto o cómo matan a alguien.

—¿Por qué no te ahorraste todo esto y la mataste al instante?

Sé que es la peor pregunta, pero si lo que quería era matarla, ¿para qué hacerla sufrir agonizando?

—Seré honesto contigo, ¿crees que estoy donde estoy por herencia familiar? —Niega con la cabeza—. Estoy donde estoy porque adoro ver el sufrimiento de la gente al morir, me gusta que lo hagan lenta y dolorosamente, por eso soy la mano derecha del Don. Porque no me lo pienso dos veces para matar de la forma más despiadada y dolorosa que puedas imaginar.

—¡No sabía que ibas a venir a matarla! —Aparto el cabello de mi cara. Tengo las manos heladas.

—Aitara, ¿no te has dado cuenta de donde estás? ¿Por qué crees que dije que eras mi novia? ¿Por gusto o por molestarte? —Hace una pausa asegurándose de que nadie nos vea o escuche—. Aquí no se duda para matar, por el tiempo que sea que estés aquí debes estar atenta a todo y no confiar en nadie, ni siquiera en mí.

—¿Por qué no confiaría en ti?

—Sabes cómo reacciona mi cuerpo a eso, no quiero hacerte algo en plena dosis —pasa saliva como si le costara decir cada palabra—. Ileana llega mañana y se instalará en esta casa.

Me informa como si me importara. Por mí que se cojan frente a todos, no me incumbe.

—¿Por qué tiene que estar donde sea que estés tú? —La pregunta sale antes de que pueda pensarla—. Perdón, no es de mi incumbencia.

El silencio reina entre ambos y prefiero largarme de ahí dándole la espalda y volviendo a la habitación.

Mi respiración salía agitada, las cosquillas en mi vientre bajo y entre mis piernas me erizaban la piel

Mi respiración salía agitada, las cosquillas en mi vientre bajo y entre mis piernas me erizaban la piel. Sentía sus labios besar la piel desnuda de mi cuello y subir hacia mi boca.

Deseaba enredar mis dedos en su pelo, pero las esposas que me ataban a la cabecera de la cama me lo impedían. Intente zafarme, pero no pude y sentí su sonrisa sobre mis labios al ver que no logre soltarme.

Tranquila, Rosse.

Quiero... qu... titubeé. Joder, sigue haciendo eso.

Sus dedos se deslizaban por sobre mi sexo volviendo mis manos un puño ante la excitación, los gemidos de mi boca se acallaban entre los besos apasionados y posesivos. Lo sentí bajar, esparciendo besos mojados y mordiscos por mi piel ardiente, se detuvo entre mis piernas y las tomo dejando besos en mis muslos internos.

Su ascenso hasta mi sexo fue lento y tortuoso, mientras más subía más sentía como mi piel ardía y se erizaba. Al sentir su lengua entrar en contacto con mis pliegues no pude evitar los jadeos que surgieron de mi boca. Su lengua se deslizaba con sabiduría sobre mis pliegues y mi clítoris, chupaba y lamía con lentitud enviando oleadas de placer que solo lograban empaparme más.

Mis piernas empezaban a temblar y se detuvo, levantó la cabeza, lamiendo sus labios y los ojos oscuros por las pupilas dilatadas recayeron sobre los míos como dagas.

Lo vi arrodillarse en la cama y deslizar el látex sobre la erección. Mis manos siguieron luchando por soltarse sin obtener resultado positivo.

Pídelo ordenó.

No... no tengo que pedírtelo, porque tú también mueres por hacerlo.

Sonrío de lado mientras negaba con la cabeza.

¿Algún día lograré domarte?

Jamás.

Se dejó caer sobre mí dejándome ver más de cerca esos tatuajes. Empuñó mi cabello y centro mi mirada en la suya, el momento en que sentí su erección entrar en contacto con mi sexo me robó toda razón o entendimiento... era tan... jodidamente... exquisito.

Abro los ojos sintiendo los latidos acelerados de mi corazón. La boca seca y la respiración agitada, siento lo empapada que tengo otras partes de mi cuerpo y giro a mi izquierda percatándome de que Matteo aún siga dormido.

¿Qué mierdas acaba de pasar? ¿Acabo de tener un sueño lúcido con lo que pasó en la fiesta? ¿O un... recuerdo? ¡¿Acabo de tener un sueño erótico?!

Sí.

No.

Qué sí, que lo acabas de tener.

Con la respiración agitada y mucho cuidado me levanto de la cama, entro al baño y mi reflejo en el espejo me frustra aún más. Estoy roja como tomate y empapada de sudor. Y quisiera que fuese solo de sudor.

Abro la llave echando agua en mi rostro intentando disminuir el calor que siento. Lo que veo al volver a la habitación no es que me ayude mucho. La sabana solo le cubre hasta la cintura, pero es tan fina que me deja ver otras cosas... Dios mío, ¿qué me pasa? Yo no soy así.

Me acuesto lo más alejada que puedo, ¿es en serio que en una maldita hacienda no hay otra habitación disponible u otra cama? A las malas debimos dormir juntos, y en otros tiempos fuese algo sin importancia, pero no luego de todo lo que ocurrió en esa fiesta.

Me quedo en completo silencio en la cama cuando lo siento moverse. Su brazo se posa sobre mi torso y de un solo tirón me pega a él abrazándome con fuerza, el aire se me corta y empuño las manos al sentir la erección contra mi espalda. Intento respirar sin provocar ruido, pero me siento asfixiada.

No sé cuánto tiempo pasa, pero el cielo empieza a aclararse y yo aún no consigo dormir, en especial porque no hemos cambiado de posición y cada que intento conciliar el sueño me vuelvo a espantar.

De la nada su agarre se afloja y siento como se despierta, decido fingir dormir y al instante en que nota lo que hace, se aparta de mí. Al fin puedo respirar tranquila. Él se levanta con rapidez de la cama y se mete al baño, escucho como se abre la llave del lavabo y seguido de eso escucho un golpe seco chocando contra él.

Lo ignoro intentando conciliar el sueño, pero la claridad no me permite volver a dormir. Me levanto de mala gana y voy en busca de mi ropa, la tomo saliendo de la habitación solo con pijama puesta y voy a donde se encuentra mi hermano.

No creo ser capaz de ver a Matteo a los ojos luego de tener un sueño erótico o un recuerdo sexual con él.

—¿Qué haces aquí? —Pregunta mi mellizo, somnoliento.

—Solo... no preguntes, ¿puedo ducharme aquí? —Pregunto y me señala el cuarto de baño.

Me ducho y cambio lo más pronto que puedo abandonando su habitación. La curiosidad por saber cómo sigue Daenna cruza mi mente guiando mis pasos a aquella habitación que parece hospital.

Muevo el pomo abriendo la puerta y al instante escucho los monitores que muestran sus signos vitales, latidos, entre otras cosas. Está dormida, más, no luce tan mal, por lo que imagino que no debió haber sido un disparo de gravedad. Su piel luce más pálida de lo normal, pero sus signos se muestran bien en el monitor.

Al ver su estado abandono la habitación, cierro la puerta con cuidado y apenas intento caminar, siento un vacío en el estómago por el golpe que me propinan. Me toman del brazo estampándome en la pared y apenas alcanzo a ver de quien se trata.

—¿Qué quieres, Ileana? —Pregunto intentando recuperar el aire.

—¿Ahora te quedas en su casa? Cada vez estás más cerca de la monarquía, trepadora —asegura, burlesca.

—Yo no necesito de ninguna persona para pertenecer a la monarquía —sonrío airosa—. Por si no sabías, yo si tengo lazos con la realeza británica, lejanos, pero si tengo.

—¿Qué es lo que buscas aquí? —La fuerza de agarre sobre mi brazo aumenta.

—¿No ves? Ser la esposa del próximo líder. —Contesto mordaz.

—Perra...

—¿Qué sucede? ¿Tienes los mismos planes? —Ironizo.

—Yo no necesito el título de Matteo...

—Yo tampoco. —Sentencio.

—¿Qué es lo qué haces aquí entonces?

—¡Que no lo sé!

—En la fiesta te advertí sobre tu tono, ¿no ves quién soy?

—¿Un ser vivo, común y corriente? —Pregunto alterando su molestia—. A mí no me haces sentir inferior, Ileana, para eso tienes a la gente ordinaria.

Hago una cara inocente molestándola más. Estoy mintiendo porque si me sentí horrible cuando la vi por primera vez, pero ella no tiene que saberlo.

—Te voy a... invitar a un café —suelta su agarre y finge acariciar mi cabello. Reacciono notando la presencia del italiano. Qué hipócrita.

—No gracias, no tomo café —miento nueva vez, Matteo me ve extrañado, sabe que si tomo y es mi bebida favorita.

—Nos vemos luego. —Sonríe y pasa por mi lado, al hacerlo choca su hombro contra el mío, pero ni siquiera me hace tambalear.

El ambiente cambia al notar que nos quedamos solos. Aparto la mirada, cosa que es raro en mí, él lo nota y me obliga a levantar la cabeza. El mero toque de su mano en mi mentón me altera con los recuerdos del sueño que tuve hace apenas unas horas.

Aparto su mano como si quemara y mantengo la cabeza en alto. Entorna los ojos como si intentara descifrar que me sucede, al ver como lo miro deja de hacerlo, odio que me estén analizando como si fuese una rata de laboratorio.

—¿Qué quieres?

—Tu mamá está en el teléfono.

—Bien, gracias —intento salir de ahí lo más rápido posible, pero su mano sostiene mi muñeca deteniendo mi andar.

—¿Qué carajos te pasa? —Inquiere, molesto.

—A mí nada —miento, se me está haciendo costumbre últimamente.

—¿Tienes claro que sé detectar cuando mientes? Por si no sabías cuando lo haces sueles fruncir el ceño.

—¡Qué mentira!

—Lo haces justo ahora.

—¿Sabes qué? Déjame en paz, iré a contestar. —Me suelto de su agarre yendo por el móvil.

Salgo a la sala donde mi hermano está terminando de hablar y luego de responder de forma monosílaba me pasa el aparato.

Hola, princesa —saluda mi mamá, sin pensarlo dejo escapar una sonrisa.

—Hola ma, ¿cómo estás? ¿La ansiedad? Si no te sientes bien, recuerda los ejercicios, ya sabes, respira...

Tranquila, lo sé —eso me calma un poco, pero no tanto como lo hiciera si estuviese allá con ella—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal Sicilia?

—No lo sé, no he salido de la hacienda. Eso sí, aquí es todo... —me fijo que nadie me esté viendo y bajo el tono de voz—, complicado, es todo tan complicado, ahora entiendo a Matteo.

La escucho suspirar al otro lado de la línea, pero no un suspiro de tranquilidad, sino uno de frustración.

¿No están bien allá? —Indaga preocupada.

—Sí, estamos bien, calma. Es solo que aquí cada cosa que dices podría tener doble interpretación es solo... complicado.

El mero hecho de recordar la preocupación que tenía con los disparos, las mujeres que vi y a Daenna en el piso no creo que se supere de la noche a la mañana.

—Mamá, ¿cuándo me dirán que sucede? ¿Dónde está mi papá?

Él está con Maximilian, tienen asuntos que atender... les diré que sucede cuando regresen, es una historia larga y complicada.

—Siempre me dan largas, ¿cuándo regresaremos a Londres? Me urge volver, necesito verlos —admito.

Solo esperen unos días más, es cuestión de seguridad.

—Bien —me rindo—. Te amo mucho.

Yo también te amo muchísimo. —Quisiera que este «te amo» sonara como los demás, pero no me gusta. Suena como una horrible despedida.

—Mami, sabes que puedes contarme lo que sea, ¿estás enferma? Si es eso, podemos ayudar, te juro que estaré cuidando de ti cada segundo del día.

No —masculla—. Estoy bien, ya te dije, los amo un montón.

Tras esas palabras corta la llamada. En vez de calmarme me deja con un sin sabor las siguientes horas donde ni siquiera logro comer. La mañana me la paso encerrada en la habitación con Zaid, mis abuelos salieron temprano y no quiero cruzarme con Ileana o algún otro psicópata de esta hacienda.

Por mi mente pasa Eros, debe estar molesto conmigo, ya que últimamente siempre que quiere hablar conmigo tengo algo más que hacer. Estoy siendo una pésima amiga.

—Cerillo —Zaid chasquea los dedos frente a mí, me retiro los auriculares que han sido mi única salvación sin internet ni señal.

—¿Qué quieres? Te dije que no me llames así —lo miro mal.

—Abre la puerta que están tocando.

—¿No podías abrir tú?

—No. —Me corta toda discusión volviendo a leer su libro.

De mala gana me levanto de la cama y abro la puerta.

—Pensé que andabas con Ileana.

—No me pasó el día tras las faldas de las mujeres —contesta—. Ven, necesito que me acompañes a un lugar.

—¿Qué soy ahora? ¿Un bulto que envían de un lado a otro? —Lo molesto, la verdad si quiero salir de aquí, pero molestarlo es como un pasatiempo divertido.

Rueda los ojos tomando mi mano y me saca de mala gana de la habitación. Se quita la gabardina que llevaba y me la coloca como si fuese un bebé. El olor de su perfume me abunda impregnándose en mi piel.

—¿Al menos puedo saber a dónde voy?

—Soltaremos a las mujeres, quiero que lo veas.

Hay un grupo de camionetas negras totalmente polarizadas e imagino que blindadas. Le pasan unas llaves y avanzamos a una. Detrás de nosotros vienen las demás, el camino está resbaloso por la poca nieve, pero estas camionetas andan como si estuviesen en el asfalto normal, a esta velocidad deberíamos habernos volcado.

—¿Hay necesidad de andar tan rápido? —Pregunto asegurándome de tener bien puesto el cinturón de seguridad—. Digo, no es que me moleste llegar viva a Londres.

Echa a reír mientras niega con la cabeza. Disminuye un poco la velocidad y al fin puedo respirar tranquila. La hacienda donde nos estamos quedando está por las zonas montañosas y desoladas de Sicilia, hay nieve, pero parece más una escarcha por las finas capas que la vuelven aún más resbalosa. Nos alejamos al menos a tres horas de la hacienda.

Subimos en una calle muy angosta hasta llegar a lo más alto de un risco, pero solo subimos nosotros, las demás camionetas siguen de largo por la calle normal. Él baja de la camioneta y yo hago lo mismo, meto las manos en los bolsillos de la gabardina porque siento mis dedos helados.

—¿Y bien? —Pregunto, los pequeños copos de nieve caen sobre nosotros.

—Nada, solo quería que vieras que, si cumplo mi palabra, las mujeres serán libres —ubica sus manos en mis hombros girándome al frente.

Las camionetas se detienen en plena calle y abren sus puertas bajando a las chicas, las liberan de todas sus ataduras mientras ellas lloran haciendo arder mi garganta. Uno de los hombres habla y muchas caen de rodillas llorando y levantando sus manos al cielo, ellos vuelven a las camionetas dejándolas ahí.

Sonrío aliviada al ver cómo se abrazan entre ellas y sonríen mientras dejan escapar lágrimas al ser por fin libres de ese martirio. Me giro hacia el italiano que observa todo en silencio.

—¿De verdad te gusta este mundo? —Pregunto sin poder contenerme—. Es horrible.

—Aunque no lo creas sí, esta es mi vida y con el tiempo aprendes a quererla —admite—. Hay una regla para mí, no inocentes y no niños. Por eso, dejo ir a estas mujeres sin importar consecuencias.

No mido mis actos antes de tomar la iniciativa y darle un abrazo. Él tarda en reaccionar, pero corresponde, me pega a él como si me fuesen a arrebatar de su lado. Me pongo de puntillas para alcanzarlo mejor y él inhala el olor de mi cabello.

—Gracias.

—¿Por qué? —Pregunta.

—Por ser tan tú.

Okay, tal vez les parezca un capítulo un tanto pesado de leer (aburrido), pero recuerden que debemos tener un instante de calma antes de la tormenta.

Los amodoro,

Marchu⚜️

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