En medio del abismo

By Kashmey

855 494 115

Gray Village es el único reino restante, conocido como el abismo. Desde hace más de cien años han decidido in... More

Nota de las autoras
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Andrew's Rolling Stoned
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6 - PARTE I
Capítulo 6 - PARTE II
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Andrew's Rolling Stoned
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Mapa Gray Village
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25

Capítulo 15

24 17 0
By Kashmey

COLETTE

Me sostengo de la mesa de madera, observándome al espejo. No soy la persona más agraciada; Mi piel es morena, mi cabello es oscuro, mis ojos un poco más claros que el café, no sabría reconocer el color. Mi nariz no es fina, pero sí un poco respingada, como la de mi mamá, creo, por lo poco que puedo recordar de ella. Ella, a diferencia de mí, llevaba su cabello largo, rubio, suelto, libre. Mi padre era más tosco de facciones, pero aún así, muy similar a mis hermanos, sólo que su cabello era castaño. Siempre sonreían, mientras que yo nunca lo he hecho demasiado. No me gusta recordarlos, porque me hace pensar en lo que me quitaron, a mí y a mis hermanos.

Un suspiro tembloroso sale de mí. Solía decirle a Zacharías que toda la vida no podía ser una batalla, pero él me dijo que lo sería, lo sería para mí. Me entrenó, me preparó para esto. La última vez que lo vi, me hizo prometer que haría mi trabajo, que cuidaría de mis hermanos, de nuestra familia, que incluye a Zara. La última vez que los vi, tenía catorce años. Los asesinaron, vi sus cuerpos tendidos, uno separado del otro, por al menos diez cuerpos más. Dejamos la casa, y desde entonces, comencé a trabajar, robar o mendigar, dependiendo de la época. Trabajaba limpiando sus calles, las del centro de Gray Village, al menos cuando conocí a Zara, ella me llevó allí. Limpiaba el suelo y ellos, esa maldita gente rica pasaban con sus zapatos sucios. Quería escupirlos. Ellos ni siquiera te observan, es como si no existieras, como si fueras invisible.

Hay odio que se va acumulando, pero debes guardar, porque explotar no es conveniente, no si aprecias tu vida. Pero va creciendo más y más, es un odio ancestral, puedo jurar que mi abuela sintió lo mismo. Mis padres siempre me enseñaron a mantenerlo bajo control, preocupados porque su hija tenía odio dentro de su corazón, odio que no sabía de dónde venía. Para sobrellevarlo, me enseñaron a amar, a amar mi familia, la naturaleza, los amigos. Aprendí a hacerlo, pude aplacar ese odio, esa ira. Cuando los asesinaron, fue difícil controlarlo. Emerick me vio en mis peores momentos, cuando me descontrolaba por completo, lo veía todo negro. Pasé por todas esas fases, desde cuando te sientas en tu cama mirando a la nada, sin sentir nada, entumecido; hasta cuando caes de rodillas al piso y te preguntas, ¿por qué yo? Y miras al cielo, a un Dios demasiado ocupado en otras tragedias como para preocuparse por ti.

A los dieciséis pude controlarlo mejor, desde entonces, no he tenido más problemas con ese sentimiento. Hasta el día del baile, en que todo pareció estallar otra vez. No sólo esos sentimientos, también los recuerdos de mis padres, de lo que sucedió después, como si mi mente se esforzara por hacerme sentir así. Entonces los temblores en mis manos, mis piernas, el fuego quemando en mi garganta están aquí otra vez. Pero lo tengo bajo control, lo lograré. Me acerco al espejo y observo mis ojos, están de su color normal, aún cuando mi cuerpo sigue temblando. Me mantengo unos minutos así, mirándome al espejo, hasta que me siento lista y salgo de la habitación. Afuera ya están Aarón, Zara y Eme, sentados conversando alegremente sobre algo que desconozco. Me detengo frente a ellos, lo que Emerick toma como una señal para ponerse de pie y arreglar su boina gris, junto con jugar un poco con su pulsera verde.

—¿Estamos? —inquiere.

—Nos vamos.

—¿De verdad no puedo ir? No quiero quedarme aquí y ser un... inútil. —Observa de reojo a Zara—. Sin ofender, Zari.

—No es momento para arriesgarnos.

—Col, vamos.

—No, hermano, la decisión ya está tomada.

Él me observa suplicante, como un cachorro que pide comida. Emerick interviene antes de que yo cambie de opinión.

—Aarón, puedes ser demasiado imprudente a veces. Lo correcto es que vayamos yo y Colette, ya tendrás tu momento de brillar.

—No soy imprudente.

—Sí lo eres —dice Zara bajito.

Aarón la observa ofendido. Suspiro con fuerza y lo enfrento.

—Cariño, necesitamos ser lo más sigilosos posible. No sabemos cómo está el asunto allá.

—Ustedes no confían en mí.

Hace un escándalo para salir de la habitación, golpeando puertas y todo. Emerick rueda los ojos.

—Lo malcriaste.

—Cállate, Emerick.

—Siempre soy yo el que me tengo que callar.

Alzo mis cejas y me acerco a él para revolver su cabello. Me despido de Zara haciendo un ademán con la mano, y ella hace lo mismo. Sus palabras aún dan vueltas en mi cabeza, de hecho, estuvieron allí toda la noche.

El sonido de un hacha estrellándose contra la madera resuena por el perímetro, no me sorprende que sea Aarón. Siempre ha hecho lo mismo, son sus intentos de no sentirse "inútil" cada vez que lo dejamos fuera de algo que requiere de más precaución, de personas más cautelosas. Aarón es ruidoso, le gusta hacerse notar, en su vida ha sabido lo que es disimular, ocultarse. Él es como los fuegos artificiales, llamativos, ruidosos, un espectáculo. Emerick, por su parte, creció con las narices entre libros, oculto bajo gigantes enciclopedias en alguna tienda de un viejo vendedor de antigüedades, sentado en alguna esquina. Sabe hacerse notar, pero también sabe desaparecer, y eso es lo que necesitamos. Zara, por su parte, bajo presión no funciona bien, y tampoco la arriesgaremos. Por eso decidí que nosotros dos somos las mejores opciones.

Nos despedimos de Aarón, que responde con un pequeño movimiento de cabeza. El bosque afuera ya está dando su espectáculo mañanero, la presentación orquestal de los animales, en la tierra las hormigas llevando hojas y en la copa de los árboles algunas aves revoloteando. Sigo a Emerick por el medio del bosque, camina tranquilo, siempre atento al frente y a sus lados. Con una mano en su bolsa, no porque pese demasiado, sino porque allí siempre oculta armas. También enciclopedias inútiles o libros de historia, que en mi opinión son inútiles. La historia no salvará a nadie ante un ataque, pero bueno, sigue leyendo sobre mil años atrás y odiando a algún personaje histórico.

—¿Cómo te sientes?

—Me he sentido mejor.

—Aarón me preguntó ayer, dijo que actuaste extraño, tenía una herida en la mejilla y ni siquiera lo notaste. Antes le habrías gritado, habrías hiperventilado y lo habrías tratado como un bebé.

Alzo mis cejas.

—No la noté.

—Ya se ve que no, igual no es que me moleste estar en igualdad de condiciones. Ya sabes, sin ver el constante favoritismo que tienes por Aarón.

Me río un poco, acelerando mi paso hasta ir caminando a la par con él.

—Suenas celoso, hermano.

—Estoy acostumbrado. ¿Si soy honesto? Yo también lo querría más.

Lo empujo, con demasiada fuerza tal vez, porque casi sale disparado hacia un árbol, pero lo alcanzo a sujetar de la camiseta.

—¡Puedes tener más cuidado! —exclama.

—¡Perdón!

—Sigamos. No seas bruta para la próxima vez.

Seguimos caminando en silencio.

—Oye, ¿sabes que sí te quiero?

—Sí —murmura, inalterado.

—De verdad.

—Sí, Colette, ya entendí.

Seguimos en silencio, el sonido del río se escucha más cerca, necesito una ducha, pero no hay tiempo para eso.

¡Oh, carajo!

—Oye, Em.

—¿Qué?

—¿Recuerdas cuando te enseñé a nadar?

Lo veo sonreír un poco, supongo que sí lo recuerda.

—Escuchaste que los niños del bloque iban al río a nadar, entonces Aarón andaba con ellos, y yo me quedaba en casa. Notaste que estaba triste y me preguntaste si algo estaba mal.

—Sí, tú me dijiste que no sucedía nada, pero comenzaste a llorar. Ese día fue la primera vez que me abrazaste.

Él resopla.

—Los niños se reían de mí, porque cuando intenté ir con ellos, me tropecé en la orilla, el agua me llegaba más abajo de las rodillas y me comencé a ahogar. Aarón me sacó, pero desde entonces sólo se reían de mí.

»Cuando te lo comenté me llevaste a una parte del río en donde no iban más personas, así no me avergonzaría. Estuviste toda la tarde enseñándome, luego otra y otra más, hasta que te aseguraste de que sabía flotar. Me dijiste que ahora podía ir a jugar con esos niños, y que si alguno se burlaba, lo debía golpear con mis enciclopedias.

—Jamás te dije eso.

—Sí, lo hiciste. Como cuando te dije que me llamaban raro a los catorce años, me diste el mismo consejo de mierda y me hiciste llorar más. —Suelta una risa mientras niega con la cabeza.

—Mira, si vas a recordar el pasado, recuérdalo completo —advierto.

Eso sólo lo hace sonreír más.

—Como me viste llorando te asustaste, y luego me dijiste que ser extraño no era ser malo, que pasar mis tardes leyendo esos libros significaba que era inteligente; que si el mundo no estaba preparado para mí, entonces se podían joder todos. Me dijiste que... tú siempre me querrías, aunque fuera raro.

—Bueno, eso no sonó tan bien como yo pensé en ese entonces. —Frunzo el ceño.

Él se ríe más.

—Entendí lo que quisiste decir, y me sentí apoyado. Sobre todo cuando dijiste esa frase, que por cierto, fue increíble. Me hiciste sentir capaz de cambiar el mundo.

—¿La súper frase que me inventé? —Sonrío con orgullo—: Cambiar el mundo sólo requiere de dos elementos: educación y justicia.

—Sí, que años después descubrí que era de Ryder Wok. Interesante plagio, te lo concedo.

Vaya, he sido expuesta. Aún así, tengo el descaro de cruzarme de brazos.

—¿Quién es Wok y por qué copió mi frase?

Emerick se ríe. Palmeo su espalda.

—Te quiero, insufrible.

—Y yo a ti, plagiadora.

Nos reímos y seguimos caminando. Al menos puedo llevar su atención lejos de mi bienestar o condición. Algunos cuervos siguen revoloteando en las copas de los árboles, observándonos de reojo, recelosos. Nuestra actitud es similar a la de los animales, si lo pensamos así; después de todo, somos animales.

Veo como mis pasos se marcan en la tierra, me pierdo en las huellas que dejamos al seguir avanzando. Mis manos cosquillean, es una sensación lenta, que se sigue expandiendo por todo mi cuerpo. Aprieto mis puños y los abro, intentando apaciguar cualquier reacción.

—¿Podré ver a mi novia?

—No, al menos que todo salga bien. Veamos el ambiente primero.

Él asiente.

—Colette, ¿estarás bien?

—No perderé la cabeza, lo juro.

Se lo prometo a él, me lo prometo a mí.

Continuamos avanzando, el sol se mueve de su posición. Según mis cálculos, ya pasamos el mediodía. El sonido de la naturaleza indica tranquilidad, pero siempre puede ser una gran farsa. Ambos nos mantenemos alerta en cada segundo.

—Si el tiempo nos da, será sencillo, Emerick. Hay prioridades, nuestro hogar es el primero, los White son los terceros.

—¿Estarás bien en el mercado?

—No es la primera vez que lo hago. Aún así, si no estoy a las siete en punto en nuestro lugar de encuentro, vete.

—Asegúrate de estar, entonces.

—Te escucho inseguro.

Él rueda los ojos, no tarda en molestarse cuando cree que lo analizo demasiado.

—¿Qué habrían hecho nuestros padres?

Esa pregunta no me toma por sorpresa, esta situación no sólo reviviría recuerdos en mí, sé que en mis hermanos también. Principalmente, dudas sobre lo que habría sido. Lo medito unos segundos, permitiéndome pensar en papá, sentado en su silla mirando por la ventana, inmerso en un mundo de probabilidades, de guerras y estrategias de muertes. Luego pienso en mamá, en su cabello como el oro, capaz de incendiar el mundo con su mirada profunda, con su liderazgo innato.

—Traicionar a todos estos jodidos cabrones.

Los hijos de la traición, llegaron al final del atardecer al centro del bloque Oeste de Gray Village; y por hijos de la traición, me refiero a nosotros, claro.

Le doy una última mirada a Emerick, que se mezcla con un tumulto de personas que va hacia el bar. Camino con pasos lentos, pero con una dirección concreta. Lo único nuevo, es que en la plaza, ataron a un hombre en el centro. Intento tomar una distancia de él, no la suficiente para no reconocer quién es. Una silueta, delgada, cadavérica, sujeto desde las muñecas con cadenas gruesas; con la barba larga, tupida, y sus ojos negros brillan a través de la sombra que se genera por la contraluz y la falta de iluminación. Entonces, sus ojos brillan y puedo divisar que sonríe, mostrando los pocos dientes que tiene. Le sonrío de regreso.

Frente a mí comienza a aparecer la estructura gigante del mercado azul, así que apresuro mi paso. Los últimos clientes están entrando y saliendo, además de unos cuantos guardias que vigilan las entradas. Una vez dentro del local, me acerco a uno de los últimos puestos, en donde venden diferentes instrumentos inútiles, pero para mi eterna sorpresa, siempre ha llamado la atención de los vecinos. Hay al menos unas cinco personas allí. Finjo revisar un muñeco de cerámica.

—Uno de mis vecinos estuvo involucrado —susurra la mujer—. Aún no puedo creerlo, tiene una familia completa.

—Dios salve su alma.

—Dios salve a esa familia.

—Dios no salvará a nadie —dice la anciana que atiende el puesto, con tono amargo—, Dios nos abandonó hace años.

Dejo la figura y me acerco a un espejo con contorno de madera tallado. Mis ojos están cafés oscuros, y por un minuto, mi reflejo sonríe, y mi sonrisa es la misma que la del hombre en la plaza. Suelto el espejo, el sonido de la caída es similar al de mis pesadillas, despertadas por el evento del baile.

La sonrisa del hombre... Los ojos brillantes...

¿Papá?

No puedo respirar.

—¿Niña?

Me alejo de la mujer.

—Niña, ¿estás bien?

Intenta tocarme otra vez.

A pasos rápidos retrocedo, sintiendo mis manos cosquillear y mi garganta quemar. A pasos apresurados salgo del local, no me demoro en llegar a la plaza nuevamente, como un caballo de carreras, ciego a su entorno, con un único destino en mente. Veo el tronco en el centro, no dudo en acercarme, con esa sonrisa impregnada en la mente. Cuando estoy frente a él, las cadenas están sueltas en el suelo. No hay nada allí, nadie.

Llevo las manos a mi cuello. ¿Se lo llevaron? Tiro de mi pelo. Los ojos brillantes... La sonrisa...

Me acerco a unos niños que juegan no muy lejos, afuera de una casa sucia. Desde una distancia prudente, señalo el tronco llamando su atención. Los tres niños me observan con poco interés.

—¿El...? ¿El hombre?

Los tres se miran y dos de ellos se ríen. La pequeña niña me da la respuesta que necesito:

—Nunca ha habido nadie allí.

—¿Q-qué? Pero... pero yo... —susurro.

Vuelvo a mirar el tronco, no hay nadie.

Algo me empuja a acercarme, el cosquilleo en mis piernas, es un instinto fuerte. Reúno toda mi voluntad para alejarme, entro por uno de los callejones menos transitados, en donde sólo hay adictos y algunas ratas. Me siento en una de las esquinas de la entrada, lejos del grupo que está en el final del callejón.

Observo la pared por varios minutos, sin pensar en nada. Mi mente suele quedarse en blanco luego de estos episodios, recordándome tal vez, que lo que veo no es nada, nada más que vacío, que es mi propia locura la que genera esas imágenes.

Un hombre nuevo se une a la fiesta, veo sus zapatos elegantes caminar frente a mí, con cierta elegancia. Ni siquiera los ricos se salvan de estas mierdas.

De reojo observo su figura agacharse, conversar algo con las personas del fondo, entregarles un papel junto con una pequeña bolsa. Les debe proveer la droga. Acto seguido, se levanta y regresa por donde entró —la única salida—. Sus zapatos se detienen frente a mí, están lustrados, con un poco de barro. Escupiría en ellos.

—No hago ese trabajo, si es lo que buscas —digo antes de que diga algo—. Te romperé la cara si lo intentas.

No responde, tampoco se mueve. Puedo sentir que me mira, y eso me molesta más. El cosquilleo comienza a quemar en cada centímetro de mi piel.

Me levanto de golpe, para estar frente a frente. Mi mirada se encuentra con una azulada, con mezclas grises.

—Eres tú.

El fuego se convierte en hielo, me congelé. Esto es un balde de agua fría.

—Asier.

—Colette.

—¿Qué mierda? Ni siquiera me drogué —llevo las manos a mi cabeza— Estoy viendo cosas, otra vez.

Él se ríe, una risa ronca. Nada parecida a la que tenía de adolescente, que era burlesca.

—Estamos viendo las mismas cosas, creo.

—¿Qué...? ¿Qué haces aquí?

Él se toma la libertad de tomar mis manos con delicadeza y apartarlas de mi cabeza, obligándome a observar su rostro, otra vez. Su cabello castaño está un poco desordenado, y sus facciones más adultas. Entonces, me sonríe, una sonrisa dulce, un poco avergonzada, muy diferente a la del hombre de la plaza y muy diferente a la propia de cuando era adolescente.

—Es una larga historia.

—¿Se murió alguien?

Giro mi cabeza hacia los adictos del final y luego hacia Asier.

—Vine por asuntos de la familia, ningún muerto. Es una larga historia, ¿podemos hablar?

—No lo sé.

Su sonrisa se borra poco a poco y su ceño se frunce, pero no en signo de molestia. No sabría interpretarlo, está demasiado cerca y siento mi cuerpo ardiendo.

—Colette, tus ojos.

El rostro de Asier se transforma en el del hombre de la plaza y yo le sonrío.



***

Continue Reading

You'll Also Like

182K 13.2K 49
Días después de su decimoctavo cumpleaños, Aurora Craton siente la atracción de apareamiento mientras trabaja como camarera en una fiesta de los líde...
14.3K 435 30
tn es una chica del mismo vecindario de los waltons y javon detesta a tn por q ellos eran amigos pero un dia javon le confesó q le gustaba y tn l...
8.8K 685 36
hola gente esta es mi primera historia espero les guste tratare de hacer lo mejor que pueda y tratare de actualizarla constantemente
7.6K 356 18
Nueva escuela, nueva progresión, y por lo tanto... Nuevos abusos. Aunque estabas con el afán claro de que te mínimo hay un rompehuevos en esta escuel...