La senda del ave perdida

By FeniksAkull

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Ezra es un adolescente de aproximadamente 17 años (al menos él se calcula esa edad) no muy alto pero no bajo... More

2. Prometo quedarme contigo.
3. Raptada
4. Rescate no tan bien planeado
5. No me iré

1. Eres uno de nosotros

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By FeniksAkull

Caminaba por el jardincito de dentro de la universidad, procurando ignorar que hay más personas por ahí. Por suerte parecía que como siempre cada quien estaba metido en sus propios asuntos. En mi hora libre siempre iba para allá, el jardín tiene altos árboles (los más altos en la ciudad) que dan refugio a muchos animales: ardillas, insectos, arañas, incluso gatos, pero sobre todo aves. Las aves siempre me han encantado por una razón más misteriosa que mi propia existencia. Sus patas delgadas, sus picos, sus cabecitas, sus alas y sobre todo sus plumas, suaves como los sueños y tan ligeros como éstos. Miraba al alto follaje viendo los aleteos y los saltitos de los pajaritos, moverse entre las ramas y vivir a mi parecer, felices.

―¡Ezra cariño!―Bajé la vista bruscamente. Mire a mi alrededor, rogando que tuviera tiempo de esconderme porque sabía que sólo había una persona que me llamase así. Y, no solamente porque su hermano me hubiera dicho que no quería verme cerca de ella, no tenía nada de ganas de encontrármela. Sentí unos brazos echados a mi cuello desde atrás antes de que pudiera hacer nada. ―¿Cómo estás bebé?, hace tiempo que no te veía mi amor.

Solté el aire, frustrado, antes de responder. ―Te he dicho que no me llames así. ―Le solté antes de quitar su agarre de mi cuello y retroceder de frente a ella.

―¿Cómo, lindo? ―Se hizo la que no sabe nada mientras quitaba sus enormes lentes de sol de la cara, cuidando no quitar ni un chino de su lugar.

―Así, ni "cariño", ni "bebé", ni "amor", ni "lindo", ni de ninguna otra forma. Tú y yo no somos nada.

Hizo un puchero y movió una de sus piernas en botas de tacón sobre la punta, a la vez que colgaba sus lentes de una tira de su bolsa. ―Eres malo cielo, ―esbozó una sonrisa y yo solté un gruñido ante el apodo―pero me gustan los chicos malos como tú. Por eso eres mi chico.

―No soy...

―¡Te lo advertí cabrón! ―Cerré los ojos con fuerza, sabía muy bien a quien pertenecía esa airada voz. Se oyeron varios pares de pies corriendo velozmente y antes de que atinara a hacer algo ya me habían agarrado por los brazos. Abrí los ojos y frente a mí estaba ni más ni menos que Ángel, el hermano mayor de la chica que cree que porque así lo quiere yo seré su novio, y que por cierto me odia como los hombres lobo a los vampiros. ―Carmen vete de aquí. ―Le soltó sin siquiera verla, pero yo vi que mostraba una sonrisita.

―Claro, pero se bueno con mi chico. ―Se dio la vuelta y se fue contoneando sus caderas a paso de modelo.

―Bien, bien, bien. ―Su gesto me decía todo lo contrario.―Te lo dije, que no te quería cerca de mi hermana; ¿algo que decir antes de que te muela a golpes?

<<Que eres un estúpido prepotente que se cree mejor que los demás, y se cree muy macho porque golpea a un pobre diablo metido en problemas por culpa de su hermana rodeado de una pandilla mientras que el otro está solo>> Claro que no lo dije, tenía mi propia versión del dicho 'a palabras necias oídos sordos', que era 'a oídos necios palabras mudas'.

―¿No?, bien.―Borró su falsa expresión de desilusión y puso una de completa satisfacción mientras se preparaba para "molerme a golpes". Oí, antes que sentí, el puño viajando en mi dirección y cuando asestó en mi mandíbula ésta salió despedida hacia el otro lado dejando el dolor viajando por mi sistema. Después otro por el otro lado con resultados similares al anterior, y otro, y otro más. Luego me tomó por el pelo para ver satisfecho mi rostro.

La mueca en su cara se deformó a una de sorpresa y rápidamente a una de confusión por lo que vio en mí. Yo sabía qué era lo que había visto: los golpes en mi faz se desvanecían a ojos vista. Yo mismo lo encontraba muy raro, cada vez que tenía alguna herida me quedaba observándola un tanto estupefacto porque siempre desaparecían en relativamente poco tiempo, muy poco tiempo. La ira sustituyó a lo anterior y ese rictus me dijo lo que pasaría: seguiría con la sesión de golpes. Ahora me golpeó en el estómago, una, dos, tres veces; dejándome sin aire en los pulmones y luchando por una bocanada de oxígeno. Apenas fui consciente de que me soltaron y se fueron, sólo porque caí de cabeza y no fue un golpe cualquiera.

Tras un momento me arrastré y me senté a las raíces de un árbol, apretando mis puños. Furioso sería decir poco. Hervía de rabia, contra Ángel, sus amigos, su hermana, mi vida. Cerré los ojos y tomé respiraciones lentas y profundas para intentar vaciarme del enojo, de todas maneras no podía hacer nada, mi vida era un asco. Lo fue antes, lo era en ese momento y lo sería siempre.

―Hola, ¿cómo estás? ―Una voz me hizo posar la mirada en una chica sentada en el árbol frente al que yo estaba. De vez en cuando me encontraba con personas que eran demasiado buenas y que se paraban preocupado por un extraño en una situación difícil. Pero no era el caso de esta chica, estaba seguro. Me lo decían el tono despreocupado que usó, como si me hiciera plática sólo porque sí, y su gran sonrisa pegada al rostro.

Se veía una chica joven, incluso más que yo, que ya estaba fuera de lugar dentro del campus universitario por tener aproximadamente 17 años, esos eran mis cálculos. Tenía el cabello castaño claro en suaves ondas, suelto y más debajo de los hombros, una piel clara y ligeramente tostada por el sol, una linda sonrisa, rasgos suaves y redondeados y unos ojos café claro que sonreían simpáticamente. Vestía un pantalón de mezclilla azul oscuro algo ajustado, una blusa holgada, una chamarra café de piel y unas botas también cafés altas hasta la rodilla.

Me levanté sin mediar palabra. No necesitaba a otra chica loca metiéndome en problemas por encapricharse con el "chico malo". Pero no me pude ir. Parecía que estaba rodeado, de sombras. Todo a más de dos metros de donde nos encontrábamos había desaparecido, cubierto todo de oscuridad.

―¿Qué está pasando? ―Dije en un susurro ahogado, sentándome de nuevo y mirando en rededor.

―Lo siento por eso, pero tengo que hablar contigo y es difícil si no te quedas para escucharme. ―Su voz era suave y se abrazaba a sí misma, como si estuviera nerviosa.

―¿Eres tú...tú estás haciendo esto?―Señalé la nada oscura que nos rodeaba, que aunque parecía imposible allí estaba. O quizás me había, finalmente, terminado de volver loco; o estaba soñando.

―No, es mi tío.

Nos miramos por un rato en que ninguno dijo nada. La sonrisa de su boca había decaído y su semblante era serio mientras sus ojos me recorrían. Sus ojos eran inquietantemente minuciosos, como si vieran dentro de mí y no sólo a mi rostro.

―¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?― Solté bruscamente antes de que los escalofríos ante su escrutinio fueran demasiado evidentes.

―Me llamo Kira y quiero ayudarte. Tu nombre es Ezra. Yo sé quién eres.

―No sé de qué hablas. Quiero irme.

―Sé que es difícil de creer, pero en verdad quiero ayudarte. No eres como ellos, eres como nosotros.

―Una vez más, no sé de qué me hablas. ―Eso hizo que repasara mis rasgos de nuevo y parpadeara rápidamente con sorpresa.

―En verdad no sabe nada. ―Gruñí molesto.

―Ya te lo había dicho.

Se levantó obviándome y se puso a morderse el dedo índice de la mano derecha. Me miró y sus ojos parecían casi suplicantes y apenados. Me estaba pidiendo perdón. O al menos eso me pareció por un instante antes de que apartara la mirada.

―Ahora en definitiva debe venir con nosotros. ―Habló en susurros, para sí misma; pero antes de que atinara a responder hablo con una voz fuerte y clara. ―Debemos irnos tío.

Enseguida las sombras decayeron como en un mini-amanecer que se tragara los jirones de oscuridad. Y tras la barrera negra que antes estaba se encontraba un hombre vestido casi totalmente de negro, la chaqueta, los pantalones y la playera. Llevaba vendas en la mano y el rostro parcialmente cubierto con un pañuelo gris. Me puse en píe y en alerta de inmediato. Su aspecto era intimidante, con su cabello negro desordenado, su complexión musculosa y la barba, que se asomaba bajo la pañoleta, tan negra como su cabello. En definitiva no era un payaso niño rico como Ángel y sus amigos.

―Vamos. ―La voz de Kira me llegó de muy cerca junto con el tacto de su mano sobre mi brazo, jalándome hacía la salida más cercana de la universidad; y percatándome apenas de que era casi de mi estatura, que tampoco era tan difícil porque yo no soy un chico alto, pero ella si lo es al menos dentro de los estándares.

―No pienso ir con ustedes. ―Dije tratando de parecer lo más duro posible, acompañando mi afirmación al plantarme sobre mis pies. Mire la reacción del que supuse era el tío de la tal Kira, pero él ni siquiera me prestaba atención.

―Entiendo que esto es extraño, pero en verdad debes venir con nosotros. Queremos ayudarte, puedes quedarte con nosotros. ―Sus palabras parecían sinceras pero no me convencería tan fácil.

―Ya tengo donde quedarme, gracias. ―Dije con una buena dosis de sarcasmo.

―Los Morales ya no van a aceptarte. ―Me gire a ver su rostro fijamente. ¿Cómo sabía ella de los Morales? ¿Qué más sabía? ¿Por qué afirmaba que lo mío con ellos ya había terminado? Parecía ver las preguntas en mi rostro como si las dijera en voz alta. ―No importa ahora cómo lo sé; pero cuando te estaban golpeando, el niño te estaba siguiendo y corrió seguramente a contarles a sus padres. Sabes lo que significa.

Sí que lo sabía, lo mío con ellos había acabado. Carmen no era la única chica que se había obsesionado conmigo, al parecer las mujeres leían demasiadas novelas adolescentes donde el chico malo es un ideal de novio. Alondra, la hija de los señores morales le había rogado a sus padre que me dieran trabajo en su tienda de abarrotes y alojamiento en su casa, y por muy extraño que pareciese ellos aceptaron, advirtiéndome que a la primera me largaría.

―Te prometo que sólo quiero ayudarte, ven conmigo y si no te convence te prometo que te dejaré ir.―A mí pesar ahora no tenía donde pasar por lo menos la noche, y contra todo pensamiento racional me deje conducir por Kira y su tío, creyendo en sus palabras que parecían sinceras, y en parte también porque en ningún momento su tío había dado señas de ser un psicópata. Como fuere, pasase lo que pasase, yo era rápido; más de una vez había tenido que huir por salvar mi pellejo.

Una vez salimos de la universidad habíamos tomado un camión de ruta y terminamos en una colonia con un conjunto variopinto de casas. Las había grandes y lujosas de tres pisos, y otras modestas de sólo uno. Tras caminar un tanto apresurados por calles que casi eran un laberinto llegamos a la reja de nuestro destino. La casa era de dos pisos y la pintura del exterior estaba deteriorada. Entramos por una puerta lateral porque según la puerta principal no estaba en muy buen estado.

Por dentro la casa estaba mucho mejor y había varias personas. Tres chicas sentadas en una salita, cuyas conversaciones decayeron al vernos entrar. Richard, que ahora sabía que era el nombre del tío de Kira, saludó apenas con un asentimiento de cabeza y subió las escaleras de madera, cuando sonó una puerta cerrándose me di cuenta de que había estado siguiéndolo y me volví a las chicas que nos miraban.

Una de ellas, con aire de gran autoestima por su aspecto nos miraba de una manera enigmática. Su cabello rojizo la hacía destacar, al igual que sus ojos mieles en su rostro de alabastro. Sus carnosos labios al poco tiempo se curvaron en una sonrisa un tanto divertida. No sabía cómo, pero ella me parecía peligrosa, como un depredador, y por ello me perdí en ver sus gestos como si estuviera observando un león para no perder detalle de cuándo atacaría; hasta que se tronó los dedos y salí de mi ensimismamiento parpadeando de sorpresa.

Entonces me fije en la chica a su lado, que la fulminaba con la mirada. Era una chica afroamericana, con sus rasgos cincelados en caoba y de ojos negros como la noche. No así su cabello castaño que tenía mechones rosados. Y luego unos incesantes movimientos atrajeron mi atención, era la otra chica. Se me antojaba de un aspecto muy raro, por su complexión parecía una niña pero algo, no sé muy bien qué, me decía que no lo era y que tal vez hasta era mayor que yo. Quizás sólo fuera que una niña no tendría el cabello azul y verde, o que una pequeña no tenía una mirada oscura tan penetrante e inteligente, o, que si había visto bien, tenía una nariz alargada y con algo negro que contrastaba con su piel clara. Lo que si concordaba con su imagen infantil era que se movía inquietamente y comía a un ritmo alarmante un paquete de chocolates en su regazo.

―¿Es él?―La que había hablado era chica pequeñita.

―Sí, es él. ―Respondió tranquilamente Kira, se veía más calmada desde que estábamos en esta casa.

―¿Y cuál es su poder?

En ese momento me perdí, creía que hablaban de mí pero la referencia al poder me hizo dudar. Y sin embargo, ¿de quién podrían hablar? No había allí ningún otro ser que quedara con la escueta descripción de "él".

―Es como tú, Cris. ―Dijo Kira a la vez que avanzaba hasta el centro de la habitación. La chica pequeñita, que supuse era Cris, se volvió a escrutarme ferozmente, casi con rabia.

―Lo dudo mucho. ―Dijo simple y mordazmente.

―Bueno, no exactamente, más bien al revés pero muy diferente. ―Si esas palabras no le sonaron tan extrañas como confusas a alguien más yo mismo me daba una bofetada. Y a juzgar por los semblantes debería de ponerme en eso de auto-abofetearme. Pareciese que las tres entendieron, al menos mucho más de lo que yo. ―Pero él aún no lo sabe, chicas, ¿pueden dejarnos solos?, hay muchas cosas de que hablar. ―Era muy extraño ver a una chica tan joven hablando de manera tan solemne, y que le hicieran caso sin chistar chicas que parecían mayores.

En la forma individual de obedecer fue donde estuvo lo más extraño. La pelirroja volvió a mirarme como si ella fuera un felino y yo su ratón de juguete, y luego simplemente en un parpadeo ya no estaba allí. Desapareció dejándome en shock. Y lo que me sacó de él fue igual de extraño, la chica Cris en cuestión de instantes empezó a deformarse volviéndose más pequeña aún hasta que en su lugar hubo un pajarillo, un colibrí, que salió volando a un pasillo que se extendía más allá. No me di cuenta de que estaba retrocediendo hasta que me choqué de espaldas contra una pared y me detuve sin saber qué más hacer. Nada más que ver a la chica restante para ver cuál sería su gran salida. Ella simplemente se levantó y camino por el mismo pasillo que el colibrí se fue volando. Me giré entonces a Kira y traté de que mi voz no temblara cuando hablé, o más bien grité.

―¡¿Qué son ustedes?! ―Ella no respondió inmediatamente, sólo hizo una mueca de incomodidad cuando dije "qué" en vez de "quiénes".

―Somos personas con habilidades que nos hacen diferentes del resto. Dijo obviando mi (quizá) inexactitud gramatical. ―Y tú eres uno de nosotros.

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