Bajo la misma arepa

By Areale_deCastillo2

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Tras la muerte de su tía, Débora debe viajar a Venezuela para reencontrarse con su padre después de varios añ... More

Nota de Autora
La flaca mamarre
No se desprecia una arepa
Colgate, su majestad
Manzana tercermundista
Correcciones clasistas
Mogul
Vestida como sartén de pobre
Ella perrea sola
Yubiricandeleisy
Se formó el despeluque
Atributos con Photoshop
Chivato
Azúl vinagre
Evasivas
Ódiame
Novios de mentis
Oh no, fallo en la utopía
Recíproca chocancia
Sorpresas
Confesiones
Fuertes declaraciones
El último cigarrillo
Ingrata
Desaparecida
El mejor amigo
Una indirecta despedida
Planchabragas
La mardición de los Takis
Todas mienten
El boleta enamorao' (+18)
Fiesta balurda
Salve, Virgen de los Malandros
Mordisco
Esposa odiosita
El Chigüire Chigüireao'
Heteromarico
Bajo la misma arepa
Querer querernos (+18)
Cómo hago pa' no quererte
Besos sabor a caroreña
Maldita mala (+18)
Qué se siente
El procedente de Socopó
Dominantes (+18)
Agradecimientos
Extra navideño
Apoyen a la autora de BLMA

Epílogo

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By Areale_deCastillo2

Años después

Débora rociaba su ropa con un splash tropical mientras atravesaba la sala para alcanzar las llaves.

—¡Capullo, vengo más tarde, me llevo a la mami! —le gritó a Yeferson desde donde se encontraba—. ¡Estaré aquí una hora antes para irnos juntos al aeropuerto!

El moreno salió de la habitación que ambos compartían con una niña cargada en un brazo y un cepillo de peinar en la otra mano. Estuvo a punto de refutar, pero se quedó con la queja en la boca, ya que Débora cerró de un portazo.

—Esa mamá tuya sí es arrecha —le dijo a la niña de apenas dos años de edad—; me maneja la vida y ahora la moto también.

La bebé suspiró como si pudiera comprenderlo y su papá la siguió peinando. Al hacerle dos maticas de coco en el pelo con unas colitas amarillas, agarró el otro manojo de llaves y salió del apartamento, comprando un ramo de margaritas artificiales en el camino.

Jugando con su hija a que estaba prohibido pisar las rayas de las asceras, llegó a la entrada del cementerio, donde volvió a cargarla para poder andar con más facilidad entre los mausoleos. Se detuvo frente a una lápida en particular, donde se agachó, recogió un jarrón de vidrio y reemplazó el ramillete de flores marchitas por uno nuevo.

—Tanta vaina que me echabas con la odiosa esa y ahora hasta tenemos una mocosa —habló a la tumba del mejor amigo que pudo tener—. Tu mamá se reiría de mí si me viera cambiando pañales cagados y haciendo teteros.

Yeferson dejó que la nena se distrajera con una chupeta en una banca aledaña para poder encender un cigarro, dejarlo junto a la lápida de Brayan y luego prender otro para sí.

—Creo que esta vez sí es el último cigarrillo —confesó—. Hoy mismo me voy y no creo regresar, mi mamá ya está en Madrid desde hace meses, Débora se va conmigo y tú... —exhaló—. Ya sabes. Todo lo que tengo está en Europa junto a nuevas oportunidades, espero que sepas entenderlo y no vayas hasta España a jalarme los pies porque dejé tu tumba en el abandono.

»Cuando la víbora me hizo pasar el sustico, en el fondo quería que saliera varón para que fuera como tú; todo un galán dispuesto a darlo todo por su mamá, inteligente y fiel. No como yo, que aunque he aprendido a ser mejor sigo siendo medio bruto y aweboniado.

En ese momento, la bebé llegó dando traspiés hasta Yeferson y le golpeó un cachete con la chupeta para llamar su atención.

—Pero ni modo, me salió una princesa con el caracter de la mamá, y me la tengo que calar —le dió un beso en la mejilla y luego la sentó en su regazo, apagando el cigarrillo—. El tiempo ha hecho que me duela menos tu ausencia y que las memorias me saquen buenas sonrisas en lugar de lágrimas.

Empezó a sollozar al recordar sus juegos en la cancha del barrio, las veces que salían a rumbear y la caja que dejó la señora Azucena junto a su gorra preferida y unos cuantos papeles.

—Quizás lo último sea mentira, pero alcancé a aceptar que tu muerte ayudó a que tu mamá siguiera adelante, aunque no de la forma que esperábamos —se secó una lágrima con el dorso de la mano y comenzó a acariciar la lápida—. Voy a extrañar venir por lo menos una vez al mes para cambiarte las flores y compartir un cigarrito, pero —se sacó una caja de Belmont del bolsillo y la colocó junto al jarrón —aquí te dejo una cajita, así no te aburres, y Belmont pa' que veas rostro. También te traje flores de plástico para no estar con el remordimiento de conciencia de que tu tumba estará toda fea con ramas secas y más arrugadas que un pipí con frío.

El moreno se echó a reír.

—Débora me escucha hablando así y me parte la jeta. Ahora anda estudiando idiomas y me pide que al menos practique el castellano con más decencia. Se la pasa por la casa hablando wachu wachu wachu, ella dice que es francés, pero yo escucho puro Taca taca, a veces pienso que me está inventado la madre, pero eso sí, cuando anda arrecha me dice de «Mamagüevo» para arriba.

»Y la semana pasada le dieron su licenciatura en comercio exterior. Una caballota tengo de mujer, papá. Supongo que lo de mantenido nunca se me quitó, terminé el liceo y eso porque Jhoana Maricarmen me amenazó con botarme de la casa si no le llegaba como mínimo con el bachillerato terminado.

Arrugó las cejas al ver que la nena, obstinada, se quitó las colitas, haciendo que él tuviera que peinarla otra vez.

—Pero nunca aprendí a dividir chamo.

El moreno echó un vistazo a su reloj y se dió cuenta de que los minutos pasaron volando mientras ponía a su amigo al día con los cuentos de su vida, abrazó su lápida con fuerza antes de despedirse para siempre.

—Te amo hermano, de pana. Siempre te recordaré como la lacrita que le quería comprar una casa a su mamá y me chalequeaba con la que hoy es mi futura esposa —sonrió al tantear el pequeño cofre de terciopelo en su bolsillo—. Si me dice que no, me lanzo del avión.

Agarró a su hija en brazos y le dijo:

—Pídele la bendición a tu tío Brayan, que nos vamos.

La niña palmeó su pecho y Yeferson le besó la frente.

—Dios te bendiga, mocosita.

***

La campanilla sobre la puerta avisó la entrada de Yeferson al salón donde el olor a monómero e incienso de canela llenaban el ambiente. El moreno se sentó a ojear las revistas que ya se sabía de memoria por todas las veces que había acompañado a la caprichosa a hacerse las uñas y tratamientos en el cabello.

—... ¿Terminaste tu relación con Anderson hace dos días y estás como si nada? —inquirió Débora, asombrada—. Yo aún estaría echada en la cama si me hubiesen dejado.

Gabriel chasqueó la lengua mientras le limaba las uñas para quitar el exceso de acrílico.

—Yo puedo llorar porque no entiendo una tarea de matemáticas o por el hecho de tener los bolsillos vacíos, ¿Pero por un hombre? No, mi amor, a esos uno los reemplaza.

Débora emitió una risilla.

—Bueno chamo, habla claro, ¿Eres mono o eres ardilla? —farfulló Yeferson, que fingía restar importancia a la conversación, mirando con atención una revista de moda.

—Nunca lo sabrás —contestó Gabriel, dejando un beso casto sobre los labios de Débora para molestarlo y lanzándole uno en el aire a él—. O puedes averiguarlo cuando quieras.

El moreno rodó los ojos, tantos años de tener que frecuentar con él por ser amigo de Débora lo habían acostumbrado a esas respuestas chocantes. Al final desechó la idea de que ellos tenían algo, después de todo, Débora terminó realmente enamorada del boleta, y Gabriel tenía relaciones inestables con hombres y mujeres cada tres meses, había tomado el camino de la vida loca mientras era un emprendedor responsable.

—¿Y por una mujer no llorarías? —preguntó Natalia desde el tocador de al lado, Bárbara se quejó porque movió mucho la silla y casi la quema con la plancha de cabello.

—Qué va —negó el de sexualidad dudosa.

—Te recuerdo que esas son las últimas uñas que le haces a Deb —dijo Azúl vinagre.

—Cállate la jeta, Bárbara —Gabriel le lanzó la lima que estaba usando y sacó una nueva para seguir trabajando, fingió que algo le fastidiaba en el ojo.

—Hablando en serio, Gabo, las exigencias de tu padre te dejaron el trauma de que todo tenía que salirte excelente porque de lo contrario fracasarías en la vida —dijo Débora—. Empezaste la universidad en una carrera que en realidad no te apasionaba para no decepcionarlo, pero no le pareció suficiente e hizo que encontraras un trabajo de medio tiempo que te agotaba física y mentalmente junto a las tareas de la universidad, por impresionarlo a él te arrastraste al desquicio cuando al único que debías hacer sentir orgulloso era a ti mismo.

»Tuviste el valor de dejar la universidad, independizarte, encontrar un mejor trabajo para poder pagar tus cursos de manicurista y comprar tu propio salón. Has podido con todo y podrás, pero quedaste con la idea de que todo tenía que salirte a la perfección, te empeñas en dar hasta lo que no tienes para conquistar a alguien y cuando ya estás con esa persona, no te queda nada para ofrecer, es por eso que tus relaciones fracasan. Sé tú mismo, comete errores y sana el veneno de tu padre.

»Querías a Anderson y los sentimientos recíprocos se notaban a leguas, deja de fingir que no te afecta el hecho de que no te ha llamado en días cuando en realidad ansías ver su nombre en tu buzón de mensajes. Mereces una estabilidad emocional con alguien que te ame, pero no vas a conseguirlo sin antes aceptar que equivocarse está bien, y que no puedes ser perfecto aunque así lo pretendas.

Un espeso silencio se mantuvo un instante, instante en que sólo se escuchó la voz del locutor en la radio y el sonido de la plancha alisando el cabello de Natalia.

—También deja de ser tan orgulloso y prométeme que lo llamarás hoy, bien sea para arreglar las cosas y darse una nueva oportunidad o para quedar en buenos términos.

—Está bien —accedió Gabriel con un tono fastidiado—. Que molesta eres, se nota que ahora que eres mamá te estresas de la nada.

—Y sí —confirmó Yeferson, la víctima de ese mal carácter.

—Y ese estrés se va a multiplicar un poquito más —comentó Natalia, Bárbara le arrebató la plancha y le quemó la oreja a propósito para que se callara la boca.

—¿Qué? —inquirió Yeferson, ceñudo.

—¡Nata! —exclamó la castaña.

—Ya qué, ya dile —Gabriel se alzó de hombros, divertido.

—¡Pero quería esperar a que me pidiera matrimonio!

—¿Qué? ¿Cómo sabías? —Yeferson arrugó las cejas aún más.

—El otro día fuimos de compras al centro comercial y estabas mirando una joyería mientras la bebé y yo regresábamos del baño.

—Podía ser una simple casualidad —bufó el moreno.

—Podía ser... —repitió Débora—. Pero ayer estaba lavando la ropa y encontré la factura de la última cuota del anillo en los bolsillos de uno de tus suéters.

Yeferson apretó los labios y se maldijo por ser tan descuidado.

—Sí, pero no te hagas la loca, ya dile —insistió Gabriel, destapando un esmalte púrpura de uñas.

Débora esbozó una sonrisa temblorosa por los nervios repentinos y empezó a hurgar en su cartera hasta sacar una caja rectangular y extenderla hacia Yeferson. La bebé caminó torpemente hacia ella y se la entregó a su papá.

El moreno la tomó y desató el lazo, aún confuso, y sus ojos se iluminaron al ver la prueba de embarazo con dos rayas rojas.

—¿Otro? —inquirió con las cejas levantadas y una sonrisa de oreja a oreja.

Bárbara aprovechó la distracción para sacarle una fotografía.

Mientras Débora asentía, él caminó rápidamente hacia ella y la levantó de la silla para cargarla y abrazarla mientras le daba una vuelta.

—¡Le vas a joder las uñas! —exclamó Gabriel con horror, sacudiendo el hombro de Yeferson para que la soltara.

—¡Santa virgen de los malandros, mándame al varón para tener un aliado porque más niñas me van a volver loco! —farfulló el moreno, mirando pal' techo.

Finalmente Yeferson bajó a Débora porque se había mareado con tantas vueltas y volvió a sentarse, pero ahora a ver embobado la prueba de embarazo.

—Pero estás pruebas a veces son puro embuste —Yeferson estiró la trompa.

—Revisa de nuevo la caja, capullo.

El moreno alcanzó la caja y encontró una hoja de papel, al desdoblarla y ver lo que era, estrujó el positivo de la prueba de sangre contra su pecho, emocionado.

~•~

La despedida de Débora y sus amigos se demoró más de lo estimado, ninguno quería dejarla ir sin que ésta prometiera antes que los iba a invitar al baby shower por videollamada. Gabriel le hizo jurar también que cuando la niña cumpliera años, le iba a hacer una piñata y meterle un huevo sancochado para recordar los viejos tiempos.

Yeferson terminó de firmar los papeles del transporte de la moto por embarcación a España y fue a encontrarse con Débora para ir juntos a
abordar el avión.

Metros antes de llegar a las escaleras eléctricas, Yeferson bajó las maletas y la jaula que transportaba a Mordisco Chigüire.

—Víbora.

—¿Qué pasa, Capullo? —inquirió ella, volteándose con la niña en brazos.

—Aquí nos conocimos.

Entonces Débora dejó a la bebé en el suelo junto a las maletas y se acercó a besar al mismo chico que años atrás llegó hediondo a cigarrillos diciéndole que era una flaca mamarre, al mismo que se esforzó en enamorarla, demostrándole que era ella la única a la que quería hacerle arepas todas las mañanas por el resto de su vida, el mismo chico marginado y desagradable que por ella había cambiado un poco y ahora se separaba de ella tanteando sus bolsillos y arrodillándose mientras abría un pequeño cobre, revelando una sortija de compromiso tan brillante como sus ocurrencias indecentes que después de adultos no se agotaban.

—¿Quieres casarte conmigo, Víbora?

Débora sólo asentía mientras se abanicaba el rostro con sus uñas recién hechas, intentando desintegrar sus lágrimas de felicidad.

Él le colocó su anillo y ambos se dispusieron a trazar el camino a la fila donde esperaban el resto de los pasajeros para abordar el avión con destino a Madrid.

—¿Te das cuenta de que estamos por ir en busca de mejores oportunidades mientras poco a poco formamos una familia? —inquirió ella sin poder dejar de mirar el anillo en su dedo.

—Sea a donde sea que vayamos, espero que siempre vivamos bajo la misma arepa.

—Bajo la misma arepa de amor y odio —afirmó Débora mientras Yeferson rodeaba su cintura y plantaba un beso en su coronilla.

—Te amo —dijo él.

Y aunque en el fondo deseaba continuar con esa costumbre suya, ella decidió cambiar la respuesta esa vez y aceptar que ya no lo detestaba ni un poco.

—Te amo —contestó.

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