Bajo la misma arepa

By Areale_deCastillo2

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Tras la muerte de su tía, Débora debe viajar a Venezuela para reencontrarse con su padre después de varios añ... More

Nota de Autora
La flaca mamarre
No se desprecia una arepa
Colgate, su majestad
Manzana tercermundista
Correcciones clasistas
Mogul
Vestida como sartén de pobre
Ella perrea sola
Yubiricandeleisy
Se formó el despeluque
Atributos con Photoshop
Chivato
Azúl vinagre
Evasivas
Ódiame
Novios de mentis
Oh no, fallo en la utopía
Recíproca chocancia
Sorpresas
Confesiones
Fuertes declaraciones
El último cigarrillo
Ingrata
Desaparecida
El mejor amigo
Una indirecta despedida
Planchabragas
La mardición de los Takis
Todas mienten
El boleta enamorao' (+18)
Fiesta balurda
Salve, Virgen de los Malandros
Mordisco
Esposa odiosita
El Chigüire Chigüireao'
Heteromarico
Bajo la misma arepa
Querer querernos (+18)
Cómo hago pa' no quererte
Maldita mala (+18)
Qué se siente
El procedente de Socopó
Dominantes (+18)
Epílogo
Agradecimientos
Extra navideño
Apoyen a la autora de BLMA

Besos sabor a caroreña

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By Areale_deCastillo2


—Naweboná, un poquito más de calor y empiezo a hablar maracucho —farfulló Yeferson corriendo las ventanas.

Era domingo, se fue la luz y parecía que el diablo se había empeñado en hacer que Guarenas ardiera entre las llamas del Averno terrenal.

—Me voy a bañar —avisó el moreno, sacándose la camisa.

—No me dejes la partida a la mitad, coño e' tu madre —Jhoana amenazó con lanzarle una pieza de dominó que tenía en la mano.

Habían pasado unos cuantos días desde que ella y Miguel David llegaron de su luna de miel, y desde entonces empezaron a familiarizarse más con ellos. Yeferson y Débora aún discutían porque esa era la costumbre, sin importar que se gustaran.

—Mamá, de verdad, siento que me estoy fundiendo —Yeferson pasó el dorso de su mano por su frente para quitarse las perlas de sudor—. Me voy a echar un agua.

—Bueno, yo voy a montar una sopa.

Su hijo se le quedó mirando con horror. Jamás comprendería cómo la mayoría de los adultos veía los días con mayor temperatura como una excelente oportunidad para almorzar agua caliente con verduras.

Yeferson tardó aproximadamente cuarenta minutos bañándose. Había considerado la idea de quedarse bajo el agua hasta diciembre y salir nada más para sacarle las alcaparras a las hallacas.

No se preocupó en ponerse más de dos prendas de ropa. Se armó con la primera bermuda que todavía no olía a culo en el montón de ropa sucia y salió otra vez para encontrar a Miguel David pelando unas papas y a Débora llegando de la calle tan agitada que a leguas se notaba que su camisa podía exprimirse del sudor cargaba encima.

—Joder, cuánto calor.

—Pero si está fresco —masculló Jhoana desde el mueble, se estaba pintando las uñas mientras se hacía la loca para que su marido terminara haciendo la sopa—. Nunca vayas a Higuerote mija.

La castaña se bebió casi una jarra de agua bajo la mirada inquisitiva de su hermanastro.

—¿Dónde coño andabas tú? —le preguntó.

—¿Qué te importa?

Él alzó las cejas, consternado. No se preocupó porque ella llevaba puestos unos jeans desgastados y una blusa unicolor, nadie la bucearía demasiado en la calle, pero estuvo fuera toda la mañana y parte del mediodía.

Había estado en Forum desayunando con sus amigas. De pronto a Natalia le llegó una invitación para una fiesta que se llevaría a cabo esa noche y junto a Bárbara se fueron a acompañarla a otro centro comercial a comprarse un nuevo vestido para estrenar, durante todo el trayecto Natalia intentó convencerlas para que la acompañaran hasta que las dos accedieron.

—Padre, esta noche saldré con las pibas —avisó ella a Miguel David, quien se limitó a asentir.

Yeferson empezó a extrañar esos tiempos donde la única condición para darle permiso era que él fuera también.

—¿A dónde? —cuestionó él, afincado en obtener explicaciones.

Débora lo ignoró a propósito y volvió a salir, pero esta vez Yeferson salió corriendo a su cuarto para ponerse una camiseta e ir tras ella, la alcanzó antes de salir del edificio.

Miró por encima de su hombro que a la castaña le entró una llamada en su celular.

—¿Qué pasó, Gabo? —contestó sin detener su andar—. Sí, Nata me ha invitado hace un rato, ¿Vas?

Yeferson empezó a caminar, cruzado de brazos y con el ceño ligeramente fruncido.

—No... Está bien. Vale, allá nos vemos.

Al colgar, abrió la reja del edificio y los dos salieron.

—¿Por qué lo tienes agregado con un corazón? —preguntó el moreno.

—¿Eh?

—Al maldito ese. Cuando te llamó, salió su nombre en la pantalla con un corazón.

—No tenemos nada —le recordó ella.

—Exactamente. Entonces quítaselo.

—¿Por qué haría algo como eso?

—Porque estás conmigo, no con él —farfulló Yeferson—. ¡Y a mí ni siquiera me tienes agregado!

Débora blanqueó los ojos.

—¿A dónde van?

—A una fiesta.

—¿Dónde?

—En una discoteca que reabrieron según Nata.

—¿A qué hora te vas?

—A las nueve menos treinta.

—¿Y a qué hora llegas?

Ella se detuvo y lo encaró con una ceja arqueada y expresión burlista, pero Yeferson no portaba gracia en su semblante.

—Me avisas y te voy a buscar —excusó.

—No.

—Sí.

—Que no.

—Que sí.

—Que no, capullo. No quiero que vayas a buscarme, me sé el camino de regreso.

—¿En qué momento te pregunté sí querías?

—Vale, ¿Qué coño te pasa?

—A mí nada, ¿Qué tienes tú?

—Te estás comportando como un imbécil.

—¿Yo?

—Cabrón, ¿Quién si no?

Yeferson se llevó dos dedos al entrecejo.

—Tú eres la que está toda cariñosa y más tarde me ignoras. A veces estamos bien y de repente te pica ese culo, eres demasiado rara.

Débora se echó a reír al ver cómo él decía todo aquello con algo de desespero y se enganchó a su brazo.

—Maldita loca vale —fue lo que dijo él, intentando zafarse.

—¿Quién te mandó a meterte conmigo?

—Es que me gustó tu culo —admitió y resopló—. ¿Quieres helado?

—Obvio.

Los dos caminaron por las calles del barrio hasta llegar a la bodega más cercana, donde en la ventana reposaba el anuncio de helados con sus precios.

—Pana, dame dos Magnum ahí pue' —le pidió al tipo que salió a atenderlos.

—Cuestan tres Lucas.

Yeferson revisó su billetera y frunció los labios al ver que no le alcanzaba. Para disimular brutalmente, fingió indignarse.

—¿Y yo te pedí precio, sapo? ¿Me viste cara e' limpio? —procedió a sacar un billete de cinco bolívares—. Dame dos chupis.

El tipo lo miró feo y le despachó con cara de pocos amigos dos chupis de colita.

Yeferson entrelazó su mano con la de Débora y los dos se fueron a las gradas de la cancha del barrio, que a esa hora estaba solitaria.

—No te hagas la Wili Mai y quítale el corazón del contacto a ese becerro —dijo el moreno, mirando distraído el aro de básquet.

—Muestrame tu teléfono —ordenó Débora con ironía, pero puso una mueca cuando Yeferson lo sacó de su bolsillo y se lo entregó desbloqueado.

La castaña para disimular accedió al directorio y no encontró nada más que el contacto de Jhoana y el antiguo número de Brayan.

Por un momento quiso tener el poder de leer mentes para saber en qué coño pensaba Yeferson mientras miraba el suelo desgastado de la cancha con expresión seria y perdida a la vez. Con acciones le demostraba muchas cosas, pero sus miradas a veces eran imposibles de discernir.

—Voy contigo —declaró después de varios minutos de silencio.

—Voy a estar con mis amigos, tampoco es que estaré sola.

Yeferson la miró de reojo.

—Me cae malísimo tu amiga infiel, Azúl vinagre se ve a leguas que es mala copa y tampoco te quiero muy junta con el heteromarico. Probablemente vas a querer ponerte otro vestido de sartén de pobre y no voy a vivir tranquilo con todo eso.

—¿Celoso? —Deb quiso burlarse.

—Sí —admitió él—. Tengo el ego por las nubes, pero tú pones inseguro hasta al diablo.

—Pero no...

—Voy contigo y no me importa si estás en desacuerdo.

Ella no hizo más que blanquear los ojos y fingir que le fastidiaba que el moreno empezara a darle besos cortos sobre los labios.

~•~


Yeferson abrió la puerta de la habitación de Débora para encontrarla, tal y como lo supuso, vestida de una manera que solo le hacía desear arrancarle las prendas, preferiblemente antes del amanecer.

Una falda blanca se ceñía a su cintura y un top escarlata de escote pronunciado revelaba gran parte de sus atributos superficiales. Botas negras de tacón se cerraban sobre sus pies y su cabello castaño caía en cascadas arremolinadas tras su espaldas por haberse hecho rulos temporales.

En ese momento, ella se estaba aplicando un splash mientras verificaba en el espejo que sus delineados estuviesen exactamente idénticos.

Débora procedió a aplicarse más labial, aún mirando su reflejo. Parecía estar inconforme con el vestuario, empezó a tocar la falda, pensando en que quizás debería cambiarla.

—Estás rica —le aseguró Yeferson a sus espaldas al notar inseguridad en ella.

La castaña sonrió, mirándolo a través del espejo. Agarró su cartera y se colocó de puntillas para besarle el cuello antes de salir.

Al verla buscando las llaves del carro de su papá, Yeferson esbozó una sonrisa burlona.

—Salieron —le hizo saber—. Vamos a ir en la moto.

Débora se preparó para quejarse, pero al voltear a verlo, no hizo más que asentir, disimulando que le seguía disgustando la idea.

—Vale.

Él agarró las llaves y se encargó de apagar las luces del apartamento para salir.

~•~

De camino a la discoteca pasaron por una licorería y adquirieron una botella de Sangría caroreña junto a una de Vodka para la princesa. Al llegar, la rumba ya estaba prendida; las luces violetas se disparaban por doquier como flashes intermitentes, iluminando de manera efímera los cuerpos que bailaban al ritmo de la electrónica. En las mesas reposaban grupos que disfrutaban del alcohol y conversaciones en voz alta mientras que en las esquinas más oscuras habían desconocidos metiéndose manos, disfrutando de una noche de aventura de la que al amanecer no quedaría nada más que el maquillaje corrido y una resaca de mala muerte.

Yeferson encendió un cigarrillo antes de soltar la mano de Débora para perderse entre el gentío, asegurándole que iba a estar pendiente de ella aunque estuviese lejos. La castaña se acercó a la mesa donde la esperaban sus amigos, que la recibieron con los brazos abiertos y a la botella de Vodka con una sonrisa más grande aún.

—Viene Christian —le hizo saber Gabriel cuando ella se sentó a su lado.

Débora se alzó de hombros. Ni siquiera se acordaba del chocón de su compañero de clases, pero verlo en vacaciones tal vez no era un pésimo plan.

—Dubriiiiii —canturreó Bárbara cuando se acercó la prima de Gabriel.

Saludó a todos con una sonrisa y sacó de su bolsillo un rollo de tamaño similar a un cigarrillo, pero de menos grosor.

—Rotalo —pidió Natalia cuando Dubraska hubo incendiado la punta y dado una mínima calada para empezar.

—¿Eso es...? —intentó preguntar Débora.

—Sí —Bárbara aclaró su duda antes de que ella terminase de formularla—. Dale suave —acercó el porro a sus labios y le palmeó la espalda entre risas cuando Débora se ahogó con el humo.

—No me jodas, qué puto asco —espetó Deb, poniendo una mueca por la amargura y empinándose la botella de Vodka.

—Es que no le jalaste lo suficiente —opinó Dubraska, soltando el humo por la nariz—. Hablamos cuando experimentes el efecto placebo.

—Vamos a bailar —propuso Natalia cuando comenzó a sonar El Alfa, jalando de las muñecas a sus amigas para llevarlas a la pista.

En medio de la algarabía y la masa de personas disfrutando de la noche, las tres empezaron a mover su cuerpo al ritmo de la música.

Mami, a mí me gusta tu descendencia entera (por quéeee) porque ella me daaa; la mamá de la mamá de la mamá de la mamá de la mamá de la mamá de la mamá de la mamá de la mamá...

Las tres se perreaban entre ellas, refregándose y sonriendo con admiración por sus propios movimientos. Tomándose del cabello.

Gabriel y Dubraska se unieron al grupo. Dubri empezó a moverse contra el vientre de Bárbara y Natalia y Débora bailaban para Gabo, quien reía por el alcohol que empezaba a hacer estragos en su sistema, había estado bebiendo desde la tarde.

Dale al teteo y chúpame la tetera
Cuando ella lo mueve, to' la vaina se me altera
La grasa, el piquete pasa'o de loquera
Atento a cotorra, me la llevo pa'nde quiera

Yeferson en la lejanía observaba cómo Débora bailaba con su amigo, ambos pasando un rato agradable. A sabiendas de que entre ellos no pasaba nada más, estaba tranquilo, o lo estuvo hasta que apareció otro chamo y se unió al combo, empezando a bailar con Natalia, y echándole vistazos soslayados a su víbora.

De ti, me gusta to', Moviendo la' chapa', mami, 'tá to'
El corito contigo a mí me ha gusta'o
La mujer de mi vida, la que yo he má' ama'o

De repente Azúl vinagre se acercó a Dubraska y le plantó un beso en la boca, beso al que se unió el recién llegado. Débora y Natalia continuaron bailando entre ellas hasta que Gabriel jaló a la castaña para que tomase membresía en el juego de lenguas grupal, fue entonces cuando Yeferson empezó a empujar a varios individuos para abrirse paso a donde ellos se encontraban.

Antes de que pudiese reaccionar a su presencia, agarró a Débora por las caderas y la hizo voltear para invadirle la boca con su lengua; saboreando el elíxir de su Vodka, fusionando su aliento con el fantasma de la Caroreña.

Él se separó de ella un instante para inspirar profundo, tomar un trago de sangría y volver a besarla, vertiendo el contenido dentro de su boca, pegándola más a su cuerpo. Dió mordidas leves a su labio inferior para luego succionarlo, gruñó cuando ella quiso separarse para recuperar el aliento y, sobre todo, puso cara de pocos amigos cuando Gabriel los miró, sorprendido. Después de todo, solo ellos estaban enterados de lo que tenían.

Débora volvió a darle la espalda cuando Yeferson le agarró un brazo para alargar el beso. Entonces él intensificó su cara de molestia, pues ella había preferido ir con sus amigos.

No quería hacerlo, pero de alguna manera sentía la orgullosa necesidad de regresarle la jugada. Visualizó a Dubraska a otro extremo del lugar, prendiendo el segundo porro de la noche. Yeferson sí sabía que la prima del closetero estaba pendiente de él, solo esperaba que ella tampoco estuviese enterada del Enemies to lovers que tenía con su hermanastra, ya que seducirla era la coartada perfecta para pagarle a Débora con la misma moneda.

Bajo las luces tenues, el ambiente alcoholizado y el reggae eclipsando las risas que se proyectaban desde el disfrute de todos los presentes; Yeferson caminó hacia Dubraska y le pidió prestado el yesquero para prenderse un cigarro.

—Tengo algo más exquisito —comentó ella al extender su encendedor.

—¿Sí? —Yeferson humedeció sus labios a propósito y acercó más su rostro a ella.

—¿Quieres probar?

El moreno asintió, y entreabrió los labios para dejar que ella le pasara el humo. Sus labios apenas se rozaron, pero el mínimo contacto fue suficiente para que desde algunos metros Débora quedase perpleja al verlos.

Okey, ella no se había besado con nadie más esa noche, pero en parte Yeferson quiso vengarse por aquella vez que la encontró con Gabriel en su habitación, ambos semidesnudos, y por todas las veces que Débora besó al heteromarico a propósito para jugar con los celos de su hermanastro.

Como no le gustó que le hicieran lo mismo, se echó un trago de su Vodka y se aproximó a ellos con el ceño tan fruncido que sus cejas parecían convertirse en una sola. Tiró del brazo de Yeferson con fuerza, pero él agarró el mentón de Dubraska y la besó durante unos segundos que a Débora se le antojaron agónicos y eternos.

La diferencia era que a Yeferson no le divertía lo que posiblemente estuviese sintiendo la castaña. Ni siquiera estaba disfrutando de aquel beso, lo encontraba como un contacto de bocas insignificante. Los labios de Dubraska estaban amargos por el porro y los pases de ron que se había metido. Yeferson prefería mil veces esos labios suaves pintados de rosa con el dulce elíxir del Vodka plasmado en ellos.

Débora recordó que la misma punzada en el pecho había sentido la primera vez que creyó ver que Yefelson besaba a alguien más, pero ahora era real, y la sensación era mucho más intensa.

Estaba acostumbrada a que el mundo de Yeferson girase siempre alrededor de ella, a tenerlo literalmente a su merced todo el tiempo, y el hecho de que la estuviese ignorando hería gravemente a su parte caprichosa, incluso jodía más eso que a los propios sentimientos que tenía por él.

En un arrebato y cabreada porque sus insistencia eran ignoradas adrede, Débora fue hasta la mesa que estuvo compartiendo con sus amigos, se armó con la primera botella que encontró, una de ginebra, y desapareció entre el gentío, decidiendo que quería alejarse un rato para reflexionar sobre sus propios comportamientos y cómo la jodía que le hicieran lo mismo.

Débora sabía que Yeferson no pretendía con Dubraska nada más que ver si podía despertar celos en ella, pero no por eso la situación era más llevadera.

Lo tenía a sus pies, y ella acababa de comprobar que detestaba cuando parecía que no, incluso odiaba eso más de lo que llegó odiarlo a él alguna vez.


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