Rebecca River
Nuestra historia comienza justo aquí, en el salón de clases. Siempre me siento en primera fila, puesto que me gusta escuchar bien y participar en las conferencias.
Soy algo así como la empollona del grupo, aunque en los pasillos me conozcan como la chica sexi y popular de la Universidad.
Sin embargo, cada vez que el profesor Gold cruza las puertas del salón, me pongo grogui.
Ciencias Sociales es mi materia favorita y al mismo tiempo, mi mayor tortura. Quiero escuchar, pero al enfocar la vista en sus labios mis sentidos se adormecen como si estuviera drogada y las palabras del profesor llegan a mis oídos en chino.
El estridente sonido del timbre interrumpe mis ensoñaciones, devolviéndome a la realidad.
—No olviden el informe de investigación para la próxima clase —ahora sí le escucho con claridad. El maldito timbre siempre corta mis sueños, lo odio—. No daré más plazos.
—Becca —me llama mi compañera—, si no te apuras, llegaremos tarde a las prácticas y ya sabes cómo se pone Logan.
—Sí —resoplo al traer la agria cara de nuestro supervisor a colación. No veo la hora de graduarme y tener un puesto real—, ya voy.
—Señorita River —me detengo en seco en cuanto escucho mi nombre de sus labios—, un minuto, por favor.
«¡Mierda!»
¿Y ahora qué hice?
—Espérame en la salida, Hayley —sonrío como puedo—. Ve encendiendo el coche.
Ella asiente antes de salir y en menos de un parpadeo, me quedo a solas... con mi profesor.
¡Dios! ¿Por qué demonios está tan condenadamente bueno?
¿Soy yo la única que se queda sin aliento cada vez que lo veo por más de diez segundos?
—Usted dirá, profesor Gold.
—Verá —se sienta sobre la mesa y ¡joder!, es la postura más sexi que he visto en mi puta vida—, he revisado su historial y me ha dejado bastante impresionado.
—Este... —trago saliva al sentirla espesa en mi boca. No tengo idea de cómo diablos consigo respirar—, gracias.
—Es la mejor de su año y a este ritmo, se graduará en seis meses con honores —expone mi expediente académico mientras yo me remito a pasar la lengua por mis labios secos de manera repentina—. Lo que me sorprende es ver sus notas en mi materia desde comencé a darle clases. Necesito que me diga qué estoy haciendo mal para corregirlo.
¿Qué está haciendo mal?
«¡Por Dios!»
Para empezar, debería dejar de sonreír así y no cruzarse de brazos, ni sentarse en la esquina de la mesa.
¡Se le marca todo!
—¿C...cómo? —me quedo patitiesa.
—Hasta el momento sus notas eran envidiables, así que el problema debe ser mío.
Vuelve a sonreír y... creo que las bragas se me han derretido.
—No, yo... las Ciencias Sociales siempre han sido mi punto débil y... tengo que esforzarme más.
—Vamos a hacer algo —propone en tanto cierro los ojos, rezando una oración al Señor Todopoderoso.
«Que no sea lo que estoy pensando»
«Que no sea lo que estoy pensando»
»Tengo los martes y los jueves libres después de las cinco de la tarde. ¿Qué le parece si te doy una tutoría para repasar las materias?
«No me quieres mucho, Diosito»
—Profesor...
—Después de todo —ignora mi dilema—, no podemos dejar que esa media baje. Pueden quitarle las pasantías en el New York Times y no queremos eso, ¿verdad?
¡Maldición!
Trágame tierra, por favor.
—Yo...
—¡Genial! —ni siquiera me da tiempo a responderle—. Comenzamos pasado mañana.
Recoge su maleta Gucci y sale del salón, no si antes guiñarme un ojo.
«¡Me ha guiñado un ojo!»
Juro que me va a dar el patatús aquí mismo.
Respiro profundo más veces de las que puedo contar y salgo al pasillo con las piernas temblorosas hacia la primera máquina expendedora que encuentro. Saco una botella de agua y me mojo la cara antes de beber, al mismo tiempo que camino hasta el auto.
—¿Qué te dijo el profesor follón? —inquiere Hayley en tanto salimos del perímetro escolar.
—Lo que ya sé —resoplo—. Mis notas en Ciencias Sociales apestan.
—Y si sigues pensando en las mil maneras de desnudarlo, vas a reprobar, amiga.
Estoy mal. Se supone que la tontería del crush con Harry Styles o el profesor buenorro de la escuela se acaba a los dieciocho.
Yo tengo veintidós, hoy he hablado directamente con él por primera vez y llevo más de dos meses teniendo sueños húmedos con ese hombre.
»Claro que, ¿a quién se le ocurre poner al soltero más codiciado de New York como profesor?
En eso tiene razón. El día que escuchamos la noticia no lo podíamos creer: el primogénito de la familia más poderosa de la ciudad impartiendo Ciencias Sociales en una universidad local. Se armó un buen revuelo en los medios, sobre todo porque se esperaba que sustituyera a su padre en el negocio familiar. Los Gold son conocidos como los reyes del mundo editorial.
—Ahora es mi tutor.
—¡¿Qué?! —frena de pronto, sacudiéndome en mi asiento.
—Me dará clases particulares —repito.
—Estás perdida.
—Lo sé —golpeo la frente contra la guantera, sintiéndome una adolescente hormonal estúpida—. Dime qué hago.
Ella reinicia la marcha y no habla en todo el camino hasta tomar la vía principal.
—Tienes únicamente dos opciones aquí, colega —expone tras un suspiro—. O te lo follas de una vez...
—¡No puedo hacer eso!
Para empezar, va contra la política de la Universidad. Mi carrera como periodista emprendedora quedaría arruinada antes de siquiera comenzar.
—...o sacarte la fijación con un buen polvo. ¿Desde cuándo no tienes un rollo ardiente de una noche?
—No creo que...
—Está decidido —interrumpe mi pobre balbuceo—. Esta noche te vienes conmigo a "High Notes" conmigo.
—No —niego de manera automática—. Ni hablar. A mí no va ese rollito de tu club de sexo y lo sabes.
—Vamos, ¡lo necesitas!
—No —me cierro en bandeja.
—Prometo no dejarte sola hasta que consigas ligue —insiste—. Una noche de locura al año no hace daño.
—¡Que no!
—Tus prejuicios están hablando por ti. No creas que todos los que van son pervertidos depravados o amantes del sado. Venga, estoy segura de que terminará gustándote.
—Sinceramente, lo dudo —bufo.
—¿Quieres apostar? —me reta—. Una hora —señala—. Estaremos una hora y si no te sientes cómoda, nos vamos.
—Si no me gusta... —sonrío maliciosa, segura de que así será—, te tocará toda la colada del mes.
—Hecho —extiende su mano para cerrar el trato después de aparcar frente al periódico— y de paso secuestro al profesor para follárnoslo entre las dos.
—¡A ti te gustan las mujeres!
—Querida, un hombre como ese pone en duda la orientación sexual de cualquier ser viviente sobre la tierra. ¡Hasta el Viejo Sauce de Hogwarts se lo querría follar!
—Estás loca —río antes de cerrar la puerta del auto—. De acuerdo, iré contigo... por una hora. Luego me marcho y no vuelves a sacar el tema de tu club del pecado.
—Eso... ya lo veremos, querida amiga.