El mundo en tus besos

By Virginiasinfin

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Luego de pasar muchos años buscando al asesino de su primer amor para darle su castigo y sin éxito aparente... More

Sinopsis
Introducción
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By Virginiasinfin

William se sentó en la cama dándole la espalda a Chiara, pero era capaz de sentir absolutamente todos sus movimientos. Casi podía escuchar los latidos de su agitado corazón, que bombeaba tal vez asustado de él.

Se mesó el cabello con ambas manos sintiéndose ya adolorido, luchando contra todos sus instintos para quedarse allí lo más quieto posible para no asustarla. Ella estaba asustada de él y eso nunca le había pasado, y no tenía intención de darle más motivos.

Justo la noche que estaba claudicando en echar una cana al aire, pensó con una sonrisa un tanto amarga; justo cuando quiso divertirse y olvidarse de todo.

Con movimientos lentos, buscó su teléfono para avisarle a Frank dónde estaría, pero se dio cuenta de que no tenía el aparato consigo. Lo había dejado sobre la mesa allá en el bar.

Frank notaría su ausencia y empezaría a buscarlo, se tranquilizó. Pero si Flavio estaba empeñado, lo entretendría, o le pondría un somnífero para que lo dejara en paz el resto de la noche.

—Mataré a Flavio —murmuró.

Chiara hizo un ruido desde donde estaba y se giró para mirarla. Seguía acurrucada en el suelo, abrazando sus rodillas con fuerza, como si estuviera sufriendo mucho.

¿De verdad le habían dado un estimulante a esa chica? ¿Sólo para que cumpliera?

Pero ella tenía una voluntad de hierro. No se dejaba guiar por su instinto, ni su necesidad.

¿Iban a pasar toda la noche así? Iba a ser una tortura, pensó con cansancio.

—Toma —dijo acercándose a ella con una manta—. Abrígate un poco.

—No me toques.

—No te tocaré... sólo... tápate un poco—. Chiara elevó la mirada a él y notó que él tenía la cabeza girada para no mirarla. Por curiosidad, bajó la vista a su pantalón y vio allí un bulto muy evidente. Él también estaba sufriendo lo suyo.

Descalza, pues se había quitado los enormes tacones de cristal, se puso en pie, tomó la manta y con movimientos rápidos se puso en pie para atrincherarse tras la puerta del baño; al menos desde allí no podría verlo. Miró hacia la ducha y abrió la llave del agua fría dispuesta a meterse bajo ella. Se recogió el largo cabello rosado en la coronilla, se quitó al fin el antifaz, y empezó a desnudarse.

Mala idea, pues cada roce de su propia piel era un pinchazo de dolor. No pudo evitar que varios quejidos se salieran de sus labios.

—¿Estás bien? —preguntó el hombre al otro lado, y su voz le hizo rechinar los dientes. De verdad, parecía una perra en celo, que hasta la voz de un macho la electrizaba.

—¡Cállate! —exclamó—. No quiero oír tu voz.

—Está bien —dijo él en tono alicaído, y por alguna razón su corazón dolió.

—Lo siento —susurró en tono lastimero—. No quiero ser grosera, es que... duele.

—Métete a la ducha... Eso tal vez... te ayude.

—Sí —dijo ella llena de esperanza, y sin pensarlo dos veces se metió bajo el agua fría. Pero no lo estaba tanto, y no fue suficiente. Metió la cara sin importarle si su cabello se mojaba un poco, y usó el jabón disponible. Pero pasarse las manos por la piel sensible era más dolor, y cuando tropezó con aquella zona no pudo evitar dejar salir un sollozo.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar él.

Chiara estaba de rodillas en la ducha, con el agua corriendo por su cuerpo, apoyando una mano en la pared y sufriendo pequeñas convulsiones, ya no sabía si de dolor o de placer. Tal vez era un poco de ambos, y sintió vergüenza.

No, no. No podía caer tan bajo, no podía dejarse llevar por esto, tenía, de alguna manera, que vencer en esta situación.

Pero estaba temblando, con las piernas muy apretadas, y sintiendo cómo su cuerpo pedía satisfacción de la manera que fuera posible. Tan horrible era, que cualquier objeto dentro de ese baño estaba convirtiéndose en un potencial consolador.

Maldita sea. No.

Afuera había alguien que con gusto la consolaría.

No, no. No lo conocía de nada. Podía ser un asqueroso, del tipo de hombre que más odiaba. De ninguna manera entregaría su cuerpo por una razón así.

Pero si llevaba el antifaz, él nunca sabría quién era ella, pensó con esperanza. Y aunque luego preguntara, todos le darían el nombre que se había inventado para entrar aquí, Chiara.

Cerró sus ojos y tensó de nuevo su cuerpo al sentir una nueva oleada de dolor recorrerla desde los pies hasta la piel del rostro. El agua templada no hacía nada para calmarla.

Tenía reglas en lo que al sexo concernía, y eran: nunca con un desconocido, nunca ebria, al menos que fuera tu prometido o esposo, y siempre por amor. Hablando con la verdad, algunas de esas reglas las había roto en varias ocasiones, pero nunca la primera. Hasta ahora, nunca se había metido a una cama con alguien a quien no conociera, o que sólo hubiese visto una vez.

¿Tan malo sería?, pensó desesperada. Necesitaba ayuda, y él estaba igual o peor. ¿Qué tan malo podría ser?

Lágrimas rodaron por sus mejillas, mezclándose con el agua que seguía corriendo, pero no estaba segura si eran lágrimas de dolor o desesperación. Se había prometido no volver a llorar por otro, pero es que ahora tenía muchas ganas de llorar por sí misma. Había caído en una miserable y estúpida trampa, y aquí estaba, a punto de entregar su dignidad para pasar del dolor.

Salió de la ducha chorreando agua, e ignorando la toalla que colgaba de un gancho, empezó a revisar los cajones de este baño. Era el baño de un hombre, por eso no fue difícil conseguirlo... preservativos.

—¿Qué edad tienes? —preguntó en inglés. Era obvio que no se trataba de un menor de edad, pero necesitaba hablar de cualquier cosa antes de pasar al siguiente estado.

—Veintinueve —contestó él. Iris asintió como si aprobara; era un año mayor que ella.

—¿Y dónde... vives?

—Por qué.

—Necesito... saber. Por favor... Yo...

—Dijiste que no querías escuchar mi voz.

—William Walton es tu nombre, ¿verdad? Lo dijiste antes.

—Así es.

—Pero hablas muy bien el italiano.

—Tengo familia aquí —contestó él.

Chiara frunció su ceño y su mirada se tropezó con su reflejo en el espejo.

A pesar de que siempre hacía sus números con un antifaz, tenía la orden de maquillarse, y ahora tenía el rímel y la sombra de ojos corrida. Estaba horrible, así que terminó de lavarse la cara, se secó con la toalla muy rápido, con aspereza, y volvió a ponerse el antifaz ocultando casi todas sus facciones. Las lentillas no se habían salido de su lugar, afortunadamente, así que sus ojos seguían pareciendo cafés.

—¿Puedo... confiar en ti?

—No lo sé. ¿Puedo yo confiar en ti?

—Tú no eres vulnerable, yo sí.

—Ah, ¿de verdad? Estoy tan encerrado aquí como tú.

—Pero tú... eres fuerte... Yo... no podría dominarte, ni obligarte a hacer nada que no quieras—. Hubo un silencio al otro lado, y Chiara se preguntó si estaría molesto. Pero luego se volvió a escuchar esa voz.

—Ya te lo dije... no soy esa clase de hombre. ¿Qué pretendes con esas preguntas? De verdad; o eres policía, o... —él se quedó en silencio, pues ella abrió la puerta y salió al fin del baño, con los hombros brillando por el agua, el cabello rosado goteando en el piso, y la toalla apenas sostenida en su pecho.

El de él se agitó, y la boca se le hizo agua. No pudiendo resistir más la visión, pues imaginaba bastante bien lo que había bajo la toalla, se giró.

—En el baño debe estar mi camisa, está sucia porque se manchó de whiskey, pero póntela, por favor—. Como ella no se movió, William se giró un poco y volvió a hablar—. Cúbrete, por favor.

—No —fue la respuesta de ella, y William se giró del todo mirándola fijamente.

—¿Qué?

—Si me prometes... que no me harás daño... —Se notaba que decía esas palabras con esfuerzo, que no quería, pero la vio extender una mano. En ella tenía un preservativo, y William entendió—. Por favor... —no podía ver sus lágrimas a causa del antifaz, que seguramente las absorbía, pero era claro que estaba llorando. Su mentón temblaba, y su voz estaba quebrada.

William se mordió los labios. Debía estar siendo muy humillante para ella tomar esta decisión, la habían rebajado a su instinto más básico y obligado a reaccionar casi como un animal.

También a él, pero a pesar del dolor, mientras ignorara el cuerpo de esta hermosa mujer, el infierno era más o menos soportable. Ya había estado en situaciones similares en el pasado, cuando deseaba a una mujer y no podía tenerla.

Se acercó poco a poco, y todos sus deseos volvieron a arremolinarse dentro de él.

Pero ella está sufriendo, no parezcas tan contento, se reprendió.

Muy lentamente, extendió la mano y tomó el preservativo que ella le ofrecía. Seguramente había más en la habitación, o eso esperaba, porque una sola vez no sería suficiente, ni para él, ni para ella, por lo que veía.

—Chiara —dijo con suavidad. Sabía que ese no era su nombre, pero llamarla por él tal vez le hiciera sentirse menos horrible—, no te haré daño.

El mentón de ella volvió a temblar.

—Y te prometo —siguió con voz decidida—. que haré que Flavio pague por esto—. Ella elevó por fin su mirada a él, haciendo que sus ojos conectaran. Ella estaba sorprendida por la promesa, y al parecer, la aliviaba más que sus palabras anteriores.

—También Gianna debe pagar —dijo entre dientes. William anotó mentalmente el nombre.

—Así será—. Ella dejó salir el aire lentamente. Ahora que había tomado una decisión, se sentía mejor, al menos, en su alma. Su cuerpo seguía ardiendo, y el pecho de él seguía muy a la vista.

—Yo... —él la silenció poniendo un dedo sobre sus labios, y Chiara gimió. Sentía como si una bomba estuviera a punto de estallar dentro de ella, estaba hambrienta, sedienta, urgida... ¿Entendería él... el tamaño y la urgencia de su necesidad?

Casi como si leyera su mente, él se acercó a ella en un solo paso, la alzó hasta su cintura, y caminó con ella hasta ponerla contra una pared. La toalla calló al instante, y sus senos quedaron expuestos, aplastados contra el pecho de él. Chiara no perdió el tiempo y se sujetó a él con fuerza con brazos y piernas mientras él abría la pretina de su pantalón, se tomaba a sí mismo para ponerse el preservativo en tiempo récord, y entraba en ella con potencia. Ambos gimieron, gritaron, apretaron los dientes y se aferraron.

Él era fuerte, la sostenía como si nada con sus brazos, y aquello la excitó aún más, a pesar de que pensó que algo así no sería posible otra vez en su vida.

—Sí, sí —aprobó ella, y él no necesitó escuchar más, movió sus caderas y llegó a lo más profundo. Ella lo apretó en su interior haciéndolo gemir, casi rugir, pero no lo soltó, ni aflojó. Con más fuerza que delicadeza, él se movió, salió sólo un poco y volvió a hundirse en ella, otra vez con fuerza. Ambos vieron lucecitas.

No se miraron a los ojos, no se besaron, sólo se sujetaban para no separarse. El interior de ella era tan cálido, húmedo y apretado... todo el cielo. Él era tan grande, tan duro, tan... podía sentirlo en cada milímetro de su interior.

Meneó sus caderas, hacia arriba y hacia abajo, onduló con él siguiéndole el ritmo, pero llegó un momento en que simplemente perdió el dominio de su consciencia y algo dentro de ella estalló dejándolo todo en blanco. Cuando regresó, él seguía empujando, rápido y fuerte. había tenido un orgasmo, sí, pero no fue uno lindo, fue doloroso, angustioso, violento, casi, y tan pronto como volvió de él, sintió venir el otro.

No recordaba que fuera multiorgásmica. Pero por supuesto, con una droga, cualquiera podía serlo, pensó con rencor.

Y llegó de nuevo, lo apretó otra vez tan fuerte como pudo, quedándose sin aire, sin fuerzas, sin alma, casi, y lo escuchó gemir y temblar, pues él también estaba volviendo del suyo. Él le soltó una de sus piernas para apoyarse mejor en la pared y recuperar el aliento, así que ella, suavemente, volvió a tierra.

Fue cuando vio la mordedura en su hombro. Por supuesto, eso antes no había estado allí. Lo miró a los ojos esperando una censura, pero, al contrario, los azules ojos de este extraño se habían iluminado con diversión.

No quería verlo, así que esquivó su mirada separándose de él suavemente, pero le fallaron sus fuerzas, o el equilibrio, y él tuvo que volver a sostenerla.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, pero ella no estaba bien, sentía ira, ganas de llorar, de matar a alguien...

Él debió intuirlo, pues le dio espacio y no insistió. Lo vio meterse al baño y deshacerse del preservativo y, de nuevo a solas, aprovechó para dejar salir las lágrimas y limpiarlas debajo del antifaz tan rápido como salían. ¿Cuánto había pasado? ¿Cinco minutos?, ¿una hora?

Su cuerpo se había tranquilizado un poco, eso era verdad, y casi no tenía fuerzas, así que se dejó caer en el piso.

Cuando él volvió, con el pantalón subido a sus caderas, pero sin cerrar la pretina, la alzó con facilidad del suelo y la llevó a la cama.

—Déjame —le pidió ella con voz áspera.

—Deja de portarte como una chiquilla. Por momentos parece que confías en mí, pero al instante otra vez envainas la espada. ¿No te he prometido ya que no te haré daño? —ella frunció su ceño y dejó que la apoyara con suavidad en la almohada.

—Es que... no te conozco. Y odio esto. Odio lo que está pasando con toda mi alma—. Él no dijo nada, sólo la miró en silencio por largo rato—. ¿No vas a decir nada? Todavía eres un sospechoso, podrías ser tú quien instigara todo esto.

—Nunca en mi vida he tenido que drogar y encerrar a una mujer para que tenga sexo conmigo... No lo he necesitado—. Ella le miró el rostro. Con esa cara y ese cuerpo, eso, seguramente, era cierto—. Es sólo que... Flavio tiene mierda en la cabeza, y cree que me está haciendo un favor, dándome una especie de retorcido presente.

—Tal vez no confía en que puedas conseguir una mujer por ti mismo—. Él se echó a reír, lo que la incomodó; ella había esperado molestarlo.

—Sí puedo... Sólo... no he querido—. Ella entrecerró sus ojos mirándolo con desconfianza. —¿De qué parte de Texas eres? —preguntó de repente, lo que la desconcertó bastante.

—No te he dicho que soy de Texas.

—¿Austin?

—No.

—¿Houston, Dallas...?

—No, no. No te interesa.

—Qué arisca eres. Sigues sin confiar en mí, a pesar de que estás totalmente desnuda en una cama conmigo—. Ella abrió grandes sus ojos como si apenas cayera en cuenta de eso, y tiró de la sábana para cubrirse. Él reía divertido, y ella lo miraba ceñuda.

—Y tú... parece que luego del sexo te da por hacer payasadas.

—Me gusta reír —dijo él encogiéndose de hombros—. Y ahora mismo, preferiría verte la cara, pero no te has quitado el antifaz.

—Mi rostro es mío.

—Sí, eso dijiste. Pero quiero saber cómo luce la mujer con la que acabo de acostarme.

—No necesitas saberlo.

—Tendré pesadillas luego de esto...

—¿Y crees que yo no? —él hizo una mueca aceptándolo. Respiró hondo y se acostó a su lado, dándose cuenta de que Flavio había instalado un espejo en el techo. William rio un poco horrorizado. No imaginó que su amigo de la infancia tuviera tales... gustos.

Se giró a mirar la hermosa mujer a su lado y vio que tenía los ojos cerrados. El estúpido antifaz le impedía ver sus expresiones, pero dudaba que estuviera quedándose dormida. El deseo estaba volviendo a ella.

Se acomodó a su lado, y, despacio, fue retirando la sábana con la que se cubría. Ella estaba de nuevo agitada, pero no lo alejó.

Con dedos suaves, él acarició su vientre, entreteniéndose un poco en su ombligo, y bajando lentamente.

—Si quieres... me detengo.

—No —susurró ella, y pareció casi una súplica—. No.

Los dedos de él abrieron suavemente sus labios y encontraron rápidamente el pequeño botón. Chiara dobló sus rodillas y dejó salir un gemido de placer. Le tomó el brazo incitándolo a que siguiera, y él siguió. Acarició y jugó con aquel pedacito de piel todo lo que quiso, por largo rato, tomaba de la humedad de ella para estimularlo, hasta que ella cerró sus piernas y se dejó ir en un nuevo orgasmo.

Ella olía muy bien. Su esencia era deliciosa, pensó acercando los dedos húmedos a su rostro. No parecía una mujer de este oficio, aunque bueno, no podía determinar algo así simplemente por el aroma. Pero le hacía pensar en una chica mimada, a la vez que fuerte. Independiente, pero cariñosa. Podía imaginarla perfectamente vestida en jeans, una camisa suya, tenis, su cabello suelto al viento y sonriendo con picardía.

Pero en su ensoñación ella seguía con el pelo rosado, pues no podía imaginar de qué color era de verdad.

De todos modos, ella era hermosa. Y era lista, y esquiva.

Se acomodó para mirarla mejor. Ella estaba totalmente depilada, y su piel era rosada y blanca. Preciosa.

—¡No, espera! —exclamó ella cuando lo vio acercar su rostro a su sexo—. No me con... —no pudo concluir la frase, pues él metió la lengua en su interior y la hizo ver estrellas.

¿De verdad no le importaba?, se preguntó ella. No sabía quién era ella, qué hábitos tenía. ¿Cómo podía...?

¿Y qué diablos le importaba? Nunca había tenido tan buen sexo oral... O tal vez era por...

Dejó de pensar, y se alegró. Muy dentro de su ser, se alegró de que fuera él.


Pasaron horas. Muchas horas. Y en un momento, ambos cayeron exhaustos sobre el colchón. Habían agotado ya todos los preservativos que encontraron, unos seis, o siete, y luego tuvieron que hacer uso de otras partes de su anatomía para seguir dándose placer.

Qué noche tan escandalosa, pensó ella sintiéndose al fin relajada. Nunca, nunca, había imaginado que algo así le pasaría.

Pero no, no era por la química que había entre ambos, ni lo experto que era él en el sexo, o lo desinhibida que fuera ella, era por las drogas, todo por las drogas.

Pero las drogas no daban creatividad, pensó un poco a regañadientes. Las drogas no imprimían algo tan parecido a la ternura, ni hacía que el condenado oliera tan bien.

No se habían besado ni una vez, pero sabía que también sería un buen besador. Lo sabía por lo experta que era su lengua en otras tareas.

Sonrió sintiendo cada músculo de su cuerpo distenderse. Le dolía todo. Mañana tendría que...

Y al pensar en el mañana, volvió a abrir sus ojos con alarma. Se sentó en la cama y lo miró. Él estaba boca abajo, totalmente dormido. Buscó el reloj en la muñeca masculina y vio que ya pronto amanecería. Salió de la cama y descorrió las persianas, sí, ya se veían los primeros rayos del sol.

Con las piernas temblorosas, sintiendo adoloridas algunas partes que no recordaba que tenía, caminó al baño y se puso de nuevo su conjunto rosa. No podía dormirse, si acaso él despertaba primero, le vería el rostro, dudaba que pudiera dominar su curiosidad.

Y no es que fuera una famosa muy conocida, pero siempre cabía la posibilidad de que un ciudadano americano la reconociera. Sobre todo, si era del lado este.

Escuchó el leve sonido de la puerta destrabándose y, con los tacones en la mano y envuelta en la toalla, se precipitó a ella. Allí estaba Flavio, que la vio casi espantado, y luego de atravesarle la cara con una sonora y fuerte bofetada, Chiara salió corriendo a través del pasillo perdiéndose de su vista.

—Pero qué... —protestó él sobándose la mejilla, y luego miró hacia el interior. Sobre la cama estaba su amigo totalmente desnudo, profundamente dormido, y con una cara de relajación que hacía tiempo no lo veía. Sonrió y se encogió de hombros.

Cualquier medida de venganza que William tomara por lo que le había hecho, habría valido la pena.


N/A: Muchas gracias por todos los comentarios que me dejan, estaré por aquí para resolver sus dudas en la medida de lo posible. Besos y abrazos!

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