The Right Way #2

By MarVernoff

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《Segundo libro》 Transcurridos más de un año y medio desde los hechos del quince de abril, Sol no es l... More

SINOPSIS
Sigue Sin Ser Para Ti
Epígrafe
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1
2
3
Carta #1
4
Carta #2
5
"Misbehaved"
6
"Crashed Fairy Tale"
7
Carta #3
8
"The Truth That Never Happened"
9
Carta #4
10
"No Choice"
11
Carta #5
12
"Utterly Mistaken"
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Carta #6
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"Deal"
15
Carte #7
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"Play Along"
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"Moonchild"
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"According to the Plan"
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Interludio
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Capítulo Final
EXTRA I: Error.
EXTRA II: Hallacas y Glüwein.

29

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By MarVernoff

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"I don't wanna live,
I don't wanna give you nothing
'Cause you never give me nothing back"
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EROS



    La angustia de Sol ensombrece el día tanto como la esporádica llovizna.

No se escucha ningún sonido además de las gotas colisionando en el techo del vehículo y el constante tamborileo de su pie rebotando sobre la alfombra del vehículo. Se escapa de mi entendimiento como no se le ha entumecido la pierna, practica el mismo gesto ansioso desde que se levantó de la cama atolondrada por el sueño denso que la ingesta de medicamentos le genera.

Arruga y estira el borde del blazer amarillo que viste, salteando la mirada nerviosa de una ventana a la otra. Antes de arrancar en el próximo cambio de luz del semáforo, contemplo un mísero lapso la discordia entre el agobio de su mirada y la imperturbabilidad de piedra de su semblante.

¿En qué fallé, para que dude de su salida de esta ciudad sin la firma que necesita? Debería saber que si lo pide, demanda o exige, yo se lo daré.

Descruza las piernas, se araña con aprensión y hastío el cuero cabelludo, procede a torturarse el labio perfectamente maquillado en tonos que pasan desapercibidos a quien no le conozca sin una gota de tintura y vuelve a subir un grado a la calefacción.

Uno más y acabaremos cocinados por dentro, ella luce en su hábitat natural.

—Para de morderte el labio, lo vas a desgarrar.
Hundo el pie en el acelerador en el momento que ladea el rostro, enfocando su mirada en mi perfil.

—¿Sabes qué? Regresa al hotel, ya no quiero nada—exige, sacudiendo las manos, desdeñosa y malhumorada—. Que se joda el club, que se joda Kamal, que se joda Troy, no tengo porque estresarme para darle el gusto a nadie.

Cada hora decide lo mismo, cuando las manecillas del reloj señalan un número distinto, regresa a la postura anterior.

Inspiro su perfume y me recargo paciencia, la que advierte con desbordarse en cualquier momento. Sin embargo, de una forma u otra, consigo mantenerlo a raya al notar la crispante preocupación ocuparle el rostro.

—Este gusto no es por ellos, es por ti—declaro, absorto en el camino, pero con la mente alineada a la de ella—. Kamal se irá, Troya hace días salió de tu vida, no tiene porque importarte lo que piensen. Esto es por engrosar tu currículo, por forjar un legado que resalte tu nombre. Es por ti, por nadie más y necesito que te des cuenta de eso, no por mí, no por Langner, por ti. Este viaje no tiene caso si no estás segura de lo que quieres.

Aspiro a todo pulmón, apaciguando la molestia de dirigirme a ella sonando hosco, zumbando en mis oídos.

Puede que haya rebasado el límite, el corazón me tiembla expectante a su posible respuesta esculpida en una hilera de groserías y blasfemias que soy incapaz de comprender; por el contrario, es el sonido sedoso y efímero de su risa lo que acaricia mis oídos.

—Si lo dices así, suena a que esto es alimento a mi ego—chasquea la lengua, provocando un ruido en seco al dejarse caer con demasiado fuerza contra el respaldo del asiento—. Es genial, ahora mis expectativas tocan las nubes. La caída no será dolorosa, será letal.

Resoplo una risa. Extiendo el brazo y afinco con seguridad los dedos en su muslo grueso, cumpliendo la urgencia de contacto.
Tomo un vistazo veloz del batido aún rebosante. Eso explica el humor ácido, el endulzamiento no ha surtido efecto.

Tanteo con paciencia la extensión de su muslo, imprimiendo la mínima presión y recato. Comprendo el origen de su dubitación, por supuesto, irá a enfrentarse a un completo desconocido a pedirle un favor sin nada más que buenas intenciones de su parte, no mía. Lo reconozco, pero carajo, no disminuye el sinsabor que su desconfianza me deja, me quiebra la cabeza verla perderse en los nervios y comerse las uñas en cada decisión.

Sol es como un muro de piedra, una fortaleza que se yergue orgullo encima de una pila de escombros ansiosos, reforzado con columnas vacilantes. Aún con temor a dar pasos en falso e indecisión, lucha por mantenerse de pie, erguida y soberana, porque la perseverancia es parte de su profunda inmanencia.

Una sonrisa se estanca en mis labios al vislumbrar los hilos de luz del sol reverberar entre las nubes grises por primera vez en el día.

—El egoísmo te queda precioso, el pesimismo no—mascullo, calculando la distancia restante—. Termina el batido y calma la pierna o le abrirás un agujero a la alfombra. Todo irá bien, porque no hay más opciones que esa.

Percibo su cuerpo soltar la rigidez, ha tomado mis palabras como orden.

Me alejo de la tibieza de su tacto para manipular la palanca de cambios. El punto rojo del GPS brilla intermitente al ingresar al vasto conjunto de viviendas poblado de áreas verdes, densos bosques e infinitos caminos de gravilla diseñadas por algún ser sin talento con un gusto peculiar por los malolientes establos, situado al norte de la ciudad.

Los alrededores se miran descuidados, habrán pasados meses desde la última vez que una maquinaria tocó la maleza. Este hombre debe ganar una jodida miseria, ¿cómo es posible que viva en un sitio expuesto a quien sea, sin siquiera un enclenque guardia de seguridad a la vista?

Comienzo a entender el hambre por unos centavos demás.

...

—Buen día, bienvenidos, pasen—la íntegra afabilidad en la voz de la mujer de edad avanzada forja una pequeña sonrisa en el rostro de Sol—. El señor Langner los espera en el jardín, por aquí.

Sol me regaló una breve mirada antes de seguir la vía marcada por la mujer.

Adentro, la pintoresca decoración se torna en un descomunal museo de artes naturales.
Piso de madera, techos de madera, escaleras de madera... no hay un maldito rincón que no tenga un trozo de madera pulida en el. Desde portarretratos, sillas, muebles, cabezas de animales disecados hasta un gigantesco candelabro de, vaya sorpresa, picos que emulan los cachos de un venado.

Me sacudo la ropa con aspereza, alejando el aroma vomitivo a tierra mojada y naranja quemada de las prendas.

Sol camina sin apuro parelala a mí, revisando exhaustivamente los horrendos detalles de este caballeriza del puto infierno, para mi mayor temor, su semblante no exhibe ni una jodida arruga de disgusto, poco me falta para tomarla del brazo y sacarla de aquí, que le tome gusto escala en la lista de preocupaciones y se apropia del primer puesto.

Una vez fuera del pestilente sitio, mis maldiciones son dirigidas a la grama mojada ensuciado mis zapatos. El espacio se reduce a una parcela de de pinos falsos y una línea de arbustos astrosos.

Si no le interesa contratar un par de jardineros para darle un poco de atención a unos simples arbustos, claramente se le olvidaría construir una senda decente por donde andar.

El olor a tabaco rancio se incrusta a mis fosas como si me restregaran alcohol en la nariz. En el centro de aquella burla de jardín, Langner y Guida comparten un tentempié y lo que parece una pesada conversación interrumpida por la presencia de Sol y mía.

Se ponen de pie como impulsados por el propio asiento, desapareciendo las expresiones antipáticas en cuestión de un instante. El viejo Langner se endereza con dificultad y camina como un puto pavorreal. Su hija, de cabello teñido de rojo, le sigue de cerca, andando como una persona cuerda y normal.

—Eros, muchacho, que gusto tenerte por acá—saluda con su voz flemática, dando un par de golpes a mi hombro, antes de desviarse a Sol y su sonrisa nerviosa—. Señorita, luce usted muy hermosa. Debo asumir que conoces a mi bella hija, Guida.

Sigo el curso de la mirada de Sol, mis ojos cayendo en la presencia apagada de la mujer de hombros estrechos, de cerca logro advertir los disimulados mechones violáceos, resaltando las venas azules bajo su piel pálida.
Enfrentar a Guida jamás fue menos que extraño.

Ajeno, incluso, me sentía como un hombre vacío, un ser carente de sentimientos que podía atiborrarse con nada más que un torrente de calma, puesto que significa la materialización de lo que pude ser mi más grande complicación.

Algunas personas tienen la capacidad de prevenir incidentes, grandes catástrofes que cobran miles, millones de vidas. Lo llaman sexto sentido, yo lo llamo charlatanes estafadores con excelente equipamiento meteorológico.

Otros, nacieron con ciertas talentos que afilaron con trabajo, esfuerzo y tiempo invertido. Cantantes, músicos, escritores...

Yo tengo la habilidad de leer a las personas, sobre todo aquellas que desenvolvieron un papel en mi vida. Lo desarrollé al tener la certeza de que no hay nadie en este mundo que me haya mentido más que mis propios padres. Cada gesto o mueca inconsciente, un movimiento involuntario, un cambio en su voz, una mirada que se vanagloria de profesar nada pero que traduzco a un incómodo todo.

Como la de ella, Guida, al verse descubierta, aparta los ojos a Sol, obligándose a bosquejar una sonrisa tan simpática como vacía. Vigilo atento la interacción, esperando al surgimiento de una filosa interacción, las dos se ríen sin saberlo de mi exagerada y hasta este punto insólita preocupación, compartiendo un fugaz abrazo de reconocimiento.

Una inusitada liberación me adormece agradablemente los músculos tensos.
No podía esperar nada distinto de parte de Sol. Primera lección con Mandy, segunda con las pajarracas, tercera con Stella, cuarta con Guida. Cuatro lecciones me toma aprender que el problema no son ellas, lo soy yo, el factor común.

—Sí, nos conocimos hace años. Ven, hazme compañía, la comida está por servirse—Guida le toma del codo y Sol se deja llevar a la mesa sin dirigirme una mirada—. ¿Eres alérgica a las nueces o a la miel?

Langner se encoge de hombros y se echa a reír, esputando el asquiento humo. Le someto a una breve inspección, toma mi absoluto control mantener el rostro como una máscara, sin expresiones. ¿Sabrá comer, siquiera? Una tremenda mancha café le ensucia la camisa y las sobras de pan atascadas en el cuello dan la impresión de un collarín.

De pie delante de este esperpento de hombre, pierdo conocimiento de la extensión de mi amor por Sol. No hay manera de que nada me haga venir hasta aquí a soportar olores rancios y vistas de vergüenza por voluntad propia. No lo hay.

Me ofrece un puro, me niego, no podré abstener las ganas de regurgitar el desayuno a sus pies si cometo la gran desacierto de probarlo. Se encoge de hombros, aspirando hasta que el humo se le escape por la nariz y probablemente las orejas.

—Cuéntame, ¿cómo está tu madre? Debe tener los nervios triturados, bah, todo lo que sufre la pobre—observo su cara llenarse de rojez—. ¿Sabrás cuando abre espacio en su agenda? Necesito hacer unas renovaciones en el área de la piscina y la cochera, no me fío de nadie más que de ella.

La aversión me infesta el pecho. Mi madre pisa este sitio y sufre un aneurisma y Ulrich con ella.

Este tipejo de aspecto rancio ha tenido una enfermiza manía de buscar asesoramiento en mi madre ante la mínima cuestión. No se agota de perder la dignidad al pedirle bailar una pieza en los festejos, aunque ella lo rechace cada jodida vez.

Es un hecho, Ulrich aprecia más a Sol que a mí, debió tragarse sus inmensas ganas de clavarle un hacha en la cabeza para presentarlo a ella. Tengo que aceptar que su demencia, radica en la inteligencia.

En ocasiones. Contadas ocasiones.

—Consúltalo con Jackie—contesto entre dientes, simulando un tono cortés—. Mi madre no tiene más de dos meses que se incorporó al trabajo, está hasta el cuello de citas.

La sangre me bulle al verle el rostro contorsionarse de altanería.

—Seguro que puede recibirme—vocifera con ridícula fanfarronería y se atreve a tocarme el hombro con el puño—. No esperaba tu llamada, algo bueno te traes entre manos para venir desde Nueva York hasta aquí, mi hogar, no creo que se trate de trámites burocráticos, ¿o sí?

El susurro de la voz de Sol atrae mi atención a ella. Le miro recibir entusiasmada una galleta de jengibre remojada en miel. El postre predilecto de Guida, una mezcla de sabores desagradable.

—No soy yo quien te trae una propuesta, principalmente no.

—Oh—cierro las vías respiratorias cuando escupe una nube de humo directo a mi cara cuando habla—. ¿Qué necesita? ¿Agilizar la visa? ¿Qué tipo de...—el entendimiento le atiza en el rostro—, no me digas que volvieron a casarse, ay, esta juventud...

—No, aún no—le corto de mala gana—. Sol sabrá explicarse.

Enarca las cejas, consumiendo el tabaco como un desquiciado en necesidad.

—Que interesante—produce un sonido de tanteo, saboreando la humarada que despide como una puta fogata—. Ya que estás aquí, ¿continúan siendo propietarios de esa casa de verano en Positano? Mi mujer reservó una buena vivienda hace meses, una semana atrás le informaron que cayó en litigio, fue declarada inhabitable.

O puede que no quieran tu zarrapastroso trasero en su propiedad.

—En Positano no—le corrijo—, en Cannes.

Pronunciar la ciudad me rebasa la mente de recuerdos. Sentir la sal impregnada en el aire ligero, el sol quemando mi piel, las risas de mamá, de Hera, las cientos de fotografías, el mar azul profundo, la arena escurriendo entre los dedos.

Inevitablemente mi enfoque se centra en Sol, parloteando sobre el clima, la forma de las nubes y los bichos que saltan de la grama y tratando de subirse a sus pies. La sofocante y ardorosa combinación de playa, sol y sal marina nunca resalta como primer destino, joder, ¿pero cuándo he tenido un vistazo de su piel roseada con agua marina y expuesta al brillante sol del verano?

Jamás. Y caer en cuenta de ello, me da la amarga sensación de que en términos verídicos, no conozco la magnificencia del verano, solo retazos.

La ola histérica de aplausos y risas del viejo Langner dispersan las fervientes escenas ocupando mi imaginación.

—Cannes, de acuerdo, los confundo.
Porque son ciudades gemelas, claro.

—Convérsalo con Sonia, ella sabrá darte información detallada—replico, cruzándome de brazos.

Me observa con una ceja arqueada, estudiándome sin recato, su rostro convertido en una miscelánea de emociones.

Soy enteramente consciente de su percepción a mi trato indiferente, vengo a invadir su privacidad donde se localiza su hija, la que años atrás se sometió a un aborto por mi inmadurez e irresponsabilidad, aunado a esos hechos, me importa poco menos que nada lo que tenga para decir.

Sostengo con tanta vehemencia esa certeza, como el que él y yo sabemos que el interesado en lo que tiene el otro en posesión, es él, no yo.

—Por supuesto, hombre, voy yo a tratarte de secretaria, que poca vergüenza tengo—bromea, expirando una humarada que me nubla la visión un eterno segundo.

—Señor, perdone que le interrumpa—la ama de llaves guarda considerable distancia, evitando a toda costa las nubes de humo—. La comida está servida.

Lanzo una rápida ojeada a Sol, levantándose del asiento a la par de Guida, ella me mira alarmada, los nervios devorándola en vida, demasiado pronto me arrebata su mirada y toma el camino que Guida le indica.

Vuelvo la vista a Langner en el momento que se saca el tabaco de la boca, sus labios alzados en un rictus.

—Venga, vamos, que me muero por saber lo que se traen entre manos.


El molesto chirrido de los cubiertos arrastrados encima de la loza me clavan imaginarias púas en el oído. Sol permanece a mi lado, conversando casualmente con Guida sobre algún cantante y su gira por el país.

Puedo escuchar sus gritos de auxilio mentales, la visible rigidez de su cuerpo encorvado sobre los platos y dedos padeciendo dificultados para sostener los cubiertos, me advierte lo jodidamente asustada que se encuentra.

Me cuesta, me duele abstenerme de interceder, de dar el paso por ella, de rebajarle la carga, pero ha sido ella misma la que me ha hecho prometerle y jurarle que me mantendría en los límites de sus decisiones, y esta visita es parte principal de su desarrollo académico.
Me siento patético al obligarme a contener la creciente sensibilidad que me produce unas insultantes ansias de llorar.

Podría hacerlo y sufrir las consecuencias, podría... sacudo la cabeza, descartando la idea tan pronto aparece.

—¿Qué te parece el Sächsische Kartofflersuppe, querida?—pregunta Langner, interrumpiendo bruscamente lo que sea que su hija comentaba—. Es un plato típico de Leipzig, la ciudad que me vio crecer. Una delicia.

Sol para de comer como si lo estuviese haciendo a hurtadillas. Traga con esfuerzo y me contempla de costado, es posible que necesite asegurarse que sigo adosado a su lado.

Se recompone en breve, su pecho henchido de aire y el filoso mentón en alto, fijando la mirada en el viejo quisquilloso de Langner.

—He probado muchos platos alemanes, este es uno de mis favoritos—dijo con soltura.

—¿Ah, sí? ¿Cuál te gusta más?

Sol revolea la mirada al techo, pensativa.

—El Flammhuchen y el Kartoffelpuffer en su presentación salada, me gusta acompañarla con albóndigas.

Langner no es el único impresionado por su facilidad de palabra en alemán.

El orgullo me sacude el pecho y expande la mirada, suele irritarme escuchar extranjeros y su pobre intento en pronunciar un simple saludo, como si imitaran un rezo en una lengua muerta y Sol no es la excepción, sus tropezones me resultan de lo más divertidos, no podría causarme ningún mal, cuando me escucho parecido cuando es su idioma el que ocupa en mi boca.

—Un gusto exquisito, no espero menos de ti—una mueca de seriedad le apacigua la risa gradualmente—. Eros me comentó que hay un tema que te interesa tratar conmigo, ¿es cierto eso, querida?

Sol afirma con la cabeza, sus manos abiertas se mueven con parsimonia a su regazo, dejando un par de palmadas. Ella misma se infunde voluntad y apremio, sola, sin necesidad de intervención extra.

Bebo un sorbo de vino, mermando el cosquilleo molestando mis labios, incitados a plasmarle un beso en la mejilla.

—Sí, señor. Desde la noche que Ulrich nos presentó, me pareció usted un hombre muy interesante. Pocas veces he tenido el gusto de tratar con egresados de la NYU con un cargo tan importante como ser el representante de su país en el extranjero—pronuncia sin trabas ni balbuceos—. Soy inmigrante, vine a este país conociendo cuatro verbos y ochenta dólares en el bolsillo que me robaron en el aeropuerto, eso más que convertirme en víctima, me hizo fijarme metras que he venido cumpliendo por mí y por el empujón de otros, es por eso que desde semanas pasadas tengo incrustada en la cabeza como objetivo fijo el fundar un club de debate penal, donde se puedan planear simulacros de juicios guiados por profesionales, donde la retroalimentación sea la base de la enseñanza.

»De ser simples los requisitos, las escuelas estarían saturadas de clubes, conocerá usted que son de cupos limitados. Tengo claro que esta visita es parte del privilegio, no puedo hablar desde mi situación de cinco años atrás, pero no tiene idea lo mucho que deseo consolidar esta meta, y su firma, como egresado de la institución, es lo último que necesito.

Sol finaliza la propuesta y la vajilla chirrea cuando mi puño se estampa en el borde de la mesa.

Es aquí, testigo de esta escena, es que corroboro la complacencia y gratificación que seguir el curso de la vida me genera. De presenciar el nacimiento de mis hermanos, de mirarlos tomar sus primeros pasos, balbucear palabras a sostener a mi sobrino en mis brazos, de contemplar la primera cana de mi madre a tener que recordarme de vez en cuando que mi abuela ya no está.

De conocer a Sol, saltando comidas y horas de sueño, altanera, confundiendo términos o cambiando palabras, a saberlo confiada aún cuando los temores sondean, y saber que en cada faceta, buena o peor, estuve ahí, como ella para mí.

Es una filosofía de vida tan positiva como intimidante, algunos lo tomarían con el garbo de una amenaza: disfrutar cada etapa, porque estamos en constante crecimiento. Esos momentos nunca más se repetirán.

Recuerdo la presencia de Langner cuando decide responder.

—No me trajiste los sándwiches de atún.

La cara de Sol se retuerce de vergüenza.

—Ah, bueno...

—Estoy bromeando, querida—el viejo hace un gesto con la mano—. Todo eso me parece fascinante y podría afirmar que ficticio. Se nota que eres una muchacha aplicada, de buenas costumbres y educación, pero hay algo que no termino de comprender—apoya los codos en la mesa, inclinándose hacia adelante, la tensión de Sol incrementa de un fulminante tirón—. Fui estudiante de la misma carrera que cursas en la misma institución, conozco lo complicas y frustrante que puede ser, ¿esto nace de ti o tuviste algún motivo demás? No concibo como te apetece de la nada sumar semejante carga a la que ya reposa sobre tu cabeza.

Mi paciencia se va al carajo. Sol cumplió, yo lo hice, si el mugriento de Langner no pretende ceder a la primera, entonces lo haría con un incentivo.

Pretendo insertarme a la conversación cuando la escurridiza mano de Sol toca mi regazo.

—Seré sincera con usted—la severidad sujeta a su tono manda una cadena de sensaciones que se aglomeran más allá de mi abdomen—. Esto es producto de una mentira que dije sin pensar por llevarle la contraria a quien se jacta de ser el presidente de la facultad y el club penal, sabrá usted que es el más cotizado, lo ha sido por décadas. Me detesta por alguna razón que ignoro y la verdad, estoy cansada de su complejo de rey.

Langner se toca el mentón grasiento, pensativo.

—Entonces esto es no es más que una disputa de egos.

Los hombros de Sol decaen con la fuerza de su suspiro.

—Sí.

Los ojos perspicaces de Langner se posan en mí, me apunta con un dedo tembloroso, enarcando una ceja grisácea.

—Eros, ¿tú qué piensas de esto?

—No tiene que pensar nada—intercede Guida con dejo beligerante—. Si no le importan los asuntos que sí son de su incumbencia, no lo harán los...

Me masajeo la sien con pesadez. Carajo, lo que faltaba.

—Guida, tampoco es tu asunto, hija—le interrumpe Langner, volviendo la mirada a Sol—. Mi querida Sol, ¿nadie te ha dicho que discutir con y por el ego es montar un arsenal en vanguardia sin nada detrás que lo empuje? Las mejores guerras se ganan desde la estrategia de reforzar las filas traseras, porque son las que impulsan el frente.

La tensión asciende como lava recorriendo mi columna, me calienta la puta nuca, abrumando la sensatez con todo su poderío. Mi paciencia se desgasta en las vueltas incesantes de Langner y las recientes miradas ponzoñosas de Guida.

—¿Eso es un no?—inquiere Sol, manteniendo la postura firme.

La risa de Langner sacude la estancia.

—Eso es un tomaré la vanguardia y tu el arsenal—acuerda Gaspar—. También quise entrar al club penal y en cinco años jamás pude conseguir un cupo, el amigo del amigo ocupaba las vacantes, ve por ellos.

Tomo la copa de vino y consumo hasta la última gota, mirando la sonrisa de Sol comerle la expresión. Agita las manos exaltada, trata de contener la emoción hundiendo los puños entre sus muslos.

Hecho, nos largamos de aquí ahora.

—Se lo agradezco inmensamente señor Langner, no sabe cuánto—menciona Sol entusiasmada, presionando los labios en una sonrisa fina y radiante.

—Pero tengo una condición, tú más que nadie conoce el equilibrio de lo equitativo, ¿no es verdad? Ahora que conversaba con mi hija, se me ha ocurrido un trato—menciona Langner, despojándome de cualquier pensamiento positivo cuando arrastra la mirada hacia a mí—. ¿Has visto uno de los tantísimos prototipos de armas de defensa que mi Guida ha diseñado?

Maldita sea. Reconozco de inmediato sus intenciones.

Niego con la cabeza una única vez.

—Ninguno.

—Yo sí, me regaló un peine navaja—comenta Sol—. Muy bonito y útil, lo uso para abrir los paquetes que recibo.

El aplauso de Gaspar me aturde.

—Son maravillosos, es un vistazo al futuro, las mujeres desean sentirse protegidas, ¿no es verdad? Escuché de Dietrich que pronto lanzarán una línea de armas blancas y mi Guida tiene una mente brillante plagada de ideas por elaborar y la compañía de tu familia los medios—entrelaza las manos, mirándome solemne—. Mi condición es que reciban los diseños de mi hija y los tomen en cuenta para en un futuro próximo, forjar una asociación fructífera de la que estaría encantado ser parte.

El intenso sabor amargo de la indecisión me inunda el paladar, la situación se escabulle lejos de mi control, me deja a la deriva.
Contemplé renitencia de parte de Langner, no es un tipo de favores unilaterales, en este círculo nadie lo es, si quieres algo, tienes que dar algo a cambio o conocer que en algún tiempo tendrás que pagarlo y si te opones a cumplir, pierdes la credibilidad y el peso de tu palabra.

Vislumbré el problema y la solución, la posibilidad de involucrar a Guida de una manera u otra no estaba contemplado en el panorama.

Sol me mira sin saber cómo actuar, congelada en su asiento. Lentamente ladeo el rostro, buscando el de Guida, su mirada engarzada en su padre absorbe la lluvia de lágrimas destellando en sus ojos café.

—Papá, no—su voz se fractura a media oración, las lágrimas se desbordan de sus orbes cuando por primera en años, me mira a los ojos—. No sabía, yo...

—Guida, piensa con inteligencia una vez en la vida—refuta con rabia su padre—. Cuando te estés muriendo de hambre en unos años no seré yo el que vea por ti.

El sollozo roto de Guida irrumpe el ambiente de alta tensión, la silla se queja cuando la arrastra y resguardando su flaqueante compostura, sale del comedor tallando el tacón en el horripilante piso.

Gaspar arroja la servilla a la mesa, se levanta del asiento rechistando cuanta mierda se le ocurra entre dientes.

—Permiso—vocea y se apresura a ir tras su hija.

El silencio que ambos dejan detrás me carcome la cabeza, por Sol, sufre malos ratos por culpas que arrastro detrás de mí. Por Guida, tendría que desprenderme de los resquicios de consciencia y moral para anestesiarme por completo y deshacerme de la sensación de culpa que me atiborra cada vez que en mi memoria se reproduce la escena de esos ojos colmados de lágrimas y dolor que vieron mi espalda alejarse y no mi presencia a un lado de una camilla fría.

Acompañé a Amanda a Albany, pero a Guida, que sostenía en el vientre un producto tan mío como suyo, le tendí un sobre lleno de efectivo, no el apoyo de mi brazo.

—Eso fue incómodo—murmura Sol, sus ojos hincados en la pared frente a los dos—. Y será así toda la vida si no cierras ese capítulo con ella.

Hundo el entrecejo. La cuestión con Guida no me afecta a mí, le afecta a ella, que no puede verme a los ojos sin que las lágrimas se cuelen en los suyos.

—No tengo que cerrar nada si nada se escribió.

Gira la cabeza, sus ojos llameantes, iracundos, me consumen en un instante.

—Pero ella sí, y en tu inmadurez y soberbia asumo que jamás enfrentaste la situación—espeta—. Yo no soy tu madre o terapeuta para decirte que hacer o hacerte entrar en razón, Eros, pero soy mujer y en su situación, espero que me comprenda no que me dejen de lado por culpa de ego fracturado. Ve con ella y cierra esa herida, ve con ella y dile lo mismo que me dijiste a mí, como debiste hacerlo con ella.

Algo dentro de mi estómago se retuerce. No puede ser tan sensata, no puede, no puede enviarme a conversar con otra mujer, no puede, joder.

—Eres mi novia, no la voz de mi consciencia—mascullo y ella emite un bufido.

—Y no deseo serlo tampoco, la tienes muy sucia—su sonrisa cálida me brinda voluntad—. Ve, aquí te voy a esperar.

Me restriego la cara gruñendo vituperios en contra de mí mismo. No me tiene clemencia, joder, vine aquí a soldar un trato no a espantar fantasmas de pasado, ¿quién me cree que soy, el maldito Ebenezer Scrooge?

Me paro sobre mis pies, el corazón palpitando fuera del ciclo regular.

—No soporto, odio tu sensatez—sello su coronilla con un duro beso—. Ahora regreso.

—Apúrate, esas cabezas de venado me dan miedo—dice, señalando a los pútridos animales disecados.

Aparto el cabello de la cara y me guío por el susurro de las voces amortiguadas. Me topo de frente con una puerta a medio abrir, procuro tocar una vez la madera con los nudillos antes ingresar como una exhalación.

Guida apoya la espalda baja y se sostiene con ambas manos en el filo del escritorio, cabeza gacha tragándose el llanto y reprensiones de su padre, quién suspende de inmediato la regañina al notar mi presencia.

—Necesito conversar con ella.

Langner sacude una mano displicente, quitándole importancia.

—Ella está bien, ¿no es verdad, Guida?

—A solas.

Los ojos del anciano se abren descomedidos. Mira a su hija con las palabras atascadas en la boca, luego de vuelta a mí.

—Estaré afuera.

Me prohíbo blanquear los ojos. Por supuesto, ¿dónde más?

El cerrojo de la puerta suena y la recámara se hunde en un ambiente de incertidumbre, aflicción y nostalgia, recabando con rabia y desespero en mi memoria por vistazos de recuerdos, memorias de su rostro hinchado, ojos rojos, mejillas húmedas.

La escena se repite, con la abismal diferencia que no tenemos dieciséis años y esa atracción magnética vibrando entre los dos, se esfumó esa noche y nunca reapareció.

Verla es divisar un campo abierto, un sol veraniego, los Alpes con sus picos blancos, a través de una manto blanco y delgado. Se atraviesa en mi vista, sin embargo, no me impide visualizar lo que hay después.

—Estoy bien—grazna, limpiando el desastre de maquillaje estancado en sus ojeras.

La evalúo tratando de experimentar un ápice del aprecio que alguna vez sentí por ella, en mi sentir no se pronuncia nada más que una vergonzosa pena.

Me acerco un paso, plantando mis pies a una distancia prudente, hincando la mirada en la suya, huidiza, las palabras escociéndome la voz.

—Perdóname.

Sus cejas pierden rectitud cuando en su cariz la confusión se presenta.

—¿Por qué?

Por poco me hace reír. Es demasiado indulgente.

Adelanto un paso más, sometiéndome a la idea de que en esta cercanía, nadie más escucharía la vergüenza untada en mi confesión.

—Porque en su momento no estuve a la altura de la situación y tú me lo acabas de confirmar—digo, avistando el aluvión de lágrimas llenarle las cuencas—. No vengo a justificar mi ausencia con mi edad, estoy aquí para decirte que me sentí sobrepasado, insultado, te vi a través de la lupa del egoísmo y no lo merecías.

Como quitar una obstrucción a una cascada, mis palabras liberaron un peso constriñendo mi pecho y su llanto desgarrador colapsa a la par de sus emociones, vívidas en su viso acartonado.

Me quedo de pie, rígido e inútil, percibiendo un estrujón en las llanuras de mi torso, mirándola temblar con cada oleada de fuertes y contundentes resollidos.

—Creí que no me importaba—gimotea—. Me mentí una y otra vez, pero te vi tan feliz con ella que no pude parar de pensar que hubiese pasado si yo no...—sorbe por la nariz, reteniendo los sollozos—. No la odio, Eros, no puedo, ella es muy buena, bonita y amable, pero yo también lo soy.

Asiento, asiento una y otra vez porque yo lo sé. Paso el embrollo de emociones perniciosas apuñalándome la garganta, permitiéndome vocalizar.

Vine aquí y lo comencé. Tengo que finalizarlo.
Tomo un paso extra, a un palmo de distancia cauteloso.

—Me puse sobre ti y tus necesidades, no tenía ni una remota idea de lo que significa cargar un embarazo y el proceso de criarlo y lamento tanto años en darme cuenta, pero necesito que lo escuches aunque duela.

Ella niega agitada, cruzándose de brazos como signo de protección.

—No...

—Te lo agradezco—sentencio, observando la división de su cabello, ha bajado la mirada a sus pies—. Jamás habría funcionado porque en meses no me hiciste sentir ni un destello lo que una simple foto de Sol sí. No es tu culpa, no es que no lo merezcas, simplemente no estamos hechos para el amor que nos ofrecen, lo estamos para la persona que carga con el. Y tú no eres mi persona, como te prometo que no soy la tuya.

La observo impávido, mi boca y postura tensa, escuchando el llanto rasgar su garganta. No es una fractura o un quiebre, es el final absoluto que se merece y esta vez pude darle.

—A veces sueño con él, un niño idéntico a ti y me arrepiento tanto, Eros, tanto. No quiero sentirme así.

Arrugo los labios ante esa espeluznante declaración, la idea me produce escalofríos. Un niño mío no suena como un sueño, es más acertado decir que se trata de una pesadilla.

Sopeso que responder, escudriño su rostro tanteando la respuesta en sus facciones corroídas por el dolor. Habría sido tan sencillo dejarlo pasar, yo vivía bien, dormía en calma, pese a eso, en el fondo, muy hondo, supe que Sol tenía razón.

Esto no es por mí, esto lo necesita ella.

—Conozco a alguien en Múnich que puede ayudarte, te pondré en contacto con Catherine, ella te proporcionará toda la información—musito con cierto cuidado—. Acepta el trato, envía tu propuesta y hoja de vida a Dietrich, añade una nota mencionando quien te envía, trabajarás de la mano del personal de diseño y manufactura en Múnich, te evito el trato directo conmigo en todo momento.

Se mira la negrura del maquillaje manchando la piel de sus manos, el bochorno no tarda en apropiarse de su rostro.

—Está bien—una nota de agradecimiento inunda su voz—. Gracias por venir hasta aquí, no lo esperaba.

Yo tampoco.

Afirmo una solemne vez, retrocediendo los pasos que cedí.

—Espero todo mejore, Guida.

Limpia la laguna de llanto bajo sus ojos y me mira a través de las pestañas humedecidas.

—Ve con Sol, papá debe estar atosigándola—murmura, el amago de una sonrisa le curva los labios—. Ahora salgo.

Cierro la puerta detrás de mí, me encamino de regreso al comedor, la sorpresa me asalta cuando las voces provienen de la habitación contigua.

Sintiendo los pasos livianos, alcanzo el ambiente de sofás, una fogata y una moderada vinoteca, encontrando a Sol sentada en un mueble de aspecto antaño, riendo al oír el sonido del corcho salir disparado de la botella de vino.

Su risa y aplausos de algarabía me dan abasto para el resto del día en una sola cuota.

—¿Todo bien?—inquiere, palpando el asiento a su lado—. Gasper me ofrecía una copa de vino, ¿quieres una tú?

Atajo la queja de su falta de edad para consumir alcohol antes de que resbale fuera de mi boca. No dudo lo enojada que estaría Sol si le reprendo como a una cría frente a alguien más.

Langner saca dos copas más exuberante de alegría, pasando por alto el llanto de su hija minutos atrás.

—Una copa de vino no le cae mal a nadie, además, soy el embajador lo que convierte este lugar en territorio alemán, ¿no es verdad, querida?—Sol asiente tantas veces que temo se le desprenda la cabeza—. Sol me reclamaba lo poco inclusivo que es que al contraer matrimonio con un alemán y la pareja asentarse en Alemania sea un requisito aprender un idioma y no los dos, en el caso de las parejas de distintas etnias, como ustedes—acepto la copa que me tiende—. Desde su perspectiva, rebaja la participación de la cultura de la otra parte que se supone, tiene la misma relevancia en el contrato nupcial, en sus palabras, continúa perpetuando el terrible concepto de la raza aria, lo que me parece un punto válido e interesante, ¿qué te parece eso?

Consumo un sorbo de vino, vislumbrando la intensidad del brillo de su mirada dilatada.

—Me parece que tendré que aprender español.

Las carcajadas de Langner someten mis tímpanos a un irritante suplicio.

—¡Salud por eso!

Sol levanta un dedo, una sonrisa se adueña de mi boca al anticipar lo que pronunciará.

Prost.

Las carcajadas del viejo Langner silencian los pasos de Guida. Recibe la copa que su padre le ofrece, su renovada piel rojiza sin rastro de maquillaje, sonríe cordialmente y ocupa el puesto contiguo al de él.

El atardecer deslava sus nítidos colores cuando la noche acaricia el cielo, cerrando la velada con la apertura de un contrato millonario, más risas y un desastre de derrame vino encima de los trozos de queso y jamón sobre la mesa.

Y en el camino de regreso a casa, el equilibrio de la vida, como Sol lo llama, perdió balance, porque al escuchar su voz desafinada entonar canciones que jamás escuché, fui enteramente feliz.

Holi😇

Primero, no recuerdo si es Gaspar o Gasper, por si cambia de párrafo a párrafo.

No sé, pero me gustó mucho este capítulo, adoro a Sol, piensa con la cabeza no con la qk... a veces pues, en ocasiones.

Se parece a mi.

Un capítulo más y comienzan los capítulos finales, lo repito cada vez que actualizo pero es que me emociona pues😪🫰🏼

Muchas gracias por votar y tomarse el tiempo de comentar, los tkm🫶🏻

Nos leemos pronto,
Mar💙

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