El arroyo de los cardenales r...

By LadyBerrybell

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El pequeño y dicharachero Leo tiene un gran problema. Ese gran problema mide aproximadamente 1.81, tiene el p... More

Una pequeña queja.
Capítulo 1 (Editado)
Capítulo 2 (Editado)
Capítulo 3 (Editado)
Capítulo 4 (Editado)
Capítulo 5 (Editado)
Capítulo 6 (Editado)
Capítulo 7 (Editado)
Capítulo 8 (Editado)
Capítulo 9 (Editado)
Capítulo 10 (Editado)
Capítulo 11 (Editado)
Capítulo 12 (Editado)
Capítulo 13 (Editado)
Capítulo 14 (Editado)
Capítulo 15 (Editado)
Capítulo 16 (Editado)
Capítulo 17 (Editado)
Capítulo 18 - Alain (Editado)
Capítulo 19 (Editado)
Capítulo 20 (Editado)
Capítulo 21 (Editado)
Capítulo 22 (Editado)
Capítulo 23 (Editado)
Capítulo 24 (Editado)
Capítulo 25 (Editado)
Capítulo 26 (Editado)
Capítulo 27 (Editado)
Capítulo 28 (Editado)
Capítulo 29 (Editado)
Capítulo 30 (Editado)
Capítulo 32 (Editado)
Capítulo 33 (Editado)
Capítulo 34 (Editado)
Segunda Parte: Capítulo 1, Alain (Editado)
Capítulo 2, Leo (Editado)
Capítulo 3, Alain (Editado)
Capítulo 4, Alain (Editado)
Capítulo 5, Alain (Editado)
Capítulo 6, Leo (Editado)
Capítulo 7, Alain (Editado)
Capítulo 8, Alain (Editado)
Capítulo 9, Leo (Editado)
Capítulo 10, Alain (Editado)
Capítulo 11, Alain (Editado)
Capítulo 12, Alain (Editado)
Capítulo 13, Leo (Editado)
Capítulo 14, Alain (Editado)
Capítulo 15, Alain (Editado)
Capítulo 16, Alain (Editado)
Capítulo 17, Alain (Editado)
Capítulo 18, Alain (Editado)
Capítulo 19, Leo (Editado)
Capítulo 20, Alain (Editado)
Capítulo 21, Leo (Editado)
Capítulo 22, Leo (Editado)
Capítulo 23, Leo (Editado)
Capítulo 24, Leo (Editado)
Capítulo 25, Leo (Editado)
Capítulo 26, Leo (Editado)
Capítulo 27, Leo (Editado)
Capítulo 28, Leo (Editado)
Capítulo 29, Leo (Editado)
Sebastian (Editado)
Áurea (Editado)
Capítulo final, Leo El sonido del mar. (Editado)
Cumpleaños Sebastian. (Editado)
Extra. La boda de Áurea.

Capítulo 31 (Editado)

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By LadyBerrybell

La mansión de Andrea es ridículamente grande pero no tanto como la de Áurea. Sus paredes debieron ser blancas en un principio pero ahora son grises. Dos enormes columnas soportan un balcón decorado con los motivos propios de la noche de Halloween, sobre todo murciélagos de plástico colgados en hileras. Las calabazas no tienen originalidad alguna, todas tienen la misma sonrisa dentada iluminada por la vela de su interior.

Parece que el instituto al completo pero sin profesorado está presente a juzgar por el número de personas que pulula por el camino de entrada. Empiezo a sentirme incómodo. Seguramente sea el hazmerreír del lugar.

En cuanto bajamos del coche varios compañeros de nuestra clase nos miran con extrema curiosidad y cuchichean entre ellos pero no dicen nada abiertamente sobre nosotros. Intento caminar con los tacones que me he terminado poniendo por curiosidad, pero es como andar sobre una cuerda fina; no creo que sea capaz de aguantar mucho más con ellos puestos. El pelo falso me cae por la espalda y se agita mientras camino.

—La del vestido rojo es muy ardiente, ¿no crees? —escucho a uno decir. Le lanzo la mirada más iracunda del mundo deseando que se pudra allí mismo. Parece recibir el mensaje, porque cierra la boca y no la vuelve a abrir a mi lado.

Cuando entramos a la casa, el olor a alcohol y cuerpos adolescentes sudorosos me perfora las fosas nasales de tal manera que daría lo que fuera por arrancarme la nariz. Áurea sonríe de forma traviesa y saca algo que lleva envuelto en unas bolsas. Se supone que es la pequeña venganza por lo que Andrea ha hecho pero no tengo ni la menor idea de lo que se trata.

—Voy a buscar su cuarto, tú vete a comprobar si Alain anda por aquí —me guiña un ojo, dejándome en medio de la gente que está sobreexcitada gritando, bailando o lo que sea.

Me voy hasta un rincón y me apoyo en la pared. Pasados unos minutos aparece un chico alto, tremendamente alto. Su cabello es negro azabache y parece una mezcla de oriental con algo más ya que su piel es morena. Se acerca hacia mí y se pone contra la pared con los brazos cruzados sobre el pecho con un deje de seguridad en sí mismo que ya me gustaría. Tiene un pendiente en el lóbulo derecho y no está disfrazado.

Su cara me recuerda a alguien, pero con esta luz no distingo nada.

Seguimos un buen rato el uno junto al otro sin decir absolutamente nada. Él mira la estancia con aire ausente, aunque parece analizar a todos y cada uno de los presentes. Al final repara en mí.

—Ah, no te había visto —saluda y muestra una sonrisa lobuna. Me encojo de hombros—. ¿Te diviertes? A mí por el momento me está pareciendo un desastre. Pero al menos tienen mi presencia, eso ya le aporta algo de valor.

¿Qué? Lo miro con perplejidad ante su comentario, pero la sonrisa que lanza hace que sonría yo también.

Entonces aparece Alain en la sala de estar, la cual se ha convertido en una pista de baile. Me excito solo de verlo vestido de mayordomo clásico inglés. Lleva un traje de pingüino, guantes blancos y una camisa se ajusta a su fornido pecho rellenándola de una manera que me deja sin saliva.

Empiezo a ponerme nervioso. Mientras tanto el chico que se encuentra a mi lado me ofrece algo de beber. Me lo trago sin dejar de mirar a Alain, muerto de sed. No es hasta que el líquido se ha deslizado por mi garganta que noto el ardor.

—Eso era tequila sin más, ¿no me estabas escuchando? —comienzo a toser, buscando algo con lo que calmar el fuego que ha ascendido a mi boca. Dejo al chico de lado yendo a la mesa de las bebidas.

Al tomar entre mis manos un vaso de limonada se me escurre al ver a Alain enfrente. Aparto la mirada con las mejillas al rojo vivo a causa del ardor que estoy sintiendo. Se acerca con su típico movimiento gatuno y recupera el vaso del suelo. Me mira con fijeza.

—Por suerte no se ha ensuciado tu vestido —si mi corazón late más rápido probablemente acabe muriendo. Entrecierra los ojos y yo arrastro el brillo de labios con mis dientes—. Me suena tu cara.

¡No tiene ni la menor idea de quién soy! Me giro agarrando el primer vaso que encuentro y bebiéndolo con avidez. Pica en mi garganta y me doy cuenta de que nuevamente es alcohol.

El mareo me sacude las entrañas. Es la primera vez que tomo licor, nunca fue algo que me interesase probar.

—Te ves algo mal, ¿quieres salir? —Alain piensa que soy una mujer. ¿Es que está ciego o algo? Aunque con esta luz es difícil distinguir algo.

Agarro otro vasito rezando porque sea algo normal y salgo al patio sin esperar a que me siga.

Una vez fuera el fresco me sacude. Lanzo los zapatos esperando que se pierdan en algún lado. La cabeza me da vueltas. ¿El alcohol realmente afecta tan rápido? No tengo aguante ninguno.

Me río. Por todo. Camino riéndome hasta quedar en medio de la oscuridad del jardín.

—Leo —escucho la voz de Alain a mi espalda. Estaba claro que reconocería—. ¿Estás bien?

Sigo con la jodida risa tonta, bebiendo lo que sea tenga el recipiente que hay entre mis manos.

—Este vestido me queda marabi...marabill...guay —suelto y noto que me cuesta bastante hablar—. ¿Ahora eres mayord...mayordo...servidor?

Se pasa la mano por sus negros cabellos con la mirada esquiva.

—Andrea se puso muy pesada.

—A mí también se me pone pesado —¿Por qué no me salen las frases correctamente pronunciadas? Tropiezo con lo que seguramente sea la nada y caigo estrepitosamente de espaldas. Alain se lanza para evitar que mi cabeza impacte contra algo que ciertamente no tengo la idea de que es. Caemos sobre el húmedo césped hechos un lío de brazos y piernas—. Gracias.

Le doy un beso. Soy consciente de posar mis labios sobre los de él. Al principio no me sigue, pero en cuanto de mi boca sale un jadeo sofocado él abre la suya para jugar un rato.

—Te quiero Alain, eres el ser humano que más quiero en el mundo mundial ahora mismo, por debajo del gato de mi abuela pero es que al gato de mi abuela lo quiero más que a nada en el universo lo siento. Y me pone cachondo mucho tu disfraz de mayor...mayordo...sirvioso —no sé lo que le estoy diciendo.

—Estás borracho —se mueve para levantarnos a los dos. Me cuelgo de sus brazos.

—Gran detector, sí, pero que sepas que digo la verdad absoluta en esta villa de ricos malparidos. ¿Y tú? ¿Me quieres? —pongo las manos en sus mejillas, obligándole a retener el contacto visual—. ¿O te da vergüenza que esté vestido con elegan...elegantoso por lo que no puedes decírmelo?

Sus orejas se tornan rojas y puedo sentir en la palma de mis manos como el calor sube a su rostro.

—Sigues siendo tú, Leo —baja la mirada perdiéndola en los pliegues de mi falda—. Da igual cómo te vistas o cómo lleves el pelo.

No ha contestado a mi pregunta, la ha esquivado hábilmente.

—Así me puedes morrear delante de todos sin que se enteren de que te gusta un chico aunque la verdad es que tendría que darles puto igual, ¿por qué no se meten en su vida? La gente no sabe meter las narices en sus propios asuntos de verdad qué cansancio —digo, dando besitos en la comisura de sus labios.

Me pellizca la mejilla tirando de ella.

—¿Crees realmente que me importa lo que piensen? —Coge mi mano, se siente terriblemente cálido—. Ven conmigo.

—Como quieras, pero no te quites ese traje de sirventero. —Tropiezo a su lado pensando que me va a llevar de vuelta a la casa. Torcemos antes de entrar, y acabamos dando a un patio trasero lleno de parejas liándose. Veo que la furgoneta de Alain está ahí aparcada.

Me siento en el lado del copiloto vagamente consciente de lo que estoy haciendo. Abro la ventanilla con la esperanza de que cuando el vehículo se ponga en marcha se me pase algo el efecto.

Alain se pone el cinturón de seguridad y se inclina hacia mí para colocar el mío separando la correa con calma. Su mejilla roza contra la mía en un movimiento involuntario y suave.

— ¿A dónde procedemos la conducción? —pregunto recostándome en el asiento cuando arranca, tremendamente incómodo con lo que llevo puesto.

—A mi casa. 

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