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Italia, muchos años después...
El vigilante de la puerta del club nocturno Nostra Notte miró a William y a Frank un poco escéptico. William sí calificaba para entrar, se notaba que era alguien que gastaría mucho dinero allí dentro, pero Frank... él no tanto.
—Tú sí, él no —dijo, señalando a uno y a otro. William se echó a reír.
—Creo que Flavio te habló de mí —le dijo al corpulento hombre que bloqueaba la entrada—. Entraré con mi amigo, o lo llamaré y, de todos modos, entraré con mi amigo—. William recibió una mirada dudosa durante uno, dos segundos, y acto seguido tuvo libre entrada al club.
Frank no pudo sino sonreír. No había sido tan difícil, después de todo, pensó.
El ruido y los colores de adentro llenaron sus oídos y ojos. Había música, gente bailando, bebiendo, camareras yendo de un lado a otro con sus bandejas llenas de vasos y botellas llenas de licor vestidas con minifaldas y profundos escotes. Una bailarina de cabello rosado y zapatos de plataforma de cristal se colgaba de un tubo de manera impresionante girando sin caer.
William se detuvo mirando alrededor y buscando a Flavio, la persona por la que había venido aquí, pero la oscuridad del sitio le impedía identificarlo entre los presentes.
—Flavio te da la bienvenida —dijo la seductora voz de una mujer, que le tomó la mano y lo guio a un reservado desde donde podía ver muy bien a la bailarina del estrado principal.
—Dile que tengo un poco de prisa —le pidió William sentándose en el cómodo sofá. De inmediato, otra joven le puso delante una fina cerveza y vasos. Frank miró la marca tirando hacia abajo las comisuras de su boca en un signo de aprobación.
Hubo una ronda de aplausos, y William volvió a mirar hacia la bailarina. Llevaba puesto un hermoso conjunto de dos piezas rosado, una simple tanga y un top con pedrería que destellaban en colores con los juegos de luz alrededor, y un antifaz que le cubría casi todo el rostro. El cuerpo bien formado se marcaba con el esfuerzo que hacía al sostener su propio peso de manera inexplicable sobre lo más alto del tubo, giraba y bajaba, y volvía a subir sin apoyar los extravagantes tacones ni una sola vez sobre el suelo.
—Te ha llamado la atención, ¿eh? —dijo alguien sentándose en el mismo sofá que él, y William desprendió al fin la mirada de la bailarina. Era Flavio, y sonrió estrechando su mano.
—Te presento a Frank Slater —dijo señalándolo—. Flavio es como de la familia, nos conocemos desde chicos.
—Ya quisiera yo ser de tu familia —rio Flavio haciendo señas para que trajeran más cerveza—. ¿A qué debo el honor de tu visita? —William miró a la camarera que dejaba más botellas sobre la mesa, y esperó de nuevo a estar a solas para hablar.
—Ya debes saberlo —dijo mirándolo sabedoramente—. Te enteras de todo, Flavio. Sabes qué busco acá en Italia.
—Al asesino de tu novia.
—Así es.
—¿Por qué crees que está aquí? Murió en Nueva York, ¿verdad?
—Pero la orden la dio alguien... de la gran familia italiana —dijo con una sonrisa sardónica, denotando cierto desprecio—. Si se dio por rencor a mi abuelo, o hacia mí... es lo que estoy averiguando.
—No lo sé. Las cosas por aquí han estado bastante pacíficas últimamente. Cada cual ocupándose de lo suyo.
—Las cosas no estuvieron tan pacíficas para mí hace siete años —insistió William—. Mis averiguaciones me trajeron hasta aquí. El atentado iba hacia mí, eso ya lo sé. Por qué... ayúdame a averiguarlo—. Flavio se acercó más a William apoyando su codo en la mesa y lo miró muy serio.
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El mundo en tus besos
RomanceLuego de pasar muchos años buscando al asesino de su primer amor para darle su castigo y sin éxito aparente, William por fin toma un respiro y decide seguir su vida. Trabajo, amigos, familia, dinero... lo tiene todo... O eso cree, hasta que se reenc...