The Right Way #2

By MarVernoff

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《Segundo libro》 Transcurridos más de un año y medio desde los hechos del quince de abril, Sol no es l... More

SINOPSIS
Sigue Sin Ser Para Ti
Epígrafe
00
1
2
3
Carta #1
4
Carta #2
5
"Misbehaved"
6
"Crashed Fairy Tale"
7
Carta #3
8
"The Truth That Never Happened"
9
Carta #4
10
"No Choice"
11
Carta #5
12
"Utterly Mistaken"
13
Carta #6
14
"Deal"
15
Carte #7
16
"Play Along"
17
"Moonchild"
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"According to the Plan"
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Interludio
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Capítulo Final
EXTRA I: Error.
EXTRA II: Hallacas y Glüwein.

39

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By MarVernoff

EROS

   

—¿Vuelvo directo a casa o me desvío al sanatorio mental?

Hernann cesa la escritura y levanta la mirada de las hojas, una especie de interés le engatusa los ojos. Han transcurrido más de tres años desde esa última vez que salí de este consultorio sobrio de detalles cuidados y pulcros. Es una cueva perdida en el tiempo, no hay ni un reloj a la vista más que el que decora mi muñeca.

—Para tu buena suerte, sí. Felicidades, eres todo un hombre casado y pronto a convertirse en padre—endereza los hombros y se apoya en el espaldar de la silla—. ¿Cómo te sientes en esta nueva etapa? Ser padre debe ser el título más complejo que alguien pueda ostentar. Es un arduo trabajo sin contrato ni jubilación. Para algunos, por supuesto.

Hundo el ceño, analizando la pregunta. Me lo he planteado tantas ocasiones estos meses y aún no me quedo con una de las tantas respuestas y perspectivas, que varían de acuerdo a que tan apto me considero y esa es la cuestión, un día confías que nadie más que tu esposa y tú merecen el lujo de la crianza, tienen dinero, amor, paciencia y el deseo de serlo, la mañana siguiente cuando cierras un contrato ambicioso con la pretensión de armar un batallón, dudas de tu moral, desconfías de tu buen juicio.

Perseguir con mis dedos las montañas en el vientre de Sol todas las mañanas, me ha pegado el mayor guantazo que he recibido en mi toda mi jodida vida: la ética que manejo con y para el mundo hoy, posiblemente les afecte a ellas cuando alcancen mi edad o la de su madre. O antes.

¿Cómo espero criar niñas sanas dentro de un historial familiar repleto de crímenes, aberraciones y tragedias? Sin apartarlas de las verdades del mundo, su crueldad. El pensamiento latente y constante de transferirle esta vorágine enlazada como un parásito a mi ADN asciende y aumenta cada centímetro que el vientre de Sol crece.

Son mías para adorar, amar y proteger, también para moldear y ejercer un papel moral que no suelo predicar.

Verifico la hora y niego hastiado. Vocalizar el vómito mental me retrasaría y Sol jamás me perdonaría perderme la cena, no puede consumir alimento entrada la noche.

—Cuándo mis hijas cumplan una semana de nacidas podré darte esa respuesta, por ahora angustiado por la cirugía y que Sol ha estado masticándose los dedos—asiente una vez, pedido mudo a que extienda la intervención—. Estas últimas semanas no ha hecho más que llorar, es una bomba de hormonas sentimental. No sé cómo ayudarla más que acomodándole las almohadas o sosteniendo su vientre para soportar el peso, la escucho suspirar de alivio y creo que comienza a rechazarlo.

—¿Tu ayuda?

—El embarazo—cruzo los brazos, sofocando el pulso errático—. No me lo dice, nunca se atreve a mencionarlo, pero lo veo en su rostro cuando se observa en el espejo y temo haber insistido para traernos a este punto, puede que haya sido apresurado pero me siento como un imbécil cuando pienso en ello y no lo creo de eso modo.

Sol no accedería a tal cuestión por complacerme, estoy sumamente seguro de eso, mi miedo radica en que ella pensase en su momento que un embarazo le brindaría una sarta de razones para ser feliz después de una pérdida irreparable y dolorosa, y ahora que se enfrente a la realidad en su propia piel, no a través de Hera o de sus amigas, esa fantasía inicial se desvanece las veces que se pone de pie con dificultad para ir al baño a orinar cada quince minutos, se encuentra una estría que antes no estaba o va por la casa recolectando cabello.

No dudo jamás la maestría de su papel como madre, Sol tiene toda la capacidad y juicio para criar niñas capaces, independientes y abnegadas a lo que sea que les despierte sus intereses, sin embargo, el cambio de ser solo los dos a tener tres vidas más, frágiles, pequeñas a cargo, desestabiliza los suelos y murallas más firmes, supuestamente construidas contra cualquier tempestad.

Me descoloca a mí, que presencié como mi madre se retorcía de dolor sobre una camilla mientras mis hermanos se llenaban los pulmones con su primer respiro, que pasé noches en vela en compañía de Ulrich y la veía dormitar ojerosa, con el pecho húmedo de leche. Claramente lo hará con ella, lo más cercano que ha estado con un bebé es Jäger y se negaba a sostenerlo por miedo que resbalase de sus brazos.

Eso somos ella y yo, en este momento, páginas en blanco, lienzos pulcros con temores de inscribir un párrafo y llenarlo de borrones y tachaduras. Y es lo que ocurrirá.

—Tienes una perspectiva distinta porque no eres tú quien experimenta los cambios físicos—clavo los ojos en él con interés—. Desde que te conozco he mantenido esta comunicación formal, paciente y doctor, pero vuelvo a cortarlo para decirte que, aunque te he dicho que escuches tus emociones, en este momento presta mayor atención a las de tu esposa. Sol, por lo que me has comentado a lo largo de estos años sufre de ansiedad, depresión, como a ti le ha afectado la muerte de Lucía, ha perdido una parte que nunca recuperará, lo sabes, ella aprende a vivir con el dolor.

Da un par de golpes contundentes al escritorio con el bolígrafo.

»En este momento no eres la prioridad y lamento informarte que probablemente tengas que cargar no solo con la llegada de tres bebés, también con la posible fractura de tu esposa. Este embarazo era deseado pero no buscado, no soy padre, Eros, pero soy esposo, las relaciones nunca serán equitativas al cien por ciento, en este momento ella tiene el noventa, toma tú ese porcentaje cuando las niñas nazcan, vigila las señales, la depresión post parto con el historial de Sol está al acecho, atájala antes de tiempo.

Los músculos del abdomen se retuercen como si cayera por una pendiente. Sol, mi Sol de sentimientos volátiles, admiro como se mantiene de pie inexorable y pugna y me contradice por colar el café de las mañanas, con una mano soportando la inmensidad de tres bebés sanas que han ganado más peso del esperado, mientras bate la cucharada de azúcar en la taza con la otra.

Sol, que besa las cartas que recibe ocultas en los ramos de flores y moquea recordando los tiempos que tenía que acercarse a un café a buscar en medio de los asientos la única misiva del mes.

Y lo sé, conozco cada lunar, estría y cicatriz a lo largo de su piel, pero también lo difícil que son los cambios cuando necesita tener todo explorado, conocido y controlado.

Un bebé no es un juguete programable, joder que no, ¿cómo serán tres? La preocupación me crispa los vellos de la nuca, un sentimiento pernicioso me constriñe el estómago.

—¿Qué puedo hacer para evitarlo?—pregunto, con una mezcolanza de desespero e impaciencia empañándome la voz.

Me lanza una mirada categórica y me sentí complacido por un momento, como un niño que muestra su primera prueba con una nota sobresaliente. Quise por un instante arrancarle los ojos por eso.

—Puede resultarle un choque tener de repente tres vidas que irrumpan su rutina, puede no, es la realidad, eso ocurrirá—gesticula con las manos—. Extrañará su vida de antes, abre un espacio a la semana para hacer lo que acostumbraban, los dos solos, pueden permitírselo con ayuda externa, el agotamiento atenúa la salud no solo física. Si sientes que después del primer mes nada mejora, entonces mi colega Bitty Crawford sabrá atenderla, luego ven aquí y haremos recuento de daños. ¿Vendrás, Eros?

Esa es su despedida. Me pongo de pie urgido para volver a casa a besar y palpar cuatro vidas en un cuerpo de menos de un metro sesenta y cinco centímetros una última noche.

Recojo el saco y adentro los brazos en la prenda.

—Infórmale a tu secretaria que anote la cita para dos semanas. Nos vemos.







La brisa del anochecer ingresa como un torbellino a la casa, atrayendo el conocido aroma a frutas, fresco y la sensación de cobijo y calor.

Atrapo al gato de los mil demonios cerca de Sol al pie de las escaleras, recibiendo la temperatura en la planta de los pies, cubierta por una vieja camiseta negra desgastada y una trenza que seguramente se ha estado lanzando de un hombro a otro. Cierro la puerta y me dejo guiar por el urgido llamado de su mano.

Agudizo el oído esperando escuchar murmullos y risas destartaladas, no capto nada más que la música a volumen bajo. Me permito suspirar de alivio con sutil disimulo y seguir el camino. Los días pasados empujaba la puerta para encontrarme a la desesperante de su madre, la mía y sus meteduras de nariz y a Hera invadiendo nuestro espacio.

—Hola—musita, pronunciando los labios para recibir un beso—. ¿Viste que se le pueden cambiar las luces? Como a un árbol de navidad.

Las luces del ascensor brillan azul, un azul intenso, enfermizo. Detallándolo le doy la razón, tiene similitud a algún vehículo de la NASA. No entra más que una persona y a ella le divierte subir al gato que ha tomado la mala costumbre de arañar el material exigiendo jugar.

—¿Te subiste?

—No, ¿cómo? Si no cierra conmigo adentro—bufa una risa y me toma del brazo con emoción—. ¿Cómo te fue? ¿Tienes hambre? A la comida le falta poco, hoy cenamos pasta con salsa verde y milanesa, mi única comida por no sé cuántas horas.

Una punzada de extrañeza me atraviesa el tórax. Esta mañana se ha levantado revisando por no sé cuánta vez la lista de cosas que llevar a la clínica pero confirmar que todo está en su sitio no le bastó, se ha embarcado a organizar todo desde el inicio y ha querido arrancarse el cabello cuando el aburrimiento cinco minutos después le absorbió las ganas.

La presencia de su madre y Hera han supuesto una mejora en su humor, no por mucho, el encanto mitiga cuando le apetece ver una serie o leer a solas y cae en cuenta que tiene visita que entretener y no al revés.

Tomo su trenza y la levanto a mi rostro, la esencia embriagadora que desprende funciona de bálsamo y tranquilizante a mis sentidos alterados de un día extenuante.

—Todo marcha bien—le contesto—. Te ves preciosa, ¿cómo te sientes?

Su rostro se divide entre una sonrisa cálida y el malestar expandiéndose en sus facciones. Escabullo una mano bajo la camisa comprendiendo lo que ocurre y la suya me guía allí, donde la piel se estira bajo el inclemente tratamiento de las patadas de un trío de niñas que parecen ser dueñas de una lista interminable de exigencias.

—Me duele—masculla con la voz quebrada de dolor.

—Lo sé. Gracias, lo lamento—beso su cabeza—. Pero no me has respondido.

Tomo el peso de su vientre con la mano y ella suspira tan aliviada que creo que se echará a llorar.

—Exhausta como nunca. Si me quedo más de tres horas en la cama sudo, si camino siento me caeré de boca, sin me quedo de pie siento que la espalda se me fracturará—retuerce los labios descontenta, de improvisto una arrolladora sonrisa estira sus labios—. Lo bueno es que tuve una reunión con Andrea, estuvimos analizando casos y eso, aparte tu mamá me ha puesto en contacto con una conocida de ella, es abogada civil pero puede que cuando acabe el tiempo en casa trabaje en su bufete mientras termino el post grado para no quedarme sin hacer nada.

—Eso está muy bien, muy bien—carraspeo, revisando las vistas del comedor—. ¿Y tú madre?

—Se ha ido con Agnes y Hera, nos quiso dar privacidad esta noche.

Quien ahora por poco llora de alivio soy yo.

—Deseo cumplido— digo a media voz y ella me reprende con una mirada amedrentadora—. ¿Cenamos aquí o en la recámara?

Sus manos suplantan la mía y con el bulto bien sostenido entre ellas echa andar al comedor a pasos de pingüino agotado.

—Aquí, me aburre ver las mismas paredes tanto tiempo.



La tarde se despide pronto, la noche despliega un silencio abatido por la melodía de la gotera del grifo al agua hirviendo.

Depilarle las piernas jamás había sido una tarea tan compleja, o expulsa a las niñas de tanto esfuerzo que requiere o se hundía en el agua hasta ahogarse. Ha tenido que permanecer dentro de la bañera vacía como un animalillo remojado de lluvia, acostarse en los remanentes de agua y finalmente permitir que pase la hojilla a lo largo de su piel. Parece que se ha sentido tan sensible y propensa al dolor que no ha querido siquiera mirar a las bandas de cera que usualmente prefiere.

La luz amarilla de las lámparas armoniza el ambiente, a pesar de que esperé y me preparé para un ataque de nervios a estas horas, Sol no ha mencionado más que Kamal le ha enviado una solicitud en alguna red social que poco usa pero necesita para mantener el contacto con sus amigas y el asunto le ha causado jaqueca, que Troya ha comenzado su post grado y en palabras de Valentina, se ha enamorado como una desquiciada del imbécil de Meyer.

¿Cómo se les llama? Una pareja hecha en el paraíso. Pensar en tener la obligación de tratar con él me retuerce los sesos de tanto escarbar, buscar y pensar en un motivo decente y legal para sacarlo de mi puta compañía. Es como una jodida plaga imposible de erradicar.

Por ahora.

—Eros—pronuncia mi nombre como un clamor—. ¿Les darás muchos besos cuándo las visites?

Termino de exprimir el champú de sus largos mechones, la espuma resbala por su piel mojada.

—Muchos, por los dos—presiono su hombro transmitiéndole confort—. Recuerda que no serán demasiados días, solo necesitan verificar que todo vaya bien.

—Soy consciente, solo que, bueno, será raro volver a casa con las manos vacías luego de esperarlas estos meses—se encoge de hombros levemente—. Mi mamá me dijo que podré tendré más autonomía en quince días. En ese tiempo ya estarán en casa.

La preocupación cae de mi pecho, se estanca en mi estómago como un bloque de hielo. Trato de mantener el panorama despejado, pero me jode la cabeza y tritura los sentimientos saber que pasarán noches enteras lejos de nosotros, de casa, siendo tan pequeñas.

Aparto el cabello de sus hombros y beso su nuca antes de extender la última capa de jabón masajeando los apretados nudos de tensión. Se derrite bajo mis huellas, su lento y hondo respirar acompasado con el ritmo de sus latidos.

—No te apresures, todo a su tiempo, ninguna de las cuatro estarán solas y sin cuidado—prometo, voltea a verme de refilón.

—¿Y tú?—cuestiona en un susurro—. ¿Tú tendrás cuidados mientras nosotras nos recuperamos?

Me aparto para tomar nota de su expresión completa.

—¿A qué te refieres?

Se restriega el cuello y los brazos indagando a ceño fruncido y boca torcida por una pista sobre algo en mi rostro, actúa como si le ocultase un secreto de estado.

—Te tono bastante tenso, estás incluso más nervioso que yo, ¿o crees que no me doy cuenta?

Una risa borde salta de mi boca.

—Con justa razón, ¿no te parece?—hace un puchero reprimiendo una sonrisa y vuelve la cara al frente—. Hoy estás de mejor ánimo, me encanta verte tan avispada.

—Es que hablé con Dunderg, ¿no te dije?

Esparzo el agua con mis manos sobre su piel, retirando los restos de jabón.

—¿Y qué te ha dicho?

—Es un pesimista, me dijo que estoy a días de sufrir depresión post parto—chasquea la lengua con petulancia—. Es un pesimista con razón, así que estoy tratando de engatusarme para esquivarlo y disfrutar esto, incluso los dolores, todos, porque no pienso volver a pasar por lo mismo. Pediré que me quiten lo que tengan que quitarme.

No me causa impresión, era lo esperado. Desde siempre he conocido que el deseo de ser madre de Sol se reduce a una niño, a pesar de no concordar con mi visión de una casa llena con cinco, quizás seis, no era más que eso, una visión. Atravesar un embarazo múltiple que ha puesto a prueba el rendimiento y fortaleza de su cuerpo es sin lugar a dudas, más de lo que en su momento asumí sería el proceso.

Sigo la línea de su brazo masajeando hasta presionar el hueso y oír sus resollidos de satisfacción.

—¿No más bebés?

—No.

—Entonces concéntrate en recuperarte de la cirugía, pediré en cuánto tenga tiempo libre una cita para la vasectomía—aviso, su mirada se abre impresionada—. No más niños, estamos a casa llena.

Me observa con los ojos entornados y me saca de quicio ese indicio de duda reverberando en sus pupilas. Le chispeo agua en el rostro y una sonrisa borra la expresión perpleja pero me arroja una ola de agua mojándome la camisa entera y parte del pantalón.

Le miro esperando una disculpa que nunca profiere, se limita a sonreír con picardía y tomarme del cuello de la camisa y aplastarme un beso en la boca, aplacando la risa y removiendo el deseo acumulado.

Mi piel se eriza cuando sus manos sedosas divagan por mi nuca y presionan mi cuello, profundizando sus besos con necesidad, tensándome dentro del pantalón. Hace más de un mes que sus orgasmos desembocan únicamente en mi mano, los míos desbordan su boca. Mi miedo acérrimo a lastimarla, sus malestares y dolencias nos han devuelto a esa época dónde tenía que ganarme la entrada a su paraíso con toques en lo alto de una vieja Noria y el cuarto de prueba en producción.

Un gemido se cuela de sus labios cuando tomo una de sus tetas y presiono ligero mis huellas, contemplo la carrera del agua en el descenso de mi boca por su cuello y mis dedos desesperados por tocar y fundirme en su ardor.

Se remueve contra mi mano, estrechándome con fiereza contra su ella cuando succiono la piel bajo su oreja y me gano un respingo y sonidito de dolor al deslizar el primer dedo en la abundante humedad. Me alejo a cerciorar que no he perforado nada que no debía serlo.

Ella me dirige una mirada de lástima.

—Me están pateando las costillas, no puedo respirar—habla entre respiros, una sonrisa se extiende y tiñe sus mejillas de color—. Se emocionan cuando escuchan tu voz.

Soy yo el que devora su sonrisa con un beso y ella, en medio de risas y un gemido estrangulado, toma mi brazo y lo vuelve a sumergir en el agua.



SOL





—¿Todo bien?—Isis me da un golpecito entre las cejas con la punta del dedo—. Pestañea una vez si sí, dos si no. Listo, muy bien, dame una sonrisita, ¡Eso! ¿Escuchas sus corazones? Suena como una canción de la Billo, tienen buen ritmo, pum pum pum pum, esas niñas vienen tan fuertes como su madre.

La voz de mamá me distrae del engorroso jaloneo. Solo he vivido tal cosa como sentirlo todo y nada a la vez la ocasión que me extrajeron cuatro muelas del juicio una tarde, a mitad del proceso me quedé rendida.

Percibo las manos escarbando, abriendo, estirando o eso creo, pero no el dolor que supone.

El aroma antiséptico, a limpio y medicina se me pega a la lengua e impregna en el gusto. No veo más que torsos vestidos de batas verdes, verde, hay mucho verde y blanco. Capto el sonido de los latidos a través de la máquina, los pasos, las charlas y el irritante chirrido metálico de los instrumentos.

Cierro los ojos y trato de centrarme, mi mente es un revuelo de pensamientos, a pesar de mi cuerpo flotar en la nube de anestesia y el adormecimiento de los nervios calmar la ansiedad de saber que me han rajado capas y capas de piel y más, no caigo en cuenta del maravilloso y abrumar significado de esto, de la cirugía, de mi madre emocionada susurrándome palabras de aliento y capturando cada fragmento con la cámara fotográfica.

De la mano de Eros aferrada con vehemencia a la mía, como si necesitase de esa ancla y no al contrario.

Del primer llanto agudo y furioso que invade y arremete cada espacio y emoción hirviendo en la caldera de mi pecho.

Eros afianza casi con violencia mis dedos cuando se inclina a mi rostro y besa mi frente como un sello de agradecimiento y absoluta adoración. Y lo comprendo.

—¿Escuchas?—pregunta mamá al borde del llanto—. La primera está aquí.

Tomo un respiro que se siente como el verdadero y no el primero.

Trato de tener un vistazo, no veo más que batas verdes y paredes blancas.

—¿Dónde está?

Mi voz grumosa me aterra.

Están chequeando que todo este—mamá me peina las cejas con paciencia y cariño—. Viene la segunda, tranquila.

Aprieto los párpados ante la tensión ocupando mis extremidades inferiores, una ola de calor abrasadora me arropa de pies a cabeza al percibir los extraños hamaqueos, las manos hurgando en mi interior.

Vuelvo a abrirlos con el segundo beso de Eros y el estruendo de risas hilarantes de mamá.

—¡Ya tenemos la segunda!

—No la escucho—el llanto explota mis tímpanos como una melodía y creo que una sonrisa se posa en mi rostro—. Ahora sí. Ahora sí.

Intento respirar, pero mi corazón ha crecido inmenso, me obstruye los pulmones, la garganta y me llena la boca de gusto dulce.

El tránsito del tiempo me resulta apresurado, en un pestañeo un chillido se une al resto, el coro de llanto, el tercer beso de los labios de Eros y la sensación de vacío y paz que me embarga y satura las venas apaga mis sentidos y un adormecimiento me amansa la mirada, como si hubiese completado un maratón agotador.

Los dedos de Eros masajean el lóbulo de mi oreja y presiona la frente contra la mía, su aliento tibio me acaricia la mejilla, aunque el revuelo del llanto inocente perfora mis tímpanos, la unión me avasalla y el entendimiento me atesta una cantidad gigantesca de realidad.

Esas niñas que lloran son mías. Mías y de Eros.

—¿Escuchas eso?—murmura, la devoción acentuada en su tono ronco—. Las tenemos, a las tres, gracias a ti. Te quiero, te adoro, te amo...

Me llena la mejilla de besos, apenas proceso lo que sucede a mi alrededor y detrás de la cortina colgada encima de mi pecho. Sigo conectada a la sinfonía de chillidos a escasos metros.

Bien hecho, Sol, te amo hija, fuiste muy valiente, son niñas grandes y fuertes, muy fuertes.

Mamá me llena la frente de besos, pero mis ojos tratan de enfocar cualquier rastro de piel entre los extraños ocupándose de ellas.

—Lloran muy fuerte—musito, mi voz como garras raspa mi garganta seca—. Las quiero ver, por favor.

Casi brinco fuera de la camilla al sentir una espantosa intromisión, mamá me sostiene por un hombre y pronto la incomodidad florece en mi rostro al percibir una serie más de jalones y estirones de piel.

Observo a Eros comunicarse con el resto de enfermeras y ayudantes mientras mamá me explica rápidamente que están limpiando, sellando la herida. Pese a lo singular de la situación, esas atenciones se opacan por la vista de tres pares de diminutos pies colgando de mantas blancas manchadas de sangre y viscosidad.

Ante la desconcertante vista de tres pequeños rostros arrugados y rojizos, la impresión de saber que he alimentado y brindado cobijo con mi propia carne a esas tres pequeñas vidas emitiendo soniditos de disconformio me paraliza. Más de lo que estoy.

Mamá las revisa de vista, están rozagantes, le escucho decir y Eros se atreve a tocar sus minúsculos dedos con delicadeza y recato, como si temiese hacerles daño.

Ambos me miran esperando que diga algo.

—Están moradas, como una berenjena. Un racimo de berenjenas pequeñitas—el bufido de una risa corta se me escapa—. Acércamelas, quiero darles un beso.

La carcajada de Eros pone a temblar los cimientos. Me corona con un beso más, su mano no se despega de mi oreja.

Apenas percibo la textura de sus cabellos oscuros abundantes, solo una parece no tener nada pero al posar mis labios un instante en ella, me fijo que sí que los hay, solo que son tan claros que se camuflan en la secreción blancuzca y su piel pálida de terciopelo.

Busco con la mirada a Eros y podría jurar que su rostro no soportaría por mucho tiempo más el peso de su sonrisa. Es tan rubia como lo era él de bebé.

—Son preciosas—sentencia con el orgullo izado en la mirada resplandeciente y dilatada—. Son nuestras, claramente lo son.

Nuestras. Sus palabras se repiten en mi cabeza como una epifanía, la más clara y contundente de mi vida entera, porque son nuestras de verdad.

No soy lo hoy, siempre, siempre lo serán.








Holi😇

Tuve que cortar el capítulo por falta de tiempo pero siento que fue lo mejor.

Sol recibió bien la anestesia, cuando me pusieron la epidural (me operaron las patas) empecé a ver mandalas de todos los colores y no es broma😭🤣

Luego veía mis huesos por el reflejo de la pantalla y sentía que era otro cuerpo, no el mío, porque creía que estaban mis pies muy lejos.

Increíble experiencia.

Espero les haya gustado, nos leemos pronto,
Mar💙

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