A mexican beauty

By PalomaCaballero

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(LGBT+) Denise es un universitario que lleva demasiado tiempo encerrado en su casa y se ha transformado en fr... More

Sinopsis
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By PalomaCaballero

TW: Mental breakdown.

Tenía novio, un novio alto rubio y guapo. La verdad nunca se habría esperado que algo así pudiese sucederle, pero aparentemente la nula posibilidad se hizo real. Sorprendido miró su fondo de pantalla de Bright. No iba a poder seguir siéndole fiel.

—Tienes que entenderme, tú tienes a Win, yo no tengo a nadie —espetó, pidiéndole disculpas a su fondo de pantalla, aunque no se sentía realmente culpable por ello.

A su lado Leslie lo miraba sin entender que estaba pasando mientras esperaba si desayuno, Denise se apresuró a servirle el arroz con chícharos que había preparado. Leslie tenía un plato que se adhería a la mesa, el cual venía a juego con una cuchara y un tenedor rosa que el mismo había escogido cuando fueron a la tienda. No la había usado hasta ese momento porque no la encontraba, pero ahora que había tenido un poco de tiempo la había sacado del cajón del olvido.

Denise dividió todo en montoncitos para que formaran una carita feliz. Cuando el niño estuvo satisfecho tomó su cuchara y se metió una cucharada en la boca, Denise estaba embelesado pensando en su nuevo novio cuando Leslie comenzó a llorar, lo hizo esculpiendo la comida y su rostro se transformó en una mueca de sufrimiento profundo, las lágrimas caían a borbones mientras el niño comenzaba a golpear la mesa y a gritar.

—¿Qué pasó bebote? ¿No te gustó? —Denise miró al niño, cambiando de golpe su estado de ánimo. Leslie empezó a golpearse la cabeza con las manos desesperado, él se apresuró a levantarlo de la silla para sostenerlo en brazos.

Leslie empezó a retorcerse y Denise tuvo problemas para mantenerlo bien sujeto. Siempre era difícil saber lo que le pasaba, cualquier otro niño de su edad simplemente diría si algo le gustaba o no, o si estaba enfermo o se había lastimado, en el caso de Leslie era cuestión de tragarse la angustia de no saber qué era lo que le pasaba. Denise se metió al corral de Leslie, que estaba acolchonado y se sentó, casi cayéndose de espaldas. Aquiles entró corriendo y se paró en dos patas lamiéndole la cara al niño. Denise intentó empujar al perrito, pero este simplemente comenzó a lamerle los pies.

—No pasa nada, no pasa nada —desesperado le rodeó los brazos para que no se golpearse y comenzó a cantarle—. La patita, con canasto y con rebozo de bolitas, va al mercado, a comprar todas las cosas del mandado —cantó tan bien como pudo y aquello poco a poco comenzó a calmar a Leslie, cuyo llanto se volvió eventualmente menos ruidoso hasta transformarse en un sollozo leve.

Fue aproximadamente una hora en la que Denise sintió que él también terminaría llorando, hasta que por fin Leslie se quedó quieto, exhausto e inmóvil. Por un momento Denise pensó que estaba dormido, pero no, simplemente se había quedado en silencio una vez más.

Cuando tuvo por fin la seguridad para soltarlo, se dio cuenta que había perdido ya la mitad de su primera clase del día. No tuvo fuerzas para entrar, así que no lo hizo.

—¿Todavía tienes hambre? —preguntó después de un rato. Leslie no le contestó, pero supuso que sí, el niño siempre comía un montón.

Aunque estaba exhausto y sentía que se le había formado un hueco en el estómago, se puso en pie y regresó al niño a la silla.

—Voy a prepararte otra cosa —dijo. Estaba a punto de ponerse manos a la obra, cuando notó que Leslie comenzaba revisar el arroz, sacando los chícharos y poniéndolos en la mesa. Luego tomó una cucharada que revolvió con los dedos y se la comió. Repitió lo mismo varias veces.

Denise se le quedó mirando, antes de darse cuenta ya se le estaban escurriendo las lágrimas. Había estado tan distraído que no se acordó que el niño odiaba los chícharos, no sabía por qué, pero siempre que los probaba se ponía mal. Denise se recargó en el refrigerador y comenzó a llorar, al principio de forma callada y luego, sin poder controlarse empezó a gritar y morderse los brazos, transformando su voz en un balbuceo extraño.

—¿Denise? —Steve apareció a través de la puerta que daba al patio. Había estado trabajando con nos audífonos puestos, cuando se los quitó escuchó los gritos.

La escena con la que se encontró fue muy extraña. Con Leslie sentando en su sillita y Denise gritando y llorando. Steve se apresuró a alcanzarlo, tomándolo de las muñecas. El chico intentó forcejear, pero no pudo hacer nada contra la fuerza del hombre.

Bobo y Aquiles los rodeaban corriendo y ladrando, observando la situación con gesto alterado.

—¡Denise! —Steve lo sacudió, sacándolo momentáneamente del trance en el que parecía haber entrado. Denise lo miró unos segundos y luego continuó llorando y gritando otro rato, mientras Steve lo sostenía de las muñecas.

Cuando se tranquilizó se dio cuenta que no tenía noción de en qué momento había perdido el control, ni cuando tiempo había pasado desde que comenzó a llorar hasta que terminó.

Denise levantó la vista, encontrándose con el rostro preocupado de Steve y no supo que decirle, simplemente cerró los ojos y se recargó en él. Le dolía la cabeza y notó que las mordidas en los brazos comenzaban a formar moretones. Denise suspiró, girándose hacia Leslie, que ya se había terminado todo el arroz y hacía lo posible por bajarse de la silla.

El niño seguía en su propio mundo.




Steve estaba sentado en el corral de Leslie cuando recibió la llamada de su abuela. Denise estaba a su lado, usando su pierna como almohada mientras dormía profundamente con el niño sobre su pecho. Ambos parecían muy cansados.

—Mijo ¿Qué tal estás? ¿Te la estás pasando bien? —Su abuela no solía hablarle mucho porque ella no sabía nada de inglés y no tenía intenciones de aprender. Pero últimamente habían estado comunicándose mucho por teléfono ahora que Steve había mejorado su español.

—Sí, muy bonito —respondió, a lo que la mujer lo miró con una sonrisa radiante en el rostro.

—Qué bueno que te guste mijo ¿Qué tal está mi Bobito? —preguntó, justo cuando el perro se asomó por la pantalla y comenzó a ladrar, moviendo la cola. Puede que no pudiera ver a la mujer, pero podía escucharla—. Ayyy, que bonito mi bobito, que hermoso, que pichocho.

Aquello era el pan de cada día. Una semana atrás Doña Rosa le había llamado para decirle que no iba a regresar a México hasta que se pasara la pandemia o comenzaran a vacunar a todo el mundo, por lo que, a sabiendas que estaría fuera por tiempo indefinido, aprovechaba para hablar con el perro cada que podía.

Steve había hablado con su madre y después de discutirlo llegaron a la conclusión de que probablemente Steve tendría que quedarse a vivir con su abuela luego de que ella volviera. La mujer ya estaba mayor y aunque todavía parecía bastante fuerte, era mejor no dejarla sola. Unos meses atrás él hubiera insistido en llevársela a otro estado, pero ahora no estaba seguro.

En parte la vida en aquella ciudad era muy cómoda y la presencia de Denise era un plus, pero también entendía que esa casa había sido el hogar de su abuela por años y ella quería pasar el tiempo que le quedara de vida ahí. Steve nunca había sentido apego por los lugares, pero luego de pasar el último medio año ahí, había visto lo mucho que quería aquella casa, al punto de no abandonarla incluso cuando estaba hasta arriba de agua en cada temporada de lluvia.

—Oye mijo ¿Dónde andas metido? ¿Estás en casa se Don Chalo? —preguntó, asomándose por la pantalla, intento ver los alrededores.

—¿Don Chalo? —Steve frunció el ceño hasta que recordó que así era como habían llamado al papá de Denise—. A sí.

—Uuuy, ya me enteré de que andas de novio —el tono de la mujer fue supremamente irritante, pero Steve consiguió controlar su expresión—. Ten cuidado mijo, que Don chalo es re que te celoso —dijo, como si quisiera asustarlo. Steve se puso tenso, recordando la cara de pocos amigos del hombre.

—Cuidaré —dijo, fingiendo un escalofrío.

La mujer continuó hablándole sobre todo lo que estaba pasando en la cuadra. Al parecer ella estaba más enterada que él de lo que sucedía en los alrededores, probablemente porque tenía ojos en todos lados, o, mejor dicho, tenía ojos en la casa de enfrente.

Cuando terminaron la conversación Denise se estaba despertando. El chico abrió los ojos y pareció tardar varios segundos en ubicarse en tiempo y espacio.

—Hi —Steve se asomó, acomodándole el cabello.

—Hola —Denise hizo a un lado a Leslie, incorporándose con un gesto perezoso.

—¿Estás bien? —dijo, acariciándole la cara para terminar acomodándole algunos rizos rebeldes.

—Sí, es que la cuarentena me está afectando —era todo lo sincero que podía ser en ese momento.

En realidad, era cierto porque hacía mucho tiempo que no tenía un arranque como ese. Cuando era un niño pequeño, casi siempre estaba llorando por cualquier cosa, solía tirar la comida, las almohadas o los muebles, se tumbaba en el suelo y les pegaba a sus papás. Tampoco hablaba demasiado, tardó bastante más que el resto de sus compañeros en comenzar a hablar, aunque no los suficiente como para despertar alarmas.

Los gritos de Denise se escuchaban en todos lados, no podía hacer amigos porque los demás niños lo encontraban insoportable, cualquier cosa fuera de lugar lo alteraba y no le hacía caso a la gente cuando se dirigían a él. Tampoco era muy sociable, le costaba entablar amistades y además era extremadamente inquieto.

La maestra del kinder lo había canalizado a un psicólogo infantil y luego de eso su comportamiento comenzó a cambiar. Cuando entro a la primaria sus papás supusieron que ya no era necesario continuar con el tratamiento. A sus padres les habían dicho que era un pequeño trastorno de comportamiento derivado de una crianza demasiado permisiva, básicamente que era un consentido y que eso cambiaría con el tiempo, si lo disciplinaban adecuadamente.

Eso fue todo y era con lo que Denise se había quedado, después de todo su vida era la de una persona normal, sin mayores contratiempos que una personalidad un poco rara. Sin embargo, desde el comienzo de la cuarentena algunos comportamientos extraños comenzaron a surgir. Denise no sabía si estaba relacionado con algo más aparte del estrés que le generaba la situación mundial, quizás simplemente estaba subestimando las consecuencias psicológicas del encierro sumado a el cuidado del niño y la enfermedad de sus padres.

—¿Quieres salir? Vamos al parque —dijo, notando cómo Leslie se incorporaba.

—¿Al parque? —Denise le miró, ilusionándose casi de inmediato con la idea.

—Yea, with Leslie, necesita un suspiro —Él sonrió, acariciando la cabeza del niño. Este le empujó la mano y se dirigió a una esquina para jugar con sus cubos de peluche. Steve no se lo tomó a pecho, después de unos cuantos días ya se había acostumbrado a la forma de actuar del niño.

Denise se quedó pensativo y luego le sonrió, tomando a Steve de la cara y dándole un beso.

—Llévanos en tu camioneta —dijo emocionado.

Steve soltó un resoplido.

—Fine. 

Hola gente, hoy tocó un capítulo un poco extraño. Muy probablemente lo hayan notado, pero los dos hermanos, tanto Leslie, como Denise, tienen ciertas condiciones médicas no diagnosticadas. Este es un detalle que quise agregar porque es una realidad latente, tanto en países hispanohablantes como en otros lugares del mundo.

Las enfermedades mentales o condiciones médicas no diagnosticadas son un problema real que se hizo muy palpable durante la pandemia. Aunque muy probablemente por ahora no sabremos qué es lo que tienen estas dos personas (porque tanto Denise como Leslie están basados en gente que nunca se diagnosticó) me pareció importante recalcarlo, porque muchas veces estos malos diagnósticos también son obra de profesionales de la salud incompetentes.

Y pues nada, les aseguro que, aunque no lo vean plasmado dentro del libro, porque no tengo las herramientas para mostrarlo, ambos, Denise y Leslie (sobre todo Leslie), lidiarán con ello de la mejor manera posible, buscando el apoyo profesional que se merecen.

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